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LA IDENTIDAD SOCIAL DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL

INTERACCIONISMO SIMBÓLICO

Ana GARAY
Departament de Psicología de la Salut i de Psicología Social
2002

George Herbert Mead

La aportación más importante del pensamiento de Mead para el desarrollo de


la Psicología Social fue su claro posicionamiento social en el desarrollo de la
persona. Mead sostiene, sin ambigüedades la preexistencia y necesidad de lo
social para su constitución frente a la tendencia de la Psicología a encarar la
persona como un elemento más o menos aislado e independiente.

Las aportaciones y desarrollos de Mead, ejercieron influencia en el conjunto de


la Sociología durante varias décadas hasta los años 30. Sin embargo a pesar
de ello, la dominación en la Psicología de este período de las corrientes
experimentalistas y de corte positivista hizo que no tuviera una primacía dentro
de la Psicología Social. Es a partir de los años 60, cuando en el seno de la
Psicología Social se reaviva la necesidad de una relevancia de lo social cuando
vuelve a reactualizarse el trabajo interaccionista. En las décadas de los 70 y 80
se da cierto reconocimiento a esta corriente ya que se reaviva el estudio del
self, uno de los ejes claves del trabajo del Interaccionismo Simbólico.

En Mead confluyen las influencias del Pragmatismo y, específicamente, la obra


de James, Dewey y Peirce. Mead conoció de primera mano el pragmatismo, y
el pensamiento europeo de su época a partir de su formación en Europa con
Wundt y Dilthey con quien, por cierto, inició una tesis que nunca concluyó.
Posteriormente, se integró en el departamento de filosofía de la Universidad de
Chicago e impartió sus cursos de Psicología Social hacia 1900. Se cree que
fue uno de los pioneros en la docencia específica de esta materia.

Mead se preocupa por entender cómo los seres humanos devienen seres
sociales y al mismo tiempo cómo construyen la sociedad. En congruencia con
esta preocupación, los fenómenos más importantes que va a estudiar son el
self como self social y la construcción social de la realidad. Pero esta
pretensión no es algo puramente especulativo puesto que en plena sintonía
con los intereses del pragmatismo, tanto Mead como otros interaccionistas
están sensibilizados hacia diferentes cuestiones sociales como son la reforma
social o el estudio del entorno urbano de la ciudad. Podría decirse que están
más interesados por el desarrollo y utilización del conocimiento social que por
los propios problemas disciplinarios (una característica no siempre fácil de
encontrar en otras orientaciones psicosociales).

a) La fases de constitución de la persona según Mead

Para Mead “la persona es algo que tiene desarrollo, no está presente
inicialmente, sino que surge en el proceso de experiencia y la actividad
sociales” (Mead, 1934, p. 167). La característica central de la idea de persona
desarrollada por este autor es la de ser objeto para sí misma, y esa
característica la diferenciará de otros objetos y del cuerpo. En esta
característica se evidencia la “naturaleza” reflexiva de esta definición y por
tanto la defensa de la comunicación como proceso esencialmente humano.
Ahora bien, su propuesta sobre la comunicación se basa en una propuesta de
racionalidad comunicativa: “lo esencial para la comunicación es que el símbolo
despierte en la persona de uno lo que despierta en el otro individuo. Tiene que
tener esa clase de universalidad para cualquier persona que se encuentre en la
misma situación” (Mead, 1934, p.180).

Mead desarrolla también una propuesta de comprensión de la génesis de la


persona dividiéndola en fases evolutivas. El impacto en la época de las ideas
de Darwin se evidencian en el pensamiento de Mead y en sus constantes
reflexiones en clave evolutiva, ya sea en la explicación de la génesis de la
persona como en las referencias acerca de sociedades más o menos
civilizadas, más o menos evolucionadas. En las bases evolutivas de
constitución de la persona se erige en un elemento clave de explicación: la
significación: “la significación de un gesto para un organismo se encontrará en
la reacción de otro organismo a lo que sería la completación del acto del primer
organismo que dicho gesto inicia e indica”. (Mead: 1934, p.177). El símbolo, por
tanto, provoca en otro la misma reacción que provoca en el pensador. El
símbolo es un universal de raciocinio.

Asimismo, uno de los factores básicos en la génesis de la persona emerge a


través de las actividades lúdicas. El juego es entendido como la fase previa al
desarrollo del juego organizado. El juego se describe como la adopción por
parte de alguien de un rol diferente. Esta etapa es característica de los niños y
en ella, éstos utilizan sus propias reacciones a los estímulos provocados por el
juego para construir una persona. En esta etapa, el niño pasaría a la adopción
de un todo organizado, siendo esto esencial para la conciencia de sí, eje de la
definición de persona según Mead. En los juegos el niño tiene que tener la
actitud de todos los demás que están involucrados en el juego. Ante las
actitudes de las jugadas de cada participante, se debe asumir una especie de
unidad, de organización. Aparece aquí la referencia a un “otro” que es una
organización de las actitudes de los que están involucrados en el mismo
proceso. La actitud del otro generalizado es la actitud de la comunidad. El
juego posibilita según Mead el convertir a la persona en miembro consciente de
sí, de la comunidad a la cual pertenece. Es esa pertenencia, en clave de
interiorización de actitudes, y por tanto moral, la que construye a la persona.

Para Mead es preciso que exista una estructura común a fin de que seamos
miembros de una comunidad. No podemos ser nosotros mismos a menos que
seamos también miembros de un grupo o comunidad. Por lo tanto, el proceso
por el cual surge la persona es un proceso social que involucra la interacción
de los individuos del grupo e involucra la pre-existencia del grupo. El otro
generalizado es a la comunidad o grupo social que proporciona al individuo su
unidad de persona. La organización de las actitudes comunes al grupo es lo
que compone a la persona organizada. Una persona lo es porque pertenece a
una comunidad, en la medida que ésta Le proporciona lo que son sus
principios, las actitudes reconocidas de todos los miembros de la comunidad
hacia lo que son los valores de esa comunidad.

No se puede desarrollar un límite claro entre nuestra propia persona y las de


los otros: nuestra propia persona existe y participa como tal en nuestra
experiencia, pero también sólo en la medida en que las personas de los otros
existen y participan como tales en nuestra experiencia. Mead reconoce la
posibilidad de la participación del individuo en varios sub-grupos sociales de
pertenencia, lo que “posibilita su entrada en definidas relaciones sociales con
una cantidad casi infinita de otros individuos que también pertenecen a –o
están incluidos en- una u otra de esas clases o subgrupos abstractos. Pero, la
más amplia o extensa es, por supuesto, la definida por el universo lógico del
raciocinio, “el sistema de símbolos significantes universales” (Mead: 1934,
p.187).

En esta lógica de comunidades más amplias o más extensas la manera de


reaccionar hacia la desaprobación de la comunidad es hacer referencia a una
comunidad más amplia.

b) Partes constitutivas de la persona.

El individuo se va constituyendo en su experiencia sobre la base de las


relaciones e interacciones sociales que le permiten la incorporación del otro
generalizado, como orden del grupo o comunidad a la que pertenece. Junto a
esta idea y la base comunicativa, y por tanto simbólica de este proceso, Mead
describe a la persona como activa en el proceso de construcción de sí y del
entorno-mundo social en el que se encuentra.

La actividad de la persona es explicada por la doble configuración de la


persona. Y la persona es descrita en términos interactivos como algo que se
establece de forma dialéctica entre lo que denomina “mí” y “yo”. El mí lo
entiende como el conjunto de actitudes de los otros que cada persona
interioriza como propias, “grupo de actitudes que representa a otras de la
comunidad, en especial a ese grupo de reacciones organizadas que hemos
detallado al analizar el deporte, por un lado, y las instituciones sociales, por el
otro”. (Mead, 1934, p. 219.). Es decir, para tener conciencia de sí
(característica definitoria de la persona) uno tiene que tener la actitud del otro
en su propio organismo, como controladora de lo que se va a hacer. Lo que
aparece en la experiencia inmediata de la persona de uno, al adoptar tal
actitud, es lo que denominamos el “mí”. La persona que es capaz de
mantenerse en la comunidad es reconocida en ésta, en la medida en que
reconoce a los otros. El mí representa una parte convencional, habitual.

Esto plantea la duda general en cuanto a si puede aparecer algo nuevo y cómo
explicarlo. La respuesta es que “Prácticamente, es claro, la novedad se da
constantemente, y el reconocimiento de ello recibe su expresión, en términos
más generales en el concepto de emergencia”. (Mead, 1934, p. 223). Ello se
aprecia en la utilización del lenguaje: lenguaje común existe, pero se hace un
distinto empleo del mismo en cada nuevo contacto entre personas; el elemento
de novedad de la reconstrucción se da gracias a la reacción de los individuos
hacia el grupo al cual pertenecen. De hecho, “El yo es la reacción del individuo
a la actitud de la comunidad, tal como dicha actitud aparece en su propia
conciencia. Es un cambio que no se encuentra presente en su experiencia
hasta que tienen lugar. El yo aparece en nuestra experiencia en la memoria.
Sólo después de haber actuado sabemos qué hemos hecho. Sólo después de
haber hablado sabemos lo que hemos dicho”. (Mead: 1934, p. 222). Para
Mead, por tanto, la innovación se localiza en la acción, no es anticipable, ni
reflexionable mas que a posteriori. “Sólo después de haber realizado el acto,
podemos apresarlo en nuestra memoria y ubicarlo en términos de lo que
hemos hecho” (Mead: 1934, p. 228). La fase de la experiencia que se
encuentra en el yo, la acción del yo no puede ser calculada y representa una
reconstrucción de la sociedad.

Así pues, esas dos fases que aparecen constantemente en sus desarrollos
teóricos son las fases importantes en la constitución de las personas. El “mí”
puede considerarse como dador de la forma del yo. La novedad aparece en la
acción del “yo”, pero la estructura, la forma de la persona, es convencional. El
control social es la expresión del mí en comparación con la expresión del yo.

Mead, como se ve, afirma, por tanto, que el espíritu jamás puede encontrar
expresión y jamás habría podido tener existencia sino en términos de un medio
social: una serie o pauta organizada de relaciones e interacciones sociales
(especialmente las de la comunicación por medio de gestos que funcionan
como símbolos significantes y que, de tal modo, crean un universo de
raciocinio) es necesariamente presupuesta por él e involucrada en su
naturaleza. La sociedad humana, pues, depende, para su forma de
organización distintiva, del desarrollo del lenguaje.

La utilización de lo social en el trabajo de Mead puede ser entendida como:


grupo al que la persona pertenece al interiorizar-compartir una organización de
significados, como institución, como orden, como moralidad. Por ello contrasta
como junto al intento de defensa del papel activo de la persona se proporciona
y resalta la imagen “corporativista”, consensuada y no conflictiva del orden
social donde está inscrita y se desarrolla.

OTRAS PERSPECTIVAS DE RAÍZ INTERACCIONISTA

La Teoría del Rol

Según Frederic Munné (1989), las bases de las teorías del rol y el concepto en
sí mismo se construyen a lo largo del paso al siglo XX. Son especialmente
relevantes las contribuciones de los psicólogos del self (Mead, James,
Baldwin), de los sociólogos de las normas y pautas sociales (Summer,
Durkheim, Ross) y de filósofos como Dewey.

La teoría del rol está de tal modo relacionada con el interaccionismo simbólico
que es difícil a veces distinguilas. Stryker resalta sus semejanzas en la tercera
edición del Handbook of Social Psychology “La teoría del interaccionismo
simbólico y la teoría del rol comparten ciertos elementos importantes. Ambos
enfatizan la necesidad de analizar los fenómenos sociales desde las
perspectivas de los participantes en los procesos sociales, esto es, la
necesidad para el observador externo de traer dentro de los modelos
explicativos las experiencias subjetivas y actuaciones de auquellos que son
observados” (Stryker, 1985: 312).

Sin embargo, a las dos teorías les separan muchos supuestos básicos. “Para
las teorías del rol el ser humano es básicamente un actor que representa
papeles ante un auditorio, donde no faltan directores y puestas en escena”.
(Martín, 2001: 85). Tiene, pues, un concepto más pasivo del ser humano;
mientras que en el Interaccionismo simbólico, el ser humano es un sujeto
racional, activo y creador, conformado por reglas sociales que pueden
modificarse o redefinirse.

La idea central de la Teoría del Rol es su comprensión de que la posición de


los sujetos en la estructura social suscita en los otros expectativas de conducta.

El concepto de rol ha sido muy fructífero. A parte de las teorías generales sobre
el rol, este concepto ha conocido una impresionante expansión. Los dos
momentos de mayor intensidad de los desarrollos sobre el rol son, según
Munné (1989) los años treinta, con posterioridad a la publicación de la obra
póstuma de Mead y los comienzos de los años cincuenta.

Se debe especialmente a la sociología junto con la antropología cultural, el


desarrollo efectivo de las teorizaciones acerca del concepto de rol. Serán
especialmente los investigacdores afines al Interaccionismo simbólico (Turner,
1956, 1978; Stryker, 1957; Heiss, 1981) como los que se sitúan más o menos
en el ámbito del funcionalismo estructuralista de Parsons (Merton, 1957;
Borgata, 1961) quienes constribuyeron activamente al estudio del rol.
Psteriormente Goffman (1959) en su perspectiva dramatúrgica continuará de
forma genuina su conceptualización como veremos algo más adelante.

La cuestión que ha sido especialmente debatida en torno a la


conceptualización del rol, es si esas expectativas que definen al concepto,
tienen existencia propia, independientemente de los individuos que puedan
desempeñarlas, o se agota en su efectividad personal. Sociólogos como
Dahrendorf remarcan la primera posibilidad caracterizando el rol como
complejos normativos cuasi objetivos y, en principio, independientes del
individuo; siendo la sociedad quien le proporciona contenido específico y
connotando un grado de obligatoriedad a la que el individuo debe responder
(Jiménez Burillo, 1981). Este autor, adscribe a los grupos de referencia la
responsabilidad de establecer las normas y sanciones en relación al rol.

Ahora bien, la lectura del rol desde posiciones más psicosociales (Heine, 1973)
aportan una lectura del rol en la que junto a los determinantes “externos” como
las instituciones y las normas; se deslizan variables “internas” como la
adecuación misma del desempeño que supone elementos de subjetividad.
Jiménez Burillo (1981: 121) esquematiza las características y propiedades del
rol de la siguiente manera:

- Son acciones abiertas, conductas ejecutadas por individuos, aprendidas


a través del proceso de socialización.
- De alguna manera están limitados por la situación
- Pueden ser más o menos “generales”, según el número de personas
que los ejecuten en diferentes ocasiones.
- Varían en complejidad, que, a su vez, depende de la “amplitud” del rol
(el espectro de conductas características dentro del rol), de su dificualtad
(grado de destreza exigida para su desempeño) y de su coherencia
(grado en que los componentes de un rol pueden ejecutarse con
facilidad, bien simultáneamente, bien sucesivamente)
- Varían en “visibilidad”, según su desempeño ante una audiencia.

A pesar de que el concepto de rol ha sido criticado tanto desde posiciones


psicologistas por encontrarlo extremadamente sociológico, y por las posiciones
sociologistas, por considerarlo muy psicológico; ha sido utilizado en campos
muy diferentes como, el estudio de los efectos de las demandas de rol sobre
test psicométricos, del conformismo y el rol desviado de la norma social o el
estrés organizaciones y la ambigüedad de rol (Munné, 1989); o en ámbitos
aplicados como en el aprendizaje de habilidades o el psicodrama (Jiménez
Burillo, 1981).

Sociologías de la situación o sociologías de la vida cotidiana

Con Erving Goffman se inagura lo que con el tiempo ha sido denominado


“Microsociología”, “Sociología de la vida cotidiana” (Wolf, 1979) o “Sociologías
de la situación” (Díaz, 2000). El objeto de estas orientaciones es algo tan
simple, y a la vez tan complejo, como la producción misma de la sociedad en la
acción y en la práctica cotidiana. Nada excepcional o ajeno a la vida misma es
de interés para estas perspectivas, por el contrario, lo común, lo ordinario, lo
habitual, lo que todo el mundo sabe o conoce, es la materia por la que se
interesan estos enfoques.
En estas perspectivas puede incluirse el trabajo de Erving Goffman, la
etnometodología de Harold Garfinkel, sus derivaciones en el Análisis
conversacional de Harvey Sacks y sus discípulos Emanuel Schegloff y Gail
Jefferson, o el trabajo disidente de Aarón Cicourel. Nos referiremos aquí no
obstante tan solo a la perspectiva dramatúrgica de Erving Goffman.

El enfoque dramatúrgico de Erving Goffman

A Erving Goffman lo que le interesó son los aspectos mas cotidianos y


rutinarios de nuestras interacciones. Como dice Wolf (1979:21) “el intento
goffmaniano es describir detalladamente las reglas que, en una cierta época de
la sociedad, controlan las interacciones de la vida cotidiana”. Goffman se formó
en la Escuela de Chicago del Interaccionismo Simbólico pero fue sin duda más
allá a intentar comprender cómo la estructura social impacta los aspectos más
locales de la vida diaria y cómo la acción cotidiana colabora en la construcción
de la estructura social.
Desde el punto de vista psicosocial, lo más significativo del pensamiento de
Goffman es la cimentación de su teoría sobre la analogía sociedad-teatralidad,
como desarrollo de la Teoría del rol. En ella, basa sus nociones de la persona
humana como “personaje” y de su actuación como “representación”, de la
interacción social como “ritual interpretativo” y del marco de la misma como
“escenario”. Como señala Blanch (1982: 157/8) “renunciando a toda psicología
de lo individual y a toda sociología de lo colectivo, el actor focaliza su atención
en los “encuentros” en forma de interacciones cara a cara, en las “ocasiones” y
“situaciones” en que éstos se desarrollan y en los “marcos” en el seno de los
que se definen las situaciones, acontecen las ocasiones y se experimentan
como significativos los encuentros”.

En el enfoque dramatúrgico de Goffman, la organización social se entiende


como una consecuencia de la interacción social de los individuos preocupados
no tanto por el cambio, como por el manejo de impresiones y la forma en que
su comportamiento es percibido por los demás. La idea básica es que, en la
vida social, el individuo tratará de controlar las impresiones que su persona
causa en los demás, exhibiendo un despliegue ritual de comportamiento
adecuado a esa óptica autopresentación. El enfoque dramatúrgico, concibe al
individuo como un ejecutante que trata de ofrecer la apariencia de “self”, un
carácter ante el público. (Jiménez Burillo, 1981). Los otros, representan su
propio “show”, otorgándole mutuamente aceptaciones o rechazos en sus
desempeños. “En este sentido, por ejemplo, debe entenderse su definición de
‘cara’: puede decirse que una persona ‘tiene’ o ‘está en’ o ‘mantiene’ la cara
cuando la líena que sigue efectivamente presenta de la persona una imagen
que resulta interiormente coherente, respaldada por los juicios y las evidencias
expresadas por los otros participantes, y confirmada por las evidencias
expresadas por medio de instrumentos impersonales de la situación”
(Messinger, 1971 citado en Jiménez Burillo, 1981).

En relación a la identidad, Goffman entiende que como producto social, la


identidad personal no puede ser definida mediante atributos sustanciales, sino
únicamente ocasionales. Las personas representan dos roles: el de actor/actriz
que genera impresiones y el personaje que evocará la actuación. En palabras
de Goffman, (1959:268) “concebimos el sí mismo representado como un tipo
de imagen, por lo general estimable, que el individuo intenta efectivamente que
le atribuyan los demás cuando está en escena y actúa conforme a un
personaje” (…) “una escena correctamente montada y representada conduce al
auditorio a atribuir un ‘sí mismo’ al personaje representado; pero esta atribución
–este ‘sí mismo’- es un producto de la escena representada y no una causa de
ella, es un efecto dramático que surge difusamente en la escena representada
y el problema característico, es saber si se le dará o no crédito”

Junto a la importancia de la perspectiva dramatúrgica y el estudio de las


interacciones cara a cara; es importante señalar los trabajos que Goffman
desarrolló en temas específicos alrededor de la socialización y la marginación
social en sus obras Internados (1961) y Estigma (1963). El análisis
microsociológico que hace Goffman de instituciones como la prisión y el
manicomio, le lleva a desarrollar los conceptos de estigma, identidad
deteriorada y la alineación grupal. Así, mediante el proceso de etiquetaje, la
separación interior-exterior de las instituciones cerradas, junto al sistema de
sobrecontrol y sobreorganización de la vida cotidiana de los internados y del
hecho de encontrarse con unas nuevas condiciones de supervivencia a partir
de un sistema de privilegiors y castigos, y de nuevas normas, se produce una
modificación de la identidad, que la deteriora y la modifica negativamente.
Según Goffman, eso sucede porque se producen diferentes transformaciones
sobre la idea del yo que se relacionan con una progresiva descomposición o
desorganización: “Los procesos por los que se mortifica el yo de una persona
son de rigor en las instituciones totales; su análisis nos puede ayudar a ver las
disposiciones que los establecimientos corrientes deben de asegurar, para
salvaguardar los yoes civiles de sus miembros. Las barreras que las
instituciones totales elevan entre el interior y el exterior marca la primera
mutilación del yo. En las instituciones totales el ingreso ya rompe
automáticamente con la programación del rol, ya que es la separación entre
interior y el amplio mundo, dura todo el día y puede continuar durante años”
Goffman (1961:26-27).

Las críticas dirigidas a la obra de Goffman vienen provienen de frentes


diversos; hay autores que consideran que deja a un lado al individuo concreto y
es interpretado como una “concepción sobresocializada del hombre”; desde
una óptica opuesta, se considera que se produce una ausencia en la
perspectiva del autor de consideraciones en torno a las estructuras y procesos
macrosociales, en el seno de las cuales se desarrollan formas concretas de
interacción; así mismo su punto situacionista ha sido juzgado como indicador
de relativismo cultural y de ahistoricismo (Blanch, 1982); así mismo, desde una
óptica metodológica, se le imputa a Goffman el moverse entre afirmaciones de
difícil demostración (Munné, 1989).

A pesar de estas críticas, podemos decir, como señala Munné (1989: 298)
“todo lo dicho sobre Goffman, no puede oscurecer la brillantez de sus
observaciones y lo penetrante de su análisis. Hay que reconocer que su
estudio de la vida cotidiana es único y era indispensable (…) Goffman se
ocupa, con cierta humildad, de las rutinas más sencillas a las que, por
consabidas, nadie hasta él se había dignado, y atrevido, a prestarles atención.
Sin duda alguna, la obra de Goffman nos acerca al comportamiento habitual del
hombre de la calle que somos todos”

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