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Mundo moderno, entropía y decrecimiento

Vivimos una época moderna

En una época de prisas apremiantes, de eslóganes y consignas, de siglas y de


códigos de barras; en un momento en que la realidad se conoce por las encuestas y
la sabiduría se reparte en cursillos de fin de semana; en un tiempo en que el
devenir humano se considera a sí mismo como el punto culminante de la historia,
debemos reflexionar y hablar sobre nuestra civilización.

Este hombre moderno [que no mujer], fundamento de todo conocimiento, separado de


lo natural y lo divino funda el orden moderno en la creencia del perpetuo
mejoramiento y superación; éste hombre, hijo de la Ilustración, se halla preso
dentro de su propio laberinto, la Tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el
signo triunfal de la calamidad.

El mundo moderno responde a una ideología [construida para justificar los


intereses de las clases dominantes] sin un sentido de los límites. Esta ideología
antecede las relaciones económicas, políticas y sociales. Esta dimensión
ideológica responde a un sistema de ideas y creencias que orientan el pensamiento
y el comportamiento social al tiempo que explican la realidad reduciendo la
incertidumbre y articulando la sociedad de una determinada manera [la manera de
nombrar, hablar y pensar].

Este pensamiento parte de una visión mecanicista del mundo, típicamente moderna,
en la línea que une a Descartes, Galileo, Bacon, Newton, Locke y Adam Smith (éste
en la economía y Locke en la concepción social). Un pensamiento en el cual la idea
de progreso es tan connatural que ni se piensa en discutirla.

Y es la ley de la entropía que socava la idea de la historia como progreso


ilimitado, la cuestión que abordamos; demostrar la imposibilidad del progreso
perpetuo y la finitud de planeta que habitamos.

Mecanicismo versus termodinámica

Con la Segunda Ley de la Termodinámica – la entropía – se da un fenómeno curioso;


a pesar de tener máxima importancia que afecta a la supervivencia humana, y que ha
hecho correr ríos de tinta entre intelectuales y científicos, ha sido muy poco
divulgada y prácticamente ignorada por la ‘opinión pública’.

Así en la escuela se puede comprobar como el estudio de la termodinámica aparece


en todos los libros de Física y Química, pero no se relaciona con el mundo en que
vivimos y las consecuencias prácticas de las que tendríamos que sacar enseñanza.

En el año 1.846 Urbain Leverrier y John Couch Adams descubrieron el planeta


Neptuno, no buscando en el firmamento, sino con un lápiz y papel, usando las
matemáticas, realizaron los cálculos para explicar las diferencias observadas en
la órbita de Urano y su comportamiento previsto por las leyes físicas de Kepler y
Newton. Este descubrimiento representa el triunfo del sueño mecanicista: la
racionalidad, modelos simples para explicar el mundo, la objetividad científica,
mecanismos rígidos intemporales…

El 20 de julio de 1.969 el hombre pisa la luna y la idea de progreso se apodera


del imaginario colectivo mundial. El hombre individual es mortal, pero la especie
humana es inmortal: ‘Venga lo que venga, siempre idearemos algo’.

La ley de la entropía

La segunda ley fue desarrollada a través de los estudios con las máquinas de vapor
en 1.824, por el físico francés Sadi Carnot. Carnot se dio cuenta que utilizar la
energía para realizar un trabajo dependía del gradiente de temperatura de la
máquina, esto es, de la diferencia entre las partes más calientes y más frías de
la misma. Según se realiza el trabajo, la diferencia de temperaturas disminuye.
Aunque la energía total permanece constante, termina estando menos disponible para
realizar más trabajo.

Así se distinguió entre energía disponible o libre, que puede ser transformada en
trabajo y energía no disponible o limitada, que no puede ser transformada en él.

La idea de que la materia-energía de baja entropía es el recurso esencial natural,


exige alguna explicación. Esto se puede estipular fácilmente con una breve
exposición de las leyes de la termodinámica, según el adecuado símil tomado de
Georgescu-Roegen. Considérese un reloj de arena. Es un sistema cerrado en el que
no entra ni sale arena.

La cantidad de arena en el reloj es constante; la arena ni se crea ni se destruye


en ese reloj. Esta es la analogía de la primera ley de la termodinámica: no hay
creación ni destrucción de la materia-energía. Aunque la cantidad de arena en el
reloj es constante, su distribución cualitativa está constantemente cambiando: la
cavidad inferior se va llenando, mientras la cavidad superior se vacía. Esta es la
analogía de la segunda ley de la termodinámica, en la que la entropía (que es la
arena de la cavidad inferior) aumenta constantemente.

La arena de la cavidad superior (la baja entropía) es capaz de hacer un trabajo


mientras cae, como el agua en la parte superior de una catarata. La arena en la
cavidad inferior (alta entropía) ha agotado su capacidad de realizar un trabajo.
El reloj de arena no puede darse la vuelta: la energía gastada no puede
reciclarse, a menos que se emplee más energía en ese reciclaje que la que será
desarrollada por la cantidad reciclada.

¿Desafiando a la entropía?

El segundo principio de la termodinámica, nos dice que es imposible la máquina del


movimiento perpetuo, se refiere a la inevitable realidad de que a lo largo de la
cadena de transformaciones de la energía se va perdiendo la capacidad de realizar
trabajo útil

Sin embargo, la teoría evolutiva dice todo lo contrario; primero existieron los
animales más simples, menos estructurados, y luego fueron evolucionando hacia
formas cada vez más complejas. La vida parece evadirse de la degradación
entrópica. La flecha biológica parece tener un sentido contrario a la
termodinámica.

Conviene no confundir términos como orden, complejidad y entropía:

Cuando hablamos de orden nos referimos a la colocación de las cosas en su lugar


correspondiente; (así hablamos por ejemplo de orden alfabético: a, b, c, d, e...).
Entenderíamos la complejidad "como un mayor tamaño, número y clases distintas de
las partes que componen un ente (un ser), la variedad de roles especializados que
incorpora, el número de los distintos modos de ser presentes y la variedad de los
mecanismos para organizar todo ello en un todo coherente y funcional. Al aumentar
cualquiera de estas dimensiones, aumenta la complejidad del ente."

La entropía sería una medida del grado (gradiente o razón entre la variación del
valor de una magnitud en dos puntos próximos y la distancia que los separa) de
energía no disponible en un sistema termodinámico.

Así, en un sistema la entropía puede aumentar a la vez que el orden y la


complejidad, siempre que exista un intercambio energético. La vida en la Tierra se
da, de hecho, gracias a la energía que procede del sol.

Los organismos vivos son sistemas abiertos que están importando y exportando
energía constantemente, son capaces de mantenerse en estado de desequilibrio
químico y termodinámico y, creciendo y evolucionando hacia una mayor
heterogeneidad y complejidad.

Proceso económico y entropía

Cuando hablamos de proceso económico tenemos que recurrir a la termodinámica, pues


es el proceso vital que realiza el ser humano para satisfacer sus necesidades;
esto es, la transformación de materia y energía en residuos mediante un flujo
inmaterial que provocaría el goce de vivir.

En este proceso la energía y la materia pierden su calidad y se degradan,


disminuyendo las posibilidades del aprovechamiento humano -entropía-; este es el
origen de la escasez económica –de no ser así podríamos utilizar un trozo de
carbón una y otra vez para producir calor o trabajo-.

Cuando el ser humano produce una mercancía genera siempre un residuo equivalente a
la materia y energía degradadas. Como la energía y los materiales no se pueden
crear ni destruir, lo que entra en forma de factores productivos tiene que salir
forzosamente como mercancías y residuos, pero no puede desaparecer.

La finalidad del proceso económico (flujo material) tendría como objetivo el


disfrute de la vida (flujo inmaterial), aunque por desgracia, en nuestro modelo
económico responde al afán de enriquecimiento y acumulación de poder de algunos,
por lo que no contribuye a enriquecer la vida en general, sino que va en
detrimento del ‘disfrute de la vida’ de la mayoría.

El futuro es decrecimiento

Existe una limitación física a la expansión del sistema económico, la idea de


progreso ilimitado y finitud de nuestro mundo que sustenta la ideología de la
civilización occidental, se manifiesta falsa; Occidente se enfrenta a un problema
sin solución.

Ya no se trata de corregir lo existente, esa oportunidad se perdió hace mucho


tiempo. Ya no se trata de agregar nuevas variables a los antiguos modelos
mecanicistas. Se trata de rehacer muchas cosas partiendo de cero y de concebir
posibilidades radicalmente diferentes. Se trata de comprender que si el papel de
los humanos es el de establecer los valores, el papel de la naturaleza es el de
establecer las reglas.

El asunto radica en pasar de la mera explotación de la naturaleza y de los más


pobres del mundo, a una integración e interdependencia creativas y orgánicas. Se
trata de llevar los sectores «invisibles» a la primera plana de la vida y
permitirles que finalmente se manifiesten y «hagan lo suyo». Se trata de una
redistribución drástica del poder, por medio de la organización comunal
horizontal. Se trata de pasar de un gigantismo destructivo a una pequeñez
creativa.

Pero no puede haber nada definitivo ni permanente, incluso en este intento, porque
frente a nosotros se extiende un futuro, más allá del futuro imaginable, que nos
puede colocar frente a nuevas encrucijadas que nos obliguen a repensarlo y
reconstruirlo todo de nuevo una vez más. Pero a estas alturas no podemos
preocuparnos de inquietudes aún no concebidas. Tenemos más que suficiente con los
desafíos que enfrentamos ahora.

No existe ningún tipo de solución permanente. Todos los milenarismos han causado
estragos.

Los seres humanos, para realizarse, deben mantener una relación de


interdependencia y no de competencia con la naturaleza y el resto de la humanidad.
Igualmente supone que ésta sea una relación consciente, porque la perspectiva
ecológica proyectada sobre el entorno proporciona analogías fértiles para un
ordenamiento social.

Los humanos tienen conciencia de sí mismos y realizan sus relaciones con la


naturaleza y con otros seres humanos, por medio de la cultura. El equilibrio
ecológico no debe ser entregado al automatismo, sino que debe quedar sujeto al
conocimiento, voluntad y criterio humanos, en términos de una acción política
consciente.

Toda forma de concentración de poder (y todos los sistemas actuales nos llevan a
ello) aliena a la gente de su entorno, natural y humano, y limita o anula su
participación directa y sentido de responsabilidad, restringiendo su imaginación,
información, comunicación, capacidad crítica y creatividad.

El único camino posible es el decrecimiento – palabra ‘tabú’ para los predicadores


del paradigma del crecimiento ilimitado -. Y decrecimiento significa lo contrario
de crecimiento; es tener cada vez menos cosas, es sustituir el asfalto por la
tierra, es construir formas de vida más sencillas, es dejar de fabricar cosas
estúpidas. En definitiva es tener menos para ser más.

Que el mundo moderno se desmorone es, en todo caso, la única esperanza para
quienes mantienen viva alguna fe en la humanidad.

FUENTES:

Carpintero, Óscar. La bioeconomía de Georgescu-Roegen. Montesinos Ensayos. 2.006.

Castro, Carlos de. El origen de Gaia. Una teoría holista de la evolución.


Abecedario. 2008.

Daly, Herman y otros. Almacenamiento, emergía y transformidad.

Ecologistas en Acción. Estudio del currículum oculto antiecológico en los libros


de texto.
Escobar, Arturo. Más allá del Tercer Mundo. Globalización y diferencia.

Esproviero, Mario. Entrevista.

Georgescu-Roegen, Nicolás. Energía y mitos económicos.

López Tobajas, Agustín. Manifiesto contra el progreso. Olañeta editor. 2.005.

Marcuse, Herbert. El hombre unidimensional. Seix Barral. 1.954.

Neef, Max. La economía descalza. Nordan. 1986

Paez, Armando. Sostenibilidad y límites del pensamiento.

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