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VI
En Chile, los esfuerzos de los últimos años por parte de la comunidad y los sucesivos
gobiernos en este ámbito han apuntado a detectar las razones profundas que
explicarían el retraso y malos resultados de un área social a la que, por lo demás, se le
han más que triplicado los recursos. Las regularidades expuestas por esas
investigaciones reiteran diagnósticos históricos: falta de financiamiento, brecha social,
calidad de profesores y desajustes curriculares, mientras que las soluciones apuntan,
por inercia cognitiva (e intereses de los actores del sistema) a más recursos financieros
y de infraestructura. Si bien no se puede criticar la aplicación de tales remedios –más
vale algo que nada- la relación entre esfuerzos y resultados ha sido desalentadora.
Las inercias cognitivas que envuelven estos diagnósticos tienden a interpretar como
“anomalías”, frente al paradigma “educacional industrial”, los excelentes puntajes
conseguidos por algunos alumnos de sectores en alto riesgo social, sin sacar provecho
de los factores que las explican.
El discurso social acerca del tema recién comienza a integrar la evidencia de que la
revolución de las NTIC implica un cambio de paradigma desde una visión “industrial”
de la educación, a una de carácter “personalizada” y que la comunicación de
conocimientos es un trabajo casi, caso a caso, que se debe realizar de modo flexible y
según las distintas capacidades e inteligencias de los educandos (Gardner-1943-)1, sus
intereses, vocaciones y aptitudes para desarrollar competencias, más que para
“inyectar” conocimientos que hemos considerado necesarios para su posterior
desenvolvimiento en el mundo del trabajo. Tales avances, además, parecen indicar la
necesidad de la conjunción de esas inteligencias para el desarrollo de un conocimiento
más holístico.
Sin embargo, tanto protagonistas del sistema (excepción hecha de los alumnos), como
especialistas y políticos, continúan con investigaciones y programas que eternizan sus
perspectivas ideológicas, inadvertidamente contenidas en sus hablas, porque su
1 Howard Gardner y su equipo de la Universidad Harvard han identificado ocho tipos distintos: Inteligencia
lingüística, que usa ambos hemisferios; lógica-matemática, hemisferio izquierdo; espacial, modelo mental
del mundo en tres dimensiones; musical, corporal-cinestésica; intrapersonal; naturalista que estudia la
naturaleza, organiza, clasifica y ordena.
discurso –y consistencia lógica- les impide la observación de las nuevas fuerzas que
están operando en las relaciones sociales. Y para dar un mayor sabor científico a las
pruebas, para hacer fuerte y coherentes las justificaciones de un software lingüístico
que cruje ante las evidencias emergentes, se recurre al lenguaje de la certeza: las
estadísticas y las matemáticas, lenguajes que como hemos visto, son tan proclives a
transportar ideología como el natural.