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Percy Meza
Capítulo I: Riqueza
Su ornamentada mano, adornada de anillos de cada uno de sus viajes, se posó sobre el pomo de la
puerta. Con una ligera vuelta, la abrió y la luz matutina, como un intruso benigno, invadió el
angosto vestíbulo. Dio unos pequeños pasitos decrépitos pero seguros, mientras el aire agitaba su
chal y floreada blusa de Nueva York.
Frente a ella, a un metro y medio, estaba la puerta de la otra casa. Asomó solo la cabeza en
dirección a la verja de la quinta. La luz completamente cayó sobre su rostro. Un rostro parecido a la
Reina Isabel II, blanca, ancha y lleno de un maquillaje que dura media hora en hacérsela.
— ¿Todavía no vienen, tía Nelly? —dijo Alexander, mientras bajaba por la escalera y se
detenía en el único descansillo.
Ella se quedó todavía mirando.
— ¡¿Todavía no vienen, tía?! —alzó un poco la voz.
—Uh… —volteó a ver al muchacho—. No, hijo… Este, ¿agarraste los chocolates que te
invité?
—No lo hago… —respondió—. Además, para eso estaba bajando.
—Entonces hazlo ahora. Come todos los chocolates que quieras…
—Gracias, tía…
El muchacho, vestido con un polo tie-dye y un pantalón rasgado, bajo la escalera. Cuando
llegó al último tramo, tía Nelly dijo:
—Sigues con ese polo…
—Es que me gusta los colores. Son chéveres…
Ella giró con un tono de desaprobación. Era un cuidado hablar con ella. Alexander sabía
que a tía Nelly no le gustaba esas clases de polos, a pesar del que gusto nadie te la quita. En
comparación, esta desaprobación no era nada con respecto al ya sucedido. Aquella vez se había
paseado por toda la casa, comentando, que Alexander era un hippie sin remedio. Sin embargo,
Alexander no tenía ningún rastro contracultural en ningún rincón anatómico. Sólo le gustaba el
efecto. Puro gusto inocente.
El muchacho llegó a la angosta cocina. Encontró a la mesa de comedor, con el mismo
diseño de las mesas de restaurantes neoyorquinos, con un mantel verde, donde el centro estaba
ocupado por fichas y mango de naipes, remendados, antiguos y arrugados. Eran tan antiguas, que
según tía Nelly, fue comprado por su abuelo. Una vez, la tía le había enseñado una colección de
naipes alemanes y suizos.
Se dirigió a los chocolates, que eran unos bombones con forma de gatitos, con lasitos azules
en el cuello, guardados en una canasta. Agarro uno, le arrancó la cabeza y sintió como el chocolate
se derretía deliciosamente en su lengua. Sí. Eran neoyorquinos, del mismísimo Manhattan.
— ¡Por fin llegaste, Humberta…! Tanto te demoras —se escuchó la voz de tía Nelly
exclamar.
Alexander giro para recibir a la señorita Humberta. Aunque la senectud las había atrapado y
estábamos en el siglo XXI, era una obligación decirle señorita. De tía Nelly no había problema, era
obvio que le decía tía. Al menos que la costumbre actual era que tía significa “mujer adulta”. Lo
bueno es que le bajaba un poco los años.
—Ay, Nellita, discúlpame, mi sobrino estaba ocupado… Quería contarte que Karla…
— ¿Quién es Karla? —preguntó tía Nelly con ese típico tono viejuco de pregunta.
—Ay, Nellita, Karlita… La concuñada de…
—Buenas tardes, señorita Humberta —saludó Alexander, sonriendo.
—Hola, Alexander. Sigues bien mozo como siempre… Ay, Nellita, como quisiera que los
muchachos de ahora sean así…
—Pero, desgraciadamente, no son así —asintió tía Nelly con un tono desdeñoso en su voz.
Luego volvió hacía Alexander—. ¿Comiste los gatitos de chocolates?
Alexander asintió, mientras masticaba la cola espumosa del gatito. Tragando, preguntó:
— ¿Lo compraste en tu viaje a Manhattan?
—Lo compro mi sobrinita que vive cerca a Manhattan… Bronx. Lo trajo por… ¿cómo se
llama eso, Humberta?
—“Encargo”, Nelly. Caramba, fuiste jefa de una empresa y no te acuerdas…
—Ya deja eso. Juguemos…
—Entonces, te sigo contando de la concuñada…
—Tía Nelly, ¿puede invitarme tus chocolates? —preguntó Alexander.
Tía Nelly volvió a verlo con expresión real. Miro la canasta de chocolate por debajo de sus
gafas.
—Llévate toda la canasta…
Alexander abrió los ojos como platos. Unos tres bombones eran suficientes. Pero era mejor
no negar. Así que Alexander cogió la canasta y subió con ella, con toda despedida y
agradecimientos a tía Nelly y la señorita Humberta.
Al llegar al segundo piso, entro a su apretado cuarto y se sentó en su exigua cama. Colocó
la canasta de chocolates en ella y escogió una. Mientras abría la envoltura, encendió su
computadora portátil.
Navegó por la Internet, revisando, revisando y comiendo los chocolates, que iban ahora por
los cinco. Era tanta la ingestión continua del chocolate que busco significados de chocolate en
Wikipedia. Cuando se topó con una imagen que mostraba una inmensa amalgama de chocolate, el
deseo de comer más chocolate se le vino a la cabeza.
Chocolate… Ingiere más
Chocolate… Un producto afrodisíaco… Uh-ah…
Apagado total…
Se levantó de la cama, con un hilo de baba recorriéndole la mejilla. Miró a la computadora portátil,
donde el protector de pantalla mostraba un… ¿diamante rojo?
—Qué raro… Yo me acuerdo haber colocado un protector de pantalla de Barbarella.
Sin embargo, el diamante rojo seguía titilando en la pantalla. Mientras más lo miraba, daba
la sensación de ser una pequeña puertita con un pomo. Alexander acercó su manchado dedo a la
pantalla, mientras el pomo se materializaba y emergía de la pantalla, como una flor digital.
Los ojos castaños del muchacho comenzaron a reflejar con más intensidad mientras
acercaba el rostro en la pantalla, con el diamante reemplazando su pupila. El dedo se acercó al
diminuto pomo más aún, hasta que lo toco.
Sonó un clic y la puertita se abrió.
Una luz naranja y cegadora salió de ella, llenando toda la habitación de colores fractales.
Alexander se apegó a la pared, mientras sus ojos aún miraban ese raro fuego que se expandía,
tragando a su computadora.
— ¿Qué está pasando?
El fuego formo espirales, que lamían los chocolates sobrantes, la botella de gaseosa y las
paredes tapizada de cuadros. Una cola espiral se acerco al rostro de Alexander, moviéndose como
un bacilo. El muchacho se apegó tanto como pudo, mientras ese espiral se acercaba más y más.
Emitía un ruido raro, como si fuera una electricidad zigzagueante, mezclado con múltiples
campanitas y tintineos de monedas. El muchacho, con el sudor cayendo por su frente, sintió que la
espiral tocó su cara y rozó su mejilla.
No quemaba. Pero se quedo acariciando el rostro del muchacho por un rato, mientras el
fuego, que salía de la computadora, coloreaba las paredes con diamantes de diferentes tamaños.
—La riqueza se consigue cuando eres rico de corazón… A eso se le llama riqueza… —se
escuchó una voz femenina.
La voz se quedó volando por el irreconocible cuarto, mientras el fuego empezó a cambiar
de color. La espiral se alejó del rostro de Alexander, sin dejar de moverse como un bacilo. Unas
letras fueron lanzadas al aire, mientras el fuego era succionado por la computadora y se convertía en
un remolino de ascuas.
Las letras siguieron flotando como un cartel fantasmagórico, mostrando la siguiente palabra
Ella miró con una sonrisa a Alexander. Éste quedo hipnotizado, mientras lentamente el
perro se acercó a él y le lamió la mano. Un sentimiento cálido recorría desde punto hasta su cuerpo,
logrando calmar a Alexander.
—Gracias, Chimú —se dirigió al chico—. Alexander, ten cuidado que te puedes caer.
El muchacho reaccionó. Ciertamente, estaba al borde del escalón. Se alejó y, rápidamente,
sintió un beso en su mejilla. Alexander quedo estupefacto.
—Me llamó Cor. Quisiera mostrarte muchas cosas ahora que estás lúcido.
— ¿Cómo? –masculló Alexander.
—Ay, no —dijo preocupada—. Chimú, ¿con qué cantidad de calma le lamiste?
Chimú sacó la lengua de su mandíbula. Estando así, dio unos ladridos como una voz
humana.
— ¿Cierto?
—Guau —respondió Chimú.
—Cor, no le pasa nada al muchacho —dijo el líder de los gatos. Dio saltos estratégicos para
llegar al hombro de Alexander—. Sólo está hipnotizado. —Toqueteó con su patita la mejilla.
—Oh…
La chica quedó así por un momento, sorprendida. Acercó su dedo a su boca y se dio un
fuerte mordisco, que la hizo dar un gran grito, que retumbó el lugar. Una tenue lluvia de polvo y
telarañas cayó por los rincones. Alexander reaccionó ante eso.
— ¡Cor! —Gritó Quirát desde la habitación—. ¡No hagas eso! ¡Se puede derribar todos los
diamantes!
—Discúlpame
— ¿Qué sucedió? —expresó Alexander con voz alicaída.
—Nada. Sólo entraste en una conmoción…Vamos, abajo. Quiero explicarte la causa de
nuestra aparición en este lugar.
Cor le tomó de la mano a Alexander. Los gatitos se subieron al lomo de Chimú y bajaron
junto a los chicos. Los pasos resonaron en la madera antigua de la escalera.
—Seguro estás molesto por nuestra aparición… —Alexander abrió para responder—.
Bueno, si no es así, mejor que tu bienvenida sea la más cálida de todas, porque nosotros estamos
usando tu aposento para protegernos y cuidar las reliquias que Quirát crea y guarda en tu
habitación.
Pasaron el descansillo. Los gatitos jugaban con el penacho de Chimú y éste sonreía de
manera canina.
—Y de qué se protegen… Espera, no me digas. Se esconden del guasón…
— ¿Guasón? —Connotó Bah—. Él es un simple rielón. No deja de reírse en todo el tiempo.
Se ríe hasta porque pasa una mosca.
—Jajá… Que enorme descripción haces, Cor. Luce muy chistosa —dijo una voz más.
En frente de ellos, deteniendo la bajada, un jocoso hombre apareció, ataviado con un
sombrero y un vestido tan excéntrico, que daba risa. Era cierto, tenía un aspecto demasiado gracioso
que resultase. Lo tenía en todos sus lados. Su cara parecía al de un muchacho bajo los efectos de
extrema dosis de azúcar.
— ¿Por qué se quedan callados? Sigan, hablando…
—Entonces… —prosiguió.
—Esperen, é’ perate —dijo sonando como un callejero—. Maravilloso, ¿no? Aprendí de
unos muchachos por aquí cerca. Suena muy incompleto y gracioso.
—Apúrate, guasón.
—Esos muchachos me contaron de muchas cosas. Me enseñaron una cosita rara que tiene
hilos que suenan. Hablaban medio raro… Jajá… Como si le faltase aire. Te ríes hasta lo que pasa
una “mojca”…
—En eso estaban en lo cierto —comentó Cor.
—Se fueron corriendo, gritando que era un ladrón… Jajá… Gritaban… “¡Un loco! ¡Un
loco!”
— ¿Te mostraste con ese atuendo?
—No. Vi pasar a unos chicos medios raros que vestían unas camisas rayadas y pelos como
lenguas negras que caían en su cara. Me transforme así.
Su vestimenta se distorsionó como un jugo de colores y apareció un guasón con un cabello
negro y liso; un polo negro y apretado, con dibujos violáceos; ojos con sombras; un pirsin en la
cara; gargantillas plateadas; pantalón apretados y zapatillas negras. Sus ojos castaños se tornaron
azules y la piel, blanquecina.
—Un emo.
—Es demasiado excéntrico —opinó Cor con los ojos puestos como platos.
—Encima se puso un pirsin. ¿No te dolió en la transformación?
—Esto… No es nada. Fíjate en esto…
— ¡Ah! ¡Caraj…!
— ¡Ay no, Guasón!
Su cara se llenó con innumerables pírsines, de diferentes colores y formas. Un pirsin estaba
en la misma esclerótica de su ojo y el más grande de todos colgaba como una horquilla en su labio
inferior.
—Jajá… Qué caras más graciosas ponen… Miren…
Sacó su lengua y mostró más pírsines, en cada rincón, como una cueva cubierta de gemas
plateadas. Algunos habitaban hasta en la garganta.
— ¡YA BASTA, GUASÓN!
Gritó tan fuerte, que Quirát apareció en una fumarola, rabioso. Cuando vio la cara de
Guasón gritó. Los gatos gritaron. Alexander se estremeció. Chimú ladró. Cor bramó. Y así se
produjo un coro de gritos, donde Alexander se quedó con las manos encima de los oídos, mientras
Guasón ladeaba la cabeza reproduciendo más gritos y haciendo caer polvo del techo.
Un pedazo de roca salió de no sabe dónde y golpeó la cara de Guasón, logrando
desaparecerlo.
— ¡Ay no! ¡Qué hiciste, Quirát!
—Terminar con su desagradable broma. Y no vuelvas a gritar. Acabas de derribar una pared
de diamantes. Tendré que crear más.
Quirát desapareció, traspasando la pared, echando humos negros de rabia. Se había tornado
viejo en su rabia, que ya no parecía el de joven rostro.
—Vamos. Sigamos bajando. Pero ya viste el lado negativo de Guasón. A veces exagera en
ciertos casos… Solo me preguntó si está bien. La piedra lo golpeó muy duro.
Llegaron al final de la escalera.
—Solamente quería decirte que nos protegemos de algo más oscuro, muy diferente a
Guasón. ¿Conoces el Tarot?
Alexander asintió.
—Existen 22 arcos mayores en esa comunidad. La mayoría variando entre lo bueno y el
libre albedrío. Pero sólo XII y XV representan al mal: la Muerte y el Diablo. La Muerte no es un
peligro, pero se presenta cuando alguien fallece, pero el Diablo es la preocupación total.
Dieron media vuelta y se dirigieron a la cocina. ¡La cocina!
Alexander corrió y se dejó en seco a Cor. Cruzo la puerta y encontró algo que le hizo tragar
saliva. Tía Nelly y sus cuatro amigos eran perros, más grandes que Chimú, con retoques femeninos
y maquillajes suntuosos. La tía de Alexander era bullmastiff, con lentes y maquillaje acentuados,
con las patas agarrando unos naipes completamente arrugados. La señorita Humberta era una
poddle, con un penacho acentuado. Las demás eran una pekinés, hokkaido, y galgo español.
— ¿Por qué no me hacen caso?
—Están un trance. Ellas son las jefas de la casa, por ahora. Se encargarán de las
matemáticas a través del juego.
— ¿Y se quedarán así para siempre?
Cor se quedó callada. Se quedó mirando a los perros que seguían jugando, golpeando las
cartas, moviéndolas y botándolas a una clase de urna donde flotaban los naipes. Chimú miró con
ojos vidriosos, mientras los cuatros gatitos miraban en dirección a Cor.
—No lo sabemos, Alexander. Le pusimos el hechizo y nada más.
— ¿Quién las hechizó?
—El Arcano Mayor I, El Mago —explicó.
— ¿Y dónde está? ¿A dónde se fue?
—Él nos concedió hechizarlas y se fue… Nos dijo que volvería dentro de una semana, para
atestiguar el proceso del hechizo. Él tiene el poder sobre la pica, el diamante, el corazón y el trébol.
Por eso pudo hechizarlas… Espera…
Se escuchó un silbido prolongado. Alexander dio media vuelta y se encontró cinco naipes
de forma ordenada: K de trébol, K de diamante, K de pica, K de corazón y joker. Todas ellos
brillaban con una titilante luz y emitían un sonido, similar a un pequeño silbato. Las cartas estaban
así, pero los perros no dejaban de mover los otros naipes de aquí y allá.
— ¿Qué había dicho El Mago sobre esa formación de naipes?
—Cómo no te vas a acordar —expresó el muchacho, inquieto.
Alexander estaba desconfiando en ellos. Al fin de cuentas, resultaban un grupo mágico
medio soso.
—Eso es la quintilla. El naipe de joker esta allí. ¿Qué significa? —dijo Cor, acercándose a
ver los naipes, con detenimiento y torpeza. Era un corazón medio raro.
—Cor —llamó el gatito—. Oyes eso…
— ¿Cuál Dulcis?
—Eso —Dulcis agudizaba su orejita, mientras los demás se concentraban en oír.
Era como un motor, que sonaba fuerte, lleno de golpes y estrépitos. Alexander sabía que eso
era el efecto Doppler. Algo se acerca. ¡Algo se acerca!
Giraron al mismo tiempo, mientras la mitad de la reducida cocina desaparecía, cuando el
parachoques de una tremenda furgoneta para pasajeros surgía por un enorme agujero, hasta llegar a
impactar el otro lado, dejando las portillas del vehículo al descubierto. Ollas, platos y vasos volaron
por todas partes, la alacena cayó por un costado y la cocina de tía Nelly fue magullada, empujando
por un costado el balón de gas. Uno de los frigoríficos tiró todas las cosas de su interior, haciendo
que Chimú saltará, lanzando a los gatitos al aire. Cor no había gritado, sin embargo, cuando había
aparecido la furgoneta protegió a Alexander.
El muchacho observó si los perros se habían lastimado. En cambio, seguían controlando los
naipes, pero con mucha más rapidez.
— ¿Cómo se abre esta maldita puerta?
Alguien trataba de abrir la portilla, estremeciéndola. Se salió de su empotrado y cayó con
estruendo. Una larga pierna surgió del asiento copiloto. Pisó el polvoriento suelo, irguiendo a un
tremendo hombre tenebroso. Tenía la cabeza en forma de cabra, con los cuernos llegando a tocar los
focos colgantes de luz. Traía el pecho desnudo, con un hilo de vellos, que llegaba a envolver sus
muslos como una falda. Sus pies eran tremendas garras, llenas de polvo y barro. En su cuello, a
modo de gargantilla, traía una cadena, que sin unirse, colgaba en sus extremos pequeños diablillos.
Era tremendo. ¿Cómo había cabido en la furgoneta?
Capítulo III: Espada y la Casa Naipesca
Alargó sus brazos en dirección a nosotros y dijo con una voz áspera, moviendo su hocico de cabra.
— ¿Dónde está la reliquia, Cor?
—Tienes el descaro de preguntar, Diablo. ¿Cómo supiste que estábamos aquí?
—El mundo es chico, Cor. Crees que no podía encontrarte en un lugar que no sea Francia o
España. Yo sabía te ibas a esconder en un metrópoli de América. Seguí tu rastro y llegué a toparme
con Lima. Un lugar que no tiene nada de relación con nosotros. Un buen lugar para esconderse.
Pero que tiene buena carne para quemar en la tea. Ahora dime dónde está la reliquia.
— ¡Spatha! —chilló Cor, de repente.
—Oh, ¿estás llamando a tu salvaguarda? No puedes encargarte de esto tu sola. Eres
cobarde. ¿No? Sabía que el amor es cobarde es diferentes ángulos. No puedes hacer nada. Mejor
que te acomodes al mundo de ahora, Cor. Ya no estamos en el siglo XV. El amor desapareció casi
por completo…
Alexander fue empujado hacia atrás, golpeándose fuerte con la poddle Humberta. Esta
seguía quieta como una roca.
Cor alzó sus brazos, como si estuviese a punto de iniciar un acto de ballet. Alexander
escuchó repiqueteos en varias partes de la casa. De las paredes salía ruidos como fluidos y de
repente comenzó a surgir gotas de agua, como si estuviese sudando. Lenguas de agua se levantaron
del lavatorio, del yogur derramado, del hielo del frigorífico, de todas partes como lombrices.
—Maravilloso, Cor, Maravilloso —se admiró El Diablo, observando las lenguas de agua
acercándose a él—. Vamos, con más intensidad.
Y Cor hizo caso. Sus aguas se tornaron más turbulentas, logrando inundar la cocina casi
destruida con más agua. Por la remolinante cortina de agua se veía a un distorsionado Diablo,
tocando la superficie acuosa con embelesamiento.
—Vamos, más, más.
El agua chocó con Diablo con más fuerza. Alexander se quedó observando la aglomeración
que se formaba entorno a él. Una extraña aura rodeó a Cor, mientras su poder iba creciendo. Chimú
se movió hacia Cor y comenzó a lamerla la mano.
Seguro la estaba calmando.
El poder de Cor no hacía ningún efecto sobre Diablo. Lo rodeaba, pero este seguía
embelesado con su poder, llegando a tal punto que lloraba de alegría. Por mientras, Chimú seguía
en el esfuerzo de calmarla. Se le veía tan inocente, con el rostro perruno observándola con tristeza,
mientras su lengua daba caricias a su mano.
— ¡Alexander! ¡Alexander!
El jefe de los Dulcis gritaba desde la mesa. Sus patas habían desparecido, mientras los otros
se hallaban descuartizados entre los naipes. Las enormes patas de los viejitas-perros iban tan rápido,
que podían aplastar a Dulcis.
—Ayúdame.
Alexander saltó y lo salvó rápidamente. Cuando giró hacia la escena, encontró a un joven
mayor a lado de Cor. Estaba ataviado con un encarnado traje hecho a mallas. Blandía una larga, en
dirección a Diablo. El ataque de agua se había desvanecido, dejando a la vista a un Diablo
empapado, pero tenebroso. Lo terrorífico era su colosal altura.
—Trae al muchacho, Cor —dijo el joven.
Cor alargó su brazo y sacó a Alexander de ese rincón. Salieron de la habitación, seguidos de
Chimú, dejando al joven y a las abuelas en un lugar crítico. Llegaron al estrecho vestíbulo, con las
cosas llenas de polvo. Dulcis, el único sobreviviente, fue dejado sobre el lomo de Chimú.
— ¿Por qué no bajo Quirát? —preguntó Alexander
—Él jamás dejaría las reliquias, aunque algo sucediese… —respondió Cor—. Debo llamar
a Guasón.
— ¡Gua…!
Su voz quedó entrecortada cuando ocurrió un estallido y de la puerta de la cocina salió un
denso humo blanco. Remeció toda la casa, haciendo saltar todas las cosas de un lado a otro. La
escalera botó un chillido, amenazando en caerse.
— ¡Busca ayuda, Cor!
El joven surgió del denso humo, con el cabello y el traje con aspecto fantasmagórico. Vino
hasta nosotros, con el rostro exaltado.
— ¡Creció! —gritó.
— ¡Qué! —chilló Alexander, agitado.
El espeso humo no dejaba ver la cocina. Cuando la cosa resultaba peor, una gigantesca
mano salió del humo agarrándose de la pared. La neblina de la muerte desapareció, cuando un
rostro enorme apareció como una horripilante pintura en el marco de la puerta de la cocina.
— ¡Mi tía! ¡Están ahí!
—Tranquilo, Alexander —calmó Cor. ¿Cómo podías estar así?—. Él no puede hacerles
nada. Son las jefas. Cuando están jugando resulta imposible pararlas de jugar, a su vez, crean un
campo de fuerza.
Esa es la causa del doloroso impacto con el poddle.
—Además, él quiere la reliquia.
—Denme la reliquia, manada de mansos —profirió Diablo. Su mano estaba muy cerca.
Era cuando el joven se acerca al primer escalón de la escalera, y con una tremenda fuerza, le
dio una descomunal patada. La antiquísima madera tembló. Cantidades de polillas salieron volando
de ellas y una lluvia de polvo originó bajo ella. Sonó diferentes chillidos, hasta que la escalera cedió
estrepitosamente, dejando un gran vacío en el lugar que estuvo.
Como la escalera era en forma de L, la cola obstruyó la puerta de la cocina. Pero era inútil,
la puerta era más grande que el escombro mismo. Esto provocó que Diablo estallé en carcajadas,
llamándolos “idiotas”.
— ¡Guasón! ¡Guasón! —bramó Cor, con aquella habilidad que tenía.
Guasón apareció en una fumarola, con el rostro surcado de llagas. El golpe de Quirát le
había lastimado fuertemente.
— ¿Qué pasa? —Expresó él. Cuando oyó la risa de Diablo, giró a verlo y se asustó—.
¡Diablo!
— ¡Vamos, Guasón!
La mano gigante de Diablo agarró la escalera y trató de apartarla.
— ¡Guasón, transforma la casa! —pidió Cor.
— ¡En qué!
La escalera se alzó encima de la puerta, con trozos cayendo al resquebrajado suelo.
— ¡Transforma la casa!
— ¡EN QUÉ!
— ¡Una casa de naipes!
—Oh —profirió Alexander, con un sentimiento de terror y nostalgia.
Guasón se puso en cuclillas y con las dos manos, alzándolas al aire, palmeó fuertemente el
piso. El sonido de las palmadas quedó en el aire como un eco, se revolcó y se transformó en sonidos
de varios “gong”.
—Apégate, Alexander. Tu también, Chimú.
Lo que vio a continuación fue algo que le dejó entre la maravilla y el miedo. Las paredes, el
techo se partieron, como si estuviese hecho de rompecabezas. Aquellas piezas, tomaron colores y
formas de naipes de diferentes tamaños. La blancura de cada uno de ellos iluminó más el vestíbulo.
El piso de parqué se distorsionó y fue reemplazado por un piso sincronizado de naipes. El vidrio de
las ventanas se transformó en una colección de naipes cristalinos y traslúcidos.
La escalera destruida explotó en millones de naipes arrugados.
No quedó ningún espacio que no estuviese hecho de naipes, excepto los muebles. Aunque el
resultado era maravilloso, la casa de naipes se movía como una gelatina y con más fuerza, por el
lado de Diablo.
—Levanta la casa, Guasón.
— ¿Qué? Se desmoronará. —dijo Guasón.
—Pero puedes impedir que eso pase.
—Apúrate, Guasón —mandó el joven mayor.
Guasón quedó mirándola, a su vez, levantó sus brazos. La casa se remeció, haciendo que
cada naipe de la casa se moviese. El cerebro de Alexander pareció irse para abajo, cuando la casa se
levantó del suelo. Debajo de la casa, una amalgama de naipes levantaba de su cimiento.
Viró para la derecha y comenzó a caminar entre las casas de la quinta, apegándose a ellas y
comprimiendo más la casa de naipes.
— ¡Deja de hacer eso, idiota! —bramó Diablo.
El joven de la espada se movió rápido, y con un gran salto subió al segundo piso. Seguro
dirigiéndose a la habitación diamantina de Alexander, que quedaba justamente encima de la mesa
de comedor donde jugaban las jefas.
La casa produjo más naipes como movilidad, asemejándose a un enorme caracol.
—Muévanse, por favor.
Cor y los demás se movieron a un costado. Guasón tiró de la puerta del vestíbulo, haciendo
que este se despedace en un montículo de naipes.
—Trataremos de pasar la verja de entrada… Agárrense…
La casa se movió más rápido. Guasón movió sus brazos hacia arriba, logrando que la parte
anterior se levantaran inclinando la casa dramáticamente. El pie de naipes aumentó y aumentó,
permitiendo que la casa pasara encima de ella, y el mismo pie entre las rejas de la verja. Pero la
cantidad de naipes hizo que la verja saliera de sus goznes, provocando que la casa temblara.
Se oyó el freno seco de un carro en el asfalto. Gritos. La moderna casa de al frente estaba
llena de gente asombrada.
¡PUM!
Un carro traspasó el pie, regando varios naipes el aire. La casa se volcó y chocó con un
árbol. Los naipes salieron por todas partes, mientras Cor formaba una burbuja de agua para
contrarrestar el golpe. La casa se volvió un desorden, llenando el jardín de otra casa.
Pero Guasón no se dio por vencido.
Levantó nuevamente la casa, dándole la forma. Los naipes volvieron a unirse. El pie surgió
por segunda vez y echó a andar, entre sonidos de papel. Pasó por varios carros detenidos y personas
aterradas.
El hueco por donde había entrado Diablo se cerró, permitiendo que la casa estuviese
estable.
Pero lo que freno en seco ahora fue la casa. Nuevos gritos se oyeron, pero estos fueron
mucho más aterrados.
— ¿Qué sucede?
El techo sucumbió y salió volando por los aires. Como una pequeña casita de juguetes, la
enorme cara de Diablo, con sus colosales cuernos, se vio a través del techo. Un pequeño rastro de
diamantes brilló a la luz del sol. Los endemoniados ojos de Diablo saltaron de emoción.
— ¡GUASÓN, EVÍTALO!
Fue demasiado tarde. Un nuevo techo trató de tapar, pero fue despedazado cuando la mano
de Diablo sacó un enorme cubo diamantino del tamaño de la habitación de Alexander. A la luz del
sol brillaba como una estrella roja. Como era traslúcido, se vio siluetas desdibujadas corriendo en el
interior de ella.
— ¡Por el cáliz de Francia!
La burbuja desapareció alrededor de ellos. Cor avanzó y alzó sus manos de golpe. De su
cuerpo salió, como si sudara, un chorro de agua con una fuerza inimaginable. Adoptó la forma de
una tremenda mano y tomó el cubo tratando de arrancar de las manos de Diablo.
Diablo se fue para otro lado y Cor para otro, quedando el cubo como la tierra de nadie.
Alexander se percató que la mano de agua se evaporaba y el cubo brillaba más que el propio sol.
— ¡Cor! ¡Algo pasa con el cubo!
El cubo brillaba más aún, logrando hervir la mano. Diablo se sobresaltó en un grito
vehemente y ensordecedor, con las manos envueltas en llamas, botando el pesado cubo por los
aires. Los latidos del corazón de Alexander golpearon rápidamente su pecho y sus oídos silbaban
por el grito de Diablo, mientras todo sucedía lento.
El cubo eclipsó el sol, cayendo sobre ellos una luz roja, psicodélica y que tintineaba. La
reliquia estaba por los aires. Y si caía, se perdería.
La mano de agua tratando de agarrarla, pero Cor estaba tan débil que se desvaneció. El cubo
siguió surcando el cielo. Guasón gritó un nombre, cuando del cubo salieron llamaradas de fuego.
Cor sonrió, mientras Guasón articulaba un nombre. ¿Qué decía?
— ¡Sí… bol!
Chimú ladraba.
— ¡Trébol! —gritó Dulcis.
El cubo desapareció en un remolino de fuego y apareció en su molde, el cuarto de
Alexander. La suerte había llegado.
— ¡Vamos! ¡Mueve la casa! —Un sonriente hombre bajó en un aura roja, volando. En el
pecho de su traje verde decía
FIN