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Se disfruta más si se comprende que es un evidente referencia a la tragedia griega, a

Edipo que maya a Layo sin saber que es su padre. (O la madre y la hermana que matan
a Jan sin saber quién es en realidad). La palabra final del viejo criado (como un
moderno Tiresias) hace entender que no hay esperanza en este Universo, que las cosas
sólo pueden suceder de una manera y, lo peor de todo, que nada importa, que todo da lo
mismo; es un Universo carente de sentido moral.

El criado adquiere el papel de ese testigo inmutable, tal vez convertido en el


alter ego del espectador, que contempla la tragedia que se sucede ante sus
ojos.

Los asesinatos siempre son absurdos


"El malentendido" de Albert Camus, en traducción de Mirtha Arlt. Dirección y
dramaturgia: Juan Carlos Gené. Escenografía: Carlos Di Pasquo. Vestuario: Marcelo
Salvioli. Música: Luis María Serra. Actores: Elsa Berenguer, Ingrid Pelicori, Rita
Terranova, Marcelo Naci y Carlos Giordano. Teatro Santa María (Montevideo 842).
No deja de resultar extraño redescubrir en la actualidad un drama de las características
trágicas que encierra "El malentendido", la obra que Albert Camus (1913-1960) estrenó
en el 44, durante la Segunda Guerra Mundial, dos años después de haber publicado "El
extranjero".
La pieza que en la versión local no transcurre en un momento determinado, sólo el
vestuario señala que podría ser a principios del siglo XX, puede leérsela como el
símbolo de la castración de la inocencia. En ella lo que subyace es el relato entre
absurdo y sinsentido de una madre que mata a su hijo "sin darse cuenta", sólo por el
hábito y el oficio de estar entrenada en esos ejercicios tan oscuros de la mente.
¿Qué quiso decir el escritor nacido en Argelia, con esta tragedia contemporánea?, se
dice que hablar de la ética del asesinato, de las libertades individuales y por qué nó de la
demencia que subyace detrás de un poder exacerbado, ya sea de orden político o
familiar. En ello radica su vigencia, medio siglo después de su estreno en París por
María Casares, dirigida por Marcel Herrand, en el Théatre des Mathurins.
"El malentendido" es la historia de una madre y una hija que tienen una vieja posada en
un pueblo olvidado de algún lugar del mundo. Los pasajeros o turistas que allí se
hospedan, irán desapareciendo uno a uno, ya que las dos mujeres tienen la manía de
matar a sus huéspedes para arrebatarles el dinero, cuyo fin será destinado a dejar la casa
y trasladarse a una gran ciudad en la que haya mar.
"El malentendido" al que alude la tragedia, aparece cuando las dos mujeres se dan
cuenta que mataron una al hijo y la otra al hermano, que había abandonado la casa
familiar hace muchos años atrás -por eso no lo reconocieron- y que regresa haciéndose
pasar por un pasajero y de ese modo sorprenderlas.
De una fuerza dramática que emerge como un huracán en escena, por el peso de su
significado, los personajes refieren a arquetipos, en los que la madre se convertirá en
una especie de Medea y la hija en una "hibrys", que embuída de ira divina se debate
entre el deseo y la aniquilación de su propia emocionalidad y sentimientos humanos. El
criado adquiere el papel de ese testigo inmutable, tal vez convertido en el alter ego del
espectador, que contempla la tragedia que se sucede ante sus ojos. Mientras que el hijo
es el ferviente retrato de la inocencia, del hombre limpio y puro, víctima de su destino, o
de las circunstancias en un mundo plagado de violencia. A su vez la mujer de éste es la
única que se redime ante la creencia de un Dios cristiano, ya que si hay un aspecto que
subyace en la producción "camusiana" es su ateísmo.
La dirección de Juan Carlos Gené apeló a un despojamiento fundamental, sólo la "voz"
del drama cobra vigor escénico. Con mínimos detalles Gené diseñó una puesta que se
asemeja a un ritual, a una ceremonia sacrificial en la que una vez muerta la víctima, la
transformación sobrevendrá en forma de justicia para cobrar su necesaria venganza.
Aunque no pareciera haber hecho falta, el director decidió proyectar en escena algunas
frases extractadas de los textos de Camus, como un modo de subrayar el valor narrativo
de la obra. Gené consiguió un trabajo preciso y de acentuada solidez.
Elsa Berenguer en el papel de la madre consigue un delicado equilibrio para dotar a esa
mujer asesina de matices tiernamente humanos. Lo suyo es un sutil entramado de
sentimientos ambiguos. Ingrid Pelicori hace evolucionar a Marta, la hija, hasta las fibras
más potentes de la tragedia y la locura. Hay riesgo y compromiso en las dos actrices.
Marcelo Nacci, el hijo supo delinear muy bien un papel que oscila entre la inocencia, la
alegría y el desconcierto. Rita Terranova hace de María, un personaje que parece
escapado de un obra de Chéjov, al presentir el desenlace fatal. El criado de Carlos
Giordano, el personaje más ingrato de la obra, por su falta de texto, adquiere el valor de
marcar el tiempo sólo con su presencia.
"El malentendido" redescubre el siempre vigente drama del filicidio y lo hace desde un
núcleo familiar que está más allá de las épocas.
Juan Carlos Fontana. Diario La Prensa. 29 de septiembre de 2000

Me pareció lo mismo que "Los Justos", que "La Peste", que "La Caída"; no pudo hacer
sido mejor escrito.
El malentendido se escribió y estrenó en 1944, en Francia y durante la ocupación nazi. Dos años antes, Albert Camus había publicado El
extranjero, una novela con la que esta pieza establece algunas relaciones. El contexto histórico de su alumbramiento era extremadamente
importante y, sin embargo, no aparece directamente en la novela, aunque se encuentra en el trasfondo y en la motivación del experimento
que supone este drama.

Este experimento no es otro que realizar una gradación en la actitud ética del ser humano, de la moral casi plena a la ausencia absoluta de
moral, que no parecía inverosímil en el periodo final de la Segunda Guerra Mundial. Cinco personajes pueblan el escenario de este drama:
una madre y su hija que regentan una pensión, el anciano y silencioso criado que las ayuda, un cliente llamado Jan y su mujer, que no se
hospedará en la pensión pero que aparece al principio y al final del texto. El hecho desencadenante del conflicto ya da una idea del
carácter experimental de la obra, que está por encima de su realismo. Las dueñas de la pensión son unas criminales que de vez en cuando
asesinan a uno de sus clientes para quedarse con su dinero y así subsistir. Piensan hacerlo con Jan sin reconocer en él al hijo y al hermano
que veinte años antes se marchó de casa y que ahora vuelve para ayudarlas económica y afectuosamente. Ahí surge el malentendido que
da título al drama: ellas no saben que Jan es su hijo y él no sabe que piensan matarlo. Esta situación provoca que el desarrollo de la trama
esté lleno de réplicas anfibológicas y que sólo el espectador conozca todos los elementos de la historia. No desvelaremos el desenlace de la
acción, ya lo descubrirá el lector que desee acercarse a este magnífico texto. Lo que sí nos importa es comentar el objetivo y el resultado
del experimento. La reflexión sobre el grado de moral que posee el ser humano es enormemente interesante y ha ocupado, por supuesto, a
los estudiosos de la Ética, pero también a muchos intelectuales y artistas. En el plano real podría considerarse improbable el grado
absoluto de ética y su contrario, la absoluta falta de ética. Pero en el plano de ficción literaria sí se pueden dar ambos extremos y esto es lo
que plantea Camus en El malentendido, en un momento clave para reflexionar sobre ello. Jan y su mujer estarían del lado de la ética. Jan
roza el máximo moral y así se plasma en sus intervenciones. Frente a ellos se encontrarían su hermana y el criado. La hermana de Jan es
una mujer fría en extremo, que no quiere saber nada de sentimientos; pero precisamente por ese empeño, a veces violento, en rechazar
todo sentimiento demuestra que posee un mínimo de ética. Quien curiosamente desconoce por completo en qué consiste la moral es el
criado. Éste tan sólo tiene dos intervenciones, en la última escena –de hecho cierra la obra–, pero definen perfectamente su grado moral:
el cero absoluto. En el experimento de Camus, esta figura que pasa muda por toda la acción y que parece ser la única no protagonista es
fundamental, ya que justifica todo el experimento. Entre las dos posiciones, justo en el centro, se encuentra la madre. Tiene conciencia,
pero también es una criminal como su hija.

Es curioso que Dios aparezca a menudo en los parlamentos de los personajes. La religión no sirve para resolver los problemas de la ética,
aunque durante siglos se haya creído con la exclusividad doctrinaria sobre la materia. Los personajes buenos se encomiendan a Dios, los
malos no, aunque también su ateísmo es relativo. Pero Dios no puede hacer nada para evitar los actos de los hombres, no interviene ni
influye en sus vidas, por lo que el problema ético lo debe resolver el ser humano por sí solo. Este experimento, acertado en cuanto que
suscita la reflexión en el lector/espectador, está construido no obstante sobre una acción dramática que no descuida el entretenimiento.
La trama se desarrolla con fluidez pese a lo abstracto de los diálogos, las reacciones de los personajes dan pie a interpretaciones no
convencionales que permitirán a los actores lucirse lejos de la interpretación naturalista y la intriga que crea el conflicto mantiene al
público expectante y ansioso ante el desenlace. Además, del mismo modo que en El extranjero, hay una presencia estética de la
meteorología. Aquí se contrapone el clima lluvioso y triste de la Europa donde transcurre la acción a la luminosidad de África, de donde
procede Jan y donde se puede llegar a ser feliz. Camus imparte una lección sobre cómo introducir en el teatro asuntos de gran calado y
tratados con profundidad; los mismos asuntos que tratará, poco tiempo después, el teatro del absurdo, aunque en su caso la dificultad
formal, a pesar de tener una justificación histórica y existencial, aleje a sus posibles receptores de pensar con claridad sobre sus tesis.

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