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Siervo que realiza por s solo la misin que deba llevar a cabo
el resto fiel (V. REDENCIN).
Los libros profticos contienen an otras precisiones
importantes sobre la doctrina del resto. Segn Ams, igual que
las guerras y desgracias nacionales presentes han reducido la
nacin a un resto insignificante (Am 5,15), as los castigos futuros
en el juicio escatolgico terminarn de hacer una seleccin entre
pecadores y justos (Am 3,12; 9,8 ss.; 5,3). Para Isaas, el resto
se obra de Dios (4,4), se apoyar en Dios slo, no en alianzas
polticas (10,20), vivir por la fe (7,9; 28,16), ser santo, pues
participar de la santidad de Yahwh (4,3; cfr 6,3). Un primer
ncleo de este resto lo constituyen ya los discpulos del profeta,
que guardan en su corazn las enseanzas del maestro (8,1618); pero lo forman sobre todo los pobres, que se apoyan en
Yahwh su salvador (14,32); el Mesas ser el jefe y la gloria de
este resto (4,2), que vivir seguro al amparo de su rey (6,13 y
11,1; 11,2 y 28,5 ss.; 9,5 y 10,21) (v. ISAAS 11, 2-4).
Jeremas alarga la nocin del resto al incorporar en l a los
desterrados en Babilonia (24,1-10) y disocia el resto de la idea de
un Estado temporal en Jud. Ezequiel precisa an ms estos
conceptos: El resto no son los supervivientes de Jud; y tampoco
los desterrados en Babilonia; slo el juicio divino escatolgico
discernir el verdadero resto (20,38; 34,20). Los profetas del
posexilio, sobre todo Ageo y Zacaras, dejan claramente entrever
que la restauracin inaugurada con la vuelta del destierro no es
ms que el comienzo de la era mesinica. La pequea
comunidad de repatriados ser an diezmada y purificada (Zach
13,8 ss.; 14,2). Al mismo tiempo, estos profetas y otros escritores
de la poca alargan la visin del resto, anunciando que se
incorporarn a l los paganos convertidos.
Nuevo Testamento. Se sigue usando el trmino resto de
Israel. S. Pablo explica que es el pequeo nmero de judos que
reconocieron a Jess de Nazaret como Mesas y se hicieron as
participantes de las promesas mesinicas de salvacin (Rom
9,27-29; 11,5). Gracias a este resto la infidelidad masiva del
pueblo de 1. no ech por tierra las promesas de Dios: la fidelidad
de Dios queda a salvo (Rom 11,1-7). Pero, puesto que se trata de
un pequeo resto elegido por gracia (Rom 11,5), la eleccin de
O. GARCA DE LA FUENTE.
Cortesa de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991