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Virus de la
Inmunodeficiencia
Humana
Historia y Origen de la
Infección
A principio de la década del 80 se describió una nueva
entidad clínica que se conoció como el síndrome de
inmunodeficiencia adquirida (SIDA) (CDC 1982 a). Los
primeros casos se registraron en las ciudades de San
Francisco y Nueva York (EEUU), y se caracterizaban
por presentar infecciones oportunistas, principalmente
neumonía por Pneumocystis carinii o tumores sólidos
como el sarcoma de Kaposi, que en forma
completamente inusual se presentaban en dos grupos
distintos: varones homosexuales y jóvenes adictos a
drogas por vía endovenosa (CDC 1981 a-b; Masur et
al, 1981, Levy et al, 1984). Todos los individuos
afectados presentaban una disfunción progresiva e
irreversible de la inmunidad celular. Más tarde se
sumaron casos de SIDA en hemofílicos,
hemotransfundidos, luego mujeres que eran parejas
de hombres con SIDA y finalmente en niños (CDC,
1982 a-e). Los datos epidemiológicos acumulados
sugerían que un agente infeccioso estaba involucrado
como causante de la inmunodeficiencia y que la
transmisión se producía fundamentalmente por vía
sexual, parenteral y vertical. Durante 1983, tres virus
fueron propuestos como agentes etiológicos del SIDA:
el LAV (lymphoadenopathy associated virus) (Barré-
Sinoussi et al, 1983), el HTLV III (human T
lymphotropic virus type III) (Gallo et al, 1983; Gallo
et al, 1984) y el ARV (AIDS related virus) (Levy et al,
1984). La comparación de las secuencias nucleotídicas
de los distintos aislamientos virales demostró que
pertenecían a un único virus (Guo et al, 1991) que el
Comité Internacional de Taxonomía de Virus denominó
Virus de la Inmunodeficiencia Humana Adquirida
"HIV" (Familia Retroviridae, subfamilia Lentiviridae).
En 1985 en África Occidental se aisló un retrovirus
similar al inicialmente descripto aunque su secuencia
genética difería en aproximadamente un 30% del HIV.
Se lo consideró un tipo diferente y se lo denominó HIV
tipo 2 (HIV-2) (Clavel et al, 1986) para diferenciarlo
del primero, que fue designado HIV tipo 1 (HIV-1).
Epidemiología
Desde la aparición del SIDA, en menos de 10 años, la
infección por el HIV se transformó en una pandemia.
El HIV-1 es el responsable de la diseminación mundial
y en la actualidad constituye uno de los problemas de
salud más serios y preocupantes. El HIV-2 no se ha
diseminado con la velocidad del HIV-1, es endémico
de África central y es el agente causal de una forma
de SIDA más leve que la causada por el HIV-1,
sugiriendo una menor transmisibilidad y
patogenicidad.
Ciclo de replicación
La infección por el HIV comienza cuando la partícula
viral se une a la célula blanco a través de la
interacción de la proteína de envoltura gp 120 y el
receptor celular CD4. El CD4 es una glipoproteína de
superficie que se expresa en una variedad de células
del sistema hematopoyético. Los linfocitos T CD4+
constituyen el blanco principal del HIV ya que
expresan la molécula CD4 en muy alta concentración.
Los monocitos, macrófagos y células dendríticas
también expresan el CD4 en la superficie pero en
menor concentración que los linfocitos T y constituyen
un blanco alternativo en la infección. Luego de la
unión virus-célula, comienza el proceso de fusión de
membranas el cual es facilitado por la glicoproteína de
envoltura gp41 y por las proteínas celulares
recientemente identificadas fusina (CXCR4) y/o CCR5
que participan como correceptores celulares para el
virus (Feng et al, 1996; Alkhatib et al, 1996; Choe et
al,1996; Deng et al, 1996; Dragic et al, 1996; Doranz
et al, 1996). Como resultado de la fusión, el genoma
viral ingresa al citoplasma celular como parte de un
complejo nucleoproteico. En la Figura I.6 se
esquematiza el ciclo de replicación del HIV (Furtado et
al, 1999). En el citoplasma, se inicia el proceso de
transcripción dirigido por la transcriptasa inversa con
la síntesis de la primera cadena de ADN utilizando
como molde el ARN viral. A medida que el ARN se
retrotranscribe es degradado por la ARNasa H
(endonucleasa) y reemplazado por una segunda
cadena de ADN. El resultado final de este proceso es
la obtención de un ADN de doble cadena con
duplicaciones terminales repetitivas (LTR) que no
están presentes en el ARN viral y que se originan
durante el proceso de retrotranscripción del HIV-1. El
siguiente paso en el ciclo, es la incorporación de la
molécula de ADN lineal en un complejo de pre-
integración y la subsiguiente migración al núcleo
celular. Una vez dentro del núcleo, la mayor parte del
ADN viral se circulariza y permanece no integrado
(Sonza et al, 1994), aunque también puede integrarse
en forma precisa dentro del genoma celular
(Burkrinski et al, 1992). El proceso de integración está
mediado por la endonucleasa y la integrasa viral que
utilizan dos repeticiones invertidas de ADN ubicadas
en los extremos de los LTR como sitios de integración.
Por el contrario, con respecto a las secuencias del ADN
del huésped, la integración parecería ser totalmente al
azar. Una característica interesante de la transcripción
inversa y la integración viral, es que son procesos
muy poco eficientes en células quiescentes como los
linfocitos T (Zack et al, 1990). En cambio, los
macrófagos que son células sin división pero no
quiescentes, son totalmente capaces de realizar estos
procesos (Weinberg et al, 1991).
Ciclo de replicación del HIV-1 (Furtado et al, 1999)
Caracteristicas fenotípicas y
genotípicas del HIV
Desde el punto de vista fenotípico, una de las
características del HIV-1 es su gran variabilidad
respecto de las propiedades biológicas como la
capacidad de formar sincicios celulares, el índice de
replicación, y el tropismo celular que podrían
contribuir a las variaciones observadas en el curso
clínico de la infección. De acuerdo al tropismo celular
se divide a las cepas del HIV-1 en dos categorías:
macrófago-trópicas (M-trópicas) y T-trópicas (Cheng-
Mayer et al, 1988; Fenyo et al, 1988; Fauci et al,
1996). Las cepas M-trópicas son las que infectan
macrófagos y linfocitos T primarios pero no son
capaces de inducir la formación de sincios in vitro, o
sea son no inductoras de sincicios celulares (NSI). En
general, las cepas NSI se pueden aislar durante todo
el curso de la infección (Tersmette et al, 1989), en
general son de replicación lenta (Schuitemaker et al,
1991), y son siempre las predominantes en la
infección primaria, por ello se considera que tendrían
un mayor poder de transmisión independientemente
de la vía de contagio (Schuitemaker et al, 1994). Las
cepas T-trópicas infectan linfocitos T primarios y de
líneas celulares T establecidas y son las que inducen
la formación de sincicios celulares (SI) sobre las
células T CD4+ de la línea celular MT-2. Las cepas SI
se aíslan predominantemente en pacientes con una
rápida progresión clínica y en estadios tardíos de la
infección viral (Fenyo et al, 1988). Las variantes T-
trópicas emergerían con el avance de la enfermedad
acelerando la inmunosupresión en el 50% de los
adultos infectados (Schuitmaker et al, 1992; Koot et
al, 1993). En algunos casos el cambio fenotípico NSI--
SI coincide con un rápido aumento en la carga viral
plasmática y disminución en el recuento de linfocitos T
CD4+. También se han identificado algunas cepas que
pueden infectar macrófagos, linfocitos y líneas
celulares T establecidas, son las consideradas dual-
trópicas y son SI.
Transmisión perinatal
La tasa de transmisión del HIV-1 de madre a hijo es
muy alta, variando entre 13-48% (Mok et al, 1987;
Rider et al, 1989), y es la causa primaria de la
infección pediátrica. La infección puede ocurrir en tres
momentos: durante el embarazo, durante el parto o
inmediatamente después del nacimiento generalmente
a través de la leche materna (Neweel & Peckham,
1993; Neweel & Peckham, 1994). Se estima que en
los niños que no recibieron amamantamiento por lo
menos el 65% de las infecciones suceden durante el
nacimiento.
SIDA pediátrico
La infección pediátrica por el HIV-1 ha sido reconocida
desde el inicio de la epidemia (Oleske et al, 1983;
Rubistein et al, 1983). Los primeros casos describían
condiciones inespecíficas como candidiasis,
linfoadenopatía, hepatoesplenomegalia, así como
también infecciones bacterianas y oportunistas
recurrentes. El SIDA en los niños, es una enfermedad
progresiva con un espectro clínico que varía desde
una infección asintomática a una inmunosupresión
profunda. Se diferencia de la enfermedad de los
adultos por presentar un desarrollo más rápido con un
patrón de evolución bimodal (Blanche et al, 1990;
Tovo et al, 1992; European Collaborative Study,
1994). Aproximadamente un cuarto a un tercio de los
niños infectados por transmisión vertical desarrollan
dentro de los dos primeros años de vida una
inmunodeficiencia severa, frecuentemente asociada a
trastornos neurológicos y coinfecciones bacterianas y
virales. El índice de mortalidad en esta población sin
tratamiento antirretroviral es casi del 100% entre los
4-5 años de edad. El resto de los niños (70-75%)
experimentan una progresión de la infección mucho
más lenta, permaneciendo asintomáticos o con
síntomas leves durante varios años (Wilfert et al,
1994). Se ha postulado que la infección durante el
desarrollo uterino cuando el sistema inmune es muy
inmaduro, podría ser la causa de la evolución precoz a
SIDA y correspondería al primer pico del patrón
bimodal. En cambio, los niños que se infectan durante
el parto y/o por la lactancia, con un sistema inmune
mucho más maduro siguen un curso clínico más
parecido al de los adultos y el desarrollo de SIDA de
este grupo representaría el segundo pico de la curva
bimodal (Blanche et al, 1990).