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JOYAS ESPIRITUALES

EL REINO DE LAS HADAS 16- 02-1987


CUANDO JESUS VIENE A TI 21- 01-1987
LA PRUEBA DE ESTEBAN 26-10-1987
CON LA MIRADA PUESTA EN EL CIELO 1-09-1992
SIGUIENDO AL MAESTRO 4-06-1992
EL ESPIRITU CONFUSO 30-06-1992
UNA PEQUEÑA NINFA 2-07-1992

Escrito por:

CLARA EISMAN PATÓN

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El REINO DE LAS HADAS -16-2-1987

La historia que voy a contar es fantástica, extremada-


mente maravillosa. Un día me la contó un hada.
Era una noche de frío invierno, los relámpagos
alumbraban el campo, seguidos del trueno. Llovía como si del
diluvio se tratara, las gotas gordas de agua pegaban con fuerza
en la puerta de mi casa. De pronto oí como llamaban a la puerta,
no presté atención, pues pensé que se trataba del mismo
temporal que estaba haciendo, y fuera el aire que golpeaba la
puerta ¿Quién podría venir por este lugar tan apartado, y la
noche tan oscura? En aquél lugar del campo, era mi casa la
única que había.
De nuevo volvieron a llamar con la palma de la mano.
Me levanté del sillón que estaba junto a la chimenea. El perro,
mi compañero también se puso en pie, y nos dirigimos a la
puerta.
Vivíamos los dos solos en esa casa que mis padres me
dejaron al morir. Mi compañero era viejo, y estaba pesado, era
un San Bernardo, nos hacíamos compañía. Yo era un hombre
solitario de treinta años de edad.
Me paré detrás de la puerta unos instantes ¡Quién podría
ser el valiente que estuviera por aquél monte solitario, y con
noche de tormenta! No lo pensé más y abrí la puerta. Mi
sorpresa fue enorme, al ver que había delante de mí, una
hermosa joven, con una bonita silueta, de cabellos dorados y
brillantes, que les cubría media espalda, de un bonito ondulado.

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Esta joven, no llevaba abrigo, solo un vestido color azul, largo,
cubriéndole los pies, de escote redondo, y mangas largas.
Después de estar unos instantes observándola, la invite a que
entrara, pues debía estar mojada, pero no era así. Ella se quedó
en el umbral de la puerta, mirándome sonriente, con cara de
ángel y de princesa al mismo tiempo. Yo seguía con la puerta
abierta, con la mirada puesta en la de ella, me había quedado
inmovilizado, la garganta la tenía seca, y era posible que la voz
no me saliera. Estaba maravillado, y aterrado de contemplar
tanta belleza.
Entró paulatinamente, sin dejar de observarme. También
la entrada de la casa, y a mi amigo lucero. Cerré la puerta, y me
coloqué a un lado junto a ella, seguidamente reaccioné, y me
apresuré a ofrecerle mi sillón para que se sentara.
- Gracias - Me dijo con una sonrisa.
Lucero se sentó a los pies de ella, no estaba
acostumbrado que viniera nadie. Yo no sabía qué hacer, ¡Me vi
tan poca cosa al lado de aquella belleza! Me estaba preparando
para hablarle, esperaba el momento que de mi garganta saliese la
voz. Me impresionaban sus ojos grandes, y de un azul cielo,
también su piel mate, no había visto jamás una mujer tan
hermosa, y mágica.
Me aclaré la garganta, por ella salió un hilo de voz, y lo
primero que se me ocurrió fue decirle.
- ¿Le hago café? O prefiere caldo caliente.
- Quiero descansar si no le importa - Respondió.
- ¿Viene de muy lejos?
- Depende de cómo se mire - Respondió con la mirada sonriente.
No quise entrar más en detalles, pues, la pregunta que le
hice carecía de valor, puesto, que esa hermosa mujer había
venido sola, y era imposible que pudiese subir el monte, con la
gran pendiente, y el barro que debía haber. Era como si la
hubiesen dejado en la puerta, en un helicóptero.

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Ella esperaba a que yo le ofreciera un dormitorio, y el
único que le podía ofrecer era el mío. La casa era vieja y allí
hacia años que no iba nadie. Las otras dos habitaciones que
había, estaban llenas de trastos viejos, y que yo no hacía servir,
la mejor y la única era la mía. Yo dormiría en el sillón, de todas
las maneras muchas noches me quedaba dormido al calor de la
chimenea y cuando me despertaba, estaba amaneciendo.
Entré en mi dormitorio, y cambié las sabanas de la cama,
puse un poco de orden en la habitación. Al tiempo de salir,
estaba ella esperando en la puerta con la mirada serena y sin
ninguna inquietud. Me puse a un lado para que ella pasara,
cuando estaba a punto de cerrar la puerta, le pregunté.
- ¿Cómo se llama?
- Ondina - Respondió con la voz suave.
Cerró la puerta, y yo me quedé pensando, y repetí por lo
bajo - ¿Ondina? ¡Qué nombre! Jamás lo había oído. Ese nombre
era tan misterioso como ella.
Fui junto a la chimenea, y me senté en el sillón. Lucero
seguía sentado en el mismo sitio, dormía tranquilo, era como si
en casa no hubiese venido nadie.
Me sentía diferente sabiendo que había una hermosa
mujer durmiendo en mi cama. Aún seguía preguntándome -
¿Cómo había llegado en esa noche de tormenta? - Me hubiese
gustado preguntárselo a ella, pero no sé qué fue lo que me
ocurrió al verla, me quedé congelado, y hasta frío yo creo.
Pensaba en ella, una mujer tan bella dormía en mi cama ¿Estaría
soñando?
La noche la pasé durmiendo a ratos, cuando me
despertaba, miraba a la puerta de mi habitación, y detenía la
respiración por si oía algún ruido. Pero toda la casa permanecía
en silencio, sólo se podía oír las chispas que desprendían de los
chopos que estaban ardiendo en la chimenea, y fuera, la lluvia
caer, y también algún trueno ya lejano. No me atrevía a hacer

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ruido, y me limité a reclinar mi cabeza en el respaldo del sillón,
tratando de dormir.
Antes que amaneciera, me había despertado, de hecho,
dormí a ratos, y en uno de estos trocitos que supongo serían de
una hora, tuve un sueño, que al despertarme, me dejó confuso -
Me levantaba del sillón, y me dirigía a la puerta de mi
habitación. Sabía que esa mujer dormía en ella, empujé la
puerta, hasta que se abrió, miré en la cama, estaba vacía, la cama
hecha como yo la había dejado. Miré en el dormitorio buscando
esa deliciosa mujer, y comprobé que allí no estaba. La ventana
del dormitorio estaba abierta, y por ella entraba un color dorado
luminoso - Pensando en este sueño reaccioné al oír la puerta del
dormitorio que se abría, y seguidamente venía hacia donde me
encontraba, la radiante joven, seguía igual que la noche anterior.
Me levanté del sillón, y sin saber qué decirle, le ofrecí un plato
de sopa caliente que hacía por las mañanas, yo pronto la iba a
tomar.
- ¿Quiere acompañarme en el desayuno? - Le pregunté.
- No gracias - Respondió amablemente - ¿Cómo es tu nombre?
- Ángel - Le respondí.
Se fijó en mi amigo y dijo.
- ¿Tu perro Lucero?
- Sí, ¿Cómo lo sabe?
- Anoche lo llamaste así.
Me quedé pensando. Estaba seguro que no lo hice.
Lucero me acompañó hasta la puerta, y seguidamente, se fue a
sentar a los pies de ella.
Volví a insistir para que comiera un plato de sopa. Hacía
frío, y yo sentía aún más de verla a ella vestida con un vestido
azul de raso fino. Esta vez no me lo negó, y en la única mesa
que tenía, y que estaba cerca de la chimenea, deposité dos platos
de sopa humeante, que fuimos comiendo paulatinamente.

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Aún no sabía el porqué de su visita, el porqué estaba allí.
Era muy misterioso lo que me estaba sucediendo. Le quedaba
una cucharada de sopa en el plato. Yo todavía lo tenía a medio
comer, noté que me estaba mirando el contenido de líquido que
quedaba en mi plato, iba a decirme algo, y esperé antes de
llevarme la cuchara a la boca.
- Ángel ¿Me acompañas? - Dijo con una leve sonrisa.
Me puse derecho en el asiento con las manos cruzadas
por la altura de mi estómago.
- ¿Donde quiere que la acompañe? - Le pregunté extrañado y
respetuoso al mismo tiempo.
- He venido para llevarte a que conozcas mi Reino.
Ella me tuteaba, pero yo no podía hacerlo, no me atrevía,
representaba mucho para mí, el respeto que sentía era inmenso,
incluso miedo.
Yo miraba a lucero, estaba tranquilo después de haberse
comido un plato de sopa que le puse, lo estaba reposando con un
dulce sueño.
- A Lucero no lo puedo dejar sólo - Le dije para que olvidara esa
idea.
- No se va a quedar sólo, vendrá con nosotros.
- Lucero es viejo, no puede andar mucho trecho, y menos con
este mal tiempo que está haciendo.
- No vamos a andar - Respondió ella, echando una mirada a los
dos.
Me puse en pie, y eché unos pasos hacia atrás, creo, que
con la intención de salir corriendo, pero algo hacía que no
pudiese, era como si mis pies estuvieran pegados al suelo. Estoy
seguro que no era el miedo que lo hacía, había una fuerza
sobrenatural que impedía me escapara. Ella notó mi miedo. Se
aproximó a mí, me extendió su delicada mano y me dijo con voz
suave.

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- Ángel, dame tu mano, quiero que conozcas mi casa, mi Reino
y todos que lo habitamos.
Yo miraba su mano, que permanecía extendida.
- ¿A qué Reino se está refiriendo? - Le pregunté con voz
trémula.
- Al de las Hadas. Anoche te dije que mi nombre es Ondina, es
lo que soy. No tengas miedo de mí, hace ya tiempo que te
estamos observando, siempre estás sólo con la compañía de tu
amado Lucero. Hoy quiero que conozcas todo mi Reino, pues
para eso he venido.
En esos instantes pasó por mi mente muchas cosas.
Cuando era niño, si que oí decir a otros niños, la existencia de
las Hadas, pero al hacerme mayor, ese criterio desapareció.
Sabía que había libros que hablaban de ellas, y pensaba, que
solo eran fábulas.
- Entonces ¿Usted verdaderamente es una Hada?
- Sí. Y te pido que me tutees, deja esa clase de cortesía para
personas mayores o que no conoces.
- No la conozco a usted, o mejor dicho, no te conozco.
- Si me conoces, en algunos de tus sueños me has visto - Dijo
afirmando.
- No recuerdo ninguno donde estuvieras.
- ¿Te hago recordar uno? - Dijo Ondina cogiendo mi mano.
- Sí, me gustaría saber en qué sueño entraste.
- Uno de ellos eras un niño. Yo estaba en un jardín regando las
flores, te acercaste a mí, cortaste una rosa blanca y me la
ofreciste.
Me quedé pensativo tratando de recordar ese sueño, y al
instante, afirmé, al tiempo que sonreía.
- ¿La joven del sueño eras tú?
- Sí mi querido Ángel. También entré en tus sueños dos veces
más, cuando eras mayor.
Yo tenía una confusión tremenda.

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- La noche que entraste en mi sueño siendo yo un niño, tú eras
igual de joven que ahora, y de eso hace veintitrés años ¿Cómo es
que no has envejecido?
- No envejezco, siempre estoy igual.
- ¿Quieres decir que ahora puede que tengas más de doscientos
años?
- Muchos más de doscientos, mi querido Ángel.
- ¿Muchos más? - Dije abriendo los ojos como platos.
- En las Hadas, la edad no existe - Respondió Ondina al tiempo
que apretaba mi mano.
Mi vista la llevé hasta su mano y la mía, su contacto
delicado me había estremecido. Advertí en su mano larga y fina,
que casi era transparente, de un dorado aterciopelado. Ella
miraba mi expresión de cara sonriendo. Y de nuevo me habló
para decirme.
- ¿Estás preparado para que nos marchemos?
- …Pues… no lo sé - Dije titubeando - Creo que eres tú quien
debes saberlo.
- ¡Adelante, mi querido Ángel, salgamos!

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Le di una orden a Lucero para que se pusiera en pie y


nos siguiera. Cuando estuvo a mi lado nos dirigimos a la salida
de la casa. Al abrir la puerta me llevé una enorme sorpresa.
Delante había esperando un caballo blanco alado, de una
considerable belleza, y entonces fue cuando comprendí, la
manera que Ondina llegó hasta mi casa. Yo estaba maravillado,
tenía delante de mis sorprendidos ojos, un mágico ser, sólo
podía ser que Ondina. El caballo se mantenía en el aire, con las
alas abiertas para echarse a volar con nosotros tres encima.
Ondina hizo una señal con la mano y el caballo blanco se colocó
a nuestra altura para que subiésemos. No creo recordar que
hiciera esfuerzo para subir y colocarme en el lomo del caballo.
Lucero tampoco, cuando me di cuenta, se encontraba sentado
detrás de mí. Ondina iba delante sentada en medio de las alas. El
caballo se elevó cogiendo altura, y volábamos por encima de las
nubes rosadas. El sol nos iba iluminando, y desde esa altura lo
veía azul violeta, me dio la impresión de que íbamos allí, pero
mi sorpresa fue enorme cuando de pronto vi que volábamos por
encima de árboles gigantes, donde las flores crecían en sus
copas, y la tierra no lo era, pues, el fondo afirmaba un dorado
brillante cubierto de las más bellas flores, desprendiendo un
agradable aroma.
El caballo alado se detuvo, posando sus pies en el dorado
suelo, y cuando habíamos bajado de su lomo, volvió a coger
altura y desapareció por encima de los árboles.

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Ondina se encontraba frente a mí, y Lucero a mi lado, en
un paraíso encantado. Me habían quedado muchas preguntas
para hacerle, y antes que conociera otras cosas que me iba a
mostrar le pregunté.
- Hermosa Ondina ¿Sois como los humanos?
- Podríamos serlo si lo quisiéramos, pero prefiero ser Hada que
humano. Las Hadas podemos trasladarnos de un lugar a otro en
un instante. También traspasar las paredes, nos podemos hacer
invisibles siempre que queramos. Podemos ver y oír todo lo que
sucede en la superficie de la tierra, sabemos quien es bueno, y
quien no lo es. Los humanos, no podéis disfrutar de todas estas
cosas que te estoy mencionando, y de muchas más que tenemos
el privilegio de tener. Mi querido Ángel ¿Recuerdas en alguna
ocasión de haber visto dentro de tu casa o fuera un punto dorado
de luz?
- Sí por supuesto, en varias ocasiones ¿Y qué sucede? - Le
pregunté ansioso de saber más.
- Siempre que esto ocurre, es una Hada que está observando a la
persona que la ve. En ese momento hay que pedir un deseo. La
Hada está ahí, para que ese deseo se cumpla.
Me quedé perplejo, sin saber qué decir. Había tenido a lo
largo de mi vida, si no lo recuerdo mal, cuatro o cinco ocasiones
para hacerlo.
- ¿Eras tú las veces que vi esos puntos luminosos?
-En dos ocasiones era yo, y en las otras tres, hermanas mías.
Al oír todo eso que me explico, me sentí ridículo y poca
cosa. Yo un hombre que decía saberlo casi todo, me di cuenta
que en realidad, no sabía nada, era el orgullo de sentirme
humano que me hacía ser así. Y sin saber cómo, me puse a
temblar, no podía dominar mi cuerpo, ante esa hermosa Hada,
que para mi era una bella mujer.
Ondina cogió de nuevo mi mano diciéndome.

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- No tengas miedo, estás aquí porque queremos hacerte un
regalo, el que conozcas nuestro Reino. Eres un hombre bello,
alto, apuesto, de ojos negros y cabellos negros ondulados. Las
Hadas también nos enamoramos.
Me sentí halagado por todo lo bonito que dijo de mí
¿Estaría enamorada? ¿Se habría enamorado de mi? Yo no sabría
amarla ni complacerla, ella era una Hada, un ser fantástico,
sacado de las más bellas fábulas, y yo, un humano, frustrado
como casi todos, y aburrido de la vida y de todo lo que me
rodeaba. No podría ser, estaría refiriéndose a otra cosa que
escapaba a mi entendimiento.
- ¿Este es tu Reino? - Le pregunté, observando todo aquél bello
jardín.
- Parte, luego te mostraré todo lo que es - Respondió Ondina -
¿Oyes a mis hermanas?
Efectivamente, oía risas y cánticos de voces femeninas, y
le pregunté.
- ¿Dónde están? No las veo.
- Están bañándose en el lago, necesito yo también hacerlo, un
baño es lo que necesito.
- ¿Sois muchas?
- Sí, veintidós.
- ¿Y hermanos cuantos sois?
- No sé si los tengo, aquí sólo estamos las Hadas.
- ¿Porqué ríen y cantan? ¿Tan felices sois?
- Saben que hemos llegado, nos están viendo. Se están bañando
en agua perfumadas para venir a recibirte.
- ¿Se están poniendo guapas para mi?
- Exacto.
Ondina se alejó atravesando los arbustos. Me quedé sólo
con Lucero, era consciente de todo lo que me estaba sucediendo.
Me tocaba la cara y decía - No es un sueño, todo esto es real.

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Me llamó la atención un árbol alto y de tronco grueso.
Lo miré de donde crecía hasta la copa, allí había un Hada muy
hermosa, seguro que era hermana de Ondina- Ella me había
visto, sonreía mirándome, también yo le sonreí, e
intercambiamos un juego de miradas. Anduve unos pasos hasta
quedarme cerca de ella. De pronto y sin esperarlo oí una
vocecita que dijo.
- ¡Hola Ángel!
Me quedé otra vez sin voz, me ocurrió lo mismo que con
Ondina, la voz no salía de mi garganta. Hacía esfuerzos por
querer hablar, pero mis labios permanecían pegados ¿Sería yo el
único hombre que estaría allí con tantas Hadas? Y por lo que ya
había advertido y Ondina me dijo, ellas podían hacerse
invisibles, y era posible que estuviese rodeado de muchas de
ellas, y yo no verlas. Al mismo tiempo que pensaba, ella se
trasladó colocándose frente de mí, me quedé atónito observando
su belleza. Sus ojos verdes aceituna, su boca de fresa. Me llamó
la atención un diamante con forma de pepita que colgaba de su
frente. Sus cabellos negros estaban recogidos y repartidos entre
la cabeza y la nuca formando un moño de trenzas. El tocado del
cabello lo adornaban perlas. Me fijé en su atuendo. Un vestido
rojo ceñía su cuerpo, y portaba sobre los hombros una capa
blanca de seda. No quiero decir que fuera más hermosa que
Ondina, las dos eran bellísimas, y todavía no conocía a las
demás hermanas.
De nuevo oí su voz de campanita que me dijo.
- Ángel, todavía no me has saludado.
Hice un gran esfuerzo, y por fin dije.
- No es porque yo no quiera.
- ¿Qué te ocurre? - Preguntó ella.
- No puedo articular palabras cuando me encuentro delante de
una mujer tan bella como tú.

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Había olvidado a Lucero de que estaba allí, mi amigo del
alma lo había olvidado. Y me di cuenta de que estaba, porque
rozó su cuerpo con mi pierna, miré, y mi San Bernardo blanco
tenía la cabeza levantada mirándome. Con mi mano se la
acaricié, agradeciéndole el gesto que tuvo de avisarme, es
posible que se diese cuenta, que me había olvidado de él.
- Quiero que me acompañes - Dijo ella.
No repliqué, puesto que estaba allí para conocer el Reino
de las Hadas, y me limité a seguirla.
Estábamos pasando por entre muchos árboles que
estaban repletos de aves de varios colores, trinaban parecidos a
melodías, y pensé - ¿Será esta la música que tienen las Hadas? -
Pues si era así, no podían envidiar la música que yo conocía.
A la derecha de donde paseábamos, había un lago donde
paseaban cisnes en un agua cristalina. El fondo del lago se podía
ver muchas flores de color fucsia que resplandecían por la
superficie del agua.
Yo iba al lado de aquella hermosa mujer, que me
conducía, no sé donde. Era la primera vez que me sentía feliz
como jamás lo fui. Llegamos a un hermoso lugar. Frente a
nosotros había una entrada sin puerta. Salía mucha luz de su
interior, una luz blanca brillante, que si la miraba fijamente me
hacía daño a los ojos. Al llegar a esa entrada, el Hada posó su
mano izquierda sobre la cabeza de Lucero, y dirigiéndose a mí,
me dijo extendiéndome su mano derecha.
- Coge mi mano.
Hice lo que me dijo, y mientras que traspasábamos la
entrada luminosa, la sensación que sentí, era de bienestar, de
sentirme cerca del cielo. Íbamos andando por un camino de luz,
de la misma luz que había en la entrada. Y según íbamos
avanzando, la luz se hacía más grande. No sé el tiempo que
estuvimos andando. Llegamos a una gran explanada donde se
alzaban columnas blancas de mármol. En medio había una

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fuente que emanaba agua cristalina. Me hubiese gustado tener
muchos ojos para ver toda la belleza que había.
Alrededor de la fuente, se trasladaban volando seres
diminutos, que, aunque fueran muy pequeños se perfilaban bien,
los ojos, la nariz y la boca, de labios color amapola. Las alas,
eran largas y finas. Los vestidos de un azul cielo, y de rosa
malva. Volaban por entre las columnas, por encima de la fuente,
y alrededor. Llevaban un cántico de voces celestiales, que mis
oídos agradecían.
La hermana de Ondina me miró y me dijo.
- Ahora no te sorprendas por lo que vas a ver.
Aunque ella me había advertido, yo me preparé para lo
que viniera. Frente a donde estábamos se divisaba un gran
jardín, y cuando estábamos cerca, mi sorpresa fue ver a personas
como yo, había hombres, mujeres y niños. Al verlos, me detuve.
La hermana de Ondina que seguía con mi mano cogida, me dijo.
- No te sorprendas de descubrir personas como tu. Ellos pueden
ver a las Hadas, al igual que tu, esa es la razón de que estéis
aquí.
Aún sorprendido y sin dejar de mirarlos, pregunté.
- ¿Viven aquí?
- No, ellos tienen sus casas como la tienes tú. Hacen sus vidas, y
trabajan cinco días a la semana. Ellos al igual que tú, podéis ver
traspasando vuestras mentes, cosas que a las demás personas les
son difíciles. A parte de poder vernos también nos podéis oír,
captáis a veces nuestras conversaciones. Al principio no sabéis
de donde proceden, hasta que nosotras os lo hacemos descubrir.
A menudo era eso lo que me ocurría, pensaba que las
conversaciones que oía, eran fruto de mi soledad. En esos
instantes estaba descubriendo que lo que oía era cierto, no me
estaba volviendo loco. Y se lo comuniqué a la hermana de
Ondina.

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- Estaba a punto de haber ido al médico, para que mirara que
había dentro de mis oídos.
´ íbamos avanzando, quedaba poco trecho hasta llegar
donde se encontraban toda aquella gente.
Cuando ellos advirtieron mi llegada, el Hada madrina me
llevaba cogido de la mano, vinieron a nuestro encuentro, sabían
que yo era nuevo allí, me saludaron, y también a Lucero, les
hacía gracia verlo conmigo.
Se acercaron dos Hadas más, eran bellas como el sol
radiante. Portaban en la mano izquierda una cestita, y dentro,
pétalos de flores, que iban echando sobre nosotros los humanos.
Era agradable sentir el perfume de aquellas flores.
Luego llegaron quince bellas jóvenes, que también eran
Hadas, y hermanas de Ondina. Ellas traían collares de flores, y
nos las iban colocando, a cada una de las personas que
estábamos. Seguidamente se acercaron dos Hadas más, que
tocaban instrumentos musicales. Una el arpa y la otra, la flauta
dulce. Era música deliciosa y agradable para el oído.
En una mesa larga vestida con mantel blanco, había
copas de plata que contenían un líquido sabroso. En bandejas de
plata había pasteles de diferentes clases. Comí uno. Estaba
delicioso. Lucero también los probó, le gustaron mucho. Estaban
hechos por las manos mágicas de los seres más extraordinarios
como son las Hadas.
Habían llegado más Hadas. Ondina me había comentado
que eran veintidós hermanas, pero estoy seguro que eran muchas
más que vivían en el mismo Reino, aunque no fueran hermanas.
Desde luego, todas eran bellísimas. Unas eran de cabellos
negros, y otros dorados. Sin contar con las otras que eran
diminutas, y que se desplazaban volando.
La música había cambiado de ritmo para bailar. Iban
llegando más Hadas, y se iban incorporando al baile. Movían
con gracia los brazos y las caderas. Estaban haciendo que

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pasáramos los humanos un momento feliz. Las Hadas que
bailaban nos sacaban a bailar a los presentes que estábamos allí.
Yo no había bailado jamás en la vida, y no sabía cómo hacerlo,
esto del baile no se me daba bien. Pero la hermosa joven con
quien bailaba, me mostró cómo eran los pasos para llevar el
ritmo, lo aprendí pronto.
En el momento que bailaba con ella, vino a mi mente - Si
yo la llevara de mi brazo y la presentara como esposa a la gente
que conozco, sería envidiado por todos los que me conocen.
Eran Hadas, y también mujeres, demasiado para un
hombre. Por lo hermosas y bellas que eran, tendría que estar
peleándome con los demás hombres.
Después de haber bailado con la joven Hada, fui a
reunirme con las demás personas, necesitaba hablar con ellos, y
conocernos.
Me aproximé a una pareja joven, y les pregunté.
- ¿Hace tiempo que os traen aquí?
- Sí.
- ¿Cuántas veces habéis venido?
- Venimos cuando una Hada viene a buscarnos. Las veces no las
hemos contado, son muchas.
- ¿Muchas? - Le pregunté extrañado - Sois jóvenes, y por la
edad que tenéis, no puede haber sido muchas.
- El Hada Ondina empezó a ir a buscarnos para venir aquí,
cuando éramos niños - Dijo ella.
- ¿Qué edad teníais?
- Mi amigo ocho años, y yo siete.
- ¿Lo sabían vuestros padres?
- Se lo decíamos, pero no nos creían, decían, que todas esas
clases de historias de Hadas, nos las inventamos los niños.
- ¡Ya! ¿Y cuando faltabais un día de vuestras casas que decían
vuestros padres?

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- Nos hacían preguntas, qué a donde habíamos estado, qué
habían pasado mucho miedo por nosotros.
- ¿Todavía no lo creen? - Les pregunté.
- No, siguen diciendo que es nuestra mente que lo hace, y que
tengamos cuidado.
- ¿Cuidado de qué? - Le pregunté extrañado.
- De que no sea una enfermedad, y más tarde, no tenga remedio.
Siempre dicen que tenemos que ir a un buen médico.
Les hice una pregunta porque quise salir de dudas.
- ¿Sabéis en qué lugar de la tierra nos encontramos?
- No - Respondió la joven.
Quería saber donde estábamos. Me traslade a otro grupo
de gente, y les hice la misma pregunta. Nadie sabía
responderme. Todos íbamos o nos llevaban del mismo modo,
pero era agradable, conocer un Edén que pensaba no existía.
El Hada madrina iba y venía sonriendo a los presentes
que nos encontrábamos allí, haciendo todo lo posible, para que
nuestra estancia fuera agradable. Feliz desde luego era, jamás lo
había sido tanto, y me daba igual que todo eso que estaba
viviendo fuera un sueño.
El Hada madrina se aproximó a mí, y como siempre
sonriente. Tenía que salir de dudas nadie mejor que ella podría
decirme si es que podía, en qué lugar nos encontrábamos.
- ¿Eres feliz mi querido Ángel? - Me preguntó.
- Mucho - Le respondí - Tengo una duda.
- ¿Cuál? - Preguntó interesándose.
- ¿En qué lugar de la tierra estamos?
- ¡Ah! Era eso. No estamos en la superficie de la tierra, sino en
el centro. Todo lo que has visto, y lo que verás, es el centro de la
tierra.
- ¿Hay todavía más para descubrir?
- Para ti sí, Ángel.
- Pues me gustaría conocerlo.

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- Lo conocerás.
- ¿Este es otro mundo?
- Exacto, mi querido Ángel. Estamos climatizadas a él, las
Hadas no podríamos sobrevivir en la superficie de la tierra por
mucho tiempo.
- ¿Cuál es el clima de las Hadas?
- Es difícil de explicártelo y que lo entiendas. El clima de aquí,
nació con nosotras. Tampoco los humanos podríais vivir en este
por mucho tiempo. Cada ser ha nacido con el fluido que le
pertenece para que pueda vivir. Las Hadas nos desintegraríamos
si estuviésemos mucho tiempo en la superficie de la tierra.
Como tampoco los humanos podríais estar aquí por mucho
tiempo. Te voy a poner un ejemplo. Si se retira a un pez del
agua, tiene poco tiempo para seguir viviendo.
- ¿Tratas de decirme que existen varios paraísos?
- Muchos paraísos, mí querido Ángel. Tantos, como estrellas
hay en el cielo. Cada una es un Paraíso.
Todo esto era demasiado para mi pequeña mente, yo
podía abarcar cosas pequeñas, cotidianas, pero no tanta
grandeza. Eso se quedaba para mentes privilegiadas, como las
de las Hadas, y también de otros seres que yo desconocía.
Quería saber más y más, pero no sabía si en el poco tiempo que
me dejarían estar allí, conocería todo lo que yo hubiese querido.
Y le pregunté.
- Cuando me llevéis a la superficie de la tierra ¿Puedo contar
todo lo que he visto, a los demás humanos?
- Por supuesto, es por eso que sólo a unos pocos humanos,
hacemos de que vengan. De esa manera se van creando más
mundos y paraísos.
- ¿Quieres decirme que cada vez que se diga como sois, se está
creando otras especies?
- Lo has comprendido mi querido Ángel.

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En esos instantes pensaba - Cuando volviera a la
superficie de la tierra, conocería a mucha gente. Me iría de la
casa donde vivía en soledad, para vivir en la ciudad. Volvería a
mi antiguo trabajo, el de carpintero.
Iba a casas a reparar puertas, muebles, y ventanas. Esa
sería la manera de estar en contacto con las demás personas. La
casa antigua de mis padres, la dejaría para irme de vez en
cuando en retiro, el silencio me gustaba, y el contacto con la
naturaleza también.
Volví a preguntarle.
- Las aguas que he visto en los lagos, y en las que las Hadas os
bañáis ¿Son distintas a las nuestras?
- Por supuesto, están climatizadas a nuestro organismo. No
podríamos bañarnos en las vuestras por mucho tiempo. Voy a
contarte una anécdota.
Habíamos salido a la superficie cuatro hermanas, y
deseábamos bañarnos en un río. Era profundo, donde el agua
fluía clara y cristalina. No pusimos el impedimento que nos
vieran… No lejos de allí había un leñador cortando ramas de un
árbol medio secas. Las cuatro hermanas éramos felices,
bañándonos, y jugando con el agua. Nuestras risas se podían oír
algo lejos, llamando la atención del pobre leñador. Este, se iba
acercando al río, con los ojos brillantes de amor. Nos habíamos
despojado de nuestras vestiduras. Y las habíamos dejado encima
de unos matorrales. Este pobre leñador venía a paso ligero
frotándose las manos, y para que todo le saliera como lo había
pensado, no se le ocurrió otra cosa que coger nuestros vestidos,
y con los atuendos en las manos, nos decía - ¡Venir a mí
preciosas mías! ¿Queréis vuestros vestidos? Pues, salir del agua
y os lo daré. Una de mis hermanas dijo. ¿Le damos un
escarmiento? Al instante nos hicimos invisibles, y con la rapidez
del rayo, salimos del río, nos acercamos al pobre leñador, y cada
una le arrebató su vestido. Este pobre hombre se quedó

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paralizado, viendo como los vestidos desaparecían de sus rudas
manos. Miraba por los alrededores buscando el porqué de todo
eso. Se fue alejando del río, sin dejar de volver la vista atrás.
Volvió al árbol, y siguió cortando leña, pero con recelo seguía
mirando por los alrededores. Este hombre cuando contara este
hecho, seguro que no lo creerían.
Tenía mucha gracia el Hada madrina, era divertida, con
el carácter de una niña pequeña. Su risa también se le parecía.
Qué lástima que no fuera humana. Sabía que no podía, pero me
estaba enamorando de ella, y en esos instantes luché contra mis
sentimientos, no podía darles rienda suelta. Era hermosa como
una flor recién abierta.
Se acercaron tres Hadas, bellas como la mañana. Reían y
jugaban, eran como niñas. Quizá es por eso que son Hadas.
El Hada madrina les preguntó.
- ¿Qué queréis?
- Nos lo vamos a llevar para que conozca otro lugar, le queda
poco tiempo de estar aquí - Respondió una.
El Hada madrina les concedió el permiso.
Dos de las Hadas, me cogieron por la mano, la otra, iba
delante como si mostrara el camino.
Salimos por una galería ancha y larga, al pasarla,
llegamos a un túnel iluminado. Al pasarlo, nos encontramos con
un lago. El Hada que iba a mi derecha, me dijo.
- Vamos a entrar dentro del lago.
- Apenas sé nadar - Le comuniqué.
- No importa - Respondió - Estamos contigo.
Íbamos andando, al entrar en el lago, y hasta que los pies
no tocaron suelo. De pronto me encontré en el fondo del lago.
La primera de las Hadas iba haciendo camino, y las otras dos,
me llevaban. Cerré los ojos por la sensación que sentía, no era
miedo.
Una de las Hadas me dijo.

20
- Abre los ojos, y mira lo que hay frente a ti.
Al decirme eso, me acordé de Lucero, recuerdo que
venía a mi lado antes de entrar en el lago, y después lo olvidé.
Rápidamente me tranquilicé al sentirlo que rozaba mi pierna. Lo
miré, y la velocidad que llevaba, era igual que la nuestra. Era
como si una corriente nos arrastrara, sin que pudiésemos hacer
nada para evitarlo.
Hice lo que el Hada me dijo, mirar en la dirección que
me había indicado. La luz que había me cegaba, y no podía ver
con exactitud qué era. Y según íbamos bajando mirando más al
fondo, me maravillé de ver tanta belleza, tanto encanto. Era un
castillo blanco, iluminado con reflejos rojos. El Hada me dijo.
- Vamos allí.
En mi mente no podía caber, que un castillo estuviera en
el fondo del lago, y pensé - Debe estar por dentro cubierto de
agua. Cuando íbamos acercándonos, comprobé, que el agua no
llegaba.
Entramos por una puerta grande, yo diría que era de oro,
pero no me atrevo a confirmarlo. Al traspasar el umbral, la
puerta se cerró. Las Hadas conocían bien el Castillo por dentro.
Mis ojos no paraban de observar en todas direcciones, lo
que sucedía. El ir i venir de pequeños seres que se desplazaban
volando de norte a sur, y de este a oeste. Los había de diferentes
formas, pero todos, de una gran belleza.
También había hombres, guapos, guapísimos, que
pertenecían a la raza de las Hadas, eran Hados. Subimos por
unas escaleras anchas, de mármol color rosa. El Hada que
conducía se paró delante de una puerta dorada, y con la mano la
abrió. Hizo una señal para que entráramos. Se trataba de una
alcoba lujosamente decorada y con buen gusto. Sobre un sofá de
un bonito estilo, se hallaba una pareja, masculino y femenino.
Los dos sobresalían de ternura, belleza y amor. El varón era de
una musculatura bien proporcionada, alto y esbelto. De cabellos

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negros, largos, y ondulados. Sus ojos brillaban como el
azabache. Ella, de una hermosura que un pintor le sería difícil
pintar, una mujer tan perfecta.
Sus cabellos largos de un dorado luminoso, de ojos
verdes como el mar. Boca grande, labios carnosos y rojos como
la amapola. Jamás podría olvidar tanta belleza, tanta gracia en la
pareja que se amaban, con los cuerpos desnudos.
El Hada que me iba informando de todo, me dijo sin
perder la sonrisa.
- Ellos son nuestros padres. Las Hadas que has conocido, de las
más grandes a las más pequeñas, hemos nacido de ellos. Su
trabajo es procrear, para que los Reinos de las Hadas sean cada
vez más grandes.
Yo iba de sorpresa en sorpresa ¿Qué edad deberían
tener? Como no lo sabía lo pregunté a la Hada que me iba
informando.
- ¿Ellos no envejecen?
- No, todos estamos siempre igual. Nuestras células se están
siempre regenerando. Cuando mueren unas, nacen otras.
- Nosotros los humanos envejecemos, porque nuestras células
mueren.
- Así es, mi querido Ángel. Llegará un día, que no morirán
vuestras células, y tendréis una vida larga siendo jóvenes.
El Hada guía, quiso que conociera todo el Castillo.
Desde las torres altas, se veía el final de todos esos Reinos.
Desde las torres vigilaban todo.
No sé el tiempo que estuvimos en el castillo. No me
importaba haberme quedado a vivir para siempre, pero sabía que
eso no podía ser, porque no tenía los fluidos de las Hadas, era
humano, un mortal.
Hicimos el regreso, al llegar al reino de las Hadas, las
personas que había, ya no estaban, pregunté por ellos al Hada
que me informaba y me respondió.

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- Los han acompañado a la superficie de la tierra. Todos tienen
vidas activas, y se tienen que incorporar a sus trabajos.
- ¿Puedo quedarme algún tiempo aquí? - Le pregunté, pues, mis
deseos eran los de quedarme con ellas.
- Algo más, mi querido Ángel, pero no mucho.
- ¿Por qué?
- Por la razón de ser humano, no eres lo suficientemente fuerte
para combatir contra el enemigo.
- ¿Con el enemigo dices? ¿Contra qué?
- Contra todo lo que a nosotras las Hadas se refiere.
- ¿Qué buscan?
- Buscan nuestra sensibilidad, nuestra belleza, nuestra magia,
nuestro encanto, y nuestra sabiduría. Ellos, nada de esto poseen.
Después de oír esto me quedé pensando, y le respondí.
- Es igual que lo que ocurre en la tierra. Tenemos que luchar
contra el mal, porque de lo contrario nos destruirían.
- Es cierto mi querido Ángel, pero nuestras luchas son más
fuertes que las vuestras.
- Contra los que lucháis ¿Son también bellos?
- No, ellos son feos, sus rostros son horribles, al igual que sus
cuerpos. Las hembras nos tienen envidia, porque somos
hermosas, y ellas no lo son.
- ¿Ellas tienen poder al igual que vosotras las Hadas?
- Sí, también lo tienen, pero ese poder lo utilizan, para hacer el
mal. La misión de ellos es, hacer daño, el máximo, por donde
pasan.
Estaba perplejo, y le dije.
- ¡No lo entiendo! Vosotras tenéis el bien de vuestra parte
¿Cómo es que pueden combatiros?
- No he dicho que puedan con nosotras. Lo que ocurre, es que
nos cogen desprevenidas, y no nos dejan tiempo a que nos
defendamos. Y siempre que ocurre, se llevan a una de mis

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hermanas. Hace tiempo éramos muchas, y ahora sólo quedamos
veintidós.
- ¿Para qué se las llevan? ¿Qué hacen con ellas?
- Con la belleza de una de nosotras, pueden transformar a varias
hembras de ellos.
- ¿De qué manera?
- Tienen métodos eficaces. Desintegran el Hada que se llevan de
aquí, no antes de haberle extraído toda la sustancia,
integrándosela a las hembras de ellos. Desean que sean bellas
como nosotras.
- ¿Consiguen que sean bellas sus hembras?
- No, mi querido Ángel. Cuando cogen la sustancia de una de
mis hermanas, no se parecen en nada. Incluso son feas, yo diría,
más feas que antes. Los ojos se les agrandan, pero la mirada es
perversa. La boca se les transforma en curvas horribles. De por
sí, son feas porque sus acciones no son buenas. Tienen mucha
maldad, y pasan el tiempo pensando, qué fechoría pueden hacer.
Ellos, necesitan tener esclavos, y de hecho, los animales que
tienen lo son. Los someten a toda clase de trabajos, los
maltratan, y les pegan.
Estaba indignado de oír todo eso ¡Eran demonios!
- ¿Cómo es que sabes todo esto? - Le pregunté al Hada que me
informaba.
- He viajado al Reino de ellos varias veces, tratando de encontrar
a mis hermanas.
El Hada posó su mano derecha en mi hombro, y después
de sonreírme me dijo.
- Ángel, eres bueno. Tu intención es de ayudarnos, luchando con
nosotras, no tienes que olvidar que eres humano, y tus fuerzas
son limitadas. Estos seres de los que te hablo, sólo con mirarte,
se apoderan de tu alma.

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Miraba al Hada madrina, y pensé - No tendría que estar
permitido que el mal viniese a robarles hermosas Hadas. Eran
bondadosas, y siempre estaban alegres, y cantando.
Pensé unos instantes en la pregunta que le iba a hacer, y
me decidí.
- ¿Pensáis aquí en Dios?
El Hada me echó una sonrisa.
- Pues, claro. El creador tiene igualmente muchas luchas con ese
pobre reino. Las batallas son continuas. Pero como ellos no
luchan limpios, así estaremos, hasta que el bien venza al mal.
Después ya seremos libres, y los humanos también.
- Siento mucho que tenga que ser de esta manera, y también por
todo lo que las Hadas tenéis que pasar ¡Y yo que pensaba al
llegar aquí, y veros lo felices que sois, que todo era felicidad
para vosotras!
- Somos felices, no lo olvides, pero también es verdad, que esa
felicidad la tenemos que ganar, luchando contra el adversario.
Cada batalla que tenemos, subimos un grado más, ahora, nuestra
escala está más alta que la de ellos.
Advertí que el Pegaso, el caballo blanco alado se había
posado en el suelo de aquél inmenso jardín. Comprendí que el
momento había llegado para que regresara con mi amigo lucero,
a la superficie de la tierra.
Intercambiamos sonrisa entre el Hada madrina y yo. Le
confirmé mi deseo.
- No quiero que me olvidéis, y cuando lo veáis necesario vengáis
a buscarme.
- Desde luego, mi querido Ángel. También entraremos en tus
sueños, y podrás vernos, nos podrás seguir, y ver cómo estamos.
Esa es una de las maneras de que estés con nosotras.
El Hada madrina se acercó más a mí, y en señal de
despedida puso su mejilla junto a la mía. Noté, un contacto
agradable, que lo recordaré toda mi vida.

25
Lucero se encontraba a mi lado, esperando el traslado.
El Hada que nos había llevado hasta allí, estaba
esperando subida en el caballo alado. Con mucha nostalgia me
despedí de las Hadas que miraban mi regreso a la superficie de
la tierra. Subimos Lucero y yo al Pegaso. Y con la rapidez del
relámpago, se elevó, y echo a volar.
Habíamos llegado a la puerta de mi casa. El Hada sin
descender del caballo, me echó una sonrisa y me dijo.
- Mi querido amigo Ángel, que Dios te bendiga.
Noté que por mis mejillas resbalaban lágrimas. Agité la
mano para decirle adiós, a esa hermosa joven, el Hada que
conducía a los humanos, a su paraíso o su Reino, para que
después, lo escribiéramos, y lo divulgáramos. No puede
quedarse oculto, sin que se sepa, que las Hadas existen, y el
Reino de ellas también.
Entré con Lucero en mi casa, todo seguía igual que lo
había dejado. Volví a salir, se me había olvidado decirle algo al
Hada, pero ya no estaba. Oí su dulce voz que me decía.
- Sé lo que querías decirme. No te preocupes, también yo estaré
pensando en ti.
Ciertamente era eso que, quería decirle.
Han pasado seis meses de esta aventura, y cada día que
pasa espero la llegada de una de esas Hadas, para que me lleven
otra vez a su Reino.
Mi residencia la trasladé a la ciudad, y trabajo en lo que
sé. Por las mañanas en la carpintería, y por las tardes, voy a
casas, Hoteles y Restaurantes, para hacer los arreglos que me
piden. El contacto con el exterior es continuo, pero los fines de
semana, y los días de fiesta, lucero y yo nos vamos a la casa que
tengo en el monte. Esperando, siempre esperando que Ondina
venga para llevarnos al Reino de las Hadas.

26
CLARA EISMAN

CUANDO JESÚS VIENE A TI - 21-1-1987

Era un día de mucho calor, el mes de septiembre. Salí de


mi casa, y me dirigí al pequeño huerto que habíamos cultivado
entre mi marido y yo. Mi hijo también nos ayudó en lo que
pudo, tenía doce años, e iba al colegio.
Cuando yo iba al huerto, y hacia sol como ese día, me
preparaba la cabeza cubriéndola con un pañuelo, el calor hacía,
que me doliera.
Era alrededor de la una del mediodía, y me disponía a
coger lo suficiente para hacer una ensalada. Mi marido llegaría
pronto, y quería ver, la comida en la mesa. Mi hijo, no tardaría
tampoco en llegar.
Al levantar la cabeza y ponerme derecha después de
haber estado arrancando una lechuga y dos tomates. Me llamó la
atención, un joven, que me miraba, y que se encontraba al otro
lado del huerto. Iba a su lado un perro callejero. Era la primera
vez que veía a este joven, me chocó, su manera de vestir.
Pantalón blanco y ancho, de tela fina, casi transparente, un
blusón también ancho, de la misma calidad. Calzaba sandalias
marrones de correillas. Hacia catorce años que vivíamos en esta
casa, desde el primer día que me casé, y jamás lo había visto

27
antes. Aunque estaba a una distancia de mi, apercibí su mirada
como a diez centímetros de la mía. Sus ojos negros, entraron en
los míos. Sus manos de una tez morena, sentía cómo acariciaban
las mías. Sus cabellos negros, largos y ondulados, acariciaba mi
rostro. Sentí cómo me atraía hacia él, siguiendo a una larga
distancia. Sentía su respiración cerca de mi pecho. Su semblante
era agradable, y su sonrisa encantadora. Su mirada, enamorada.
Aparentaba entre veinticinco, y veintisiete años.
Como no cesaba de mirarme, pensé, que quería
preguntarme algo, y fui yo quien me aproximé a él. Según me
iba acercando, sonrió. Y cuando estuve cerca, le pregunté con
mi mirada puesta en la suya.
- ¿Quieres algo?
Esperó unos instantes, y sin dejar de mirarme preguntó.
- ¿Cómo te llamas?
Su voz era aterciopelada, entró en mí, dejándome paz.
- Emiliana - Le respondí.
- Tienes un nombre bonito, tan bello como tú.
Creí que se estaba burlando de mí. Yo no tenía un rostro
bello, soy una mujer corriente, y no solía usar ninguna clase de
maquillaje, me arreglaba lo justo. Sólo salía de casa para ir al
pueblo a hacer las compras. Trabajaba todo el día, en la casa y
en el huerto. Y había pasado de los cuarenta años.
- ¿Necesitas algo? - Le volví a preguntar.
Entonces me respondió.
- ¿Puedes darme algo para comer?
No tenía aspecto de pasar hambre.
- Sí claro, voy a traerte lo que encuentre - Le respondí dando la
vuelta para entrar en mi casa.
Cogí lo que tenía a mano, un trozo de pan, queso y una
manzana. Lo deposité todo en un plato, y se lo llevé. El joven
cogió el plato, manteniendo una sonrisa de agradecimiento.

28
Me quedé delante, quería ver cómo lo comía. Repartió el
contenido del plato con su perro, incluso, el animal comió la
mayor parte. Pensé, que tendría más hambre, pues lo que le
había dado no era suficiente para él, y su perro.
- ¿Quieres que te traiga más? - Le pregunté.
- No gracias, ya he comido - Respondió
De pronto me acordé, de la comida que había dejado en
el fuego, y haciéndole un gesto con la mano de que ya volvía,
me dirigí a mi casa, aparté del fuego el estofado de carne que se
estaba haciendo. Sólo pasaron diez minutos de volver de nuevo
al huerto. El joven ya no estaba. Mi desilusión era grande,
miraba por los alrededores para encontrarlo, pero todo fue en
vano, se había ido. En el suelo había dejado el plato vacío,
aunque contenían algunas migas de pan. Lo recogí, y con el
plato en la mano, me aproximé a dos casas que lindaban con la
mía. Dos vecinas que estaban mirando, al llegar a ellas les
pregunté.
- ¿Habéis visto a un joven con un perro?
Ellas se miraron, y seguidamente respondió una.
- No hemos visto a ningún joven ¿Por qué lo preguntas?
- Perdonar por la pregunta, es que me había parecido haber visto
un joven con un perro - Dije para disimular.
Regresé a mi casa, ellas continuaron con la conversación
que tenían. Me dispuse a preparar la mesa, sin dejar de pensar en
el joven. Era raro lo que me estaba sucediendo. Llegué a dudar
que, había podido ser un lapsus que había tenido, y ahora no
estaba segura de que ese joven existiera. Pero había algo que
me hacía ver la verdad, y esa verdad estaba en el plato que aún
no había lavado, y que contenía las migajas de pan. Recordaba
su rostro, su cuerpo, yo no me lo había imaginado, había sido
verdad que había hablado con él.
La puerta se abrió, era mi hijo que venía a comer.
Después se iría al colegio. Llegó como siempre corriendo, y

29
dándome un beso. Entró en el lavabo, y se estuvo lavando las
manos. Volvió a la mesa y se sentó para comer. Mientras que
estaba comiendo, sólo hacía que mirarme. Nunca lo hacía con
tanta intensidad como ese día, y al fin me comentó.
- Mamá, te encuentro algo extraña ¿Te ocurre algo?
- No me pasa nada hijo, estoy bien ¿Por qué lo preguntas?
- Me da la impresión que estás triste.
- No Daniel estoy bien.
Dejó el tenedor dentro del plato, hizo una pausa, y poco
después me dijo.
- Mamá, ya sabes que puedes confiar en mí, si te ocurre algo me
lo dices.
Le cogí la cabeza con mis manos, al tiempo que besaba
su mejilla.
- Sé que puedo confiar en ti - Dije depositando un beso en la otra
mejilla - Eres mi mejor tesoro, quiero que estés tranquilo, no va
a pasar nada.
Acabó de comer y se dispuso a leer un tebeo, siempre lo
hacía antes de volver al colegio.
Mi marido no tardó en llegar, venía dispuesto a comer
rápido cómo de costumbre. Deposité dos platos con el guisado
que había hecho, y juntos comimos.
Mi hijo dejó a un lado el tebeo, nos dio un beso a su
padre y a mí, y se marchó al colegio.
Mi marido no tardo en marcharse también.
Me quedé sola, pensando en el joven. Estaba fregando
los platos. Miré por la ventana de la cocina, que daba al huerto.
Se podía ver, el lugar donde lo vi. Sólo hacía que mirar, y pensar
en él. Dejó algo dentro de mí, que yo en aquellos momentos, no
comprendí que era.
A la mañana siguiente, mi marido me comentó que me
había pasado toda la noche soñando y hablando, pero que no
llegó a entender bien qué decía. Y me preguntó.

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- ¿A quién llamabas esta noche mientras dormías?
- No me acuerdo de nada - Le respondí.
Pasaron cinco días sin que sucediera nada, y al sexto, mi
sorpresa fue enorme al ver al joven y a su perro, delante de mi
casa.
Mi alegría fue inmensa. Me creía que sólo tenía veinte
años, estaba más entusiasmada con la visita de este joven, que
cuando conocí a mi marido, no tenía ni punto de comparación.
Me había enamorado de un joven donde yo le doblaba la edad.
Sólo de pensarlo me sentía ridícula. Tenía marido y un hijo
¿Qué me está sucediendo? Pensé. Lo mío no es normal, no me
sentía normal ¿Habría sido yo hechizada por ese joven
misterioso?
Lo había visto sólo una vez, y ahora lo tenía otra vez
frente a mi puerta. Quité el nudo que sujetaba el delantal a mi
cintura. El vestido lo coloqué bien, y también alisé los cabellos
con mis manos. Salí de mi casa aprisa, el corazón me latía a cien
y al llegar a él, le dije.
- ¡Hola!
- ¡Buenas tardes Emiliana! - Me respondió con una sonrisa.
Sus pupilas le brillaban, salían luz de ellas, esa luz, la
estaba recibiendo yo. Le pregunté.
- ¿Has comido?
- Sí, no te preocupes.
Miré a su perro.
- ¿Él ha comido? - Le pregunté, pues, necesitaba volver a darle
más comida, para que esta vez estuviera conmigo más tiempo.
- Come cuando yo - Respondió sonriendo, había captado mi
pensamiento, y estaba segura de ello.
Iba vestido de la misma manera que el primer día. Jamás
había visto a nadie vestir de ese modo, que aunque parecía raro,
me gustaba.
- ¿No eres de aquí verdad? - Le pregunté.

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- Soy de todos los sitios, y de todos los lugares.
No sabía su nombre.
- ¿Cómo te llamas? - Le pregunté.
- Lo sabes - Me respondió.
No contesté, y después de hacer una pausa le respondí.
- No sé tu nombre ¿Porqué te fuiste el otro día sin decir nada?
- Me estaban esperando en otro lugar - Contestó - Dónde me
necesitan allí voy. Y quién me está buscando me encuentra.
- ¿Dónde te estaban esperando?
- Lejos de aquí.
- ¿Muy lejos?
- Al otro lado de la tierra - Contestó.
Le pregunté con ironía.
- ¿Vas volando? ¿Tienes alas?
- Las tengo, y las utilizo cuando las necesito - Me sonrió al
darme esta explicación.
Me di cuenta que estaba hablando en serio, y pensé que
no serían alas lo que utilizaba, y le seguí preguntando.
- Si hubiesen sido alas, hoy todavía no estarías aquí, no habrías
llegado, estando al otro lado de la tierra.
- Soy rápido como el rayo, y feroz como el trueno.
Una vecina salió de su casa, y se dio cuenta de que
estaba hablando con un joven. Notó, que la conversación era
amistosa. Ella no dejaba de mirarnos, hubiese dado lo que le
pidieran, por saber, de qué estábamos hablando.
Me dirigí al joven y le dije.
- ¿Ves esa vecina, tiene envidia de ver que hablo contigo?
- Sí, todos tienen envidia, pero ninguno me sabe buscar.
No supe en ese momento qué quiso decirme. No
comprendía sus palabras, ni su mirada, ni su sonrisa, y aún
menos, porque estaba allí. Aunque no entendía muy bien sus
palabras, me gustaba oírlo hablar. Me transmitía, todo lo bello
que tenía, me sentía feliz, alegre y con mucha paz.

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Era un hombre bello.
- Emiliana, tengo que marcharme - Dijo.
-¿Cuándo volverás? - Le pregunté con algo de nostalgia.
- Eso depende de ti.
Nos mirábamos a los ojos. Por los míos brotaron dos
lágrimas.
- ¿Por qué depende de mí? Quisiera saber más sobre tu persona -
Le pregunte, con las lágrimas resbalando por mis mejillas.
Aproximó su mano a mi mejilla, y con su índice, quitó
una lágrima mía, me la mostró, y me dijo.
- ¿Ves esta lágrima? Es una auténtica perla.
Miré la yema de su índice y con asombro comprobé, que
tenía una perla del tamaño de una lágrima.
- ¿Has hecho un truco de magia? - Le pregunté.
- Emiliana, magia hay, pero truco no. Las lágrimas que
derrames por mi, son perlas auténticas, mágicas.
Quise probar yo quitándome la otras lagrima que,
quedaba en mi otra mejilla, e hice lo mismo, la cogí con la
yema de mi índice, y cuando noté que la tenía, miré, también
era una perla. Se la mostré al joven, y le dije.
- ¿Qué hago con las dos perlas? ¿Las guardo?
- Por supuesto - Respondió - Mételas en un cofre, y siempre
que quieras recordar un momento conmigo, las pones en la
palma de tu mano, y mientras la miras, irás viendo y
recordando uno de los momentos que hemos pasado.
Era fantástico, no hubiese podido imaginar, que mis
lágrimas se hubieran convertido en perlas.
Quería saber más sobre las lágrimas que se derraman en
el mundo, y le pregunté.
- Otra persona que llore por otro motivo ¿Pueden sus
lágrimas convertirse en perlas?
Se rió mientras me observaba con ternura.

33
- No, pero si que es una liberación para el alma, llorar, es
bueno.
Hizo un gesto como para marcharse, hacía rato, me lo
había anunciado. Seguro que lo estaban esperando en otro
lugar ¡Cómo me hubiese gustado acompañarlo, y descubrir,
sus más profundos tesoros! Lo miraba cómo se iba alejando
por el llano campo. Su perro fiel lo seguía a todas partes.
Sentí nostalgia de ver cómo se alejaba cada vez más, hasta
que lo perdí de vista.
Los chismorreos no tardarían en llegar. Una de las
vecinas, la más cotilla, nos había visto, y nos estuvo
vigilando. Hubiese ella dado la paga del mes de su marido,
por saber de qué estuvimos hablando.
Estaba segura que iba a repercutir en mi vida. Aún no
podía saber de qué manera. No lo sentía por mí, sino por mi
marido que no sabía nada sobre la visita de este joven, no se
le quise decir, me hubiera prohibido volver a verlo. Y a eso
no estaba dispuesta. Era consciente que amaba a ese joven.
Pero el amor que sentía hacia él, no era carnal, es ridículo
sólo de pensarlo. Yo quería a mi marido a pesar de lo bruto
que era. El trabajo era importante para él. No le gustaba el
juego, y lo más importante de todo, era que me quería.
El amor que sentía por el joven, era puro, sano y
auténtico. Lo que se entiende por amor.
Estaba metida en un buen lío, y no sabía cómo iba a salir.

34
2

Hacía días que el joven no venía, contaba, hora por hora,


y minuto por minuto. Necesitaba volver a verlo. Quería
hablarle de la situación en que me encontraba, y lo peligroso
que podía ser para mí, seguir viéndolo.
Salí de la casa, y me dirigí al otro lado del huerto.
Necesitaba llamarlo, pero no sabía su nombre. Me quedé en
el lugar donde nos encontramos por la primera vez, y lo
llamé del modo que sabía.
- ¡Joven! ¿Dónde estás? ¡Necesito hablar contigo!
Lo repetí varias veces, pero no resultó.
-¿Por qué no vienes? ¡Sé que me estás escuchando!
La tristeza se apoderó de mí. Mi marido no advertía
nada. Era mi hijo quien lo notaba, siempre estaba pendiente
de mí, tenía miedo a que me sucediera algo. Me hacía
muchas preguntas ¿Pero qué le podía yo decir? no
comprendía lo que me estaba ocurriendo.
¡Una tarde qué sorpresa más grande me esperaba! El
joven estaba en el mismo lugar que lo vi por la primera vez,
iba acompañado de su perro. Se me escapó un grito de

35
alegría, y corrí hacia él. No me pude contener, y le dije con
lágrimas en los ojos.
- El otro día te estuve llamando ¿Por qué no viniste?
Necesitaba estar contigo y hablarte.
Me di cuenta al instante que le había hablado dándole
una orden. Me contuve mirándolo a los ojos. Pero al instante
comprobé que estaba sonriendo, le había gustado el modo en
que le había hablado. Me preguntó.
- Emiliana ¿Me amas?
Le respondí dos veces con lágrimas.
- ¡Sí, sí!
Me cogió la mano y me dijo.
- Pues dime ahora ¿Quién soy?
No dejaba de mirarlo a los ojos, y sin titubeos le
respondí.
- Jesús.
- ¿Te das cuenta como sabías mi nombre? Dime ahora ¿Para
qué me has llamado?
- Voy a tener problemas - Le respondí - Mi marido pronto
sospechará algo, pues, no soy con él, la misma de antes. Y
también las vecinas se encargaran en comunicarle, que nos
estamos viendo.
- Acabas de decirme que me amas ¿Qué pueden importarte
los problemas? Cuando lleguen, sabrás asumirlos, y cuando
hayas ganado la batalla, la victoria será tuya. Cuando yo esté
viviendo dentro de ti, a nada le tendrás miedo, porque estaré
siempre a tu lado, y cuando me llames vendré. Te daré la
solución a tus problemas, que al principio serán muchos,
pero más tarde, las aguas sabrán coger su camino, y
encontrarán las del mar.
Yo seguía con su mano cogida ¡Me transmitía mucho
amor, que no sabía cómo expresarlo!

36
De las casas que había enfrente, salió una vecina, y se
quedó mirándonos.
- Ahora va a ser grande la que me va a caer. Esa mujer irá
comentando, hasta que llegué a oídos de mi marido - Le dije
a Jesús.
- Nada te tiene que preocupar, lo que tenga que venir vendrá
- Dijo Jesús - Ahora tengo que marcharme. Me están
llamando en otro lugar.
Me dio un saludo de paz, y seguidamente se alejó.
Me quedé como la joven que ve a su amor marcharse.
La voz de mi hijo me hizo salir de donde estaba. Me
llamaba por la ventana de la cocina. Atravesé el huerto y
entré en mi casa.
Me preguntó.
- ¿Qué hacías al otro lado del huerto?
- Nada hijo, fui a dar un paseo.
Mi hijo rodeó mi cintura con sus brazos y me dijo.
- Nunca has ido al otro lado del huerto, es papá quién se
ocupa de trabajar la tierra, es el camino que conduce al
campo.
Para que se tranquilizara le dije.
- ¡Bueno, ya está bien! ¿No estoy a tu lado?
- Sí mamá, pero estoy seguro de que ocurre algo ¿no me lo
quieres decir?
- No me ocurre nada Daniel - Le respondí - Y deja de
hacerme tantas preguntas.
El pueblo no quedaba lejos de donde vivíamos. El
colegio de mi hijo estaba cerca, y el trabajo de mi marido
también.
Un día a la hora de la comida, regresó mi marido a casa
totalmente cambiado. Esto yo lo esperaba que sucediera un
día u otro. Cuando vi su aspecto me asusté, y me puse en lo
peor. Vino hacia mí con el semblante blanco. Me agarró de

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un brazo bruscamente, e hizo que entrara en el dormitorio.
Vi que estaba dispuesto a lo que fuera, y pensé, que me iba a
pegar. Con el pensamiento llamé a Jesús, lo hice con todas
mis fuerzas.
Mi marido empezó dándome un grito, y me preguntó con
la mirada fuera de sí.
- ¿Quién es ese joven con el que te ves? ¡Todos en el trabajo
se han reído de mí! ¡A uno le he tenido que partir la cara!
Como lo vi tan excitado le dije.
- Miguel, cálmate, te lo voy a contar todo. No es un hombre.
Me miraba con ojos fuera de sí, con deseos de pegarme. Y
con ironía me dijo.
- ¡Pues, si no es un hombre! ¿Dime que es?
Sabía que mi hijo estaba escuchando detrás de la puerta.
Oía su respiración agitada. Tenía miedo de que su padre me
hiciese algo.
Mi marido volvió a repetirme.
- ¡Venga habla!
Empecé a titubear, no sabía de qué manera iba a
empezar, y decidida le confirmé.
- No se trata de un hombre, es Jesús.
Al oírme decir eso se enfureció aún más, y con la cara
descompuesta, apretó con más fuerza mi brazo, y dándome
un grito me dijo.
- ¡Estás loca! ¿De qué Jesús me estás hablando? ¿Quién es
ese tal Jesús?
En ese instante, ya nadie me podía parar.
- Jesús, el hijo de Dios - Le respondí.
Mi marido levantó la mano para descargarla sobre mí.
Pero no lo pudo hacer, hubo una fuerza que se lo impidió.
Trataba golpear mi rostro, sin que diera resultado. Yo sabía
que Jesús estaba conmigo, no lo veía, pero sentía su aroma a

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jazmín. Esa olor fue la que me impresionó la primera vez
que lo vi, y que me acercara a él.
Mi marido seguía gritándome. Yo estaba tan sumergida
en el aroma a jazmín, que no me daba cuenta qué sucedía.
Sentí cómo zarandeó mi cuerpo, cogiéndome por los brazos.
Me pegó un grito.
- ¿Te estás riendo de mí? ¡Soy tu marido, y tengo derecho a
saber todo sobre ti! ¿Con quién me estás engañando?
Descargué mi impotencia en llanto. Y llorando le
respondí.
- Miguel, te estoy diciendo la verdad, jamás te he mentido
¿Por qué no me crees?
- ¿Piensas que me voy a tragar esa patraña que me estás
contando? El hijo de Dios ha venido aquí en persona ¿Y os
habéis hecho amigos? ¡No me digas más tonterías y dime la
verdad!
No podía más, y me puse a llorar desconsoladamente. Mi
hijo que lo estaba todo escuchando, abrió la puerta del
dormitorio y entró. Se abrazó a mí llorando. Mi marido se
acercó, lo cogió de un brazo, y lo separó de mí. Lo llevó
hasta la puerta del dormitorio, y le dijo con brusquedad.
- ¡Fuera de aquí!
Mi hijo le respondió llorando.
- No hagas daño a mi madre. Ella está diciendo la verdad.
Mi marido al oírlo decir esto, le dijo.
- ¡Ven aquí! ¿Cómo sabes que tu madre dice la verdad?
- Porqué mamá, no miente. Yo creo en lo que ella te dice -
Respondió medio asustado.
Le pegó un empujón, echándolo del dormitorio,
mientras le decía.
- ¡Sois los dos iguales, siempre lo he dicho! !Hacéis buena
pareja!

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Mi marido volvió de nuevo a mí, parecía que estuviera
más tranquilo. Y con la voz más serena me dijo.
- Emiliana, quiero que me digas la verdad de todo, y no
vuelvas a decir, que ese joven es Jesús el hijo de Dios. Sé
razonable y cuéntamelo todo, porque de lo contrario, voy a
perder los estribos, y no quiero ¿Me has entendido?
La pena que tenía era grande, y sólo hacía que llorar
¿Qué le podía decir que no le hubiese ya dicho? Le estaba
diciendo la verdad, y no me creía. Lo estaba pasando muy
mal, pero eso era lo que menos me importaba. Lo más
importante para mí era, la llama ardiente que había dentro de
mí. Era el amor por Cristo, y cuanto más lloraba, más amor
sentía hacia Él.
Oí el grito de mi marido diciéndome.
- ¡Por última vez, no te lo voy a repetir más! ¡Dime quien es
ese joven!
Hubo una luz que se encendió en mi mente, a través de
esa claridad le respondí más tranquila.
- Miguel ¿Te he engañado alguna vez? Siempre te he dicho
la verdad ¿Por qué el hijo de Dios no puede venir a mí? Ha
ido a más personas, no soy la única, puede ser que me haya
elegido.
- ¿Estás hablando en serio? ¿Cómo es que las vecinas
también lo han visto? ¿Son también elegidas?
- No lo sé - Le respondí algo confusa - Puede que sea para
que den testimonio de Él.
Pensé que mi marido me había creído. Pues, salió del
dormitorio con gesto de estar harto de toda esa historia. Salí
de la habitación, y me lo encontré sentado en un sillón. Me
echó una ojeada y me preguntó.
- Dime quien es ese joven, y qué edad tiene.

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- Veintiséis o veintisiete años - Respondí - Viste de blanco,
con blusón ancho, y pantalón también, calza sandalias. Tiene
los cabellos negros, y largos hasta los hombros.
Mi marido me miraba moviendo la cabeza.
- ¿Ahora qué digo yo en el trabajo? ¿Qué te ha visitado el
hijo de Dios? Voy a ser el hazmerreír de todos.
Habían pasado dos días de este episodio, y por la tarde
recibí la visita de mi hermano y su mujer. No me extrañó
verlos, pues, nos hacíamos visitas a menudo. Nos sentamos
en la puerta, era donde mejor se estaba, corría un poco de
aire. Mi hermano fue el primero en hablar, y dirigiéndose a
mí me dijo.
- Ha estado Miguel en casa, nos ha hablado de tu salud
mental. Dice que no estás bien, y que tendría que verte un
medico. Es por esta razón que estamos aquí.
Mi cuñada intervino.
- Es una consulta rutinaria, deberías ir, es importante hacerla.
Me puse en pie, y le respondí.
- ¡Cuando me encuentre enferma iré al medico, ahora no!
¿Para eso habéis venido? ¡No os necesito!
- Emiliana - Dijo mi hermano - Ahora te voy hablar
seriamente. Tu marido nos ha dicho, que te ves con un
hombre joven, y dices, que se trata de Jesús, el hijo de Dios.
Deberás comprender, que no nos lo vamos a creer.
Me fije en la cara de mi cuñada, estaba riendo con
malicia. Me vino de nuevo la pena y rompí a llorar.
Mi hermano intervino diciendo.
- Lo hacemos por tu bien, ya sabes que te queremos.
Lo miré a los ojos y le dije.
- ¡Vosotros decís que me queréis! ¿Pero en verdad sabéis
cómo es el verdadero amor? ¡Si me quisierais me estaríais
defendiéndome y no trataríais encerrarme, eso es, lo que
estáis pretendiendo!

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Los dos se quedaron callados. Yo seguía llorando ante la
mirada de ellos. En esos instantes, llegaba mi hijo del
colegio. Al ver que estaba llorando, dejó la cartera en el
suelo, y me abrazó. Me besó en las mejillas.
- Daniel, hemos venido a visitar a tu madre - Dijo mi
cuñada- No se encuentra bien.
Mi hijo le contestó como si de un hombre se tratara, y
me dejó con la boca abierta.
- No hace falta que vengáis aquí para eso. Mi madre no os
necesita ni yo tampoco.
Mi hermano se puso en pie, avanzó dos pasos hacia mi
hijo, y le pegó una bofetada, al tiempo que le decía.
- ¿Porqué nos hablas así? ¿No le tienes respeto a tus tíos?
Mi hijo se llevó la mano a la mejilla, al tiempo que
lloraba. Le miré la cara, le había quedado roja. Con rabia
miré a los dos y les dije.
- ¡Iros de esta casa y no volver más! - Y dirigiéndome a mi
hermano le dije - ¡A partir de este momento has dejado de
ser mi hermano!

42
3

Mi hijo estaba sufriendo al mismo tiempo que yo.


Pobrecito, se marchaba cada día al colegio con el
pensamiento puesto en mí. Un día sin yo esperarlo me dijo.
- Mamá, háblame de ese joven que viene a verte, me gustaría
saber cómo es.
- ¿Sabes quién es Jesús verdad? - Le pregunté.
- Sí, tu tienes imágenes de él, y en el colegio he visto otras
¿Es el niño Jesús cuando era pequeño?
- Eso es cariño - Le respondí - Pero no es como lo pintan en
las imágenes. Es diferente, muy guapo, el más guapo de
todos los hombres. Lleva con él, todo el amor del universo.
Cuando se le conoce se le ama.
- ¿Lo quieres más que a mí? - Me preguntó algo celoso - ¿A
quién quieres más?
Le cogí la cabeza y le di un beso en la frente.
- A ti te quiero igual que a él, y a él lo quiero como te quiero
a ti. Los dos sois para mí el mismo amor. Porque él vive
dentro de mí, y también tú.
- ¿También yo lo podré ver como tú? Me gustaría conocerlo,
y hablar con él ¿Crees que Jesús me querrá como te quiere a
ti?
- Seguro que sí cariño - Le respondí - y mucho más, porque
eres un niño. Jesús quiere a todos los niños.

43
Estaba anocheciendo. Mi marido no había llegado
todavía a casa. Hacía días que venía a la hora que se le
antojaba, no hacía ya una vida normal cómo antes. Cenamos
mi hijo y yo, más tarde se quedó mirando la televisión, y yo
me fui a dormir. Dejaba la cena de mi marido encima de la
mesa, pero no cenaba. Lo hacía en otro lugar que yo nunca
supe.
Había pasado un mes y medio de toda esta historia. Una
mañana alrededor de las once, miré por la ventana delantera
de la casa. Estaba lloviendo, y el día era bastante gris, casi
oscuro. En esa espesa niebla había una silueta que yo
reconocí al instante. No podía ser otro que Jesús,
acompañado de su perro. Se me escapó un grito de alegría, y
dirigiéndome a la puerta la abrí. Me apresuré para llegar
hasta él, y cuando estaba delante le dije.
- Entra dentro de casa, te estás mojando.
- No, quedémonos aquí fuera - Respondió.
En esos instantes, una vecina salió de su casa. Se marchó
calle abajo a toda prisa, estaba segura de que iba en busca de
mi marido para decirle, que el joven había venido a
visitarme. Por lo que advertí, todo esto lo tenían planeado. A
mí, no me importaba que mi marido me viera con Jesús
aunque no creyera que se tratara de Él. Yo quería a mi
marido, pero el amor que yo sentía por ese joven, no era el
mismo. Por Jesús lo hubiese dejado todo para irme con él,
pero llevándome a mi hijo.
Jesús me miraba, yo le correspondía. Jamás podré
explicar con palabras lo que sentí. Era como entrar dentro de
él, y ver todo lo que había en su interior. Nada de lo que hay
en la tierra por muy hermoso que sea, se podrá parecer a lo
que vi en sus ojos azabache, luminosos.
No sé si estuve bastante rato hablando con Jesús o que la
vecina corrió demasiado. Cuando me di cuenta, vi a mi

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marido que venía por la calle arriba con paso acelerado. Lo
acompañaban varias vecinas. Me giré hacia Jesús y le
pregunté.
- ¿Sabías que esto iba a suceder?
- Sí Emiliana, lo he querido. Para que tu marido me conozca.
Me fijé en el rostro de mi marido, venía descompuesto.
El primer impulso que tuve, fue, colocarme detrás de Jesús.
Le cogí a mi marido un miedo espantoso. Fue una reacción
absurda la que tuve, puesto que Jesús se encontraba a mi
lado, y nada me podía suceder.
Faltaba aproximadamente un metro para que mi marido
llegara hasta nosotros. Y de pronto, empezó el cuerpo a darle
sacudidas eléctricas. Las manos y brazos le temblaban, las
piernas también la cara le enrojeció. Gritaba muy alarmado.
- ¡Qué me está ocurriendo! ¡Me han maldecido!
Jesús extendió sus manos, y con voz serena le dijo.
- Pronto pasará, y no tendrás nada. Quédate en donde estás y
no te acerques, tu energía es contraria a la que a mí me
acompaña.
Mi marido nos miraba, con los ojos fuera de sí. Y con la
mirada desencajada, preguntó.
- ¿Porqué ella puede estar a tu lado y yo no?
Jesús sonrió afirmando, y le respondió.
- Ella me ama.
Mi marido al oír esto se enfureció.
- ¡Me has quitado a mi mujer! ¿Por qué lo has hecho?
- No te la he quitado - Respondió Jesús - Ella al nacer, ya era
mía. Puedes agradecerme, que te la haya dejado el tiempo
que lleváis casados. Si fueras de otra manera, la seguirías
¿Sabes quien soy? Ahora con todo lo que sabes ¿Me lo
puedes decir?
- Sigo sin saberlo - Respondió mi marido con un meneo de
cabeza - me estoy volviendo loco.

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- No Miguel - Dijo Jesús - Mira en tú interior y busca. Todo
está dentro de ti, no tienes que ir lejos para buscarlo. Busca
al Padre eterno, está a tu alrededor. Me estás viendo, y dices
que no sabes quien soy. Pues, si no puedes ver lo que tienes
delante de ti, menos podrás ver lo que tienes dentro.
Mi marido pegó un grito y dijo.
- ¡No me des sermones, porque eso no va conmigo! Hago lo
que me parece.
- Miguel, escucha lo que te voy a decir - Dijo Jesús - Ahora
me voy, que no se te ocurra maltratar a tu mujer. Ámala,
porque ella, te ama. Si le tocas un solo cabello de su cabeza,
siempre te arrepentirás. Pues, ella viene conmigo, y yo con
ella. No lo olvides.
Jesús se colocó frente a mí, puso sus manos encima de
mis hombros, y mirándome dulcemente me dijo.
- Pronto volveré. Cuando necesites hablar conmigo lo haces,
yo donde quiera que esté, te oigo.
Seguidamente se volvió hacia la gente que nos rodeaba,
levantó su mano en señal de saludo.
Todos lo vimos cómo se alejaba con su perro por el llano
campo.
Oí la voz de mi marido que me dijo.
- ¡Eh! ¿Te has quedado dormida?
Lo miré con dulzura, y rápidamente me recriminó.
- ¡No me mires de ese modo, porque a mí, no me engañas!
¡Sé lo que tienes tramado con ese, que se hace llamar Jesús!
¡Sabe cómo conquistar a las mujeres! ¿Crees que no me he
fijado en su modo de vestir? ¿En cómo te mira? ¡Es un
seductor nato. Pero conmigo no va a poder, soy mucho más
fuerte que él!
- No hables de ese modo sobre Jesús - Le dije algo triste - Te
ha demostrado que es el hijo de Dios ¿Por qué no lo
admites?

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Se rió a carcajadas, mofándose. Y los vecinos que
estaban escuchando también. Parecía un circo.
- ¡A qué le llamas tú don o poder! ¿A que no me haya
podido acercar a él? No tiene importancia, ni siquiera es un
truco. Tuve calambres, eso le puede pasar a cualquiera
¡Vaya descubrimiento!
Mi marido me condujo a que entrara en la casa. Y dentro
me dijo de mala manera.
- Ahora cuando me vaya te voy a encerrar con llave, y cada
día haré lo mismo. A ver si Jesús viene a abrirte la puerta.
- ¡Miguel no hagas eso! - Le dije llorando - ¡El niño no
tardará en venir del colegio, no podrá entrar!
- ¡Que se espere en la puerta hasta que yo vuelva! ¡De todas
maneras es como tú, también le servirá de escarmiento a él!
Cerró la puerta con llave. Yo no podía soportar esa
situación. Mi marido no venía a razones. Me di cuenta que
no me quería, y que era un egoísta, un machista, y un
descerebrado.
Yo estaba asomada a la ventana, esperando a que mi hijo
volviera del colegio. Cuando estuvo cerca lo llamé.
- Daniel cariño, no puedes entrar en casa.
- ¿Qué dices mamá? - preguntó con cara de espanto, como si
con él no fuera.
- Tu padre me ha encerrado y se ha llevado la llave, tienes
que esperar hasta que vuelva.
El pobrecito no respondió, y se fue a sentar en el escalón
de la puerta. Así estuvo hasta que mi marido volvió.
Yo tenía la comida preparada y puesta en la mesa.
Comimos los tres sin mediar palabra.
Llevaba un mes encerrada, no salía ni para comprar. Las
compras las hacía mi marido.

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No era justo lo que hacía conmigo. Estaba segura que no
lo hacía por celos, sino por hacerme daño, martirizarme, y
por venganza.
Como todos lo días llegó mi hijo del colegio, él también
soportaba esa situación. Sufría mucho de verme, cada día se
daba una hartá de llorar. Sentí miedo por mí, que no fuera a
ocurrir algo.
Mientras que estaba sentado en el escalón de la puerta
esperando a su padre me llamó. Y cuando acudí, me hizo
una pregunta.
- Mamá ¿No estás harta de todo esto?
- Sí hijo mucho, pero no puedo hacer nada.
- Si quieres, puedo ayudarte a salir de la casa, y marcharnos
a otro lugar.
- ¿Cómo? - Dije sorprendida - ¿Cómo se te pudo ocurrir tal
disparate?
- No te asombres mamá, y lucha, por lo que crees que es
justo. Yo te ayudaré si tú lo permites.
- ¿Y de qué manera puedes ayudarme?
- Te subes en una silla, y saltas por la ventana. Yo te cojo, y
nos vamos lejos de aquí, donde nadie nos conozca.
Iba con mi hijo de sorpresa en sorpresa, creía conocerlo
pero no era así.
- ¿A dónde vamos a ir? - Le pregunté - ¿No sabes que no
puedo hacer eso? Estoy casada con tu padre, y si me voy,
sería abandono de hogar ¿Sabes lo que es?
- Mamá no entiendo de normas ni de leyes, pero lo que sí te
voy a decir es, que papá te está tratando mal dejándote
encerrada en casa ¡Es él quien merece ser castigado!
Estuve unos instantes reflexionando las palabras de mi
hijo, y en el fondo tenía razón ¿Pero cómo se le pudo ocurrir
tal idea? Sólo era un niño. Pobrecito, estaba harto de verme

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sufrir de esa manera. A su padre apenas le hablaba. Yo le
decía, que no lo tenía que hacer, pero no me hacia caso.
- ¿Sigues enfadado con tu padre? - Le pregunté.
- ¡Sí, y mucho! - Respondió refunfuñando - Aunque sea mi
padre no tengo que estar soportando todo lo que nos quiera
echar. Conmigo ha llegado a un límite.
Me sorprendió su respuesta, jamás le había oído hablar
de esa manera.
Estas conversaciones, las teníamos por la ventana.
Dentro de casa no podíamos hablar. Mi marido se acercaba a
mi hijo y a mí, para que no pudiésemos decir nada, nos
espiaba todo el tiempo que estábamos los tres juntos.
Llevaba yo quince días encerrada dentro de la casa. Mi
hijo llegó al mediodía del colegio. Y como cada día, tenía
que esperar sentado en el escalón de la puerta a que llegara
su padre. Lo noté cambiado y nervioso. Pasaba el tiempo
cogiendo piedras, y después las lanzaba con rabia, al tiempo
que repetía una y otra vez - ¡Mecachis! ¿Por qué no soy un
hombre? Entonces fue cuando decidí hacer lo que me
propuso.
Me asomé a la ventana, y lo llamé.
- ¡Daniel, hijo ven!
Venía con cara de aburrimiento. Se quedó delante de la
ventana esperando qué le iba a proponer. Con voz triste me
preguntó.
- ¿Qué quieres? ¿Para qué me has llamado?
- Necesito hablar contigo antes que llegue tu padre.
- ¿Sobre qué?
- Nos vamos a escapar de aquí. Hoy no puede ser, pues tu
padre está al llegar, pero mañana, haces como que te vas al
colegio, y cuando tu padre se haya ido, nos fugamos los dos.
Trataré de salir por la ventana que da al huerto, es más
grande y más ancha que esta.

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La cara de mi hijo reflejaba alegría, los ojos le brillaban.
Y sin poderse retener me contestó.
- Tenía ganas que pensaras de la misma manera que yo ¡Los
dos seremos libres!
Al día siguiente, estaba yo contenta de irme, no pensaba
en lo que nos deparaba el destino, puesto que yo estaba con
Jesús recordando sus palabras.
- Yo soy tu pastor, y de nada te faltará - Tenía toda mi
confianza puesta en él. Y como es el amigo que nunca falla,
quise correr la aventura que mi hijo me propuso. Ese día
cuando mi marido llegó para la comida, mi hijo y yo
estuvimos distanciados y apenas sin decirnos nada, para que
mi marido no sospechara. Comimos los tres como de
costumbre. Mas tarde mi hijo se fue al colegio, y mi marido
a su trabajo.

50
4

A la mañana siguiente, todo transcurrió como lo


habíamos planeado mi hijo y yo. Hizo como que se iba al
colegio y al rato volvió. Yo estaba preparada. En una bolsa
metí lo necesario para comer un día, pero no podía llevar
mucho más.
Mi hijo me estaba esperando al otro lado de la ventana.
Coloqué una silla, como habíamos acordado. Me subí
encima, y lo primero fue echar la bolsa por la ventana, mi
hijo la cogió. Y lo más difícil era saltar yo. Mi hijo me
animaba dándome fuerza. Con algo de dificultad salté, y al
poner los pies en el suelo, me hice daño en un tobillo, pero
no fue nada, pronto pasó el dolor.
Las calles estaban mojadas, había estado lloviendo toda
la noche. Al verme libre tenía ganas de correr cogida de la
mano de mi hijo. Los dos estábamos indecisos, no sabíamos
que atajo coger, hicimos rumbo a lo desconocido. Algún
sitio llegaríamos, pero con todo eso pensé en Jesús
¿Aprobaría lo que hice? Suponía que sí. En una ocasión me
dijo - Que lo que yo decidiera estaría bien - Más tranquila
caminaba al lado de mi hijo. No sé porqué, cogimos la
carretera que conduce a la montaña. Aunque el sol calentaba,
el frío del invierno enfriaba los huesos, pero al ir andando no
se notaba ¿A dónde íbamos? Me parecía una locura pero ya
estaba hecho, teníamos que seguir.
De súbito, mi hijo señaló con el dedo una casita pequeña
que sobresalía por la meseta de una montaña.

51
- ¡Mira mamá, allí arriba hay una casa!
- Es nuestra salvación - Le respondí - ¿Pero cómo hago yo
para subir la pendiente tan enorme que hay? Y para que esté
cerrada.
- Es un riesgo que tenemos que correr. Hay que seguir
adelante mamá.
Yo miraba la distancia que había hasta subir toda la
pendiente de la montaña, y sentía escalofríos, no me veía
capaz de hacerlo. Mi hijo lo notaba, y los ánimos que me
daba me hacia ser fuerte. Empezamos a subir, era mi hijo
que iba estirando de mi mano, y con la otra, me agarraba a
los pinos que a nuestro paso había. Pero llegó un momento
que no podía más. Me quedé plantada y mirando a mi hijo
con cara de cansancio, le dije.
- ¡Hasta aquí puedo llegar! Tendremos que volver hacia
atrás, nos queda mucha montaña para escalar.
- ¡No puedes rendirte ahora! No seas miedosa, coge aire, y
sigamos ¡Dame tu mano!
Con mil esfuerzos seguí subiendo. El flato que sentía era
horrible, me oprimía el costado derecho, y me impedía
respirar. Habíamos hecho la mitad de la montaña. Miré hacia
abajo y pensé - Dios mío, si me caigo, bajo rodando como
una piedra.
Al fin llegamos arriba. No podía creérmelo, me tumbé
encima de la hierba mojada, aguantando con mi mano
derecha el costado, el dolor se había hecho insoportable. Mi
hijo quedó de rodillas a mi lado, y me preguntó.
- ¿Cómo te encuentras mamá?
La respiración agitada prohibía responderle y tardé
quizás un minuto.
- Daniel, estoy bien, pero necesito un tiempo para reponerme
- Repuse - Está todo en silencio, no parece que por aquí haya
alguien.

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- ¿Voy a verificarlo? - Dijo poniéndose en pie, y se alejó
unos metros de mí.
- Espérame, iremos los dos - Le dije incorporándome.
Pasado un rato me encontré mejor.
Al acercarnos a la casita, comprobamos que se trataba de
un refugio de una sola pieza. Tenía años, las paredes estaban
agrietadas, la puerta era vieja, y no cerraba. Fuimos entrando
con cautela, no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar.
Una vez dentro, miramos por los cuatro rincones. En la
pared de la derecha, había una chimenea, con ceniza pasada,
hacía tiempo que no iba nadie. A un lado de la chimenea,
había un colchón de espuma, y una manta doblada encima.
Lo primero que hice fue coger algo de leña qué, quedaba
en un rincón, la llevé a la chimenea. Sobre una repisa que
había encima, encontré una vela usada, y una caja de
cerillas, las utilicé para encender la chimenea. Con la llama
iluminaba el recinto. Habíamos encontrado un lugar, aunque
no era el adecuado, pero para pasar la noche o varios días
quizá, era suficiente, mejor eso que nada.
Mi hijo Daniel estuvo todo el rato ayudándome. Me daba
pena verlo, pobrecito, ninguno habíamos comido nada desde
que salimos de casa. Había echado en la bolsa, una hogaza
de pan, y un buen trozo de queso. No me pedía comer, pero
lo necesitaba al igual que yo. En dos sillas viejas de madera
nos sentamos. Abrí la bolsa, cogí el pan y el queso, y repartí
un trozo de cada alimento.
Comíamos sin decirnos nada, estábamos abatidos por la
decisión que habíamos tomado. Estoy segura que mi hijo
pensaba en su padre, también yo ¿Qué debió suceder al
llegar a casa al mediodía y no encontrarnos? Debía estar
como loco buscándonos. No quería pensarlo, era posible que
mi hijo no hablaba para no mencionar el hecho.

53
Se había hecho de noche y sentía miedo. Mi hijo y yo en
la cima de una montaña y solos, con un frío que calaba los
huesos. Los silbidos del viento que pegaban en la puerta que
no cerraba, y que estaba todo el tiempo pegando portazos.
Lo mejor era acostarse y descansar. Eso fue lo que hicimos.
Una de las sillas de madera gruesa, la ajusté a la puerta, y
todo quedó más tranquilo.
El colchón no era confortable, pero tampoco nos
podíamos quejar. Daniel estaba abrazado a mi cintura, los
dos nos dábamos calor. Su cara pegada en mi pecho, trataba
dormirse. Levantó la vista y me preguntó.
- Mamá ¿Crees que papá nos estará buscando?
- Sí, pero no con la intención para que estemos con él, ahora
es cuando va a pretender hacerme daño.
- Jesús no lo consentirá ¿Verdad? Si nos está ocurriendo
esto, es por causa suya, por el amor que tú le tienes.
- Tienes razón cariño, pero si nos tuviera que sacar de todos
los líos en que nos metemos, no tendría tiempo de hacer otra
cosa. Somos nosotros quién debemos luchar para salir
adelante. Su amor es grande, y lo tenemos que ganar. Cuesta
mucho llegar hasta Jesús. Todos no están dispuestos a pasar
por donde tú y yo estamos pasando. Si lo amamos, lo
tenemos que demostrar.
Daniel se mantuvo callado durante unos minutos y
después me volvió a preguntar.
- Mamá ¿Conoceré a Jesús como lo conoces tú? Nunca lo he
visto, no he coincidido en las veces que te ha venido a ver.
- Ya lo conocerás hijo. Tú a Él no lo conoces, pero Él a ti, sí.
Me hizo una pregunta que me cautivó, me dijo.
- ¿Jesús sabe que soy tu hijo?
- Claro que sí cariño. Él sabe quien somos todos, y nos
conoce, también nuestras intenciones.

54
No volvió a preguntarme nada más. Miré su cara, se
había dormido. Me pasé casi toda la noche sin pegar ojo. El
viento era insoportable. Las ramas de los árboles se movían
agitadas, pegando en las paredes del refugio y en la puerta,
que aunque había colocado una silla detrás, no paraba de
moverse dando empujones. Era como si alguien tratara de
entrar. Yo sabía que ese ruido lo estaba provocando el
viento. Me dormí cuando empezaba amanecer.
Me despertó el ruido de las chispas que hacían los
chopos quemándose en la chimenea. Mi hijo se había
levantado, y silenciosamente encendió la chimenea. Miré el
reloj que llevaba en la muñeca, y comprobé que habían
pasado las diez de la mañana, me puse en pie.
Necesitábamos lavarnos ¿Pero con qué agua? Dentro del
refugio no había un recipiente que contuviese este líquido.
La necesitábamos también para beber.
- Mamá ¿De qué manera vamos a sobrevivir aquí? -
Preguntó mi hijo - No hay de nada. Fuera son árboles y
hierbajos. No podemos quedarnos aquí ¿Lo has pensado?
Yo tenía las ideas algo dislocadas, cada uno pensaba de
un modo diferente. Yo era la responsable de mi hijo, sólo era
un niño.
- Tienes razón Daniel - Le dije - Ahora está lloviendo y hace
mucho frío, no podemos decidir nada, es mejor esperar aquí
hasta ver que pasa.
Daniel encontró en unos de los laterales de la chimenea,
una jarra de cerámica. Vino contento a mostrármela.
- Mira mamá, voy a sacarla fuera, el agua de lluvia nos
proporcionará un elemento más para vivir.
En sólo un rato, la jarra se llenó de agua, y pudimos
beber. Los recursos que teníamos eran pocos para seguir
adelante. A eso del medio día nos habíamos quedado mi hijo

55
y yo sentados delante de la chimenea, terminando de comer
el último trozo de pan y queso qué quedaba.
De súbito, la puerta se abrió de golpe. En el umbral
apareció un hombre de unos treinta años. Vestido de
campesino. Daniel se asustó, y vino a sentarse en mi regazo.
El hombre avanzó y se quedó delante de nosotros. Yo estaba
aterrorizada, mi hijo y yo nos quedamos abrazados,
esperando que algo sucediera. De entrada no parecía ser
mala persona, pero no las tenía todas conmigo, era la
primera vez que lo veíamos. Él notó nuestro miedo, y se
dirigió a nosotros con voz suave.
- ¿Qué hacéis aquí?
- Daniel se abrazó a mi cuello, notaba su corazón cómo latía
aprisa. El hombre esperaba una respuesta.
- Buscábamos un sitio donde meternos.
- ¿Cómo habéis subido hasta aquí arriba? - Preguntó
extrañado.
- Trepando por la montaña - Dije.
- ¿Es tu hijo? - Preguntó.
- Sí.
Se sentó en la silla que mi hijo ocupaba, me tranquilicé,
advertí que era un hombre sereno, y que lo que pretendía era
ayudarnos.
- ¿Estáis huyendo de alguien?
Tardé en responder. Fue mi hijo quién hizo que dijera la
verdad, me miraba asustado, tenía tantas ganas como yo de
que pronto todo acabara.
- De mi marido - Respondí.
- ¿Ocurre algo grave?
- Sí. Es mejor que no sepa donde estamos.
- ¿De donde sois?
- De Fuente Vaqueros - Respondí - ¡Es el pueblo que hay al
lado!

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- ¿Qué ha pasado con tu marido para que te escondas de él?
Fue mi hijo quien respondió.
- Mi madre no ha hecho nada a mi padre. Es él, quien la
tenía encerrada con llave, para que no pudiese salir.
Tampoco estamos aquí escondidos, es que no tenemos a
donde ir.
El hombre sonrió, y dijo.
- Señora, tu hijo te defiende bien - Y dirigiéndose a Daniel le
preguntó - ¿No quieres a tu padre verdad?
- Sí lo quiero - Dijo Daniel algo triste - Pero es que ha hecho
sufrir a mi madre sin razón. Ella no merece que mi padre la
encerrara, no ha hecho nada.
El hombre me miró con tristeza, y seguidamente me dijo.
- Aquí no os podéis quedar. Hace mucho frío y la nieve no
tardará en aparecer. Os quedaríais bloqueados, y pronto
moriríais de frío y de hambre. Gracias que he visto desde mi
casa el humo que sale de la chimenea. He venido lo más
pronto que he podido, de lo contrario, cuando yo hubiese
venido en la primavera, no sé con lo que me hubiera
encontrado.
- No estamos solos - Respondí.
Le chocó lo que le dije, y se dispuso a mirar en el recinto
buscando a más gente.
- ¿No están solos? ¿Hay alguien más? - Preguntó
sorprendido.
Advertí que había dicho algo chocante para él. Fue
Daniel quien respondió.
- Mi madre se está refiriendo a Jesús.
- ¿Jesús? ¿Qué Jesús? - Preguntó todavía más sorprendido.
Entonces fui yo quien tuve que coger la palabra.
- Jesús, el hijo de Dios.
El hombre levantó los hombros, en señal de no entender
qué quise decir y preguntó.

57
- ¿Es por eso que tu marido te encerraba?
- Sí - Respondió Daniel - Mi madre ha visto a Jesús en carne
y hueso. Igual que te está viendo a ti.
El hombre se rió, no me gustó y se lo reproché.
- No te rías, es cierto que he visto a Jesús, igual como te
estoy viendo a ti.
Hizo un ademán de estar cansado de esa historia. Se puso
de pie y me dijo.
- Pronto anochecerá. Voy a llevaros a vuestra casa, he traído
la furgoneta. Prepararos para el descenso. La furgoneta la he
dejado aparcada en el andén de la carretera. Seguro que tu
marido os estará buscando.
- ¡No podemos ir a mi casa! - Le dije - Mi marido no viene a
razones, está como loco ¿Has creído la historia que te hemos
contado de Jesús?
- No.
- Pues, mi marido tampoco y por lo tanto, lo ha visto, y dice
que no es Él. Le ha dado pruebas, y sigue diciendo que no es
verdad.
Se quedó algo pensativo como analizando, y
seguidamente dijo.
- No os voy a llevar a la fuerza, pero mi deber es de decir
donde estáis ¿Tenéis comida para esta noche?
- No - Respondí - Ni comida ni agua.
- Os voy a llevar a mi casa. Vivo con mis padres, esta noche
os quedaréis allí, pero mañana hay que decidir algo. No
podéis estar yendo de un lado a otro.
- Está bien - Respondí, era lo más acertado. Pues en el
albergue no era posible vivir, y menos en pleno invierno.
Estaba segura de que era Jesús quien lo había mandado.
Sabe cómo entrar en las personas para que hagan el bien sin
que se den cuenta.

58
Para bajar la montaña fue para mi más difícil que subirla,
pero tuve la ayuda de mi hijo y de este hombre que todavía
no sabía cómo se llamaba. La furgoneta estaba aparcada a
un lado de la carretera.
Al llegar a su casa explicó a sus padres lo sucedido. La
madre de este hombre se compadeció de nosotros. Preparó
una buena cena, y dispuso una habitación con una cama
antigua de matrimonio, para mi hijo y para mí.
Después de la cena, el matrimonio me estuvo
aconsejando, que lo mejor era volver a mi casa y hablar con
mi marido. Creí que era la mejor solución, y ver cómo se
arreglaba todo. En el dormitorio a solas con mi hijo,
estuvimos hablando, y llegamos a una conclusión, aunque
Daniel no estaba de acuerdo, no quería seguir viendo a su
padre, y así me lo expuso.
- Mamá, no tenemos necesidad de volver a casa ¿Es que no
sabes cómo es papá? Volverá a encerrarte de nuevo. No te
quiere a ti, ni a mí tampoco.
Hice que esa idea la sacara de su cabeza.
- Hijo. Papá a ti si te quiere. No digas eso.
- ¿Crees que si me quisiera iba a portarse mal contigo? Si lo
hace es porque tampoco me quiere a mí. Sabe que un hijo
sufre con lo que le hagan a su madre, él lo hace para que yo
esté también mal, y sufra contigo.
Tuve que conformarlo, pues, razón no le faltaba. Aunque
tenía doce años se daba cuenta de todo. Sólo estaba
pendiente de mí de lo que hacía o decía.
- Daniel, mañana volveremos a casa, no tengas miedo por lo
que pueda suceder, Jesús está con nosotros.
Le di un beso en la frente, se relajó y se durmió.
La madre de este hombre nos había puesto el desayuno.
Café con leche y pan frito. Un desayuno con mucha energía.

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Me despedí del matrimonio dándole las gracias por todo lo
que habían hecho por nosotros.
Subimos en furgoneta, y regresamos a casa.
La puerta estaba cerrada. La vecina que siempre estaba
mirando para ver que veía. Salió corriendo de su casa en
dirección calle abajo. Sabía que mi marido no tardaría en
llegar, ella había ido para avisarle.
- ¿No hay nadie en tu casa? - Preguntó este hombre.
- No. Pero pronto vendrá mí marido. Han ido a buscarlo.
- ¿Cómo lo sabes? - Preguntó extrañado.
- Es una vecina la que se encarga de llevar y traer. Sólo sabe
que meter cizaña.
Entonces fue cuando este hombre se dio cuenta de la
situación mía. Me miraba con tristeza, incluso con
impotencia de no poder ayudarme como quisiera.
- Siento mucho lo que estás viviendo. Lo que pueda hacer
por ti, y por tu hijo, lo haré.
Hablaba con sinceridad.
Me preparé para lo peor. Estaba convencida que sería un
golpe fuerte lo que mi marido daría. No tardó en aparecer
subiendo la calle, acompañado de la vecina y de dos policías.
Y sin esperar a razones por parte mía. Agarró a mí hijo por
un brazo y dijo con la cara enfurecida.
- ¡El niño me lo quedo yo, tú puedes irte! ¡Estás enferma, no
estás bien de la cabeza!
Daniel lloraba llamándome.
- ¡Mamá, no me dejes con él, quiero ir contigo!
Me dirigí a uno de los dos policías, y le expresé mi dolor.
- ¡Haga que me de a mi hijo!
- Lo siento señora - Dijo con voz ronca- Es usted quien a
abandonado a su marido, creo que tiene la de perder, pero
esto quien lo tiene que juzgar es el juez. Acompáñenos al
cuartelillo. Su marido puso una denuncia ayer.

60
Mi hijo seguía en las manos de su padre, llorando, y
llamándome. Cuando me di cuenta estábamos rodeados de
todos los vecinos. Cada uno estaba sacando su conclusión de
lo sucedido.
El hombre que nos había llevado, que su nombre es Juan,
me acompañó al cuartelillo para defenderme, diciendo la
verdad de cómo nos había encontrado. Nos hicieron entrar
en el despacho del comisario, me hizo preguntas. Y respondí
a todas.
- ¿Por qué abandonó con su hijo el hogar? - Me preguntó.
- Mi marido me tenía encerrada en casa con llave. Llevaba
viviendo de ese modo quince días. Lo hice mayormente por
mi hijo, el pobrecito sufría más que yo de verme así.
El comisario fue muy considerado conmigo. Hizo que
entrara en el despacho a mi marido, y comprobó que era
cierto lo que yo decía, no vio en mí ninguna culpa, y dijo,
que me podía marchar.
Mi marido interrumpió diciendo.
- ¡El niño me lo quedo yo, es mi hijo!
- También es hijo de su mujer - Respondió el comisario.
- ¡Ella no puede entrar en mi casa, me ha abandonado!
- Tendrá que abrirle la puerta, ha vuelto, y es su mujer.
Traten de reconciliarse, y sea mejor esposo con ella. Una
mujer no abandona el hogar si es bien tratada por su marido.
Regresamos a casa. Juan también venía, era más sensible
de lo que yo pensaba. Sentía por mí mucha pena. Se despidió
para marcharse, y dijo.
- Siento mucho lo que ha sucedido, no creía que tu marido
fuera así. De verdad, que lo siento mucho.
- Sé que también tú lo estás pasando muy mal. Sólo me
queda darte las gracias, por todo lo que has hecho por mi
hijo y por mí.
Mi marido se aproximó a Juan, le dijo.

61
- ¡Llévatela contigo!
- Sí que me la llevaría, pero está casada - Respondió Juan
muy afirmativamente.
Mi marido enfureció al oír estas palabras. Y vino hacia
mí con la intención de pegarme. Juan se puso por medio, y le
impidió que lo hiciera. Mientras tanto Daniel corrió a mi
encuentro, y se abrazó a mí. Yo protegía su cuerpo con mis
brazos.
Sentí una fuerza enorme detrás de mí. Me giré en
dirección al huerto. En donde empezaba el campo, estaba
Jesús, mirándome. Y como de costumbre bellísimo,
bellísimo. Mi corazón latía aprisa, la emoción que sentía era
más que sublime. Daniel tenía que verlo, era la ocasión y le
dije.
- Cariño, mira, donde está Jesús.
Mi hijo giró la cabeza, y estuvo observando unos
instantes la silueta del amado Jesús. Daniel estaba
emocionado, dos lágrimas le resbalaban por las mejillas. Se
acercó a mi oído y me dijo.
- Mamá, tenías razón ¿Por qué es tan guapo Jesús? Ahora me
doy cuenta del porque lo quieres tanto.
Mi marido y Juan habían empezado una discusión, y de
ahí, llegaron a las manos. Quería mi marido demostrarle lo
hombre que era.
También la gente estaban viendo a Jesús, y sin poderlo
controlar, gritaban alborotados diciendo.
- ¡Otra vez ha venido este joven! ¡Viene por Emiliana!
Mi marido al oír estos gritos, cesó el combate que tenía
con Juan, y se puso también de espectador, no tardó en
acudir a nuestro encuentro. Gritaba llamándome desespera-
damente.
- ¡Emiliana, no te acerques a él! ¡Dame al niño!

62
Estaba ya junto a nosotros, y también nosotros de Jesús.
De pronto oí que dijo a gritos.
- ¡Donde están! ¡A donde han ido! ¡Estaba a punto de coger
a mi mujer y a mi hijo, han desaparecido, no los veo!
Daniel y yo estábamos junto a Jesús, él sonreía. Sus
pupilas habían entrado en las mías, y pude ver cómo si lo
tuviera de cerca, el mar, los ríos, montañas y campos. Aves
de todas las clases, animales salvajes y domésticos. Flores,
muchas flores, árboles. Mariposas volando. Las lagrimas
encharcaron mis ojos, y llorando le pregunté a Jesús.
- ¿Todas estas maravillas están dentro de ti?
- Sí mi amada Emiliana. También están en ti, y en todas las
criaturas de la tierra. Porque cada criatura es el universo.
Me di la vuelta y miré a mi marido que seguía
buscándonos entre toda la gente. Pregunté a Jesús.
- ¿Todos ellos también lo tienen?
- También. Todos sin excepción.
- Estoy segura que no lo saben, tampoco yo lo sabía hasta
este momento ¿No puedes hacer que ellos lo vean?
- Mi amada Emiliana, ellos no me buscan, saben que existo
pero pasan de mí. Huyen de los sacrificios que puedan
acarrearles mi existencia. Prefieren vivir los días en la tierra
para la esclavitud de sus placeres. Cuando dejan la tierra, se
marchan sin haber aprendido nada. Son igual que zombis.
Yo seguía mirando cómo mi marido, Juan y los demás,
nos buscaban.
- ¿Por qué no nos ven? - Pregunté a Jesús.
- Espiritualmente están ciegos, esa es la causa.
- ¿Nos has hecho invisibles a sus ojos?
- Sí. Para demostrarte que viven en la oscuridad.
- ¿Todos? - Le pregunté - Son muchos.
- Todos menos uno. Sabes quien es.

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Busqué con fuerza, no podía fallarle a Jesús. Y mis ojos
se pararon en una persona.
- ¿Es Juan?
- Sí. Has visto bien, él no sabe que fui yo quien lo mandó al
albergue. No podíais estar más tiempo viviendo allí.
Nos íbamos acercando a la muchedumbre, hasta que nos
quedamos en medio de todos. Entonces fue cuando dos
mujeres gritaron diciendo.
- ¡Están aquí, se habían quedado entre nosotros!
Un hombre lamentó.
- ¡Es por eso que no los veíamos!
Mi marido se abrió paso, y llegó hasta nosotros. Sabía
que no podía hacer nada, y que era muy extraño lo que había
ocurrido. Me dijo con desaire.
- Puedes quedarte con el niño, no os quiero a ninguno de los
dos. Es mejor para mí, tú ya no eres la misma de antes ¿Para
qué te voy a necesitar?
Juan se había aproximado. Tenía los ojos encharcados de
lágrimas. Era consciente que tenía delante a Jesús, y que lo
estaba mirando con ternura. Jesús posó su mano derecha en
el hombro izquierdo de Juan y le dijo.
- Cuida de Emiliana y de su hijo.
- Así lo haré, Maestro - Respondió Juan.
Jesús posó su mirada en todos los presentes. Levantó la
mano derecha en señal de saludo. Al darse la vuelta, acarició
la cabeza de mi hijo, y a mí me dijo.
- Mi amada Emiliana, sé feliz, y vive la vida con alegría,
porque dentro de ti vivo yo.
Jesús se marchó por el llano campo, y al llegar al final
del camino, se dio la vuelta, y nos mandó a todos los
presentes un saludo.
Mi marido me dejó tranquila, y no se metió más
conmigo.

64
Volvimos en la furgoneta a casa de los padres de Juan.
Yo era libre, y realmente me sentía feliz con mi hijo a mi
lado. Y con alegría, que es una manifestación de Jesucristo
viviendo en ti.
Juan, mi hijo y yo, íbamos en la furgoneta por pueblos,
hablábamos de Jesús, de Dios Padre y de su Reino, pero
siempre sin inculcar alguna religión. Los años me han hecho
comprender que no sirven las religiones para nada, en todo
caso para hacer lavados de cerebro, que es para lo que están.
A Dios Padre, a la Madre Diosa y a su Hijo Jesús, se pueden
encontrar en todas las cosas que nos rodean. Desde la sonrisa
de un niño hasta el vuelo de una mariposa. De una puesta de
sol, de una Luna plateada, de un cielo bordado de estrellas.
De una bandada de palomas, y campos repletos de flores.
Jesús me enseñó, que ese era el verdadero amor, el lenguaje
más claro para llegar a Dios. La madre naturaleza viva, que
es la clave de donde todas las criaturas venimos.
El pueblo de donde éramos, nunca más fuimos, no valía
la pena malgastar energía, porque hablar por hablar no debe
hacerse. Eso también me lo enseñó Jesús.
Hoy mi hijo es un hombre, y yo una mujer mayor. Daniel
siempre ha seguido a Jesús conmigo, y lo ama más de lo que
yo pudiera suponer.
Los padres de Juan nos ayudaron mucho, y desde aquí
les mando un beso allí donde estén, pues, hace algunos años
dejaron la tierra.
Mi hijo me adora, Juan, me sigue, y yo amo a los dos.
Los tres vivimos para lo mismo. Es bellísimo amarse sin
tener cadenas alrededor del cuello.
En uno de los pueblos, donde vamos con más frecuencia
por las peticiones que tenemos, hay una chiquita que sigue a
Jesús. Ella ama a Daniel. Los dos se corresponden. Mis

65
deseos son, que la familia se agrande, y me hagan abuela.
Soy muy feliz cuando los veo juntos, se miran y se besan.
Juan y yo somos dos hermanos que se respetan, y se
quieren hasta el último día de nuestras vidas, dando
testimonio que Jesús existe, de que cuando llega a una
persona, esta cambia totalmente. Su vida la puede dedicar a
su familia, pero también a Jesús. Una cosa no tiene nada que
ver con la otra, pueden hacerse muy bien estas dos
funciones. Y sigo manteniendo, que no hace falta ejercer una
religión, pues, la autentica se encuentra en la madre
naturaleza, en la que nos ha creado a todos los seres vivos.

66
LA PRUEBA DE ESTEBAN - 26-10-1987

Mi historia parece fácil de explicar, pero bastante difícil


para mi de escribirla, y lo voy hacer lo mejor posible. Me
llamo Esteban.
Hacía dos años que me había casado completamente
enamorado de una mujer que para mí lo tenía todo, encanto,
ternura y belleza. Teníamos una niña de un año, que colmaba
nuestra existencia. En los dos años de matrimonio todo
funcionaba a la perfección, algún contratiempo entre mi
esposa y yo, algo normal en una pareja, que a los diez
minutos de habernos discutido, estaba todo olvidado por
parte de los dos.
Era un sábado por la tarde. Como era habitual en ese día,
me quedaba en casa haciendo arreglos que siempre hacen
falta. Ella y nuestra hija vinieron donde yo estaba,
arreglando el enchufe del dormitorio, mi mujer me dijo.
- Voy al super, me llevo a la niña.
- ¿Vais a tardar mucho? - Pregunté
- Una hora como máximo ¿Quieres que vayamos después a
algún sitio?
- Me gustaría que fuéramos a pasear - Respondí.

67
- De acuerdo.
Sonreí a las dos, y a mi hija, le guiñé un ojo.
Solo hacía diez minutos que se habían marchado, y sonó
el timbre de la puerta. Pensé que serían ellas, algo habría
olvidado mi mujer. Me dirigí a la puerta y la abrí. Delante
esperaba un hombre alto, de cabellos grises. Era bien
parecido, de aproximadamente cincuenta años.
- ¡Buenas tardes! - Dijo amablemente.
- ¡Hola! - Respondí, creyendo que se trataba de un
representante - No necesitamos nada.
- No vengo a vender - Respondió - Deseo hablar contigo.
- ¿Conmigo dices? - Respondí extrañado - ¿Sobre qué?
- Vengo para hacerte un regalo - Respondió con una sonrisa.
Miré sus manos, y las traía vacías, no portaba maletín, ni
nada que se le pareciera.
- ¿De qué se trata?
- Te traigo la palabra de Dios.
- ¡Ah! ¿Perteneces a una de esas religiones?
- No pertenezco a ninguna religión. Puesto, que la Palabra de
Dios vive en libertad, para que los seres humanos se sientan
también libres.
Lo invité a que entrara. No sabía realmente qué quería,
pero sentí interés. Le ofrecí que se sentara. Los dos
estábamos uno frente al otro. Él ocupaba un sillón, y yo, la
punta del sofá.
Observaba sus manos largas y finas, no eran las de un
trabajador. Su rostro también era transparente, de facciones
finas, y atractivas.
Estuvimos unos instantes mirándonos. La conversación
la empezó él, preguntándome.
- ¿Crees en Dios?
Tardé en responder. La pregunta me chocó.

68
- Creo en algo, en una fuerza superior, que nos dirige a
todos, y que también hace, que el universo gire y haga su
función. No sé si es Dios.
- ¿Entonces si crees?- Dijo - ¿Has tratado buscarlo?
Esa pregunta me hizo en qué pensar. Todavía no había
respondido, me preguntó.
- ¿Tienes padres?
- Solo madre. Mi padre hace años que murió. Tengo esposa
y una hija que hace la felicidad de los dos.
Después de responder a la pregunta, lo observé con
detenimiento, y pensé - ¿Qué tiene que ver mi familia con
Dios?
Advertí, que sabía en que estaba yo pensando, y me
preguntó.
- ¿Hace tiempo que no ves a tu madre?
- ¿Qué tiene eso que ver? ¿Por qué lo preguntas?
- Rápidamente te voy a responder - Dijo - Si hiciera mucho
tiempo que no ves a tu madre, y alguien te dijera, está en tal
lugar ¿Tardarías en ir a verla?
- Iría lo más rápidamente posible.
- Lo mismo es ir al encuentro de Dios - Respondió - Dios te
está esperando con los brazos abiertos.
- ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho Él? - Pregunté con ironía.
Afirmó. La ironía la dejé a un lado porque me di cuenta
que hablaba en serio. Y formalicé mi postura.
- Me ha enviado para que te lo diga - Respondió.
- ¡Quien eres! ¿Cómo te llamas? - Pregunté algo nervioso.
- Tranquilízate, amigo Esteban. Mi nombre es Rafael.
- ¿Cómo sabes que me llamo Esteban?
- ¿No me lo has dicho antes?
- No - Respondí seguro - Mi nombre no lo he mencionado
¿Te lo ha dicho alguien que me conoce?

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- Quien me lo ha dicho te conoce bien - Dijo con una
sonrisa.
- ¿Has hablado abajo con mi mujer?
- Con Enriqueta, no. Ella no me ha visto.
- ¿Cómo es que también sabes el nombre de mi mujer?
Se encogió de hombros, sin perder la sonrisa.
- Amigo Esteban, estoy aquí para que encuentres a Dios.
Para que tu alma sea plena en la tierra.
- ¿Por qué no has esperado a que estuviera aquí mi mujer?
- Por la razón que ella no querrá saber nada de todo esto.
- ¿Cómo lo sabes? No la conoces.
No respondió a mi pregunta.
- Dios vive dentro de cada persona - Dijo - El Dios que vive
dentro de ti, tiene que estar triste. No le haces caso.
- El Dios que vive dentro de ti ¿Está contento? - Le devolví
la pregunta. Me sentí molesto de que pensara sobre mi mujer
de distinta manera.
- Muy contento - Respondió - Hago todo lo posible para
complacerlo.
Lo miraba sin saber qué decirle. Se me ocurrió algo y le
pregunté.
- ¿Qué religión practicas? ¡O quizá no tengas!
- Las religiones, se las han inventado los hombres de poder,
para mandar en las demás personas. Dios el auténtico, no
tiene religión. Lo que pide es, seguir los pasos de la Madre
Naturaleza, aprender de ella, amar todas sus criaturas,
porque todos somos parte de la creación. El universo nos
pertenece, y todos los seres creados, pertenecemos al
universo. Es lo que se conoce por la Estrella de David. Dos
triángulos, dentro uno del otro. Uno mira hacia arriba, y el
otro hacia abajo, el cielo y la tierra.
Parecía difícil entenderlo. Pero creo que lo capté.
- ¿Quieres decir que la religión es uno mismo?

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- Sí. Has comprendido.
En esos instantes, se oyó la cerradura de la puerta. Era
mi mujer, que volvía de hacer la compra, con mi hija de la
mano, llegó hasta donde estábamos. Al ver a Rafael,
preguntó.
- ¿Quién es?
Rafael se había puesto en pie, al hacer la entrada mi
esposa en el salón. Yo me quedé parado, no sabía cómo lo
iba a presentar, pero fue él quien dijo.
- Soy un amigo.
Mi mujer me echó una mirada algo desconcertada. Se limitó
a preguntarme.
- ¿Os conocíais? ¿No me has hablado de él?
- Nos acabábamos de conocer, pero es cierto que somos
amigos.
Mi mujer no hizo mucho caso. Se dirigió a la cocina para
depositar la compra que acababa de hacer.
Mi hija se quedó en medio de mis piernas, observando a
Rafael. Él le sonreía. También yo me levanté del asiento.
Rafael hizo un ademán para marcharse.
- Me ha gustado todo lo que hemos hablado, y me gustaría
que nos volviéramos a ver de nuevo, pero que sea en sábado.
Es el día que tengo para mí.
Rafael me extendió su mano, y me dijo.
- Amigo Esteban, pronto nos volveremos a ver.
Lo acompañé hasta la puerta, con mi hija de la mano.
La semilla la había plantado dentro de mí. Me sentía otro
hombre diferente. Volví al salón, mi mujer me esperaba
sentada en un sillón, hojeando una revista de alimentación,
que en el super le habían dado. Noté por el modo de
mirarme, que estaba algo molesta. Le mencioné dar un
paseo, como se había previsto. Accedió, pero era por la niña,
para que saliera un rato. En dos horas que estuvimos fuera de

71
casa, no me dirigió la palabra. Yo estaba tan atolondrado de
verla en esa posición, que no me atrevía a mencionarle nada.
También para mí había sido una sorpresa, la visita de Rafael.
Jamás me la hubiera esperado.
Esa noche, apenas puede dormir. Las palabras de Rafael,
resonaban en mis oídos. Y cada vez que las oía, querían
decir algo distinto.
Al día siguiente era domingo. Nos visitaron por la tarde
un matrimonio amigos nuestros. Tomábamos unas copas, y
algo para picar. Nuestra amistad empezó cuando éramos
novios las dos parejas. Los observaba hablando con mi
mujer, y me preguntaba - ¿Es posible que cada uno tenga a
Dios viviendo dentro, y no lo sepa? Tampoco yo lo sabía,
fue Rafael que me lo dijo. Más los seguía observando, y
demostraban lo aburridos que eran. Solo se les ocurrían,
tonterías para reírse. La pena que sentía, es que, yo era igual.
Me estaba viendo en ellos, todo lo que decían o hacían era
insulso, apagado y sin una base ¿Así era yo? - Pensé -
Recordaba a Rafael. Su estilo refinado, su elegancia nata, su
mirada sincera, y su sonrisa casi infantil. Sentía envidia, pero
no envidia sana, eso no existe. Se tiene envidia de alguien o
de algo y punto.
Esperé con impaciencia toda la semana, a que llegara el
sábado. Era posible que Rafael viniese, pero no fue así. Me
quedé triste, y pensativo - ¿Se habría olvidado de mí?
Desde la primera semana, mi mujer había puesto una
barrera entre los dos. Como no le mencionaba nada sobre
Rafael, llegó a pensar que le escondía algo, que yo quería
ocultar. No le mencionaba nada, porque ella desde un
principio no quiso saberlo. Me hubiese gustado hablarle de
la conversación que los dos mantuvimos, pero ella se negó a
escucharme.

72
El lunes a la noche, estando cenando, mi esposa empezó
con los reproches, que hacía una semana iba acumulando.
Yo deseaba que habláramos, para terminar con este mal
entendido. Y sólo esperaba romper el hielo.
- ¿Qué ha ocurrido del hombre que conocí? - Empezó ella
diciendo.
- ¿No soy el mismo? - Le pregunté.
- Demasiado sabes que no. Has perdido hasta la ilusión
conmigo. No me deseas como antes.
- Puede que sea culpa tuya ¿no? - Dije, y luego me arrepentí.
Era cierto que no era el mismo.
- Dime ¿Qué tengo que hacer, para que seas como antes?
- No dejar de hablarme. Cortaste conmigo hace dos sábados.
- ¿De qué conoces a ese tal Rafael? - Preguntó mirándome
de frente.
- ¿Tanto te ha afectado que viniese a casa?
- Sí, porque todavía no sé para que ha venido. Y no me digas
que sois amigos de toda la vida. Es posible que él tenga
veinticinco años más que tú.
Quería decirle la verdad, pero no me iba a creer.
- Vino para hablarme de Dios.
- ¿Es uno de esas religiones raras que hay? No quiero saber
nada de eso, sin religión se vive mejor.
- No se trata de religión. Rafael, no practica ninguna.
- ¡Entonces! ¿Cómo es que dices que ha venido para hablarte
de Dios? ¡Sin religión! ¿De qué Dios puede hablar? ¡Seguro
que ha venido a burlarse de ti!
Me enfadé, y estuve brusco con ella.
- ¡Te prohíbo que pienses de esa manera! ¡No sé quien es
Rafael, sólo lo he visto una vez, y de lo que estoy seguro, es
que es, un representante de Dios!
Me levanté de la mesa. No quería seguir esa
conversación absurda, que no conducía a ninguna parte. Y

73
que tanto mi esposa como yo, nos habíamos enfrentado. En
los tres años que llevábamos de estar casados, era la primera
que nos enfadamos tan fuerte. La semana transcurrió sin
apenas dirigirnos la palabra. Ella se había percatado de que
al llegar el sábado, estaba dentro de lo posible que Rafael
viniese. Y preparó para la tarde salir de compras a un gran
centro.
Estuvimos toda la tarde con nuestra hija, de tienda en
tienda. Hasta que se hizo tarde, y volvimos a casa. Una
vecina, vino a decirnos, que a primera hora de la tarde había
estado llamando a nuestra puerta, un señor alto, delgado y de
cabellos grises. Lo primero que mi mujer hizo fue, mirarme.
Sonreía sin decirme nada. Pero, a partir de ese día, empezó a
hacerme la guerra, y la vida imposible.
Algo me decía, que Rafael vendría al sábado siguiente, y
así fue. No podía recibirlo en casa, mi mujer no lo iba a
permitir, así es que, lo esperé en la callé. No tardé en verlo
aparecer. Se quedó delante de mí, y rápidamente nos
saludamos. Sentía deseos de hablar con él. Era como una
medicina que necesitaba. Pero lo puse al corriente de mi
situación.
Nos dirigimos a unos jardines que había cerca de la casa.
Y elegimos un banco para sentarnos. La conversación la
empezó Rafael.
- Amigo Esteban ¿Te sientes igual o diferente del último día
que nos vimos?
- Algo ha ocurrido - Respondí - No soy la misma persona.
Incluso, siento algo de miedo por lo que pueda suceder en mi
matrimonio, presiento que mi mujer me quiere dejar.
- ¿Lo presientes? ¿Qué te hace pensar en eso?
- La actitud de ella hacia mí. Apenas me habla, ni me mira.
Eso me desconcierta.
- ¿Tienes miedo a perderla?

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- Sí. No sé que haría sin ella. Me casé enamorado, la quiero
y tenemos una hija, que es nuestra delicia.
- ¿Qué harías si tu mujer te dejara?
Me quedé sin saber qué decir. No podía tragar saliva.
- La quieres mucho ¿verdad? - Me preguntó con la voz
aterciopelada.
- Mucho, es el amor de mi vida. No he amado a otra mujer,
sólo a ella.
- Me gusta que así sea. El amor, es lo más extraordinario que
hay, y lo más bello ¿Ella no quiere saber nada sobre Dios?
- No. Ni siquiera oír mencionar su nombre.
- Amigo Esteban. Si así lo deseas puedes volver a ser como
antes. Pero no sentirás dentro de ti, lo que sientes ahora, y
que más adelante, sentirás más fuerte. Porque el amor que
estás percibiendo, es el principio.
Me horrorizaba la idea de volver a ser cómo era antes.
- No quiero retroceder. Necesito sentir siempre, lo que siento
ahora. Es igual, a una llama que me quema por dentro, y que
me hace ver la luz.
- Piensas mucho en tu hija ¿Verdad?
- Muchísimo. Es adoración lo que siento por ella, pero no
quitará que siga siendo cómo soy ahora.
Rafael posó su mano izquierda por mi hombro derecho.
- Amigo Esteban, eres inteligente. Dios te ha dotado de ese
Don. Te quisiera preguntar ahora ¿Estás decidido a seguir a
Dios? ¿Y de recorrer sus senderos?
- Quiero sentir a Dios, igual que lo sientes tú. El día que
viniste a mi casa, sentí envidia de ti, y pensé que eres algo
fuera de lo normal. Pues, para hablar de Dios como tú lo
haces, hay que estar muy cerca de Él.
Rafael sonrió. Y seguidamente dijo.
- Es ahora que empiezas a sentir algo por Dios. Pero
recuerda. La vida de sus seguidores, no es nada fácil, porque

75
se deben a Él. Me estoy refiriendo, a los placeres que la vida
os brinda. Debes pensar, que casi todo lo que se presenta, es
para olvidar al creador. Tienes que ser muy fuerte para saber
dejar todo lo que no sea bueno para el espíritu.
Me di cuenta, que Rafael sabía todo sobre mi, y yo no
sabía nada sobre él. Era un hombre fascinante y misterioso.
Y para saber algo más de Él, le pregunté.
- ¿Tienes esposa?
Antes de responderme, me miró con curiosidad.
- No he querido casarme. Amo mucho mi libertad. Vuelo de
un lado a otro.
- ¿Vuelas? - Le pregunté con admiración.
- Es un decir - Respondió con una sonrisa.
- Es que no me extrañaría - Dije.
- ¿Crees, que podría volar?
- ¿Para Dios hay algo difícil?
- Nada - Respondió, acariciando mi cara con su mirada -
También tú podrías volar.
Lancé una carcajada al aire. Rafael era simpático. Quería
preguntarle algo más personal.
- ¿Has tenido alguna vez tentaciones?
- Muchas, amigo Esteban, más de lo que la vida puede
brindar.
- ¿Caíste en alguna?
- Soy muy fuerte, es por esta razón que hago este trabajo.
- ¿Ni siquiera una muy pequeñita? ¿Quizá, un beso?
Rafael negaba mientras sonreía.
- Perdóname, que te haya hecho esta pregunta.
- Esta bien que las hagas. El hombre inteligente, siempre
pregunta.
Le hable más en serio, y le dije.
- A partir de ahora, dejaré todos los placeres que se me
presenten. Quiero servir a Dios como tú lo haces.

76
- Amigo Esteban, no vayas tan aprisa. Pues, es posible que
pudieras caer. Al hablarte de placeres, me refería a los sitios
que no es necesario asistir. Pero si te apetece ver una buena
película, la vas a ver o, asistir a un baile con tu esposa.
Bailar, es bueno para el alma. En el cosmos nada está
parado, todo gira con una gran rapidez.
Rafael me estaba enseñando lo que tenía que hacer para
no tropezar y caerme. Estaba seguro de querer seguir
avanzando ¿Cómo podía saberlo?
- Rafael ¿Cómo sabré que me estoy acercando a Dios?
- Buena pregunta - Dijo con satisfacción - Cuando empieces
a amar a Dios. Quiere decir que estás despertando. Es como
cuando nos frotamos los ojos recién levantados de dormir.
Nuestro deseo es el de poder ver mejor, todo lo que hay
frente a nosotros. Seguidamente, sentirás la llama ardiente
dentro de tu pecho. Es el fuego Divino que vive en ti.
Entonces, es cuando estarás preparado para hablar de Dios, y
de su creación.
Rafael hizo una pausa. Yo me paré a pensar en todo lo
que me estaba enseñando. No podía perderme nada. El
tiempo que Rafael estaría enseñándome, no lo sabía.
Había anochecido, y seguíamos sentados en el banco,
hablando del mundo espiritual.
- Amigo Esteban, tienes que marcharte a tu casa, para que no
tengas conflictos, con tu mujer.
- De todas maneras, los voy a tener - Respondí.
Nos levantamos del banco, y fuimos andando a paso
lento hasta la cancela de donde yo vivía. Levanté la vista, y
vi a mi mujer en el balcón. Nos miraba con dureza. Me
despedí de Rafael, esperando verlo muy pronto.
Al entrar en el piso. Mi mujer no quiso dirigirme la
palabra. Agarró a la niña de la mano, y se encerraron en el
dormitorio. Me dirigí a la puerta, y llamé con los nudillos

77
para que me abriera. Al no tener respuestas, varias veces de
intentarlo, no insistí más.
Al día siguiente era domingo. Comiendo al mediodía, le
dije a mi mujer.
- Dios, para mí lo es todo. Trata de razonar sin ponerme
mala cara.
Ella, levantó la vista del plato, y mirándome de frente,
respondió.
- ¿Significa Dios para ti, más que tu hija y que yo? Ese tal
Rafael es el causante de nuestras disputas. Ojalá no hubiese
venido jamás a esta casa.
- No digas eso. Estás totalmente equivocada. Gracias a Él,
me siento distinto, no soy el hombre que antes era.
Mi mujer me cortó, para aludir con enfado.
- ¡Sí, desde luego! Ni siquiera yo te conozco, eres para mí,
un extraño, y no quiero relaciones, con alguien que no
conozco.
Se levantó de la mesa, y se dirigió al cuarto de baño
sollozando. Miré a mi hija que se hallaba frente a mí,
comiendo, y sentí pena por ella. Era pequeña para presenciar
estas escenas.
Al llegar la tarde, mi mujer estaba preparada para salir
con nuestra hija, y le pregunté.
- ¿Sales?
- Voy a ver a mis padres - Respondió de mala gana.
Pasé toda la tarde meditando. No comprendía todavía
qué me estaba sucediendo. A quien yo veía extraña era a mí
mujer. La quería lo mismo, no sé que le pudo pasar por la
cabeza. Saqué en conclusión que si ella me amaba, no
hubiese puesto barreras entre ella y yo. Tres años casados, y
aún no nos conocíamos. Yo estaba desesperado, y aunque la
amaba hasta lo más profundo, tenía dudas de sus
sentimientos hacia mí.

78
Esa tarde a solas, hubo una explosión en mi interior.
Noté como mi pecho se ensanchaba, mi garganta cogía
volumen, y la voz salió de mi boca lanzando un grito.
- ¡Dios, donde estás!
Mantuve los ojos cerrados, y me tranquilicé, hasta que
obtuve la Paz absoluta. La mente la tenía puesta en Dios. De
esta manera, esperé a que volviera mi mujer y mi hija. Al
verla entrar por la puerta, noté, de que no era la misma.
- ¡Esteban, cariño! - Dijo llamándome.
Me quedé sorprendido a tal cambio.
- Adela, ¿Estás bien? - Fue lo primero que se me ocurrió
decirle. Era fantástico que hubiese venido a buenas ¿Sería
posible que Dios hubiese obrado un milagro? A partir de ese
día estuvo cariñosa conmigo, y volvimos a estar como antes.
Nuestra vida era otra vez normal. De sobras sabía que yo la
amaba, y aunque siguiera las huellas de Dios, ella y mi hija,
mi corazón lo estarían ocupando siempre.
Todos los sábados, recibía la visita de Rafael, pero no en
mi casa. Estábamos mejor y más tranquilos, sentados en un
banco del jardín. Allí Rafael me ponía al corriente de los
mandatos de Dios. Yo me sentía el hombre más feliz de la
tierra. Hasta que un sábado Rafael me anunció, que era el
último que venía, puesto que su trabajo conmigo ya lo había
hecho. Y tenía que ir a otro lugar que lo esperaban. Asumí su
decisión, puesto que sabía lo que hacía. Dejó en mi corazón,
un lugar muy grande, infinitamente inmenso.

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2

Conocí a un matrimonio, de cincuenta años aproximada-


mente. Los dos estaban interesados en buscar a Dios.
Trabajé con ellos mucho, enseñándoles, lo que Rafael me
enseñó.
Un domingo por la mañana los fui a visitar. Ella estaba
muy contenta.
- Soy inmensamente feliz - Me dijo con alegría.
- ¿Quieres decirme que has encontrado a Dios?
- Sí, Esteban. Gracias a ti vuelvo a nacer. Antes de conocerte
mi marido y yo, estábamos los dos derrumbados, él había
perdido el trabajo. Yo por otro lado había enfermado, los
médicos no daban con lo que tenía. Y ahora, gracias a ti, y
por supuesto a Dios, mi marido ha vuelto a trabajar en otra
empresa. Y yo, he recuperado mi salud.
- Marieta, eso se lo debes a Dios, no a mí, yo solo fui el
instrumento que hizo sonar la campana, pero el merito es
vuestro. Habéis trabajado tu marido y tú, obteniendo los
beneficios que habíais perdido.
Por las mejillas de Marieta resbalaban dos lágrimas.
Cogió mi mano entre las suyas, y me dijo.
- Dios me ha hablado, he oído su voz aterciopelada. Era la
voz de su hijo Jesús. Me estaba reconfortando dándome

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ánimos, para que siguiéramos adelante. Oí que me dijo - El
Padre Eterno te ama, no dejes de buscarlo, ayudando a otros
hijos a que lo conozcan, en todo el universo. Pues, Dios no
es una religión, Él no sabe de religiones, y sus
conocimientos los transmite a personas que pueden expresar
su fuerza, su inteligencia y su sabiduría, hablando de su
creación, que es el cielo y la tierra. Y si los seres humanos
buscamos en la naturaleza todo lo que tiene vida, estamos
viviendo con Dios.
Los dos seguíamos con las manos cogidas. Noté que las
mías estaban frías. Era por la emoción que invadía todo mi
ser ¡Qué suerte tenía Marieta, de haber oído la voz de Jesús!
Hacía mucho más tiempo que yo caminaba en este sendero,
y no sentí en ningún momento la voz de Jesucristo que me
dijera lo más mínimo. No me importaba, aunque me hubiese
gustado, pero si no sucedió, por alguna razón sería. Lo único
que sentía era que, mi mujer no participara en tan
maravillosa búsqueda.
Hacía seis años que yo hablaba de Dios y de su Reino.
Cómo trabajaba de lunes a viernes. Los sábados y los
domingos, los dedicaba para hablar de Dios. Ponía en la
mente de sus seguidores, quien estaba preparado para que lo
buscara. Eran personas maravillosas, que me iba
encontrando, tanto en un parque, que en el supermercado.
Entablábamos una conversación, y pronto notaba si esa
persona estaba interesada en la búsqueda de Dios, nos
hacíamos antes amigos, y más tarde surgía la conversación
relacionada con el mundo espiritual. Era de esa manera que
iba haciendo muchos amigos.
Mientras tanto mi mujer salía los sábados y los domingos
con nuestra hija. Eso era lo que yo creía. Una amiga de ella,
me vino a decir que a la niña la dejaba con ella, y se
marchaba a bailar con un grupo de amigos. Mi decepción fue

81
enorme. En mis oídos parecía oír la voz de mi mujer
reprochándome - Cómo no sales conmigo, voy a divertirme a
discotecas - Creí que me volvía loco de celos. Agarré a mi
hija y la senté en mi regazo, besé su carita de manzana, y
pasé a preguntarle.
- ¿A dónde vas los sábados y domingos con mamá?
- A casa de Maribel - Respondió mi hija, mientras acariciaba
mi cara con sus manecitas.
- ¿Qué hace mamá en casa de Maribel?
- Nada, ella se va, y yo me quedo jugando al parchís con
Maribel. Tengo ocho años, y juego bien, casi siempre le
gano.
Los celos se iban apoderando cada vez más de mí. Me
horrorizaba solo pensar que mi mujer pudiese tener otro
hombre.
Hablé con mi mujer, y le dije.
- Los domingos los voy a dedicar para ti, y nuestra hija. Este
domingo la vamos a llevar al cine. Hacen una película de
dibujos animados, seguro que le gustara.
Estuvimos viendo una película infantil. Las aventuras de
Lasi. Mi hija estuvo todo el rato que duró la película,
pendiente de la perra que hacía el encanto de vivir en una
familia con niños, y los sacaba de lugares peligrosos, dando
su vida por quien la quería. La sensibilidad de mi hija era
estremecedora, pasó casi toda la película llorando. Entre su
madre y yo la consolábamos, pero, las lágrimas y suspiros
nos enternecían.
De regreso a casa, mi mujer se mostró mal humorada
conmigo. Yo desconocía la causa y le pregunté.
- Adela ¿Qué te ocurre? ¿Sigues enfadada conmigo?
- ¡Sí mucho! - Respondió de mala manera - No me haces
caso, y voy a tomar una decisión.

82
- ¿En qué te he fallado? ¿No querías que pasáramos los fines
de semana juntos?
- Eso fue lo que hablamos. Sólo quieres que salgamos con la
niña por las tardes, y de mi no te ocupas.
- ¿Qué quieres decir? - Le pregunté algo confuso.
- Quiero que salgamos tú y yo por las noches, que vayamos a
tomar copas y a bailar. Me has tomado por una monja
¡Quiero divertirme!
- De acuerdo - Respondí para tranquilizarla - El sábado
próximo saldremos por la noche e iremos a bailar, y nos
recogeremos por la mañana ¿Te parece bien?
- Eso me gusta más - Dijo - Más contenta.
Me daba miedo de entrar en este juego, pero lo hacía
para salvar mi matrimonio. Quería a mí mujer con delirio, y
por nada del mundo la quería perder. Incluso, hacía seis años
que no bebía alcohol, y me daba igual volver a beber.
Los amigos que tenía y que eran muchos, los que inicié
en el mundo de Dios. No iba a verlos, ni tan siquiera los
llamaba por teléfono, era como si los hubiese olvidado.
Cometí un gran error.
Los sábados a la noche, después de cenar, íbamos a casa
de los padres de mi mujer para dejar a nuestra hija, y
seguidamente nos marchábamos a la discoteca que mi mujer
había decidido que fuéramos.
Jamás puede imaginar, que todo este plan montado por
ella, era una trampa que del cielo me habían puesto. Tenía
razón Rafael al advertirme la caída que podía sufrir si iba
demasiado aprisa, y no ponía atención, a donde pisaba.
Mis buenos amigos se preocuparon por mí. Hacía más de
dos meses que no iba a verlos. Como les tenía dicho que no
me llamaran a casa, por si era mi mujer quien cogía el
teléfono. Ella no los soportaba, era como una alergia que le
daba, de tanta manía que les había cogido.

83
Una noche se presentaron en mi casa, el primer
matrimonio que hice, y un amigo. Necesitaban saber cómo
me encontraba. Fue mi mujer que les abrió la puerta. Ella no
los conocía, pero suponía que se trataba de ellos. Les puso
mala cara al preguntar por mí. Ella les habló de mala
manera.
- ¡Váyanse de aquí! Dejen a mi marido tranquilo. Tiene
esposa y una hija, me casé con él, porque lo quería ¡Y ahora
ustedes lo están alejando de su familia! ¡Déjenos vivir
tranquilos por favor!
- Señora no queremos molestarla - Dijo Marieta - sólo
buscamos hablar con Esteban, saber que está bien.
- ¡Ya les he dicho que está bien, y que nos dejen en paz,
queremos vivir nuestra vida! Hagan el favor de marcharse, y
no vuelvan más.
Estaba dentro de casa oyendo la conversación pero mi
cobardía impidió que saliera a dar la cara. Esperé a que se
fueran, y al día siguiente, desde el trabajo, los llamé por
teléfono. Y les comuniqué, que era feliz con mi esposa.
Ahora es, cuando me doy cuenta de todo. Antes de que
mis amigos conocieran a Dios, yo les ayudé en todo, y ahora,
necesitaba yo, ayuda de ellos. Creí que dejando los fines de
semana para mi mujer la tendría a mi lado, pero estaba
equivocado. Ella, se iba alejando cada vez más de mí, y la
iba perdiendo. Llevaba diez años haciendo lo que mi mujer
quería, me había apartado completamente del mundo
espiritual, y sólo vivía lo mundano.
Un sábado por la noche, estábamos en una discoteca, con
un matrimonio amigos nuestros. Bailábamos las dos parejas
un baile movido dentro de la pista, y llevábamos unas copas
de más. Me fijé en una pareja que bailaban cerca de
nosotros, y me pareció creer, y estar seguro, de que él,
miraba a mi mujer. Los celos me encendieron. Solté a mi

84
mujer, y me fui hacia él. Lo separé de su novia o mujer, y
empecé a pegarle empujones, diciéndole insultos de todas
clases. Mi amigo vino a separarnos, y le pidió disculpas a
este chico. Diciéndole que había bebido, y no sabía
controlarme. No ocurrió nada más, el chico acepto las
disculpas. Mi mujer se enfureció conmigo, de tal manera que
me dijo enfurecida.
- ¡Si no sabes beber, no bebas, eres más bruto que un arado!
¿Crees que si yo tuviera un amante lo iba a traer aquí?
Con las copas que tenía de más, y con la música alta, me
acaloré. Y le respondí gritándole.
- ¿Me estás insinuando, que ese es tu amante?
Fui otra vez hacia él. Esta vez quería acabar con su vida.
Los celos me habían enloquecido.
Tuvieron que intervenir dos camareros, para reducirme.
Y seguidamente, nos echaron de la discoteca. Realmente, no
sabía lo que hacía. Veía a mi mujer como a una diosa, y la
mujer más bella del mundo. Notó lo que sentía hacia ella,
más amor que nuca. La amaba sin límites, y era por eso, que
me tenía seguro a su lado. No entiendo, cómo pude cambiar
de la noche a la mañana.
Mi hija a los diez años iba sola al colegio. Muchos niños
a su edad lo hacían.
Era al mediodía, recibí una llamada de teléfono de mi
mujer. La voz, la tenía cambiada, no le salían las palabras de
la garganta. Sólo me dijo - ¡Ven, rápidamente a casa! - Lo
dejé todo, y cuando llegué a mi casa, encontré a mi mujer
doblada en llanto. Su familia y la mía estaban con ella.
Todos lloraban. Mi mujer se abrazó a mí, y cogida a mi
cuerpo se desmayó.
- ¿Qué está ocurriendo? - Pregunté alarmado.
Mi madre y mi suegra se acercaron, y llorando se
abrazaron a mí. Fue mi madre quien me anunció.

85
- Ha ocurrido una desgracia.
Mientras que sostenía a mi mujer entre los brazos. A mi
mente vino mi hija.
- ¿Dónde está mi hija? - Pregunté desesperado.
Mi mujer se había agarrado a mi cuello, y con su cara
pagada a la mía, me dijo entre sollozos.
- La ha atropellado un coche. Se ha llevado su vida, y la
nuestra también.
Al oír estas palabras, me revelé contra Dios. Y lancé un
grito desgarrado, diciendo delante de todos.
- ¡Dios! ¿Por qué me has hecho esto?
Hacía más de dos años que no oía la voz de Dios. Y en
ese instante, oí cómo me respondía.
- Me preguntas ¿Por qué? ¿No amas más al mundo que a mí?
Pues quédate con el mundo. Todo esto es lo que ocurre,
cuando se vive fuera de mí.
Al oír esto, me quedé con los ojos fijos en el cielo. No
los movía de esta postura. Mis familiares temieron por mi
vida. Recuperé la normalidad. Miré a mi mujer, y le
comuniqué.
- Hemos recibido un castigo. Yo más que tú, porque soy, el
culpable de todo.
Hacía una semana que se había enterrado a mi hija. Yo
no sabía que era lo que sentía por Dios o por mi mujer,
estaba destrozado. No quería ver a nadie. La ansiedad, se
apoderó de mí, y me atormentaba yo mismo, reprochándome
que nada de eso hubiera sucedido, si no hubiese dejado de
lado a Dios. Él contaba conmigo, para que otras personas, lo
llegaran a encontrar.
Un sábado decidí ir a ver a mis amigos, y contarles la
tragedia que había sucedido en mi casa.

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Después de dos meses que mi hija no estaba ya con
nosotros, lo mejor era, mantener el contacto, con mis
mejores amigos.
Al verme, se alegraron. Pero notaron en mí, que algo
grave me estaba sucediendo. Había adelgazado, y mi
semblante, no tenía color. Marieta, que todo o casi todo lo
captaba, vino a mí para darme ánimos, y me preguntó,
poniéndose en lo peor.
- Esteban ¿Qué te ocurre? Sabes, que nos lo puedes contar
todo.
No resistí a sus palabras, y me abracé a ella llorando. Y
entre sollozos le respondí.
- Mi hija ya no está con nosotros. Hace dos meses, un coche
la atropelló, y murió en el acto.
Marieta se abrazó a mi pecho, y juntos los dos lloramos,
todos mis amigos sentían mucho la tragedia, y se unieron a
mí, dándome ánimos para seguir adelante.
Llegué a mi casa, con el tiempo justo de cenar con mi
mujer. Ella estaba tan destrozada como yo, y apenas
hablábamos. Estoy seguro, que también se sentía culpable, y
su postura era la de callar.
Acabé de cenar, y ayudé a mi mujer a recoger la mesa.
Seguidamente, entré en el dormitorio de mi hija cerrando la
puerta. Cada noche lo hacía, desde que ella nos dejó. Esa
noche, me senté en el suelo, en postura de meditación.
Trataba de buscar a Dios, lo necesitaba cómo el agua para
beber. Pasé toda la noche sentado en el suelo, llamando a
Dios.
Al día siguiente era domingo, salí del dormitorio, para
que mi mujer viera de qué estaba bien, y no se preocupara
por mí. Desayuné con ella, y volví de nuevo al dormitorio,
advirtiéndole que no entrara para nada, no quería ser
molestado. Adela se había resignado al sufrimiento que el

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destino nos había marcado. Ella sabía al igual que yo, que
para los dos era el fin de nuestro amor, e incluso de nuestra
amistad.
En todo el día del domingo sentí nada. Trataba de
reconciliarme con Dios, pero todo era en vano. Me daba
cuenta, que era difícil de encontrarlo, y llegué a pensar, que
Dios, no quería nada conmigo, que me había abandonado.
Lloré amargamente, hasta quedarme sin lágrimas. Los ojos
los tenía secos, me escocían de tanto llorar.
Al sábado siguiente, fui a ver a mis amigos. Sentí envidia
al verlos lo felices que eran, y me propuse buscar a Dios, y
no parar hasta encontrarlo.
Aunque no podía conectar con Dios, le daba las gracias
por haberme dado unos amigos tan humildes y buenos.
También pensaba mucho en Rafael ¡Cuanto hubiese dado
por tenerlo a mi lado, la carga habría sido menos pesada! ¿A
dónde estaría Rafael? También yo lo necesitaba en esos
momentos tan desesperados por los que estaba pasando.
Una noche al regresar del trabajo mi mujer me dijo.
- Esteban, tenemos que hablar.
Estaba sentada, en el sofá, y yo en el sillón, esperando a
que hablara. Aunque, me imaginaba de qué se trataba.
- Te escucho - Le respondí.
- He pensado, que tenemos que separarnos, aunque sea por
una temporada. Nuestra relación, no puede seguir como está.
- Estoy de acuerdo contigo, los dos lo estamos pasando muy
mal ¿Has pensarlo cómo hacerlo?
- He hablado con mis padres de nuestra relación, y he
decidido, irme a vivir con ellos, necesito hablar, y que me
entiendan. Que me den cariño, y que alguien, me hable.
También de volver a rehacer mi vida.
- ¿Has conocido a alguien? - Le pregunté, pero sólo por
curiosidad.

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- No, pero espero pronto encontrarlo. Todavía soy joven,
incluso puedo tener más hijos.
- Me parece bien pensado ¿Has encontrado trabajo?
- Estoy en ello. Quiero trabajar, y sentirme libre.
- Te pasaré una cantidad de dinero, hasta que encuentres un
trabajo.
- No esperaba menos de ti - Dijo con lágrimas.
Adela fue honesta. Pedía su libertad, y por supuesto, la
iba a tener. Y una cantidad de dinero importante que le daría,
por renunciar al piso, no quería nada.
Me puse a recordar meses atrás, lo mucho que amaba a
mi mujer. Ahora había yo cambiado mucho, mi mujer, no
me interesaba nada, y deseaba, que fuera feliz con otro
hombre.
¿Por qué Dios, me probó tan duramente?
Seguía pensando en mi amigo Rafael. Era muy difícil
para mí seguir adelante sólo. Aunque tenía a mis amigos,
pero era yo, quién me lo tenía que trabajar.
Mi mujer, se había ido a vivir a casa de sus padres. Nos
despedimos dándonos un beso en la mejilla, y deseándonos
suerte.
Un sábado por la noche, dejé a mis amigos para irme a
mi casa. En la cama, pensaba, en la felicidad que había en
sus rostros. Las palabras tan sabias que utilizaban cuando
hablaban, la inocencia que había en sus miradas. Lloraba de
rabia, de pena y de dolor. De pronto, mi cuerpo, se encendió,
mi mente reaccionó y grité ensanchando los pulmones -
¿Qué he hecho conmigo? ¿Dónde está mi felicidad, la que
antes tenía? ¿Y la paz que transmitía a los demás? ¡Dios!
¿Dónde estás? ¿Por qué me has abandonado de esta manera?
¿No te das cuenta que te busco sin descanso? ¿Por qué me
tratas así?

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Rompí en sollozos. El corazón lo tenía destrozado.
Buscaba con ansiedad, un trozo de amor de Dios, lo deseaba
con todas mis fuerzas, y seguí hablando con Él.
- ¡Para de hacerme sufrir, de la manera que lo estás
haciendo! ¿No te doy pena?
Al día siguiente era domingo, fui a ver a mis amigos. Me
pidieron, que me quedara a comer con ellos. Y estando en la
mesa, Marieta me anunció rebosante de alegría.
- Hoy será un gran día para ti.
Mi alegría, se plantó en mi rostro, no podía esconderlo.
- ¿Qué tengo que hacer? - Pregunté.
- Hay alguien importante, que tiene que encontrar a Dios, y
el elegido de ir a su encuentro, eres tú, amigo Esteban.
Me quedé sorprendido, no estaba preparado para iniciar a
otra persona al camino espiritual. Y de esa manera, lo
transmití, a mis amigos.
- No soy el adecuado en estos momentos para enseñar a
nadie, los designios de Dios. José está más preparado que
yo, u otro amigo entre tantos que somos. ¿Por qué habéis
pensado en mí?
Se miraron todos. Marieta, era una mujer con mucho
juicio. No había sido ella quién decidió estar en ese puesto
superior. La eligieron entre todos, con voto. Su capacidad
para escuchar y entender a los demás, era grandiosa. Su
paciencia y constancia, era de premiar. Era por eso, que
estaba en ese lugar.
- Amigo Esteban - Dijo Marieta dirigiéndose a mí - Ahora,
es el momento para que inicies a alguien que no conoce a
Dios, a que lo conozca. Los momentos son todos buenos,
cuando se trata de hablar, de la creación.
- ¿Sabéis de quién se trata esta vez? - Pregunté, decidido a
realizar este trabajo espiritual.

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- Se llama Juan - Dijo Marieta - Es un hombre adinerado, y
dueño, de una cadena importante de hoteles. No sabe, en que
ocupar su tiempo libre, y lo emplea en jugar al tenis y al
ping-pong. Necesita que le hablen de Dios, y de toda su
obra. Todos nosotros sabemos, que a Dios, no le gusta los
perezosos, no los soporta. Es por esa razón, que tiene, que
conocer, al Dios, de toda la Creación.
Esta vez lo tenía más difícil que nunca. Sentía miedo,
mucho miedo. Me puse a pensar en el momento que me
presentara, a este nuevo amigo ¿Cómo lo haría? Seguro que
me pondría a temblar, sin saber, qué decir, puesto, que hacía
poco tiempo que había sucedido el accidente de mi hija. En
mi mente las ideas no estaban fijas, después de pasar por
momentos terroríficos, no me sentía capaz de ayudar a nadie,
para que buscara a Dios. Puesto que yo, todavía, no lo había
encontrado. Qué difícil tarea la que me habían dado.
A media mañana del domingo. Me presenté en la
dirección que Marieta me entregó. Al llegar, me encontré
con un barrio lujoso, no me sorprendió, puesto, que se
trataba de un hombre rico. Era la primera vez, que iba a
tratar con uno, para hablarle del tema divino.
La calle y el número daban a una espléndida casa, de
fachada lujosa, de tres pisos. Llamé al timbre, y tardó unos
minutos en venir a abrirme una señora de cincuenta años
aproximadamente, vestía uniforme negro, y un delantalito
blanco.
- ¿Qué deseas? - Me preguntó con amabilidad.
- ¿Está el señor Juan Casandra?
- ¿Tiene usted una cita concertada con él?
- No, pero desearía verlo - Respondí con decisión.
Ella se quedó unos instantes observándome de la cabeza
a los pies. Seguidamente dijo.

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- Está jugando al tenis, y ahora no es el momento de
molestarlo.
- ¿Se molestaría si le dijera que hay un amigo que quiere
hablar con él?
- ¡Ah! No me había dicho que son ustedes amigos ¿Cómo se
llama usted? - Preguntó ella.
- Esteban - Respondí.
- Entre por favor, voy a decírselo.
Me acompañó hasta un salón, decorado con gusto, y me
invitó, a que me sentara en uno de los seis sillones de
terciopelo amarillo. Mientras esperaba, mi mente no paraba
de pensar en tantas cosas como tenía que decirle. Y en mi
interior sentía, o quizá fuera la voz de Dios, que me decía -
¡No tengas miedo, te va a escuchar!
A los quince o veinte minutos, la puerta del salón se
abrió. Delante del umbral había la figura de un hombre de
unos treinta años, vestido con la indumentaria, que el tenis
requiere. Me puse en pie, y esperé a que él, se acercara.
Según lo hacía, me miraba sorprendido. Se paró a un metro
de mí, y sin dejar de mirarme, me preguntó.
- ¿Tú y yo, nos conocemos?
- No.
- Entonces ¿Por qué le has dicho a la sirvienta que somos
amigos? No te conozco de nada.
- Necesito hablar contigo - Respondí.
- ¡Ah! ¿Buscas trabajo? Mañana lunes te diriges al jefe de
personal de uno de mis hoteles, y dejas tu currículum.
Yo trataba de entrar ya, directamente a la cuestión. Pues,
Juan, me estaba señalando la salida, aunque correctamente.
- Soy representante - Fue lo primero que se me vino a la
mente, para empezar.
- Tampoco es a mí, a quien tienes que ver. En cada hotel hay
un jefe de ventas. Es a él, a quién tienes que ir.

92
- Soy representante de Dios - Dije respirando
profundamente.
- ¿De quién has dicho que eres representante? - Preguntó
algo confuso.
- De Dios - Respondí, totalmente relajado.
- ¿Dios se dedica ahora a vender? - Dijo lanzando una
carajada.
- Dios, no vende nada. Sólo quiere que se le conozca. Esta
vez, te ha elegido a ti.
En la cara de Juan, sólo le quedaba una leve sonrisa, que
poco a poco se fue disipando. Ahora me observaba con
curiosidad.
- ¿Dices que Dios me ha elegido a mí? ¿Para qué? ¿Eres de
alguna religión?
- No tengo ninguna. Sólo el poder que Dios me otorga, para
hablar en su nombre.
- Eres un tipo extraño ¿Dios te ha dicho, que me ha elegido?
- ¿Haces algo para servirlo? - Contesté con acierto.
- ¿A que te refieres? ¿Me preguntas si doy limosnas?
- Puedes darlas, es bueno para el alma. También puedes
ayudar a muchas personas, que tienen hambre de Dios, para
que las alimentes.
Juan no se esperaba que le dijera esto. Se quedó parado
con sus pupilas puestas en las mías.
- ¿Cómo te llamas? - Me preguntó.
- Esteban.
- Mi nombre es Juan, dijo.
- Sí, lo sabía. Es a ti a quién busco.
- Qué raro me resulta todo - Dijo con una sonrisa.
- ¿Raro dices? ¿Para mí y mis amigos no lo es?
- ¿Tus amigos? ¿Sois muchos? - Preguntó interesado.
- Sí, bastantes. Ahora no sabría decirte el número.
- ¿Quién os ha hablado de mí? ¿Quién te manda?

93
- Marieta.
- ¿Quién es?
- Marieta es algo así cómo el cerebro de todos. Dios pone en
las mentes privilegiadas, lo que está bien y mal. Quien debe
hablar de su obra, y quién no.
Hacía un rato que estábamos hablando de pie. Juan me
invitó a que me sentara. Los dos lo hicimos al mismo
tiempo, uno enfrente del otro, en sillones. Me examinaba con
curiosidad. Busca la pregunta adecuada que me iba a hacer.
- Según tu Dios, ha puesto en la mente de Marieta ¿Qué
vengas a hablarme de Él?
- Exacto - Dije al mismo tiempo que afirmaba - Pero
también Dios ha entrado en la mente de otras personas, para
decirles, que tú, eres un hijo predilecto.
Juan, algo incrédulo, se echó a reír.
- ¿No será porque conocen la cadena de hoteles que tengo?
¿Buscáis dinero?
Lo miré fijamente y negué.
- Amigo Juan, nadie te va a pedir ni un céntimo. Todos
tenemos nuestro trabajo, y vivimos de ello. Lo único que
tienes que hacer, y eso es si tú quieres, es hablar de la
Creación de Dios, para que todos sus hijos, no lo olviden.
Juan se echó hacia atrás del asiento. Me miraba
fijamente, como si quisiera entrar en mi mente, y descubrir,
que era lo que había dentro.
- ¿Sabes que eres fantástico? - Dijo sonriendo - Tú debes
saber mucho sobre Dios ¿No es cierto?
No sabía que le iba a responderle en ese momento, y le
dije la verdad.
- Lo que estoy haciendo por ti, lo hago también por mí.
- No te entiendo, no sé qué quieres decirme con eso. Yo no
he hecho nada por ti - Dijo Juan con honestidad - Sólo he
dejado que me hables de Dios.

94
- Y te lo agradezco en el alma - Le dije, con los ojos
húmedos - Has hecho un gran favor escuchándome, y me has
ayudado mucho más, de lo que crees.
Juan no conocía nada de mi vida. Y lo que menos podía
imaginar era, que gracias a él, había encontrado yo, de nuevo
a Dios.
Nos despedimos, y quedamos en volver a vernos.
No hizo falta, que lo fuera a visitar de nuevo. Un sábado
por la tarde, apareció, en casa de Marieta. Todos, nos
alegramos mucho al verlo. Se puso manos a la obra, y
rápidamente empezó a hacer amigos, en la búsqueda de
Dios.

95
3

Habían transcurrido, siete años.


Hace una semana, me llevé una grata sorpresa, y una
inmensa alegría. Pensaba que estaba soñando. Cuando
llamaron al timbre de la puerta, fui y abrí. Mis ojos, no
cabían en un gozo, al ver quien era el que estaba delante de
mí, me abracé a él, musitando su nombre.
- ¡Amigo Rafael! ¡Por fin, te has acordado de mí!
Los dos estábamos abrazados. Sentía el calor de su
cuerpo, era suave, y transparente como él.
Entramos al salón, y nos sentamos, uno frente al otro.
Me sentía feliz. Rafael, respondió.
- Jamás, me he olvidado de ti todos estos años, te he tenido
en mi pensamiento.
Mis deseos era contarle toda mi desgracia.
- He pasado una racha, de unos años malos. En ese tiempo,
necesitaba que hubieses estado cerca de mí. Había muerto, y
he vuelto a vivir.
- ¿Es referente, a tu mujer y a tu hija?
- ¿Lo sabías? - Le pregunté confiado en que estaba en lo
cierto.
- Sí. Y era necesario que lucharas tú sólo. Sabía que eras
fuerte, esta batalla estaba seguro que la ibas a ganar. No
creas, que sentí miedo por ti. Dios, nos prueba duramente, y
de muchas maneras, hasta que esta seguro, que se le ama.
- Amigo Rafael, tú que conoces tanto a Dios ¿Sabes por qué
ha querido que yo sufra tanto?

96
- No creas, que has sido tú el único que has sufrido. Porque
cuando tú sufrías, Dios lloraba.
Hacía una hora que estábamos hablando. Me levanté del
asiento, para dirigirme a la cocina. Hice té, y en una bandeja,
deposité dos tazas, y un platito con galletas. Dejé la bandeja
sobre la mesa del salón. Era la primera vez, que Rafael y yo,
merendábamos juntos. Me gustaba mirarlo como comía. Era
distinto, a las demás personas que conocía.
La personalidad de Rafael, me atraía, y me
impresionaba. Me hubiese gustado saber cosas de su vida.
De él, nunca decía nada, yo no sabía nada de él, y él de mi,
todo.
Después de tomar el té, me anunció que tenía que
marcharse, y que en otra ocasión, nos volveríamos a ver.
Mi corazón quedó lleno de satisfacción, y de humildad.
En mi pecho sentía, al niño de mis amores reír de felicidad.
Sin moverme del lugar donde estaba sentado, rogué a
Dios, y le imploré, que me dijera algo sobre Rafael.
- ¡Dios mío! Escucha la voz de este humilde hombre que te
llama ¿Quién es el amigo Rafael?
Oí la voz de Dios que dijo.
- ¡Hijo! Rafael, es un ángel, que he enviado a la tierra para
que te ayudara a encontrarme.
Supe desde el primer día que conocí a Rafael, que no era
como nosotros los humanos. Sé que no volveré a verlo nunca
más, porque sabe, que no caeré, y que ahora, estoy despierto,
y me siento el hombre más feliz de la tierra. Por supuesto,
siempre tendré en mi memoria a mi hija. Con ella hablo
todas las noches, me da ánimos para que siga adelante.
También, la sueño, y me dice, que me quiere.
Cuando alguien ame a Dios, tiene que estar seguro, y
gritarlo a los cuatro vientos. Ellos saben, que lo que se dice
es verdad.

97
El deseo mío de siempre, es el de reunirme los fines de
semana con mis amigos del alma, y nuestros corazones,
están abiertos, para que el amor fluya entre nosotros.
Yo aconsejo a todas esas personas que desean buscar a
Dios. Que lo hagan de corazón, con humildad, y que vayan
despacio. De nada sirve correr, para después, tener que
abandonar.
Le doy gracias a Dios, de poder amarlo tanto, y de
seguirlo hasta el último día de mi vida.
Ayer por la tarde, a la salida de mi trabajo, me estaba
esperando en la puerta, mi amigo Juan. Nos fundimos en un
abrazo. Deseábamos los dos, hablar, y entramos en un bar.
Nos sentamos, y cuando el camarero nos preguntó que
bebíamos, dijimos que cerveza.
Él sigue siendo igual de rico o, quizá más, pues el
número de cadenas de Hoteles, ha aumentado.
Me habló de él, y de su felicidad, jamás, lo había sido,
más que ahora. También yo me siento feliz, de haber sabido
elegir, el camino que conduce a la creación, y que es, esa
gran energía que llamamos Dios.

98
CON LA MIRADA PUESTA EN EL CIELO -1/9/1992

Cuando yo era niña me sentía feliz de todo lo que veía.


La sonrisa jamás la perdía. Mi débil cuerpo estaba siempre
expuesto, a los cambios bruscos, que mi salud, me hacía.
Lloraba muchas veces en silencio, porque nadie me
comprendía ¿Cómo me iban a comprender si siempre estaba
contenta?
A mi vida, siempre venía a visitarme el crepúsculo, yo
cuando lo veía llegar, le sonreía, y le preguntaba.
- ¿Te gusto? ¿Estás bien a mi lado? ¿Qué buscas de mí? ¿Me
estás pidiendo que te enseñe a sonreí?
Yo miraba el rostro de los sinsabores, y veía en ellos,
tristezas lejanas, soledad con lágrimas amargas, recuerdos
que no se borran.
- ¡Ay de mí! Exclamé ¡Cómo pueden ir juntas las penas y las
alegrías, los descontentos y la fantasía, la noche y el día, la
tormenta y el sol naciente que sale cada día!
¡Ay de mí frágil cuerpo!
La hierba en mi jardín, volvía a crecer, y cuando el trigo
de mi pradera estaba dorado, venía el crepúsculo, y lo
cortaba segándolo. Con espanto, miraba cómo se llevaba
todo en un brazado. Yo con lágrimas en los ojos, le decía
adiós.
Otra vez, se había llevado mis esperanzas. Las había
arrancado sin compasión. Se había llevado todas mis
ilusiones, dejándome sola.
Llamé a la tristeza riendo, y le pregunté.
- ¿Sabes quien soy? - Ella me respondió.
- Eres el amanecer. Aunque mucho te pidamos, tú puedes
volver a crear, y hacer un mundo nuevo.

99
Me quedé un rato mirando a la tristeza, y alegremente, le
eché con mi mano un beso. Ella lo cogió aprisa, y me dijo
casi sonriendo.
- Es la primera vez que siento, un granito de felicidad ¿Te
das cuenta, lo necesario que eres para los demás?
Me fui a sentar al escalón de la puerta de mi casa.
Esperaba, sin saber qué. Sentía deseos de llorar y de reír al
mismo tiempo ¡Qué lío tenía en mi cabeza! ¡Dios mío, tú
que todo lo ves! Que todo lo curas, haz que yo comprenda,
lo que me está sucediendo ¿Por qué te busco, y te amo tanto?
¿Por qué estás en mis sueños y puedo tocar con mis manos,
tu Divina cara? ¿Por qué estás atento cuando yo te hablo?
¿Por qué tu sonrisa hace que yo vea tú paraíso? ¿Por qué tu
voz me calma, y cuando acaricias mi cabeza, apaciguas mi
alma? ¿Por qué cuando lloro tú secas mis lágrimas y mi
corazón escucha tu llamada? ¿Por qué cuando tocas mi mano
escribo hermosas baladas?
Dime amor ¿Por qué yo te amo?
Miré la calle arriba, y vi que bajaba un anciano, de
cabellos largos, y barba blanca. Se paró delante de mi casa,
me observaba con una sonrisa, al mismo tiempo, que por sus
ojos azul cielo, resbalaban dos lágrimas. Me dijo con voz
suave y con calma.
- ¡Hola niña bonita! ¿Qué era lo que preguntabas?
Lo miré dulcemente, y pausadamente, le respondí.
- ¿Cómo sabías que había preguntado algo?
- Lo sabía niña bonita, hablabas conmigo. Me preguntaste
cosas hermosas que quedaron sin respuesta. Ahora, te las
puedo responder.
Antes que me dijera algo, le pregunté.
- ¿Por qué reías y llorabas al mismo tiempo?
- ¡Por la misma causa niña bonita, por la misma causa!

100
Posó su mano derecha en mi cabeza, acarició mi larga
cabellera. Clavó con amor, sus pupilas en las mías, y luego
me dijo.
- Niña fina y refinada expresión. Dentro de ti cobijas el
sufrimiento y el dolor. La alegría y la desilusión. El trabajo y
el perdón, la desventura y el amor.
Seguirás creciendo y sufriendo. Y siempre serás la
misma, y tendrás, el mismo temperamento. Esto es, lo que
hace que todo el universo gire y funcione. Recuerda, que el
amado Jesús en la tierra, llamaba al apóstol del amor, Hijo
del trueno, por el temperamento que tenía.
El amor, es fuerte y noble. Tú posees, esos dos dones,
porque haces un trabajo maravillosamente bueno. No te
aflijas, no llores, no te lamentes, porque detrás de ti está el
Maestro, mirándote, sonriendo, paciente.
Niña bonita, habla con el amado, y pon atención a lo que
te dice. Ahora me despido de ti, y te deseo, dulces sueños.
Miraba su silueta de anciano como bajaba la calle, y cada
paso que daba, yo oía unas frases que decían.
- Admirando su bella silueta, se encuentra el descanso
infinito - Mirando su frente, se ve el paraíso y todas las cosas
que viven allí - Tocando sus dedos, nuestras manos,
descansan en la eternidad - Su misteriosa mirada, nos otorga
el sueño de toda la noche - Besando sus pies, se encuentra el
camino que hay que recorrer - Mirando sus rosadas uñas, se
puede ver como está nuestro espíritu - Besando sus manos,
él nos acaricia con amor del suyo - Llamándolo amado, él
nos habla y nos bendice - Si caminamos en sus pisadas, él
nos otorga el favor de seguirlo - Si subimos a las altas
montañas, viene y nos coge de su mano, para llevarnos a ver
sus moradas - Si ponemos oído cuando él nos habla,
podemos comprobar que su voz es música de arpa - El Dios
del universo es bello, humilde, y su amor, no tiene límites -

101
Mirando el rincón más profundo de nuestra alma, vemos el
dedo, que nos señala, con amor infinito - Nadie se puede
esconder de la mirada de Dios - Todo lo que se hace, él, lo
ve, porque siempre está vigilando.
El amado es mi guía. Mi Maestro, mi Amigo, mi Señor,
mi soberano, mi Rey, mi sostén, mi luz, mi descanso y
sosiego.
Mi voluntad es la de él.
Mi fuerza, la suya.
Mis pupilas son, sus miradas dulces y acariciantes.
Mi boca son sus palabras.
Mi contento es, su alegría.
Mis manos, son sus caricias.
Mis pies, su caminar.
Mis oídos, su voz.
Mi soledad, su silencio.
Mi pensar, su mente.
Mis sacrificios, sus sufrimientos.
Mi risa, su bienestar.
Mi desnudez, su verdad.
Mis penas, sus lamentos.
Seguir amándolo, es glorificarlo en todo el universo.

102
SIGUIENDO AL MAESTRO - 4/6/1992

Los almendros estaban en flor. La belleza que había en


sus flores, era esplendorosa.
Hacía poco que todo había terminado. Habían pasado
quince días, y ya no se hablaba en la gran ciudad ni en los
pueblos del hombre que habían crucificado. Nadie se
acordaba del martirio, que le hicieron pasar, los soldados
romanos.
Los que fueron sus discípulos, estaban todos escondidos.
Unos en casa de amigos fieles, y otros se habían ido a vivir,
a cuevas. Temían que les sucedieran, lo mismo que al
Maestro. Eran hombres y mujeres apocados. Pero dentro de
esa timidez que tenían, amaban por encima de todas las
cosas, a Dios, y por supuesto, al Maestro. Lo recordaban con
amor, y nostalgia, cuando se reunían para hablar de él. Se
había sacrificado por todos ellos, y también, por quién no
conocía.
Lucrecia había seguido todo el proceso de Jesús, el hijo
de Dios, pero no participó en nada. Conocía al Maestro, y a
sus discípulos de predicar en las plazas de los pueblos. En
Jesús vio, un hombre de gran temperamento, y sobretodo,
muy sabio.
Ella no se hacía la pregunta, si lo que decía y hacía Jesús,
era verdad o no. Sólo fue espectadora, como mucha gente
más, sin seguirlo.
Lucrecia estaba parada junto a los almendros que había
en flor, alrededor de su casa. Recordaba todos estos
acontecimientos que habían sucedido. Y se paró a pensar -
¿Por qué lo mataron? ¿Sólo por proclamarse el Mesías? Era
posible que lo fuera ¿Por qué no?

103
Lucrecia no cesaba de mirar las flores de los almendros, al
mismo tiempo que aspiraba el perfume que desprendía las
flores. Por sus mejillas resbalaban dos lágrimas, recordando,
algunas de sus palabras. Resonaban en sus oídos, una frase
que un día dijo el Maestro en la montaña.
- Nada haréis sin mí. Y para que todo lo obtengáis, tenéis
que pronunciar mi nombre. Y mi Padre que está en los
cielos, os lo dará.
Lucrecia quitó con las yemas de sus dedos las lágrimas
que corrían por sus mejillas.
- ¡Qué frase más hermosa! - Dijo en voz alta.
Una mariposa blanca, fue a posarse en una rama de
flores del almendro. Lucrecia la miraba enternecida. Sus alas
eran grandes, de una gran belleza y de grandes antenas.
Lucrecia pensó, que se quería comunicar con ella. Era un
bonito ser alado y de un blanco inmaculado. Quería decirle
algo. Lucrecia avanzó dos pasos, y le habló, en voz alta.
- ¡Vamos, dime qué quieres decirme!
La mariposa movía las antenas de un lado a otro. Incluso,
parecía que la estuviese mirando.
En esos instantes, Lucrecia pensó en uno de los
discípulos de Jesús, que un día hablando con él, le preguntó.
- Te he visto unas tres veces entre la gente que nos siguen
¿Te gusta cómo habla el Maestro? ¡Si en verdad lo quieres
seguir, díselo a él! También hay mujeres que son discípulas
suyas.
Lucrecia dejó a un lado este pensamiento, y dirigiéndose
a la mariposa le dijo.
- Ahora sí, quisiera ser discípula de Jesús, pero ya no está
aquí, no puedo decírselo. Los que eran sus discípulos, no sé
donde se encuentran, pues, están dispersados en lugares
distintos.

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De pronto, le vino a la mente, una frase que Jesús dijo en
la montaña.
- Lo que queráis pedirle al Padre, hacerlo, en mi nombre.
Lucrecia dio un grito de alegría, y exclamó. ¡Gracias,
bella mariposa, de haberme ayudado, a encontrarlo!
En esos instantes, la mariposa voló de esa rama, rozando
los cabellos de Lucrecia. Ella la siguió con la mirada. Vio
cómo subía volando, hasta que se perdió, en el cielo infinito.
La vista de Lucrecia iba parándose en todo lo que veía,
mientras que musitaba.
- ¡Jesús, hijo de Dios! Deseo encontrar a uno de tus
discípulos.
Habían transcurrido tres días.
Lucrecia se hallaba en un mercadillo, con una de sus
hermanas, comprando tejido blanco para confeccionarse, una
túnica. Cerca de donde ellas estaban, había un puesto de
fruta. Al girar la cabeza, reconoció en este puesto, a un
discípulo de Jesús, que estaba comprando manzanas. El
rostro de Lucrecia se llenó de felicidad. Se dirigió a su
hermana y le dijo.
- Espérame aquí, voy al puesto de fruta, para hablar, con el
hombre que está comprando.
- ¿De qué lo conoces? - Le preguntó su hermana.
- Te lo diré luego.
Lucrecia llegó hasta el puesto de fruta, para hablar con el
hombre que estaba comprando.
- ¡Paz hermano! - Dijo Lucrecia.
Este saludo lo utilizaba el Maestro. Juan miró a su
derecha. Al instante, reconoció a Lucrecia, y con una sonrisa
le respondió.
- ¡Paz hermana!

105
La emoción de Lucrecia era grande. Tenía delante de
ella, al preferido de los discípulos de Jesús. Y con los ojos
húmedos dijo.
- He pedido al Padre, que me encontrara con alguno de
vosotros, y el milagro se acaba de realizar.
Juan pagó las manzanas, y se separó del puesto de fruta,
no debía oírlos nadie, de lo que iban a hablar. Lucrecia iba a
su lado, y se pararon en medio de la plaza, donde nadie, los
podía oír.
Juan preguntó con un tono de voz dulce.
- Dime hermana ¿Me buscabas? ¿Quieres algo de mí?
- Exactamente todavía no lo sé - Respondió Lucrecia con la
mirada puesta en la de Juan, aunque algo tímida - Oigo la
voz de tú Maestro, cómo me retumba en los oídos sus frases
repletas de amor. Delante de mis ojos, aparece su
crucificación, y todo el espanto que conllevó hasta el final.
Mi corazón está roto de dolor.
Juan, miraba a Lucrecia con sumo amor, escuchando sus
palabras le preguntó.
- ¿Cómo te llamas?
- Lucrecia.
- ¡Por lo que veo, recuerdas bien al Maestro!
- Mucho, y ahora, lo tengo cada instante en mi pensamiento.
Una de las veces que subí a la montaña, te fijaste en mí,
llegaste a donde yo estaba, y me preguntaste - ¿Te gusta
seguir al Maestro? - Pues, creo que lo que me está
sucediendo, es parte a la pregunta que me hiciste.
- Estas afirmando que te gustaría seguirlo ¿No es cierto? -
Preguntó Juan con una leve sonrisa.
- Tengo un lío muy grande en mi cabeza. Siento amor por el
Maestro, creo eso. Y por otro lado, no estoy segura de seguir
sus reglas, tal como las puso.

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Juan posó su mano derecha sobre la cabeza de Lucrecia.
Estaba, bendiciéndola, al igual que lo haría el Maestro. Acto
seguido, metió su mano en el bolsillo de su túnica, y extrajo
un papel con una dirección escrita. Se la entregó a Lucrecia
diciéndole.
- En esta dirección me encontrarás, ahora estoy
provisionalmente, ven a verme cuando quieras. Es aquí
donde nos reunimos todos, estarán contentos de recibirte.
- ¡Es maravilloso! - Repetía Lucrecia una y otra vez.
Oyó la voz de su hermana, al tiempo que le tocaba el
hombro.
- ¿Vienes? ¡El hombre de las telas, te está esperando!
Lucrecia giró la vista hacia su hermana, y señalando a
Juan le dijo.
- Es un discípulo del Maestro.
- ¿De qué Maestro? - Preguntó su hermana extrañada.
- Del hombre que crucificaron. Fui a la montaña en varias
ocasiones para oírlo hablar.
La hermana de Lucrecia, miraba a Juan con curiosidad,
pero no dijo nada al respecto. Sólo habló con Lucrecia para
decirle.
- Tenemos que irnos, se nos está haciendo tarde, y todavía
tienes que elegir la tela que buscas.
Juan, sonrió a Lucrecia. Ella agitó su mano diciéndole
adiós.
Habían transcurrido varios días del encuentro entre Juan
y Lucrecia. Ella no podía quitarse del pensamiento a Juan.
Deseaba con todas sus fuerzas ir a verlo para hablar del
Maestro. Sabía que a partir de la primera vez que lo fuera a
visitar, iría a menudo a verlo. Guardaba cuidadosamente la
dirección que le había dado.
Lucrecia pensaba también mucho en su familia. Y el día
que tomara una decisión, ya jamás sería la misma de antes.

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Esto, también hacía retardar, ir a visitar a Juan. Pues, de
sobra sabía, que quién se uniera a los discípulos, era para
hacer una comunión con Dios. Sería diferente, y tendría que
cambiar muchos hábitos. Era el Maestro quien lo decía, y
debía ser así.
La inquietud de Lucrecia iba en aumento, y este
comportamiento suyo, hacía que sus padres la notaran algo
nerviosa e intranquila. Quería mucho a sus padres, pero aún
más a Dios, y un amor profundo, que sentía por el Maestro
Jesús.
La madre de Lucrecia fue la primera en darse cuenta que
su hija había cambiado, no era la misma, el interés por las
cosas, lo había perdido. Ahora se comportaba de una manera
extraña, y bastante soñadora.
Lucrecia no escondió nada a su madre, y le contó, la
verdad de todo.
- Mamá, he decidido ir en busca del discípulo del Maestro.
Deseo ser, una más con ellos.
Su madre la oía totalmente desconcertada, no pensaba
que fuera tan grave el nerviosismo de su hija, y que sería
algo pasajero.
- Tu padre y yo, hemos hablado sobre ti. Él no le ha dado
importancia a tu comportamiento, alegando que eres joven, y
te podrías haber enamorado.
Lucrecia se rió, y dijo.
- Es cierto que estoy enamorada.
- ¿Qué estas diciendo ahora criatura? Me estás hablando de
ir al encuentro del discípulo del Maestro ¿Qué tiene que ver
eso con el amor?
Lucrecia se aproximó a su madre y le dio un beso en la
mejilla, luego le dijo.
- Mamá, el Maestro es el amor ¡Es de él de quién estoy
enamorada!

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La madre entendía cada vez menos. Todo lo que se
estaba hablando, era nuevo para ella.
- ¿El Maestro no está muerto? - Preguntó totalmente
confundida.
- El Maestro murió en la cruz, pero según sus apóstoles, y así
yo lo creo, está vivo.
- ¿Insensata, cómo puedes decir eso? Todos sabemos que los
hombres lo crucificaron ¡Está muerto!
Lucrecia negaba sin dejar de sonreír.
- ¡Está vivo mamá! Yo lo siento a mí alrededor, oigo su voz
y sus palabras. Su voz, enamora, cautiva y embruja.
- ¡Ah! Ya sé lo que ha hecho ese apóstol contigo - Exclamó
dando un grito - ¡Te han dado de beber un líquido que
embruja, es por eso que hablas de ese modo!
- Mamá, nadie me ha dado nada para beber ¡O quizá sí! Si
así fuera, lo hizo el Maestro en vida. Puede que me hiciera
beber de su cáliz.
- ¿Bebiste del cáliz del Maestro? ¿En qué ocasión te dio de
beber?
- Mamá, es un símbolo de lo que estoy hablando.
- ¿Es un símbolo dices? ¡No sé que quieres decir con eso,
pero de lo que estoy segura, es que has perdido la cabeza! El
lenguaje que utilizas, no es el tuyo, lo que hablas, no eres tú
quién lo dice, eres mi hija y te conozco muy bien.
En esos instantes, el padre de Lucrecia hizo su aparición.
Hacia rato que oía a su esposa, y a su hija hablar del tema
que les preocupaba.
Lucrecia miró a su padre para verificar su semblante, por
el gesto que tuviera, era como se encontraba. La ternura no
la utilizaba para su esposa, ni para sus hijas. Mayormente,
vivía para él, y su familia pasaba a un segundo plano.
Lucrecia recordaba en esos instantes al Maestro, cómo
derrochaba todo su amor en los demás, y pensaba - ¿Guarda

109
para él algo? Estaba segura que no. El jardín de grandes
aromas que desprendía su Divino ser, lo extendía entre toda
la muchedumbre, y hasta la última persona que lo estaba
oyendo llegaban los perfumes a Rosas y Jazmines.
Lucrecia guardaba una prueba de ello. En una de las
veces que subió a la montaña, y esos aromas impregnaban
aquél lugar. Ella agitó su pañuelo al aire, el tisú recogió los
aromas que se movían en el viento, y que iban en todas
direcciones. El pañuelo quedó impregnado de esos dulces
perfumes. Varias veces al día cogía el pañuelo entre sus
manos y aspiraba, hasta quedarse casi dormida pensando en
el Maestro.
En la cena, apenas se podía hablar, el ruido que se oía,
era el de la cuchara. Hubiese querido hablarle a su padre, del
Maestro, pero no lo hizo, esto la llevaría a que su padre la
castigara, y la reprimiera en todo. Lo observaba como comía,
con la mirada puesta en el plato. Su mujer y sus dos hijas
tenían que seguirlo para que todo fuera bien.
Al terminar de cenar, Lucrecia se fue pronto a dormir. Lo
hizo de ese modo para que su padre no le pidiera
explicaciones sobre el apóstol Juan. Le exigiría que le diera
la dirección que le había entregado. Fue su hermana quién
les contó lo ocurrido a sus padres. No entregaría la dirección,
aunque su padre la maltratara, la tenía bien escondida para
que nadie la pudiese encontrar. Después de haber conocido
al Maestro, a nada le tenía miedo. Se sentía guiada por él, su
aroma iba a donde ella. El Maestro transmitió su fuerza a
todos, para que siguieran haciendo la labor que él vino hacer
en la tierra.
Lucrecia lo tenía todo bien pensado. Siempre había
hecho la voluntad de sus padres. No estaba casada, porque
ellos, no vieron con buenos ojos, al joven que la amaba, y

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que ella amaba también. Decían, que no era lo suficiente rico
para su hija.
A la mañana siguiente, nada más amanecer, Lucrecia
salió de su dormitorio sin hacer ruido para que no se
despertaran sus padres y su hermana. La dirección que Juan
le dio la llevaba con ella. Cruzó la ciudad con rapidez, lo que
menos deseaba era encontrarse con alguien que la conociera,
eso sería dejar una huella.
Llegó a un barrio pobre y alejado de la ciudad. Estaba
delante de la puerta que correspondía a la dirección. Se
aproximó, y llamó dos veces con la palma de su mano
derecha. No tardó en venir abrir una mujer de mediana edad,
amablemente le preguntó.
- ¿Qué deseas?
Lucrecia le mostró la dirección que Juan le había dado, y
le dijo.
- Quisiera ver al apóstol Juan ¿Es posible?
- Sí desde luego.
Antes que la mujer fuera avisar a Juan, él se acercaba, y
se alegró de ver que se trataba de Lucrecia. Hizo paso para
que entrara.
La casa por dentro era grande, y sin ninguna comodidad.
Se quedaron sentados en sillas de madera.
- ¡Paz hermana! - Dijo Juan para comenzar el dialogo que la
traía.
- ¡Paz hermano! Vengo a pedirte consejo de lo que debo
hacer. Mis deseos son, los de integrarme a vosotros, pero
mis padres me lo impiden ¿Qué debo hacer?
- Lo único que te puedo decir, es que escuches a tu corazón,
que es la voz de tu conciencia, y que recuerdes, las palabras
del Maestro.
Lucrecia miraba de frente los ojos del apóstol Juan. Su
manera de mirar era dulce, relajante, y junto con su voz

111
había armonía en su entorno, formando una aureola dorada
igual que el oro, dando resplandores.
- Por lo que me dices, creo que oigo la voz de mi conciencia-
Dijo Lucrecia - Estoy segura que se trata de eso. Me dice,
que me una a vosotros, que me quede en el círculo de
hombres y mujeres, que siguieron al Maestro, y que cada vez
son más.
Lucrecia había decidido cuando llegara a casa de sus
padres. Contarles toda la verdad, y la decisión que había
tomado. Ahora ya no sentía miedo, su voluntad había
cobrado mucha fuerza. Ella incluso se sentía distinta.
Lucrecia se fue a vivir donde el apóstol Juan permanecía
por temporadas. Había hermanos y hermanas que vivían en
comunidad, recordando al Maestro, y sus palabras.
Lucrecia amó mucho al Maestro Jesús, y tanto habló de
él, que no le importaba que fuera perseguida por la justicia.
Ella había conocido al Mesías, y la embrujo con sus
palabras, y con su mirada dulce celestial.
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

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EL ESPÍRITU CONFUSO - 30/6/1992

El espíritu andaba con pasos lentos, de todo el cansancio


que llevaba. Se dirigía hacia su último destino. Iba pensando
en todo lo que en la tierra había hecho, y muy triste decía.
- No estoy satisfecho, he vivido ochenta años ¿Qué es lo que
he aprendido? ¡Nada! Todo ese tiempo lo he estado
empleando sólo para alimentar el cuerpo que me prestaron, y
que después, me pidieron, porque no era mío.
- ¿Cómo era mi cuerpo? Ya no lo recuerdo ¿Tanto como lo
cuidé, para gustar a los demás? Ahora sólo me veo como
soy. Camino sin rumbo. No conozco estas calles, ni
plazuelas ¡Qué cansado estoy!
El espíritu harto de andar, se sentó en un banco que
había, allí sentado empezó a oír lamentos y dolor, de gentes
que gritaban sus desgracias.
Se dio la vuelta, y vio a otros espíritus, que caminaban
despacio por detrás de él. Iban contándose cada uno, sus
temores y penas.
De pronto, una luz apareció por el horizonte. Brillaba
como la plata, y dentro de la luz, había una mano angelical,
que les hacían señales para que avanzaran.
- ¡Vamos, avanzar!
Todos los espíritus que andaban perdidos, al oír esta
señal, se alegraron, y se dispusieron a ir corriendo al
encuentro de la mano que les señalaba el camino. Gritaban.
- ¡Gracias Dios mío, muchas gracias!

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UNA PEQUEÑA NINFA - 2/7/1992

Sabina había sufrido mucho, todo el tiempo que estuvo


fuera del Palacio de las ninfas.
Ella era una. Un día habló con la Reina de las Ninfas, y
le dijo.
- Quiero salir de Palacio para conocer el mundo. Mis deseos
son, saber cómo es, y la clase de gente que lo habita.
La Reina le advirtió diciéndole.
- Sufrirás desengaños grandes con ellos. Pues no son como
te lo imaginas. Nosotras las Ninfas, sabemos que los
humanos existen. Pero ellos no admiten que se diga, que
nosotras existimos. Pueden causarte mucho daño. Te están
viendo, y decir que no es cierto. Dicen que nuestra existencia
es invención de mentes enfermas, y fantasiosas.
Sabina creyó todo lo que le dijo su Reina, pero como era
aventurera, quería convencerse por sí misma. Se despidió de
su Reina y de sus compañeras, y a la mañana siguiente al
amanecer el día estiró sus finas alas, y se marchó volando
por una de las ventanas de Palacio.
Llevaba con ella muchas ilusiones, y muchas cosas para
hacer. Su gran ilusión, mostrarse tal como era a los
humanos, y decirles - Soy la ninfa Sabina.
Había transcurrido un tiempo desde que Sabina había
volado de Palacio. Tanto la Reina cómo las demás ninfas se
preocupaban por ella, deseando con todas sus fuerzas que
volviera pronto.

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Llamaban a la puerta de Palacio. La ninfa guardiana se
apresuró y abrió la puerta. Delante se encontraba el cuerpo
cansado y abatido de la inconfundible Sabina. Apenas podía
mantenerse con las alas en el aire, las pocas fuerzas que le
quedaban la habían dejado sin respiro. La ninfa guardiana,
tuvo tiempo de mantenerla encima de ella, al mismo tiempo
que pedía ayuda. Rápidamente, vinieron dos ninfas a la voz
de auxilio. Llevaron el cuerpo desvanecido de Sabina, a un
lugar de descanso.
Cuando estuvo restablecida, se presentó ante la Reina,
para pedirle disculpas, por su ignorancia, de querer conocer
a los humanos, arriesgándose y desobedeciendo, los ruegos
que la Reina le hizo, previniéndola de los peligros que
corría.
Sabina empezó su relato, recordándolo, con tristeza.
- Me aproximé a una joven, que tenía facilidad para verme.
Hice que ella me viera. Y mientras ocurría, ella gritaba
diciendo, que no era verdad lo que estaba viendo, y que
estaba loca.
Cuando la oí decir eso y ver cómo me despreciaba. Noté
en mis alas un dolor inmenso, al mismo tiempo que se
debilitaban.
Luego, me trasladé como pude a otro lugar. Necesitaba
recobrar la fuerza por mediación de otro ser humano, que
estuviese dispuesto a verme, y dar conocimiento de nuestra
existencia. Conocí una niña de cinco años de edad, tenía que
dejarme ver por ella. Era una niña con mucha fantasía, con la
mirada de soñadora. Era necesario que me viera, y diera
testimonio. Tenía que recuperar mis fuerzas, y olvidar el
primer fracaso.
La niña me veía. Hacía tres días que las dos jugábamos
en su habitación. Mi recuperación se iba haciendo
lentamente, estaba ya casi bien. Entonces, la niña le habló a

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su madre de mí, que jugaba con una ninfa en su dormitorio, a
unos juegos bonitos.
La madre al oírla decir esto, se enfadó con su hija,
diciéndole - Que las ninfas no existían, y que si decía eso
otra vez, la llevaría al medico, para que la curara de un mal
que padecía.
En aquellos instantes, empecé a encontrarme peor de lo
que antes estaba. Mis alas no podían ponerse derechas, ni
ponerlas hacia arriba para volar. La niña se daba cuenta en el
estado que yo me encontraba, y sus deseos eran los de
ayudarme, repitiendo a su madre, que era verdad todo lo que
decía. Su madre se arrodilló ante ella, cogió su manecita
diciéndole - Nada de lo que dices es verdad. Te he dicho
antes, que las ninfas no existen, lo has debido soñar.
La niña seguía viéndome, pero me ignoraba, hasta el
punto de decirle a su madre - Es cierto lo que dices mamá,
aquí no hay ninguna ninfa.
Mi cansancio aumentó, y mi debilidad se hizo grande.
Entonces fue cuando decidí volver a Palacio. Estaba segura
que iba a morir entre los humanos.
¡Mi Reina, te pido perdón por haberte causado tantos
estragos, y que tu recuerdo lo tuvieras puesto en mí! Tú
cuidas de todas nosotras, y si algo malo nos ocurriera a
alguna de nosotras, sufres mucho. Pues, para ti, somos como
hijas.
He sido egoísta, pensando sólo en mí. Sin darme cuenta,
que nos quieres y nos enseñas.
La Reina miraba con ternura a Sabina. Sus ojos
almendrados de color violeta, sonreían delicadamente,
repletos de amor y de comprensión.
La Reina dijo a Sabina.
- No te ha sucedido nada, y has podido llegar a Palacio,
porque yo de lejos te estaba vigilando, mandándote energía y

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buenos pensamientos. Has realizado la aventura que
deseabas, y ahora te das cuenta que los humanos, no son
como tú pensabas ¡Por supuesto que no! Equivocándote es la
mejor manera de aprender. Antes de llegar a ser Reina, me
equivoqué muchas veces, hasta alcanzar la perfección.
Sabina escuchaba con suma atención, las palabras sabias
de la Reina. Sabina le preguntó.
- En una ocasión nos hablaste de los humanos, y nos dijiste,
que habían personas que nos querían y sentían un gran amor
por las Hadas y ninfas. También, que creían en nosotras.
La Reina sonrió, y dijo.
- La última niña que fuiste a visitar, cree en nosotras, es por
eso que te vio, y pudo jugar contigo. Ahora es pequeña para
enfrentarse con los más grandes, y decirles la verdad de
todo.
Cuando sea mayor, nos defenderá, y podrá visitar nuestro
Reino. Podrá escribirlo, y cómo somos y vivimos. Las demás
personas nos verán, por lo que ella diga y escriba.
La mayoría de los humanos, sólo ven, lo que tienen
delante de sus ojos. No están mágicamente hechos para ver
lo oculto, los mundos que hay detrás de todo lo que no se ve.
Sabina se sentía feliz de poder responder a esa pregunta
y dijo.
- Todas las Reinas de hadas y ninfas, sabemos cuando un
niño o niña nace, si puede vernos y oírnos. Es por eso que
estamos volando a su alrededor, desde el momento que
nacen. Cuidamos de ellos, porque vienen de un mundo
especialmente mágico.
Antes de nacer, estaban en contacto con nosotras. Es por
eso que después, nos reconocen, y están en sumo contacto,
viéndonos y oyéndonos.
Sabina estaba arrepentida, de no haber sabido más sobre
los humanos.

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Permanecía sentada a los pies de su Reina. Posó su
cabecita sobre ellos, y se quedó dormida.

CLARA EISMAN

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