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RIGOBERTO LOPEZ: VALDIVIA La CIENCIA - FICCION de TEILHARD de CHARDIN TRADICION, MEXICO, 1981. Derechos Reservados © por el autor, con domicilio en Caléndula 91, Xotepingo, Coyoacan. PRIMERA EDICION Junio de 1981.—2,000 ejemplares. EDITORIAL TRADICION, S. A. Av, Sur 22 No. 14 (entre Oriente 259 y Canal de San Juan), Colonia Agricola Oriental. México 9, D. F. Miembro de la Camara Nacional de la Industria Editorial. Registro Nim. 840. PRESENTACION Una carta, la que se ofrece al lector en primer tér- mino en este sélido y brillante estudio, escrito con Ani- mo de fraternal y delicada reprimenda, inflamé en el autor un vehemente deseo de exponer comparativa- mente los tépicos de gran importancia teolégica en los que Teilhard de Chardin subvierte la doctrina caté- lica. El resultado, publicado por vez primera en La Hoja de Combate (diversos ntmeros de julio de 1974 a diciembre de 1977), esta en las manos del lector. Los positivistas que nunca faltan podrian acusar al autor de ponerle a su libro un titulo que les parece muy holgado. Lo sentimos por ellos, por su miopia a punto de ceguera. Nada més justo que reivindicar im- plicitamente para la teologia su titulo de “‘ciencia por excelencia”. Y siendo Teilhard mal tedlogo a pesar de sus largos estudios sacerdotales, no vemos cémo pue- da ser buen exponente de las ciencias naturales si ni siquiera respeta la metodologia elemental de la reina de las Ciencias. Por todos lados es Teilhard mal cientifico, y sus fru- tos no pueden ser sino ciencia-ficcién. EprroriAL Trapvici6n INDICE Presentacion eve e ccc cccccceceneneeeeneeee Primera Carta a un Lector de La Hoja de Com- bate Antecedente: Las herejias del P. Diez-Ale- gria, S.Jo cee eee ee eee eee Segunda Carta a un Lector de La Hoja de Com- bate El Ménitum contra la obra de Teilhard de Chardin. El articulo de L’Osservatore Roma- NO occ ence eee n cence teen seeeeeneee Tercera Carta a un Lector de La Hoja de Com- bate Anilisis de Roma y Teilhard de Chardin, de Philippe de la Trinité, impugnador del jesuita hereje oe. ec e eee cee eee Cuarta Carta a un Lector de La Hoja de Com- bate Paulo VI y Teilhard y otros tépicos ....... Quinta Carta a un Lector de La Hoja de Com- bate EI mito del progreso infalible de la humanidad 6 97 144 155 PRIMERA CARTA A UN LECTOR DE LA HOJA DE COMBATE Omito su nombre por razones obvias. Me refiero a nuestra Ultima conversacién y al comentario que le pro- meti respecto al capitulo séptimo del Volumen IV de la Obra llamada El Ateismo Contempordneo, editada bajo los auspicios de la Facultad Teolégica de la Uni- versidad Salesiana de Roma. Antes de seguir adelan- te, quiero dejar bien claro que el hecho de que una obra teolégica, filoséfica 0 cientifica, sea editada ac- tualmente bajo el patrocinio de una cierta “Universi- dad Catélica”, no entrafia de ninguna manera, dada la tremenda crisis ideolégica interior que actualmente sacude a la Iglesia, garantia alguna de verdad o de sapiencia, ni, por lo tanto, garantia de ortodoxia; pues en verdad estamos viviendo la crisis mas espantosa que ha registrado la Iglesia en los 2,000 afios que lleva de existir. El tema estA a cargo del Profesor José Maria Diez- Alegria, S. J., y lleva por titulo La Teologia del Com- promiso Temporal y la Teologta del Laicado Frente al Ateismo. La circunstancia de que el autor sea un je- suita tampoco significa, sino todo lo contrario, una teologia ortodoxa, pues la Compafiia de Jesus sufre también actualmente una crisis interna que esta a pun- to de Ilevarla a su total disolucién, como todo mundo lo sabe, y que ya Je ha merecido una muy seria repri- 7 menda, con ocasién de su Ultimo capitulo mundial, de parte de Su Santidad Paulo VI. También resulta sos- pechoso aun el propio apellido del autor, hermano o pariente cercano del General liberal espafiol Manuel Diez-Alegria, Jefe del Estado Mayor conjunto del Ejér- cito Espafiol, a quien Franco acaba de expulsar por sus ideas disolventes.! Pero entremos al tema. 1. ¢Es posible el didlogo del Catolicismo con el Marxismo? El autor trata de dialogar con el marxismo en cuan- to que éste es ateo, y empieza por exponer al respecto el pensamiento de Marx, quien dice que la Religién y la idea que el hombre tiene de Dios “es el sus- piro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazén, asi como el espiritu de una situa- cién vacia; es el opio del pueblo”. Lo que mas quiere decir Marx, en pocas palabras, es que el hombre ha inventado a Dios y un supuesto paraiso ultraterrestre, como una manera de compensar, con la imaginacién, las miserias y la opresién que sufre en este mundo. Cuando el hombre quede libre de estos males: opre- sién y miseria, mediante la implantacién del Comu- nismo, la religién y la idea de Dios desaparecerdn de una manera automdtica. El jesuita José Maria Diez- Alegria cree que es posible entablar un didlogo con esta manera de pensar. Veamos pues si es posible este didlogo: El marxista considera que el fin del hombre es el hombre mismo, o como dice Marx textualmente, “el hombre es para el hombre la suprema esencia’”. Este hombre, una vez que hayan sido destruidas las estruc- turas sociales por cuya fuerza permanece degradado, esclavizado, abandonado, despreciado, ya no tendrd 1 Esto se escribié en julio de 1974, 8 necesidad de recurrir ni a religién alguna ni a la idea . de Dios. Es obvio desde luego que a este respecto la oposicién entre Marxismo y Cristianismo es absoluta- mente radical. En efecto: Si nos tomamos el trabajo de leer, siquiera sea su- perficialmente, los Evangelios de Nuestro Seftor Jesu- cristo, caeremos rapidamente en la cuenta, aun estan- do totalmente ayunos de cualquier informacién teolé- gica, de que Cristo vino a librar a los hombres del pecado y de la muerte, prometiéndoles a los que crean en El y cumplan su Ley, que un dia resucitaran para gozar de una eterna felicidad, en otro mundo que no es éste. Hablando del rico avariento que tenia sus bodegas repletas; que se regodeaba bebiendo y comiendo y pa- sandola bien, Cristo Nuestro Sefior le dice: “Insensa- to, esta noche se te pediré tu alma. ¢Y para quién sera lo que has acaparado? Asi sucederd al que ate- sora para st y no es rico a los ojos de Dios” (Lucas 12, 20-21). Y sigue diciendo: “No andéis buscando qué comeréis ni qué beberéis, ni estéis ansiosos. Porque son los paganos quienes buscan estas cosas con afan. Como vuestro Padre ya sabe lo que necesitdis, buscad su reino y todo lo demds se os dard por anadidura. Vended lo que tengdis y dad limosna con ello. Haceos de bolsas que no se gasten y tesoros inagotables en el cielo, don- de no se acerca ningim ladrén ni roe la polilla, por- que donde esté vuestro tesoro aht estard vuestro cora- z6n” (Lucas 12, 33-34). Queda pues bien claro que Cristo Nuestro Sefior no vino a traernos una felicidad material en la tierra, sino que nos llama a entrar en su Reino, en el Cielo, en un mundo que se encuentra situado en el mds alld. El Marxismo sostiene, por el contrario, que no hay otro mundo sino sélo éste en que vivimos; no hay tal resurreccién, ni cielo, ni vida futura. El cielo y el in- 9 fierno se encuentran en esta tierra, Los burgueses vi- ven en el cielo porque disponen de todas las satisfac- ciones mundanas. Los proletarios viven en el infierno porque carecen de lo mas indispensable. Ast pues, no hay otro paraiso posible que el que nosotros podamos construir en esta tierra merced a nuestros afanes y es- fuerzos puramente humanos. El tmico sistema social ¥ politico que puede crear abundante riqueza para todos y darnos la maxima felicidad posible, con igual- dad y fraternidad, es el socialismo, mediante la supre- sién de la propiedad privada. El hombre es esencial- mente bueno. Lo que ha hecho malo al hombre es la desigualdad que nace de la propiedad privada. Las estructuras burguesas y capitalistas han corrompido al hombre. El dia que se suprima la propiedad privada y principalmente la apropiacién de los medios de pro- duccién y pasen éstos a ser propiedad del Estado, den- tro de un régimen socialista, el hombre tornarA a su primitiva bondad y ser4 bueno, generoso, leal, honesto, fiel, etc. No es cierto, pues, que el hombre sufra una inclinacién al mal como consecuencia del pecado ori- ginal de que nos habla la Biblia. No hay pecado ori- ginal tal como lo entiende la Biblia. El unico y ver- dadero pecado original es la apropiacién privada de Ja tierra. Las religiones son el opio de los pueblos, por- que el anhelo o la esperanza de un supuesto paraiso ubicado en el mas alla, es como un narcético que im- pide a las masas concentrar su atencién en la cons- truccién del iinico paraiso posible, que es el que se puede alcanzar aqui en la tierra. El marxismo es ma- terialista; niega la existencia de Dios y de los espiritus. No hay alma inmortal, sino que muerto el hombre, volvera a confundirse con la materia de donde salié. Es pues necesario que el hombre procure la tinica fe- licidad posible, que es la que puede alcanzar en esta tierra, mediante el régimen social que le dara abun- 10 dancia, felicidad y paz, igualdad y fraternidad, que es el socialismo, Como se puede apreciar, las concepciones cristia- nas y las marxistas son absolutamente irreconciliables y antitéticas. Para el Marxismo, la felicidad terrena constituye el fin ultimo del hombre; para el Cristia- nismo, el mundo y la vida terrenales son solamente un estadio transitorio en la vida del hombre. Todo viene de Dios y se dirige a Dios. El fin ultimo de la creacién es la Gloria de Dios. La suprema felicidad del hom- bre es la visién de Dios. La vida del hombre es, segan dijera Santa Teresa de Jesiis, en una bella met4fora, como una mala noche en una mala posada. Es cierto que en este mundo se puede alcanzar una felicidad re- lativa, y el Cristianismo no se opone al progreso social, cultural y cientifico de la humanidad, pero el fin ul- timo del hombre se sitia en el mds alld. Queda pues perfectamente claro que no puede ha- ber didlogo posible entre Cristianismo y Marxismo. Ta- les concepciones son absolutamente antitéticas, y para dialogar se necesita partir de una base comdin, por estrecha que ésta fuere. Aqui no hay punto de contac- to; ningin propésito comin en que ambas doctrinas puedan encontrarse, y la prueba de ello es que todo el esfuerzo que realiza el jesuita Diez-Alegria, en el tra- bajo que estamos comentando, resulta, como lo demos- traremos a continuacién, absolutamente inoperante; esto es, no se llega a ningin resultado provechoso ni a conciliacién alguna, por pequefia que ésta fuere, en- tre ambas partes supuestamente dialogantes. El] jesuita Diez-Alegria cree encontrar una aspira- cién comin de justicia humana o justicia social, tanto en el Marxismo como en el Cristianismo. En esta via, Diez-Alegria sostiene que la Iglesia Catélica ama y persigue la Justicia, y para demostrarlo invoca un dis- curso de Pio XII pronunciado el dia 25 de septiembre 11 de 1949, la constitucién pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II sobre las relaciones-de la Iglesia con el mundo actual, y finalmente trae a colacién las tremendas exigencias de justicia social que campean en el Antiguo Testamento, y cita textos de los profetas Isaias, Amés, Oseas, Miqueas, Sofonias y los Salmos de David; luego cita a Jeremias, y por Ultimo textos del gran predicador y Doctor de la Iglesia San Anto- nio de Padua. Reproduce nuestro autor, el jesuita Diez-Alegria, las terribles invectivas y el lenguaje que este Santo emplea para condenar la injusicia social que prevalecia en su tiempo. A este respecto el Con- cilio Vaticano II dice lo siguiente: “Se apartan de la verdad quienes, sabiendo que no tenemos aqui una ciudad permanente sino que busca- mos la futura, piensan que por ello pueden descuidar sus deberes, sin advertir que precisamente por esa misma fe estan mAs obligados a cumplirlos, segiin la vocacién con que cada uno ha sido llamado. Pero no menos se equivocan quienes, por el contrario, piensen que pueden sumergirse de tal modo en los asuntos te- rrestres como si éstos fueran del todo ajenos a la vida religiosa, y es porque estiman que la religién se reduce a s6lo los actos del culto y al cumplimiento de algunos deberes morales. Esa ruptura entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos, hay que contarla entre los mAs graves errores de nuestro tiempo. Este escan- dalo lo condenaban ya con vehemencia los profetas en el Antiguo Testamento, y mucho mis el mismo Je- sucristo en el Nuevo Testamento, conminando con graves castigos. No hay que crear, por consiguiente, falsas oposiciones entre las ocupaciones profesionales y sociales, de una parte, y la vida religiosa, de otra par- te. El cristiano que descuida sus obligactones tempo- rales falta a sus obligaciones con el préjimo, e inclu- so con el mismo Dios y pone en peligro su salvacién 12 eterna. A ejemplo de Cristo, que ejercité un trabajo manual, alégrense los cristianos de poder ejercitar to- das sus actividade terrenas, haciendo una sintesis vi- tal de los esfuerzos humanos, en el orden doméstico, profesional, cientifico 0 técnico, con los valores religio- sos, bajo cuya elevada ordenacién todo se coordina para gloria de Dios”. Por otra parte, es perfectamente cierto que el An- tiguo Testamento est4 transido, por decirlo asi, de un imperativo de justicia; pero no solamente justicia so- cial sino justicia total en todos los érdenes, en el mas amplio sentido de la palabra. A este respecto, el Padre Serafin de Ausejo, de la Orden de Frailes Menores, profesor de Sagrada Es- critura, nos dice lo siguiente: “En el Antiguo Testamento, justicia significa que Yahvé obra siempre conforme a las normas definidas por su propia naturaleza y por las relaciones volunta- riamente por El contrafdas. Ser justo quiere decir obrar conforme al derecho (mispat), es decir, no segin nor- mas abstractas o ideales, sino segtin normas concretas, resultantes de la situacién social de cada uno. Yahvé €s justo porque obra conforme a lo que de El se es- pera y porque es el Dios de la alianza. Graficamente Jo expresa asi Gén 18, 25: gEl Juez de toda la tierra no hard justicia? Cf Dt 32, 4. Como rey de su pueblo, Yahvé es justamente juez de Israel, el que le hace jus- ticia, es decir, el que hace valer el derecho y lo vindica. Por eso las victorias por las que se restauran los dere- chos de Israel, son acciones justas de Yahvé (Jueces 5, 11), y los beneficios de Yahvé a su pueblo, tales como la liberacién, la salud y la victoria, son efectos de su justicia (Os 2, 21; I Som 12, 7; Miq 6, 5; Is 41, 2. 10; 42, 6. 21 56, 1, etc.). Yahvé garantiza también el derecho en medio de su pueblo; el derecho vigente 13 en Israel procede de Yahvé, el cual exige con rigor ab- soluto que los poderosos respeten el derecho de los po- bres y débiles (Am 2, 6-8 4, 1-3 5, 7-17; Is 1, 17, 21- 25; Jer 11, 20, etc.). Por eso las penas con que Dios castiga las iniquidades cometidas en Israel son expresién de su santidad (Is 5, 16), y la restauracién mesidnica serA principalmente restablecimiento de la justicia (Is 9, 6; 11, 3. 5-9; Jer 23, 6; Is 45, 8; 60, 17; 61, 3. Jos 62, 2) con la cual se colmaré el ardiente anhelo de to- dos los oprimidos y miserables (Is 61-1, 3; Sal 147, 6; Lc 1, 52; Sal 72, 4). A este anhelo por la Justicia de Dios, corresponde una de Jas bienaventuranzas de Jests: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justi- cia. Porque ellos seran saciados (Mt 5, 6)”. Todo esto esta muy bien y en ello abundamos; pero el problema radica, en forma de un obstéculo insupe- rable, en que a los marxistas —me refiero a los ver- daderos marxistas— no les interesa en lo absoluto la justicia, ni les preocupa ni tienen nada que ver con ella: filoséficamente el Marxismo se fundamenta en el Materialismo Dialéctico, y conforme a dicha doctrina la materia esta sujeta a un proceso evolutivo fatal e irreversible. Las cosas suceden simplemente porque tie- nen que suceder. Todos los procesos histéricos, todas las estructuras sociales, todos los actos de los hombres, colectiva o individualmente considerados, son produc- tos de una evolucién dialéctica donde la libertad del hombre no tiene intervencién alguna, pues dicha li- bertad no pasa de ser una mera ilusién de la concien- cia. Marx nunca dijo que el liberalismo econémico fuera inicuo. Se limit6 a describirlo y a profetizar que dicha etapa histérica, fatal y necesariamente produci- ria el advenimiento de la sociedad comunista. El ver- dadero marxista no solamente no quiere que se realice la justicia, sino que anhela con fervor que se lleven al extremo todas las injusticias, a efecto de que se apre- 14 sure el estallido de la revolucién mundial (pacifica o cruenta, lo cual no viene al caso), que propicie el ad- venimiento de la sociedad comunista del futuro. A este respecto le recomiendo la lectura de uno de los mas grandes conocedores del Marxismo, 0 sea el socidlogo francés Jean Ousset, quien en su celebrada obra Mar- xismo-Leninismo (Editorial Speiro, $. A., de Madrid Espafia) se ocupa de estudiar la Doctrina Marxista- Leninista por todos sus 4ngulos. En el capitulo relativo a la justicia o la ética que profesa el Marxismo, trae a colacién un texto de Marx que es del tenor siguente: “No es menos cierto que la gran Industria, por el pa- pel decisivo que asigna a las mujeres, a los adolescen- tes y a los niftos de ambos sexos, en los sistemas... de produccién socialmente organizados y fuera de la es- fera familiar, plantea una nueva base econdmica para una forma superior de la familia y las relaciones entre los dos sexos. Seria tan absurdo considerar como ab- soluta la forma germano-cristiana de la familia como las antiguas formas romana, griega, oriental, que for- man ademas una serie de desarrollos histéricos suce- sivos... Es del sistema de fabrica del que surge EL GERMEN DE LA EDUCACION DEL PORVENIR, que unira para todos los nifios por encima de cierta edad, el tra- bajo productivo a la instruccién y a la gimnasia... etc”, El comentario que hace a este respecto Jean Ousset, es el siguiente: “Se ve el grosero error de los que todavia preten- den que el marxismo ha combatido la miseria de las familias obreras, en el ultimo siglo, y mostrado el ca- mino a una Iglesia vinculada a la burguesia! Hace falta no haber comprendido nada de la moral de la ‘accién marxista’ para razonar asi. Aun cuando la Igle- 15 sia hubiese esperado a Marx para denunciar los abu- sos del liberalismo (lo que es falso histéricamente), no habria tenido m4s que recordar sus principios mas constantes para oponerle la doctrina y la practica de la justicia y de la caridad. Marx al contrario, a menos de renegar de su dialéctica, no podia criticar el libe- ralismo y oponerle una concepcién del hombre mds justa’”’, Es conveniente recordar a este respecto que Marx se burla de todos los socialistas anteriores a él, que se encontraban inspirados en un ideal ético. Desde Pla- tén, pasando por Tomas Moro en el Siglo XVI, con su Utopia, descrita en un libro llamado Un Viaje a Icaria —bien entendido que segin respetables bidgra- fos de Sto. Tomas Moro, éste mas bien se propuso de- mostrar lo impracticable del sistema socialista, y de alli el nombre de Utopia—; y siguiendo con Campa- nella y su Ciudad del Sol, y luego con los socialistas modernos tales como Fourier, Saint-Simon, Graco, Ba- beuf, Mably, Morely, Roberto Owen, etc., etc., a to- dos ellos Marx los desprecia absolutamente, y los lama “utépicos”, por la sola razén de que pretendian un ideal de justicia que habria de realizarse por obra de Ja buena voluntad humana. A este socialismo “utépi- co”, Marx opone el llamado “socialismo cientifico”, cuya realizacién no depende de factores voluntarios sino de procesos fatales e irreversibles, producto de la evolucién dialéctica de la materia. El comunismo es la ultima etapa de la humanidad en la que desemboca el materialismo dialéctico. Asi como para Hegel el es- piritu absoluto que es la esencia del mundo (panteis- mo Hegeliano) encuentra su culminacién en el Estado Prusiano, para Marx, para quien la esencia del mun- do no es el espiritu sino la materia, el materialismo dialéctico, esto es, la materia que se desenvuelve en 16 forma dialéctica mediante un proceso de tesis, antitesis y sintesis, encuentra su culminacién y completo desa- rrollo en el comunismo ateo. Todo este proceso ha de realizarse, repito, no por procedimientos éticos, sino mediante un proceso fatal de la naturaleza. Marx ideé una ley econémica a la que lamé de la “Concentracién progresiva de los capitales”. Segin di- cha supuesta ley, la lucha entre capitalistas en un de- terminado pais, se traduce necesariamente en la des- truccién o desaparicién de los débiles, sobreviviendo tmicamente los fuertes, hasta llegar el momento en que el capital queda reducido a unas cuantas gigantescas empresas. El sistema de produccién de dichas empre- sas es ya, dice Marx, una forma colectiva de produc- cién, porque en cada una de ellas trabajan grandes masas de trabajadores y técnicos, inclusive directores de empresas, todos los cuales tienen el cardcter de asa- lariados; pero la propiedad de los medios de produc- cién pertenece a un ntimero limitado de personas. Lle- gada esta etapa en el desarrollo del capitalismo, la propiedad debe pasar a manos del Estado. Es ast como se establece la propiedad estatal de los medios de pro- duccién y la supresién de la propiedad privada. Sin embargo, ni Marx, ni los marxistas que conocen su doctrina, pensaron que la solucién Fina de las des- igualdades y de los problemas econdémicos fuera la es- tatizacién de los medios de produccién. Marx dice que la economia estatal sélo es y debe ser un periodo de transicién del capitalismo al “verdadero socialismo”. El verdadero socialismo es una suerte de paraiso terre- nal en el que no habra Estado, mejor dicho, gobierno, ni policias, ni cArceles, ni leyes, ni delitos, ni hurtos, ni inmoralidades de especie alguna; sino que se vivird en cabal y perfecta armonta, justicia y paz; todo ello como consecuencia de que a cada uno se le dara le necesario para satisfacer sus necesidades materiales, y 17. sélo se le exigira el trabajo que esté en posibilidad de rendir, o sea: “A cada uno segin sus necesidades; de cada uno segtin sus aptitudes”. Este es el paraiso te- rrenal ofrecido por Marx. El Marxismo es, pues, en pocas palabras y en resu- men, la religién laica del paratso terrenal. El Cristia- nismo es la religién del paraiso celestial, totalmente in- compatible con el anterior, porque para lograr este paraiso celestial hay que sacrificar en medida muy im- portante los goces y las satisfacciones de este mundo. No es posible, en pocas palabras, no es posible con- quistar el mundo y conquistar a Dios: tener un paraiso en esta tierra y ademas ganar el paraiso celestial. Esto lo dejé bien claro Nuestro Sefior Jesucristo en una se- rie de textos que seria interminable enumerar, pero de los cuales vale la pena citar algunos: Cristo Nuestro Sefior nos dice muy claramente: “Procurad no el alimento que pasa sino el que dura para la vida eterna, el que os da el hijo del hombre a quien Dios Padre acredit6 con su sello” (Lucas 6, 27). Y més adelante ensefia: “Porque el pan de Dios es el pan que baja del cielo y da vida al mundo”, Y para esclarecer atin mas su pensamiento agrega: “Pues es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo le resucite en el ultimo dia”. Cristo Nuestro Sefior no vino a hacer de este mundo un paraiso, pues El mismo nos dice: “A Mi el mundo me odia, porque testifico de él que sus obras son ma- las”. Tan lejos esta Jestis de tratar de resolver los pro- blemas econémicos de este mundo, que, dirigiéndose a los judios incrédulos, les dice: “Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo” (Juan 2, 23). Cuando Cristo Nuestro Sefior habla de libertar a los oprimidos, no se refiere obviamente a los pobres oprimidos por los ricos, sino en general a los hombres 18 oprimidos por la esclavitud del pecado y del error, pues les dice: “Si vosotros permanecéis en mi doctrina sois verdaderamente mis discipulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hard libres” (Juan 4, 23): “En verdad os digo que quien comete pecado, esclavo es del peca- do” (Juan 8, 34). Todo lo que Cristo les ofrece a los pobres que escu- chan su voz es esto: “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen; yo les doy la vida eterna y no perecer4n jam4s; no me las arrebataré nadie de mis manos” (Juan 10, 27). Est4 decretado por los altos designios de Dios que siempre habr ricos y pobres. En efecto: Cuando Ma- ria, hermana de Lazaro el resucitado, ungié los pies del Sefior con un perfume carisimo, Judas se quejé de que ese dispendio no se empleara mejor en socorrer a los pobres; mas Jestis le dijo: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a Mi no me tendréis siempre”. Los cristianos de ninguna manera estan destinados a triunfar en este mundo. Dice Cristo a sus discipulos en la iltima cena: “Si fueseis del mundo el mundo ama- ria lo suyo. Mas como no sois del mundo porque Yo os saqué del mundo, por eso el mundo os odia’” (Juan 15, 19). Y mas adelante dice: “porque el principe de este mundo (Satands) esta condenado” (Juan 16, 21), y para contrastar mas atin la oposicién entre el ver- dadero cristianismo y el triunfo en este mundo, agrega: “En verdad os digo que lloraréis y gemiréis, pues el mundo gozard” (Juan 16, 20), y remachando este pen- samiento Cristo afiade: “Os he dicho estas cosas para que tengdis paz conmigo: En el mundo tendréis tribu- laciones; pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). Y todavia dice mas: “(los discipulos) no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo” (Juan 16, 16). 19 Por ultimo, Cristo Nuestro Sefior no solamente no nos ofrece resolver nuestros problemas econémicos, sino que por el contrario ofrece un premio a la pobreza evangélica, como se desprende de este pasaje: “Y Pedro se puso a decirle: pues nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. Jesis respondié: En verdad os digo que nadie deja casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por Mi o por el evangelio, que no reciba el ciento por uno ya en este mundo... y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10, 29-31). De todo lo anteriormente expuesto se desprende que no es misién de la IcLEsia procurar la felicidad de los pobres en este mundo, y en general procurar la felici- dad terrenal de los cristianos. La misién de la Iglesia es conducirlos a la vida eterna. Es verdad que hay ciertas estructuras sociales o for- mas de convivencia humana que dificultan la salvacién de las almas, porque inducen al hombre al pecado o propician la comisién del mismo. Hay ciertas formas de organizacién social que son intrinsecamente injustas © perversas, como por ejemplo el comunismo, que re- duce al hombre a la esclavitud e impide el desarrollo de su personalidad. En este sentido la Iglesia tiene obligacién de combatir esas estructuras, esas organiza- ciones politicas o esas formas, sociales que estorban la realizaci6n del fin Gltimo del hombre. Por eso la Igle- sia da orientaciones estableciendo lo que es justo y lo que es injusto; lo que es pecaminoso en el orden de la convivencia humana. Pero no es misién especifica de la Iglesia ocuparse precisamente de la felicidad terre- nal del hombre. Todos esos curas y sacerdotes que com- baten la injusticia humana con una finalidad de pura beneficencia, esto es, para mejorar la situacién terrenal de sus projimos, y le dan a esta tarea la mdxima im- fortancia, pero olviddndose de poner los medios nece- Sarios para que el projimo realice su tiltimo fin, que es 20 la salvacién eterna de su alma, simple y sencillamen- te estdn equivocando su misién. Resulta, por otra parte, que nosotros los cristianos no podemos ofrecer, aunque quisiéramos, un paraiso aqui en la tierra, porque a ello se oponen diversas y muy graves circunstancias, que son las siguientes: a)—Porque el “mundo” es malo, y porque no es po- sible destruirlo ni conquistarlo totalmente ni acabar con él. Este mundo malo seguird existiendo hasta el final de los tiempos.—Aqui la palabra “mundo” estA tomada en el sentido ético que le da el Nuevo Testa- mento y que es el siguiente: San Pablo y San Juan, apéstoles, atribuyen a la pa- labra mundo un sentido €tico, absolutamente nuevo, relacionando el mundo con el dmbito (la humanidad) donde han penetrado la muerte y el pecado. Por ello entré el mundo en oposicién con Dios y se convirtié en objeto de su ira y de su juicio. El mundo es también, consiguientemente, el imperio del pecado y del diablo, y_@ ese imperio descendié Cristo como redentor, El diablo se Hama “principe de este mundo” (Jn 12, 31, 16, 11); la humanidad enemiga de Dios es el mundo, sin mds (Jn 1, 10, 29). Asi, el mundo no es sélo tra. sunto de lo material y perecedero sino también de lo pecaminoso y hostil a Dios, Ser “mundo” o del mundo es una descalificaci6n moral. El espiritu de este mundo estd en oposicién al espiritu de Dios (Cor 2, 12). Este mundo es vencido por la fe en Cristo (I Jn 5, 4); ef Cristiano ya no es de este mundo (Jn 17, 14), como tampoco lo es el reino de Cristo (Jn 18, 36). Este mundo al que acabo de referirme tiene sus es- clavos, que son naturalmente los esclavos del pecado, Cristo Nuestro Sefior vino a liberar a esos cautivos, y murié absolutamente por todos ellos, pero no todos aprovechan las gracias infinitas de la redencién, y los 21 mis siguen esclavizados formando ese mundo malo que persistira hasta el final de los tiempos. Aunque no hay una definicién dogmatica de la Igle- sia respecto a si son mas o menos los esclavos adorado- res y miembros de este mundo malo, los cuales se van a condenar, las palabras del evangelio no deja duda a este respecto, pues son extraordinariamente claras y precisas: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdicién y son muchos los que entran por ella. ;Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que leva a la vida, y qué pocos son los que dan con ella!” (Mateo 7, 13 y 14). Pero lo mas grave de todo es que esos pocos no for- man aqui abajo un mundo cristiano aparte, sino que viven y viviran entremezclados los buenos con los ma- los, hasta el final de los tiempos. En tales condiciones no es posible construir, como salta a la vista, con una mayoria de elementos malos, un paraiso terrenal. Son aplicables a este respecto las siguientes ensefianzas de Nuestro Sefior Jesucristo: “Les propuso otra parabola en estos términos: Se parece el reino de los cielos a un hombre que sembré se- milla buena en su campo; pero mientras su gente dor- mia, vino su enemigo y sembré6 cizafia en medio del tri- go y se marché. Cuando ya el trigo erguia el tallo y apuntaba la espiga, salié también la cizafia, Los escla- vos se dirigieron al amo y le preguntaron: Sefior ;no era buena la simiente que sembraste en tu campo? ¢C6- mo pues ha salido Ja cizafia? Y él les contesté: Eso es cosa de algin encmigo mio, —jQuieres que vayamos a arrancarla? le preguntaron los esclavos. —No, les con- testé, no sea que al arrancar la cizafia arranquéis tam- bién el trigo. Dejad que crezcan ambos hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: recoged 22 primero la cizata y haced gavillas para quemarla; lue- go recoged el trigo y llevadlo a mi granero”. Andan pues mezclados los buenos con los malos, has- ta el final de los tiempos, y en tales circunstancias no es posible construir un paraiso en esta tierra. Por lo tanto, en este siglo, mientras no venga por segunda vez Nuestro Sefior Jesucristo, al menos durante este siglo © este “edn”, como lo llama San Pablo, el mundo se- guirA siendo un “Valle de Lagrimas” y el hombre un simple desterrado, un peregrino que va en busca de su verdadera patria. Mienten pues, y mienten cual bellacos, quienes, como el autor que estamos comentando, o sea el jesuita Diez- Alegria (debe ser un jesuita bastante alegre), prome- ten un paraiso en esta tierra, funddndose para ello en el cumplimiento de ciertas profecias del Antiguo Tes- tamento, interpretadas fuera del contexto general de la Escritura, y que por lo tanto tienen una interpre- tacién diferente. b).—La segunda razén por la que no podemos ofre- cer lo que se llama un paraiso terrenal, es porque vi- vimos en un mundo inicuo, y estd en marcha el pro- ceso y el misterio de la iniquidad. En su segunda Epistola a los Tesalonicenses, capi- tulo segundo, versiculos del 1 al 7, dice San Pablo lo siguiente: “Por lo que toca a la parusia de Nuestro Sefior Cris- to Jestis, y a nuestra reunién con El, os rogamos, hermanos, que no os desconcertéis tan facilmente per- diendo el buen sentido. Y no estéis alarmados ni por re- velaciones carismaticas, ni por palabras, ni por epis- tolas a nosotros atribuidas, pensando que el dia del Se- fior viene de un momento a otro”. “La apostasta y la revelacién del Anticristo son las senales precursoras. Que nadie os engafie de ninguna manera; porque antes ha 23 de venir la apostasia y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdicién. El que se opone y se alza contra el Nombre de Dios y contra todo ob- jeto sagrado, Wegando hasta sentarse en el templo de Dios, proclaméndose a si mismo Dios. jNo recordais que, estando todavia entre vosotros, os decia una y otra vez estas cosas? Y ahora sabéis lo que pone impedimen- to para que El no se revele sino a su tiempo. En efec- to, el misterio de la iniquidad esté ya en accién. Sélo falta que desaparezca de en medio el que ahora pone impedimento”. Este “misterio de iniquidad” a que se refiere San Pa- blo no es otra cosa que la permisién que Dios Nuestro Sefior ha dado al demonio para que, mientras dure este siglo malo en que vivimos, tiente, engaite y pier- da a los hombres que no quieran aprovecharse de los méritos infinitos del Salvador. Asi pues, el mundo es un campo de batalla entre buenos y malos; un verda- dero palenque; una ocasién de prueba, de mérito y de victoria, o bien de derrota. Durante cierto tiempo como que prevalece el bien, pero luego vienen épocas malisimas como la que estamos viviendo. Hay a la vez grandes santos y grandes pecadores; estamos trabados en un combate sin término; la vida del hombre es “mi- licia sobre la tierra”, como dice la Escritura (militia est vita hominis super terram) ; sdlo al final de los tiem- pos Cristo Nuestro Sefior vencerd plena, total y defini- tivamente; pero no antes de su segunda venida. Mas atin: cuando Cristo venga por segunda vez no habrd fe en el mundo sino la gran apostasia, como se des- prende del pdrrafo de la Eptstola de San Pablo que arriba dejamos transcrita. , En tales circunstancias es absolutamente utépico es- perar el pleno triunfo de la justicia en este mundo, ni mucho menos un paraiso terrenal. El. tinico que ha 24 creido en semejante utopia, ademas de Marx, ha sido Teilhard de Chardin (con su famosa teoria mitica del “Punto Omega’), que para muchos ignorantes es un gran filésofo, y al que yo siempre he considerado como un imaginativo, un prosista narrador de fantasias, y desde el punto de vista estrictamente filoséfico, un sim- ple pobre diablo. Teolégicamente vale menos atin, pues Etienne Gilson llama a su seudoteologia “Teologia Ficcién” ; y un gran tedlogo como es Von Hildebrand dice en su mundialmente famosa obra “El Caballo de Troya dentro de la Iglesia de Dios”, que conociéd y trat6 personalmente en la Ciudad de Nueva York a Teilhard de Chardin, y que se quedé asombrado de la ignorancia teoldgica de este senor, quien en esa con- versacién se dio el lujo de despotricar nada menos que contra San Agustin, porque segin é1 San Agustin in- vent6é algo inexistente a lo que llamé “la gracia”. c).-La tercera raz6n por la que no podemos ofrecer nosotros los'cristianos un paraiso terrenal, como lo ofre- ce Marx, es porque el hombre tiene una tendencia na- tural a lo malo, como una reliquia del pecado original. A este respecto los tedlogos nos ensefian que Dios concedié a Nuestro Padre Adan dones sobrenaturales, naturales y preternaturales. Los dones sobrenaturales eran la gracia santificante y las virtudes infusas. En efecto: Dios creé a nuestros primeros padres sin pecado alguno y los destiné a gozar de Dios en la Gloria. Estos dones se Ilaman sobrenaturales porque excedian o su- peraban absolutamente las exigencias de la naturaleza humana. Ademés de los dones naturales de que goza- mos todos los hombres, Dios concedié a nuestros pri- meros padres, dice la Doctrina de la Iglesia, dones pre- ternaturales, como eran la inmortalidad, la ciencia infusa, el absoluto dominio de sus pasiones 0 inmuni- dad y la carencia de todo dolor o impasibilidad. Cristo Nuestro Sefior, por la redencién operada en virtud de 25 su muerte, devolvié al hombre la posibilidad de ganar el cielo; le devolvié la gracia y las virtudes infusas: fe, esperanza y caridad; pero no le restituyd ninguno de los dones preternaturales, quedando el hombre sujeto a la muerte, al error, al dolor, y a la esclavitud de sus propias pasiones, de las que no se puede librar sino mediante los canales de la gracia que son los sacra- mentos, y con mucho esfuerzo de su voluntad. Quedé el hombre, por lo tanto, como consecuencia del peca- do original, sometido a las enfermedades, a la muerte, a la ignorancia, a sus malas inclinaciones, al trabajo penoso, y fue expulsado del paraiso para siempre. Dice a este respecto la Sagrada Escritura en el libro del Génesis, capitulo tercero, versiculos del 17 al 19, lo siguiente: “Y al hombre dijo: Por cuanto escuchaste la voz de tu mujer y comiste del drbol que te ordené no comic- ras, maldita serd la tierra por tu causa; con fatigas te alimentards de ella todos los dias de tu vida; espi- nos y abrojos te germinard y comerds yerba del cam- fo. Con el sudor de tu rostro comerds el pan, hasta que tornes a la tierra, pues de ella fuiste tomado; ya que eres polvo, tornards al polvo”. Se comprende que estando la tierra maldita y des- tinada a producir espinos y abrojos, lo que biblica- mente significa dolores y penas, no es cuerdo ni si- quiera sonar en un paraiso terrenal. Y sigue diciendo la Escritura que cuando hubo arro- jado al hombre del paraiso, puso Dios al Oriente del Edén “querubines, con espada de hoja fulgurante”, para guardar el camino del Arbol de la vida; 0 sea que nunca mds el hombre podrd regresar o llegar a poseer alguna forma de paraiso terrenal, al menos durante este siglo, o como dice San Pablo, mientras dure este en? eon 26 El marxismo, mas que una doctrina filoséfica, y mas que una doctrina econédmica o social, en cuyos terre- nos esta total y absolutamente derrotado desde hace mucho tiempo, es una falsisima religién: una mistica de la religién del paraiso terrenal. Por eso sigue ejer- ciendo una gran atraccién, aun sobre ciertos espiritus selectos a quienes les encantaria, en el fondo, poder abrazarse a este mundo; hacer pacto y alianza con el mundo, en lugar de combatirlo para liberar a sus es- clavos, como seria su deber. Esta religién del paraiso terrenal es intrinsecamente perversa, como lo dijo Pio XI en su Enciclica Quadragésimo Anno, y no hay po- sibilidad de didlogo alguno con la religién del paratso celestial y del combate contra el mundo, que es la re- ligién de los cristianos. Incluso a este respecto el titulo del estudio del jesuita Diez-Alegria que estamos co- mentando, lamado La Teologia del Compromiso Tem- poral, es equivoco; cuando menos equivoco, porque desde el punto que estamos desarrollando no puede ha- ber, nunca ha habido, ni habra jamas compromiso alguno del cristiano frente al mundo malo en que vi- vimos, sino guerra implacable para arrebatarle a sus esclavos, y en esta forma salvar sus almas. Dice a este respecto Nuestro Sefior Jesucristo lo si- guiente: “Y afiadié: Id por todo el mundo y predicad el evan- gelio a todos los hombres. El que crea y se bautice se salvard; pero el que no crea se condenaré” (San Mar- cos, capitulo 16, versiculos del 15 al 16). En el Apocalipsis de San Juan, capitulo XXVI, ver- siculos del 8 al 9, leemos lo siguiente: “E] cuarto Angel derramé su copa sobre el Sol, al cual fue dado abrasar a los hombres con su fuego. Y abrasdronse los hombres con grandes ardores, y blasfe- 27 maron del nombre de Dios, que tiene poder sobre es- tas plagas; mas no se arrepintieron para darle Gloria a El”. El comentario de Monsefior Straubinger, conocido comentarista de la Biblia, Doctor por la Universidad de Munster, es el siguiente: “{No se arrepentiran (cf Vv. 11 y 21; 9, 21 y nota). éNo es acaso lo que ya estamos viendo? Dios castiga al mundo con terribles azotes, y sin embargo la sociedad humana sigue sus propios planes sin preocuparse por saber cudles son los de El. Dios Todopoderoso respeta entonces la libertad de sus creaturas (cf. 22, 11), por- que, siendo Padre, no exige por la fuerza el amor de sus hijos; péro derramard sobre los hombres la copa de su ira porque éstos preferirén seguir siendo ‘hijos de tra’, como cuando eran sin redencién (cf. Ef 2, 3 88.5 5, 6), y quedar sujetos a la potestad de las tinicblas, rehusando trasladarse al reino del Hijo muy amado (Col. 1, 12 s.). La venganza del amor ofendido (cf Cant 8, 6 y nota) seré tan terrible como acabamos de ver en 14, 20 y como lo veremos en 19, 17 ss. Pirot ob- serva que estas plagas caen sobre todas las naciones de Ja gentilidad y es de notar que su apostasia contras- ta con la conversién de Israel (véase 11, 13 y nota), como ya lo advirtié San Pablo a los Romanos (cf. Rom 11, 10, 31 y notas). Tan claro anuncio hecho por Dios bastard para argiiir de falsos profetas a todos los creyentes én el progreso indefinido de la humanidad, que la halagan (cf Il Tim 4, 3) y la adormecen pro- nosticdndole dias mejores. Jestis mostré que ast serd hasta el fin (Lucas 18, 8; Mat 24, 24-30). Cuando di- gan paz y seguridad vendré la catdstrofe (I Tes 5, 3. Cf 11, 15 y nota)”. En el Apocalipsis de San Juan, capitulo 11, ver- siculos del 15 al 17, se lee lo siguiente: 28 “¥ tocé la trompeta el séptimo Angel y se oyeron grandes voces en el cielo que decian: ‘El imperio del mundo ha pasado a Nuestro Senor y a su Cristo; y El reinaré por los siglos de los siglos’. Y los veinticuatro ancianos que delante de Dios se sientan en sus tronos, se postraron sobre sus rostro y adoraban a Dios, di- ciendo: ‘Te agradecemos, Seftor Dios Todopoderoso, que eres y cras, por cuanto has asumido tu gran poder y has empezado a reinar’.” Quiere decir pues que Nuestro Sefior Jesucristo No EMPEZARA @ reinar en una forma completa y total sino hasta después de que haya terminado este siglo. Monseiior Straubinger comenta los versiculos trans- critos en la forma siguiente: “Ante el reino de Cristo que llega, los ciclos prorrum- pen en jttbilo, Muchos expositores creen que aqui se trata del triunfo de Jestis sobre el Anticristo (cf 19, 11- 20) a quien ‘El matara con el aliento de su boca’ y con cl resplandor de ‘su venida’ (11 Tes 2, 8). Es decir, que este versiculo es el antipoda de Juan 14, 30, donde Jestis declaré que ‘El principe de este mundo es Sata- nds’ (cf Juan 18, 36). Entonces, después de la muerte del Anticristo, como comentan algunos SS. PP. e intér- pretes, se convertiran los judios, ‘no habiendo mds obs- téculos al establecimiento del reino completo de Dios y de Cristo, sobre el mundo’ (Fillion). Cf Dan 7, 14 y nota. Pirot sefiala, como caracteristica del estilo apoca- liptico, la falta de esperanza en ‘el siglo presente’ para réfugiarse en el siglo futuro. Podria atribuirse esta carac- teristica a todos los escritos del Nuevo Testamento, sien- do evidente que tener esperanza significa no estar con- jorme con lo presente (cf Gal 1, 4 y nota), pues quien est4 satisfecho con lo actual, se arraiga aqui abajo (cf Jer 35, 10) y no desea que venga Cristo (22, 20). Lo que se teme no se espera dice San Pablo (Rom 8, 24), 29 y de ahi que a los mundanos parezca pesimista el Evan- gelio, no obstante sus maravillosas promesas de vida eterna, como aquellos ‘que no pueden perdonarle a Cristo que haya anunciado la cizafia hasta el fin (Mat 13, 30, y 39 ss.) en vez de traer un mensaje de perfec- cién definitiva en esta vida’ (Cf. Lucas 18, 8)”. Este es mi comentario respecto a la pretensidn del jesuita Dfez-Alegria de dialogar con el marxismo. Su Santidad Paulo VI ha dialogado con algunos marxis- tas, mejor dicho, con algunos de los burécratas que manejan los paises esclavizados por el marxismo, en atencién a los millones de cristianos que viven sufrien- do persecucién en esos paises, y en un intento de ali- viar su situacién o al menos de no empeorarla. Este es un didlogo con personas; pero de doctrina a doctri- na no hay posibilidad de didlogo alguno: al Marxismo hay que combatirlo implacablemente, y a los marxis- tas hay que convencerlos de que estén en un completo y absoluto error. Punto final. Todo lo demas es en- gafio y mentira, falso didlogo; farsa y demagogia ba- Fata. En el Apocalipsis de Juan, capitulo 21, versiculos del 1 al 8, se lee lo siguiente: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cie- lo y la primera tierra habian desaparecido; y el mar no existia ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendia del cielo del lado de Dios, ataviada como desposada que se adorna para recibir a su esposo. Oi una voz robusta proveniente del trono, que decia: Aqui esta Ja tienda de Dios con los hombres. El planiard su tienda entre ellos; ellos serdn su pueblo, y él serd Dios con ellos. Les enjugard Dios toda légrima de los ojos; y ya no habrd mds muerte; ni habrd desgracias, ni la- mentos, ni trabajos. El primer mundo ha desaparecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: Mirad, voy a 30 renovar todas las cosas. Y afiadié: Escribe porque éstas son palabras fidedignas y verdaderas”. MEA Pero no sabemos cémo seran ese “nuevo cielo” y es: “nueva tierra”, ni cudl es el significado exacto de es- tas palabras. Casi todos los autores las interpretan en un sentido alegérico y puramente espiritual. Lo que si sabemos es que este triunfo final no ocurrira en este siglo, sino hasta el preciso final de los tiempos. Pero Jo grave del caso es que el autor que estamos comentando si es marxista, aunque trata de ocultar- lo. Es muy significativo el siguiente parrafo que a con- tinuacién transcribo: “El ideal biblico de ‘pobreza’ que vemos aqui en sus raices, y que sera desarrollado en el mensaje evangélico, no es un ideal de miseria. Todo lo contrario. A lo que se opone el ideal profético abierto aqui por Sofonias (un profeta del Antiguo Testamento), es al ‘lujo’ y a la insolidaridad (podriamos decir, en términos actuales, ala sociedad de consumo, de abundancia de tipo indi- vidualistico). Lo que. se vislumbra es una sociedad hu- mana para todos. Una sociedad sin clases, fundada en el trabajo y en la solidaridad. La perspectiva del texto de Sofonias es igualmente ésta. Se trata, evidentemente, de una perspectiva profética, no de un anilisis sociolé- gico ni de ciencia politica o econémica, pero la pers- pectiva biblica profética, es ésa y esa perspectiva se re- fiere a la tierra y a la historia. No a las nubes. Esto es claro”. Este pdrrafo es definitivamente marxista, por tres razones: porque al igual que los marxistas, ataca a la “sociedad de consumo”, 0 sea a los Mamados paises capitalistas que en realidad ya no son tales, porque el capitalismo liberal propiamente dicho ha desapareci- do en todas partes del mundo; porque propugna por 31 una sociedad “sin clases”, y porque sostiene que esta sociedad futura, que es la tipica sociedad marxista, tendra que realizarse aqui en la tierra. A la sociedad de mero consumo no me interesa de- fenderla, pues tampoco soy partidario del capitalismo; pero el ataque es insidioso, no hace los debidos distin- gos, y en el fondo es una defensa del régimen econémico a base de tarjeta de racionamiento, que es lo que priva en los paises socialistas. Por cuanto a la futura “socie- dad sin clases”, en este punto, el autor que estamos co- mentando, ademas de traicionarse a si mismo, manifes- tando su encubierto marxismo, se pone a la altura de cualquier charlatdn de plazuela. Este mito de la so- ciedad sin clases (sin clases econémicamente distintas), ni se ha realizado, ni se realiza, ni lo veremos jamas. La prueba de ello son los paises comunistas, donde las diferencias de clase son verdaderamente aterradoras. Es particularmente aleccionador a este respecto el li- bro de Milovan Dijilas, llamado La Nueva Clase, o sea la clase de los burécratas y tecnécratas de los paf- ses socialistas, que viven con un lujo, una insolencia y un despliegue de poder que ya lo quisieran para sf los m4s ricos plutécratas de las llamadas sociedades de consumo. Por cuanto a una futura sociedad huma- na, sin clases, fundada en el trabajo y en la solida- ridad humana, y a que dicha sociedad corresponde a una profecia de Sofonias que tiene que realizarse en la tierra y en la historia, el propio Cristo Nuestro Se- for se encarga de desmentir semejante doctrina, por- que leemos en Mateo 5, versiculo 3, que Cristo Nues- tro Sefior, en el sermén de la montafia, no dijo: “Bien- aventurados los pobres porque se les hard justicia aqui en la tierra”, sino esto otro: “Bienaventurados los po- bres porque de ellos es el reino de los cielos”. En el si- guiente texto tomado de San Lucas, capitulo cuarto, versiculos del 16 al 21, leemos lo siguiente: 32 “Llegé el Sefior a Nazaret donde se habia criado. El sabado entré, segin su costumbre, en la sinagoga, y se levanté a leer, Le entregaron el libro del profeta Isafas. Habiendo desenrollado el volumen, hallé el paso en que estaba escrito: ‘El espiritu del Sefior esta sobre mi, por- que me ungié. Me envid a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberacién y a los ciegos la recuperacién de la vista, la libertad a los oprimidos y a promulgar un aio de gracia del Seftor’. Enrollé el libro, se lo dio al sirviente, y se senté; los ojos de todos en Ja sinagoga estaban clavados en El, y comenzé a decirles: ‘Hoy se esté cumpliendo ante vosotros esta escritura’ (Lucas 4, 16-21)”. Resulta obvio que Nuestro Sefior Jesucristo no esta hablando aqui de redencidn econémica de los pobres y de los oprimidos por los ricos, pues después de dos mil afios de haberse implantado el cristianismo en el mundo, no han desaparecido los pobres ni los indigen- tes, y si Nuestro Sefior Jesucristo hubiera venido a traerles la redencién material, econémica y terrenal, no les hubiera dicho a sus oyentes: “Hoy se estd cum- pliendo ante vosotros esta escritura”, por lo que es evidente que Cristo no realiz6 en esos momentos la re- dencién econémica, ni la ha realizado después, y Cris- to no es un mentiroso. En la parabola del rico Epulén y el pobre Lazaro, en Lucas 16, versiculos del 19 al 25, leemos lo si- guiente. “Habia un hombre rico, que vestia de ptirpura y fi- nisimo lino, y se regalaba todos los dias con espléndi- dos banquetes. Y habia también un mendigo, llamado Lazaro, que solia estar tendido ante la puerta. Estaba cubierto de tilceras, y deseaba saciar el hambre con las migajas que catan de la mesa del rico; y hasta los perros se llegaban a lamer sus llagas. Sucedié pues que murié 33 el pobre y fue llevado por los dngeles al seno de Abraham; y murié el rico y fue enterrado. Y en el in- fierno, en medio de los tormentos, levanté sus ojos el rico, y vio a lo lejos a Abraham, que tenia a Lazaro en su seno. Entonces grit6: Padre mio Abraham: ten com- pasién de mi. Manda a L&zaro que, mojando la punta del dedo en agua, venga a refrescarme mi lengua ; Que me estoy abrasando en estas llamas! Abraham le res- pondié: Hijo mio, acuérdate de que ya recibiste tus bienes en la vida; Ldzaro, en cambio, recibié males. Ahora él recibe aqui consuelo, y tu, tormento”. Se advierte claramente en esta parabola que Cristo Nuestro Seftor no les dard necesariamente consuelo a los pobres en esta vida sino fundamental y definitiva- mente en la otra. De otra manera, la parabola care- ceria completamente de sentido. Todo lo anterior no significa de ninguna manera que no estemos obligados a luchar por la justicia en este mundo, Estamos obligadisimos a ello, y la Iglesia siem- pre lo ha hecho asi, desplegando su obra de caridad a través de los siglos y creando una doctrina social ca- tdlica, no desde el reinado de Leén XIII, como dicen algunos ignorantes. La doctrina social catélica no es obra de Leén XIII en su enciclica Rerum Novarum, sino desde Santo Tomas de Aquino en el siglo XIII, y aun desde los Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos, quienes se ocuparon ampliamente de la jus- ticia en el mundo; pero no en el sentido que hoy se le quiere dar, como si Cristo en lugar de venir a ense- fiarnos el camino del cielo nos hubiera venido a traer una formula de felicidad terrena, 0 como si la religién pudiera reducirse a un simple tratado de sociologia. ‘* EI reino de Dios no consiste en un paraiso terrenal @ en un futuro cumplimiento de toda justicia social, sino en algo mucho mas sencillo y claro: Consiste 34 en el reinado de Cristo y de su ley en el corazon de todos sus fieles disctpulos; como lo podemos leer en el siguiente texto de la Sagrada Escritura: “Preguntado por los fariseos cuando Ilegaria el rei- no de Dios, les dio esta respuesta: el reino de Dios no ha de venir espectacularmente, Ni diran: Vedlo aqui o vedlo alli. Sabed que el reino de Dios ya estd enme- dio de vosotros”. Una prueba mas de que Cristo Nuestro Sefior no vino a ocuparse de cuestiones y problemas temporales, la tenemos en las siguientes palabras de la Escritura, las cuales podemos leer en Lucas 12, versiculos del 13 al 21: “Salié uno de entre la gente para decirle: Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la hacienda. Amigo mio, le contesté Jestis, ¢quién me ha nombrado vuestro juez o repartidor? Y dirigiéndose a los demas, afiadié: Guardaos muy bien de toda avaricia y ambi- cién; pues por m4s que se nade en Ja abundancia, la vida no depende de la mucha hacienda. Y les propuso una parabola: Habfa un rico hacendado a quien sus tierras dieron magnifica cosecha. Y discurria para sus adentros; ;Qué hacer ahora? Ya no tengo local para almacenar mis cosechas. Y se respondié a si mismo: Ya sé qué hacer. Derribaré mis graneros para hacer otros més capaces, y asi podré almacenar en ellos todo mi grano y mis productos. Y me echaré esta cuenta: Alma mia, tienes muchos bienes de repuesto para un montén de afios. ;A holgar, pues! ;A comer y a beber, y pa- sarlo bien! Pero Dios le dijo: insensato, esta misma noche te voy a reclamar el alma. ¢Y para quién va a ser todo lo que has almacenado? Esto mismo sucedera con aquel que atesora riquezas en vez de hacer acopio de bienes valederos ante Dios”. 35 Y en los versiculos del 22 al 32 lo siguiente: “Dijo después a sus discipulos: Os doy, pues, este consejo: No os apuréis por vuestra vida corporal, pen- sando qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo, pen- sando cémo os vais a vestir; porque mds importante es la vida que el alimento y mds el cuerpo que el vestido. Fijaos en los cuervos: Ni siembran, ni siegan, ni tienen despensa, ni granero; sin embargo, Dios los alimenta. Ahora bien, ¢cudnto més valéis vosotros que los paja- ros? ¢Quién de vosotros, por mucho cavilar, puede alar- gar un poco su vida? De consiguiente, si no podéis ni siquiera las cosas m4s pequefias, gpor qué os apurais por lo demés? Fijaos cémo crecen los lirios: ni trabajan ni hilan. Sin embargo, os aseguro que ni Salomén, con todas sus galas, se vistié como uno de ellos. Si asi viste Dios la yerba, que hoy esta en el campo y que mafiana es echada al fuego, con cudnta més razén os vestira a vosotros, hombres de poca fe? Asi que no andéis bus- cando qué comer o qué beber; ni estéis apurados por ello. Es propio de paganos andar buscando todas esas cosas. Bien sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas. Buscad mds bien su reino, y El os dard lo demds por aiadidura, No tengais miedo, rebaftito mto; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Antes de seguir adelante, y a modo de paréntesis, conviene aclarar que esta expresién: “Rebaftito mio” nos confirma en lo que arriba dijimos: que son pocos los auténticos disctpulos de Cristo y pocos en conse- cuencia los herederos de su reino celestial. Este evangelio es la explicacién, por otra parte, de por qué el sistema capitalista liberal se desarrollé prin- cipalmente en los paises calvinistas y no en paises ca- télicos. Todos los historiadores de la ciencia econémica estan de acuerdo en ello. Calvino sostuvo la doctrina de la predestinacién absoluta, y los calvinistas protes- 36 tantes veian en Ia adquisicién de las riquezas un signo de esa predestinacién. Asi se explica en gran parte que el capitalismo liberal haya prosperado principalmente en Inglaterra, Holanda, Estados Unidos y los paises nérdicos. En cambio, tuvo escaso desarrollo en los pai- ses catélicos, como Espafia y Francia. Todos hemos lefdo en el evangelio de San Mateo, capitulo 19, versiculo 24, que “es mas facil que un ca- mello pase por el ojo de una aguja que un rico al cielo”; pero resulta que la doctrina del paraiso te- rrenal, la doctrina del cumplimiento de la perfecta jus- ticia social en este mundo, la doctrina marxista y la de todos sus seguidores y simpatizantes, nos promete que algzin dia todos seremos ricos en bienes de esta tie- rra; esto es, que sobreabundaremos en toda clase de satisfactores terrenales, y estaremos tan contentos, tan ahitos y satisfechos, que nos olvidaremos de un supues- to Dios y de ese llamado Reino de los Cielos, que es, dice Marx, un invento de la creatura insatisfecha y miserable, para compensarse, con la imaginacién y una falsa esperanza, de sus limitaciones y desgracias. Yo digo que en este punto el Marxismo st tiene razén, por- que si efectivamente Ilegara un dia en que, gracias a la técnica y al progreso cientifico humano, y al cum- plimiento de toda justicia social, no hubiera ya mas pobres, sino que todos estuviéramos perfectamente sa- tisfechos en todas nuestras necesidades materiales; en- tonces st que nos olvidariamos de Dios, porque tendria- mos nuestro corazén puesto en las riquezas y bellezas de este mundo, o sea que este mundo se convertiria EN NUESTRO TESORO, porque dice la Escritura que no se puede servir a Dios y a las riquezas, porque alli donde tengamos nuestro tesoro, alli estard nuestro co- razon (Lucas 6, 21 y 24). 37 No quisiera terminar este apartado, sin citar estas palabras del evangelio que leemos en Lucas 21, ver- siculos 27 y 28: “Entonces verdn al Hijo del hombre venir entre nu- bes con gran pompa y majestad. Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobrad dnimo y levantad vuestras ca- bezas, porque estd ya cerca vuestra redencién”. Estas palabras de la Escritura nos permiten sacar dos conclusiones: En primer lugar, que no debemos temer la segunda venida de Nuestro Seftor Jesucristo, como lo hacen algunos cristianos que no han enten- dido el mensaje evangélico, sino que debemos espe- rarla con verdadera impaciencia, pues dice el Evan- gelio que debemos “cobrar dnimo y levantar nuestras cabezas”, 0 sea que debemos sentirnos jubilosos, y esto es asi (segunda conclusién) porque entonces si llega- r4 nuestra plena .redencién por e! cumplimiento de toda justicia; pero esta feliz realizaci6n no se produ- cira sino hasta después de la segunda venida de Cris- to Nuestro Sefior. En tales condiciones toda esperanza de un paraiso terrenal resulta contraria al mensaje evangélico. 2. El amor a Dios y el amor al préjimo Sigo- adelante en el comentario de nuestro autor, y encuentro una serie de parrafos en que sostiene la te- sis de que el amor a Dios no se manifiesta en forma vertical (directamente del hombre a Dios), sino sélo a través del amor al préjimo, y dice a este respecto: “La palabra caridad, para San Pablo, como para San Juan, es el amor al prdjimo, en que se manifiesta el amor a Dios”, y mas adelante afiade: “Tenemos, pues, indicada en San Pablo y en San Juan, una unidad esencial de ‘Vida’ (de ‘existencia’) 38 cristiana, que es unidad de fe y de amor (de ‘caridad’, que es amor al préjimo, como mediacién y-manifesta- cién esencial del amor a Dios)”. ‘ Esta tesis es completamente falsa, y habria muchi- simo que decir a propésito de ella, y tanto, que seria imposible agotar el tema. . Segiin esta doctrina, comin entre los clérigos pro- gresistas, el amor a Dios no tiene ningiin sentido sino cuando se traduce y se manifiesta en forma de amor al préjimo. En tal virtud, las Ordenes 0 Congregaciones contemplativas, que se dedican anica y exclusivamente a la oracién, no tienen objeto. Todos los ermitafios y eremitas del desierto de la Tebaida y de otros lugares, que en los primeros siglos de la Iglesia se retiraron a la soledad y se aislaron del mundo sdlo para. realizar tnicamente actos de alabanza directa a Dios, perdie- ron su tiempo. Todos los misticos contemplativos, como una Santa Teresa o una Margarita de Siena, estén fuera de la realidad. La oracién del Padre Nuestro; por medio de la cual Nuestro Seiior Jesucristo ensefié a sus discipulos a orar, ultimadamente tampoco sirve, porque no consiste en si misma, dicha oracion, en una obra directa de amor al prdjimo. Sélo los actos de jus- ticia social tienen verdadero sentido cristiano. En esta forma, los dos grandes mandamientos de la Ley de Dios, que consisten en amar a Dios sobre todas Jas co- sas y al préjimo como a nosotros mismos, se reducen a uno solo: al mandamiento de amar al ‘préjimo. Yo he escuchado esta doctrina en muchisimas ocasiones de labios de sacerdotes progresistas, que desgraciada- mente son la mayoria en estos momentos. El amor divino, como deciamos antes, deja de ser vertical para convertirse en puramente horizontal. El mandamiento de amar a Dios sélo se expresa y se tra- duce en un acto de completo amor al préjimo y de Justicia social. 39 Sin embargo, todo esto es falso, porque basta una vez mas abrir las paginas del Evangelio para advertir inmediatamente que Cristo Nuestro Sefior enseiié todo lo contrario: En el libro del Exodo, capitulo 20, versiculos del 3 al 6, leemos que el primer mandamiento de la ley de Dios se encuentra expresado en la forma siguiente: “No tendréis otro Dios ante mi, No te fabricards es- cultura ni imagen alguna de lo que existe arriba en el cielo, o abajo en la tierra, o por bajo de Ia tierra en las aguas. No te postrards ante ellas ni las servirds; pues Yo, Yahvé, tu Dios, soy Dios celoso, que castiga la iniqui- dad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generacién de quienes me odian; pero uso de misericor- dia hasta la milésima generacién con quienes me aman y guardan mis mandamientos”. Nuestro Sefior Jesucristo dio una formulacién mds vigorosa a este precepto, segin leemos en Mateo 22, versiculos del 34 al 40: “Los fariseos, enterados de que habia reducido al si- lencio a los saduceos, vinieron a reunirse en el mismo lugar; y uno de ellos, doctor de la ley, para tentarle, le planted esta cuestién: Maestro, ¢cudl es el mandamien- to mds importante de la ley? Jesus le respondié: Amaras al Seiior, tu Dios, con todo tu corazén, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el principal y el primero de los mandamientos. El segundo, parecido a éste, es: Amaras al préjimo, como a ti mismo. Estos dos mandamientos son el fundamento de todo lo que dicen los libros de la ley y los profetas”. 40 Queda pues perfectamente claro que tenemos obli- gacién de darle alabanza y gloria a Dios, en forma absolutamente directa, con todo nuestro corazén, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y este amor ha de manifestarse en una oracién continua, verbal y mental, con motivo de todos y cada uno de los actos de nuestra vida, con absoluta independencia del amor al préjimo. A este respecto los evangelios, sobre todo Lucas (3, 21; 5, 16; 6, 12. 9; 29, 10; 21 ss. II, 1; 22, 32. 41 23; 34. 46), nos ponen ante los ojos la imagen de Jesis, como el gran orante al Padre. Jesis ora muy a menudo; practica las oraciones ordinarias como la bendicién antes de la comida; ora antes de las acciones y decisiones importantes (milagros, elec- cién de los discipulos), en la soledad de la noche y en compafiia de sus discipulos, en el gozo del espiritu (Lucas 10, 21), en la angustia de muerte. A decir ver- dad, vive en oracién constante. Su alma esté en unién continua con el Padre (Jn 1, 51), de cuya voluntad vive y el cual jamas le abandona (Jn 4. 34. 7, 29, etc.). Por la especialisima relacién de Jesis con el Padre, su oracién recibe también un caracter absolutamente propio que los evangelistas sefialan expresamente, so- bre todo San Juan (p. ej., 11, 4 is 17: oracién sacer- dotal). También en la oracién Cristo fue maestro de sus discfpulos. A este respecto, San Pablo, en su epistola a los colosenses, capitulo 3, versiculos del 16 al 17, nos ensefia lo siguiente: “Que la palabra de Cristo viva entre vosotros en todo su esplendor. Instruios unos a otros en toda ciencia espiritual; exhortaos mutuamen- te con salmos, himnos y cdnticos inspirados por el es- piritu; y con gratitud cantad al Seftor desde lo intimo de vuestro corazén. Y todo cuanto hagdis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de Jests, el Senor, dando gracias a Dios Padre por medio de El”. Al El mismo San Pablo, en su primera Epistola a los Corintios, capitulo 10, versiculo 31, nos ensefia lo si- guiente: “Asi que ya comdis, ya bebdis, ya hagdis cual- quier otra cosa, haced todo para gloria de Dios”. Por otra parte, resulta que el hombre, en si y por si mismo, es-una criatura demasiado imperfecta que no resulta digna de ser amada. El hombre es egoista, in- fiel y sobre todo ingrato. El hombre, como decia To- mas Hobbes, es el lobo del hombre (Homo homini lupus). Mientras mds conozco a los hombres, decia Lord Byron, mas quiero a mi perro. José Vasconcelos dice en su autobiografia que la Filantropia basada en . valores puramente humanos es una cosa absurda y aun esttipida, porque el hombre no tiene ninguna cualidad, por st mismo, por la cual merezca ser amado. En efecto: La filosofia que pregonan todas las sectas que pres- cinden del Dios personal y vivo, distinto del Universo y de nosotros, como los masones y grupos afines: amor ala humanidad por la humanidad misma, es una cosa absurda que carece de sentido. La grandeza del hom- bre proviene de que ha sido redimido por la sangre de Cristo y elevado, por la gracia, a la categoria de hijo de Dios. Fuera de esto, el hombre es nada o un poco mds que nada. Asi pues, el amor al hombre se fundamenta en el amor a Dios, y si amamos a nues- tros préjimos los hombres, a pesar de sus infidelida- des e ingratitudes, es porque Dios lo manda. Y lo man- da asi porque todos somos hermanos en Ad4én —en cuanto al orden natural, cosa que niega el progresis- mo—, y en Cristo, nuestra cabeza, pues por El y en El, mediante la gracia —en el orden sobrenatural—, so- mos miembros los unos de los otros, cosa que niega también el progresismo, pues para éste no existe la Gracia, ni un Cristo trascendente, “igual ayer, hoy y siempre”. sod 42 Si no existiera esa gran causa de amarse los hom- bres “los unos a los otros”, tal amor careceria de fun- damento. En San Juan, capitulo 13, versiculos 34 y 35, se lee lo siguiente: “Un mandamiento os doy: Que os améis los unos a los otros tal como Yo os he ama- do”. Luego el amor al préjimo tiene su real fundamen- to en un Mandamiento, y damos cumplimiento a este mandato porque viene de Dios y por amor a Dios, y porque Dios nos une en El mismo. Dios es el princi- pio y el fin de todas las cosas. A Dios no se le puede excluir ni directa ni indirectamente, como pretenden los progresistas. Los progresistas quieren hacer del hom- bre, de la humanidad, un verdadero idolo. Quieren sentar al hombre en el altar de Dios. Este falso hu- manismo brota en el -Renacimiento; se acrecienta con la Reforma Protestante; se renueva con gran fuerza en la Revolucién Francesa, y alcanza su plenitud en los tiempos que corren, muy principalmente gracias al Clero progresista. Hasta se ha llegado a decir que nada es pecado si se hace con amor humano al prdjimo. Asi, por ejemplo, algunos curas progresistas del Estado de Colima, y esto me consta personalmente, empezaron a predicar que ni el adulterio ni Ja forni- cacién resultan verdaderamente pecaminosos si se ha- cen con amor y por amor. Por supuesto que aqui se trata del amor puramente humano. El Sefior Obispo los reprendié en carta pastoral que fue publicada en todos los Diarios de Colima; pero los curas progresis- tas le hicieron tal guerra, que lo obligaron a renunciar. Actualmente el Obispo de Colima lo es de Ciudad Guzman. No reproduzco el texto de esa carta pastoral por falta de espacio. En el fondo, como lo han visto todos los buenos cristianos, los que estamos viviendo actualmente, eso no es mas que la repeticién, la reno- vacién digamos mejor, del eterno pecado del hombre que se quiere igualar a Dios; que se quiere poner en el 43 lugar de Dios. Este es el mismo pecado que nos relata la Escritura en los siguientes términos: “Ahora. bien, la serpiente (el Diablo) era el més as- tuto de todos los animales salvajes que Yahvé Dios ha- bia producido, y dijo a la mujer: eCon que Dios ha dicho: no comeréis de todos los Arboles del vergel? Y contesté la mujer a la serpiente: Ya comemos del fruto de los Arboles del vergel: Mas respecto al fruto del drbol que estd en medio del vergel dijo Dios: no comdis de él ni lo toquéis, para que no murdis”, La serpiente replicé a la mujer: No moriréis en mo- do alguno: es que Dios sabe que el dia en que comais de él se abriran vuestros ojos “y seréis como Dios’, co- nocedores del bien y del mal”. En resumen: el falso humanismo de la herejia pro- gresista consiste en esto: en que quiere poner al hom- bre en el lugar de Dios. Por tltimo: para demostrar de una manera irrebatible que el amor a Dios no se confunde con el amor al préjimo, ni se expresa exclu- sivamente a través de este segundo amor, me permito citar este texto de la Escritura, donde claramente se ve que el amor al prdéjimo por el préjimo mismo y el amor a Dios pueden entrar y de hecho entran constan- temente en una franca oposicién. “No creais que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino guerra. Porque he venido a poner discordia entre el hijo y su padre, entre la hija y su madre, entre la nuera y su suegra; de modo que tendré uno por enemigos la gente de su propia casa. El qué ama a su madre mds que a Mi, no es digno de Mi; y el que ama a su hijo o a su hija mds que a Mi, no es digno de Mi. Y el que no toma su cruz y si- 44 gue en pos de Mi, no es digno de Mi. Quien quiera conservar su vida, la perder4; y quien por mi causa la perdiere, la encontrar&” (Mateo 10, 34, 39). 3. La Iglesia Catélica siempre ha sido la fiel esposa de Cristo, y ha poseido siempre toda la verdad Resulta casi imposible, por falta de espacio, com- batir todos y cada uno de los errores que se contienen en el estudio del jesuita Diez-Alegria, que venimos co- mentando; pero hay algunos mas, muy graves, que no puedo pasar por alto y que son los siguientes: a) La afirmacién de que la Iglesia Catélica como tal puede ser infiel a su misi6n, y la afirmacién de que Ja Iglesia Catdlica “no es duena de toda la verdad” relativa a la salvacién del hombre. Estas dos afirmaciones son un par de monstruosida- des y herejias expresamente condenadas por definicio- nes dogmaticas de Papas y Concilios. Pero veamos: Dice textualmente Diez-Alegria lo que a continua- cién se transcribe: “Y, en este estadio del camino, la Iglesia Catélica puede ser infiel a su funcién y a su vdcacién, y de este modo, puede ser deficiente el realizarse en ella de la unica Iglesia de Cristo”. La Iglesia como tal no puede incurrir en infideli- dad a su funcidn, Son cuatro las notas que caracteri- zan a la Iglesia Catélica, Apostélica, Romana. La unidad, la Santidad, la catolicidad y la apostolicidad. La Iglesia Romana posee la nota de Santidad. Esta Santidad es de origen, pues histéricamente es cierto que Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, fuente de toda santidad, fue su fundador. Esta Iglesia posee Santidad activa, es decir, fines santos (la santificacion y salvacién de todos los hombres) y medios santos (la 45 doctrina y moral cristiana, los sacramentos, el Sacrifi- cio de la Misa, la oracién, etcétera), capaces de pro- ducir la santidad en sus miembros. Posee asimismo santidad pasiva, esto es, miembros santos, no sélo con santidad corriente y ordinaria (todo el que esta en gra- cia es santo), sino con santidad extraordinaria y he- roica (los martires, los confesores y virgenes conoci- dos), refrendada con estupendos y continuos milagros. Este es un punto de fe y no puede discutirse, porque ha sido ya objeto de definiciones dogmdticas absolu- tamente trreformables. Sélo a un majadero y falso pro- feta, lobo con piel de oveja, como es el tal jesuita Diez- Alegria, se le ocurre decir que la Iglesia puede ser in- fiel a su vocacién. Repetimos que este es un punto de fe, y asi lo ensefié San Pablo en su carta a los Efesios en el siglo Primero de la era Cristiana, capitulo 5, versiculos del 25 al 33: “Cristo amé a la Iglesia y se entregé a la muerte por ella, El la santificéd, purificéndola en el bafio del agua con la férmula ritual, y él hace comparecer en su pre- sencia a la Iglesia. Toda gloriosa, sin mancha ni arru- ga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada”. Este Sr. Diez-Alegria no es capaz ni siquiera de dis- tinguir entre la Iglesia como tal y los miembros que la componen, distincién que cualquiera que haya es- tudiado un catecismo elemental, sabe hacer. Todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, inclusive el Papa, somos pecadores y por lo tanto capaces de infi- delidad. Pero la Iglesia en si misma no puede faltar a su vocaci6n, por la simple y sencilla razén de que la Iglesia es el cuerpo mistico de Cristo cuya cabeza es Cristo mismo; es el mismo Cristo que continua vi- viendo entre nosotros en una forma mistica. La otra tesis de Diez-Alegria Ja formula en estos tér- minos que, con gran repugnancia y profunda indigna- 46 cién, como fiel hijo de la Iglesia que soy y quiero ser, me veo obligado a transcribir: “La Iglesia Catélica tiene que despojarse hasta la raiz de la vieja tendencia (que es una tentacién), de hablar, en actitud de ‘duefia de la verdad’, a un mun- do ignorante, a quien mira desde arriba”. La Iglesia, cuya cabeza visible es Pedro, sé posee toda la verdad respecto a la salvacién del hombre, y siempre la ha poseido. La Iglesia Universal goza del don de la inerrancia, por la simple y sencilla razén de que estd asistida y siempre lo ha estado y lo seguiré estando, hasta el fin de los tiempos, por el Espiritu Santo. Este es un punto elemental de la fe Catélica y ha sido motivo de definiciones doctrinales; muy prin- cipalmente en el Concilio Vaticano I. Hay numerosos textos de la escritura de los cuales se desprende que la Iglesia Catélica no puede errar en materia de fe; por ser duefia de toda la verdad en lo que se refiere a la salvacién del hombre. Jesucristo dio a los apédstoles el poder de ensefiar o poder docente: “Predicad el Evangelio a toda criatu- ra” (San Marcos, 16, 15). “Ensefiad a todas las gen- tes” (San Mateo, 28, 19). También les dio el ministerio santificante, para impartir la gracia a las gentes por medio de la admi- nistracién de los Santos Sacramentos: del Bautismo: bautizdndolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo (San Mateo, 28, 19); de la Peniten- cia: “A quienes perdonareis los pecados les seran per- donados” (San Juan, 20, 23); de la Eucaristia y del Sacerdocio: “Haced esto en memoria mia” (San Lu- cas, 22, 19), ete. Asimismo les dio el poder regente, o sea de regir a su Iglesia, por medio de leyes con fuerza de obligar en conciencia: “Todo lo que atareis sobre la tierra 47 sera atado también en el Cielo” (San Mateo, 18, 18) ; “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (San Juan 21, 17). En el ejercicio de estos tres poderes, la Iglesia es indefectible. Es asimismo infalible; porque Jesucristo le ha prometido su especial asistencia para que no pue- da caer en error al ensefiar las cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres: “Yo estaré con vosotros ‘todos los dias’ hasta el final de los tiempos” (San Mateo 27, 20): “Quien a vosotros oye a Mi me oye” (San Lucas, 10, 16). Por lo que se refiere a Pedro, Cabeza visible de la Iglesia, goza de Jas mismas prerrogativas de la Igle- sia: es indefectible y perpetuo, es decir, nunca faltard Fapa en la Iglesia; es independiente de todo poder hu- mano en el ejercicio de su potestad suprema, y e3 in- falible, 0 sea que no se puede equivocar al ensefiar verdades pertenecientes a la fe o a las costumbres, como Maestro y Doctor Supremo de la Iglesia Uni- versal. Esta infalibilidad personal del Romano Ponti- fice es dogma de fe definido en el Concilio Vaticano I, sesién IV, capitulo 40. La infalibilidad del Romano Pontifice se prueba con los siguientes argumentos: el Romano Pontifice, como sucesor de San Pedro, es la piedra o fundamento de la Iglesia, Supremo Pastor del rebafio de Cristo. Si pu- diera errar en cosas de fe y costumbres, la Iglesia no seria indefectible en su doctrina ni en su moral, y el rebafio de Cristo (los fieles) podria ser conducido al error y al pecado, precisamente por aquel que ha sido designado por Cristo como cabeza y Maestro Su- premo de la Iglesia. Esto seria absurdo. Luego el Papa es infalible en cosas de fe y costumbres. Ademas, Je- sucristo prometié una asistencia especial a San Pedro, y en él a sus sucesores, para que permaneciesen siem- pre firmes en la fe y confirmasen en ella a sus herma- 48 nos: “Simén, mira que Satands va tras de vosotros para zarandearos como el trigo cuando se criba; mas yo he rogado por ti a fin de que tu fe no desfallezca, y ta, cuando te conviertas, confirma en ella a tus her- manos” (San Lucas, 22, 31-32). Ahora bien: la ora- cién de Cristo es necesariamente eficaz. Luego San Pedro y sus sucesores, los Papas, no sélo son infalibles cuando hablan ex-cathedra, sino que en todo momen- to permanecen fieles a la Fe. 4. jNinguna Revolucién Copernicana! Era mi intencién dar por terminado este articulo en este momento, pero no puedo; porque la boca de este senor Diez-Alegria sigue vomitando insolencias y herejias. Dice este sefior que el “Ndicleo mds esencial” del anuncio apostélico hecho por Nuestro Sefior Jesu- cristo, es el problema de la justicia en el mundo, y que la Iglesia hasta la fecha no lo ha comprendido ast; lo cual supone la necesidad de una “revolucién coperni- cana” en la manera tradicional de concebir la vida religiosa cristiana, heredada de los siglos de “Cristian- dad”. Sencillamente este amigo esta loco. En la Iglesia no hay ni puede haber revoluciones copernicanas, por- que el depésito sagrado de la fe es intocable. Sabemos por las definiciones conciliares y por las enciclicas de los Papas que es posible, dia a dia, crecer y ahondar en el conocimiento de la fe; pero no es posible refor- mar lo que ya esta definido, ni tampoco se nos ensefian cosas que no posea la Iglesia desde un principio, ni mucho menos contrarias a lo que ha ensefiado siempre. Hablar de una “revolucién copérnica” en la Iglesia de Dios es otra monstruosidad y una verdadera apostasia, mas que una simple herejia. Si a mi se me demostra- ra que en 20 siglos que tiene la Iglesia, avin no ha po- 49 dido captar “el nticleo esencial” de la revelacién evan- gélica, la conclusién seria que no es cierto que la Igle- sia haya estado asistida “todos los dias” por el Espiritu Santo, y que las promesas de Nuestro Sefior Jesucristo no fueron verdaderas. En tales circunstancias, la tinica salida que nos quedaria seria el abandono total de la fe, que es en realidad lo que pretende y a donde llega este lobo con piel de oveja que usted me ha puesto a leer, con repugnancia de mi parte: el jesuita Diez- Alegria, que por afiadidura tiene un defecto més: es un pésimo escritor, pues su literatura es abstracta, pe- sada, densa. Se requiere mucha paciencia y muy buen higado para poderlo leer, por la enorme cantidad de bilis que produce su lectura. Pero conste que ast son todos los clérigos progresistas: todos vomitan insolen- cias y todos dicen lo mismo; el pensamiento de este sefior es el mismo, por ejemplo, que el de Sergio Mén- dez Arceo. Se repiten unos a otros con tanta exacti- tud, que habiendo leido a uno ya los hemos conocido a todos. 5. Gravedad de la herejia progresista Quiero hacerle la aclaracién de que la herejia pro- gresista esta tan difundida y de tal modo sacude los fundamentos mismos de la fe y de la Iglesia, que es tal vez la mds espantosa que ha conocido la Iglesia en sus 2,000 afios de historia. Mas grave quiza que la here- jia arriana. Casi la totalidad de los libros que se di- cen catdélicos, editados de 20 afios a esta parte, esta infestada, en mayor o menor medida, de esta terrible herejia, y quienes no tienen suficiente preparacién teo- légica, porque nunca han leido ni siquiera un miniscu- lo tratado de teologia o un buen catecismo, caen fa- cilmente en sus redes. Mucho cuidado, pues, porque el error materialmente nos inunda y nos ahoga. Le 50 recomiendo, por mi parte, no la lectura de grandes li- bros, sino la de un libro relativamente pequefio y en- cantador: el Nuevo Testamento, o sea los Cuatro Evangelios; Los Hechos de los Apédstoles, todas las Epistolas y el Apocalipsis de San Juan. Léalos despa- cio; léalos varias veces y meditelos. Le recomiendo el Nuevo Testamento comentado por Monseftor Strau- binger, el cual se vende a las puertas de casi todas las Iglesias, Esta lectura es absolutamente necesaria y nos permite orientarnos en medio del caos ideolégico en que estamos viviendo. Le recomiendo asimismo la lec- tura de las enciclicas Papales, principalmente la Pa- cendi de San Pio X, quien en su tiempo detecté que habia ya una profunda infiltracién masénica dentro de la Iglesia de Dios, y de eso hace mds de 50 aftos. Me permito, finalmente, a manera de Epilogo, en- sayar un resumen de las notas mas salientes que ca- racterizan a la herejia progresista: a) Dicen que el “nicleo” o como ellos Ilaman “Ke- rigma” del mensaje evangélico es el cumplimiento de toda justicia humana, como si el Evangelio fuera una sociologia; como si Cristo hubiera venido a salvar los cuerpos y no las almas. Les pasa exactamente lo mismo que a los judios, que se negaron a reconocer a Nuestro Sefior Jesucristo porque esperaban un Mesfas que les diera el dominio del mundo, y no que les predicara la conquista del cielo. b) Hablan mucho del amor al préjimo; pero se ol- vidan de predicar el amor y el temor de Dios. c) Siempre andan afanados por construir obras ma- teriales, colaborando con toda clase de asoctaciones profanas; pero no se preocupan por la perfeccién es- piritual de sus feligreses.. d) Nunca o casi nunca hablan del pecado, como st ya cosa alguna fuera pecado; ni de los castigos que 51 van a sobrevenir a esta humanidad pecadora. Y eso no obstante que vivimos en una de las épocas mds per versas y pecaminosas de la humanidad. Cierto dia fui a una misa que se celebraba con acompafiamiento de una orquesta de muchachas y muchachos que tocaban guitarras e instrumentos de percusién. Cantaban canciones con un estribillo que decia: “El mundo lo que necesita es amor”. Por cier- to que la gente estaba més atenta a los giros de la orquesta que a seguir la liturgia del sacrificio euca- ristico. Entonces me acordé de que estamos viviendo en un mundo de sexo y de terror. Mientras los curas progre- sistas predican machaconamente que lo que el mundo necesita es amor, resulta que nunca hubo mas egoismo nj mas odio entre los hombres. El mundo esté impreg- nado, hasta la médula, de sexo, que es puro egoismo, instrumentalizacién del prdjimo al servicio de nuestro propio placer; negacién del verdadero amor, y que por esto mismo produce tristeza y tedio. Y nunca hubo mas odio al préjimo en forma de crudelisimo terroris- mo y de violencia espantosa al servicio de falsos idea- les. Y pensé para mis adentros: Este mundo lo que ne- cesita es temor de Dios, porque ha perdido la nocién del pecado. Mientras tanto, la desentonada murga seguia repi- queteando en el templo: “Este mundo lo que necesita es amor”, y yo me preguntaba: ¢qué clase de amor; amor divino; amor profano; amor puramente huma- no? Fuera, en el atrio mismo del templo, varias pare- jitas se hacian desenfrenadamente el amor. Pero no. Esta humanidad, que todavia cree en Dios, pero que no le teme, tampoco se burlard todo el tiem- po de El; y aunque los curas progresistas ya no quie- ran hablar del pecado y del infierno, yo digo, y me fundo para ello en los mensajes de La Salette y de la 52 Virgen de F4tima, que muy pronto la humanidad va a saber, por si misma, que Dios castigara esta horrible apostasia que estamos viviendo, y que la humanidad no se seguira burlando todo el tiempo de su Santa Ley. e) Le dan toda la importancia al apostolado social, y ninguna a la vida contemplativa, de mortificacién y de oracién; y se equivocan, Este punto ya qued6 bien definido por Nuestro Sefior Jesucristo, en los siguien- tes términos. “Segiin iban de camino, entré Jestis en una aldea donde una mujer Ilamada Maria le hospedé en su ca- sa. Tenia ella una hermana llamada Maria. Esta, sen- tada a los pies del Seftor, escuchaba sus palabras, mien- tras los mil cuidados del hospedaje absorbian la aten- cién de Marta. Plantése, pues, ésta ante Jests y le dijo: Seftor, mira que mi hermana me deja sola en los que- haceres. Dile que me ayude. Marta, Marta, le respon- dié Jestis, te preocupas y te apuras demasiado por mu- chas cosas. Pocas son necesarias: 0 mejor, basta una so- la. Maria ha escogido la mejor parte y no se verd pri- vada de ella’. Aqui Maria era la contemplativa y Marta la que realizaba el apostolado material, o social, como diria- mos ahora. f) Ninguna importancia le dan a la castidad evan- gélica, recomendada especialmente por Nuestro Se- fior Jesucristo, y dicen que el matrimonio tiene la mis- ma excelencia y grandeza moral que el celibato sacer- dotal. Se olvidan de este texto de la escritura: “Hay hombres que desde el vientre de su madre son impotentes para el matrimonio; hay otros que son im- potentes porque a este estado fueron reducidos por los hombres; y hay otros que renunciaron al matrimonio 53 por amor del reino de los cielos. Quien sea capaz de hacer esto, que lo haga” (Mateo 19, 10-12). El desprecio de esta ensefianza de Nuestro Sefior Jesucristo, el afdn de querer abrazarse al mundo, es lo que ha Ilevado a muchos sacerdotes a renunciar a su ministerio y a casarse, con grandisimo escandalo y dafio del pueblo fiel. Su Santidad Paulo VI, segim noticia aparecida en el Diario Heraldo (y en todos los Diarios de la Ciudad de México del dia 3 de junio del afio en curso) pro- nuncié un sermén con motivo de la fiesta de Pente- costés, dirigido tanto a seglares como a Sacerdotes “que con su actitud pagana y secular” contradicen a la Iglesia, y pidié que el espiritu de verdad se extienda sobre los que vegetan en la duda, y “estén dispuestos a los compromisos mundanos, con el pretexto de apro- ximarse a un mundo QUE LOS DEVORARA ENSEGUIDA”. g) Constantemente invocan el Concilio Vaticano IJ, para justificar todas sus desviaciones y herejias; pero falsean los textos de dicho Concilio y lo malinterpretan, pues si nos tomamos el trabajo de leer sus conclusio- nes, pronto nos convenceremos de que el mismo no se sale en ningiin punto, tratandose de cuestiones dogmd- ticas y de ensenanzas relacionadas con el dogma, de ia mds rigurosa tradicién. Por eso su Santidad el Papa Paulo VI ha dicho que hay “un proceso de autodemo- licién” dentro de la Iglesia de Dios, y que “el humo de Satands se ha colado por alguna grieta de la Igle- sia misma”, malogrando los frutos de este Santo Con- cilio. h) Los progresistas sostienen que no es el hombre malo el que crea las estructuras sociales e injustas, sino que son las estructuras sociales injustas las que hacen que el hombre sea malo. Esta es la doctrina de Juan Jacobo Rousseau, que fue el primero en hablar de “El 54 salvaje bueno”, diciendo que la civilizacién corrompe al hombre. Es exactamente la misma doctrina de Marx, y es lo que el obispo Méndez Arceo, aqui en México, y todos sus simpatizantes, sostienen abierta- mente. Pero la verdad de las cosas es que Cristo Nues- tro Sefior no vino a cambiar las estructuras sociales sino a transformar el corazén del hombre. Son aplica- bles a este respecto las siguientes palabras de Nuestro Sefior Jesucristo: 21. “Porque del interior dél hombre, de su corazén, salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los ro- bos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las mal- dades, el fraude, el libertinaje, la envidia, la difama- cidén, la soberbia, la falta de sentido moral. Todos es- tos vicios salen del interior y dejan impuro al hombre”. (San Marcos, capitulo 7, versiculos del 21 al 23). La verdad de las cosas es que los apéstoles, autén- ticos intérpretes del Evangelio de Nuestro Sefior Je- sucristo, se preocuparon muy poco por el cambio de las estructuras sociales, sino fundamentalmente por transformar el corazén del hombre, Ninguna estruc- tura social ha sido més injusta que la esclavitud. La Iglesia contribuyé lentamente a poner término a esta injusta estructura social, como lo reconocen todos los historiadores. Pero mientras tanto, San Pablo, en su epistola a los Efesios, capitulo 2, versiculos del 5 al 9, ensefiaba lo siguiente: “Esclavos, sed sumisos con vuestros amos de aqui abajo con solicitud y respeto, con sinceridad de cora- zén. Como a Cristo servidles no sélo cuando estan de- lante, como si buscaseis agradar a los hombres, sino como auténticos esclavos de Cristo, cumpliendo de co- raz6n la voluntad de Dios. Servid con buena voluntad, como si sirvieseis al Sefior y no a hombres, sabiendo 55 que cada cual, sea esclavo o libre, recibira recompensa del Sefior conforme al bien que haya realizado. Y vos- otros, amos, haced otro tanto con ellos. Dejad a un lado las amenazas, sabiendo que el Sefior de unos y otros estd én los cielos y que no tiene acepcién de per- sonas”. i) Predican que con hacerle algunas zalemas y ca- rantofias al préjimo, con darle una que otra palma- dita, con hacer obras de caridad pecuniaria, y sobre todo con pagar un justo salario y repartir la riqueza, eso es suficiente para cumplir con la ley de Dios y para ganar el cielo; pero se olvidan de que para ganar la vida eterna es neécesario sacrificar nuestras pasiones y apetitos, negarse uno a si mismo y evitar el pecado; segin estas palabras de San Pablo en su epistola a los Galatas, capitulo tercero, versiculos del 16 al 21: “E insisto: Caminad a impulsos del espiritu y no deis satisfaccién a las tendencias de la ‘carne’. La ‘car- ne’ tiene tendencias contrarias a las del ‘espiritu’; y el ‘espiritu’, tendencias contrarias a las de la ‘carne’; y ambos se hacen la guerra, de manera que no debéis hacer lo que queréis. Si os dejais guiar por el ‘espiritu’, ya no estais bajo la Ley. Todo el mundo sabe las obras de la ‘carne’, tales como: fornicacién, impureza, liber- tinaje, idolatria, hechiceria, odios, discordia, celos, ira, contiendas, discusiones, partidismos, envidias, embria- gueces, orgias, y otras semejantes. Respecto de ellas os prevengo ahora, como ya os previne antes, que quienes las practican no heredardn el reino de Dios” (no en- traran en el reino de los cielos). Es decir que ya no predican los curas progresistas la necesidad de evitar el pecado como condicién indis- pensabie para ganar el reino de los cielos; ni nos amo- nestan con la eterna condenacién. Por lo que a mi se refiere, digo que hace muchos afios que no oigo a 56 sacerdote alguno hablar de Satanas, ni de las penas del infierno. j) Ya Pio X habia notado, en su enciclica Pacendi, que la mayor parte de los males que atacan a la Igle- sia provienen de la ignorancia; de la pésima prepara- cién que imparten los seminarios, y principalmente del olvido de la filosofia y de la teologia tradiciona- les de la Iglesia, que son las de Santo Tomds. La ma- yor parte de los curas progresistas es, al final de cuentas, una cdfila de ignorantes. Casi todos ellos, consciente o inconscientemente, son seguidores de Teil- hard de Chardin, que es suma y compendio de todas las modernas herejias, y en cambio ignoran a Santo Tomds. Por eso es que la Editorial Tradicién publicé ya una notable Iniciacién a la Filosofia de Santo Tomds de Aquino, del P. Gardeil, o.p., en 4 tomos, propia para seminarios, facultades de Filosofia y lecto- res de alguna cultura; y asimismo, no sin gran esfuer- zo, ha publicado el curso completo de Filosofia Esco- léstica Tomista de Barbedette, que esta al alcance de todas las personas, aun las de mediana cultura: obra didactica, de facil estudio y al mismo tiempo com- pleta. También se propone publicar un buen texto de “Teologia para Seglares’”, con las mismas caracteris- ticas. A este mismo respecto, en el Diario Novedades, co- rrespondiente al dia 19 del mes en curso, aparece una noticia que es del tenor siguiente: “Barcelona, Espafia, Jun. 18 (EFE).-El silencio Je- rdrquico sobre el proselitismo de las sectas masdnicas y marxistas es denunciado en una carta dirigida al car- denal Vicente Enrique y Tarancén, presidente de la Conferencia Episcopal Espanola, por un grupo de sa- cerdotes catalanes pertenecientes a la Asociacién de San Antonio Maria Claret, de cardcter integrista. 57 El documento denuncia, asimismo, la carencia de formacién filoséfica tomista entre los sacerdotes, que se manifiesta actualmente en la proliferacién de do- cumentos, incluso episcopales. Mas adelante acusa a la jerarquia de guardar si- lencio con respecto a diversos acontecimientos, tales como ‘la falta de predicacién’, la negacién de los sa- cramentos, cl prosclitismo de las sectas masdnicas y marxistas y la corrupcién moral”. En efecto: k) Los clérigos progresistas se han olvidado comple- tamente de predicar contra el pecado y la corrupcién moral y de la necesidad que tienen los fieles de hacer penitencia para que sus pecados les sean perdonados. Quizd nunca, desde los tiempos que precedieron al diluvio, hubo tanto pecado en el mundo. Hemos pre- senciado cémo en Inglaterra se ha llegado al extremo de legalizar la unién entre homosexuales. Hemos visto cémo en los Estados Unidos se han producido manifes- taciones piblicas de pederastas y de lesbianas, exigien- ‘do autorizacién para practicar libremente su aberra- cién sexual. El aborto ha sido legalizado en muchos paises. Por cierto que el aborto es el mayor crimen que he conocido, y lo digo como abogado penalista. El aborto es un asesinato con todas las calificativas: pre- meditacién, alevosia, ventaja y traicién, contra un ser absolutamente inocente e indefenso, que no es un in- justo agresor porque sus padres lo trajeron al mundo sin pedirle su consentimiento. El mundo padece terro- rismo y secuestros. Asesinatos multitudinarios de victi- - mas totalmente inocentes a través de matanzas colec- tivas, como Jas del aeropuerto de Tel-Aviv, cometido por terroristas japoneses; asesinatos por incendio, -ex- plosiones, ataques a mansalva; ametrallamientos, etc.; pero jamds he otdo en las iglesias una sola palabra con- 58 denando estas atrocidades; ni he escuchado sermones haciéndoles ver a las gentes la necesidad de reformar las costumbres y por lo tanto de hacer penitencia. Se han olvidado de estas palabras de San Pablo, que lee- mos en la Primera Epistola a los Corintios, capitulo Sexto, versiculos del 9 al 10: “

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