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hombres.[2]
Muchos han descubierto, post factum, que en los justificables
comienzos de Runeberg est su extravagante fin y que Den hemlige
Frlsaren es una mera perversin o exasperacin de Kristus och
Judas. A fines de 1907, Runeberg termin y revis el texto
manuscrito; casi dos aos transcurrieron sin que lo entregara a la
imprenta. En octubre de 1909, el libro apareci con un prlogo
(tibio hasta lo enigmtico) del hebrasta dinamarqus Erik Erfjord
y con este prfido epgrafe: En el mundo estaba y el mundo fue
hecho por l, y el mundo no lo conoci (Juan 1: 10). El argumento
general no es complejo, si bien la conclusin es monstruosa. Dios,
arguye Nils Runeberg, se rebaj a ser hombre para la redencin del
gnero humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio
obrado por l, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo
que padeci a la agona de una tarde en la cruz es blasfematorio.[3]
Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra
contradiccin; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no
son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir
fatiga, fro, turbacin, hambre y sed; tambin cabe admitir que
pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotar como raz de
tierra sedienta; no hay buen parecer en l, ni hermosura;
despreciado y el ltimo de los hombres; varn de dolores,
experimentado en quebrantos (Isaas 53: 23), es para muchos una
previsin del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos
(verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutacin de la
hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para
Runeberg, la puntual profeca no de un momento sino de todo el
atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho
carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre
hasta la reprobacin y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir
cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia;
pudo ser Alejandro o Pitgoras o Rurik o Jess; eligi un nfimo
destino: fue judas.
En vano propusieron esa revelacin las libreras de Estocolmo
y de Lund. Los incrdulos la consideraron, a priori, un inspido y
laborioso juego teolgico; los telogos la desdearon. Runeberg
intuy en esa indiferencia ecumnica una casi milagrosa
confirmacin. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quera que
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