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DOCUMENTO DE PRESENTACIÓN DE LA RED LATINOAMERICANA Y DEL CARIBE PARA LA DEMOCRATIZACIÓN

DE LA JUSTICIA

I. Una visión política y estructural del problema judicial.

Los países de América Latina y el Caribe han atravesado durante los últimos quince años una etapa política
caracterizada por procesos de transición democrática, luego de las dictaduras militares que caracterizaron las
décadas pasadas. Esta transición ha traído consigo una profusión de reformas estructurales y modificaciones
institucionales que ha tenido profundos e insoslayables efectos - de todo tipo - sobre los sistemas políticos
vigentes, y el sistema de justicia no ha sido ajeno a ellos.
En el marco de estos procesos de transición democrática, en todos los países de la región se han ido formando
grupos que han construido discursos y prácticas alrededor de los mencionados procesos de reforma judicial y
los problemas que con ella se vinculan. Estos grupos han trabajado intensamente en sus propios países y han
establecido entre ellos contactos e intercambios que han resultado en la formación de una comunidad de
discursos que buscan la consolidación de los principios democráticos en el ámbito del sistema judicial.
Intelectuales, académicos y líderes sociales que comparten estos principios se han ido nublando, al inicio
informalmente, en instituciones que han tomado a su cargo la tarea de consolidar el proceso de reforma judicial
en nuestros países, y a lo largo de estos años se han encontrado en diferentes congresos, seminarios y
proyectos comunes donde han ido madurando en la práctica esta idea que hoy se plasma en la constitución de
una Red para la Democratización de la Justicia.

La Red ha surgido como un espacio de encuentro, y el objetivo es consolidarlo como espacio en el que sea
posible la articulación de un trabajo en conjunto para concretar una serie de objetivos compartidos por todos. El
trabajo en red es mucho más que retórica; implica una forma de trabajo, una metodología de trabajo en equipo
y una cultura de la solidaridad y del intercambio. Exige la formulación de ejes comunes y programas de trabajo,
en el horizonte determinado por la idea de un derecho preocupado por las personas y que priorice la solución
de los conflictos y la construcción de una sociedad igualitaria.

La democratización de la justicia en América Latina constituye un desafío insoslayable, que va más allá del
marco formal del funcionamiento del sistema republicano y la división de poderes y significa asumir la
necesidad de señalar, construir y fortalecer una nueva cultura, donde el respeto de los derechos humanos sea
no sólo un principio abstracto sino por sobre todo una práctica efectiva. En este proceso, la democratización de
la justicia exige la creación y recreación de aquellas condiciones que hacen posible que lo judicial ocupe un
lugar relevante dentro del esquema político y se identifique con la defensa de esos derechos fundamentales.

Es imprescindible trabajar para que se reduzcan los niveles de violencia implementados desde el Estado,
atenuar la tensión provocada entre los programas normativos y la realidad, y desarrollar nuevas herramientas
para lograr cambios dentro de un sistema de administración de justicia. La justicia penal ocupa en este
esquema un lugar particular, pues constituye el ejercicio más crudo del poder estatal, y mostrando un estado
que deja de ser de derecho, para convertirse en uno arbitrario, autoritario que - en definitiva - demuestra
desprecio por el ser humano.

Es necesario elaborar una crítica aguda al sistema inquisitivo, pero no desde una perspectiva procedimental -
que exige un cambio de instituciones necesario y no discutible, pero que no agota el problema - sino avanzando
en el análisis de la relación entre el contexto histórico y los procesos políticos que dieron lugar a una forma
particular de administración de justicia, para poder conocer en qué medida el sistema inquisitivo es un método
de expropiación de lo judicial a la vida social, propio de un modelo de poder concentrado, profundamente
antidemocrático.

El sistema judicial constituye en sí mismo un espacio de lucha política, y es muy importante trabajar en la
construcción de programas no violentos que sean capaces de abordar la resolución de los conflictos sociales
básicos de nuestras sociedades. La Red de Justicia constituye un espacio que busca identidad propia, en donde
los programas teóricos, políticos y metodológicos se deben sumar para alcanzar coherencia y eficacia,
respetando los principios de la dignidad humana, los derechos humanos, las garantías sustantivas y la
democracia.

Desde esta perspectiva, los esfuerzos realizados en los distintos países adquirirán un nuevo sentido y
alcanzarán una proyección merecida y necesaria. Las tareas por hacer son muchas: fortalecer los lazos que
vinculen los distintos proyectos, intercambiar experiencias, incentivar equipos de trabajo, construyendo
espacios múltiples donde poder discutir y diseñar estrategias que rompan el aislamiento entre los distintos
procesos de reforma en los países de la región. Este trabajo implica la lucha por un modelo de estado que tome
a la democracia y al derecho como base de su existencia, asegurando el respeto de valores sustantivos
defendidos por sus mismas reglas y minimizando el sufrimiento que infringe este mismo estado a sus
ciudadanos, muchas veces justificado en la necesidad de asegurar una convivencia armónica.

Modelo inquisitivo y justicia democrática

La consolidación de los procesos políticos democráticos en América Latina va acompañada de cambios y


redefiniciones en la esfera institucional, y los sistemas judiciales nunca están al margen de ellos. Estos cambios
institucionales, por su parte, requieren la transformación de la cultura jurídica, lo que implica una revisión
crítica profunda del modelo construido a partir de determinadas prácticas.

El modelo inquisitivo es el paradigma de una cultura autoritaria, que asienta sus bases en principios políticos
muy ajenos a las instituciones democráticas, y cuya manifestación más visible son los actuales sistemas
judiciales, caracterizados por su anacronismo y por su escasa funcionalidad. La lucha contra este modelo debe
fundarse en una crítica radical de los supuestos del modelo inquisitivo, y a la vez generar las condiciones que
desencadenen un proceso social de discusión acerca de cuáles deben ser los ejes rectores y los principios
fundamentales de un sistema judicial democrático y respetuoso de la persona humana.

Los orígenes de la crisis actual de la justicia en nuestros países - y los problemas que ella presenta - no son
nuevos, sino que hunden sus raíces en la forma del estado colonial. El sistema judicial de América Latina es
básicamente inquisitivo, nacido en una época precisa y al servicio de una concreta estructura del Estado.
Muchos de sus atributos centrales (carácter escrito, secreto, formalista, lento, dependiente, burocrático) son
cualidades esenciales del sistema y no defectos.

Al mismo tiempo estas estructuras judiciales - completamente alejadas de un sistema y una cultura
republicanos - dan forma a una cultura jurídica cerrada sobre sí misma, que normalmente impide a los sectores
profesionales a ella vinculados tener una cabal dimensión de la importancia de los programas de reforma
judicial.
Un verdadero programa de reforma no puede fijarse como objetivo la mera resolución de problemas puntuales,
sino que debe tener la vocación y la fuerza para torcer el curso histórico de desenvolvimiento del sistema
inquisitivo, sentando al mismo tiempo las bases para el desarrollo de nuevos sistemas judiciales. Este es un
objetivo que debe orientar las acciones concretas y las estrategias de cambio, alimentadas, además, por
programas concretos que den respuesta a los conflictos, reduzcan la violencia, y rechacen las ficciones
normativistas. Por ello se deben construir, sobre bases republicanas y democráticas, nuevos modelos de
organización judicial, nuevos modelos de juez, nuevas formas de procedimiento y una nueva cultura judicial
para nuestra región.

Así, transformar la justicia implica - de modo insoslayable - la transformación social que se refleja en la
participación de la comunidad jurídica, en la participación de la comunidad política y en la participación de los
restantes grupos sociales. Esto no se agota en la construcción de espacios adecuados para esas
manifestaciones, sino que obliga a encarar el difícil problema de producir las condiciones para generar un
debate público amplio y democrático en torno a los temas de la justicia.
A nivel político, este cambio cultural debe erradicar el sentimiento elitista de los integrantes del poder judicial, y
colocarlos en un lugar de igualdad y horizontalidad con los demás grupos sociales. Así, el ciudadano va a
apreciar que la justicia es un elemento imprescindible en la comunidad, y se va a acotar la distancia producida
por el esquema del sistema inquisitivo.

Todos estos cambios deben ir acompañados de una profunda transformación en el nivel de las prácticas. Esta
transformación implica vincular el nivel de lo macro (transformación del sistema, reforma normativa, etc.) con
el de lo micro (prácticas judiciales, formas de gestión); de este modo se establecerán las bases de una nueva
práctica de administración de justicia, más atenta entonces a la resolución de los problemas de fondo que al
cumplimiento de los ritos, manifestación y origen de una nueva cultura judicial.

La justicia en América Latina ha iniciado una etapa de grandes cambios. Su adecuada comprensión radica en su
vinculación estrecha con los cambios políticos operados en todo el continente. No es posible pensar en la
transformación de la justicia sin pensar en las transformaciones que ha sufrido América Latina en su marco
político. La apertura democrática operada y una visión del derecho que ya no descansa en el autoritarismo sino,
contrariamente, en la idea de instrumento al servicio del ciudadano ha variado notablemente las características
constitutivas del fenómeno jurídico.

Por su relevancia en el contexto democrático, la justicia se convierte en un termómetro para medir el modo en
el que avanzan y se profundizan las instituciones democráticas. Por ello, la administración de justicia ocupa un
lugar privilegiado en el análisis del marco político, dado que la falta de confianza por parte de los ciudadanos en
dicha administración implica inestabilidad de los procesos democráticos.
Así como es posible diseñar estrategias de cambio que apuntan a lo político e institucional, también es
necesario elaborar un programa científico que construya un nuevo saber teórico sobre la administración de
justicia. Tanto el proceso político de reforma necesita de una permanente elaboración teórica como el desarrollo
científico del derecho penal necesita dar cuenta de los procesos de cambio. Si la reforma judicial no se instala
en una fuerte lucha de ideas en el plano teórico, se debilita la crítica a la cultura inquisitiva, y se corre el riesgo
de cambiar estructuras formales y no culturales, permitiendo la reconstrucción cultural del sistema inquisitivo,
que ha demostrado una gran fuerza de absorción de instituciones nuevas. Es preciso que sigamos enfatizando
la idea de que el programa político de reforma reclama y posibilita una renovada reflexión teórica sobre la
administración de justicia. Es en este sentido que se nutrirá el trabajo de la Red, realizando acción
simultáneamente con investigación y capacitación. Estas vertientes tienen un cauce común, y sólo resta
orientar su curso para que confluyan en un mismo espacio.

II. Los Planos de un Programa de Reflexión Teórica

En primer lugar, América Latina debe construir una nueva teoría política sobre lo judicial. Sin duda existen
trabajos sobre este tema, pero no se ha generado aun un conjunto de ideas fuertemente enlazado en una
teoría política global sobre el poder judicial. No ha sido una preocupación teórica prioritaria desde las ciencias
políticas y desde el derecho constitucional no se ha profundizado lo suficiente. Construir una teoría política de la
justicia en democracias pobres y excluyentes no es sencillo, mucho menos sencillo si se busca integrar el
aparato conceptual de varias disciplinas y se intenta eludir las trampas teóricas de la reificación o la
personificación del poder. Urge, pues, reflexionar sobre lo judicial como un espacio político en el que concurren,
disputan o se equilibran distintas fuerzas sociales; espacio donde se organizan e interactuan diversas
instituciones, tanto públicas como privadas; en fin, un específico espacio social, más proclive a ser explicado
como un campo de fuerzas que como una cosa, persona o función. Asimismo es necesario asignar verdaderas
finalidades políticas a la justicia penal, abandonando las formulaciones genéricas o los ideales puramente
morales. Sus funciones de pacificación, seguridad, certidumbre, tolerancia, etc., deben ser desarrolladas con
mayor extensión y mayor precisión, para que en la justicia tengan finalidades políticas concretas, dentro del
proceso político particular de cada sociedad. Deberíamos, también, tener mayor capacidad para explicar los
procesos políticos internos dentro del espacio judicial, así como la integración de lo judicial en el marco general
de los problemas de gobierno y su eficacia. Otro de los temas centrales de una teoría política sobre la
administración de justicia es la construcción de un lenguaje político para el poder judicial, no sobre él. Los
jueces de Latinoamérica carecen de un adecuado lenguaje político. Finalmente, también es un punto central de
una teoría política del poder judicial lo concerniente a los modos de acumulación de poder, propios del poder
judicial. ¿Cómo se construye un poder judicial independiente, es decir, según un proceso propio y autónomo de
acumulación de poder? Ello permitiría construir nuevas estrategias de poder para el poder judicial que rompan
la lógica peticionaria, propia del sistema inquisitivo.

Un segundo nivel de reflexión teórica nos lleva al análisis de las estructuras judiciales. Allí podemos observar
distintos problemas: en primer lugar, carecemos de una adecuada observación empírica sobre el
funcionamiento de los sistemas judiciales; en segundo lugar, no hemos desarrollado una fuerte interdisciplina y
ni siquiera estamos acostumbrados a utilizar herramientas conceptuales consolidadas en otras disciplinas y
pretendemos todavía que el derecho tiene exclusividad en la determinación del objeto de estudio, si es que las
otras disciplinas se quieren ocupar de los problemas judiciales; en tercer lugar, no hemos analizado
suficientemente las estructuras básicas de la administración de justicia y, menos aún, las relaciones entre
procesos y organizaciones; finalmente, no tenemos claridad sobre la formulación, ejecución y control de las
políticas judiciales. Es claro, pues, que debemos construir casi completamente un método de análisis de lo
judicial, que integre racionalmente estos problemas.

Un tercer nivel de reflexión teórica concierta ya a la ciencia jurídica. Por una parte, las nuevas teorías de la
argumentación y el razonamiento judicial deben y pueden dar cuenta del ambiente institucional en el que se
desarrollan, mediante teorías que asuman el marco institucional de construcción de los discursos jurídicos. En
un segundo plano, el derecho constitucional latinoamericano debe superar una visión ingenua o meramente
descriptiva del problema judicial, generalmente despolitizada. Finalmente el derecho penal y el derecho
procesal deben transitar con mayor fortaleza el camino de la integración conceptual, abandonando barreras
artificiales creadas muchas veces por clasificaciones arbitrarias o insustanciales. Por lo menos una integración
en los niveles del análisis político criminal, de la construcción unitaria del sistema de garantías y de una
dogmática penal que asuma el contexto procesal es posible y abriría nuevas elaboraciones teóricas.

Finalmente, debemos revisar la pedagogía del derecho en diálogo con el proceso de reforma judicial en América
Latina. El modo de enseñar es subsidiario del funcionamiento del sistema judicial aunque muchas veces no lo
hagamos explícito. En definitiva, el análisis y la construcción de casos, la argumentación y la construcción
creativa de soluciones no están presentes en la enseñanza universitaria porque no lo están en los sistemas
judiciales. Sí están presentes la repetición de formas, el conocimiento de trámites y la domesticación de la
imaginación porque así funcionan nuestros sistemas judiciales.

La construcción de la Red y su metodología de permanente intercambio es una propuesta de trabajo colectivo.


No se trata de una nueva institución sino de una práctica de colaboración y conjunción de esfuerzos. La
democratización de la administración de la justicia no es el cambio de un modelo por otro sino el cambio de un
tipo de práctica a otra fundada en valores diferentes. La Red busca ser un espacio de encuentro entre jueces,
profesionales, organizaciones sociales, instituciones académicas y los ciudadanos comunes para asumir como
una tarea común y prioritaria la construcción de un sistema judicial fundado en los principios de la república y
la democracia.

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