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Un Experimento Macabro

Una lectura de la actitud generalizada


de los Medios de Comunicación
en la presente coyuntura de la Iglesia

Fr. Nelson Medina, O.P.


Estamos presenciando un gigantesco
experimento de ingeniería social. Digo mejor:
somos parte de ese experimento. O todavía
mejor: están experimentando con nosotros.
El experimento se llama: “Creación masiva de
asociaciones mentales perdurables.” La idea es
simple y se apoya en tres princpios: (1) La
gente, el común de la gente, no tiene el ánimo,
ni los recursos ni el tiempo para aclarar la
verdad de las cosas; (2) La gente, el común de
la gente, depende entonces de lo que se les
ofrezca o imponga, y así forman sus
convicciones, sus opiniones y sus decisiones;
(3) ¿Qué pasa entonces si, siempre que
presentamos el término “A” presentamos de

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inmediato el término “B”? ¿No formará eso
una asociación mental perdurable que haga que
la gente no pueda pensar en A sin pensar en B?
Se trata evidentemente de un experimento
macabro. El objetivo, si se logra, es manipular
la mente de millones de personas en todo el
mundo. Los efectos de tal manipulación se
harán sentir en todo el tejido social, y por eso
precisamente se habla de “ingeniería” social,
porque se trata de demoler elementos de la
visión del mundo que tienen muchos, para
entrar en sus cerebros e implantar principios de
valor y de acción distintos. La idea, repito, es
que no se pueda pronunciar “A” sin que el
cerebro de esos pobres millones de seres
humanos, repitan a coro: “B”.
Lo particularmente siniestro de este
experimento en que nos tienen metidos, es que
no se trata, estrictamente hablando de una
calumnia. Cuando Hitler levantó la animosidad
de los alemanes contra los judíos tuvo que
decir muchísimas mentiras. Cuando Nerón,
siglos atrás, encendió la ira de los romanos

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contra los cristianos la mentira fue su arma. Y
la mentira es perversa, ¿quién lo niega?, pero
tiene una vida útil muy corta, porque las
tonterías que se dicen para atacar resultan luego
una fuerza de respuesta cuando se muestra que
se son precisamente eso: tonterías y mentiras.
El caso presente es mucho más sofisticado.
Repito: no es una “operación calumnia” sino un
experimento de creación de asociaciones
mentales. No es decir mentiras sino repetir
SOLAMENTE unas cuantas verdades, las que
más duelen, las que más desacreditan, las que
más humillan. Repetirlas hasta el hastío,
repetirlas y repetirlas hasta que todos nosotros
no podamos pensar en A sin pensar en B.
La clave está en la palabra “solamente.” Lo
diabólico de este ataque es usar verdades—y
también algunas exageraciones, pero en
general, cosas ciertas—para crear una
asociación cerebral, una gigantesca sinapsis en
la sociedad para que cuando nos digan A nos
veamos obligados a pensar en B. Lo siniestro
es que todas las verdades, las inmensas

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verdades, las gigantescas verdades que no
pertenecen a esta campaña de desacreditación
no se dicen. Una espesa cobija de silencio deja
sepultados muchos bienes, para que sólo se
vean los males, para que sólo se piense en los
males. El propósito es que nada bueno parezca
existir de modo que cuando a la gente le digan
A repita como una máquina: “B”.
Unos pocos de entre nosotros hemos
descubierto la trampa. Unos pocos sabemos
que lo que nos presentan y repiten no es toda la
verdad. Unos pocos tenemos bien claro que los
intereses de quienes promueven este criminal
experimento son más tenebrosos que todas las
tinieblas que ellos dicen haber sacado a luz.
Unos pocos de nosotros nos aferramos a la
oración y a las palabras de Cristo: “Las puertas
del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.”
Y llenos de amor rodeamos a Benedicto,
porque le amamos y nuestros ojos no han
podido ser engañados, ni nuestros cerebros han
caído en las redes del experimento.
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