Los actores políticos en el sistema español actual: partidos, grupos de
presión y movimientos sociales
Profesor: Jaime Pastor Verdú Sesión 3 – Los movimientos sociales
Seguimos profundizando en el estudio de la evolución de los principales partidos y del
sistema de partidos. Si en la sesión anterior estudiamos su relación con los grupos de presión, en la presente estudiaremos los movimientos sociales. Tras un brevísimo repaso al régimen anterior, nos detendremos en el proceso de transición política así como en la caracterización de los distintos ciclos políticos y de movilización vividos desde entonces, con el fin de proporcionar el marco adecuado para el análisis de casos prácticos. En esta sesión se ofrece el marco de interpretación, los principales rasgos del desarrollo de los movimientos sociales y de sus distintos ciclos de protesta, así como una valoración de sus impactos en determinadas políticas públicas. La primera de ellas hace referencia, dentro de un acercamiento al llamado estado del bienestar, a la política educativa y sanitaria. Creo que es importante destacar que, a diferencia de otras dictaduras, la franquista tuvo preocupación social. De hecho, la mayoría de la sociedad ignora, por no decir que le cuesta creer, que la Seguridad Social (una de las mas avanzadas del mundo, sea dicho con justicia) sea un invento franquista. La transición del liberalismo al neoliberalismo que comienza a balbucear en los años 80 generan, para el profesor Pastor y otros, “unas sociedades duales, centrifugas y fragmentadas”. Desde mi punto de vista, este dualismo está en el resto de Europa desde el comienzo de la guerra fría y tiene su origen en los planteamientos revolucionarios del marxismo-leninismo1. Curiosamente, la izquierda pasó durante el franquismo de ser partidaria de la internacionalización a ser la abanderada de los nacionalismos (sólo en occidente); por tanto, la sociedad centrífuga y la lacra de los nacionalismos que padecemos hoy, son totalmente ajenos a la ideología liberal, mas bien cierta derecha (la nacionalista) ha contemplado con satisfacción cómo la izquierda le hacía el trabajo. En cuanto a la insolidaridad social he de decir que es una característica constante del género humano, que se ha dado en todo tipo de sociedades y a lo largo de toda la historia. Tan solo situaciones de crisis, o una amenaza externa, han cohesionado a los individuos en la medida que se han acrisolado en un proyecto común. Para nada el liberalismo es el responsable de esa fragmentación sino que, desde el realismo, cuenta con ella dando lugar a la democracia liberal. Y esa democracia posibilita la pluralidad, dentro y fuera del sistema, como sería el caso de determinados movimientos sociales. De hecho, como reconoce el profesor Pastor, “una mayoría de la opinión publica ha asumido un «apoyo difuso» a la democracia, compatible con un bajo interés por la política, una notable desconfianza respecto a determinadas instituciones, un muy bajo nivel de identificación partidista y un aumento del abstencionismo electoral, especialmente en las grandes ciudades.(...) En líneas generales, los valores de seguridad física y seguridad material han continuado teniendo mayor peso que en los principales países de la UE”. Sin embargo estoy en desacuerdo con el profesor respecto al espíritu crítico del español medio, siquiera de una minoría ciudadana significativa, expresado en su gusto por las reformas y en la participación no convencional. Pienso que el fenómeno era prácticamente inexistente en la última etapa del franquismo (no poseía la suficiente voz para hacerse oír) y minoritario, aunque radical, en la transición y, por tanto, apenas disponen de potencial “para impulsar o apoyar valores «postmaterialistas» y, con ellos, la 1 “Ellos nos venderán la soga con la que los ahorcaremos”. Para Lenin, sólo había un nosotros y un ellos. La dualidad proviene del Hegel de la Tesis y la Antítesis, que aplicado a la sociedad por Marx, devendría en la Síntesis de la sociedad sin clases, comunista y, por supuesto, de pensamiento único. emergencia de los «nuevos» movimientos sociales”. Añadiría que esos supuestos movimientos espontáneos están creados, fomentados y dirigidos por los partidos políticos. No obstante, me parece muy interesante y sugerente el recorrido histórico que hace el profesor Pastor, especialmente en lo referente a los nuevos movimientos sociales (pacifismo y antimilitarismo juvenil, ecologismo, feminismo y conquistas sociales de la mujer, etc). No hay que echarle la culpa de su escasa resonancia y de sus magras conquistas al movimiento neoconservador o neoliberal, sino a la atonía (que no es lo mismo que impotencia, en referencia al profesor Álvarez Junco) y escasa convicción de quienes sustentan determinadas posturas y fundamentación teórica. Por contra, los logros de muchos de ellos se deben al apoyo político y a la atonía e indiferencia generalizada y la escasa convicción de quienes sustentan las posturas opuestas, fundamentación y formación teórica. Aún lo dicho, y precisamente porque las democracias occidentales siguen caracterizándose por ser unas democracias de partidos 1. los movimientos sociales parecen llamados a jugar en ellas un papel cada vez más relevante, a juzgar por las últimas aportaciones de la teoría de la democracia. Los (nuevos) movimientos sociales están sustituyendo parcialmente o, siquiera, complementando a las viejas instancias de canalización de representación y de participación. Es más, frente a estos mecanismos institucionalizados, los movimientos sociales integrarían una sociedad civil informal, activa y crítica, encargada, según la teoría democrática deliberativa, de generar procesos de retroalimentación comunicativa, fluidificando las oxidadas estructuras institucionales de nuestros sistemas políticos. A los movimientos sociales, en gran medida protagonistas de esa periferia del sistema político-institucional, corresponde colaborar en la creación de una opinión pública que será trasladada en forma de impulsos comunicativos al centro del sistema político-constitucional, fluidificando los procesos políticos que tienen lugar en su seno. 2. La actividad de los movimientos sociales tendría, en este sentido, una doble vertiente, ofensiva y defensiva a la vez, al incorporar savia comunicativa en los procesos políticos institucionales-formales, por un lado, y al preservar espacios relacionados con la gramática de las formas de vida en la infraestructura comunicativa del mundo de la vida. 3. Pero esta perspectiva de análisis de los nuevos movimientos sociales (o modelo de la identidad), que explica su surgimiento y evolución atendiendo a factores de carácter macroestructural, es de raigambre fundamentalmente europea. En Estados Unidos prima otro tipo de enfoque, el de la teoría de la movilización de recursos, más adecuado para dar cuenta de la forma en la que los movimientos sociales y la acción colectiva se manifiestan allá. En cualquier caso, lo más interesante del estudio de los movimientos sociales es que, como en tantos otros campos donde la ideología ha librado concienzudas batallas, en los treinta años que van de los sesenta a los noventa, la aproximación teórica al fenómeno ha dado un giro radical, equiparable al que dio en aquella primera década. Y, es que ya se decía en el Mayo francés, “es preciso que todo cambie para que nada cambie”. En esos años, los estudiosos de la protesta social abandonaron las visiones aceptadas hasta aquel momento y comenzaron a elaborar lo que con el tiempo se convertiría en un nuevo paradigma teórico. Para empezar, cambiaron la denominación de su objeto de análisis: la expresión «comportamiento colectivo», a pesar de su escasa precisión, aún se utilizaba en los años sesenta, y fue sustituida por la de acción colectiva y, más en concreto, «acción colectiva de protesta» (contentious collective action), denominación esta desprovista de la carga peyorativa de su predecesora. Otro cambio aún más importante: los nuevos teóricos desecharon la separación radical -que los autores anteriores habían considerado un eje fundamental de su análisis- entre el «comportamiento colectivo», por un lado, y las formas institucionales y convencionales de acción social; incluso dejaron de atribuir a aquél el carácter no racional o directamente irracional que se le había asignado tradicionalmente. Por último, y sin duda bajo el influjo de la oleada de movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970, en la que muchos de ellos habían participado o de la que al menos habían sido testigos directos, los nuevos teóricos acabaron rechazando la vieja idea de que los actores de la protesta social eran individuos anómicos, de comportamiento desviado e irracional, cuya participación en los movimientos de protesta respondía a las tensiones provocadas por la crisis económica o el cambio social acelerado. Fueron, por consiguiente, la defensa de la racionalidad de los participantes en los movimientos sociales, y también de sus objetivos y de su estrategia, junto con el reconocimiento del papel de las organizaciones y el rechazo de las tensiones sociales como factor explicativo fundamental, los rasgos básicos del nuevo paradigma; en especial, en la versión de la «teoría de la movilización de recursos», de especial éxito entre los sociólogos norteamericanos. Sin embargo, los componentes étnicos, nacionalistas o religiosos de las movilizaciones más relevantes del fin del siglo XX, su fuerte carga de violencia y radicalismo, su permanencia en el tiempo al margen de las coyunturas políticas van mucho más allá de lo explicable a partir de las formulaciones sobre la racionalidad de los actores, el carácter cíclico de los movimientos y la búsqueda de los mecanismos que permiten reducir los costes sociales de la movilización. ¿No será que las teorías surgidas de la oleada de los sesenta ya no resultan aplicables a muchos movimientos de nuestros días? ¿Será necesario revisar de raíz el propio paradigma, e incluso volver a las «tensiones estructurales» y las «creencias míticas» para explicar esta nueva ola de movilización? Si así fuera, los enfoques teóricos de aquellos treinta años sólo habrían tenido una validez temporal, y otra vez le llegaría el turno a las viejas concepciones, tan desacreditadas durante ese periodo.