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Los Naipes Arrugados

Percy Meza
Capítulo I: Riqueza
Su ornamentada mano, adornada de anillos de cada uno de sus viajes, se posó sobre el pomo de la
puerta. Con una ligera vuelta, la abrió y la luz matutina, como un intruso benigno, invadió el
angosto vestíbulo. Dio unos pequeños pasitos decrépitos pero seguros, mientras el aire agitaba su
chal y floreada blusa de Nueva York.
Frente a ella, a un metro y medio, estaba la puerta de la otra casa. Asomó solo la cabeza en
dirección a la verja de la quinta. La luz completamente cayó sobre su rostro. Un rostro parecido a la
Reina Isabel II, blanca, ancha y lleno de un maquillaje que dura media hora en hacérsela.
— ¿Todavía no vienen, tía Nelly? —dijo Alexander, mientras bajaba por la escalera y se
detenía en el único descansillo.
Ella se quedó todavía mirando.
— ¡¿Todavía no vienen, tía?! —alzó un poco la voz.
—Uh… —volteó a ver al muchacho—. No, hijo… Este, ¿agarraste los chocolates que te
invité?
—No lo hago… —respondió—. Además, para eso estaba bajando.
—Entonces hazlo ahora. Come todos los chocolates que quieras…
—Gracias, tía…
El muchacho, vestido con un polo tie-dye y un pantalón rasgado, bajo la escalera. Cuando
llegó al último tramo, tía Nelly dijo:
—Sigues con ese polo…
—Es que me gusta los colores. Son chéveres…
Ella giró con un tono de desaprobación. Era un cuidado hablar con ella. Alexander sabía
que a tía Nelly no le gustaba esas clases de polos, a pesar del que gusto nadie te la quita. En
comparación, esta desaprobación no era nada con respecto al ya sucedido. Aquella vez se había
paseado por toda la casa, comentando, que Alexander era un hippie sin remedio. Sin embargo,
Alexander no tenía ningún rastro contracultural en ningún rincón anatómico. Sólo le gustaba el
efecto. Puro gusto inocente.
El muchacho llegó a la angosta cocina. Encontró a la mesa de comedor, con el mismo
diseño de las mesas de restaurantes neoyorquinos, con un mantel verde, donde el centro estaba
ocupado por fichas y mango de naipes, remendados, antiguos y arrugados. Eran tan antiguas, que
según tía Nelly, fue comprado por su abuelo. Una vez, la tía le había enseñado una colección de
naipes alemanes y suizos.
Se dirigió a los chocolates, que eran unos bombones con forma de gatitos, con lasitos azules
en el cuello, guardados en una canasta. Agarro uno, le arrancó la cabeza y sintió como el chocolate
se derretía deliciosamente en su lengua. Sí. Eran neoyorquinos, del mismísimo Manhattan.
— ¡Por fin llegaste, Humberta…! Tanto te demoras —se escuchó la voz de tía Nelly
exclamar.
Alexander giro para recibir a la señorita Humberta. Aunque la senectud las había atrapado y
estábamos en el siglo XXI, era una obligación decirle señorita. De tía Nelly no había problema, era
obvio que le decía tía. Al menos que la costumbre actual era que tía significa “mujer adulta”. Lo
bueno es que le bajaba un poco los años.
—Ay, Nellita, discúlpame, mi sobrino estaba ocupado… Quería contarte que Karla…
— ¿Quién es Karla? —preguntó tía Nelly con ese típico tono viejuco de pregunta.
—Ay, Nellita, Karlita… La concuñada de…
—Buenas tardes, señorita Humberta —saludó Alexander, sonriendo.
—Hola, Alexander. Sigues bien mozo como siempre… Ay, Nellita, como quisiera que los
muchachos de ahora sean así…
—Pero, desgraciadamente, no son así —asintió tía Nelly con un tono desdeñoso en su voz.
Luego volvió hacía Alexander—. ¿Comiste los gatitos de chocolates?
Alexander asintió, mientras masticaba la cola espumosa del gatito. Tragando, preguntó:
— ¿Lo compraste en tu viaje a Manhattan?
—Lo compro mi sobrinita que vive cerca a Manhattan… Bronx. Lo trajo por… ¿cómo se
llama eso, Humberta?
—“Encargo”, Nelly. Caramba, fuiste jefa de una empresa y no te acuerdas…
—Ya deja eso. Juguemos…
—Entonces, te sigo contando de la concuñada…
—Tía Nelly, ¿puede invitarme tus chocolates? —preguntó Alexander.
Tía Nelly volvió a verlo con expresión real. Miro la canasta de chocolate por debajo de sus
gafas.
—Llévate toda la canasta…
Alexander abrió los ojos como platos. Unos tres bombones eran suficientes. Pero era mejor
no negar. Así que Alexander cogió la canasta y subió con ella, con toda despedida y
agradecimientos a tía Nelly y la señorita Humberta.
Al llegar al segundo piso, entro a su apretado cuarto y se sentó en su exigua cama. Colocó
la canasta de chocolates en ella y escogió una. Mientras abría la envoltura, encendió su
computadora portátil.
Navegó por la Internet, revisando, revisando y comiendo los chocolates, que iban ahora por
los cinco. Era tanta la ingestión continua del chocolate que busco significados de chocolate en
Wikipedia. Cuando se topó con una imagen que mostraba una inmensa amalgama de chocolate, el
deseo de comer más chocolate se le vino a la cabeza.
Chocolate… Ingiere más
Chocolate… Un producto afrodisíaco… Uh-ah…
Apagado total…

Se levantó de la cama, con un hilo de baba recorriéndole la mejilla. Miró a la computadora portátil,
donde el protector de pantalla mostraba un… ¿diamante rojo?
—Qué raro… Yo me acuerdo haber colocado un protector de pantalla de Barbarella.
Sin embargo, el diamante rojo seguía titilando en la pantalla. Mientras más lo miraba, daba
la sensación de ser una pequeña puertita con un pomo. Alexander acercó su manchado dedo a la
pantalla, mientras el pomo se materializaba y emergía de la pantalla, como una flor digital.
Los ojos castaños del muchacho comenzaron a reflejar con más intensidad mientras
acercaba el rostro en la pantalla, con el diamante reemplazando su pupila. El dedo se acercó al
diminuto pomo más aún, hasta que lo toco.
Sonó un clic y la puertita se abrió.
Una luz naranja y cegadora salió de ella, llenando toda la habitación de colores fractales.
Alexander se apegó a la pared, mientras sus ojos aún miraban ese raro fuego que se expandía,
tragando a su computadora.
— ¿Qué está pasando?
El fuego formo espirales, que lamían los chocolates sobrantes, la botella de gaseosa y las
paredes tapizada de cuadros. Una cola espiral se acerco al rostro de Alexander, moviéndose como
un bacilo. El muchacho se apegó tanto como pudo, mientras ese espiral se acercaba más y más.
Emitía un ruido raro, como si fuera una electricidad zigzagueante, mezclado con múltiples
campanitas y tintineos de monedas. El muchacho, con el sudor cayendo por su frente, sintió que la
espiral tocó su cara y rozó su mejilla.
No quemaba. Pero se quedo acariciando el rostro del muchacho por un rato, mientras el
fuego, que salía de la computadora, coloreaba las paredes con diamantes de diferentes tamaños.
—La riqueza se consigue cuando eres rico de corazón… A eso se le llama riqueza… —se
escuchó una voz femenina.
La voz se quedó volando por el irreconocible cuarto, mientras el fuego empezó a cambiar
de color. La espiral se alejó del rostro de Alexander, sin dejar de moverse como un bacilo. Unas
letras fueron lanzadas al aire, mientras el fuego era succionado por la computadora y se convertía en
un remolino de ascuas.
Las letras siguieron flotando como un cartel fantasmagórico, mostrando la siguiente palabra

Alexander uso nuevamente su dedo como objeto de exanimación. La acercó y toco la


contextura de palabra. Parecía estar hecha de simple humo de incienso.
El chico no se movió ni grito tras eso. La curiosidad se había apoderado de él, aunque la
espiral lo había tocado.
— ¿Qué significa diamas? —se preguntó con el entrecejo fruncido. Tuvo los ojos puestos
en la palabra, con expresión embobada y llena de un sentimiento de haber viajado en avión por
muchos días. La computadora parecía una fuente tan inusual, que carecía de significado propio. El
remolino brillante seguía girando en su pantalla, como si fuera algo digitalizado.
Giró a ver los diamantes en las paredes. Habían adquirido una textura vidriosa y
esplendorosa, con aspecto de gemas rojas incrustadas.
—Espera… Diamantes… Diamantes… Diamas… Diamas significa diamantes… —dijo
emocionado, sin saber por qué.
Ocurrió un estallido.
El remolino salió disparado de la computadora y se transformó en una inmensa nube
rubicunda. Traspasó las letras flotantes, borrándolas del aire. Alexander se agazapó nuevamente a la
pared. Al mismo tiempo, todos los diamantes brillaron, emitiendo un sonido in crescendo.
—No… Espera un momento… —balbuceó—. Yo sólo dije que significaba diamas… Si
esto tenía que pasar, es necesario que pase algo bueno…
La nube fue cambiando y ascendiendo hacia el techo, tomando aspecto de nebulosa
interestelar, brillando con unos colores resplandecientes. Era como si una Nebulosa de Orión
estuviese en la habitación.
Pero Alexander estaba entre el terror y la conmoción de los colores tan vivos. ¿Por qué no
corría a la puerta?
—Aunque sería algo indignante matarte de un infarto… Sólo te aviso, con cortesía, que un
individuo tiene la capacidad de pensar estupideces… —dijo… ¿aquella nube?
La nube vibró y comenzó a condensarse, como si fuera atraída por una gravedad interna. Su
interior brilló. Alexander se mantuvo más agazapado a su protector, la pared.
—Esto es tan difícil… Cuesta producir tanta maraña de tonterías —dijo nuevamente la
voz, ahora, con un tono agitado y lleno de fuerza.
Se condenso más y más, volviéndose más pequeña. Los diamantes estaban en su brillo
máximo, formando una discoteca de colores rojos. Se condensó más y más…
—Riqueza para tanta estupideces…
Totalmente condensando, quedó como un sol rosa. Los diamantes brillaron más aún,
logrando entrecerrar los ojos de Alexander. Un extraño aire movió su cabello, los bordes de la
sábanas y los percheros.
El sol quedó flotando.
—No te muevas, muchacho… No vine para arruinar la fabricación. Así que quédate ahí…
Maldita sea…
Aquel astro estalló estrepitosamente. Alexander se cubrió con brazos y piernas, mientras
una onda fantástica del sol golpeó todo el cuarto. Se escuchó resquebrajaduras por todas partes,
tintineos, roces vidriosos y rompimientos.
El chico miró a través de sus brazos un panorama maravilloso. Todas las cosas del cuarto se
transformaban en diamante rojo. Sus polos se convertían en diamante. El piso se transformaba en
diamante. Todo estaba diamantino.
Sintió que sus piernas se resbalaban cuando su cama se convertía en una enorme amalgama
de diamantes rojos. Su computadora desapareció diamantes, echando chispas eléctricas.
Mientras una neblina residual salía de los diamantes recientes como si fuera hielo seco, el
sol casi extinto comenzó a botar guijarros áureos. Cuando tocaban el suelo, se transformaban en las
cosas más estrambóticas, nada parecido a lingotes. Apareció un armario, botellones, mallas, tazas,
fuentes. Todo de oro. Todo.
—No toques nada, muchacho…
Alexander uso a su cama diamantina como un bote, que navegaba en un mar de oro, en su
angosto cuarto.
—Cállate, Quirát…
—Sí, cállate…
—Tú sólo prosigue con eso…
—Bah… —profirió la estrella casi extinta.
Alexander busco de dónde provenían esas voces. Ya estaba volviéndose loco de escuchar
voces que carecían de un bendito cuerpo.
—Aquí, Alexander. Aquí.
Unos pequeños y deliciosos gatitos de chocolates meneaban sus patitas en dirección a él,
desde los teclados diamantinos de la computadora. Ellos seguían con el lasito azul alrededor del
cuello.
—Qué bien que nos viste. No hagas caso a esa estrella casi extinta. La vejez temporal lo
tiene así —dijo una de ellos, agitando su mano en mono de desaprobación a Quirát.
Él profirió otro áspero “bah”
—Me llamo Dulcis y ellos… —indicando a los otros gatitos de chocolates.
—Dulcis —espetó Quirát.
—Ya cállate, Quirát —zapateó el gatito. Los gatitos lo miraron con sorpresa su reacción.
— ¿Todos ellos se llaman Dulcis? —indagó Alexander, apuntando a cada uno.
—Si… Es que somos de la misma marca…
— ¡Espera! —Gritó el chico—. ¡¿Me comí algo vivo y con sentimientos?!
—Debo decirte que sí… Pero no te preocupes… Son chocolates. Al menos no cometiste
canibalismo.
Alexander se agarró el estómago, frotándola y golpeándola. Se fijó de algo. Asombrado,
agarró el borde de su polo y lo acercó a la vista, porque la luz de Quirát estaba apagándose.
— ¿Por qué mi polo está blanco? Era un costoso polo tie-dye…
—No sé que será tie-dye, pero los rojos eran espectaculares para mi etapa de producción —
respondió Quirát, lanzando risitas vejanconas—. Disculpa, pero no te hará daño quitarte tales
colores de tu vestimenta.
—Ya… —enfatizó Dulcis—. Salgamos de aquí, Alexander.
En una fila rica y sabrosa, los gatitos bajaron de la mesita a la cama y fueron en fila.
Alexander gateó, de manera inconsciente, imitando su caminata.
—Epa, epa. ¿Qué hacen? —dijo Quirát, ya casi extinto. Más parecía una vela. Había
llenado todo el vacío del suelo con objetos áureos.
—Queremos salir de aquí —contestó Dulcis.
— ¿Qué cosa? —chilló indignado—. ¿Para qué me rieguen todo hacia afuera,
contaminándola?
—Entonces, cómo salimos. No nos vamos a quedar viendo estas cuatro paredes de
diamante.
—Ya, ya… Espera un momento. Quiero terminar. Ya falta poco.
Quirát se agito y se empequeñeció más rápido, emanando grandes cantidades de objetos de
oro. Hasta que desapareció, dejando caer un enorme cartera a la colección. El cuarto se quedó a
oscura
Se oyó un chasquido y las paredes de diamantes brillaron con una luz propia. En el lugar
donde había estado el Quirát estrella, estaba una fumarola humanoide con un rostro joven.
— ¿Ya se te pasó lo necio? —preguntó Dulcis, poniendo los brazos en jarra.
—Sí…
—Entonces, queremos salir.
—Espera. Tenía que ser un gato —calmó Quirát, agitando unas manitas humeantes—. Para
eso tendré que convertirme en un agujero negro.
Se quedo parado. Abrió la boca y su cuerpo entero comenzó a girar con una velocidad
fascinante. Giró tan rápido, que su boca se convirtió en un agujero negro.
—Tú primero, Alexander —saltó Dulcis al hombro del chico—. Sólo tienes que alargar los
brazos como si quisiera zambullirte —Su imitación artística resultaba gracioso.
Alexander se quedó mirando la boca de Quirát.
—No tengas miedo. Solo salta… —le tocó con la patita.
—Salta. Esto cansa, Alexander —dijo Quirát, algo enojado.
Algo asustado, alargó los brazos y dio un salto. El agujero lo atrajo y entró en una
oscuridad, dando vueltas tan rápidas y vientos soplando en su oído. Abandonando ese prístino
cuarto de brillante reliquia.
Capítulo II: Romance, Diversión y Jefatura
La oscuridad de aquel agujero fue tan vertiginosa que le daba sensaciones nauseabundas. Era
posible que vomitara en ese espacio, que equivalía al estómago de Quirát. Pero una luz iluminó todo
su rostro y salió disparado. Su cuerpo golpeó contra una pared, cayendo al suelo del pasadizo,
aparatosamente. Un cuadro se desprendió de su lugar y se partió en dos.
Se sentó, frotándose el cuerpo adolorido. Por mientras, un mágico agujero, en la pared
opuesta a él, escupía a los Dulcis. Gritando entre varios miau, Alexander se sobresaltó y trató de
capturarlos. Se movían tanto por la histeria, que dos resultaron rotos en el frío piso.
— ¡Ay...! —gimió Alexander.
Entre los trozos, salieron estrellitas que ascendieron y se perdieron en el aire. Alexander
miro angustiado de lo que había hecho. Había matado a cosas vivas y que tenían sentimientos.
Uno de los Dulcis, chasqueó la lengua en tono de tristeza disimulada.
—No te preocupes, Alexander. Son simples gatos de chocolates.
—Cómo que no debo preocuparme —aseveró Alexander, mirando aún a los trozos—.
Además, tú también eres un gato de chocolate. No te excluyas.
Alexander botó a los gatos al suelo y se irguió. Ellos cayeron sentados, apenados.
—No te sientas mal, Alexander. Son sólo chocolates —maulló el gatito líder desde el suelo.
— ¿Qué pasó? —Preguntó, ignorando al gato—. Todo está normal. ¿Sólo mi habitación se
convirtió en un recinto de diamantes y reliquias?
—Por suerte te calmaste —corroboró el gatito.
—Y deberías mantenerte así, Alexander —dijo una voz femenina.
Alexander se sobresaltó, dejando su seriedad y su regaño hacia los gatitos. Buscó aquella
procedencia. Casi resbalándose por la escalera, se fijo en una hermosa chica saliendo del cuarto de
Helga. Cerca a sus pies, le seguía un perro con penacho rubio y carente de pelo. Era un perro
peruano.
Aquella chica estaba ataviada con un sencillo vestido blanco y sandalias. En el pecho decía,
como un suave tatuaje rojo, una palabra tan rara.

Ella miró con una sonrisa a Alexander. Éste quedo hipnotizado, mientras lentamente el
perro se acercó a él y le lamió la mano. Un sentimiento cálido recorría desde punto hasta su cuerpo,
logrando calmar a Alexander.
—Gracias, Chimú —se dirigió al chico—. Alexander, ten cuidado que te puedes caer.
El muchacho reaccionó. Ciertamente, estaba al borde del escalón. Se alejó y, rápidamente,
sintió un beso en su mejilla. Alexander quedo estupefacto.
—Me llamó Cor. Quisiera mostrarte muchas cosas ahora que estás lúcido.
— ¿Cómo? –masculló Alexander.
—Ay, no —dijo preocupada—. Chimú, ¿con qué cantidad de calma le lamiste?
Chimú sacó la lengua de su mandíbula. Estando así, dio unos ladridos como una voz
humana.
— ¿Cierto?
—Guau —respondió Chimú.
—Cor, no le pasa nada al muchacho —dijo el líder de los gatos. Dio saltos estratégicos para
llegar al hombro de Alexander—. Sólo está hipnotizado. —Toqueteó con su patita la mejilla.
—Oh…
La chica quedó así por un momento, sorprendida. Acercó su dedo a su boca y se dio un
fuerte mordisco, que la hizo dar un gran grito, que retumbó el lugar. Una tenue lluvia de polvo y
telarañas cayó por los rincones. Alexander reaccionó ante eso.
— ¡Cor! —Gritó Quirát desde la habitación—. ¡No hagas eso! ¡Se puede derribar todos los
diamantes!
—Discúlpame
— ¿Qué sucedió? —expresó Alexander con voz alicaída.
—Nada. Sólo entraste en una conmoción…Vamos, abajo. Quiero explicarte la causa de
nuestra aparición en este lugar.
Cor le tomó de la mano a Alexander. Los gatitos se subieron al lomo de Chimú y bajaron
junto a los chicos. Los pasos resonaron en la madera antigua de la escalera.
—Seguro estás molesto por nuestra aparición… —Alexander abrió para responder—.
Bueno, si no es así, mejor que tu bienvenida sea la más cálida de todas, porque nosotros estamos
usando tu aposento para protegernos y cuidar las reliquias que Quirát crea y guarda en tu
habitación.
Pasaron el descansillo. Los gatitos jugaban con el penacho de Chimú y éste sonreía de
manera canina.
—Y de qué se protegen… Espera, no me digas. Se esconden del guasón…
— ¿Guasón? —Connotó Bah—. Él es un simple rielón. No deja de reírse en todo el tiempo.
Se ríe hasta porque pasa una mosca.
—Jajá… Que enorme descripción haces, Cor. Luce muy chistosa —dijo una voz más.
En frente de ellos, deteniendo la bajada, un jocoso hombre apareció, ataviado con un
sombrero y un vestido tan excéntrico, que daba risa. Era cierto, tenía un aspecto demasiado gracioso
que resultase. Lo tenía en todos sus lados. Su cara parecía al de un muchacho bajo los efectos de
extrema dosis de azúcar.
— ¿Por qué se quedan callados? Sigan, hablando…
—Entonces… —prosiguió.
—Esperen, é’ perate —dijo sonando como un callejero—. Maravilloso, ¿no? Aprendí de
unos muchachos por aquí cerca. Suena muy incompleto y gracioso.
—Apúrate, guasón.
—Esos muchachos me contaron de muchas cosas. Me enseñaron una cosita rara que tiene
hilos que suenan. Hablaban medio raro… Jajá… Como si le faltase aire. Te ríes hasta lo que pasa
una “mojca”…
—En eso estaban en lo cierto —comentó Cor.
—Se fueron corriendo, gritando que era un ladrón… Jajá… Gritaban… “¡Un loco! ¡Un
loco!”
— ¿Te mostraste con ese atuendo?
—No. Vi pasar a unos chicos medios raros que vestían unas camisas rayadas y pelos como
lenguas negras que caían en su cara. Me transforme así.
Su vestimenta se distorsionó como un jugo de colores y apareció un guasón con un cabello
negro y liso; un polo negro y apretado, con dibujos violáceos; ojos con sombras; un pirsin en la
cara; gargantillas plateadas; pantalón apretados y zapatillas negras. Sus ojos castaños se tornaron
azules y la piel, blanquecina.
—Un emo.
—Es demasiado excéntrico —opinó Cor con los ojos puestos como platos.
—Encima se puso un pirsin. ¿No te dolió en la transformación?
—Esto… No es nada. Fíjate en esto…
— ¡Ah! ¡Caraj…!
— ¡Ay no, Guasón!
Su cara se llenó con innumerables pírsines, de diferentes colores y formas. Un pirsin estaba
en la misma esclerótica de su ojo y el más grande de todos colgaba como una horquilla en su labio
inferior.
—Jajá… Qué caras más graciosas ponen… Miren…
Sacó su lengua y mostró más pírsines, en cada rincón, como una cueva cubierta de gemas
plateadas. Algunos habitaban hasta en la garganta.
— ¡YA BASTA, GUASÓN!
Gritó tan fuerte, que Quirát apareció en una fumarola, rabioso. Cuando vio la cara de
Guasón gritó. Los gatos gritaron. Alexander se estremeció. Chimú ladró. Cor bramó. Y así se
produjo un coro de gritos, donde Alexander se quedó con las manos encima de los oídos, mientras
Guasón ladeaba la cabeza reproduciendo más gritos y haciendo caer polvo del techo.
Un pedazo de roca salió de no sabe dónde y golpeó la cara de Guasón, logrando
desaparecerlo.
— ¡Ay no! ¡Qué hiciste, Quirát!
—Terminar con su desagradable broma. Y no vuelvas a gritar. Acabas de derribar una pared
de diamantes. Tendré que crear más.
Quirát desapareció, traspasando la pared, echando humos negros de rabia. Se había tornado
viejo en su rabia, que ya no parecía el de joven rostro.
—Vamos. Sigamos bajando. Pero ya viste el lado negativo de Guasón. A veces exagera en
ciertos casos… Solo me preguntó si está bien. La piedra lo golpeó muy duro.
Llegaron al final de la escalera.
—Solamente quería decirte que nos protegemos de algo más oscuro, muy diferente a
Guasón. ¿Conoces el Tarot?
Alexander asintió.
—Existen 22 arcos mayores en esa comunidad. La mayoría variando entre lo bueno y el
libre albedrío. Pero sólo XII y XV representan al mal: la Muerte y el Diablo. La Muerte no es un
peligro, pero se presenta cuando alguien fallece, pero el Diablo es la preocupación total.
Dieron media vuelta y se dirigieron a la cocina. ¡La cocina!
Alexander corrió y se dejó en seco a Cor. Cruzo la puerta y encontró algo que le hizo tragar
saliva. Tía Nelly y sus cuatro amigos eran perros, más grandes que Chimú, con retoques femeninos
y maquillajes suntuosos. La tía de Alexander era bullmastiff, con lentes y maquillaje acentuados,
con las patas agarrando unos naipes completamente arrugados. La señorita Humberta era una
poddle, con un penacho acentuado. Las demás eran una pekinés, hokkaido, y galgo español.
— ¿Por qué no me hacen caso?
—Están un trance. Ellas son las jefas de la casa, por ahora. Se encargarán de las
matemáticas a través del juego.
— ¿Y se quedarán así para siempre?
Cor se quedó callada. Se quedó mirando a los perros que seguían jugando, golpeando las
cartas, moviéndolas y botándolas a una clase de urna donde flotaban los naipes. Chimú miró con
ojos vidriosos, mientras los cuatros gatitos miraban en dirección a Cor.
—No lo sabemos, Alexander. Le pusimos el hechizo y nada más.
— ¿Quién las hechizó?
—El Arcano Mayor I, El Mago —explicó.
— ¿Y dónde está? ¿A dónde se fue?
—Él nos concedió hechizarlas y se fue… Nos dijo que volvería dentro de una semana, para
atestiguar el proceso del hechizo. Él tiene el poder sobre la pica, el diamante, el corazón y el trébol.
Por eso pudo hechizarlas… Espera…
Se escuchó un silbido prolongado. Alexander dio media vuelta y se encontró cinco naipes
de forma ordenada: K de trébol, K de diamante, K de pica, K de corazón y joker. Todas ellos
brillaban con una titilante luz y emitían un sonido, similar a un pequeño silbato. Las cartas estaban
así, pero los perros no dejaban de mover los otros naipes de aquí y allá.
— ¿Qué había dicho El Mago sobre esa formación de naipes?
—Cómo no te vas a acordar —expresó el muchacho, inquieto.
Alexander estaba desconfiando en ellos. Al fin de cuentas, resultaban un grupo mágico
medio soso.
—Eso es la quintilla. El naipe de joker esta allí. ¿Qué significa? —dijo Cor, acercándose a
ver los naipes, con detenimiento y torpeza. Era un corazón medio raro.
—Cor —llamó el gatito—. Oyes eso…
— ¿Cuál Dulcis?
—Eso —Dulcis agudizaba su orejita, mientras los demás se concentraban en oír.
Era como un motor, que sonaba fuerte, lleno de golpes y estrépitos. Alexander sabía que eso
era el efecto Doppler. Algo se acerca. ¡Algo se acerca!
Giraron al mismo tiempo, mientras la mitad de la reducida cocina desaparecía, cuando el
parachoques de una tremenda furgoneta para pasajeros surgía por un enorme agujero, hasta llegar a
impactar el otro lado, dejando las portillas del vehículo al descubierto. Ollas, platos y vasos volaron
por todas partes, la alacena cayó por un costado y la cocina de tía Nelly fue magullada, empujando
por un costado el balón de gas. Uno de los frigoríficos tiró todas las cosas de su interior, haciendo
que Chimú saltará, lanzando a los gatitos al aire. Cor no había gritado, sin embargo, cuando había
aparecido la furgoneta protegió a Alexander.
El muchacho observó si los perros se habían lastimado. En cambio, seguían controlando los
naipes, pero con mucha más rapidez.
— ¿Cómo se abre esta maldita puerta?
Alguien trataba de abrir la portilla, estremeciéndola. Se salió de su empotrado y cayó con
estruendo. Una larga pierna surgió del asiento copiloto. Pisó el polvoriento suelo, irguiendo a un
tremendo hombre tenebroso. Tenía la cabeza en forma de cabra, con los cuernos llegando a tocar los
focos colgantes de luz. Traía el pecho desnudo, con un hilo de vellos, que llegaba a envolver sus
muslos como una falda. Sus pies eran tremendas garras, llenas de polvo y barro. En su cuello, a
modo de gargantilla, traía una cadena, que sin unirse, colgaba en sus extremos pequeños diablillos.
Era tremendo. ¿Cómo había cabido en la furgoneta?
Capítulo III: Espada y la Casa Naipesca
Alargó sus brazos en dirección a nosotros y dijo con una voz áspera, moviendo su hocico de cabra.
— ¿Dónde está la reliquia, Cor?
—Tienes el descaro de preguntar, Diablo. ¿Cómo supiste que estábamos aquí?
—El mundo es chico, Cor. Crees que no podía encontrarte en un lugar que no sea Francia o
España. Yo sabía te ibas a esconder en un metrópoli de América. Seguí tu rastro y llegué a toparme
con Lima. Un lugar que no tiene nada de relación con nosotros. Un buen lugar para esconderse.
Pero que tiene buena carne para quemar en la tea. Ahora dime dónde está la reliquia.
— ¡Spatha! —chilló Cor, de repente.
—Oh, ¿estás llamando a tu salvaguarda? No puedes encargarte de esto tu sola. Eres
cobarde. ¿No? Sabía que el amor es cobarde es diferentes ángulos. No puedes hacer nada. Mejor
que te acomodes al mundo de ahora, Cor. Ya no estamos en el siglo XV. El amor desapareció casi
por completo…
Alexander fue empujado hacia atrás, golpeándose fuerte con la poddle Humberta. Esta
seguía quieta como una roca.
Cor alzó sus brazos, como si estuviese a punto de iniciar un acto de ballet. Alexander
escuchó repiqueteos en varias partes de la casa. De las paredes salía ruidos como fluidos y de
repente comenzó a surgir gotas de agua, como si estuviese sudando. Lenguas de agua se levantaron
del lavatorio, del yogur derramado, del hielo del frigorífico, de todas partes como lombrices.
—Maravilloso, Cor, Maravilloso —se admiró El Diablo, observando las lenguas de agua
acercándose a él—. Vamos, con más intensidad.
Y Cor hizo caso. Sus aguas se tornaron más turbulentas, logrando inundar la cocina casi
destruida con más agua. Por la remolinante cortina de agua se veía a un distorsionado Diablo,
tocando la superficie acuosa con embelesamiento.
—Vamos, más, más.
El agua chocó con Diablo con más fuerza. Alexander se quedó observando la aglomeración
que se formaba entorno a él. Una extraña aura rodeó a Cor, mientras su poder iba creciendo. Chimú
se movió hacia Cor y comenzó a lamerla la mano.
Seguro la estaba calmando.
El poder de Cor no hacía ningún efecto sobre Diablo. Lo rodeaba, pero este seguía
embelesado con su poder, llegando a tal punto que lloraba de alegría. Por mientras, Chimú seguía
en el esfuerzo de calmarla. Se le veía tan inocente, con el rostro perruno observándola con tristeza,
mientras su lengua daba caricias a su mano.
— ¡Alexander! ¡Alexander!
El jefe de los Dulcis gritaba desde la mesa. Sus patas habían desparecido, mientras los otros
se hallaban descuartizados entre los naipes. Las enormes patas de los viejitas-perros iban tan rápido,
que podían aplastar a Dulcis.
—Ayúdame.
Alexander saltó y lo salvó rápidamente. Cuando giró hacia la escena, encontró a un joven
mayor a lado de Cor. Estaba ataviado con un encarnado traje hecho a mallas. Blandía una larga, en
dirección a Diablo. El ataque de agua se había desvanecido, dejando a la vista a un Diablo
empapado, pero tenebroso. Lo terrorífico era su colosal altura.
—Trae al muchacho, Cor —dijo el joven.
Cor alargó su brazo y sacó a Alexander de ese rincón. Salieron de la habitación, seguidos de
Chimú, dejando al joven y a las abuelas en un lugar crítico. Llegaron al estrecho vestíbulo, con las
cosas llenas de polvo. Dulcis, el único sobreviviente, fue dejado sobre el lomo de Chimú.
— ¿Por qué no bajo Quirát? —preguntó Alexander
—Él jamás dejaría las reliquias, aunque algo sucediese… —respondió Cor—. Debo llamar
a Guasón.
— ¡Gua…!
Su voz quedó entrecortada cuando ocurrió un estallido y de la puerta de la cocina salió un
denso humo blanco. Remeció toda la casa, haciendo saltar todas las cosas de un lado a otro. La
escalera botó un chillido, amenazando en caerse.
— ¡Busca ayuda, Cor!
El joven surgió del denso humo, con el cabello y el traje con aspecto fantasmagórico. Vino
hasta nosotros, con el rostro exaltado.
— ¡Creció! —gritó.
— ¡Qué! —chilló Alexander, agitado.
El espeso humo no dejaba ver la cocina. Cuando la cosa resultaba peor, una gigantesca
mano salió del humo agarrándose de la pared. La neblina de la muerte desapareció, cuando un
rostro enorme apareció como una horripilante pintura en el marco de la puerta de la cocina.
— ¡Mi tía! ¡Están ahí!
—Tranquilo, Alexander —calmó Cor. ¿Cómo podías estar así?—. Él no puede hacerles
nada. Son las jefas. Cuando están jugando resulta imposible pararlas de jugar, a su vez, crean un
campo de fuerza.
Esa es la causa del doloroso impacto con el poddle.
—Además, él quiere la reliquia.
—Denme la reliquia, manada de mansos —profirió Diablo. Su mano estaba muy cerca.
Era cuando el joven se acerca al primer escalón de la escalera, y con una tremenda fuerza, le
dio una descomunal patada. La antiquísima madera tembló. Cantidades de polillas salieron volando
de ellas y una lluvia de polvo originó bajo ella. Sonó diferentes chillidos, hasta que la escalera cedió
estrepitosamente, dejando un gran vacío en el lugar que estuvo.
Como la escalera era en forma de L, la cola obstruyó la puerta de la cocina. Pero era inútil,
la puerta era más grande que el escombro mismo. Esto provocó que Diablo estallé en carcajadas,
llamándolos “idiotas”.
— ¡Guasón! ¡Guasón! —bramó Cor, con aquella habilidad que tenía.
Guasón apareció en una fumarola, con el rostro surcado de llagas. El golpe de Quirát le
había lastimado fuertemente.
— ¿Qué pasa? —Expresó él. Cuando oyó la risa de Diablo, giró a verlo y se asustó—.
¡Diablo!
— ¡Vamos, Guasón!
La mano gigante de Diablo agarró la escalera y trató de apartarla.
— ¡Guasón, transforma la casa! —pidió Cor.
— ¡En qué!
La escalera se alzó encima de la puerta, con trozos cayendo al resquebrajado suelo.
— ¡Transforma la casa!
— ¡EN QUÉ!
— ¡Una casa de naipes!
—Oh —profirió Alexander, con un sentimiento de terror y nostalgia.
Guasón se puso en cuclillas y con las dos manos, alzándolas al aire, palmeó fuertemente el
piso. El sonido de las palmadas quedó en el aire como un eco, se revolcó y se transformó en sonidos
de varios “gong”.
—Apégate, Alexander. Tu también, Chimú.
Lo que vio a continuación fue algo que le dejó entre la maravilla y el miedo. Las paredes, el
techo se partieron, como si estuviese hecho de rompecabezas. Aquellas piezas, tomaron colores y
formas de naipes de diferentes tamaños. La blancura de cada uno de ellos iluminó más el vestíbulo.
El piso de parqué se distorsionó y fue reemplazado por un piso sincronizado de naipes. El vidrio de
las ventanas se transformó en una colección de naipes cristalinos y traslúcidos.
La escalera destruida explotó en millones de naipes arrugados.
No quedó ningún espacio que no estuviese hecho de naipes, excepto los muebles. Aunque el
resultado era maravilloso, la casa de naipes se movía como una gelatina y con más fuerza, por el
lado de Diablo.
—Levanta la casa, Guasón.
— ¿Qué? Se desmoronará. —dijo Guasón.
—Pero puedes impedir que eso pase.
—Apúrate, Guasón —mandó el joven mayor.
Guasón quedó mirándola, a su vez, levantó sus brazos. La casa se remeció, haciendo que
cada naipe de la casa se moviese. El cerebro de Alexander pareció irse para abajo, cuando la casa se
levantó del suelo. Debajo de la casa, una amalgama de naipes levantaba de su cimiento.
Viró para la derecha y comenzó a caminar entre las casas de la quinta, apegándose a ellas y
comprimiendo más la casa de naipes.
— ¡Deja de hacer eso, idiota! —bramó Diablo.
El joven de la espada se movió rápido, y con un gran salto subió al segundo piso. Seguro
dirigiéndose a la habitación diamantina de Alexander, que quedaba justamente encima de la mesa
de comedor donde jugaban las jefas.
La casa produjo más naipes como movilidad, asemejándose a un enorme caracol.
—Muévanse, por favor.
Cor y los demás se movieron a un costado. Guasón tiró de la puerta del vestíbulo, haciendo
que este se despedace en un montículo de naipes.
—Trataremos de pasar la verja de entrada… Agárrense…
La casa se movió más rápido. Guasón movió sus brazos hacia arriba, logrando que la parte
anterior se levantaran inclinando la casa dramáticamente. El pie de naipes aumentó y aumentó,
permitiendo que la casa pasara encima de ella, y el mismo pie entre las rejas de la verja. Pero la
cantidad de naipes hizo que la verja saliera de sus goznes, provocando que la casa temblara.
Se oyó el freno seco de un carro en el asfalto. Gritos. La moderna casa de al frente estaba
llena de gente asombrada.
¡PUM!
Un carro traspasó el pie, regando varios naipes el aire. La casa se volcó y chocó con un
árbol. Los naipes salieron por todas partes, mientras Cor formaba una burbuja de agua para
contrarrestar el golpe. La casa se volvió un desorden, llenando el jardín de otra casa.
Pero Guasón no se dio por vencido.
Levantó nuevamente la casa, dándole la forma. Los naipes volvieron a unirse. El pie surgió
por segunda vez y echó a andar, entre sonidos de papel. Pasó por varios carros detenidos y personas
aterradas.
El hueco por donde había entrado Diablo se cerró, permitiendo que la casa estuviese
estable.
Pero lo que freno en seco ahora fue la casa. Nuevos gritos se oyeron, pero estos fueron
mucho más aterrados.
— ¿Qué sucede?
El techo sucumbió y salió volando por los aires. Como una pequeña casita de juguetes, la
enorme cara de Diablo, con sus colosales cuernos, se vio a través del techo. Un pequeño rastro de
diamantes brilló a la luz del sol. Los endemoniados ojos de Diablo saltaron de emoción.
— ¡GUASÓN, EVÍTALO!
Fue demasiado tarde. Un nuevo techo trató de tapar, pero fue despedazado cuando la mano
de Diablo sacó un enorme cubo diamantino del tamaño de la habitación de Alexander. A la luz del
sol brillaba como una estrella roja. Como era traslúcido, se vio siluetas desdibujadas corriendo en el
interior de ella.
— ¡Por el cáliz de Francia!
La burbuja desapareció alrededor de ellos. Cor avanzó y alzó sus manos de golpe. De su
cuerpo salió, como si sudara, un chorro de agua con una fuerza inimaginable. Adoptó la forma de
una tremenda mano y tomó el cubo tratando de arrancar de las manos de Diablo.
Diablo se fue para otro lado y Cor para otro, quedando el cubo como la tierra de nadie.
Alexander se percató que la mano de agua se evaporaba y el cubo brillaba más que el propio sol.
— ¡Cor! ¡Algo pasa con el cubo!
El cubo brillaba más aún, logrando hervir la mano. Diablo se sobresaltó en un grito
vehemente y ensordecedor, con las manos envueltas en llamas, botando el pesado cubo por los
aires. Los latidos del corazón de Alexander golpearon rápidamente su pecho y sus oídos silbaban
por el grito de Diablo, mientras todo sucedía lento.
El cubo eclipsó el sol, cayendo sobre ellos una luz roja, psicodélica y que tintineaba. La
reliquia estaba por los aires. Y si caía, se perdería.
La mano de agua tratando de agarrarla, pero Cor estaba tan débil que se desvaneció. El cubo
siguió surcando el cielo. Guasón gritó un nombre, cuando del cubo salieron llamaradas de fuego.
Cor sonrió, mientras Guasón articulaba un nombre. ¿Qué decía?
— ¡Sí… bol!
Chimú ladraba.
— ¡Trébol! —gritó Dulcis.
El cubo desapareció en un remolino de fuego y apareció en su molde, el cuarto de
Alexander. La suerte había llegado.
— ¡Vamos! ¡Mueve la casa! —Un sonriente hombre bajó en un aura roja, volando. En el
pecho de su traje verde decía

Cuando la casa se ponía nuevamente en marcha y se formaba rápidamente, Alexander sacó


su conclusión de que el joven mayor era Spatha, la pica. Mientras la casa se movía con muchísima
velocidad, Cor y Trébol iniciaron una conversación.
— ¿Ya está listo el portal?
—Sí —respondió Trébol—. Pero no está cerca.
— ¿Cómo qué no está cerca? ¿No está en esa Costa Verde?
—No. Hubo un problema en la convocación y el portal apareció en una isla llamada San
Lorenzo.
— ¡Qué! ¡Y dónde queda eso! —chilló.
—Por el norte…
— ¡Qué! Eso queda lejos. Tendremos que pasar por todas esas fortalezas modernas.
—Tomaríamos un atajo —aconsejó Guasón.
— ¡No se van a escapar, maldita manada de asociación estúpida! —gritó Diablo.
—Estamos saliendo a la av. José Pardo… Hay gente gritando… —documentaba Guasón,
con ojos maravillados y riéndose de cada grito anciano o joven.
— ¿Cuál es tu idea? —preguntó Cor.
—Bajar al mar y flotar hasta la isla San Lorenzo.
— ¿No puedes transportar la casa como hiciste con el cubo? —preguntó Alexander, desde
el rincón.
—Es imposible. La llama que uso no es eterna.
¿La llama que usa no es eterna? A qué se refería con eso, pensó Alexander.
La casa cruzó la avenida José Pardo y entraron a una corta calle llamada Olaya. Un montón
de mujeres gritaban a través de las ventanas del centro empresarial José Pardo. Algunas de ellas
saltaban aterradas de manera reiterada. Y lo mismo sucedió con la Universidad de Piura.
Guasón seguía riéndose.
Llegaron a la Diagonal, encontrándose con el Parque Central de Miraflores y el Parque
Kennedy en frente de ellos. Todos estaban gritando. Las personas que contemplaban cuadros
artísticos, posaron su mirada en la casa y asombrados pensaron que eran un espectáculo alegórico.
Estaban inmersos en el arte.
—Bien. Vamos por la ruta que estás diciendo. Apúrate, Guasón. Muévete.
—Lo que se mueve es la casa, Cor.
—Como sea.
La casa viró a la derecha y se encontraron con más gritos. Guasón ya consideraba una
tradición popular al grito. La gente se acercaba a ver el largo rastro de naipes que dejaba el pie de la
casa.
—Eso no es nada, Guasón —dijo Alexander, contrariado—. Espera que venga la Fuerza
Aérea y la Marina.
Guasón quiso preguntar sobre eso, pero Cor lo interrumpió y le preguntó dónde estaba
Diablo. Dio media vuelta y transformó la pared de los cuartos traseros de la casa en un enorme
ventana, un visor. La Jefatura seguía controlando la casa, mientras Diablo venía corriendo por las
calles, pisoteando los carros y a personas.
— ¿No tiene capacidad para volar? —curioseó el muchacho.
—No puedo, actualmente —alegó Spatha—. Sus alas fueron arrancadas en una pelea
anterior. Y desde ese día, se volvió un poco torpe. Sin embargo, su maldad está en el mismo
termostato. Es capaz de matar sin perdonar. Pero lo que me pregunto es por qué no te lastimó, Cor.
—Yo también me pregunto, Spatha —expuso ella, sentada en el sillón de naipes—. La
única cosa que hizo fue provocarme.
—Bajaremos por esa calle… —indicó Guasón.
Frente, la bajada Balta empezaba, mientras su trayectoria era abovedada por el puente
homónimo y contrastada por el horizonte marítimo. Los carros se apartaban del camino,
enloquecidos.
—No espera. No bajes.
— ¿Por qué? ¿No dijiste que iremos por el mar? —se sorprendió Guasón.
—Iremos, pero debemos estar sobre el mar lo más rápido. Debemos lanzarnos de una zona
alta, para llegar más allá del litoral.
—Entonces, llévanos a un precipicio —apuró Cor.
—Podemos tirarnos desde el precipicio de la Plazuela del Amor —corroboró Alexander—.
Por allí —indicó una calle paralela a la bajada Balta, que iba en un trayectoria recta, sin descender.
—Bien, Alexander —afirmó Cor, emocionada—. Una plazuela cariñosa nos otorga un
lanzamiento por los aires y caer sobre el mar. Sur la mer…
— ¡Ah!
Un enrollado carro, como una bola metálica, cayó estrepitosamente frente a ellos. De la
ventanilla, colgaba un magullado brazo.
— ¡Oh! ¡Está matando personas! —Exclamó Alexander—. ¡Deben hacer algo!
—Pero qué…
Alexander miró por el visor. Diablo agarraba dos taxis con sus enormes manos. Los agitó
como si fueron brebajes, con las personas removiéndose dentro de ellos. Para el remate, Diablo los
metía a su boca y ¡los masticaba!
— ¡Cun…, qué está haciendo! —maldijo el muchacho, apuntando.
—Es un idiota. Los mastica para volverlos como una bola de papel empapada. Y así
lanzarnos en contra de nosotros… ¡Esquívalos, Guasón!
Un bólido ensalivado surcó el firmamento en dirección a ellos. Filamentos viscosos de
saliva se dibujaban en el aire como si fuera la cola de un meteorito.
— ¡Haz algo, Trébol! —exclamó Cor.
—No puedo dar suerte en cualquier momento —corroboró.
— ¡No me refiero a eso! ¡Quémalos!
— ¡QUÉ! —Chilló Alexander, despavorido—. ¡Hay personas dentro de ellos!
—Pero están muertas, Alexander —respondió Spatha con una frialdad terrible—. No creo
que quieran saber si su cuerpo fue magullado y trozado.
Alexander se encontraba indignado.
— ¡Quémalos, Trébol!
Trébol comenzó a dar puños al aire. Salió una chispa y como si quemara el oxígeno, una
enorme lengua de fuego salió disparada al primer proyectil. La habitación de naipes se calentó un
poco. Formó figuras difusas, con las ventanas naipescas reflejando el fuego.
El fuego impactó en el primero. Lo calentó tanto, ocasionando que la saliva que lo cubría se
evaporará con un olor desagradable. Y en un santiamén, la bola desapareció.
— ¿Qué?
Todo sucedió rápido y con agilidad calculada. El siguiente acabó igual como el anterior.
Pero, el metal desaparecía. Se extinguía. Se destruía. Pero cómo. En la clase de Química, la
profesora explicaba que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Pero este se
destruía, sin dejar rasgo de cenizas.
—Ya llegamos a esa tal plazuela… ¿Es esa?
—Sí… Esa es… La que tiene una estatua de unos novios besándose.
La plazuela le daba bienvenida como cualquier hogar en un momento desesperado. En el
peor día de una vida humana, y también de unos seres extraños.
Capítulo IV: Catapulta del Amor
Los edificios salieron de la visión y dejaron ver el mar, que se perdía en la línea entre el cielo y la
tierra. El puente Balta estaba al costado de la Plazuela del Amor, abovedando la bajada. Unos
novios, bajo la sombra de los pequeños árboles y rodeados de pequeñas murallas con mayólicas
multicolores se quedaron asombrados al ver la Casa Naipesca ir a ellos. Sólo uno seguía en su beso
apasionado, tan concentrados y llenos de amor. Cor suspiró ante eso.
—Ahora como nos lanzaremos —comentó Alexander—. Debimos lanzarnos hace tiempo
con sólo correr.
Realmente era una agrupación más estúpida que el mismísimo Diablo.
—No te preocupes —calmó Spatha
—Pero…
—Tranquilo. Hazlo tuyo, Guasón —mandó.
Guasón asintió. Se desgreñó y la casa volvió a su estado normal, con techo y paredes. La
escalera siguió destruida. En un estrépito, el cimiento de la casa cayó sobre la entrada de la
plazuela, provocando un gran temblor.
La pareja reaccionó y salió corriendo como un par de gallinas. Cor salió de su
ensimismamiento.
Guasón siguió con su poder e hizo algo que dejo anonadado a Alexander. La enorme estatua
de novios cobró vida. Se movieron, provocando ruidos pedregosos. Su gran beso entrelazado se
escindió y se levantaron sobre su pedestal, abriendo los ojos.
—Levanten la casa y láncenla al mar.
Los novios asintieron. Guasón sonrió, también asintiendo.
—Agárrense.
Los novios extendieron sus brazos y sostuvieron el cimiento de la casa. La alzaron,
causando que las cosas se movieran por todas partes. Alexander trató de agarrarse de cualquier
cosa. Dulcis se encontraba más asustado aún, con el pequeño cuerpecito casi por desaparecer.
Cor se encontrada tan tranquila, mientras Spatha y Trébol estaban a lado de Guasón.
La casa estuvo sobre los brazos estirados de los novios. Dieron media vuelta y se pusieron
cara a cara con el mar. Diablo comenzó a correr, con las manos preparadas con nuevos bólidos
ensalivados.
Alexander se quedó mirando por la restaurada ventana. El mar desde esa altura era
gigantesco, vasto. Un pequeño barco de pesca estaba muy lejos. Y dos parapentes volaban en frente
de ellos.
— ¡Ahora!
— ¡Espera! —chilló Alexander, indicando los dos parapentes.
Pero la casa fue catapultada por los novios a gran velocidad, causando un vértigo similar al
despegue de un avión. Chimú se acercó a la puerta y sacó la lengua para sentir el aire. Voló por los
aires, dejando atrás a la plazuela. Un bólido impactó con la novia estatuaria y se partió en dos. El
novio trató de cogerla, pero él también cayó de su pedestal haciéndose pedazos y causando una
lluvia de escombros y una neblina de polvo.
El viento sopló más aún cuando la casa estaba encima de la carretera de la Costa Verde. Los
carritos pasaban como juguetes y las olas del litoral parecían tenues espumas de baño. Alexander
sintió como si una grande banda de ópera acompañase el vuelo, hasta convertirse en una terrible
fanfarria cuando uno de los dos parapentes se acercaba a ellos.
Alexander cerró los ojos. El hombre se sacudió en el aire, muerto del terror. Guasón se puso
para un lado, junto a los otros y Chimú, mientras el hombre entro por la puerta, deslizándose y
chillando. Golpeó varias cosas cuando el enorme parapente entró, exprimida por la reducida puerta.
Siguió corriendo, descontrolado, hasta que cayó nuevamente por los aires a través del visor.
Sus ojos se habían fijado en los enormes perros de la Jefatura, llenos de asombros. El parapente se
abrió en el aire.
— ¡Ahí viene el otro! —indicó Alexander.
Igual que el anterior, este grito del miedo, pero más aún. No iba a entrar en la puerta. Iba a
chocarse de lleno en la pared.
Guasón levanto la mano y transformó la casa nuevamente en la construida de naipes. El
hombre se tapó con los brazos, cuando se hundió en la pared de naipes como una cuchara en una
gelatina. Su parapente fue tragada por la pared. Se resbaló y revolcó por todo el piso superior hasta
salir como entró de la casa.
La casa volvió a la normalidad, dejando un rastro de naipes volando y llevados por la brisa
marina.
— ¿Dónde está Diablo? —preguntó Guasón.
Spatha inspeccionó por el visor trasero y se dio con la sorpresa que Diablo seguía en el
borde del precipicio, sobre la desolada plazuela. Se encontraba arrodillado, buscando una manera de
cómo bajar el precipicio.
— ¡Qué te decía! Es sólo un idiota. Pudiendo correr y saltar al mar —comentó Spatha,
riéndose.
—Cállate, Spatha —regaño Cor—. Puede escucharnos desde aquí… Uy, estamos
descendiendo.
Era cierto. El cerebro pareció salirse de la cabeza, provocando un mareo terrible. Alexander
quedo totalmente lívido.
— ¿Qué le pasa al muchacho?
—Qué le pasa qué —balbuceó Cor—. Oh, está blanco como la vela.
La casa llegó muy allá del litoral y comenzó a descender rápidamente al mar. La sal
comenzó a percibirse intensamente. Un viento rápido entró por la puerta, agitando los trajes de
ellos.
Alexander se encontraba terriblemente mareado, dándole espasmos en el estómago. Dulcis
lo miró con curiosidad.
—Parece que va a bostezar —supuso el gatito.
— ¿Bostezar? —dijo Spatha acercándose. Tocó la cara de Alexander.
—Ya caemos al mar.
Guasón bloqueó la puerta y todos los huecos de la casa con un cristal resistente.
— ¿Qué tienes, muchacho?
Alexander se paralizó y su cara quedó inexpresiva. La sensación en su garganta estaba en el
pique de lo insoportable. Spatha acercó su cara a la del chico, llegando a tener nariz a nariz.
Caída. Subida. Caída. Subida.
La casa impactó sobre la superficie del mar y Alexander vomitó en la cara de Spatha.
Dulcis quedó asombrado.
Cor y Trébol quedaron curiosos. El chico quedo laxo después de eso, mientras Spatha tenía
la cara embarrada de vomito. Él solo se limpió con la mano y ni siquiera sintió asco. Continúo con
sus amigos, diciendo:
—Puede ser un defectuoso poder humano.
— ¿Alexander te atacó? —chilló Cor, llevándose las manos a la boca.
—Es imposible —desaprobó Trébol.
—Les dije que es posible que sea un defectuoso poder humano.
—Dejen de discutir… —llamó Guasón—. Sólo les digo que ya estamos en rumbo a la isla
San Lorenzo.
— ¡Qué bien! —Aplaudió Cor—. Sabía que íbamos a llegar muy pronto a esa isla. ¡Oh…!
— ¿Qué pasa, Cor? —preguntó Trébol, fijándose en la expresión de la chica.
—Siento que… Siento que algo que sube por mi… ¡AHHHHHHHHHHH!
Una onda azulada salió disparada de su cuerpo y tiró a los demás por las paredes,
arrancando a Guasón de su mandato sobre la casa. Provocó que la casa ladeara sobre el mar, y
ocasionará una tremenda onda sobre el agua. Cor gritaba como si le hubiese traspasado el corazón
con una estaca.
Los demás se incorporaron, mientras varias cosas comenzaban a cobrar vida y enloquecer.
Alexander carecía de uso de razón y seguía lívido, con el rostro inexpresivo y lleno de ojeras.
Dulcis se acercó donde él y trato de hacerlo reaccionar. Él sabía por qué Alexander estaba así.
— ¿Por qué está así?
— No sé —respondió Spatha
La casa comenzó a sumergirse en las profundidades del mar. Por todos los huecos tapados
se comenzó a visualizar los grandes panoramas del mundo submarino, con los peces escapando de
la insólita presencia de la casa.
Una segunda onda salió disparada y estremeció la casa por segunda vez. Mientras, la
lámpara bailó, la radio emitió varias emisoras al mismo tiempo y el sofá tembló como si tuviera
frío.
Guasón trató de tomar el mando de la casa nuevamente, pero la onda que emanaba Cor era
tan fuerte que le mantenía apegado al cristal de la puerta como una goma de mascar, al igual que
todos. Chimú ladraba con todas sus fuerzas.
— ¡Esto es imposible…! —Dijo Guasón—. Cor tiene un poder tan fuerte que me está
rompiendo la espalda de estar tan apegado a la pared. ¿Qué lo que está ocasionando esto?
De pronto, un prolongado lamento vino de las profundidades del mar.
— ¿Tú estás haciendo eso, Guasón?
—Para nada —respondió.
El lamento siguió y parecía acercarse. Sonaba tan misterioso y recóndito, como si el propio
mar fuera el espacio exterior.
—Ahí… Algo viene…
En el panorama submarino apareció una difusa silueta que tenía alas. Se movía lentamente
y tranquilo. Se le volvió a escuchar y parecía proceder de esa silueta, que cada vez crecía y crecía
de modo que se acercaba.
Sus alas se agitaban con largos aleteos, ocasionando suaves y enormes sonidos. El triste
sonido se escuchó más fuerte y parecía parejo al de enorme grito de Cor.
— ¡Cor, no hagas eso! —bramó Trébol.
— ¿Qué está haciendo?
Su pregunta quedo respondida cuando comenzaron a flotar en el aire, como si estuviesen en
el espacio. Las cosas comenzaron a unirse a Cor. La lámpara tocó su chispeante piel y se transformó
en agua, que quedó flotando amorfamente en el aire.
—Esto está feo. Cor, detente —chilló Trébol—. Basta.
Los demás se fueron acercando a ella, lentamente. Alexander reaccionó y Dulcis trató de
agarrarse por la manga de su polo, ensuciándolo con chocolate.
El brazo del sofá la tocó y reventó como un globo con agua, dejando un gran charco en la
sala.
—Es Diablo —corroboró Trébol, mirando a Cor seguir gritando—. Diablo está influenciado
sobre ella.
— ¿Cómo lo sabes? —dijo Guasón, sorprendido. Trataba de nadar en el aire en contra.
—Lógica
Fuera del mar, en el litoral, Diablo estaba parado en la carretera de la Costa Verde,
obstaculizando el tráfico con sus enormes patas de cabra. Sus dos brazos estaban alargados en
dirección en el lugar donde estaba sumergida la casa.
—Resquiebra… Resquiebra… Resquiebra…
De sus manos salía un débil luz, con puntos circundando a su alrededor como mosquitas de
basura. La luz del sol se refractaba en los ojos de Diablo, tomando apariencia de rubíes negros.
—Resquiebra… Resquiebra… Crece y resquiebra… Crece y resquiebra…
Dio un apretón a la luz entre sus manos, haciendo que se escurra un poco de su luz entre sus
dedos, y una gran onda creció en el punto donde estaba la casa. Apretó más fuerte y otra onda salió
disparada.
—Resquiebra… ¿Pero qué?
La casa emergió entre las aguas, chorreando por todas partes y botando grandes gotas de
aguas por los aires. Siguió alzándose, ladeando, hasta que su base apareció encima del lomo de un
colosal cachalote. La tripulación pesquera de un barco cercano quedo asombrado con el tamaño del
cetáceo.
Capítulo V: Sur la mer
Guasón y los demás se quedaron asombrados cuando el cetáceo hizo emerger la casa. Pero Cor
seguía disparando grandes cantidades de poderes, y convertía más cosas en agua cada vez que se
acercaba donde ella.
—Yo sabía que la lógica estaba de mi lado —dijo Trébol, mirando por el visor de los
cuartos traseros—. Diablo está usando su poder nuevamente con nosotros. En McSolancis no le
salió muy bien y ahora creo que no le salga con éxito.
— ¿En McSolancis? —Soltó Spatha—. Si destruyo medio poblado con solo hacer aparecer
un colosal témpano, controlando a Guasón.
—No hizo aparecer un témpano —dijo Guasón, sonriendo.
—Entonces qué hizo aparecer… ¿Un bloque de arroz? —dijo Spatha ásperamente.
—No. Uso mi poder de metamorfosis para que a mi “voluntad” me convirtiera en un
enorme témpano… —Explicó.
Spatha se quedó mirándolo.
—Cómo sea… La cosa es que destruyó medio poblado y el rey Meyor resultó herido.
—Ya…
—Una cosa… —preguntó Guasón, como si el momento fuese adecuado—. ¿Qué haremos
con el muchacho y las viejas? ¿Le dejaremos aquí?
—Me resulta un poco lógico, ¿no? —comentó Trébol, expresando un arreglo connotado.
—Deja tu lógica, Trébol. No. Los llevaremos a McSolancis.
Guasón quedo con una sonrisa estrambótica y Trébol con una expresión apenada.
—Es mejor que se quede, Spatha. Él pertenece al siglo XXI.
—Y nosotros regresemos a nuestro supuesto siglo XVIII. Puro cuento, Trébol. El muchacho
debe saber que no somos de una época pasada, ni de este mundo.
—Antes le decían que era plana… —rió Guasón—. Que gracioso. Una isla flotando en un
vacío. Resulta muy paranoico. Si Colón hubiese creído eso se hubiese caído en el fin del mundo…
— ¡Dulcis!
Dejaron su tranquila conversación y pisaron la realidad. Al otro lado de la estancia,
Alexander trataba de agarrar a Dulcis, que perezosamente se acercaba a Cor.
Guasón reaccionó y lanzó un poder en dirección a Diablo. La esfera de poder se deslizó por
el mar, tocando el agua como una estrella caída del cielo. Diablo se fijo en ella y se distrajo. Su
conjuro desapareció.
Sin embargo, Dulcis tocó su piel y explotó en agua, en último grito. El poder de Cor perdió
intensidad y los restos de agua empezaron a pesar en el aire.
— ¿Qué hiciste? —inquirió Spatha a Guasón.
—Fíjate —indicando el visor.
A lo lejos, Diablo era atacado por los pedazos de las estatuas de los novios. Trataba de
apartarlos, pero ellos estaban bien apegados a él como pulpos. Recibía un puño de piedra en la cara
y patadas en las espinillas.
— ¿Seguimos sobre esa ballena?
—Sí… —respondió Guasón, mientras Cor volvía a la normalidad y el agua que estaba a su
alrededor caía al suelo, haciendo saltar agua por todas partes e inundando varios centímetros. Los
demás se despegaron de las paredes. Chimú cayó al suelo con un gemido.
— ¿Tú la llamaste?
—No.
Alexander cogió a Cor por la espalda, empapado. Chimú se acercó, preparado para lamerla.
Ella abrió los ojos al instante y saltó, enfurecida. El perro saltó sobre sus patas. Sus pies pisaron
fuertemente el parqué inundado de la casa y se dirigió a los demás.
— ¿Qué demonios les sucede a ustedes? Yo estoy gritando, gastando todas mis fuerzas para
contrarrestar a la de Diablo, mientras ustedes están conversando pacíficamente.
— ¿Tú llamaste al cachalote? —preguntó Spatha, con los ojos como platos.
— ¡Sí! ¡Con el fin de que la casa no se pierda en las profundidades del mar!
—Pero no sabíamos cuál era la causa —expresó Spatha.
— ¡No sabían porque estaban aferrados como unos perros lamentando!
—Cor, tranquilízate —calmó Trébol.
Ella respiraba muy rápidamente, como si estuviese perdiendo la última molécula de
oxígeno.
—El amor es temperamental, ¿no, Cor? —bromeó Guasón.
Cor dio un giro prepotente con el cuello y se fijo en Guasón con una mirada llena de ascuas
de enfado. Guasón se tragó su broma. Spatha se rió, mientras Trébol trataba de alejarlo para
continuar con la protección.
— ¿Y de qué estaban hablando? —Preguntó Cor—. Usa una barrera protectora alrededor de
la casa y el cachalote, Guasón —ordenó por un momento. Luego, regresó para esperar la respuesta.
—Sobre el muchacho —apuntó Spatha con la cabeza. Alexander se encontraba muy laxo y
confundido, mientras Chimú lo lamía con dulzura. La catapulta lo había afectado muy fuertemente.
— ¿Qué pasa con el muchacho?
— ¿El cachalote se moverá solo a la isla? —interrumpió Guasón.
—Sí —respondió Cor—. Lo está haciendo en este momento.
El cachalote dio un viro, mientras el cimiento de la casa se acomodaba más aún en la piel
rugosa del cetáceo, como si fuera una almohada. Desde la puerta, se veía su piel como la superficie
de un islote extraño.
—Sigan… —ordenó Cor.
—Quiero ver a mi tía.
Alexander se irguió del asiento, empapado y con el polo blanco sucio. Su voz sonaba débil,
lleno de balbuceos torpes. Chimú lo miró con pena, lanzando gemidos casi perceptibles.
Caminó hacia la puerta, sin darse cuenta que el escombro de las escaleras lo obstruía por la
mitad. Alexander como si no existiera, lo escaló.
—Chimú, ¿cuánto de calma le pusiste? —preguntó Cor, con el entrecejo fruncido.
El perro sacó la lengua y ladró.
—Pero fue moderado. ¿Qué le pasa a Alexander?
El muchacho llegó a la cima del montículo de escombros. Alargó un brazo y se desapareció,
cayendo hacia la cocina. El cuarteto saltó pasmado y corrió donde él.
La luz del visor en la pared iluminó el rostro lánguido del muchacho. El sonido del
intercambio de naipes sonó más fuerte. Llegó a la irreconocible cocina y se fijó en la Jefatura.
Los ojos de Alexander se pusieron vidriosos y dibujó una O perfecta con la boca, quedando
paralizado por la desconcierto.
Las perrunas que jugaban al póquer estaban casi desvanecidas. Tenía la piel apegada al
cuerpo, haciendo resaltar sus huesos. En cada una de sus bocas, caía un hilo de baba. Sus ojos
estaban cegados por un montículo de legaña. Y sus patas, a modo de mano, temblaban en cada
cogida y golpe de naipe. Parecían cadáveres de perros en vida.
— ¿Qué… les… pasa? —susurró Alexander.
Los demás llegaron y contemplaron con cautela a la sepulcral Jefatura. Cor rodeó con los
brazos a Alexander, mientras seguía recorriendo con su mirada cada aspecto de las perrunas. Una de
ellas parecía que un ojo salía de su cuenca, como una perla extraída de una pared minera.
— ¿Qué les pasa? —Repitió Alexander—. ¡Qué les pasa! ¡Qué les pasa!
Cor abrió la boca para responder, pero la cerró. Spatha se acercó a Alexander y dijo,
fríamente.
—Están agonizando.
— ¡Spatha, no asustes a Alexander! —chilló Cor, indignada. Igual que ella, Guasón y
Trébol miraron con malos ojos a Spatha.
— ¿Debemos esconder todo al muchacho?
—No le vamos a esconder nada, Spatha —regaño Cor—. Pero no era necesario que lo
hayas dicho de esa manera. Recuerda que no estamos en la guerra de Holk.
El aspecto de Spatha se tornó raro. Su espada, apoyada en su envés, emanó un fulgor tenue.
Alexander se fijó que la punta de su espada, que sobresalía a la vista, llevaba una impresión con una
palabra:

—Entonces cuéntele el secreto de la manera adecuada —enfatizó él. Se movió hacia el


visor y contempló el distante litoral limeño, con los edificios resaltando sobre la muralla de
acantilados.
Trébol y Guasón se quedo mirando de reojo a Spatha. Cor se apartó de Alexander y conjuró
unas sillas de agua para que Alexander y ella se sentaran. El muchacho se sentó y no se empapó los
cuartos traseros.
—Escucha, Alexander —dijo ella—. Nosotros vinimos aquí, a Lima, para recurrir a ciertos
puntos… Más bien, vinimos a escondernos… Francia y España estaba muy relacionado con
nosotros e igualmente Diablo, porque en esos países existe una cultura resaltante sobre nosotros.
Aunque me enteré que los naipes, en sus diferentes formas, se juega alrededor de este mundo.
Francia y España tienen portales especiales para poder venir al planeta azul cuando nos plazca…
—Nosotros llamamos al planeta azul, o sea, a este mundo, como Lazawárd —intervino
Trébol—. ¿Cómo la llaman ustedes?
—La Tierra —respondió Alexander, teniendo lapsos que miraba a la Jefatura. El chico
reaccionó—. Esperen, si ustedes vienen de otro planeta, mundo, ¿significa que hay vida en otros
mundos fuera de aquí?
—No sé a qué te refieres con “vida”, exactamente. Pero me suena a vita —pensó Cor.
—Vida es todo lo que se encuentra vivo —explicó Alexander. El desconcierto cayó en los
demás, causando que pongan caras de desconocimiento—. Me refiero… todo lo que se encuentra en
movimiento y utiliza ciertos factores exteriores… para poder vivir o existir. Se dieron cuenta que
unos humanos metían algo a su boca. Eso es comida.
—Oh, qué curioso… Pero estamos saliendo del tema de la razón de nuestra visita a tu
ciudad…
— ¡Carajo! —chilló Guasón.
Alexander abrió los ojos como platos. Se voltearon a ver a Guasón, con curiosidad y
Alexander con mofa.
— ¿En dónde aprendiste eso?
—No sé. Cuando vi a un señor gritar porque unos niños le jalaron el maletín. Me pareció
chistoso… ¡Carajo, carajo, carajo!
—Ya, silencio, quiero explicarle a Alexander —pidió Cor.
Alexander nunca se sintió un poco feliz en una situación insólita. Desde que su madre le
dejó en un accidente y su padre resultó un patán, mujeriego y que se buscan una vida fácil. Y desde
ahí, tía Karla, amiga de tía Nelly, se encargó en criarlo. Pero como tía Karla estaba ausente por unos
días, tía Nelly se encargó del cuidado.
Y puesto que tía Karla era la dueña de la casa por quince años, después que su tía falleció
en 1994 y que Alexander la bautizara, en 2001, como la Casa de las Tías por razones obvias, no
estaría nada contenta ver su casa siendo desmenuzada por varias transformaciones. Al menos que se
enterará.
—Venimos a tu casa a esconder una reliquia que cada dieciséis años, Quirát produce. Esa
etapa la llamamos Insignia. Por eso debemos aprovechar eso. Y es por eso que Quirát se pone muy
antipático. La reliquia que produce es como si fuera su hijo. En la Insignia de 1993, aquí en
Lazawárd, la reliquia resultó casi una escasez. Diablo quiso exprimir a Quirát, siendo una nebulosa.
— ¿En dónde se escondieron esa vez? —preguntó Alexander.
—En Italia.
—Si me acuerdo… —intervino Guasón—. La tarantela italiana me gustó… —y tarareó.
—Nos escondimos, exactamente, en un lugar llamado el refugio Altísimo. Similar a tu casa,
pero más italiana y sin casa a su lados. Está sobre un valle.
— ¿Y para quién es la reliquia?
—Es para el rey… —respondió Cor.
— ¿Y quién es el rey?
—Todos los llamamos Obscuras.
Alexander quedó pensando. Siempre el cliché de todas las películas y las series ponían a
semejantes nombres como símbolo de maldad. Este sonaba algo malvado. ¿Ellos eran malvados?
¿Cor era malvada?
—Para nosotros es el rey más poderoso de la naturaleza… Él que no te imaginas. Y la dosis
de Quirát es como su revolución. La leche materna. Su cura. Es el padre de Quirát.
— ¿Qué es?
—Es algo muy diferente a tu Lazawárd. Demasiado diferente —respondió Trébol.
Trébol hizo sentir escalofríos a Alexander.
—Entonces vinieron a mi casa para producir una reliquia para dar al padre de Quirát.
—Y eso hacemos cada dieciséis años, eternamente —expresó Cor—. Somos unos naipes
muy arrugados.
—Ahora que le contaste nuestra meta —intervino la voz de áspera de Spatha—, explícale
los efectos secundarios.
— ¿Efectos secundarios? —dijo Alexander, confundido.
—Él se refiere que ocurre muchas cosas cuando visitamos un lugar de escondite… Te voy a
ser sincero, Alexander. No estás soñando. Todo lo que está ocurriendo en estos momentos, está
ocurriendo. Las abuelitas están convertidas en perros de verdad. Tu casa está sobre un cachalote, de
verdad. Y de verdad hay un portal en la isla San Lorenzo. Todo es verdad. Y como esto es real, las
heridas son reales.
—Pero si esto es real, va contra las leyes científicas —explicó Alexander—. La casa no
pudo haberse transformado en una hecha de naipes.
—Yo sé que estamos rompiendo algunas leyes de tu mundo, pero cuando nuestra presencia
está aquí, la cosa cambia. Tu mundo y nuestro mundo no concuerdan, pero si se relacionan…
—Diablo se liberó de los novios —avisó Spatha, desde el visor. Ahora miró hacia el
norte—. Estoy viendo tierra a la vista, en medio del mar.
Cómo pudo ver a Diablo si estaban a mucha distancia. Debía tener una buena visión.
—Ya llegamos a la isla San Lorenzo.
— ¿Me dejaran en la isla?
—No —dijeron Cor y Spatha al mismo tiempo, con diferente tono de voz.
—La casa pasará por el portal —explicó Cor—. No podemos dejarte ahí.
—Viene nadando. Realmente es un idiota —comentó Spatha.
— ¿Qué pasa si no le dan la cura al padre de Quirát?
—Nunca lo supimos. Pero creo que no es nada bueno —recalcó Trébol.
Alexander comenzó a sentir hambre en una situación así. La única refrigeradora que estaba
a salvo era de tía Nelly. Se levantó, y los demás se fijaron en él. Cogió un envase de yogur y lo
abrió.
—Este es un factor externo que me mantiene vivo…
Los demás entendieron, con la boca abierta. Spatha sólo levantó el entrecejo. Era claro que
ellos entendían que solo un envase de yogur era el alimento del ser humano.
—Un día vi a dos seres humanos con las caras unidas… —contó Guasón. Todos se
concentraron en él—. Me resultaba gracioso, así que les seguí. Estaban en esas máquinas que se
mueven —Los carros—, y se estacionaron al borde del mar. De repente, la máquina se movió.
Estaban bailando una danza, creo, porque estaban sin vestimenta y gritaban con un idioma
ininteligible. ¿Era un baile, Alexander?
El muchacho quedó consternado. Ellos eran tan inocentes, en ciertos puntos. En La Tierra
los consideraría como unos bebés. Y para no arruinar eso, respondió:
—Sí. Es un baile muy común, entre humanos —sonriendo.
Como Cor, Trébol, Guasón y Spatha, excepto Quirát, eran equivalentes a jóvenes adultos de
veinte años, pero perfectos, realmente bellos y con emociones básicas. Alexander encogió los
hombros, de manera inconsciente, y siguió tomando el yogur.
—Ya llegamos —avisó Spatha—. Prepárate, Guasón: convertirás la casa en naipes,
nuevamente, para moverla hacia el portal. Y tú, Cor, cuidarás que el cachalote regrese a salvo.
Por el visor, difícilmente porque estaba en un ángulo incómodo, la isla San Lorenzo
apareció sobre el mar peruano con sus enormes dunas de arena. Estaban preparados.
Capítulo VI: Adiós, Lima. Adiós, Lazawárd.
—Ya —gritó Spatha.
Guasón transformó la casa otra vez y Cor controló al cachalote, para que regresara con
cuidado. La casa bajó a la cola del cetáceo y este le dio un gran golpe, que lanzó a la casa por los
aires. Dejando un rasgo de naipes, cayó sobre una accidentada playa. El cachalote se metió a la
profundidad del mar, desapareciendo.
Como siempre, el estrépito de la casa desordenó todo. Un poco yogur cayó sobre el
ensuciado polo blanco de Alexander, dejando una mancha, junto a las otras.
—Vamos, Guasón. Mueve la casa.
La casa viró y se colocó en una mejor posición para no avanzar como un cangrejo. El visor
dejó ver la parte sur del Pacífico, donde un punto difuso era Diablo, nadando hacia aquí.
—Realmente es un idiota —repitió Spatha.
La casa subió por una gran colina y la emoción de Alexander también. Las otras inquilinas
de las casas debieron estar regresando de compras. Seguro estaban gritando viendo un enorme vacío
con fugas de agua y cables arrancados, rastros de naipes, gente a su alrededor y policía tratando de
investigar.
Llegaron a la cima de una de las dunas. Una luz extraña brillaba a lo lejos, en el bosque de
dunas.
Descendieron, y volvieron a subir, dejando más naipes en el suelo desértico.
—Mi primo me contó que la isla San Lorenzo estaba deshabitada por mucho tiempo. Pero
esa base naval fue puesta actualmente —indicando un apenas distinguible puerto en la costa oriental
de la isla, a través de la puerta.
—Por eso elegimos este lugar. Aunque ya llamamos mucho la atención.
Chimú ladró alegre, cuando vio la extraña luz notarse con facilidad.
— ¿Dónde conseguiste a Chimú?
—Después de la Insignia del 1993, en 2002 buscamos un próximo lugar de escondite y
caímos en Lima. Ya estaba listo venir aquí, hace mucho tiempo. En ese lapso, encontré a Chimú
como un cachorrito. Era tan chiquito. Fue la primera vez que tuve un animal de Lazawárd. Y como
iba a vivir con nosotros, después de varias discusiones con Spatha, le dieron ciertos dones como dar
calma con su lengua y poder existir sin respirar esa cosa invisible en el vacío.
—Aquí está el portal —anunció Spatha.
Una bola de luz tenue brillaba en el medio del aire, como si fuera una mezcla de oro y
lluvia. Y era cierto, era más grande que la propia casa. La parte inferior, que casi tocaba el suelo
arenoso, saltaba unas chispas que transformaba la arena en vidrio.
Guasón puso la casa cara a cara con el portal.
—Alexander, sólo te digo que, no regresaremos a Lazawárd hasta que haiga la próxima
Insignia —explicó Cor, con el rostro iluminado por la tenue luz del portal.
El muchacho quedó con una emoción rara: cruzar ese portal resultaría una aventura y
curiosamente rara. La Tierra y toda su cultura dejarían de existir en su vista en quince años o antes.
Pero era mucho tiempo.
Alexander asintió, automáticamente.
—De acuerdo —corroboró Cor—. Vámonos, Guasón.
La casa volvió a su forma original y su cimiento cayó sobre el suelo arenoso. El portal brilló
con más intensidad, cuando una nube tapó el sol por un momento. Alexander juraba ver algo flotar
en el interior de la bola.
—Obscuras —invocó Guasón.
El portal se agrandó rápidamente y tragó a la casa.
El horizonte arenoso de la isla San Lorenzo desapareció como si fuera una acuarela
arruinada con más agua. Los ojos de Alexander reflejaron más luz cuando estrellitas entraban por la
puerta, traspasando el cristal, y rebotaban en las paredes.
Luego, todo se lleno de voces entrecortadas y ecoicas.
—Hoy anunciamos que el partido no se realizó por ciertos puntos…
—Saben a quién encontramos hoy en la playa en media noche. Un chisme de primera…
—El desarrollo en el país se encuentra en crecimiento en el Índice de Desarrollo
Humano…
—Tómela y se sentirá muy bien… Dormirá muy bien… Es el nuevo…
Desaparecieron, dejando solos sonidos envolventes. La casa iba por un túnel transparente de
manera muy rápidamente. Un satélite cruzó la visión y sobrevolaron en un milisegundo la Luna.
Los sonidos se volvieron más sordos, cuando atravesaron la rosada atmósfera de Marte y cruzaron
peligrosamente el cinturón de asteroides.
El cristal de la puerta se resquebrajó.
Como un gran meteorito, la casa impactó Júpiter por la Gran Mancha Roja, haciendo
resquebrajar todas las paredes. Cruzaron nubes tempestuosas y oscuras hasta que salieron por la otra
cara de Júpiter, en un santiamén.
La casa curveó su trayectoria hacia arriba y salieron del Sistema Solar.
Alexander dijo “Cor” pero de su boca salió una palabra casi inexistente. Ellos seguían
concentrados en el túnel que había en frente a ellos.
La casa dio varias curvas enloquecedoras que atolondraron a Alexander. Y el aire comenzó
a escaparse, logrando marearlo. Los demás no se dieron cuenta.
—Tu madre fue una idiota, no supo enfrentar su vida y por eso se accidentó. Y me dices
que soy una desgracia de la vida.
—No le digas eso al muchacho.
—Cállate, Karla. Él tiene que saber todo… La verdad.
—Tú fuiste el culpable, Kevin. Ella murió porque te acostaba con cualquiera… Ay, por
Dios. Discúlpame, por decir eso, Alexander.
—Jajá. Ni tú misma te controlas, hermanita. Él debe saber que su madre era una dejada.
—Bendito sea, Kevin, eres un machista.
—No sé en quién confiar.
El techo se despedazó y como un espectáculo de escombros, todo fue tragado por la
eternidad. El cubo diamantina quedo al descubierto, pero anclado a la casa restante.
El cuerpo de Alexander se hinchó, cuando el túnel desapareció y la casa quedó flotando en
un vacío perpetuo. Se llevó las manos al cuello, tratando de respirar dolorosamente nada. Gimió,
pero no salió ningún sonido.
Cor y los demás se voltearon a verlo. Miraron curiosos, mientras Cor venía corriendo hacía
él. Se acercó a su cuello, mientras Alexander veía su rostro como una ilusión.
Ella se acercó dulcemente a él y puso su mano sobre su cuello. Sintió una corriente recorrer
desde su garganta hasta sus reducidos pulmones. No era aire. Era un sentimiento de alivio, de
existencia. Era vida.
—Vete, Kevin, o llamaré a la policía. Ya no pareces a mi hermano. Lárgate.
— ¿Quién cuidará de Alexander?
—Yo. Ahora, lárgate.
Alexander contempló el espacio tachonado de estrellas. La sonrisa de Cor era como una
constelación, silenciosa pero simbólica. Le ofreció su mano y ayudó a levantar a Alexander del
suelo.
La gravedad era nada aquí. Flotó un poco, como si la casa fuera un planeta y pudiese
atraerlo. Todo sucedía lento e irreal, pero no era un sueño.
—La Jefatura —gesticuló Alexander.
Cor abrió los ojos, cuando una tremenda fuerza desmenuzó la casa por completo. El cubo
diamantino quedó flotando en el vacío y las perrunas regresaron a ser viejitas, nuevamente. Tía
Nelly estaba completamente flaca, igual que las otras.
Cor corrió donde ellas para darles el mismo don que le dio a Alexander: vivir sin aire.
Trébol apuntó a algo y se dirigió hacia el cubo. Durante mucho tiempo, Quirát salió de ella
a manera de un joven, pero como si estuviese hecho delicadamente de nebulosa. Se subió encima
del cubo y gritó algo, sin proferir un sonido.
Alexander volteó a ver lo que era el foco de atención, y quedó conmocionado.
Una enorme vació, más oscuro, que se contrastaba por las estrellas, estaba tragando un
planeta. Se arremolinaba como si fuera una colosal serpiente. Era algo fabulosamente peligroso.
El padre de Quirát era un agujero negro. Furioso e imponente. Y sólo su hijo podía
controlarlo.
— ¿Quién cuidará de Alexander?
— ¿Quién cuidará de ti, papá?
Quirát se movió con el cubo, hacia el agujero negro, deslizándose en el vacío. La reliquia
estaba lista.
Estaba lista.
Un brillo intenso cegó el panorama, en el centro del agujero negro. Pero no daño los ojos de
Alexander. No se sintió humano. Y no volverá ser humano.
Sintió que un brazo le rodeó y Cor apareció a su costado, bella y serena, sin ataques de
enojo.
—Tú padre estaría orgulloso de ti.
Alexander buscó la procedencia de esa voz. No podía ser Cor. Sonaba distante.
—Yo también.
Alexander abrió los ojos.
—Levántate, Alexander.
Una luz entró en sus ojos. Debió de ser la computadora portátil que estaba encendida.
Alguien estaba sentado a su costado, pero era difusa. Tenía los ojos cansados. Después de todo, era
un simple sueño…
Un sueño…
— ¡Levántate, muchacho!

FIN

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