Tras escuchar a un entrañable amigo, decidí presentar mi solicitud para
obtener una de las becas ofrecidas por la Fundación Carolina. Tomando en cuenta los trabajos intelectuales que había realizado hasta ese momento, la pretensión no parecía delirante; al contrario, lo pasado permitía esperanzarse con esta candidatura. Entre otros programas, escogí el Master en Estudios Latinoamericanos porque deseaba fondear la problemática que aflige aún a esta parte del orbe. Luego de algunos meses, me citaron para una entrevista en La Paz. Concluido el encuentro, donde dialogué largamente con Juan Torres, estaba convencido de que mi postulación generaría consecuencias positivas. No erré al hacer este análisis, pues quedé como reserva, situación que cambiaría debido a inconvenientes que tuvo el titular para aceptar la beca. Me convertí, por tanto, en un orgulloso becario de la Fundación Carolina, denodado a explotar esta vivencia sin ningún pudor. Aunque el viaje a Salamanca justificaba la lucha contra cualquier engorro –mi predilección por Unamuno se origina en los postulados existencialistas que preconizo–, advertí raudamente que la materialización de dicha beca no sería sencilla. Dos problemas fueron los responsables de engendrar esta sospecha: trámite del visado e indigencia de contacto con el becante. Observando prácticas iliberales, el consulado español de Santa Cruz no sólo que atiende durante tres horas diarias, sino que también se caracteriza por evitar toda facilidad en lo referente al tema de la visa estudiantil. Así, como no es posible efectuar aquende ningún trámite, se debe viajar a La Paz, dejar los múltiples documentos requeridos (certificado de no ser enajenado mental, por ejemplo) y esperar que una nómina colocada, dos o tres semanas después de la primera diligencia, fuera del consulado posibilite regresar al Departamento paceño para ultimar la tramitación. Conviene puntualizar que, en suma, son seis los días demandados con el propósito de llevar a cabo este procedimiento. Sin duda, la petición de sendos permisos laborales causa muy poca complacencia entre los empleadores. Pese a lo laberíntico del asunto, la visa y su fastidiosa obtención eran previsibles; no así el segundo motivo de mi actual molestia, es decir, una inenarrable falta de información al becario. Todo hace dable suponer que, si no hubiese persistido en ese cometido, yo seguiría ignorando hoy cuándo empezaría a concretarse esta experiencia académica. Preocupado, debido a que los plazos señalados por la Universidad de Salamanca empezaban a vencerse -me refiero al último periodo de inscripción-, envié algunas cartas solicitando mayores datos sobre las tareas que me correspondía ejecutar. Si bien hubo dubitaciones que fueron aclaradas, el desamparo del becario era evidente. No obstante, envié la documentación solicitada, además de pagar el monto exigido por su entidad. Lejos de apagarse, los problemas se han vigorizado durante la presente semana. Al burocrático tema del visado, añado la noticia de que cancelaron el primer viaje reservado a España sin habérmelo comunicado. Esto me hace conjeturar que, si no hubiera pedido reiteradamente dicha información, no me la habrían dado jamás. Lo peor es que, como si fuese algo irrelevante, me anuncian que tienen una reserva para el 29 de septiembre, acotando esta frase memorable: “Mira al menos lo conseguimos han costado peor mereció la pena” (sic). Olvidan que el hecho de no considerarme en las Jornadas resulta determinante para evaluar la importancia que me dan dentro de su fundación. Asimismo, menospreciar que llegue casi el mismo día del inicio de clases constituye una doble desconsideración: para la Universidad, puesto que debía formalizar mi inscripción hasta el 30 de septiembre (domingo, día inhábil); y, desde luego, para mí, ya que presumen estar frente a un individuo a quien no le interesa buscar la excelencia desde el principio -¿el primer día es sólo de “presentación”?-. Finalizo esta misiva, larga pero necesaria, expresándole mi deseo de acabar con esta malaventurada experiencia. Ergo, aclarando que esta decisión ha sido provocada por la incuria y el desaire mostrados hasta hoy, renuncio irrevocablemente –si vale esta frase- a la beca que me fue concedida, pues no deseo seguir tolerando sus ordalías. Antes de concluir, agrego que hago esta dimisión tras leer el compromiso firmado como becario, consciente de la posibilidad de no recuperar los euros invertidos cuando creía estar ante una institución ejemplar.
Atentamente,
Enrique Fernández García
Ex ganador de beca – Master en Estudios Latinoamericanos - Nota pictórica. El fumador fue pintado por Paul Cèzanne en 1895. AIREADO POR ENRIQUE A LAS 6:51 PM 9 GLOSAS
18/08/07
Monólogo dictatorial contra diálogo democrático
En la Hélade, cuando el acto de filosofar no había nacido aún, las verdades
irrebatibles eran proferidas por los oráculos. Toda persona que deseaba saciar su curiosidad, obtener explicaciones contundentes sobre diversas inquietudes, acudía a quienes tenían la capacidad de albergar esos dictámenes. Desde luego, ningún hombre osaba replicar lo aseverado por ellos, peor todavía estorbar sus discursos apofánticos. Era un terreno bastante feraz para el soliloquio dictatorial, aquel monólogo que admite sólo glorificaciones circenses. Obviamente, los interlocutores críticos no eran aquí bienvenidos. Pero la intrepidez de los pensadores acabó con el quietismo cerebral. Tal como Tomás Abraham lo señala cuando glosa los comienzos de la filosofía, quienes se rebelaron contra el oráculo expusieron su vida, puesto que cuestionaron los dogmas vigentes. Lidiador brillante, el filósofo rechaza la respuesta dogmática para forjar su propia contestación, una que lo convenza sin remitirlo a misterios religiosos u otros apotegmas indeliberables. Tras elaborar una noción personal, se vuelve necesario lograr el asentimiento del prójimo, vigorizar nuestra reflexión con el siempre útil apoyo externo. Procurando alcanzar este fin, surgía la necesidad de dialogar, exponer argumentos; entonces, paralelamente, la comunicación se ofrecía para acercarnos a lo auténtico, ya que, parlamentando, podemos encontrar las mejores respuestas. Esa busca de la verdad que ya no puede ser satisfecha por el oráculo se refleja también en los círculos políticos. Así, la democracia es el único escenario donde las personas pueden dialogar sin restricciones arbitrarias, plantear temas que consideren trascendentales o hasta patrocinar extravagancias ideológicas. Por supuesto, para evitar debates hueros, los representantes nacionales deben sustentar racionalmente sus planteamientos, aceptar que éstos sean refutados y permitirle al semejante formular apreciaciones cuando estime necesario hacerlo. Evocando a Cornelius Castoriadis, afirmo que la clausura de significaciones es inadmisible si se pretende tener una vida democrática; en otras palabras, repudiar cualquier exclusión sumaria de temas controvertidos tórnase imprescindible para los que apoyan esta forma gubernamental. Desde el momento en que no se acepta la discusión de un tema específico, regional o nacional, dentro de una instancia deliberante, negarle a ésta su condición democrática es una decisión acertada. Siendo el debate un mecanismo sensato para encontrar ideas que permitan nuestro mejoramiento, su ejercicio frecuente constituye una prueba de madurez política. La democracia necesita del diálogo racional, uno donde ninguna propuesta sea soslayada por caprichos grupales; hay que opinar, escuchar, disentir, tolerar: existir como verdaderos demócratas. Obrar de manera distinta significa revelar nuestra predilección por un modelo que venera los soliloquios dictatoriales, rebuzna cuando alguien lo importuna con cuestiones contradictorias del catecismo que memoriza. Los dictadores ansían regentar a un pueblo que se limite a escucharlos. El acatamiento de sus órdenes repele aquellas discusiones que tratan sobre la férula del gobernante; el espacio discursivo, en tal caso, tolera solamente monólogos autocráticos. Por el contrario, cuando hay democracia, las voces discordantes son una invitación al debate, una oportunidad estupenda para ejercer nuestro derecho a disentir -o aun cambiar de parecer-. En este sentido, reprender a los políticos que vetan la posibilidad de fortalecer nuestras convicciones democráticas, pues sienten aversión por cualesquier faenas intelectuales, es un acto indiscutiblemente laudable.
Nota pictórica. Diálogo actual es una obra de Vicente Dopico Lerner.