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Estas seis pinturas se pueden comprender como un ciclo que vuelve a reproducirse
constantemente bajo nuevas formas y diferentes edades, incluso podremos en un mismo día
recorrer todo el ciclo. Finalmente aparecerá esa Preocupación última, la noción de
identidad ahora tendrá que ver con la muerte, con el paso de ese umbral, con la
imposibilidad de la posibilidad del Dasein, con el esperar-se en los límites de la verdad, en
que recién vislumbraríamos nuestro ser más propio ya no desde la pulsión erótica o su
sublimación, sino que desde la pulsión tanática, desde la aporía, desde la aniquilación de la
personalidad, del ego y del estado narcisista.
Por lo tanto la identidad nunca será fijada o tendrá residencia estable, sino que se concebirá
como entidad móvil y constantemente mutable. En este sentido se desarrollará la obra desde
algunas nociones de la filosofía de Levinas (lo más propio de la identidad será el estar
constantemente redefiniéndose), de las microidentidades de Francisco Varela (múltiples
identidades dependiendo del contexto, más cercano a la fenomenología de Merleau Ponty,
del solipsismo), de la derrelicción de Heidegger (siempre la conciencia se teñirá por una
tonalidad emocional, no habrá pensamiento neutro, solo en la muerte o en la vacuidad
mental).
Desde estas nociones se concebirá el retrato y sus aspectos formales, por ejemplo las
deformaciones tensionarán la imagen hacia el movimiento, hacia la inestabilidad del estado
emocional y la mutabilidad de éste. La tensión entre la figuración y la abstracción darán
cuenta de esa imposibilidad de la definición exacta, la verdad de nosotros mismos siempre
estará en movimiento. El claroscuro también buscará esa tensión entre lo que se muestra y
lo que se oculta, entre lo lleno y lo vacío, dramatizando la atmósfera del cuadro.
Todo lo específico y singular que se anota en el rostro como rasgo de carácter o como
patrón y línea de temperamentos regionales y propiedades adquiridas sólo puede entrar en
el rótulo facial a través de la protracción del tierno entretenimiento del mutuo iluminarse de
los rostros de madres e hijos en el período del cobijo posnatal. Su hacia aquí y hacia allá
está anclado en antiguas sincronizaciones histórico-tribales de los juegos de ternura
protoescénicos; es parte de un conjunto de esquemas innatos de participación bipersonal
emotiva.
Todas las pretensiones de construir un yo estable a partir de lo social nos llevan a una
posición que carece de autenticidad y anclaje ontológico. Los cuadros modernos están
llenos de identidades a la deriva, de rostros sin perfiles, de nuevos espacios del anonimato.
De allí que haya que interrogar ¿Cómo realizar un retrato de un hombre que posee una
identidad en fuga? ¿Hay posibilidades ciertas de fijar una imagen en medio del vértigo, en
el fluir de las nuevas sociedades líquidas? Los juegos de lenguaje habituales fracasan ante
las experiencias del origen y los intentos de reconocimiento identitario. Quien desea
avanzar en este punto entra necesariamente en el terreno fronterizo entre descubrimiento o
invención. Así sólo será posible fijar una imagen anclada a una identidad por medio de
nuestra auto-narración, de la invención de sí, a través de esa mirada bizca hacia la tensión
entre lo que hemos sido y lo que buscamos ser. Todo hombre se construye así, por sus
palabras, por lo que dice y se dice de sí mismo. El relato de un hombre sobre sí mismo es lo
único que poseemos para re-construirlo.
Nosotros, especialmente los occidentales, devoramos las caras como los sexos, en su
desnudez psicológica, en su afectación de verdad y de deseo. Desprovistas de mascaras, de
signos, de ceremonial, resplandecen en efecto con la obscenidad de su demanda.
Baudrillard (Las estrategias fatales pg. 62)
Ramón Muñoz
Artista visual de la Pontificia Universidad Católica
Mail: romunoz@uc.cl
Teléfono contacto: 9-5998040
Diciembre 2009