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Un malentendido fundamental

En este apartado, ensayaré un análisis del concepto de cristianismo


como fenómeno histórico, tomando un tema respecto al concepto que
del mismo tenía Friedrich Nietzsche. Al par, trataré de explicar algunos
de sus conceptos sobre la negatividad del espíritu humano en tanto
metafísica occidental en decadencia, y su visión propósitiva de
superación de esta etapa del espíritu del hombre. Esto, se hace bajo la
justificación de querer mostrar el desliz que se efectúa, en términos de
interpretación de la historia, de la presunta definición paradigmática del
cristianismo hasta llegar a la definición de cristianismo como forma de
vida fáctica.

Nietzsche inicia su discurso respecto al Cristianismo señalando que no


existe otro malentendido en lo religioso, tan dañino como el que una vez
apuntó en el parágrafo 39 de su “Anticristo”:

“Retrocedamos y contemos la verdadera historia del


cristianismo. Ya la palabra cristiano es un equivoco: en el
fondo no hubo más que un cristiano, y éste murió en la
cruz”1.

Ese daño moral que se autoinfligió el cristianismo, según Nietzsche,


estriba en su forma semántica adoptada, su nombre como religión base
de occidente, en su generalización histórica y abstracción ideológica. El
Evangelio, para utilizar los términos del de Röcken, en su hipóstasis,
2
sufrió de una verdadera κ ε ν ο σ ι σ : el vaciamiento de su sentido, la
mutación forzosa de su literalidad desde el momento en el que se le
nombró “Evangelio”:

“El Evangelio murió en la cruz. Lo que a partir de aquel


momento se llamó evangelio era lo contrario de lo que él
vivió; una mala nueva, un Dysangelium.”3

Acto inverso u originario mediante el cual se cumplió la entrada al


circuito del absoluto. Tal y como señala Cioran, la idea pura, de
naturaleza neutra, cuando el hombre la descubre y se deja enajenar de
ella, acontece aquella deducción histórica, contrapartida de la
encarnación del verbo, de la natividad, porque el hombre “proyecta en
ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se

1
Nietzsche, Friederich. El Anticristo. 1895.
2
Término teológico que hace referencia al Acto del Verbo de encarnarse: vaciarse de sí mismo para volverse
hombre.
3
Ibidem.

1
inserta en el tiempo, adopta la figura de suceso: el paso de la lógica a la
epilepsia se ha consumado…”4

Más, ese paso, ya sea como caída en la acción de lo humano, o


interpretación atenta del acontecimiento histórico como puro, y su
posterior degeneración lingüística y por tanto, o mejor: en tanto
conceptual, marcan el anuncio del fin de la racionalidad occidental5.
Este anuncio, de tono expansivo en Nietzsche y de tono retrotrayente en
Kierkegaard, acusan la perfecta separación de los ordenes esenciales y
pre-senciales, la ruptura que imposibilita al teólogo, al filósofo y al
religioso siquiera poder hablar de lo acontecido como algo capturable
por el modo de ser conociente: el cristianismo es un equivoco, porque su
concretud histórica, provino de la naturaleza propia del instinto, de la
efectividad de un espíritu puro administrado por la fuerza ateórica de un
ser personalísimo: Jesucristo como ser, su realidad metabíblica, está
acotada fuera del margen de la exégetica y las ciencias estatizantes:
Dogma y Credo. (Derrida).

Momento después, en el mismo parágrafo 39, Nietzsche señala que el


cristianismo es “no una creencia, sino un obrar, sobre todo, un no hacer
muchas cosas, un ser de otro modo...”6 Es decir, su com-postura es
negatividad: alzarse por encima de lo puesto (positivo), estar de acorde
a un modo del Ser, ajeno a la intervención de la consciencia paralizante:
“Los estados de conciencia, por ejemplo, una fe, un tener por verdadero
–toda psicología sobre este punto- son perfectamente indiferentes y de
quinto orden, comparados con los valores de los instintos; hablando más
rigurosamente, toda la noción de causalidad Espiritual es falsa”7. Y esto,
no porque lo espiritual esté mermado, que puede que lo esté, pero ante
la evidente merma de fuerza, en términos del Will zur match8, del
sentido de la “causalidad”, es imposible equipararle al reino de la
espiritualidad lazo necesario alguno, categoría conceptual posible.

Aquí, es relevante connotar lo que Nietzsche está entendiendo por


“Espiritual”. Dentro de la presentación del texto, no salta ninguna
referencia socrática, ninguna forma de alegoría hiperbólica: parece ser
que la agresividad de su denuncia no le permite la ironía: en realidad
cuando Nietzsche dice “espiritual” se está refiriendo a la energía propia

4
Cioran. E. M. Genealogía del fanatismo. Précis de Décomposition. Gallimard. París 1949. Versión castellana
de Fernando Savater en “Adiós a la Filosofía y otros textos”. Alianza Editorial. 1999.
5
Todo lo referente a la crítica histórica, en su “Segunda intempestiva”, se recoge en el summum de la
encarnación de la idea como proceso histórico que culmina (o debe culminar) en la abolición de los principios
por los cuales la historia sobrevive. De esta manera el “nihilismo” no es más que, en realidad, el proceso de la
historia de occidente propio en tanto despertar del quietismo historiográfico.
6
Nietzsche, Friederich. EL Anticristo. 1895.
7
Ibidem.
8
Prefiero utilizar el término original, a sabiendas de la imprecisión de traducir “Voluntad de poder o de
dominio” que es la más aceptada.

2
del hombre desprovisto de cualquier sombra de decadencia, en el
sentido de búsqueda formal de una elevación o superación de sí mismo
(visión prototípica de la metafísica nietzscheana)9, al menos en este
pensamiento nuclear, en la que contrapone lo “causal”, entendido, ya
sea en su referencia Aristotélica o del idealismo alemán, como aquella
gratuidad propia de una costumbre corta de inteligencia, que incurre en
el vicio del lugar común donde se reúne todo lo que, en otro campo
extranjero, es absurdo y bestial. A la manera de Hume, la ruptura de la
“reconciliación” (término utilizado también por Kierkegaard en
referencia al Aufheben10 hegeliano), implica la señalización de un vacío:
no hay tal como lo “uno”, la “ousia”, o la causalidad:

“…nos figuramos por consiguiente, que “intelligere” es


alguna cosa conciliatoria, justa, buena; algo esencialmente
opuesto a los instintos, mientras que en realidad no es
más que una cierta relación de los instintos entre sí”11.

Luego, tal y como Kierkegaard expone en sus Migajas Filosóficas y su


Apostilla, la “sistematización”, la creación de una estructura conceptual
unificada bajo el rotulo de lo “cristiano”, adolecen de la deficiencia
humana del alejamiento de la provincia de lo auténtico (Heidegger): el
Filósofo, el teórico de la vida, abandona a los hombres “de carne y
hueso”, tal y como diría Unamuno, para situarse en la “reconciliación” o
“síntesis” (Fichte), de la razón que inte-liga, lee-dentro de las causas de
las que adolecen los seres. Pero este nombrar como “algo” aquello que
simplemente es interacción y dinamismo, no sólo deviene en una crítica
fundamental a la epistemología de la época, (todo ello ya existía desde
Descartes), sino en la implantación de un sistema de conocimiento que
se pretende distinto: Todo acto de consciencia es un acto pasajero, no
que sea malo, pues eso es de catecismo infantil, sino sólo superable:

“Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha


quedado?, ¿Acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo
verdadero hemos eliminado también el aparente!”12

Luego, al incoarse en la palabra, en la deficiencia lingüística, el


acontecimiento que de suyo brotó desde las entrañas (importante el
plural) de una espiritualidad única e incapturable por lo religioso (en
sentido peyorativo), se trastorna al mundo del hombre, fanático de sí e
imposible de atreverse a derribar el ídolo que de sí mismo se ha
9
Ver por ejemplo, el concepto manejado en el parágrafo 23 de la Genealogía de la Moral.
10
“Reconciliación”, “síntesis”, “en sí y por sí”, “autoconciencia”, “negación de la negación”, etc.
11
Parágrafo 333 de la Gaya ciencia. Una interesante hermenéutica de este texto la ha hecho Foucault a
propósito del “Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere”de Spinoza, anteponiendo todo lo que
significa “conocer” como suma de instintos positivos, al concepto habitual de la razón ilustrada que pregona
una serenidad conciliatoria.
12
“Historia de un error” en el Crepúsculo de los ídolos.

3
confeccionado, en una pálida sombra desprovista de todo ímpetu vital.
No es este el lugar para esclarecer de manera correcta este punto
importantísimo en el pensamiento de Nietzsche, por lo que solamente
nos limitaremos a exponerlo de manera tangencial. Este proceso que
supo ver claramente Foucault y que no es más que el anuncio de todo su
análisis postestructuralista, es la clave hermenéutica de la cual parte la
crítica acérrima al cristianismo13:

“Reducir el hecho de ser cristianos, la cristiandad, al hecho de


tener una cosa por verdadera, a un simple fenomenalismo de
la conciencia, significa negar el cristianismo”14.

O tal y como decía en otra obra: “no existen hechos morales, sólo juicios
morales”, distinguiendo con ello ese mundo falsario de la consciencia,
del real transcurrir humano: bizarro, agresivo, visceral, instintivo y
enérgico, que sobrepuja toda forma de equilibrio para situarse siempre
por encima de sí.15 La mejor prueba de ese descubrir a tientas la
pluralidad de “pulsaciones” que como hervidero le hacen tomar forma a
ese vapor “espiritual” que es la razón, es que el cristianismo, dentro de
su constitución anímica, no ha escapado de esa verdad: los mejores
tiempos de esplendor del cristianismo se vivieron bajo el reinado de los
papas, y del dominio demente de una mente afectada por la idea de
“Verdad”, “luz” o “Dios”16:

“En realidad, jamás hubo cristianos. El cristiano es


simplemente una psicológica incomprensión de sí mismo. Si
mira mejor en él verá que, a despecho de toda fe, dominan
simplemente los instintos, ¡y qué instintos!”17

Mucho se ha dicho que Nietzsche, a pesar de arremeter contra el


cristianismo, deja intacta la imagen del carpintero de Galilea, y esto
obedece a la precisión de que Nietzsche, incluso, admira la figura de ese
líder religioso: todo lo que causa espanto y admiración (como lo causa el
fundador del cristianismo), revelan la presencia de un espíritu frondoso y
dominante, ahíto-explosivo, contenido-empedernido por lo
circunvalante, un ser anormal, inhumano, monstruoso:

13
Sobre este tema, ver “La crítica nihilista del conocimiento en Nietzsche” de Habermas en “Sobre Nietzsche
y otros ensayos”, versión castellana de Carmen García Trevijano y Silverio Cerca, Madrid, Tecnos, 1982.
14
Nietzsche, Friederich. EL Anticristo. 1895.
15
Ver parte final de “Aurora”.
16
“Las épocas de fervor sobresalen en hazañas sanguinarias: Santa Teresa no podía por menos de ser
contemporánea de los autos de fe y Lutero de la matanza de los campesinos. En las crisis míticas, los gemidos
de las víctimas son paralelos a los gemidos del éxtasis…” Cioran. E. M. Genealogía del fanatismo. Précis de
Décomposition. Gallimard. París 1949.
17
Nietzsche, Friederich. EL Anticristo. 1895. parágrafo que venimos comentando.

4
“El hombre es el animal monstruoso (Untíer) y el superanimal
(Übertíer); el hombre superior es el hombre monstruoso y el
superhombre: ésa es la relación. Con cada crecimiento del
hombre en dirección de la grandeza y la altura crece también
hacia lo profundo y lo terrible: no se debe querer lo uno sin lo
otro, o más bien: cuanto más hondamente se quiere lo uno,
con tanta mayor hondura se alcanza precisamente lo otro”.18

La imagen del Nazareno queda clara: es también un superhombre


(Übermensch) dentro del proceso del Will zur match19 revelador de la
auténtica existencia: la que no se recubre con las capas históricas o
conceptuales de una ideología moralizante, estatuaria, acosada por la
inercia de los instintos de decadencia. Más, este hombre, líder nato,
superfigura de una turba perniciosa, elevado a categoría de “idea” a
través de un proceso teológico que reporta perdidas inconmensurables
para la humanidad, no puede ser objeto de disertación alguna pues,
como todo gran solitario y signo criptogramático, permanecerá en el
más caro silencio virtud a sus comentadores. Las fuerzas que se
congregaron en ese hombre, nada tienen que ver con los valores que
luego se consolidaron para dar paso al telón de la “fe”:

“La fe fue en todos los tiempos, por ejemplo, en Lutero, sólo


una capa, un pretexto, un telón, detrás del cual los instintos
desarrollaban su juego; una hábil ceguera sobre la
dominación de ciertos instintos... la fe – ya la he llamado yo la
verdadera habilidad cristiana –: se habló siempre de fe, se
obró siempre por sólo el instinto... “20

El proceso de dominación occidental estuvo elaborado desde las altas


catacumbas de los mártires y los filósofos de la Revelación, como una
invasión compleja que arremetió, según Nietzsche, contra la verdadera
forma humana de expansión y dominación. Si en Kierkegaard sirve la
denuncia para una vuelta a un Dios más real, entrelazado con el alma
humana a través del hilo finísimo del estado límite, en Nietzsche, la
caída de los regímenes religiosos internos es inminente (no externos,
pues en tal caso, eso también lo hace Kierkegaard). Es claro como
ambas reacciones obedecen al mismo proceso descriptivo que estaba
por acontecer, y que, merced a las particularidades de cada pensador,
toman dos caminos muy diferentes que en esencia se identifican: El
hombre realmente religioso se encarna en un hombre aquejado por la
contradicción, la duda y la socavación de su propio instinto. Esta
“parálisis” precoz que experimentaron el pensador danés y el austriaco,
traza un puente con nuestra modernidad que hasta el día de hoy se ha
18
Nota 1027 de los fragmentos Póstumos, citado por Heidegger en Nietzsche II.
19
Ver nota al pie 7.
20
Ibidem nota 15.

5
visto insuperable. El nudo central por el cual se da el drama
postmoderno tiene su punto de partida en esa “ruptura de la
intersubjetividad”21, del socavamiento de todo género de metafísica,
como afán (y he allí el quid y la posible solución) de la reivindicación de
la autenticidad humana. Los procesos económicos, y por encima de
éstos, la superestructura que ya denunciaba Marx, que hoy día se
transparentan en toda su dimensión oligárquica y terrible, dieron pie a
las reflexiones de ambos precursores del llamado “existencialismo” para
la búsqueda individual de sentidos vitales. Hoy, dicho llamado, a partir
de una cada vez más dispersa religiosidad, se torna más urgente y
necesario de precisar el contenido sustancial de lo religioso: es evidente
que el “Cristianismo” como el fenómeno que fue, está desapareciendo.
El primer síntoma lo supieron ver los aquí comentados, pero la
consumación de la enfermedad vino marcado por a penas y sus
influencias, sino por la creciente mediocridad del hombre “normal”,
autosuficiente y orgulloso de su mundo22.

“En el mundo cristiano de las ideas no se presenta nada que


tanto desflore la realidad; por el contrario, en el odio
instintivo contra toda realidad reconocemos el único
elemento impelente en la raíz del cristianismo. ¿Qué es lo
que se sigue de aquí? Se sigue que también in psychologysis
el error es radical, o sea determinante de la esencia, o sea de
la sustancia. Quítese aquí una sola idea, póngase en su
puesto una sola realidad, y todo el cristianismo se precipita
en la nada.”23

Pues fue precisamente eso lo que ocurrió: el mundo falsario del


Cristianismo se extinguió: sus ruinas son precisamente su única
realidad. Siempre fue ruinas, sus Iglesias y Estados se elevaron sobre el
error de unas cuantas ideas (pecado, salvación, piedad, castigo, etc.),
que, al paso del tiempo, cuando el cristiano dejare de “odiar a la
realidad”, terminarían revelándose caducas: ¿cuánto no se ha dicho que
el hombre solamente puede ser feliz en tanto que egoísta? Sucede que
el hombre cambió de mundo: ahora cualquier valor cristiano lo hace
sonrojarse, precipitarse sobre las armas de su rebeldía. Sucedió, si
hacemos caso de lo que acusan Adorno y Horkheimer al comienzo de su
dialéctica del Iluminismo, lo que tanto anheló la Ilustración: se querían
hombres libres, fuertes, soberanos e iguales entre sí: amos y dueños de
la tierra. Pero esto sólo fue el inicio, el génesis del proceso
21
Respecto esto, véase en el capítulo dedicado a Heidegger en “El Discurso Filosófico de la Modernidad” de
Habermas, un interesante análisis sobre el atolladero filosófico que implicó el sobrenfásis en el internamiento
de la verdad existencialista, a propósito de la exposición de su teoría de la acción comunicativa como
propuesta a la superación epocal de esa ruptura y aislamiento del hombre moderno.
22
Como diría Ortega y Gasset: vivimos la época del señorito satisfecho, orgulloso de su barbarie técnica y
científica, de su estilo de vida reconfortado en el Estado burgués y “democrático”. (La rebelión de las masas).
23
Ibidem nota 19.

6
desmitificador que “culmina” en la caída de los regímenes basados en la
“razón”. El pensamiento de posguerra se ha levantado de en medio de
las cenizas de un mundo agotado, ajado por los grandes proyectos una y
otra vez renovadores que ya no conmueven ni al rebaño más ingenuo.
Esta “precipitación en la nada” en otra parte24, con tono más profético,
Nietzsche lo identifica con el punto culminante del Nihilismo y lo aúna al
comienzo de la liberación completa del hombre, de la aparición de un
ser puro creador, quien es capaz de vivir en la nada, sobre la nada,
siendo, por ello, él fuente y continuo alimento de todo lo “existente”.
Esta es su anticipación, no su acción nihilista del cual él sólo fue
portavoz, sino su intervención “quirúrgica” para sanear la contaminación
axiológica:

“…Nietzsche no pensó nunca sino en función de un


apocalipsis futuro, no para ensalzarlo, pues adivinaba el
aspecto sórdido y calculador que ese apocalipsis tomaría al
final, sino para evitarlo y trasformarlo en renacimiento…”.25

Este paso, en la consumación de la metafísica nietzscheana, sirve de


resorte para catapultarlo a la mirada oblicua del filósofo-divinidad (otra
forma de llamarle al superhombre), que mira con “amabilidad” a la
estupidez humana:

“Mirando desde lo alto, este hecho insólito entre todos los


hechos, una religión no sólo plagada de errores, sino sólo
creadora de errores nocivos, que envenenan la vida y el
corazón, y hasta genial en inventarlos, es un espectáculo para
los dioses, para divinidades, que lo son también los filósofos,
y que yo, por ejemplo, he hallado en aquellos famosos
diálogos de Naxos. En el momento en que la náusea
abandona a estas divinidades (¡y nos abandona a nosotros!)
se hacen agradecidas al espectáculo que ofrecen los
cristianos; aquella miserable pequeña estrella que se llama
Tierra, merece acaso únicamente en gracia a este curioso
caso una mirada divina, un interés divino... Nosotros
estimamos muy poco el cristianismo: el cristiano falso hasta

24
“¿Qué ha ocurrido en el fondo? Al comprenderse que no es lícito interpretar el carácter total de la existencia
ni con el concepto de “fin”, ni con el concepto de “unidad”, ni con el concepto de “verdad”, se ha llegado al
sentimiento de la carencia de valor. Con ello no se ha llegado a nada, no se ha alcanzado nada; en la
multiplicidad del acontecer falta la unidad que la abarque: el carácter de la existencia no es “verdadero”, es
falso..., simplemente no se tiene ya ninguna razón para insistir en un mundo verdadero... En resumen: las
categorías “fin”, “unidad”, “ser”, con las que hemos introducido un valor en el mundo, han sido nuevamente
retiradas por nosotros -y el mundo aparece ahora carente de valor...” Fragmento n. 12 (XV, 148 a 151;
noviembre de 1887-marzo de 1888) de los Fragmentos Póstumos o Wille Zur Match de Nietzsche según
Heidegger.
25
En El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada, 1975. Albert Camus.

7
la inocencia deja atrás a los monos; respecto de los
cristianos, una conocida teoría de la descendencia es una
pura amabilidad...”26

Ahora, tal desmantelamiento del suceso histórico, nos brinda la


oportunidad de reconsiderar lo gratuito de nuestras ciencias y la
capacidad humana como susceptible de lo religioso ataviada con el
ropaje que sea. Valga, en este punto final, retomar el momento de
“decisión” por el cual dos posturas tan influyentes llegaron hasta donde
llegaron a pesar de partir del mismo lugar. La estrategia de Camouflage
asumida por ambos, sus mascaradas, sus contradicciones, marcan una
época de desgarramiento que, como tal, nos proyectan al lado contrario
de cada una de sus posturas “asumidas”. La rueda ígnea heracliteana,
vive de ese fervor por lo divino, y sólo en la destrucción del ídolo
(Imagei) se consuma el incesante fuego que, consumiéndose, es más
fuego todavía: Dios demuestra que es Dios cada vez que se
autodestruye, aunque, en realidad, por siempre busquemos a un Dios
verdadero por encima de una fe extática.

26
Ibidem nota 19.

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