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El primero de diciembre de 1952, da en que cada seis aos se verifica el cambio de poderes, la perenne

sonrisa de Miguel Alemn desapareci de su rostro. Era costumbre que el presidente entrante recibiera del
saliente la banda presidencial, tomara la protesta de rigor y pronunciara su discurso inaugural. En el caso de
Obregn a Calles, de Crdenas a vila Camacho, de vila Camacho a Alemn, la ceremonia haba tenido un
carcter cordial: el entrante alababa al saliente y delineaba su programa de gobierno. Pero esta vez el nuevo
presidente se sali del libreto: una .vez puesta la banda presidencial, pronunci un discurso que por su tono
era ya una correccin del tnunfalismo alemanista, pero cuya conclusin no dej lugar a dudas.
Sealando repetida y admonitoriamente a Alemn con el dedo, emple palabras graves: ... no permitir
que se quebranten los principios revolucionarios ni las leyes que nos rigen ... ser inflexible con los
servidores pblicos que se aparten de la honradez y de la decencia. Algunos testimonios coinciden en que
Alemn odi desde ese momento al viejo.

... no me eligieron para semental sino para presidente. Lo cierto es que no era particularmente viejo
-tena sesenta y dos aos-, pero comparado con el Cachorro Alemn, que no haba cumplido an los
cincuenta, pareca un anciano. Por lo dems, ningn presidente de la Revolucin, ni siquiera el viejo
prototpico Venustiano Carranza, se haba sentado en la venerada Silla despus de los sesenta aos.

Con los amigos -y tena muchos y buenos, sobre todo entre sus compaeros de domin en su natal
Veracruz- Ruiz Cortines fue implacable. Sigui practicando con ellos su juego favorito, pero les neg puestos,
dinero y prebendas, y, llegado el caso, les oblig a hacer verdaderos sacrificios.

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