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Magris y la incertidumbre geográfica (I)

[Miércoles] 28 de febrero

He recibido noticias de Juan Octavio Prenz, la nota no puede llegar en mejor momento, no es muy
larga, tampoco muy corta, pero lleva anotaciones de saludos a mi familia, casi como glosas. Hay
muchas flores al abrir el sobre, han salido pétalos, uno a uno, hasta hacerse en el cuenco de mi
mano un montón. Me sorprende y no me sorprende que los matasellos sean de Trieste, pienso,
definitivamente allí morirá. Pero me llama la atención unas anotaciones que hace acerca de uno de
mis compatriotas queridos, Claudio Magris, que es amiguísimo suyo. Juan, ya entrado en años,
viene a ser de este modo el médium, entre Magris y yo. Siempre entre una y otra cosa, ya sea él o
yo quien escriba, surge el interés por saber del escritor, aunque no sea solo ello el motivo por el
cual nos hablamos.

En 2004 Magris recibió el Premio Príncipe de Asturias. Más de cuarenta y tantos años antes, este
hombre de buena estatura (y una mirada que me recuerda a Montale) había caminado por los
pasillos de la Universidad de Turín, que entre sus egresados cuenta con Bobbio y Umberto Eco. En
el claustro antiguo de la institución, alguna vez caminé en silencio para comprobar si podía aún,
después de tantos años, escuchar los pasos de Erasmo de Rotterdam, y supuse que quizá en las
horas bulliciosas su espíritu se paseaba por allí, con libros debajo del brazo. Quizá, de haberlo
encontrado, le habría invitado a tomar algo (aunque yo no bebo café), pero en Turín (Torino), mi
querida ciudad, éstos precisamente abundan, cada uno con su historia: de haber querido hablar de
política, habríamos ido al legendario Caffe Fiorio, en la via Pò No. 8. Si hubiésemos querido perder
el tiempo en cualquier tontería, teníamos el suntuoso Baratti & Milano, cerca de la Piazza Castello
(donde me gusta observar a los transeúntes). O si estaba lloviendo, nos habríamos guarecido bajo
la enorme marquesina de la galería Subalpina, en una mesa esquinera del caffe Baratti, mientras
frente a nosotros pasaban transeúntes mojados de una plaza a otra (la galería las une). Pero en
Turín aunque llueve, hay ocasiones en las que el cielo es casi negro de tantas capas de gris
espeso de nubes, y la ciudad parece demasiado antigua bajo la poca luz, desamparada. Lo único
que da vida es la larga cadena montañosa de los Alpes, siempre nevados, en el horizonte, que
contrasta con el peor de los días de postrimerías de invierno. Entonces, si no llueve, si uno por
mucho tiempo no logra ver ese contraste, comienza a extrañarlo, y para ello los turinenses crearon
el Bicherin, un caffé espresso que lleva chocolate ácido y crema batida. El resultado: una taza de
vidrio nevada sobre el negro líquido. Seguro que Erasmo no habría dicho que no. Con Erasmo o
sin Erasmo, quizá alguna caminata de esas habría resultado con el mismo Claudio Magris, a
bracetto, como nos gusta en Turín, es decir, de gancho, y que me recuerda imágenes de niñez con
mi abuelo. Pero esa ya es otra historia, y como siempre, yo trocando la una con la otra.

Regresando a Magris, quizá sea un autor que quisiera y no conocer, este germanista empedernido,
como lo definen, lo estereotipan algunos. Pero hay algo que me llama la atención de Magris, y es
casualmente su procedencia de Trieste, la ciudad fronteriza de occidente con la hoy occidental
Eslovenia (y la antigua y oriental Yugoslavia). Esa visión de límites, de bordes, "la última frontera"
casi titulo esta bitácora... Magris, que dijo, al recibir el Asturias: 

"He nacido y he vivido en Trieste, una ciudad de frontera que, especialmente en


determinados años, era ella misma una frontera. Un triestino es especialmente proclive a
ser un hombre sin atributos y a buscar en la literatura la identidad de la que se siente
incierto. (…) Escribir es transcribir. Incluso cuando inventa, un escritor transcribe historias
y cosas de las que la vida le ha hecho partícipe: sin ciertos rostros, ciertos eventos grandes
o pequeños, ciertos personajes, ciertas luces, ciertas sombras, ciertos paisajes, ciertos
momentos de felicidad y de desesperación, no habrían nacido muchas páginas." Y
luego:"Solamente mirando esos rostros puedo ver el mío, como en un espejo que de lo
contrario estaría vacío, como si también yo hubiese vendido mi imagen al diablo, de
acuerdo con la leyenda. Sólo gracias a ellos puedo decir, como Don Quijote, “yo sé quién
soy”.

La obra de Magris reafirma todas estas aluciones. Su italiano es poético, pero no demasiado
elevado. "Il riverbero del nulla accende le cose, i barattoli di latta abbandonati sulla spiaggia e i
catari frangenti delle automobili, come il, tramonto incendia le finestre", escribió en una de sus
novelas. Sin embargo, hay algo de este aspecto poético que descolla en cada una: los títulos.
"Lontano da dove", "Dietro le parole", "Illazioni su una Sciabola" o "Una altro mare". Pero el punto
interesante es esa extranjería, esa incierta identidad geográfica de la que habla, como triestino.
Personalmente, yo, considero mi nacionalidad incierta. Tantos abuelos de distintas descendencias,
tantos rasgos culturales tan diferentes de los otros con los que me eduqué, que me acercan a la
sensación que pueden tener quienes viven en cualquier punto fronterizo del mundo, conflictivo o
no. La historia de Trieste no es tampoco la más afortunada, como no lo fue la de Visegrad sobre el
Drina. Considero que es más fácil la compenetración de alguien con una sola nacionalidad desde
que nace hasta que muere, y que, probablemente en el camino hasta marchitarse adquiera otra, lo
cual es muy posible, y sin embargo, puede escoger entre la una y la otra sin caer en un sentimiento
de desarraigo. Pero para quien nace con "fronteras cruzadas" es mucho más difícil. Se trata de
quien nace y diez dedos consanguíneos le señalan diez mapas distintos, diciéndole "aquí nació tu
abuelo", "aquí nació tu abuela", "aquí nació tu tía", "aquí nació tu bisabuela". Ante los ojos perplejos
ninguna figura topográfica coincide. Los dedos tocan cimas de montañas, valles vestidos de verdor
(sí, tres vés de seguido), rozan sin mojarse la superficie de los ríos, sobre nombres en idiomas que
te exilian. Y he ahí otro problema: la poliglotía. Siempre un idioma, cierto es, nos exilia, aunque sea
por momentos. Y es el exilio de los apátridas, sumado al de quienes nacen en "las márgenes" de
los Atlas, justo donde una línea (por lo general roja), separa una tierra de la otra, un mar de otro,
una orilla de la corresponsal; el exilio de quienes tenemos más de un pasaporte, de quienes
llevamos con nosotros, además del pesado equipaje. No se trata de la total ausencia de raíces; por
el contrario, creo que las nuestras son aún más profundas, pero hay una búsqueda perpetua por la
identidad, y así creamos, en mi caso al menos, una literatura plenamente de la extranjería
universal. En este mundo cada cual es lanzado a su camino, algunos de las rosas, otros de los
cardos, otros de la peste; pero los exiliados de una identidad nacional tenemos el propio: uno
Homérico.

Se ha dicho del siglo XXI como el de las "migraciones", pero creo que poco puede relacionarse con
todo esto que he escrito, ese concepto de movilidad tiene un mayor componente de tragedia que
cualquier otro, se trata de aquellas que buscan el "porvenir", es decir, sacudirse rápidamente el olor
a pobreza que llevan como olor de perros mojados en el cuerpo. Esa es otra extranjería, no es de
la naturaleza o de la esencia de sus vidas, es meramente accidental. Como dice un verso del poeta
Said: "De la errancia del camino / sólo queda el camino destellante".

Así que Magris, alguna vez leí en una entrevista, recordaba esa extranjería desde chico, por cuanto
incluso dentro de las familias, y más allá de los patriotas caídos en las dos grandes guerras
europeas, en una ciudad como Trieste cada vida tenía su propia colección de apellidos eslavos,
alemanes, griegos, hebreos, españoles.
De cierto modo, he leído de Magris aspectos personales suyos (y los he sabido por bocas cercanas
a él mismo) que me hacen querer conocerlo y no quererlo, pues muchas veces encontramos
coincidencias que nos asustan, y a veces, cuando son verdades, nos dolemos. Magris, como yo,
se inició precozmente en la lectura de las grandes obras de todos los tiempos. Según confesó en
otra oportunidad, siempre tenía la desconfianza sana, aún así errónea, que sus autores regionales
no servían de nada, y los ignoraba por completo. Pero fue pocos años después que comprendió el
significado que podían tener sus propios autores, y el descubrimiento de cientos de seres que
compartían con él, un puñado de historias trans-geográficas o cruzadas. Así fue como el joven
Magris, estudiante en Turín, comienza a hacer cuentas, principalmente, con su pasado austriaco.
Pero aún así, no le resulta suficiente. ¿Qué hacer? Bueno, algunos simplemente se dedican a
pasarla como historiadores de sí mismos, y se equivocan, pues al remover el polvo no encuentran
vestigios documentales o pictóricos, sino fósiles, y allí quedan, con esos extraños objetos en la
palma de la mano, sin que puedan decirles con la sola contemplación las historias que quieren
saber. Pero Magris fue más allá: un viaje a lo Nils Holgersson a través del Danubio, un cuaderno
de viajes, una novela, un poemario, una crónica que baja desde el Schwarzwald hasta el Mar
Negro, la historia de un río siempre disputado, un río que ha sufrido con su identidad. Pero, ¿acaso
la imagen del río, una larga lengua serpenteante (que no es estanca), que fluye, por sí misma no
es una metáfora de la misma búsqueda, de su fluir?

El río tiene que ver con la temporalidad. El río nos va llevando sin duda hacia un final. La cuestión
es ver cómo será ese final porque en el viaje de la vida, en el status viatoris, el punto está en
comprender si la desembocadura es simplemente una interrupción casual o si es un final en el que
una vida puede terminar como en una novela: ya sea que se trunque a la mitad del camino o
termine porque ha logrado decir todo lo que tenía que decir. Creo que nuestro destino individual
tiene que ver con las personas a las que amamos, con sus destinos, y también se entrelaza con
otros destinos más grandes, con los destinos anteriores y los que aún no han surgido. No puede
estar aislada del resto sino que estará marcada por aquello que será mi vida en el momento de la
desembocadura y lo que será el mundo en ese preciso momento. Es ahí donde está el juego. Y
naturalmente la propia capacidad o incapacidad de vivir esa relación.

Aquellos que nombran


lo que no puede ser llamado,
quienes rompen las fronteras
y hacen saltar los cerrojos,
funden caminos entre el camino,
van más allá...
ADONIS

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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