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Sentado y entre el pasear de las hojas, abismado entre la lectura de palabras

memorizadas, sin reloj a mano que alertara de lo mucho que haba ralentizado
el tiempo o de lo mucho que lo haba burlado, me di cuenta, quitando de
pronto la vista del libro que mi biblioteca estaba compuesta de tres clases de
volmenes: aquellos que amaba, fueran buenos libros o no; aquellos que me
haban formado, queriendo o no; y aquellos que era justo y necesario tener,
fueran queridos o no, me hubieran formado o no.

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