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TOMAR LAS RIENDAS

PROYECTO DE PLATAFORMA PERIODÍSTICA Y


FOTOPERIODÍSTICA
Aproxim ación al renacim iento alternativo de una profesión denostada

ALBA MUÑOZ/Periodista independiente


albafree2000@gmail.com ©

CONTEXTO
Parece ser que habrá que empezar casi de cero. Es muy probable que los periodistas y
fotoperiodistas de este país hayamos tardado demasiado tiempo en entender que la prensa
generalista ha dejado de interesarse por el periodismo; están degradando sus cabeceras de forma
lenta pero inexorable. Ya nadie alberga demasiadas expectativas al abrir un periódico, cada vez
hay menos lectores y casi se puede hablar de un consumo endogámico de prensa entre periodistas,
de un desvío de la atención hacia la esfera política nacional y de un ensalzamiento de la opinión. Y
todos callamos.

Esta tardanza en la reacción es casi consustancial a nuestra condición de ciudadanos del siglo
XXI; creemos que porque no discernimos claramente a los enemigos, no están.
Durante el siglo pasado los peligros eran de carne y hueso, llevaban uniforme, a menudo bigote y
eran autoritarios. Sus imágenes, chapadas en carteles, prensa y panfletos, eran símbolo de muchas
a cosas a combatir. El ciudadano posmoderno, y también el periodista y el fotoperiodista por
extensión, sin embargo, estamos perdidos. Vemos cómo el mundo se degrada poco a poco pero no
terminamos de enfocar bien el origen de los males. Y cuando experimentamos algún momento de
lucidez y vemos el tamaño del monstruo, nos invade la impotencia realista crónica: “No se puede
hacer nada”.

Las empresas son los nuevos gobiernos. Estamos ante una oligarquía, una plutocracia para ser
exactos; el gobierno de los ricos. Lo que sucede es que estos ricos han descubierto el poder de la
comunicación y la información, y su estrategia consiste en emplearlas muy inteligentemente para
que nadie perciba que está siendo dominado -y para que además, uno sólo se sienta libre cuando
tiene el poder de consumir-. Una maniobra maquiavélica, perfecta. Una gran campaña.

Así, la comunicación y la información han sido descubiertas por los dueños del mundo y ahora
están siendo explotadas desde el frente equivocado, desde el poder, para camuflar los efectos
reales de sus actividades y desorientar al ciudadano en un marasmo complejo de política y
mercado, ante el que no sabe cómo actuar. No es que esto sea nada nuevo, Goebbels ya captó la
aterradora fuerza de los medios de comunicación. Lo que nos ocupa es que el interés de las
empresas en el sector ha provocado un extraordinario desarrollo e innovación en publicidad,
diseño y relaciones públicas, mientras el periodismo, estancado y mortecino, ha observado
pusilánime todo este proceso, creyendo que su escaño en el olimpo de las profesiones liberales y
eternamente libres era intocable. Pues se nos han comido el terreno.

Tampoco es ninguna novedad decir que la televisión es desde hace años una gran orgía de
imágenes impactantes salpimentadas con algo de información. El público ya se dio cuenta de que
el medio catódico ha pervertido también su sección informativa: imágenes fuertes como principal
criterio de selección de las noticias, superficialidad en el tratamiento -todas las familias españolas
ven los restos humanos de la ultima explosión suicida en Iraq, pero nadie comprende por qué ha
sucedido. Frases cotidianas como "esta gente está loca" evidencian los efectos de la
desinformación-; un encumbramiento absoluto de los deportes -un negocio muy rentable para las
cadenas- y rellenos varios con noticias del estilo "Nace una cabra con tres cabezas en Oviedo"
demuestran que la televisión, con raras excepciones, se pasó al infotainment.

La prensa fue durante un tiempo el refugio de los que aun creían en un medio que, aunque
decadente, ahondaba en temas desconocidos, impactaba al lector con historias tratadas en
profundidad, conservaba su agónica función de servicio social. La progresiva crisis económica de la
prensa, condenada a sufrir terremotos importantes por la digitalización, provocó que se pensara en
buscar más formas de financiación: se necesitaba más dinero. Todo parecía controlado. La
publicidad siempre estaría separada de la información. Pero no fue así.

Cuando abrimos el diario ya no esperamos sorpresas, tan sólo el peritaje de la realidad, listados de
informaciones huecas, refritos de las agencias. Las redacciones son oficinas, los periodistas
editores en página, nadie sale a la calle, no hay espacio para nada nuevo que pueda agitar a los
anunciantes. Los columnistas entran en procesos esquizofrénicos para escribir bien sobre lo más
banal, se vetan las cartas al director que ofenden a los lobbies que poseen el medio...y los medios
conforman grandes grupos empresariales con intereses e inversiones económicas en sectores tan
variopintos como la construcción. Algunos periodistas veteranos despotrican de sus respectivos
directores y jefes, del momento profesional que les está tocando vivir, pero "con los tiempos que
corren", es demasiado arriesgado perder el valioso escalafón de asalariado. Y siguen calentando
las sillas. Y en cierta forma lo comprendemos.

Los magazines...qué recuerdos. Los abrías cada domingo esperando un impacto que llegaba, un
reportaje largo. Buenas fotos. Un placer. Ahora hablamos de publicaciones con calidad de
imprenta al servicio de los grandes anunciantes, que no aceptan que su perfume aparezca al lado
de una imagen que muestra a una niña famélica. Y los medios guardan el reportaje en el cajón. Y
el público traga con los publirreportajes: ‘Pe’ en su nueva película, la era de la gastronomía, el
estrés infantil, los gadgets de otoño y la decoración en pocos metros. Es más importante no jugar
con los espacios publicitarios fijos, se les tiene que tener contentos. El resultado: los periódicos
son una bazofia. No respiran. No se atreven. No hay debate. Abrir un periódico ya no emociona.

Así entramos en el círculo vicioso de la profesión denostada: los anunciantes pagan mucho dinero
por espacios en medios de referencia. Los medios son de referencia por su credibilidad y
profesionalidad, y por ello se supone que tienen muchos lectores. Pero los anunciantes saben que
tienen la sartén por el mango y sofocan todos los intentos periodísticos incómodos. Y luego hay
pérdidas económicas porque se pierden lectores en hordas, y como también baja con ello la
publicidad, los anunciantes resistentes –los de las empresas más ricas- acumulan aún más poder.
¿Por qué una persona que hace diez años se compraba el periódico cada día, como una necesidad
intocable, ya no lo hace?
En las facultades, cientos de futuros periodistas y fotógrafos atraídos por la moda de una profesión
romántica y prácticamente muerta se encuentran con una rechazo global hacia su generación por
falta de sentido crítico –algo muy cierto en la mayoría de casos-, mientras en las clases se les
recomienda directamente enfocar sus aptitudes de plumilla hacia lo más práctico y seguro, la
comunicación corporativa.

Y los que resistimos y sentimos la profesión entramos en el círculo de “pagar por trabajar”, pues
rara vez la venta de un reportaje costea los gastos de producción. Los grandes fotoperiodistas
viven de becas y concursos, como si fueran escultores griegos implorando un mecenas. Con
publicar ya nos dábamos por contentos, como artistas bohemios que sólo ansían exponer sus
cuadros, por amor al arte. Ésta es la realidad para los periodistas y fotoperiodistas que no quieren
trabajar para empresas ni gobiernos en el siglo XXI.
La mercantilización de los medios es un hecho irrefutable, su principal objetivo ya no es contar la
verdad, ejercer de contrapoder, sino ser viables como empresa y tener un papel influyente en la
escena política y económica nacional.
Pero la necesidad de información persiste, y se diluye en Internet: el ciudadano se lo guisa y se lo
come reporteando en su barrio o interpretando y comentando las noticias que busca en varios
medios digitales. O sencillamente no busca la comprensión de la realidad, el conocimiento, éste no
ocupa un porcentaje de su tiempo. Tan sólo ese "listado de cosas que han sucedido" de las que dan
muy buena cuenta los periódicos gratuitos, y sobre las que uno puede enterarse en cuatro paradas
de metro. Las historias, las buenas historias contadas por periodistas, ese filtro interpretativo y
humano tan necesario para comprender, acompañadas de buenas fotos tomadas para explicar la
historia, se encuentran ya en los libros que algunos profesionales con suerte pueden publicar. Y los
libros, como sabemos, no están al alcance de todos.

Vivir en la sociedad de la información no significa estar registrado en todas las redes sociales y
contar al minuto cómo uno sale de la ducha o va a comprar el pan. La gente, aunque ya muchos ni
lo reconozcan y afirmen que han desistido, quiere entender, y los profesionales quieren contar.
Quizás debamos decantarnos por la sociedad del conocimiento. Pero aún hay más. Ahora, los que
desde los inicios fuimos freelance, como profesionales que pagamos por trabajar con tiempo y
calidad, con un pluriempleo permanente que forma parte de nuestra vida cotidiana, nos
encontramos con que ya ni siquiera los medios quieren nuestros trabajos.

Por eso es necesario recuperar el control de los procesos informativos. Pero sólo es posible
saliendo completamente del sistema. Ya no debemos trabajar confiando en la posibilidad de que
nos compren un trabajo, aceptar que nos lo paguen mal –si es que lo pagan- e incluso nos
impongan sus enfoques. Eso pervierte el sistema: Ellos tienen oferta de periodismo de calidad y
nosotros nada. Nosotros permitimos que mantengan sus trabajos porque pueden llenar una
publicación con buenos contenidos ajustándose al presupuesto. Es la precariedad absoluta.

Los enemigos de hoy son los invisibles. Las posesiones nos han atrapado, nos han infundido el
miedo a perder. Y nos hemos percatado de que no tenemos nada. Los medios ya no son el cuarto
poder, sino otro michelín más de los lobbies que controlan la política y la economía de un país. No
molestan. La pelea se reduce a escaramuzas entre cabeceras por asuntos de política nacional que
representan la España bicéfala y a sus respectivas cortes. Nadie tiene ya como objetivo interesar a
ese lector perdido. Ahora todo está perdido, también lo creen los directivos, “ya nada impacta al
lector”.
Pues impactan las historias bien contadas y fotografiadas por profesionales respetados, a un ritmo
y en un idioma humano –véase el aumento de lectores de novela en los últimos años-. Las historias
que se pueden seguir, respirar con ellas. Las historias que se pueden comprender profundamente.
Historias de verdad, historias sobre la verdad.
BASES FILOSÓFICAS Y DE TRABAJO

• Queremos ofrecer una vía de escape real para el periodismo de calidad del siglo XXI.
Estimulándolo e intentando que los productos generados por nosotros, entidades o profesionales
colaboradores lleguen al máximo de público posible.

• Queremos generar debate sobre el futuro de la profesión, y sobre su sentido mismo en relación
con el compromiso con la realidad.

• Queremos respetar la naturaleza original de los trabajos.

• Trabajamos en contra de la superficialidad de tratamiento, abogamos por el espacio, los


trabajos que respiran y que pueden aportar reflexión al público.

• Trabajamos en contra de la inmediatez corrosiva de los procesos informativos actuales.


Apostamos por enfocar nuestra atención en las realidades que no representan “el ahora” más
absoluto.

• Todo ello se traduce en una influencia o inspiración filosófica de la corriente del Nuevo
Periodismo. Con referentes como Ryszard Kapuscinski o Truman Capote, apostamos por la
recuperación de la figura del periodista y el fotoperiodista como interpretador y creador. Partimos
de que la objetividad no existe, y que los elementos subjetivos aportados por el periodista pueden
ser un valor añadido a la información. Los profesionales saben reconocer el límite con el
sensacionalismo.

• Por la defensa del sentido clásico del periodismo. Hacer comprender la realidad, fomentar el
conocimiento y la reflexión son nuestro objetivo. Y son actividades paradójicamente olvidadas en
la sociedad de la información en la que dicen que vivimos. Quizás haya que apostar por la sociedad
del conocimiento.

• Queremos ser un contrapunto a los medios tradicionales. Que el público pueda consumir
reportajes y documentales distintos. Por eso tenemos claro que nuestro objetivo no es dar
cobertura a la actualidad más inmediata (para eso ya está Internet y los demás medios con
recursos económicos destinados a las agencias que les permiten sobrevivir), sino a las historias que
surgen después, -o antes- de esa máquina devoradora e instantánea.

• Lanzamos el término “periodismo slow” para que se vuelva a creer en las funciones
originales del periodismo y el fotoperiodismo, de una forma reinterpretada desde la
contemporaneidad. Como el periodismo de consumo inmediato no es permeable a nuestras
propuestas profesionales, proponemos que coexistan dos tipos de periodismo: el de usar y tirar y el
de consumo lento, con más posibilidades de permanencia en el tiempo debido a su carácter
acentuado de ‘obra periodística’.

• Contra el eurocentrismo. Uno de los peores males de la información en occidente es que


reproduce versiones inexactas y eurocéntricas del mundo. Creemos en el poder la de información,
y este tipo de enfoques perpetúan políticas injustas desde el primer mundo, apoyadas
cómodamente en la ignorancia de los ciudadanos occidentales.

• Para ello, y sin entrar en formatos, estilos y apostando por la libertad creadora, seremos
estrictos con la CALIDAD y la veracidad.

• Creemos firmemente en la imagen como fuente de información, pero también en el texto


que la acompaña y le da sentido.

• Contra la neutralidad falsa e insultante. Los medios actuales han adoptado como rutina
‘políticamente correcta’ la del no-posicionamiento como garante de la objetividad. Eso es falso. Y
eso es coartar la libertad de informar. No se puede ser neutral informando sobre Gaza, porque es
mentir. Eso sí, aborrecemos el planfleto, la deriva de los medios hacia la opinión, las
informaciones masticadas, y apostamos firmemente por la información plural y contrastada.

Noviembre 2008

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