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Cacho’s Super Hunting

Day
Cacho siempre lo paseaba al Abuelo, no con correa, olvide el
fetichismo señora. Aunque el nazi extraterrestre homosexual del
Abuelo hacía alegremente las tareas domesticas,
dicharacheramente Cacho siempre lo mandoneaba. “Abuelo, saca
los forros rotos del techo” o “Abuelo, cambiame los pañales” eran
frase que se escuchaban todos los días en la Torre del Terror. Pero
un día, una carta le llegó al Abuelo. Era de su organización, el
Cotolengo Nazi, y su Dictador Supremo Vitalicio, el nunca bien
ponderado Chopper, le solicitaba que fuera a los cuarteles
generales por unas semanas para ayudar a derrotar a la Mafia de
Supermercados Chinos, ya que su enemigo había destruido el
Santuario de He-Man en Kamchatka, último bastión del mundo
decente y moral. Y así, el Abuelo, luego de vestirse con su uniforme
con la swástica y empacar todo, se despidió de Cacho hasta su
regreso.
-¿Te vas a acordar de tirar la cadena, Cacho, después “de”?
-Sí, sí, andate ya.
-¿Me acompañas?- preguntó el Abuelo-.
-Mira- se quejó Cacho- no me vengas con sentimentalismo,
sino, cinturón de castidad.
-Es que no me sé la dirección- murmuró el Abuelo-.
-¡Corre o te corro yo a balazos!- replicó el grasiento remisero.
Y el Abuelo dirigió la técnica de la liebre-.

Pasaron las semanas y Cacho se aburría como un tacho (que


desorbitante paradoja), ergo, no tuvo mejor idea que comprar un
loro. Pero este no era cualquier loro, no señor, era el Dios
Plumífero, Paco el Flaco, conocedor de la ópera “El Barbero de
Sevilla” y de otras cosas.
-Fígaro, Fígaro, Fígaro- cantaba todo el día Paco-.
-¡Creo que amo a este loro!- elogiaba Cacho, mientras le daba
duro a la cerveza que hizo en el fregadero de la cocina-. ¡Cinzano,
te quiero!
Cierto día (imagínese la borrachera), trabajando, Cacho
llevaba a un maníaco depresivo en su remis.
-Y entonces no sabe lo que me hizo- contaba llorando el
maníaco-.
-Y si no me cuenta- pensó un momento-. No, mejor me dice
otro día.
-Entonces, me mandó a la zona donde vive el Chupacabras…
El remis frenó de repente, haciendo que maníaco depresivo
salga volando por la ventana de adelante. Cacho, por su parte, ni se
movió gracias a su salvavidas de molleja y asado que tenía dentro
del estómago.
-¡Ahora seguro me culpa por eso! ¡Por algo dicen por ahí que
hay que hacer no se que cosa con esa cinta del asiento, tarado!-
gruñó Cacho-. ¡Mire lo que le hizo al vidrio, tragasilbatos!
Luego de este “hecho de la vida cotidiana”, Cacho volvió a la
Torre del Terror para empacar algunas cosas. Envolviendo unas
bombas caseras, muñecos vudú y botellas rotas, Cacho, junto a
Paco el Flaco, se dirigieron a las ruinas volcánicas de Escobar,
lugar donde, se rumoreaba en los círculos de cumbia villera,
habitaba el Chupacabras, el Pokémon Galáctico (¡upa!). Cacho
planeaba matar al sombrío ente para usar su piel para reemplazar
los manteles con olor a mojarrita que tenía.
Cacho fue con su remis a las ruinas volcánicas, donde
abundaban los enormes cráteres volcánicos, los Cash Converters y
los refugios de los ladrones de guante blanco, los de Nintendo.
Cacho, vistiendo su traje ninja (o sea, pedazo de bolsas de basura
pegadas con saliva) y llevando a su ayudante Paco en su hombro,
se armó los dientes con Colgate y, para variar, llevó su viejo rifle, su
mejor compinche después del Dios Plumífero.
Salieron por la noche, hora de cabarets y vacas para el infame
Chupacabras.
-¡Fígaro lá!
-¡Paco, huevón, calláte!
Luego de atravesar numerosos edificios demolidos o
destruidos, Cacho vio el único edificio en condiciones normales, un
pequeño cabaret llamado “Cows’ Sexy Cabaret”.
-¡Qué asco! ¡El pervertido del Chupacabras va a ver gordas
en bolas, qué hijo de puta! Esta bien ver inválidas, ¡pero esto!
-¡Fígaro, Fígaro!
-Tenes razón Paco, ¡vamos a cagarlo a palos!
Cacho entró discretamente para atacar sigilosamente al
Chupacabras por la espalda. En el cabarute de mala muerte había
algunas mesas y sillas que estaban dispuestas alrededor de una
pasarela. El ambiente, como siempre, todo oscuro.
-¿Qué carajo?- exclamó Cacho-. ¿Abuelo?
Efectivamente, esperando a las gordas, estaba el escuadrón
del Cotolengo Nazi del Abuelo, junto a varios eminentes hombres,
como el dinosaurio Danonino.
-¡Danonino y a crecer!
-No me toque-dijo Cacho, medio asustado-. ¿Qué haces acá
Abuelo? ¿Y la Mafia de Supermercados Chinos?
-Bueno, bueno, de vez en cuando hay que descansar las
neuronas- el anciano hizo un gesto para callar a Cacho-. Mira, ya
empieza el show.
De las cortinas emergió algo fuera de la lógica humana (que
siempre cuadra con la argentina), una vaca con bombacha,
caminando en dos patas, cubriéndose las ubres.
-¡Cacho, es de mala educación vomitar!
-¡Pero boludo, esto es un asco! ¡Vos te venís conmigo!
-¿Dónde está mi bastón?- inquirió el abuelo nazi-. ¡Achtung,
pelotón, busquen mi bastón!
Los soldados nazi del Abuelo se dispersaron por todo el
cabaret, medio a lo bruto pero bueno.
-Mientras, esperamos acá Cacho. Toma la venda si no te
gusta el show- le acercó una venda que Cacho se puso al instante-.
-¡Ahora me quede ciego! ¡Sácame esta venda mágica, Abuelo
de…!
-Este…Cacho la venda te cubre los ojos…
-“Ay, miren, soy el Abuelo y soy muy inteligente”- se burló el
grasiento remisero-.
El pelotón nazi volvió después de la inspección. El cabaret,
todo destruido. La vaca, al escabeche.
-Señor, no encontramos el bastón pero hallamos un par de
judíos escondidos en la bodega y les hicimos una lobotomía al
hacerlos ver el “Gran Hermano” parte 28. También encontramos un
mono, ¿lo llevamos a los cuarteles generales para hacer lo de
siempre?
-Afirmativo.
-¿Qué le hacen al mono?- preguntó Cacho-.
-¿Qué mono?- respondió el Abuelo-.
-¡El mono ese que acaban de encontrar, vómito de King Kong!
-¿Sabes lo que te voy a decir?- replicó el Abuelo-.
-Y…no.
-Entonces no estas listo para escucharlo- dijo el Abuelo,
haciendo gala de una inteligencia rudimentaria-.
-¡Me tenes podrido! ¡Desde que lees ese libro de los
derviches, hablas más raro que Federico Klemm, el Ministro de
Economía! ¡Te lo voy a quemar!- exclamó Cacho-.
De repente, sin previo aviso, cayó desde el techo una sombra
infame y odiosa, con un halo sombrío y olor a encierro. Todos
miraron hacia el extraño personaje, excepto Paco que se estaba
acicalando.
-¡Oh no, es Chávez! ¡La Revolución Bolivariana!- se asustó el
Abuelo-.
-¡No, enfermo mental!- gritó Cacho-. ¡Es el infame
Chupacabras, el Pokémon Galáctico!
Era verdad. Allí estaba la peor mezcla de un canguro, un
murciélago, un extraterrestre y un marxista leninista, el
Chupacabras, aliado secreto del ya anciano Pitufo Enrique y
partidario del comunismo norcoreano.
-¡Sí, mis tesoros!- dijo el ente con una aguda voz-. Yo soy el
profeta de Pyongyang, Herby, alias el Chupacabras.
-¡Herby es nombre de forro usado por una morsa epiléptica!-
dijo Cacho, para que se desencadene la violencia sin par. Sacó su
viejo rifle-. ¡Chupa esta mandarina!
Cacho le disparó al Chupacabras o a Herby o a lo que sea.
Pero el Chupacabras no era ningún gil. Había estado haciendo Tae-
Bo con el ahora líder de Paraguay, Billy Blanks, y su agilidad se
había duplicado por la octava potencia del agujero negro.
-¡Mis tesoros, van a tener que hacer algo mejor que eso!
¡Dame tu fuerza, Pyongyang!
El Chupacabras usó su super movimiento (que se hace
apretando, diagonal abajo, adelante, adelante, atrás y apretar los
botones A y B juntos). El Chupacabras se abalanzó velozmente
contra el Abuelo, Cacho, Paco y el pelotón del Cotolengo Nazi.
Hubo un flash, unos gritos y luego silencio.

-Che, Cacho, ¡vos si que sabes armar fiestas!


Cacho se despertó y se encontró tendido en una cama de un
hospital, todo vendado y con tubos por todos lados. El que había
hecho ese comentario era el Abuelo, que tenía las piernas
vendadas y se movían con unas muletas.
-¡Qué fiesta ni que nada!- replicó Cacho-.
-¡Mira Cacho, vinieron todos tus viejos amigos a verte! Dicen
que vos les debes algo.
Cacho lo miró confundido. Rafa se había exiliado por un
tiempo junto a Mario y José, y el Pitufo Enrique estaba en su templo
oculto orando a sus dioses dimensionales. Había otros pero ni se
los acordaba desde que tomaban esas pastillas de colores. La
puerta del lugar se abrió y se allí emergieron cobradores de
impuestos, defensores del medio ambiente, sacerdotes y unos
abogados.
Cacho gritó.
Los visitantes sonrieron.

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