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La serie de pinturas Encarnaciones, que también puede entenderse como una secuencia,

nace de una prolongación de inquietudes en torno a la noción de Identidad, que vengo


desarrollando desde mi examen de grado para la escuela de arte de la Pontificia
Universidad Católica en el año 2007.
Inquietudes que me han derivado a indagar en la problemática del hombre como ser para
la felicidad (en que pareciera que al sentirnos felices se nos manifestara nuestro ser mas
propio), en las diferentes fuentes de angustia y corte con la experiencia (existenciales,
filosóficas, teológicas, emocionales) y en lo espiritual que se puede hallar y desarrollar en
el ser humano como vía de reconstitución del vínculo perdido, con el debido cuidado que
requieren estos conceptos tan manoseados por la moda new-age, o sea, con cierto
escepticismo y pretendiendo una altura de miras arraigada a mi propia experiencia
emocional y sensorial.

En esta serie de pinturas el acento está puesto en la emocionalidad misma, manifestada en


la gestualidad del retrato. Para lo que se consideró la Teoría del apego de Bowlby,
estableciendo como punto de partida la sensación del apego seguro (que en la primera niñez
se da con la madre y que luego se expande a la experiencia de los distintos vínculos
afectivos que se establecen en la adultez). Este punto de partida busca demarcar ese
momento en que nos sentimos congraciados con la existencia, seguros, estables, plácidos,
momento delicioso que pretendemos prolongar la mayor cantidad de tiempo posible.
Probablemente esta pulsión la desplegamos desde la seguridad del útero, primer habitáculo
del ser humano.
Con esto se pretende definir esos momentos de Apego en que aparentemente se nos
manifiesta nuestra identidad como una suerte de verdad absoluta, en un momento
determinado en que todo parecerá encontrarse en orden, para luego inevitablemente sentir
la pérdida de ésta. Aparecerá la Nostalgia, la sensación del momento perdido, el comienzo
de la escisión de la personalidad, de nuestra noción de identidad que creíamos asegurada.
Luego buscaremos comprender, controlar, desplegando los mecanismos mentales, el afán
de Con-tensión, el afán racional y técnico, la búsqueda de los absolutos y las utopías. La
frustración será inevitable, el mecanismo sapiencial no será suficiente. La vida se enfriará y
nos expondremos vulnerables y frágiles. La vía que nos quedará va a ser la del
Desprendimiento, la necesidad de vacuidad del aparato mental para volver a entregarnos al
dolor y al sentimiento. Ya no controlamos, somos controlados por el mundo emocional.
Salimos a la deriva de nuestro propio mundo para que en el momento menos pensado se
nos aparezca de nuevo un Nuevo aroma, que nos de cuenta de que seguimos vivos,
deseosos de nuevas experiencias, de que estábamos entrampados en un círculo onanista. Sin
embargo deberemos de nuevo entregarnos a la libre pulsación del deseo, ahora a sabiendas
de que probablemente nos lleve a sufrir una nueva pérdida. ¿Nos entregaremos o no?,
¿abandonaremos el estado narcisista y la pretensión de control?. Va a depender de cada uno
y si nos entregamos nuevamente a la vida aparecerá una Sinfonía abstrusa, perderemos el
control y el momento ganado será indefinible, sentiremos que reencontramos el sentido, nos
sentiremos más vivos, con nuestra identidad recuperada y con el tiempo recobrado, nada
habrá sido en vano.

Estas seis pinturas se pueden comprender como un ciclo que vuelve a reproducirse
constantemente bajo nuevas formas y diferentes edades, incluso podremos en un mismo día
recorrer todo el ciclo. Finalmente aparecerá esa Preocupación última, la noción de
identidad ahora tendrá que ver con la muerte, con el paso de ese umbral, con la
imposibilidad de la posibilidad del Dasein, con el esperar-se en los límites de la verdad, en
que recién vislumbraríamos nuestro ser más propio ya no desde la pulsión erótica o su
sublimación, sino que desde la pulsión tanática, desde la aporía, desde la aniquilación de la
personalidad, del ego y del estado narcisista.

Por lo tanto la identidad nunca será fijada o tendrá residencia estable, sino que se concebirá
como entidad móvil y constantemente mutable. En este sentido se desarrollará la obra desde
algunas nociones de la filosofía de Levinas (lo más propio de la identidad será el estar
constantemente redefiniéndose), de las microidentidades de Francisco Varela (múltiples
identidades dependiendo del contexto, más cercano a la fenomenología de Merleau Ponty,
del solipsismo), de la derrelicción de Heidegger (siempre la conciencia se teñirá por una
tonalidad emocional, no habrá pensamiento neutro, solo en la muerte o en la vacuidad
mental).
Desde estas nociones se concebirá el retrato y sus aspectos formales, por ejemplo las
deformaciones tensionarán la imagen hacia el movimiento, hacia la inestabilidad del estado
emocional y la mutabilidad de éste. La tensión entre la figuración y la abstracción darán
cuenta de esa imposibilidad de la definición exacta, la verdad de nosotros mismos siempre
estará en movimiento. El claroscuro también buscará esa tensión entre lo que se muestra y
lo que se oculta, entre lo lleno y lo vacío, dramatizando la atmósfera del cuadro.

La selección de las imágenes responderá a la intención de dar cuenta específicamente de


alguna emoción, buscando la transparencia y honestidad de la gestualidad del rostro. Casi
todas provienen de películas y específicamente para la de Preocupación última se eligió
una imagen del compositor lituano Arvo Part por su efectismo en cuanto al gesto de
ensimismamiento y para proponer el diálogo con su música.
El tratamiento posterior de la imagen tendrá que ver con el uso de filtros de colores y
específicamente con la deformación de la imagen, contando con referentes como Francis
Bacon. El traspaso a la tela se hace con impresión digital que luego se intervendrá con óleo
y/o acrílico dependiendo el caso. La intervención podrá variar desde la total cobertura de la
tela hasta veladuras simples para la intensificación de ciertos tonos. El resultado que se
buscará responderá a aspectos más intuitivos y viscerales propios del ejercicio creativo y
del trabajo sobre alguna emocionalidad específica.

De este modo se constituye un método vinculado al propio trabajo en torno a la


introspección del mundo emocional, partiendo desde la propia forma de experienciar el
universo afectivo. La representación parte de uno mismo como proyección de la intimidad,
de los ciclos sensibles con que incorporamos las propias experiencias y sensaciones del
entorno circundante en un movimiento cíclico en que causa y efecto se deforman en sus
funciones aparentemente obvias y que finalmente se confunden en una suerte de Sinfonía
abstrusa.
Notas complementarias de Adolfo Vásquez Rocca: Rostros y espacio interfacial; hacia
una teoría del retrato en Sloterdijk.

Así para Lévinas el rostro, y en particular la mirada, es el principio de la conciencia


emotiva, ya que la identidad sólo puede constituirse a partir de la mirada del otro; frente a
ella develamos nuestra frágil desnudez, nos volvemos vulnerables y comprensibles, somos
traspasados.
El rostro, como lo supo plasmar Bacon, no es algo fijo. El rostro, el de los otros tanto como
el nuestro, cambia, se deforma, se esfuma. Ninguna imagen puede darnos la idea del todo.
Una foto no lo abarca. Se adhiere a lo real, pero no lo devela. De ahí la imposibilidad
baconiana de completar el retrato de un hombre.

Todo lo específico y singular que se anota en el rostro como rasgo de carácter o como
patrón y línea de temperamentos regionales y propiedades adquiridas sólo puede entrar en
el rótulo facial a través de la protracción del tierno entretenimiento del mutuo iluminarse de
los rostros de madres e hijos en el período del cobijo posnatal. Su hacia aquí y hacia allá
está anclado en antiguas sincronizaciones histórico-tribales de los juegos de ternura
protoescénicos; es parte de un conjunto de esquemas innatos de participación bipersonal
emotiva.

Todas las pretensiones de construir un yo estable a partir de lo social nos llevan a una
posición que carece de autenticidad y anclaje ontológico. Los cuadros modernos están
llenos de identidades a la deriva, de rostros sin perfiles, de nuevos espacios del anonimato.

De allí que haya que interrogar ¿Cómo realizar un retrato de un hombre que posee una
identidad en fuga? ¿Hay posibilidades ciertas de fijar una imagen en medio del vértigo, en
el fluir de las nuevas sociedades líquidas? Los juegos de lenguaje habituales fracasan ante
las experiencias del origen y los intentos de reconocimiento identitario. Quien desea
avanzar en este punto entra necesariamente en el terreno fronterizo entre descubrimiento o
invención. Así sólo será posible fijar una imagen anclada a una identidad por medio de
nuestra auto-narración, de la invención de sí, a través de esa mirada bizca hacia la tensión
entre lo que hemos sido y lo que buscamos ser. Todo hombre se construye así, por sus
palabras, por lo que dice y se dice de sí mismo. El relato de un hombre sobre sí mismo es lo
único que poseemos para re-construirlo.

En el retrato conceptual no debieran interesar las fotos de búsqueda y captura objetiva,


dado que su intención es más bien la representación de personalidades disociadas. Su
intención no es crear un efecto andrógino, sino una especie de diagnóstico esquizoide.

Nosotros, especialmente los occidentales, devoramos las caras como los sexos, en su
desnudez psicológica, en su afectación de verdad y de deseo. Desprovistas de mascaras, de
signos, de ceremonial, resplandecen en efecto con la obscenidad de su demanda.
Baudrillard (Las estrategias fatales pg. 62)
Ramón Muñoz
Artista visual de la Pontificia Universidad Católica
Mail: romunoz@uc.cl
Teléfono contacto: 9-5998040
Diciembre 2009

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