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Convivencias con Dios – Escuela de Espiritualidad

PAUTAS PARA LOS VOTOS DE


CASTIDAD, POBREZA Y OBEDIENCIA

En el lenguaje de la iglesia estas tres virtudes son llamadas de perfección


evangélica porque no son obligatorias a todos sino ofrecidas a quienes
desean abrazar cierta forma de perfección. Por eso también se las llama
consejos evangélicos.
Por medio del voto quedamos dedicados a Dios como un templo. (Ver
Propósitos y Oblaciones nº.8 y 9, donde se indica el modo de realizar ese voto.
Y también “Para entregarnos más al Señor, cap.7)
Nuestra voluntad queda "religada" a la voluntad divina mediante un
acto plenamente libre. Nuestros actos se vuelven mucho más meritorios (es
decir, más gratos a Dios) porque son ejercicio de la virtud de religión, que es la
más alta de las virtudes morales.

En el marco de la unión con Dios y la caridad fraterna, estos tres votos


ayudan a concretar las virtudes teologales.
Concretan la FE, obedeciendo a Dios cuando se expresa por sus
representantes, por las circunstancias o por las inspiraciones.
Bienaventurados los obedientes, porque acertarán siempre ( en el plano
moral, o subjetivo, no necesariamente en la verdad objetiva, que puede ser
vista u opinada desde distintos enfoques) y porque todo saldrá
como ellos quieren (ya que quieren lo que quiere Dios).
Concretan la ESPERANZA, desapegándonos de las cosillas que podrían
detener nuestro vuelo hacia Dios.
Bienaventurados los pobres de corazón, porque siempre tienen de sobra
(no ambicionan lo que el consumismo les ofrece), y esto – sencillamente -
porque ya tienen el Reino (Mt 5,3)
Concretan la CARIDAD, liberándonos de esas pasiones que no nos
dejan amar con el amor que la Neuma derrama en nuestros corazones (Rm
5,5; Mt 5,27-32)

Bienaventurados los puros, porque ven a Dios en cada hermano o


hermana (Mt 5,8; Jn 13,34; 1Tim 1,5; 2Tim 2,22; 1 Tes 4,7s) y así siempre están
rodeados de amor (Mt 10,40; 25,40; Mc 23,28-34; Jn 15,9-14; Rm 8,35-39; 13,8-10;
Col 3,12-17; 2Jn5s)

Primero tendré que vivir este ideal como para encarnarlo en mí. Cuando
compruebe durante algunos meses que me es fácil cumplirlo, podré
consagrarlo con voto, como se indica en Propósitos y oblaciones, Nº 8 y 9.
Más que a los actos concretos estos votos se refieren a la disposición, que
tiende a crecer, porque apunta al ideal.
Este tema deber ser mirado con ojos místicos. Por lo tanto, si soy principiante,
necesito:
• Docilidad a las inspiraciones.
• Apertura para las gracias místicas que la Neuma quiera concederme
en estos altos grados de la vida cristiana ordinaria.
• Intención de dejar que esas virtudes evangélicas vayan creciendo
en mí según mi proceso en la unión con Dios; mi voto tendrá mayor
contenido, porque no me habré estancado.

1. CASTIDAD

Consagración del amor


La CdC es una nueva forma de vida evangélica, en la cual algunos
viven el voto de castidad. (Ver Nueva Forma de Vida Evangélica)
La castidad cumplida como voto no es un simple acto de dominio
propio (o templanza) sino un verdadero acto de culto a Dios.
Supone una visión positiva, no focalizada en lo que yo renuncio ni en la
culpa en que incurriría ni en lo meramente biológico.
Es promesa de fidelidad al Esposo y expresión del aspecto afectivo de la
unión con Dios, que apunta al matrimonio místico.
Teniendo mi corazón lleno de ese amor divino, no necesito un cónyuge
carnal ni quiero tener mi corazón dividido: sólo quiero ocuparme de las cosas
del Señor y de agradar al Señor. (1Co.7,32-35).
La pureza es la primera cualidad que pedimos al agua, al vino, a la
leche: no los queremos adulterados.
La castidad perfecta se llama así no en contraposición a castidad
imperfecta sino a castidad ordinaria, la cual es obligatoria en todos los estados
y de forma específica para los solteros. (Ver La pureza ¿por qué? ¿para qué?)
Añade la decisión de permanecer en dicha pureza celibataria por el Reino de
los cielos. (Mt. 19,12) y consagrada con voto.
También los sacerdotes diocesanos pueden hacer este voto de
castidad perfecta, que incluye más que la promesa de celibato: esa actitud
resulta una respuesta a las defecciones de ciertos sacerdotes y a las
tendencias a propiciar su matrimonio.
Carisma
La castidad es además, un carisma (1 Co 7,7), auténtica “gracia en
acción” (járis-ma), manifestación del Espíritu para provecho de la Iglesia.
Nadie puede ni siquiera comprenderla (Mt 19,11s) sin una gracia especial,
porque el hombre animal no comprende al hombre espiritual, al que ha
nacido del Espíritu (1 Co 2,14; Jn 3,8). En la Comunidad se nota esta gracia,
porque aun los casados saben apreciar a quienes hacen voto de castidad.
¿Y en qué consiste ese carisma?.
Es proclamación profética de nuestra vida futura, cuando seremos
como ángeles de Dios en el cielo (Mt 22,30), denuncia de la esclavitud al
placer que el mundo ofrece y demostración de que la castidad, necesaria de
cada estado de vida, es posible si se ponen los medios que Dios nos brinda.
Facilita la fecundidad espiritual: o sea, hace vivir la paternidad-
maternidad en un sentido trascendente para con los que engendramos en
Cristo.
Nos da una especial libertad en el servicio del Señor (1 Co 7,32-35) y nos
libera de ataduras o compromisos (1 Co 7,28). Debe producir un trato maduro,
sin ansiedades, con hombres y mujeres.
La renuncia a formar un hogar nos abre a una mayor vida comunitaria,
y nos deja más libres para dedicarnos al apostolado donde fuera necesario.
Toda la comunidad es nuestra familia. Todos los conviventes son nuestros hijos.

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Así el voto de castidad nos facilita vivir el ideal de comunidad de vida que se
ofrece a los familiares

Ayudas
Para asegurar nuestra pureza, en la Comunidad encontramos
especiales ayudas:
 El Espíritu Santo nos hace sentir templos suyos (1 Co 6,18s) y nos hace
valorar las cosas de arriba (Col 3,2-5).
 Jesús nos ha permitido convivir con El, experimentarlo nuestro amigo
cercano y ansiarlo como esposo de nuestras almas.
 María se nos presenta como madre capaz de comprendernos y como
modelo de virginidad carismática: su misma pureza nos infunde pureza.
 Hemos aprendido a vivir más a fondo la misa y a comulgar con
frecuencia. También a desarrollar nuestra vida de oración personal y
comunitaria.
 El ritmo de nuestra Comunidad nos facilita ser sencillos e íntegros en
nuestra conducta, sin actitudes atrevidas.
 Hemos descubierto abundantes motivos para la mortificación y el
dominio propio. (Ver Motivos de mortificación y En qué puedo
mortificarme)
 La práctica frecuente del discernimiento y el buen criterio que reina en
la Comunidad desarrolla nuestro espíritu crítico para mirar un programa
de TV -por ejemplo- sin hacernos cómplices del pecado que se
representa.
 Encontramos cerca confesores a quienes tener confianza.
 También el acompañante puede alentarnos, con discreción y
confianza, para superar tentaciones, dificultades o desánimos. (Ver
Pautas para acudir al acompañante)
 Podemos encontrar libros o consultar a servidores capacitados, para
conseguir una formación adecuada en lo que se refiere a la sexualidad
y prepararnos ante las diversas crisis de la vida. A veces tenemos
enseñanzas sobre esos temas.
 El folleto Frente a la Tentación nos precisa qué hacer antes, durante y
después de ella.
 El ambiente de pureza y equilibrio que se vive en la Comunidad nos
cultiva la madurez afectiva, para no esclavizarnos a alguna persona ni
esclavizarla tampoco.
 Con la palabra y el ejemplo, nuestros hermanos nos estimulan y nos
evitan lo que podría sernos un obstáculo.
 Cuando nos noten en grave peligro, están dispuestos a ayudarnos con
la corrección fraterna, sea directamente, sea por el acompañante, el
confesor o el Responsable de Confraternidad, según juzguen más
adecuado para nuestro bien y el bien común.
 Más en particular, el Animador de los Dedicados nos alienta con sus
circulares y comunicaciones, haciéndonos tomar conciencia de que
otros nos acompañan en este ideal.

Prudencia
A más de todos esos medios positivos, deberemos evitar las ocasiones
próximas de pecado, tanto solitario como con personas del mismo o del otro

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sexo. Eso se refiere no sólo a cuanto fuera peligro para uno mismo, sino
también para el otro.
Pero, aunque en algún caso para nosotros no fuese un peligro,
debemos evitar que otros más débiles se sintieran alentados por nuestro
ejemplo a hacer lo que para ellos sería peligroso (1 Co 8,10) o a escandalizarse
por nuestras actitudes imprudentes.
Es preferible no cargar la imaginación con espectáculos indecentes,
que son materia prima para futuras tentaciones. El permisivismo actual muestra
la corrupción a que se llega abriendo la puerta a la obscenidad.
Como dice Juan Pablo II, “es necesario que la vida consagrada
presente al mundo de hoy ejemplos de una castidad vivida por hombres y
mujeres que demuestren equilibrio, dominio de sí mismos, iniciativa, madurez
psicológica y afectiva. Gracias a este testimonio se ofrece al amor humano un
punto de referencia seguro, que la persona consagrada encuentra en la
contemplación del amor trinitario, que nos ha sido revelado en Cristo” (Vita
consecrata Nº 88).

2. POBREZA

El ideal:
Antes de hacer este voto, debo comprender en qué consiste nuestro
ideal de pobreza, sin confundirlo con el de otras escuelas. Para esto puedo ver
La perfección evangélica en la CCcD, Pobreza carismática (de la CcC), El
Carisma de dar (CcPa), Comunidad de vida, Nueva forma de vida
evangélica.
Consiste en que Dios es nuestro único tesoro, donde tenemos puesto
nuestro corazón (Mt 6,21), sin dejarnos esclavizar por las riquezas.(Mt 6,19-34;
13,22; 19,21).
Con fe carismática, nos abandonamos en la paterna Providencia de
Dios que nos cuida más que a los pajaritos (Mt 6,25-34; Mc 11,21-24; 16,18)
Imitamos a Cristo, que escogió la pobreza para salvarnos y enseñarnos
(2Co 8,9)
Proclamamos los bienes del Reino y el Evangelio de la Bienaventuranzas
(Mt 5,3; Lc 1,53)
Tendemos a la perfección evangélica, que siempre ha incluido la
pobreza, aunque ciertos textos bíblicos pudieran incitarnos a buscar la
abundancia como bendición divina (Prov 18,23; 22,7; Sal 37, 19; 2Co 9,8.11)
Respondemos a la opción preferencial de la Iglesia Latinoamericana.
Nadamos contracorriente de una civilización consumista y hedonista.
Preferimos las consolaciones de la Dama Pobreza a las ventajas de la
avaricia (Mt 5,3.5; 11,28-30; 16,26).
Nos sentimos simples administradores de los bienes que Dios nos
encomendó, procurando que también redunden en provecho de otros y
evitando el espíritu de apropiación o egoísmo.
Así mantenemos la paz aunque algo se nos pierda, estropee o sea
robado. Nos resulta fácil decir: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó” (Job 1,21)
S. Pablo nos exhorta a ganarnos la vida con nuestro trabajo (1 Tes 4,11;
2Tes 3,12) y a dar también a los necesitados (Ef 4,28), especialmente a los
hermanos en la fe (Gal 6,10).

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Los miembros de la comunidad que sufren necesidades merecen –con
prioridad a los desconocidos – que los ayudemos a resolver sus problemas,
pero no cultivando su ociosidad sino volviendo eficaz su propio esfuerzo (2 Tes
3,6-15).
Los que trabajan full-time para la comunidad merecen ser ayudados
económicamente, si lo necesitan (Lc 10,7; 1Co 9,4-14; 1 Tim 5,18)

Objetivos:
Incluye estos objetivos concretos; como metas hacia las cuales ir
avanzando:
 Discernir acerca de lo mundano, lujoso y prescindible, según la
condición social de cada uno.
 Evitar lo superfluo y usar de las cosas en su relación con Dios y no
según la tabla de valores del mundo o de la moda.
 No guardar cosillas por afán de poseer o por gusto de seguirlas
mirando sin otro provecho.
 No ceder a la tentación de elevar desordenadamente nuestro
bienestar o nuestro status económico.
 Vivir de nuestro trabajo, pero sin poner la remuneración como
principal criterio para preferir las tareas.
 Despojarnos del afán de lucro y competencia egoísta, que impera
en el ambiente económico.
 Practicar la honestidad en las cuentas y negocios.
 Contribuir con el diezmo al Bolsillo de Dios (la décima parte de las
entradas de cada uno). De este diezmo. una cuarta parte puede ser
dedicada -en nombre de la Comunidad- a otros fines benéficos.
 Cultivar en la Comunidad el sentido comunitario de nuestros bienes.
 Compartir con toda clase de gente ciertos bienes materiales,
culturales y espirituales.
 Manifestar especial aprecio por los pobres, nuestros hermanos, que
son la mayoría de la humanidad y los preferidos de Dios (Sgo 2,5).
 Vivir este voto como realización de la justicia social de la Iglesia.
 No hacer de nuestra pobreza una "pose" para llamar la atención ni
una bandera para fustigar a otros, sino una actitud evangélica.

Frutos:
Por lo tanto, nuestra pobreza intenta ser:
1- Sincera, no hipócrita sino nacida de la auténtica pobreza de espíritu.
2- Sencilla, sin aparatosidad de agitadores sociales.
3- Generosa, para compartir con todos nuestros bienes y carismas.
4- Liberadora, contra las esclavitudes terrenales.
5- Prudente y ordenada, mediante una contabilidad honesta, con
presupuestos y balances claros, pero sin dejarse esclavizar por ella.
6- Apostólica, vivida como medio para seguir a Cristo y servir a la Iglesia.
7- Feliz y consoladora, como experiencia de las bienaventuranzas.

Cómo ejercitarla:

Como pauta práctica, no como modelo, procuramos que nuestro ritmo de vida
se parezca al de una familia de clase media en la cual todos trabajan
responsablemente, evitan el despilfarro y comparten con solidaridad.

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Nuestra pobreza debe alentar a otros, dentro y fuera de la comunidad. Eso
supone que no nos avergoncemos de ser pobres sino que nos gocemos de abrazar
la pobreza evangélica.
Cuando nos sea posible pedir al acompañante su discernimiento antes de
realizar un gasto menos necesario, será provechoso ejercer ese acto de sujeción,
para estar más lejos del espíritu con que los mundanos se gozan al usar con
independencia su dinero.
Es muy bueno dar al acompañante cuenta de cómo administramos nuestro
dinero o nuestro tiempo.
No huir de las oportunidades que la Providencia nos brinde para vivir
alguna privación, compartiendo así la realidad de los más desposeídos.
Cuando algo ya no nos hace falta, vemos si podrá servir a otro.
Quienes voluntariamente abracen en la comunidad una forma más
exigente de pobreza, a condición de que no sea contraria a nuestro mensaje,
merecen el respeto de los demás.
Como condición elemental, empecemos por la justicia en el pago de sueldos o
transacciones, evitando esos manejos que el mundo suele utilizar en beneficio propio.
Prestamos gustosamente nuestras cosas, aun a riesgo de que no nos las
devuelvan.
Procuremos compartir. Invitamos a los miembros de la comunidad a comer o
vivir algunos días en nuestra casa. Y gustosamente aceptamos cuando los hermanos
nos invitan, como forma de practicar la comunidad de vida.
Cuando aportamos nuestra contribución en cada colecta o nuestros alimentos
para las comidas comunitarias, nos gozamos de estar ejercitando la comunidad de
vida y de bienes.
La Rúaj Santa puede inspirar a alguno donar sus bienes a la comunidad
conservando el usufructo hasta la muerte. Es una manera de alejar el espíritu de
propiedad, no sintiéndose dueño ni de sus propias cosas (Mt 19,21; Lc 9,57; 10,4-7;
12,13-34; 1Co 6,10) y de imitar el espíritu comunitario de los primeros cristianos (Hech
2,44s; 4,32-37)

3. OBEDIENCIA

Profesamos la obediencia según el Espíritu como docilidad cordial a


Dios, que se expresa a través de sus representantes y de los signos
providenciales pero también de las inspiraciones interiores. Es una forma
concreta de la unión con Dios en su aspecto moral: unir nuestra voluntad a la
divina (Ver Unión con Dios: aspecto moral)
No es obediencia según la letra ni según la prudencia humana sino
según el Espíritu Santo, porque intentamos obedecer a Dios antes que a los
hombres (Hch, 4,19; 5,29) Sin embargo, estas tres formas de obediencia, fuera
de casos excepcionales, vienen a coincidir. (Ver Obediencia según el Espíritu)
Incluye la obediencia de ejecución, de voluntad y de entendimiento,
enseñadas por la ascética clásica, pero añade la obediencia de sentimiento
(o de corazón) como don infuso. Esta prontitud instintiva para realizar la
voluntad de Dios está producido por los dones del Espíritu Santo.
No nace de mansedumbre o de pasividad natural ni de educación o
lavado de cerebro, sino que es de orden místico (Ver Como crecer en los siete
dones de la CcMa)
Para comprender la naturaleza de este ideal como lo vivimos en la
CdC, podré meditar La Perfección Evangélica en la CdC nº6.

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Ejercitamos el discernimiento de espíritus y el discernimiento prudencial
comunitario para encontrar en común la voluntad de Dios, (Ver Discernimiento
Prudencial Comunitario).
Después del diálogo y el discernimiento en común, la decisión final
corresponde a quien tiene la función de conducir y debe ser acatada sin
posteriores discusiones ni críticas.
De todas maneras, siempre está abierto el recurso a una instancia
superior.
Nuestra sujeción se refiere a toda orden legítima de las autoridades
civiles, sociales y especialmente religiosas, pero de modo más específico a las
indicaciones que nos vienen de quien tiene alguna responsabilidad en la
CCcD, aunque sean los simples encargados de un ministerio (Ver Las
autoridades en la CCcD).
Incluye espíritu de fe para ver a Dios en quien recibe de Él su autoridad,

como nos enseña la palabra (Rm. 13,1-7; Ef. 6,5-8; Col. 3,22-24)

Para esto necesito vivir el sentido de pertenencia a la comunidad y el

anhelo de actuar en solidaridad, dispuesto a consultar a los encargados, en

lugar de actuar como francotirador.

Este voto implica, por lo tanto, la intención de comprometerme más con la

vida comunitaria que cuanto me correspondería por mi modo de

participación aunque eso no me da más derechos.

Supone un especial amor e interés por los Lineamientos y Pautas de


nuestra comunidad y también aprecio y solidaridad con quienes ejercen
cualquier función en ella, a fin de consolidar su organización. Por lo tanto,
excluye ese espíritu de crítica contra las legítimas autoridades que desune a la
comunidad. (Ver El gozo de ser comunidad)
Una especial oportunidad de ejercitar la obediencia es la puntualidad
cuando nos llama la campanilla o cuando el horario nos convoca a una
reunión.
Fuera de la vida comunitaria y nuestros apostolados específicos, cada
cual es libre para organizar sus actividades.
El acompañamiento espiritual forma el tejido de nuestra comunidad y lo
consideramos como especial carisma. Nos ayuda a caminar en nuestra
vocación aprovechando la experiencia y las inspiraciones de nuestro
acompañante.
Este no tiene autoridad para imponer obediencia. (Ver
Acompañamiento Espiritual) pero puede recordar, aplicando al caso
concreto, los mandatos escritos en nuestra legislación o expresados por alguna
autoridad. También puede, mediante el discernimiento, hacer tomar
conciencia al acompañado de lo que Dios le está mandando a través de las
circunstancias providenciales.

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Septiembre 2005

Este folleto pertenece a la


Comunidad de Convivencias con Dios

Pasteur 765- 4º “A”


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