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El encuentro
Abrí los ojos, pero los volví a cerrar al instante. La claridad era
encandilante, por lo que mis ojos tardaron en adaptarse a la
atmósfera de ese mediodía. No hubiera querido despertar nunca
al viernes, esa noche era el baile de graduación de Nella. “Lo
hago por ella”, me recordé.
Mi madre tocó la puerta de mi habitación y asomó su risueño
rostro.
- Buenos días, mi amor. Creí que seguirías dormido – dijo
mientras entraba con un paquete enorme envuelto en una bolsa
de color negro.
- Hola, mamá – dije mientras refregaba mis ojos -. ¿Qué es eso?
- Es tu traje. Acaban de traerlo de la tintorería – dijo mientras lo
colocaba en una silla -. Mandé a que lo pongan a punto, para que
esta noche Dante y tú sean los más lindos – se acercó y me dio
un beso en la frente.
- ¿No has irás a trabajar hoy? – le pregunté.
- No, por supuesto. Pedí el día en el Colegio. Sabes que cuando
de fiestas se trata a las mujeres no nos alcanzan las horas de un
día para prepararnos – pronunció esas palabras mientras se
retiraba de mi habitación.
Me senté en la cama estirando cada uno de los músculos de mi
espalda y brazos. Sabía que la noche llegaría rápido. Esa es la
ley: Lo que no deseas llega en menos de un pestañeo, al
contrario de cuando quieres algo.
Durante todo el día la casa fue un desfile de vestidos de mi
madre y zapatos de mi hermana. Nunca había visto a dos seres
humanos subir y bajar escaleras tantas veces, sólo para mirarse
en una pared de espejo. Eso era lo que había en el comedor de
mi casa: la pared de espejo más grande que haya visto…
Capricho de mi madre.
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miel en los míos… Nunca había visto ojos más hermosos. Eran
color miel con hilos dorados. Brillaban cual estrella en el manto
del oscuro cielo. De otro modo no podría haber notado aquel
mágico y extraño color. Me pareció que el mundo se detenía en
ese preciso instante. No escuché nada, ni al mismísimo silencio.
No notaba un solo movimiento, hasta mi corazón se había
detenido. Me quedé sin aliento durante esos cortos segundos que
me parecieron largas horas. Cuando estaba a punto de ponerme
cianótico, inspiré profundamente, comprobando que el aroma a
jazmines provenía de ella. Noté que todo lo que me rodeaba
volvía a cobrar vida, incluso yo. La situación me recordó a un
DVD que le colocas “Play” luego de haber estado en “Pausa”.
Pero todo parecía insignificante al lado de ella, al lado de
semejante belleza. Era implacablemente hermosa… cruelmente
hermosa.
Se incorporó sobre sí con una gracilidad y rapidez
sorprendentes. Noté cómo aquella luz que la rodeaba se iba
desvaneciendo. Ahora sí me resultaba normal. Pero seguía
siendo deslumbrante… cegadora.
- Ho-o-la – tartamudeé atónito.
Ella no contestó. Seguía con sus ojos clavados en los míos.
Aunque su mirada no era dura, más bien la noté triste. Sí, tenía
ojos tristes…
- Me llamo Demián. Estoy en un baile de graduación, en un
salón de… de por aquí atrás – pronuncié lenta y pausadamente
cada palabra. No pude decirle la ubicación exacta del salón,
pues no sabía cuanto había caminado empujado por su aroma.
No podía dejar de mirarla. Era lo más parecido a la perfección
que había visto en mi vida.
- Hola – respondió al fin.
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- ¡Hijo! ¿Qué haces por acá? ¡Qué susto me has dado! – confesó
mi madre con un hilo de voz.
No podía explicarle todo aquello. No sólo era largo, sino
también raro. Rarísimo.
- Disculpa mamá. Comencé a caminar y no me di cuenta de
cuánto me había alejado.
Dante observó el libro que llevaba en mi mano y luego me miró
sin hacer una sola pregunta. Yo sabía que no haría ningún
comentario. Movió su cabeza hacia arriba levantando ambas
cejas, en señal de que oculte el libro tras mi espalda.
Disimuladamente hice caso a su petición, enganchándolo a la
parte trasera de mi cinturón.
- ¿Te encuentras bien, mi amor? Estás pálido.
No me encontraba nada bien. Estaba más mareado que antes.
- La verdad que no. Sigo mareado, mamá – respondí llevando
una mano a mi cien.
- Ven. Vamos al salón – dijo Dante agarrándome de la cintura
por si acaso me desplomaba por el suelo –. El aire húmedo no
ayuda.
- Mamá… ¿Nella se percató de que no estamos? – pregunté
afligido. No quería arruinarle el baile a mi hermana.
- No lo creo, Demián. No ha parado de bailar en toda la noche.
Y cuando salimos a buscarte tampoco había indicios de que lo
vaya a hacer.– dijo más calmada.
- Qué bueno, entonces.
Suspiré aliviado mientras me colgaba de los hombros de Dante,
las rodillas habían comenzado a temblarme.
El camino de vuelta al salón me pareció interminable. No me
había dado cuenta de cuánto había caminado. Al llegar a la
puerta de entrada me solté de los hombros de mi hermano. No
quería que Nella se diera cuenta de que estaba descompuesto.
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