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ÍNDICE
PRÓLOGO
BIOGRAFÍA
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‘Nada que perder y mucho que ganar’ de Ángel López
PRÓLOGO
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‘Nada que perder y mucho que ganar’ de Ángel López
BIOGRAFÍA
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‘Nada que perder y mucho que ganar’ de Ángel López
1. LA ESTADÍSTICA PERVERSA
Esta última me la conozco muy bien, puesto que, ya sea por azar, por
caprichos del destino o porque Dios lo ha querido así, soy ese único e
irrepetible individuo de cada 3.500 personas que padece una de estas
mal llamadas enfermedades, concretamente el Síndrome de
Duchenne.
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‘Nada que perder y mucho que ganar’ de Ángel López
describiendo lo que estaría por suceder y que sin la menor duda, era
inevitable.
Esos son los retazos que ella recuerda de aquella conversación, así
cómo una larga lista de dolores y penurias, que yo sufriría hasta que
llegara mi fin, a la edad aproximada de 20 años. Incapaz de emitir
sonido alguno, mamá daba vueltas al único pensamiento que
revoloteaba por su cabeza: “me he quedado sin él”, se repetía.
Cuando fue capaz de articular palabra, logró dirigirse al médico,
exclamándole: “¡Entonces me está diciendo que mi hijo está para
tirarle a la basura!”. Ahora sonrío al rememorar aquellas trece
palabras, formando esa extravagante frase, fruto de la consternación.
Podría parecer cómica, incluso fuera de lugar, pero supongo que mi
madre no estaba, en ese preciso instante, para sutilezas. Es difícil
ponerse en su piel y sentir la pérdida de un hijo, sin poder hacer
absolutamente nada, tan solo ser la espectadora de la muerte
anunciada de un pedazo de sí misma. Una escala de sentimientos la
atravesaron: la incredulidad, dio paso a la desesperación, que fue
transformada en rabia, que se materializó en rebeldía hasta alcanzar
el coraje. Porque Angelines, mi madre, después del shock inicial, ni
por asomo iba quedarse con los brazos cruzados, esperando el
desenlace. Una vez atravesado el umbral de aquella consulta, un
largo pasillo marcaba el comienzo de nuestra gran aventura: la lucha
por la supervivencia.
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2. LA ESTADÍSTICA PERVERSA
Hola,
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Así fue pasando el tiempo, yo creo que estuve dándole clases un año
y medio aproximadamente, no lo recuerdo bien. Pero llegó el
momento en que los trabajos de la Universidad me agobiaron tanto
que ya no venía al pueblo a pasar los fines de semana y tuve que
dejar de impartir las clases. Yo sabía Ángel me necesitaba, pero
estaba en un momento crítico de mi carrera en que no obtenía
buenos resultados y tuve que centrarme mucho más y dedicarle más
tiempo a mis estudios.
Creo que sus padres han hecho una maravillosa labor por él y creo
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que deberían contar con más ayudas de todo tipo por parte de
ayuntamiento, comunidad y estado. Conocer a Ángel y a su familia
me ha hecho ver lo poco importante que son estas personas para los
gobiernos de turno, las pocas ayudas a la investigación de
enfermedades raras que hay hoy día y el dinero que se malgasta en
investigar estupideces que bien valdrían para avanzar en el estudio
de esta enfermedad.
Un abrazo,
Ángel Cózar.
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4. COLEGIO
Al principio todo fue bien hasta que aparecieron las barreras, las
físicas en primer lugar y las humanas poco después. Unos simples
escalones se convirtieron en los protagonistas de mi etapa escolar,
porque a medida que iba progresando de curso, el recorrido para
llegar a mi aula se fue convirtiendo día a día en una carrera de
obstáculos.
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¿Pensáis que me había dado por vencido? ¡Ni hablar! Después de salir
de una depresión que me duró casi dos años, sentí una inyección de
energía que surgió no sé de donde, tal vez de mi propia cabezonería,
y cuando llegué a esa edad dorada de los 18 años, ocurrieron varios
acontecimientos en mi vida, que marcaron lo que sería después, el
boceto de mi existencia.
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“Mi madre”
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5. INVENTOS
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Intento seguir al pie de la letra unas palabras que nos dejó el escritor
griego Plutarco “Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo
contigo mismo”. ¿Cuántas veces quitamos importancia a los errores
que cometen los demás, pero somos implacables con nuestros
deslices personales? No consiste en llegar a la perfección de las
cosas, sino tan sólo en tener un objetivo e intentar conseguirlo
durante todos los días de nuestra vida. ¿Qué habría ocurrido si
Thomas A. Edison hubiera tirado la toalla en el primer intento fallido
en su empeño de hacer brillar una bombilla? Estuvo probando hasta
más de mil veces hasta que dio con la solución adecuada. Así, se
convirtió en uno de los inventores más fructíferos de la historia.
¿Suerte? ¿Inteligencia? ¿Talento? Yo destacaría tan sólo dos cosas:
paciencia y perseverancia. Si ya lo decía un proverbio chino: “Si te
caes siete veces, levántate ocho”.
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6. DIETA
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7. LA MAQUINA Y YO
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fue un poco dificultoso por varias razones: en primer lugar, tuve que
adaptarme a un cuerpo extraño que iba a formar parte de mí, en
segundo lugar, había que aprender a manejarla y en tercer lugar, el
médico que tenía que guiarme en todo este proceso tenía menos
paciencia que un bebé hambriento y la sensibilidad de las piedras de
un estanque. Para culminar con la parte negativa de la historia, “mi
amiga, la máquina” nos dio algún que otro susto, ya que debido a
algún fallo, se paraba durante unos segundos durante la noche y yo
perdía el conocimiento. Después de consultarlo con el neumólogo, él
supuso que el problema estaba en mí, porque bajo ningún concepto,
la máquina podía fallar. ¡Pero cómo se me había ocurrido siquiera
pensar en semejante tontería! ¿Desde cuándo un aparato puede
funcionar mal? En fin, él lo tenía clarísimo: era mi corazón lo que
estaba mal y esa era la única causa de que sufriera tres lipotimias
mientras seguía enchufado a la máquina. ¡No puedes imaginarte, el
lío que se armaba en mi casa cada vez que yo sufría uno de mis
desmayos! Mi madre me metía el dedo en la boca para que no me
tragase la lengua y en una ocasión, la pegué tal mordisco al
recuperarme, que casi la dejo sin dedo. A partir de entonces, empezó
a valerse de un palo de esos que utilizan los médicos para mirarnos la
garganta. Como mi padre duerme a mi lado para darme la vuelta de
vez en cuando, coincidió que esa noche él estaba en vela y notó que
la máquina se había parado sin emitir sonido alguno. Al cabo de un
breve instante volvía a funcionar como si no hubiese ocurrido nada.
¡Ajá, te pillé!, pensé cuando todo volvió a la normalidad, ya que en
esa ocasión y justo antes de quedarme sin aliento, le repetía a mi
padre: “dame masaje en el pecho”, en un intento desesperado de
aferrarme a la vida. Pero que no cunda el pánico, que la cosa no fue
para tanto. Después descubrimos mediante exámenes clínicos que mi
corazón latía y sigue latiendo en perfecto estado. Y ahora por fin,
viene el momento en el que comenzó nuestra historia de “amor”. Una
vez resueltos los problemas iniciales, incluyendo el cambio de
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8. MI CHICA
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9. LA FE DE DIOS
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Una de mis últimas aventuras tiene mucho que ver con este capítulo.
Salvando la enorme distancia entre Jesús de Nazaret (el gran
Maestro) y yo, un simple aprendiz de discípulo me vi envuelto en una
situación que me recordó en algunos detalles a otra que se relata en
el Evangelio de San Juan, concretamente en Jn 20, 24-31. La historia
comienza hace tres años, cuando mis padres solicitan una tarjeta de
aparcamiento para que podamos estacionar nuestro coche en las
zonas reservadas para minusválidos. Se supone que los requisitos
que se deben reunir para la Comunidad de Madrid son los siguientes:
Certificado de minusvalía en el que se especifique grado y
enfermedad y baremo de movilidad, según la Organización de
Consumidores y Usuarios (OCU). Pues bien, en mi caso particular, no
sólo tuvimos que presentar mi grado de minusvalía así como las
características de mi enfermedad, sino que me hicieron presentarme
allí personalmente. La eficiente y escrupulosa trabajadora que
llevaba mi caso, al igual que el discípulo llamado Tomás que describe
San Juan en su Evangelio, necesitaron ver para creer. Con respecto
a mí, era asombroso que yo estuviera vivo, ya que la operación lógica
que se cernía sobre su cabeza era la siguiente:
Síndrome de Duchenne multiplicado por 32 años igual a
muerte segura.
Hace algo más de 2000 años el discípulo Tomás, tuvo que ver las
señales de los clavos en la manos de Jesús y su costado herido, para
reconocerle resucitado. Además de demostrar que sigo vivo, también
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tenía que aclarar que no estaba agónico sobre mi lecho, sino que
aparte de respirar, me empeño en disfrutar de los placeres mundanos
que mi cuerpo me permite, como por ejemplo, me gusta salir al cine
y reflexionar sobre la película que he visto, al igual que deleitarme
con algún concierto de música clásica o visitar a mis compañeros de
la asociación de enfermedades musculares. Para hacer todo eso, claro
está, necesito nuestro coche, que como es obvio, lo conduce mi
padre. A ver, entiendo que tal vez se hayan encontrado con la
situación de que algún desaprensivo haya querido sacar beneficio de
manera ilícita de este tipo de cosas y, alertados, decidan
comprobarlo. Una vez más, pagan justos por pecadores. Bueno, una
vez demostrada mi existencia, mi gusto por vivir y divertirme en la
medida que puedo, se nos concedió la escurridiza tarjeta, no sin
antes tener que escuchar de los labios de la fiel trabajadora de la
Comunidad: “se ve que te tienen bien cuidado”. Si, señora. Es lo que
suele pasar cuando unos padres quieren a su hijo. Lo tratan con
cariño, se sacrifican por él, le escuchan, le educan, se mantienen a su
lado en momentos difíciles y disfrutan de los instantes de felicidad. Ya
sabe usted, toda esa tontuna del amor. Ya se nos decía en la Epístola
1ª a los Corintios: “y si tuviera tanta fe que trasladase los montes, si
no tengo amor no soy nada” (I Cor 13, 2). Al final termina diciendo:
“Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y el amor;
pero la más excelente de todas es el amor”. Mientras os escribo estas
palabras me doy cuenta que disfruto cada día de las tres. ¿Puedo ser
más afortunado? Y tú, amigo, ¿en verdad crees que no puedes
conseguirlas? Como dijo Martin Luther King, “Da el primer paso con la
fe. No tienes por qué ver toda la escalera. Basta con que subas el
primer peldaño”, porque “Todo lo que la mente puede concebir se
puede lograr” (W. Clement Stone). Tan sólo tienes que tener claro lo
que quieres conseguir y desearlo cada día con fe. ¿Aceptas el reto?
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11. REFLEXIONES
REFLEXIÓN 1
“Las grandes almas tienen voluntades, las débiles sólo deseos”
(Proverbio Chino)
Noviembre de 2007,
Esta última semana he completado el círculo. Toda la impaciencia que
antes me consumía, hasta casi desesperarme, se ha desvanecido. Por
fin he comprendido que dispongo en exclusiva para mí de todo el
tiempo de mi vida. ¿De cuánto tiempo dispongo? De lo que se me
conceda. Es así de sencillo. El tiempo es tan solo una invención del
hombre, un punto de referencia, un antes y un después. ¿Cuántos
ejemplos conocemos de personas que han vivido brevemente, pero
que nos dejaron sus experiencias, reflexiones o descubrimientos y
que recordamos generación tras generación con tanta viveza, que
casi podemos sentirles respirar? ¿Quién no recuerda el romanticismo
de Bécquer, la sensualidad de Marilyn, los colores de Van Gogh o la
valentía de Juana de Arco? Ninguno de ellos llegó a cumplir los 40
años. También tenemos el caso contrario y nos encontramos con
seres humanos octogenarios que se rindieron ante la primera
dificultad que encontraron, o en el peor de los casos, se
transformaron en un látigo contra la piel de la humanidad.
El número de veces que respire en este mundo, no me preocupa,
porque no temo a la muerte. Lo único que me produce verdadero
terror es la rendición.
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REFLEXIÓN 2
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y
la energía atómica: la voluntad”. Albert Einstein.
A veces, del detalle más sencillo se puede aprender una gran lección
y que ésta te sirva de guía en algún momento de tu vida. Cuando tu
cuerpo no te obedece, los sentidos que quedan intactos se agudizan,
afinándose como los violines más exquisitos interpretando a Vivaldi.
Cada sonido, cada silencio y cada gesto, por delicado y leve que sea,
adquiere un interés especial y único para mí. Así es cómo he
descubierto muchísimos tesoros que se desvelan tan sólo observando
con detenimiento.
Un día me fijé por casualidad en un botón de mi chaqueta de lana del
que tan sólo pendía un hilo. Estaba claro que el pobre no iba a
aguantar mucho tiempo soportando el pesado botón. Cuál fue mi
sorpresa, cuando después de olvidarme por completo del sufrido hilo
durante todo el día, a la mañana siguiente seguía amarrando
heroicamente el botón a mi chaqueta. Inmediatamente pensé en la
repetida frase: “su vida pende de un hilo”, refiriéndose a que alguien
tiene pocas esperanzas de vivir o que “está en las últimas”. Mi
siguiente pensamiento fue: “Caray con el hilo, nadie puede pensar
que algo tan frágil e insignificante pueda poseer tanta fuerza”. Yo soy
ese botón y el hilo, mi voluntad. Evidentemente, alguien puede
decir: “el botón, al final, siempre cae”. Y estaría en lo cierto, porque
ese es el destino que todos tarde o temprano tenemos que afrontar.
Mucha gente siente curiosidad sobre cuándo va a morir y bajo qué
circunstancias. Yo tuve “la oscura fortuna” de conocer ambos hechos
cuando tan sólo era un niño. Tal vez por ello, no abandoné el botón a
mi suerte, sino que intenté y sigo intentando cada día reforzarlo con
todos los hilos que encuentro a mi paso: el amor y la dedicación de
mi madre, los “Poemas de la Vida” que escribí a los diecinueve años ,
la buena gente de mi pueblo, los profesionales que se han
preocupado de la salud de mi cuerpo y de mi mente, los voluntarios
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REFLEXIÓN 3
“Hace falta más valor para sufrir que para morir”. Anónimo.
Lo que nos viene dado sin ningún esfuerzo, pierde su valor en el
mismo instante en que cae en nuestras manos.
Para saber resolver problemas, los obstáculos tienen que llamar a tu
puerta.
Si quieres llegar a dominar la improvisación, los amigos que invitaste
para mañana, se presentan hoy.
Para vencer a tus miedos, primero tuviste que pasar muchas noches
gritando, hasta que un día, decidiste tomar un café con ellos y
cambiar impresiones.
En definitiva, sin sufrimiento o sin dificultades, no hay aprendizaje.
En esta etapa de mi vida, siento tal fortaleza e ilusión en mi interior
que me cuesta sujetarlas, como si sacase a pasear a dos perros
juguetones. Afortunadamente para mí, no siempre fue así. Sí, no
hace falta que vuelvas a leer la frase. He dicho “afortunadamente”,
porque es probable que de no pasar por las experiencias que he
vivido, tal vez no fuera la misma persona que se dirige a ti y, por lo
tanto, no estarías leyendo estas páginas.
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Muchas veces, he dicho en voz alta que doy gracias a Dios por mi
enfermedad y por extraño que parezca, soy totalmente sincero. Sin
ella, el Ángel con el que compartís esta historia no existiría. Ni mejor
ni peor, simplemente sería otro. No pretendo decir, que uno tenga
que enfermar para profundizar y descubrir el mundo, sino que cuando
una persona es capaz de ver la vida como un reto diario, se esfuerza
por saborearla lentamente hasta la última gota. “La gente se arregla
todos los días el cabello. ¿Por qué no el corazón?”, dice un Proverbio
Chino. Nos empeñamos en llenar nuestra existencia de miles de cosas
que se pueden comprar, pero al final de nuestros días, estoy
convencido que al respirar sosegados esperando el último suspiro, no
nos paramos a pensar en todos los trapos que me compré en las
rebajas, ni en el día que demostré que mi coche era el más rápido, ni
que mi casa era la más cara, sino que apostaría cada segundo que
me queda, a que mis velados ojos querrían enfocar hacia aquellos
momentos por los que la vida merece la pena vivirla, aquellos días en
los que uno vuelve a recoger del suelo la toalla que había tirado. De
mis acartonados labios brotará una sonrisa al recordar a las personas
que me hicieron reír o a aquella vez en la que metí “la pata” y todos
se rieron conmigo. En mis oídos sonará el eco de los que me dieron
ánimos y creyeron en mí, cuando la desesperanza comenzaba a roer
mi espíritu. Querré imaginar cómo olía el mar o aquel guiso de madre
que estaba para “chuparse los dedos”. Y también, saborear por
última vez, la onza de chocolate que tomaba en la merienda. Estas
cositas tan pequeñas, estos mínimos detalles son los que, sin duda,
me llevaría a mi viaje a la eternidad. Piensa por un momento: ¿qué
podrías llevarte tú?
REFLEXIÓN 4
“Aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la
mejor manera de adaptarse a la realidad”. David Viscott
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