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PARTE SEGUNDA LA PRIMERA CRISIS DE LA MODERNIDAD Capitulo II LA MODERNIDAD LIBERAL RESTRINGIDA: UNA ELABORACION INCOMPLETA DEL PROYECTO MODERNO. El proyecto de una sociedad liberal basado en la idea de la autono- mia humana era universal y radicalmente ilimitado. En cuanto tal, era también verdaderamente utdpico. Una sociedad global que deberia abar- car a todos los individuos de una manera igualitaria, tenia que parecer por fuerza una idea abstracta y muy alambicada. Estaban, en cambio, mucho mds claramente delimitadas las concepciones, mas concretas, de la renovacién social, tal como las defendian los promotores del proyec- to. Una sociologia historica digamos que del primer siglo de la moderni- dad puede fundamentarse, en sus aspectos esenciales, en el anilisis de dos fenémenos sociales del siglo XIX. Por un lado, se advirtié muy clara- mente la peligrosidad social de la apertura de la modernidad. Como conse- cuencia de este reconocimiento, en el terreno practico se impusieron de una forma muy incompleta los fundamentos de esta sociedad y se apron- taron medios para poner diques al proyecto moderno (capitulo Ill). Por otro lado, una vez ya bien precisados los perfiles de esta socie- dad liberal restringida y represada, surgié un corpus de ideas criticas Cuyos autores tendian a poner en duda la posibilidad de llevar a cabo el Proyecto en la forma en que se les presentaba. Las tensiones persistentes entre las promesas de libertad por una parte y las necesidades de con- tencién por otra parecian pedir nuevas respuestas autoritarias para so- lucionar los problemas inherentes a la realizaci6n sociohist6rica del pro- yecto. En las postrimerias del siglo XIX, a la mayoria de los participantes 83 y observadores les parecia . inestable e eee el Compromisg «postliberal» hasta entonces alcanzai Ak y— : mas 7 lea finales dela primera guerra mundial— se empez6 a trabajar en a elaboracign de nuevos érdenes de convenciones sociales. Puede describirse esta larga etapa de ruptura como la primera crisis dela modernidad (capitulo IV) Intentaré analizar en tres pasos el proceso de contencién del Proyec. tomoderno. En una primera ojeada a las practicas de significado se inter. pretaran los medios intelectuales del trazado de fronteras como maneras historicamente diferentes de crear identidad propia mediante el recurso de proyectar al Otro como la imagen inversa del propio yo. Una segunda mirada, esta vez a las practicas de dominio, analizard laforma ‘institucional del establecimiento de dichas fronteras a través del Estado y del Derecho. En tercer lugar, se discutiran las exclusiones sustantivas como modos de ex. ternalizacién de los fenémenos sociales que las practicas modernistas del siglo XIX no pudieron controlar. Salvados estos tres pasos, se fijardn los limites de una configuracién social que s6lo de una manera muy restricti- va respondia al universalismo y al individualismo del proyecto liberal. Se hard, para concluir, un rapido excurso a Estados Unidos, que aunguetam- bién conocié trazados de fronteras de propio cufio, impuso menos res- tricciones que sus homélogos europeos. Trazado de fronteras (1): La modernidad y lo Otro Solo llegan a formarse culturas si se establece una comparaci6n en- tre lo que tienen de propio y algin Otro que ellas no son.' El concepto de «salvaje», por ejemplo, «pertenece a una serie de procedimientos culturalmente independientes que, junto a otros muchos elementos, in- cluye también las ideas de “demencia” y de “herejia”. Estos conceptos L...] no se refieren tanto a una cosa, una situacién o un lugar determina- dos, sino que mas bien prescriben una concreta actitud que regula la relacién entre una realidad vivida y un dmbito de existencia problemati- ca que no puede insertarse y coordinarse sin més en las concepciones convencionales de lo normal o familiar»? Su fundamento sociolégico ¥ la 1 Be éte wo de los {cimas centrale de la antropologta ya desde sus orfgenes,¥ ce especial de antropologia reflexiva cultivada en los iltimos decenios (cf por ejemplo Boon 1982) ; 2. hte (19862, 1775). Con um mécodo parecido, Reinhart Koselec (1973, 214) ha inte ado las oposiciones asimétricas a través de las cuales se trazan fronteras como instfument©s © 84 —_. | eee Pee ee ee ee antropologico es Ja «idea de una humanidad escindida, en la que las diferencias se interpretaban como una variacién cualitativa, no mera- mente cuantitativa» (White 1986a, 184). De parecida manera, los socidlogos modernistas han intentado en- tender sus propias sociedades a base de contrastarlas con otras, anterio- res 0 lejanas, a las que de ordinario denominan sociedades «tradiciona- les». La contraposicién entre «modernidad» y «tradicién» obedecia a anteriores dicotomias y no las modificé sustancialmente. Apenas pue- de, por tanto, sorprender que hayan sido muy pocos los sociélogos que se han tomado la molestia de demostrar, mediante la aportacion de da- tos, la existencia de este contraste homogéneo con la «modernidad» o de comprobar su diversidad sistematica respecto a su propia sociedad. La «sociedad tradicional» es un constructo sociolégico, que se desarro- 116 como medio de comparacién para poder describir el propio presen- te (Abrams 1971, 20; cf. ahora Friese 1995). Los discursos de la modernidad cultivaron un universalismo de la raz6n que ponia los cimientos de sus pretensiones totalizadoras: aque- llas nuevas ideas debian ser validas para toda la humanidad. Pero lo cierto era que ni pudo conseguirse convencer a todos los hombres de la validez de las afirmaciones modernistas, ni las observaciones de la sociedad les daban un respaldo decidido. Aquella situacién enfrenta- ba a todo proyecto universalist con un dilema. Se intent6 solucionar- lo trazando, en nombre de la razon, algunas fronteras. Por acuciantes razones de falta tanto de plausibilidad empirica como de viabilidad politica, se hacia necesario restringir la universalidad. A continuacion, se fundamentaron también en el ambito de la teoria estas restricciones mediante la introduccién de diferencias sustanciales en el marco de lo universal, Se trazaron fronteras mediante la construcci6n y paralelo distancia- miento del Otro, esto es, a base de excluirle del mismo tiempo y espacio de la humanidad. El concepto de barbaro es, en esencia, un medio de distanciamiento en el espacio: los barbaros viven en otra parte. El con- cepto de tradicion es, en cambio, una manera de distanciamiento en el tiempo. Parece menos radical que la idea de barbaro, porque abre la Puerta a una perspectiva evolutiva, es un mero aplazamiento a Ja espera ——_ ue tengan capacidad {Re ¢$ posible mancjar grupos de personas, o con los que puede conseguirse 4 'y amodernizacién», x actuar como un colectivo. En su historia critica de las ideas de «modernidad» i ‘i roria critic ‘ter Webling (1992, 15) utiliza el concepto de «mito social» 85 de la etapa futura de la plena integracion del Otro. Pero esta integra. cién solo se conseguira a condicién de que el Otro renuncie a su alter. dad. La perspectiva moderna se caracteriza —como ha subrayad Johannes Fabian— por una «negacion de Ja simultaneidad» de cual. Gquier estilo de vida que sea distinto del suyo. Alzaba un muro entre | Otro y yo, de suerte que «ya la idea misma de muros y fronteras delim. tadoras crea un orden y un sentido que se fundamentan en Ia disconti, nuidad» (Fabian 1983, 31 y 52; cf. también 55). Se define al Otro de tal modo que «su status queda determinado a priori como inferior, Pasaje- roy (hasta que desaparezca) ilegitimo. En una época de triunfal marcha del progreso guiado por la razén, la descripcién de lo Otro reflejaba la imagen de un ser anticuado, desfasado, retrasado, obsoleto y, en con- junto, perteneciente a una fase anterior e inferior» (Bauman 1992b, XXVI). El discurso de la Ilustracién habia desarrollado una concepcién to- tal y universal de la humanidad opuesta a la idea del rey y de Dios, Apenas se enuncis la idea ilustrada de Ja salida de la humanidad de su culpable minoria de edad, mostré ser incontrolable, ya que su propia dindmica la arrastraba mucho més allé de las concepciones originales, Ahora la «humanidad> y la «autonomfa» no admitian ningun tipo de restricciones sociales, eran ilimitadas, como se advirtié sin tardanza. Pero, tras la Revolucién Francesa, no fue menos patente que el proyecto mo- derno tenia fundamentos menos sélidos que lo que las primeras opti- mistas y autoconfiadas declaraciones daban a entender. Ante el temor de que la sociedad quedara fuera de control —un temor atin mas acen- tuado por el terreur de los dias de la Revolucién— surgi una contro- versia intelectual en torno a la contencién y delimitacién del concepto y al trazado de fronteras (cf. Kondylis 1991, 169). A los Otros, ahora den- tro de la propia sociedad, se les caracterizaba por su falta de razén y civilizacién. Figuraban en esta lista, en lugar destacado, fas clases obre- ras inferiores, las mujeres y los dementes. . Cuando los estamentos se vinieron abajo, las clases inferiores, nuttl- das sobre todo por los obreros del campo y de la industria y por la servidumbre, se vieron libres de ataduras impuestas y parecieron menos controlables que en la situaci6n anterior. A los ‘ojos de muchos observa does constituian una amenaza para el orden social. Muy pronto se ¢st@ bleci6 una distincién entre los obreros de la industria y los pobres. 7 discurso intelectual y las imagenes descriptivas de la primera mitad 44 86 siglo xix estaban plagados de palabras y conceptos tales como “ tiado” © “clases peligrosas’» (Perrot 1986, 95), A los sen consideraba tanto mis peligrosos cuanto cn ik 0s obreros se les So aiipedcn de den ee Clase que se hallaba en las primeras etapas de su existencis hie como lo habian estado en el pasado los burgueses,y tenfan cleramene un foturo. Astlo advittié Karl Marx, que fundament sobre anaes filosofia de la historia, Aunque —o tal vez porque— no se les podia negar alas clases infriores su simultaneidad, era preciso alzar y mantener claras y firmes barreras: «Al fondo de la discusién sobre la naturaleza de las nuevas “clases peligrosas” de la sociedad de masas subyacia el profundo y permanente temor frente al concepto mismo de naturaleza humana, un concepto que, una vez mas, tiene su origen en la equipara- cién del verdadero ser humano con la pertenencia a una determinada clase social» (White 1986b, 230). La exclusion de las clases inferiores del orden liberal fue probable- mente el tema capital de las discusiones y de las batallas politicas duran- telos cien afios subsiguientes a la Revolucién Francesa. Fueron muchos y diversos los elementos que, a través de esta problematica, pasaron, implicita o explicitamente, alas teorias politcas — desde el estancamiento en las ideas estamentarias a propésito de la conexién entre la propiedad y la responsabilidad politica, pasando por los temas de la educacién moral, hasta las concepciones de la representaci6n y la representa- tividad. Fue, en cambio, mucho menos debatida —salvo en los circulos fe- ministay_—la exclusidn de las mujeres: durante mucho tiempo ni siquie- ra se entendié que hubiera aqui un problema. Bl sexo no figuraba en dl temario de la tcoria liberal. Sie tienen a la vista las opiniones de todos Jos participantes en su conjunto, se advierte que esta exclusién no brotaba, amenudo, de una intencién deliberada, sino que més bien se trataba del problema de la ampliacién —que parecia enteramente natural y ave nadie ee cuestionabs_ de un doble supuesto basico, a saber, el de Ia separacién entre una esfera ptblica y otra privada y el de la identifica. cién dela primera con el var6n y la segunda con la mujer. La sociedad Durguesa se formaba en la esfera publica, en Ia que los hombres rePre- sentaban y defendian sus propiedades —incluidas las de sus mujeres € bijos— su fortuna, sus bienes y su servidumbre. Sélo los hombres a poseian un patrimonio y contribuian a las cargas que pesaban sobre los 87 ciudadanos podian ser considerados como dotados de la plenj derechos politicos (cf. Riedel 1975, 740s)? Plenitud de Hasta fechas recientes no se han Ilevado a cabo estudios sistem; sobre los orgenes dels Srdenes dea politica yla sociedad oon mente vinculados a los sexos. Gracias a ellos ha podide comma que la negacinexplicita de un status especial femenino taza nt consistente que cruza el campo de a filosofia, de la ciencine wea del espiritu, de la teorfa politica y de las normas practicas de Paricips cién politica (cf. Duby y Perrot 1995; Fraisse 1989; Honegger 1991. Pateman 1989; Landes 1988). Muy lejos de liberar a las mujeres y de abrirles la plena participacién en todos los émbitos, el nuevo orden bur, gués introdujo reglas formalizadoras que las expulsaban formalmente de muchas actividades, y en especial de la participacién politica, en las que siempre habian estado presentes bajo el Ancien Régime, al menos cuando las circunstancias eran favorables. «El colapso del antiguo patriarcado» —escribe Joan Landes— «llevé a un orden de la esfera piblica atin més especificamente marcado por los sexos. La creacién de un espacio de autodeterminacién politica colectiva se llevé a cabo me- diante un trazado de fronteras que exclufa a las mujeres. En los debates politicos y de otro género se aludia, como principal argumento de este rechazo, a la constitucién natural de la mujer, a través de una peculiar antropologia femenina cuyo tema esencial giraba en torno a las emocio- nes ya la falta de control y, por tanto, también en torno a la civilizacion yelacceso a la razén. «La exclusion de las mujeres de la esfera pibblica burguesa no fue un hecho accidental, sino uno de los elementos centra- les que permitieron su nacimiento» (Landes 1988, 2 y 7). Con la distincién entre razén y demencia legamos a la raiz de todos los intentos modernos en torno al trazado de fronteras. En su forma ‘iltima, la raz6n se contrapone directamente a la irracionalidad, a la de- mencia. Como en el caso de la peculiar antropologia del sexo femenino, ha habido hasta hace muy poco escasas dudas acerca de la validez de os discursos sobre la demencia y sobre la idoneidad de las consiguientes 3. Elsujeto de este diseurso fue, Ses. Beto nied una teoria y unas definiciones que craban al servcio de aus props i © también se apoyabe, al mi entenderse, por tanto, de un cuerpo de idens en una pecanas co de la vertente del sig x1x al xx como Ia asimila eat covuntura social, es decir, que no se le debe inter crests ace storia de la ideas ni como dinicamente movido por interes 88 précticas de exclusién y control. Pero cuando se x tet, : Ol 6 bisico sobre la necesidad de separarala razén de lainreine heen : ae racio posible llevar a cabo una investigacién distanciada, «argue ide y fue 5 olégican y «genealégica», de la historia de estos di crtremada endeblez de los pears ee eee ol que aquellas practic: asentaban (Foucault 1973). Son sobradamente conocidas las concerns cias de esta apertura y no es necesario describirlas aqui con mayordan le Se dedicarn, ens ga, algunas lines al precedente esono de ‘i limitaciones y a su significacién para una sociologia de la modernidad. Tal vez puedan distinguise en todas as culturasprincipios de csi ficacién que orientan las actividades cotidianas y estructuran las institu- ciones sociales. En los discursos modernos, la linea de clasificacién ba- sica se sittia entre la razén y la civilizacién por un lado y sus factores opuestos — barbarie, tradicién, desorden, emocién, locura— por el oro. Uno de los temas capitales del razonamiento actual es la creacién de orden — ya sea mediante la imposicién del orden sobre la barbarie 0, cuando esto no es posible, mediante la separacién entre lo ordenado y Jo desordenado. Este tema aparece con frecuencia vinculado a la idea del dominio racional: el desorden escapa a la prediccién y al control. Puede aqui observarse que en el curso de la modernidad se ha pro- ducido un desplazamiento en la construccién de lo Otro, aunque no se trata tanto de una inequivoca secuencia temporal cuanto ms bien de una superposicién de temas con cambiantes acentos. A lo largo de un proceso histrico de acercamiento de lo Otro, el tipo de distanciamiento se torna cada vez mas problematico y, al mismo tiempo, més sutil. Mien- tras que se entendia que los salvajesestaban alejados en el espacio y los miembros de las sociedades tradicionales distantes en el tiempo, ahora s dementes estaban inequivocamente pre- fisicamente en el seno de la mis- © Jas mujeres en la pro- ez en el propio cuerpo los obreros, las mujeres y lo: sentes, Las clases inferiores se hallaban ma sociedad (incluso tal en la misma empresa), pia familia y en Ja vida privada, y la demencia tal v y cabeza. Por otro lado, también puede aducirse que el distanciamiento frente alo Otro se hacia ms dificil cuanto més cerca estaba. Es indudable que en el orden del dia de la revolucién burguesa figuraban los temas de los movimientos obreros, los movimientos feministas y Jos movimientos de la psiquiatria que muchos revolucionarios y sus secuaces establecidos habtian preferido ignorar. Con todo, de acuerdo con la propia profesion 89 a de universalidad y autonomia, y a la vista de las limitaciones ins dase injusificables que ellos mismos habianlevantsdg if, metidos pot las dudas y acabaransiendo —al menos pene © derrotados con el tiempo. Bste modo deve forma parte i non laiberacén, yuna parte muy importante, poraue los proces at dos se situaban bajo la figura retérica dl retorno delo reprineae Es también posible, por otro lado, establecer una relacén er proceso de opresi6n y de nueva tematizacion y los cambios historcos, : las confguraciones sociales. Tambin en esta perspectvaseconjene tia la existencia, en los inicios del proyecto modemno, de na ater socialmente peligrosa en las clases inferiores, las mujeres y los dene tes, Pero en el curso de su evolucién histérica se fue modificando es, configuracién social y cambié también, con ello, aquellaalteridad de x} manera que disminuyé su peligrosidad, Esta interpretacién no es inks. bitual en lo que atafe al complejo hist6rico del movimiento abrero, de la cuestién social» y de la transformacién de las instituciones asignat. vas. Volveré més adelante sobre esta materia, Esta es también, proba- blemente, la interpretacién que debe darse a las transformaciones hist. ricas del puesto de la mujer en la sociedad, la familia y la intimidad y a Jas formas de la constitucién de la identidad.* Las modificaciones de la configuracién social pueden leerse como un lento y afortunado triunfo del orden sobre la barbarie. Aquello que habia sido sojuzgado (y tenia que serlo) en los inicios de la modernidad fue siendo poco a poco con- trolado y dominado, hasta que finalmente se le pudo dejar en libertad? Ambos puntos de vista aceptan una exposicién cronolégica que par- te de un inicial trazado de fronteras y de la lenta erosign —o a veces de la stibita destruccin— de aquellas barreras en el curso de la historia. Mas adelante intentaré mostrar cémo los conceptos sustantivos con los que se formaron las fronteras fueron también el material de la construc- cién de la identidad social. Estos tipos de construccién de identidades Billando conceioe de In estat politica feminist, Carole Pateman (1989, 13%) def Tide como adilema Wollstonecrafts» la alternativa entre la exclusion permanente y la adapta las notmas institucionales. so hist 5, Del misino modo que la primera de las visiones citadas 8 conciliable con la descripetén Hi en emnterpre «estas descripciones de acuerdo con un aniline dels hombre le las orientaciones y de las practicas ‘que creuron, en cada caso, : i y de las p |a correspondiente modernidad 90 ee h——“—“ CC “ sh -:-:=:=| |], sociales han ido cambiando a lo largo de la historia; se han ido haciendo cada vez mas «modernos», es decir, autoconstituidos, y no asignados ni cat guralmente» dados de antemano. Pero antes de acometer este exa- yon sustancial, debe describirse la forma institucional que se utilizé para este propésito y que debia contener en sila identidad colectiva. Se Pitas en concreto, del Estado como conjunto de reglas de dominio que precedieron a los movimientos burgueses pero que luego éstos asimila- re ereadoramente y modificaron en el curso de sus luchas. Tratado de fronteras (Il): La modernidad y el Estado Cuando se plantea la cuestién del Estado, aparecen en el campo de la discusién las seguridades, las barricadas que la nueva sociedad alza contta sus propias consecuencias. Desde el punto de vista de los movi- svientos de emancipacién, el Ancien Régime se habia construido sobre bases inadmisibles y era preciso derrocarle. Pero se comprobé que el orden de la razén no crece esponténeamente sino que, por el contrario, ¢s preciso prescribirlo sino se quiere que se vea socavado por a dina- mica de la aplicacién de sus propias premisas. Y asi, se formularon cri- tetios para las practicas sociales que podrian imponérsele a una socie- dad a menudo recalcitrante (cf. Bauman 1991a). En Europa, que ocupa aqui el centro de la exposicién, la percepcion dela necesidad de un trazado de fronteras no acontecié en un contexto politico desestructurado. Al contrario, con el Estado moderno surgido de la etapa feudal, el Ancien Régime dejaba tras de si una destacada forma con la que, y a través de la que, podria erigirse un nuevo orden. Yaen el siglo XVII, esta forma habia sido adornada con el concepto de soberania, con un cierto grado de formalizacion del todavia personal poder del monarca en virtud del Derecho y con un conjunto de practicas de tipo disciplinario para facilitar 1a tarea de gobernar, lo que Michel Foucault llama gobernamentalidad. EI concepto de soberania sobre un territorio y sobre las personas que lo habitan surgié en el curso de los enfrentamientos entre diferen- ——_ moderno (o burgués. materialista, tal como se rte, con observaciones 6. No des ' cep eo entrar agut ene dlatado debate de los ovgeres del Estado ‘expone en ieee rasgos, me atengo a la elaboracién critica de la tradicion ‘trabajos de Mann (1990), Anthony Giddens (1985) y recientemer repecto de las opiniones de Giddens y de Mann, en Heide Gerstenberzer (1990) a1 | tes monarcas y entre éstos y los estamentos en el curso de | y XVII. Hasta la época en que comenzé a ponerse en en ‘i Siglos xyy de la monarquia estaba firmemente asentada la opine ia cuanto se hallaba sometido a un sor formaba una espece Peron ver de rechazar plena y totalmente las unidades ies habria sido de esperar de un pensamiento liberal radical, Kee cambié fue el liga de origen de la fuente hima dela legiimidad of sociedad no representa ya sino un cuerpo y puede encarnatseen sft ra del principe, entonces el pueblo, el Estado ylanacion eonsigues fuerza nueva y se convierten en los més importantes polos con lo gt poder designar la identidad y la comunidad social» (Lefort 1988b, 239), Por consiguiente, todo lo que se necesitaba era, en esencia reinterpre tar, en clave constitucional y republicana, el anterior y aceptado con. cepto de soberania. Las instituciones estatales ya existentes en Europa facilitaron esta reinterpretacién, y su firme continuidad a través de las agitaciones revo- lucionarias demuestra que este desplazamiento de la definicién podia ser de utilidad para las practicas del dominio. En todo caso, desde punto de vista terico la tensin entre Jas razones individualistas y las colectivistas del orden politico que caracterizaba a toda la teotia social del contrato no sélo no se amortigué, sino que mas bien se acentué en virtud de la experiencia de que, durante la Revolucién Francesa, «l pueblo» amenazé con ejercer efectivamente la soberania. ¥ asi, Hes por ejemplo, aprecié tanto los valores burgueses liberales como los r volucionarios, pero también reconocié que la nueva sociedad carecia de trabaz6n. La concepcién hegeliana del Estado como encarnacién de una Razon superior era un medio para conciliar el reconocimiento de las autonomias y las peculiaridades individuales con la necesidad de un todo unificador. Puede definirse como problematica hegeliana la concia cién de la conquista histérica de las libertades abstractas con la car dad del restablecimiento de una identidad colectiva en la comuni (cf. Habermas 1989; Honneth 1989). se Una parecida evolucién paraddjica (0 dialéctica) puede observa 2 en el campo de las practicas de los Gobiernos. Bajo el Ancien Régime nico gue 1 sin def ptm eee) iene Po ge 7. Esta triple enumeracién escamotea una parte de la problematice: el nir, al Estado se le determina por las pricticas institucionales, y 4 la «nach yncep lingisticas, Hasta ahora he hablado del «Estado», Mas adelante abordaré los co blo» y de «nacién», . 92 promulgaron edictos y disposiciones que regulaban cada vez més deta- lladamente los aspectos de la vida cotidiana de los stibditos. Se produjo una invasion de las autoridades en el ambito de actividades hasta enton. ces incontroladas o al menos no sujetas a la inspeccién del Estado cen. tral. Esta invasién perseguia el objetivo de conseguir el sometimiento, consolidar la injerencia del Estado en la sociedad y transformar la sobe. rania en gobierno auténtico, segtin la formulacion de Michel Foucault, En la seccién de explicacién de los motivos, la invasién se acompaiiaba dela promocién de las llamadas ciencias cameralistas (0 mercantilistas), cuya misién consistia en desarrollar el conocimiento sistematico de log ambitos afectados por las intervenciones gubernamentales (Maier 1980; Oestreich 1982; Foucault 1979). Pero por este camino se modificé también el dominio personalista de los sefiores feudales. Aunque no se buscaba expresamente la supre- sién 0 sustitucién de este dominio, de hecho las nuevas regulaciones desembocaron en una reglamentaciGn objetivada y formalizada bajo la forma del Derecho piiblico. Con la existencia de un conjunto de activi- dades formalmente reguladas, emergié también un espacio libre, al que no alcanzaban aquellas reglamentaciones oficiales y, con ello, la idea de la libertad frente al Estado, De este espacio, creado también a través de las profundas y penetrantes reglamentaciones cameralistas, pudo apro- vecharse mas tarde el discurso de la liberacién (Gerstenberger 1990, 516s). Zygmunt Bauman (1992b, XIII y XV) ha descrito la relacion histé- rica entre el discurso de la Ilustracién sobre la libertad y la utilizacién de las instituciones publicas en los siguientes términos: «Las crudas rea- lidades politicas tras el [...] colapso definitivo del orden feudal hacian Parecer mucho menos atractivas la diversidad de los estilos de vida y la relatividad de las verdades [...] Los soberanos, ilustrados y menos ilus- trados, comenzaron a construir de nuevo, a ciencia y conciencia, el or- den de las cosas (...] El nuevo orden modemo se inicié con la titubeante busqueda de estructuras en un mundo que subitamente se habia visto Privado de la que tenia». Alo largo de una impresionante serie de estudios, Bauman ha traza- do un cuadro de la modetnidad de firmes y nitidos perfiles. La constitu- cion de la modernidad deberia entenderse, segiin su punto de vista, Somo la imposicién monopolista de un nuevo régimen caracterizado Por la voluntad de homogeneizar lo diferente, de imponer el orden y 93 eliminar la ambivalencia. La reclamacién monopolista del E; derno sobre el territorio y su poblacién esta estrechamente pe Mo. da con la pretensisn universal de la filosofia y de a sociologist verdad. Y asi, puede distinguirse entre las practicas intelectuales a dernas que disponen de la ley y las practicas interpretativas aa nas sutgidas ms tarde como respuesta a las imposiciones mod, = (ademas de Bauman, 1991b, cf. 1987, 1992a y d). Se trata, a todas luces, de un retrato de vigorosas pinceladas que, en una situaci6n en la que vuelven a equipararse la modernidad y la moder. nizaci6n «realmente existente» con la superioridad normativa y funcio- nal, recuerda oportunamente el dominio cuasi-totalitario ejercido en nombre de la idea universal de la Razén. Pero Bauman encierra curiosa- mente su linea argumentativa central sobre la moderna imposicién del orden entre dos corchetes. Como la anterior cita indica —y aunque muy raras veces se manifiesta enteramente explicito respecto de las periodi- ficaciones histéricas— Bauman considera que los objetivos originarios de la modernidad son la libertad, la diversidad y el relativismo. Cuando ya no pudieron mantenerse, la modernidad se concentré en el orden del caos y en la eliminacidn de la ambivalencia en nombre de la razén y por medio del control burocratico. Por esta via, el nacionalsocialismo y el estalinismo se convierten en la sintesis de la modernidad. Sélo que nun- ca pudieron ser totalmente reprimidas las corrientes subterréneas y la libertad, la diversidad y el relativismo resurgieron una vez més bajo d signo de la postmodernidad. Bauman prefiere estas iltimas tendencias, aunque reconoce los problemas de fragmentaci6n y de disolucién como consecuencia de un insuficiente grado de entendimiento y de la falta de consenso y de solidaridad social (cf. el capitulo final de Bauman 1987 ¥ 1992a; también 1988). letnas Esta distincién entre lineas principales y lineas secundarias no resol ta muy satisfactoria. Parece insuficiente en el plano conceptual, poraue no incluye la ambivalencia radical de la modernidad. Y perturba, ade- més, la secuencia histérica. La cita anterior invita a pensar que él tem0F ante la libertad fue posterior a la experiencia postrevolucionaria de l inseguridad e introdwo la vuelta al orden. Pero entendidas como Spnexién directa ¢ inmediata, ni una ni otra cosa son defendibles. coal Sr ed come Ie concens de mn Sy clos — es decir, sJucion a antes de las revo : aunque la idea del vacio social esta relacie, dela Revo ionada con el terreur 94 Jucién Francesa, la experiencia histérica de la diversidad y el relativis- mo era muy limitada en la Europa postrevolucionaria, Es indudable que Ja Revolucién acentué la conciencia de la necesidad de nuevos limites. Pero se mantuvieron (a veces muy de propésito) en vigor la mayoria de las reglamentaciones de los Estados prerrevolucionarios, y fueron utili- zadas —con las pertinentes modificaciones— para la creacién de un orden con limitaciones. No deberia equipararse el discurso de la Ilustracién con las practi- cas sociales de los revolucionarios burgueses. Estos tltimos estaban con mucha frecuencia dispuestos a formar alianzas facticas con los grupos ilustrados moderados de sus adversarios. Las admoniciones conserva- doras frente a una inaceptable homogeneidad igualitaria de la sociedad corrian paralelas a las preocupaciones burguesas respecto a la conten- cin de los procesos puestos en marcha tanto en las controversias poli- ticas como en las medidas reformistas. Las instituciones, basicamente organizadas por el Estado, a las que Michel Foucault ha dedicado su més concentrada investigacion, a saber, las escuelas, las cérceles y los centtos psiquidtricos, revelan un cardcter a la vez educativo, disciplina- dor y excluyente, del mismo modo que los discursos sobre ellas mues- tran rasgos unas veces ms ilustrados y otras mas conservadores. Por ambos lados, tanto el conservador como el liberal, existia una clara conciencia de que tal vez la forma estatal no tuviera capacidad suficiente para mantener el orden social. También la contencién de la utopia liberal necesitaba elementos sustantivos. La construcci6n social de la identidad y el retorno de lo reprimido El discurso moderno disefiaba al hombre como una unidad auténo- ma frente a sus semejantes, con control sobre su cuerpo y sobre la natu- taleza y capaz de acciones ordenadas a un fin. Estos rasgos esenciales de ‘una teorfa racionalista ¢ individualista de la accién humana se encuen- tran también, y no en dltimo lugar, en las designaciones de significados anaae de la modernidad de la sociologia modernista.* Pero ni si- ‘2 a los propugnadores de esta concepcién, y mucho menos, por — 8. Hay en Jous (19924) u sortase 7 sama impresionante tentativa por describir y criticar de forma global las 95 supuesto, a otros contemporaneos ee s mas escépticos, Seles escapes, que es ajena a la realidad, Esta visi6n fue inerpretada mas bien a moat de programa, justamente como proyecto de la modernidad par alos hombres desu sometimiento ala naturalezs, de las relacione et seadas con otros hombres 0 de sus contradicciones internas, «Pye, definitiva, la modernidad es una rebelién contra el destino y la ady_ cién» (Bauman 1992a, 92). Los moderizadores y su crticos eran conscientes, al menos en pane de un defecto profundamente enraizado en todo su pensamienta §, trataba de la sospecha de que creaban un mundo frio, de que destugn todo sentimiento de pertenencia. En su versién optimista, el discuns modernista contemplaba la liberacién como destruccién de todas ataduras indeseadas, de todas las relaciones impuestas, pero también, mismo tiempo, como libertad para la creacién de nuevas comunidades de su propia eleccién a través de individuos concretos, La tercera con. signa de la proclama de la Revolucién Francesa —fraternidad— expre. sa (a pesar y por encima de su forma sexista) esta esperanza y estas expectativas. Aunque tal vez no en principio, si al menos en perspectiva sociolégi- ca, esta idea adolecia de falta de realismo. Las elites modernizadora fundamentaban implicitamente sus propias practicas en la continuidad de algunos vinculos «naturales». Y la mayoria de la poblacién, més ex puesta a la modernidad de lo que hubiera elegido por s{ misma, se en- frentaba abiertamente a los nuevos acuerdos, colectivamente vinculan- tes, antes ya de someterlos a comprobacién individual y racional. Una gran parte de lo que resta de este capitulo —por no decir que de todo el libro— se dedicara al problema de estos dos tipos de vinculaciones, de las que se siguen considerando «naturales» —probablemente insertas en el proceso de una ulterior disolucién—y las de nueva creacién, cons: tantemente amenazadas por la destruccién, pero también abiertas aun nueva y renovadora fundacién, Recurramos para esta discusidn a las formas de la alteridad de las ae* cl hombre moderno procuraba distanciarse. El pensamiento modem? — el objetivo del control del propio cuerpo y de la naturalez ie Gas a entzelo bumano y lo natural. Pero - ee Sideraba que la humanidedens ene Mane a Sapa ad’ era parte constitutiva integral de wn y que la naturaleza era una fuente a través de lec ctip. 96 hombre podia despertar su propio yo, el discurso moderno se incliné fi- nalmente hacia una comprensién instrumental de esta naturaleza, Nose trataba de un punto de vista inequivocamente buscado, sino mas bien sugerido por un dilema intelectual. El problema consistia en que debia aunarse el rechazo de la religién con una acentuacién del significado de lanaturaleza. «El lenguaje, que parece necesario para todas las cosas, no deja espacio ninguno para ésta. [...] Se niega el problema: lo que no pue- de expresarse, queda a medias reprimido» (Taylor 1994, 601), Pero tam- bién este paso fue controvertido. El romanticismo postrevolucionario, por ejemplo, intento revivificar la idea de la unidad natural. De todas formas, eldiscurso modernista asumié la decision tltima de despojar a la natura- leza de su cardcter divino y ponerla al servicio y la explotacién del hom- bre (cf. recientemente Latour 1995). Se consideraron también, en general, como residuos de la natura- leza —que debian ser reprimidos— los elementos incontrolables e im- predecibles del comportamiento humano, incluida la demencia. Desde los dias de Freud, el control del espiritu y del cuerpo se analiza bajo la figura retorica del «retorno de lo reprimido». Las consecuencias de las activi- dades humanas no atribuibles a quienes las realizan pero en todo caso no- civas para la naturaleza (que, para diferenciarlo de los seres humanos, pue- de denominarse «medio ambiente») estén siendo analizadas, desde hace algtin tiempo, a propuesta de los economistas, bajo el epigrafe de «exter- nalidades». Ambas formas retéricas implican el concepto de trazado de fronteras y de exclusi6n. Apenas se define una cosa, se traza una frontera entre el interior y el exterior. Los fenémenos se estructuran de acuerdo con su situacion respecto de esta frontera. La imposicién de una linea di- visoria puede tener ventajas, pero de una u otra forma también aparece- ran costes, sélo que se puede conseguir que en parte (es decir, en el tiem- po, en el espacio...) permanezcan invisibles. Se reprimen algunos aspectos dela realidad para poder desplegar otros. Cabe, de todas formas, sospe- char que sélo se puede privilegiar a los fenomenos de aquende las fron- teras al precio de un retorno de lo reprimido.? 3. Mitzman (1987, 674) ha recurtido a este concepto para caracterizar los movimientos cultura: Pestrevolucionarios en Francia, La opresién y el renacimiento de la diversidad y la diferencia es tho de los temas del postmodernismo (cf. Lyotard 1989). Michel de Certeau (1991, 13s) define los, Bitodos de clasiicacin de la historiografia como una eleccidn «entre lo que puede “entenderse” y 506 debe olorderse para conseguir una descripcién hoy comprensible». Pero este método no esca- Pala ley del aretorno de lo reprimido», de la vuelta de lo que en un momento determinado se ha verde en inimaginable, para que resulte imaginable una nueva identidad. 7 ea acacsreretecace 22, | EI pensamiento moderno traza normalmente ae €n los pun. tos en que antes predominaban concepciones im: ve 7 ¥ abiertas, ‘Acabamos de mencionat el orden especificamente relaciona 6on el sexo ae i jue bajo el Ancien Régime las mujeres d en la vida piblica. Mientras que b : el estamento superior podian contribuir, sin trabas, a los debates piby. cos, tras a Revolucién Francesa fueron excluidas, durante el siglo x1y, de la partcipacion institucional en la politica y de todas las regulacig. nes del derecho electoral. En este punto, la igualdad no legé hasta el siglo XX, y en algunos paises incluso sélo después de la segunda gue. rra mundial. A diferencia del «problema ecoldgico», pareceria ser que el «pro. blema femenino» es perfectamente solucionable a partir de los funda. mentos de la modemidad, concretamente mediante la aplicacién de la igualdad de derechos. Pero es muy instructivo advertir que durante mucho tiempo no se avanz6, en la prictica, a lo largo de este camino, El punto de cierre de la modernidad consiste, en mi opinién, en que la regla social para el deseo humano de socialidad intima esta descrito en conceptos adscriptivos, es decir, como vinculacién asimétrica en un ma- trimonio que asigna a las mujeres una situacién de inferioridad frente a los hombres y las circunscribe al hogar. Una orientacién «verdadera- mente moderna» al individuo aislado, referido a si mismo, habria gene- talizado las reglas para las practicas asignativas y autoritarias, habria «abierto» y convertido en piblico el problema de la socialidad intima y habria permitido también a hombres y mujeres crear por s{ mismos sus Propias reglas a través de sus practicas — con todas las inseguridades que esto acarrearia, Un orden del espacio publico especificamente refe- rido al sexo y 1a escasa atencién prestada al problema de los sexos ti nen evidentemente su lugar tematico en el mantenimiento de un espacio cerrado y protegido, que no podia quedar expuesto a las libertades dela modernidad (cf. por ejemplo Gould 1984; Holmes 1984; Beck y Beck- Gernsheim 1990). El sexo y la naturaleza son, a tod temente elaboradas en el discurso y significativamente, en los las luces, dos cuestiones insuficien- as pricticas de la modernidad. Pero, Primeros afios del siglo XX y en la década de © este mismo siglo, es decir, en las épocas que he intentado mmo la primera y la segunda crisis de la modernidad, se han emprendido nuevos intentos de gran calado por abordar estas materias nunca enteramente solucionadas, describir co 98 4 Llegados a este punto de mi argumentacién querria centrar la aten- cién en dos cuestiones que han sido utilizadas en el curso de la historia para solucionar —al menos por algiin tiempo— las contradicciones de la modernidad. Se trata del problema de la identidad cultural y lingitisti- ca, también llamado la cuestién nacional, y el de la solidaridad social, la cuestién social. En ambos casos pudo conseguirse una provisional con- tencidn de la modernidad. Antes de pasar al andlisis detallado de estos dos temas, debe sefialarse, en términos generales, la conexién entre el trazado de fronteras y la formacién de identidad. Muy lejos de estar ala altura del ideal abstracto de los individuos aislados, libres de todo tipo de ataduras y limitaciones, en las primeras etapas de la modernidad se mantuvieron en vigor algunas limitaciones e incluso se crearon otras nuevas. Algunas de las primeras soluciones a los problemas generados por la propia modernidad trabajaban con la concepcién de las circuns- tancias 0 realidades naturales. La raza, la lengua, el sexo suministraban criterios para distribuir a los individuos entre los diferentes érdenes sociales y para asignarles su puesto en ellos.!” Es patente que ninguno de estos criterios ha desaparecido hoy por entero. Pero a pesar de su intensiva aplicacién (¢o tal vez precisamente por ello?) han perdido, en el transcurso de la historia de la modernidad, capacidad de convicci6n. Los grandes movimientos migratorios han di- ficultado la tarea de coordinar los grupos con territorios cultural y lin- giiisticamente homogéneos y no siempre los intentos de asimilacién cul- tural, a veces desarrollados con métodos coactivos, han tenido los resultados apetecidos. El creciente acceso a las practicas asignativas y autoritarias «abiertas» y los éxitos de los movimientos feministas han modificado la situacién de la mujer en la sociedad. Aunque se esta lejos de haber alcanzado una igualdad total entre los sexos en las practicas sociales, medidas por contingentes, no ha podido mantenerse ya en pie por més tiempo la vision del hogar como unidad sociopolitica. Tienen cada vez menos aplicacién los criterios adscriptivos que determinarian completamente la pertenencia de un individuo a un grupo social. 10. Si aceptamos la idea de que es dentro del oitos —representado en el orden politico Gnicamen- te porel vardn— donde se regulen el bienestar socal, ls relaciones sexuales, la produccién compa: tible con el medio ambiente y la pertenencia cultural, estas cuestiones ni siquiera se plantean. El Problema social sélo aparece a una con la simulténea universalizacién y atomizaci6n. Esta mirada Benealégica alas fuentes del pensamiento moderno acentaa el peso que tiene para la constitucién de |a sociedad toda diferencia entre la esfera pablica y la privada. 99 ON En un primer paso, que podriamos lamar hist6rico, €StOS citer fueron complementados con otros que definfan los intereses segin y siciones sociales. Se disefié la identidad social como pertenencia q una clase. Aunque la posicién del individuo dentro de la clase ni estaba 35 lidamente prescrita ni era totalmente inmutable, la mayoria de los dis. cutsos politicos desde mediados del siglo XIX y a mediados del siglo xy la consideraban una realidad cuasi-natural. La persona nacia en ung determinada clase y posicién social, crecia en ella y, con casi total seu, tidad, nunca la abandonarfa. Tales circunstancias podian proporcionat un sdlido cimiento sobre el que asentar una identidad colectiva, Pero en tiempos recientes también esta construccién de posiciones de clase se ha erosionado, junto con sus trazados de fronteras. Ha au- mentado sensiblemente la probabilidad de cambiar la posicién de cla- se. ¥ —lo que es atin mas importante en este capitulo de la formacién de identidad— las practicas sociales estén hoy mucho menos organi- zadas en paralelo con una situacién de clase determinada por la eco- nomia que por ejemplo en las postrimerias del siglo pasado. Las co- munidades que hoy acufian identidades sociales se basan con frecuencia en un acuerdo colectivo y no son directamente transmitidas por la so- cializacién. Dentro de las diferentes comunidades, todos y cada uno de sus miembros participan hoy activamente en su establecimiento y en sus modificaciones. El sentimiento de identidad colectiva puede ser en estas personas muy acusado, debido precisamente a que son ellas mismas quienes han disefiado la comunidad. Pero, por esta misma raz6n, la reflexién se mantiene abierta y, Por tanto, inestable durante todas las etapas de la vida. Este esbozo es, evidentemente, demasiado esquemitico. Se volveré més adelante sobre él para analizarlo mas a fondo. En todos los mo- mentos de Ia historia de la modernidad han coexistido juntas ls tes formas. No debe asumirse la existencia de una tendencia lineal 0" tongada a todo lo argo de una sociedad. Se puede, con todo, relat vader ata la observacién, mas general, de que los supuestos acer 85 naar la construccién de identidades sociales (ads ahmed © Socialmente adquitidas y cuasi-naturales o elegidas ¥ socialmente ¢ Hanes ise pe tora, Muy a graces) han ido debilitando con el curso de li (aspecto que se estudiara més adelante con mayor detalle), el segundo con la modernidad organizada y el tercero con la modernidad liberal ampliada. La modernidad liberal restringida: Los perfiles de la represion de la utopia liberal Las luchas hist6ricas acerca de la posibilidad de implantar la moder- nidad en Europa se concentraron en los temas de la identidad cultural y lingitistica y de la solidaridad social. Se trataba de enfrentamientos en torno a la delimitacién del significado sociohistérico de la modernidad. ‘Aunque el planteamiento tedrico era, en general, abierto e ilimitado, se procuraba mantener sus consecuencias dentro de limites colectivamen- te controlables, Cuanto a la sustancia, se distinguian dos criterios deli- mitadores. Se entendia que la nacionalidad era —a través de los concep- tos de identidad social— una frontera constitutiva. Cuanto a la solidaridad, aunque ya se hablaba de ella en la revoluci6n, se trataba de un criterio desarrollado como respuesta a las consecuencias de la mo- demnidad para la sociedad. Comenzaré, pues, por el andlisis del prime- ro, para pasar luego al estudio del segundo. La forma que fueron adquiriendo poco a poco las sociedades politi- cas tras la ruptura moderna no fue la del Estado nacional politicamente liberal y democratico, sino la del Estado nacional definido por la lengua y la cultura — al menos como ideal al que tender. Ahora bien, la base lingtifstica y cultural de este tipo de Estado tenia muy poco que ver, en cuanto tal, con el concepto moderno de la autonomia. Trazar la frontera alrededor de un territorio y definir a sus habitantes segtin su nacionali- dad se contradice con la idea de la universalidad de los derechos. Se trataba, ademés, respecto de la sustancia cultural y lingitistica, no tanto de una tradicién consolidada cuanto mas bien de un nuevo tipo de fron- tera. «Las elites aristocraticas tradicionales de la Europa premoderna no habjan tenido ninguna especial dificultad en gobernar sobre grupos étnicos y nacionales diferentes» (Mommsen 1990, 216). Ello no obstante, se advirtié rapidamente que el Estado nacional era el instrumento conceptualmente adecuado para la implantacién efecti- ss la modernidad. Se cre6 un lazo de unién entre las ideas liberales y acionales mediante el concepto de autodeterminaci6n nacional. «La 101 mezcla de la soberania popular con la de la soberania y la autodeterm). nacién de la nacién —que ya figuraba en la Declaracin de los derechos del hombre de 1789— subordina el proyecto moderno de la autonomig a.una forma supuestamente paradigmatica —aunque sélo Parcialmente moderna— de identidad colectiva» (Arnason 1990, 38s). El problems consistia, naturalmente, en definir qué parte del mencionado colectivo deberia formar la nacién. En numerosos paises europeos, entre ellos, y no en tiltimo lugar, en Alemania y en Italia, algunos politicos intelectuales mezclaron la idea de un orden politico liberal con la busqueda de algiin colectivo natural en el que se encarnaria este orden. Se desarrollé la concepcién de que de- berian fomarse en Europa grupos colectivos homogéneos a través de tuna lengua y una cultura comin heredada y transmitida a lo largo de la historia. En Alemania, Johann Gottfried Herder propuso la idea de pue- blo como unidad ontolégica y Friedrich Schleiermacher vinculé —en un movimiento que podria considerarse literalmente postmodernista— la posibilidad del conocimiento a la previa existencia de practicas lingiiis- ticas comunes, de donde concluyé que todos los hablantes de una len- gua deberian formar una unidad. En Italia, los intelectuales del risorgimento eran conscientes del hecho de que no abogaban simple- mente porque deberia unirse lo que forma parte de un todo, sino que Promovian la creacién de una comunidad a partir de una pluralidad de diferentes orientaciones culturales y diversas situaciones sociales. En este caso, se tomaba como cimiento y fundamento de la comin perte- nencia una historia comin o, al menos la idea de una historia oman (Gellner 1983; Smith 1979, 3). El concepto de nacién predominante en Francia tenia auténticos rasgos de modernidad en cuanto que se la velt tan sdlo como el marco necesario para la emancipacin individual (como una aglomeracién de individuos). El Pensamiento aleman estaba domi nado por la idea de que la unidad de lengua y cultura es anteriot a ls Personas concretas (la nacién como individuo colectivo). Todos est’ visiones dan bien a entender, bajo sus dos formas, «la dificultad com que topa la ideologia moderna en su intento por transmitir una image? dela vida [...] social» (Dumont 1991, 142), Aquellas tentativas intelectuales distaban mucho del nacionalis™® ooo ee ae del siglo xrx, pero también elas tee imuinidades Bas a ir la autodeterminacién colectiva ‘en torn a aginadas, ya que evidentemente ni los pres 102

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