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Receta para un desastre: sobre la crisis económica griega

Juan Manuel Galán P.


Senador

Los programas de gobierno que se proponen en medio de las campañas electorales


requieren ser analizados cuidadosamente respecto a su viabilidad presupuestal.
Todos hemos oído o vivido alguna vez que los gobiernos no cumplen sus promesas
y ello se explica en varias ocasiones porque no hay recursos suficientes para ello o
la forma como se comportan las instituciones y la sociedad al final hacen imposible
su realización.

En el subconsciente de los ciudadanos está la idea de que el Gobierno no se


quiebra por lo que la presión por la ejecución de gasto público es permanente, sobre
todo en épocas de bajo crecimiento económico. No obstante, la crisis económica
griega es una demostración del error que es creer que un Estado no puede caer en
bancarrota.

Ante la imposibilidad de sostener la financiación de su déficit con los bonos ya


colocados y las nuevas emisiones, la ayuda por parte de la Unión Europea y del
Fondo Monetario Internacional se ha convertido en una necesidad para la
supervivencia de la economía griega. El costo de ello se hace presente no solo en
las tasas de interés que deberá pagar Grecia a los países que vienen en su ayuda,
sino sobre todo en el profundo impacto social que ha levantado enérgicas protestas
que dejan ya algunas víctimas mortales.

La Unión Europea también ha resentido esta situación. La preocupación de que se


de una extensión de la crisis de confianza sobre los mercados europeos,
especialmente en los países con mayor déficit: Portugal, Irlanda y España, se
mezcla con las voces de los intereses nacionales que ven en este tipo de crisis las
debilidades del proceso de integración económica y cobran fuerza para buscar su
retroceso; la crisis también hace aflorar los prejuicios culturales que existen, hasta el
punto que funcionarios de alto nivel de diferentes Estados han manifestado su
escepticismo frente a la capacidad y voluntad del gobierno y la sociedad griegas
pues a su juicio nos son confiables.

La UE enfrenta el desafío de mostrar hasta qué punto es sólida su economía y hasta


donde está dispuesta a llegar en aplicación del principio de solidaridad que inspira y
justifica la creación de este tipo de organizaciones. Además ante la afirmación de
que Grecia está enfrentando un ataque especulativo, la UE deberá reaccionar con
nuevas regulaciones pues no se puede admitir que la libertad económica pueda
llevar a la ruina a toda una economía y a la pobreza a toda una nación.

Resultan por lo demás sorprendente que a pesar de las lecciones de las últimas
crisis económica y de la revaluación que se ha hecho de las recetas del FMI, a
Grecia le apliquen el menú tradicional con el alto costo social que ello trae y con los
inciertos resultados como lo ha demostrado hasta la saciedad el caso de los países
Latinoamericanos. El cambio de perspectiva sobre el tema no parece haber llegado
aún a ciertos sectores de la tecnocracia haciendo evidente la captura de algunas
organizaciones por grupos de interés favorables al libre mercado y al ajuste fiscal
per se.

Además de este debate, la crisis griega pone de manifiesto las tensiones al interior
de la UE sobre los diferentes modelos de democracia y de Estado que se están
construyendo en su interior. Algunos analistas se refieren a una especie de modelo
alemán donde valores como el ahorro y la estabilidad monetaria son de importancia
para el ciudadano promedio. En contraste el modelo que Grecia representa es el del
gasto encaminado a satisfacer a los grupos de presión a cambio de estabilidad
política y social. Todo ello en medio de una sociedad dividida, en donde la
corrupción y una débil aplicación de la ley.

Capitalismo salvaje, captura de las instituciones, clientelismo y corrupción son la


mezcla explosiva que lleva a Grecia a una crisis sin precedentes, donde el remedio
parece peor que la enfermedad.

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