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Pornocto
y
Rosirupta
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Pornocto
y
Rosirupta
(dos almas en el Mundo
del Nada Importa)
Rudy Spillman
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Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcial-
mente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos
los derechos reservados.
© 2007 Standard Copyright License
ISBN N° 978-9-6590-5800-6 מסת"ב
Registrado en la ciudad de Bnei Barak, Estado de Is-
rael, con fecha 14 de julio del año 2003.
Sitio Lulu
http://www.lulu.com/es
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A mi amada esposa, Adriana.
Nunca me imaginé que alguna vez escribiría una
historia tan parecida a la que desearía vivir con mi
pareja. Bien sé que esto ella no lo tomará como
un insulto, porque la conozco. Y aunque no viva-
mos en la pretendida ciudad de Roberacra, ni
tengamos palomas de clientes, ni dejemos que
todos nuestros problemas se resuelvan solos, es-
toy persuadido de que algún día nos
encontraremos los dos solos en un pequeño pla-
neta repleto de higueras y viviremos felices por la
eternidad de los tiempos, sin la necesidad de
comprender nada, ni que nadie nos comprenda.
Rudy, tu esposo y amante
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Prólogo
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de nuestra sociedad. Ellos llegan de un planeta desco-
nocido en el que existen 2 valores primordiales: la
estupidez y la ignorancia.
El lector conocerá el comportamiento en la Tierra de
estos dos seres que no han recibido sus influencias. Vi-
virá junto con ellos su falta de capacidad para resolver
problemas y podrá sorprenderse al comprobar la forma
en que éstos se resuelven solos debido a la casi incapa-
cidad (a veces pareciera que ambos corren el peligro de
contagiarse de los seres humanos) de crear pensamien-
tos negativos.
El sorprendente pero a su vez lógico final de esta histo-
ria, desprenderá al lector de la mano de sus 2
personajes principales. Es probable que entonces, éste
sienta un sabor parecido a la nostalgia y un incompren-
sible deseo de acompañarlos a donde ellos vayan.
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Introducción
Los dos somos tontos y felices. Sí, las dos cosas juntas.
Porque cuando uno es tonto no ve como los demás las
cosas graves que hay. Y cuando le hacen trampa uno no
se da cuenta. Y entonces todo está bien. Siempre todo
está bien. En cambio las cosas que de verdad están bien
uno las ve geniales y las geniales las inventa. Al final
uno es feliz. Por ser boludo uno es feliz. Yo siempre le
digo a Rosirupta: “¿Cómo es que nosotros estamos
siempre contentos? Nunca nos peleamos como las otras
parejas. Siempre nos divertimos... ¿no? ¿no?”
Ella dice que es una gran ventaja que los dos seamos
idiotas como toda la gente dice. Porque para nosotros
no somos así. Porque no nos damos cuenta. Y si no te
das cuenta, no sos. O sos pero no te das cuenta, que es
lo mismo.
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mucha gente. Pero no. Después me di cuenta porque yo
empecé a sentir lo mismo. Ella me quiere. Y mucho. Y
yo también... ¡a ella! Qué casualidad ¿no? Nosotros
somos una pareja con suerte. Una vez escuché a uno
decir: “Esos dos boludos seguro que no conocen la ca-
ma...” . Y yo le dije a Rosirupta: “El boludo es él
¡Cómo no vamos a conocer la cama! No hay nadie que
no conozca la cama. Nadie puede vivir sin dormir”. Pe-
ro ella enseguida me explicó lo que ese había querido
decir. Porque... hasta esa suerte tenemos con Rosirupta.
Lo que yo no sé, ella me lo explica y lo que ella no sabe
se lo explico yo. Entre los dos, casi sabemos todo. Y
bueno... después que Rosirupta me lo explicó, entendí.
Y cada vez que entiendo algo, me doy cuenta lo suertu-
dos que somos. Lo que todas las parejas hacen en la
cama, el amor, nosotros lo hacemos dándonos las ma-
nos cuando salimos a pasear. Sentimos igual. ¡Pero que
suerte que tenemos! No necesitamos usar esos globitos
largos, ni tomar pastillas, ni escondernos, ni usar la ca-
ma... ¡que es para dormir! ¡Y lo hacemos todo el
tiempo que queremos! ¡Y delante de toda la gente! Y
sobretodo, haciendo el amor así, no traemos más gente
a vivir acá con nosotros. Chicos... bebés quiero decir.
¿Y saben porqué Rosirupta y yo no queremos traer gen-
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te a vivir a este Lugar? Porque nunca se les puede pre-
guntar antes si ellos quieren venir. Pero bueno... eso ya
es otra cosa. Entonces, como les decía, así es como al
final entendí cuánto me quería Rosirupta y por eso todo
el tiempo me decía: “Pornocto, dame la mano”. Enton-
ces yo empecé a tener cada vez más ganas de darle la
mano. Hasta que no me la tuvo que pedir más.
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Declaración desde la cárcel de la ciudad de
Roberacra
(Escrita por el mismo Pornocto desde su celda, con mo-
tivo de haberse éste rehusado a prestar declaración ante
el oficial de la comisaría de Roberacra y haber rechaza-
do contestar al interrogatorio formulado en el Juzgado
Penal de la ciudad. Único nombre conocido: Pornocto.
Facilitado por el propio detenido. Sin documentación
identificatoria alguna. Sin familiares conocidos. Sin
domicilio inscripto. Persona no conocida con excepción
de algunos amigos circunstanciales):
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I
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en bajada, entonces el agua corría. No se juntaba toda
junta. Yo tenía agua adentro de los zapatos, pero por
suerte, los pantalones que no me llegaban a los tobillos,
no se habían mojado. Y tenía puesto el sobretodo que
me había regalado Vardas. No era muy lindo. Estaba un
poco sucio y muy arrugado. Pero me cubría del frío y la
lluvia que era lo importante. Tenía un agujero en la es-
palda, donde está la cola. Y por ahí entraba un poco de
agua y frío. El día que Vardas, mi amigo, me lo regaló,
vi que me quedaba muy corto y le dije:
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Cuando me di cuenta de la galería cubierta de enfrente
ya había llegado a la esquina. Me quedé parado miran-
do el negocio que estaba cruzando la calle, justo en la
misma esquina mientras la lluvia seguía cayéndome
encima. Pero pensé contento que ya no me podía mojar
más. Aunque el viento frío me estaba congelando hasta
los huesos. Entre las gotas de agua que me nublaban la
vista y el flequillo largo que se me pegaba a la frente
metiéndose adentro de mis ojos, pude ver las letras
grandes y blancas escritas sobre el vidrio oscuro de la
puerta de entrada al negocio. Decía:
SERVICIO DE COMPAÑÍA
- Atención las 24 horas del día -
Disfrute ahora... pague después
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ta. Quizás me dejaban calentarme un poco o tomar algo
caliente. Mucha plata en el bolsillo no tenía, como
siempre, pero ese cartel estaba buenísimo. Decía: ...
"pague después".
Yo enseguida le contesté:
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pasillo largo lleno de puertas. Una se abrió y salió una
muchacha. Me miró. Me pareció que había escuchado
mi voz antes de abrir la puerta y salió a buscarme. ¡Eso
sí que se llama buen servicio! Lo miré al bigotudo y
señalando a la muchacha le pregunté:
“Y yo Rosirupta”, me contestó.
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II
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“Ninguno. Yo nunca tuve papá ni mamá...”
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“¿Porqué?”, le pregunté pensando que le había dicho
algo que no le gustó.
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guimos hablando más tiempo.
“Eso que los hombres hacen con las mujeres para tener
bebés.”
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“¿Y vos tenés muchos bebés?”, le pregunté sorprendi-
dísimo.
“¿Y para qué los hombres quieren hacer eso con vos si
al final no van a tener ningún bebé?”
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empecé a trabajar acá yo no hacía eso. Pero un día esta-
ba limpiando una habitación y escuché a un señor que
le decía a don Quique: “... quiero a la boba.” Y él me
mandó a una habitación que ya estaba limpia, con el
señor. Otro día lo escuché hablando con otro señor y le
decía que hay clientes que les gusta hacerlo con retar-
dadas. Este señor entonces le pidió una así para él. Yo
pensé que esa vez iba a tener suerte porque yo soy bo-
ba. Pero al final también me mandó a mí.”
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hombres. Como si hubiese tenido una gran idea, agre-
gué:
“¿¡De la qué!?”
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“Sí, una caja de fósforos.”
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Empecé a correr más rápido de lo que alguna vez había
corrido. Por la misma calle por la que antes había baja-
do. Pero ahora subía. Por suerte ya no llovía. No pude
aguantar la curiosidad. Cuando me di vuelta para ver si
alguien nos seguía, vi lejos a dos hombres super-
grandotes vestidos con trajes oscuros y que usaban an-
teojos grandes todos negros. Parecían hermanos. Nos
seguían. Me pareció que corrían más rápido que yo
porque estaban cada vez más cerca. Uno de ellos lleva-
ba una pistola en la mano.
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acercaban cada vez más. Paré a respirar. Me ahogaba.
Mis piernas temblaban solas. Caí sentado en el piso con
Rosirupta encima mío. Mientras ella alargaba su brazo
y gritaba: “¡Pare! ¡Pare! ¡Taxiiiiiiii!” , yo me acordé de
los que nos seguían y miré para atrás y para arriba. Los
grandotes parecían más gigantes que antes. Estaban se-
rios parados al lado mío. Uno de ellos tenía una mano
sobre el cinturón, del lado de adentro del saco. Pero yo
sabía que escondía la pistola. Por los vidrios oscuros de
los anteojos no podía saber si me miraban a mí o no.
Yo todavía estaba sentado en el piso. Me dolía la barri-
ga. Se me escapó un pedo con un montón de ruido y
olor. Ustedes pensaran que fue de miedo pero no. Me
parece que se me revolvió adentro el café con leche y
los emparedados cuando corrí. De repente vi que uno le
hizo una seña al otro. Cruzaron enfrente caminando rá-
pido. Me parecía que se escapaban pero no querían que
nadie se de cuenta.
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una mueca con la cara para que mirara para atrás. Por el
parabrisas del taxi vi a dos policías que se acercaban.
Ella me dijo que habían salido del Bar-Cafe “Apollo”
que estaba en la esquina. Eso fue lo que asustó a los
gigantes.
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III
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“Sí, acá. Vení vamos, te voy a presentar a todas mis
clientes.”
“¿Qué es esto?”
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estaba la feria, acompañados por algunas de las palo-
mas que me habían venido a saludar. Me metí la mano
en el bolsillo del sobretodo que me había regalado Var-
das y saqué la llave de mi quiosco. Se lo quería mostrar
a Rosirupta. Pero cuando ya estábamos cerca vi una tira
larga y ancha de papel que cruzaba las dos puertas de
chapa. Y algo escrito que todavía no podía leer. Caminé
más rápido sin soltar la mano de Rosirupta. Cuando lle-
gamos leí escrito sobre la tira de papel blanco:
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“Yo no voy a romper nada... Sólo iba a abrir la puerta
de mi quiosco para mostrarle a Rosirupta...”
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Se quedó mirándome. Entonces agregué:
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IV
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después me di cuenta que no. El era distinto a mí. Y un
montón de otras cosas diferentes. Entre todos los árbo-
les de mi planeta había una higuera. Yo era muy amigo
de ese árbol. Me daba la fruta que más me gustaba: los
higos. Un día se enfermó y se secó. No me dio más fru-
tas ni sombra. Pero yo lo quería igual. Era mi amigo.
Hice una canasta con ramas y hojas grandes de otros
árboles y le llevé agua de lugares donde había llovido
más. Se curó. Empezó a llenarse de hojas verdes y de
higos deliciosos. Yo hablaba con él. Y él me contesta-
ba. Dándome sombra. Tirándome sus hojas encima para
abrigarme. Dejándome que lo trepe para abrazarnos.
Porque... ¿no les dije? En mi planeta había un solo
habitante: yo. Vivir solo en un planeta tiene sus cosas
buenas y sus cosas malas. De las cosas buenas me di
cuenta después cuando llegué a la Tierra. Pero bueno,
también estar ahí tiene cosas buenas.
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estaba grande. Amarilla. Luminosa. Yo no entendía
como podía estar lloviendo. Entonces vi una nube negra
negra arriba mío. Y del árbol. La nube nos echaba toda
su lluvia. No sé que reflejos raros hicieron la luz de la
luna con las estrellas y el agua de la lluvia. Bueno, yo
no entiendo nada de todo eso. Pero era algo parecido a
lo que llaman arco iris en la Tierra. Pero eso pasa siem-
pre de día. Y en mi planeta era de noche. ¿Saben cómo
se veía? Como esas luces blancas potentes que enfocan
a los artistas en un escenario. Y todo lo demás está os-
curo. Digo en la Tierra. Bueno así. ¡Entonces vi un
planeta chiquito como el mío! ¡Parecía un artista ilumi-
nado por esa luz re-blanca y todo oscuro alrededor!
Pero estaba muy, muy lejos.
Era la primera vez que veía algo así. Pensé: “Ojalá haya
alguien viviendo ahí.” Pero como podía saberlo. En rea-
lidad no sabía nada. Esa es otra cosa mala de vivir solo
en un planeta. No podía saber nada. No había nadie que
me enseñe.
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V
Volví a escuchar esa voz que era más una música que
me traía el viento. Como embobado, contesté gritando:
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me escuchaba a mí. Hablamos un montón. Yo le hablé
de mi planeta. Y de todas las plantas y los frutos de mis
árboles.
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“Son como pájaros pero no de verdad. Los hago con un
montón de latas y basura que hay acá.”
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también su risa. Estaba loca de contenta.
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mucho más cerca, vi que tenía todo liso entre las pier-
nas. Sólo con pelos. Y arriba tenía hinchado. Como dos
planetitas chiquitos pegados al cuerpo. Uno al lado del
otro. Me empecé a sonreír. El también. ¡Y de repente se
escuchó una explosión grandísima! Mi planeta y el de
él habían chocado. Yo me quedé flotando en el aire.
Abajo mío veía sólo pedacitos flotando como yo y un
montón de humo que me hacía toser.
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con la mano.
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VI
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“¿Para qué?”, le pregunté mientras miraba para todas
partes buscando un lugar más lindo donde ir a descan-
sar.
“¿Qué es eso?”
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escuchando su voz que me aturdía.
“¿Qué decís?”
“Sí. Pero ahora estamos los dos juntos. ¿Te puedo po-
ner un nombre? Te puedo llamar Pornocto?”
“¿Cómo?”
“Pornocto”.
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“¿Te gusta?”, me preguntó sonriendo.
“Pornocto...”
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VII
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“¡No, no... por supuesto que voy a ir con vos!”, le con-
testé rápido mostrando que no tenía ni que pensarlo por
un segundo. Pero en ese momento los dos miramos para
arriba. El gigante de metal tenía lugar para una sola
persona. Enseguida empezamos a armar otro. Tardamos
otro montón de tiempo. Pero que importaba. No está-
bamos apurados. Cuando nos cansábamos de trabajar (a
veces trabajábamos toda la noche), nos íbamos juntos
de la mano a dar una vuelta al planeta. Nos bañábamos
en los ríos y los lagos. Dormíamos en los valles. Su-
bíamos a las montañas. Comíamos los frutos de los
árboles. Y seguíamos caminando hasta que llegábamos
de nuevo al mismo lugar. Los dos pájaros gigantes nos
esperaban. Para que nosotros terminemos de armarlos y
entonces visitar el gran planeta. Y un día llegó el día:
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Nos despedimos. Yo estaba un poco contento y un poco
triste. Ninguno de los dos sabíamos cuanto de grandí-
sima era la Tierra y cuanta gente había ahí. No iba a ser
fácil encontrarnos.
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“...y con mi planeta también”, contestó medio dormida.
Yo la miré más sorprendido que el policía.
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pienta y me los lleve a la comisaría”.
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gustara.
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la empresa constructora Valdeverre (así se llamaba el
dueño) se había quedado sin plata. Antes vivía en la
casilla un sereno que se llamaba Eusebio. Pero lo echa-
ron cuando se quedaron sin plata. Y todo el lugar quedó
sin nadie. Abandonado.
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tro. Así que me lo traje a la casilla.
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de Inspección de Permisos y Autorizaciones de la Mu-
nicipalidad de Roberacra. Sacó una tarjeta plástica y me
la mostró. Estaba su foto ahí. Le dije que era linda. Que
había salido bien. Me miró todo serio y me dijo:
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Rosirupta. Ella estaba contenta en mi casilla. Todo le
parecía lindo.
“¿Qué?”
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“Sí, eso. Y te quedas pegado y todo quemado como una
tostada... me dijeron.”
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“Bueno, acá no tenemos nuestros ríos y mares pero es-
tamos juntos, ¿no, Pornocto?”
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“¡Ah, sí! ¡Adelante, pasa hijo!”
Doña Flora era una señora muy gorda. Con mucha pan-
za y grandes montañas. No como las de Rosirupta. Su
cola también era muy grande pero no se le veía porque
estaba sentada. Su cabeza era redonda con cachetes ro-
jos en la cara. Y su sonrisa era la más buena del mundo.
Los dedos de las manos, las manos y los brazos eran re-
gordos. La verdad es que parecía inflada. El señor que
estaba sentado con ella era casi todo pelado. Menos a
los costados arriba de las orejas. Tenía todo chiquito.
La nariz, los ojos y la boca. También las orejas. Estaba
recién afeitado. Y entre la nariz y la boca tenía un bigo-
te todo bien cortado. Estaba vestido con un traje gris
planchado. La camisa era gris y la corbata también.
Pensé que quizás le gustaba el color gris.
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“Te presento al doctor Ramiro Zucker.”
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pasaba.
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firma en el medio.
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de tanto comer. Mientras caminamos saqué de nuevo el
papel del abogado para mirarlo. La miré a Rosirupta.
Nos sonreímos. Lo doblé varias veces y me lo guardé
en el bolsillo. Otro problema más que se arregló sin que
hagamos nada, pensé. Y nos fuimos a la feria. A traba-
jar.
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placards, heladera nueva y cama. Y hasta habíamos
construido un baño. El vidrio de la ventana ya no estaba
roto. Y la puerta tenía manija y cerradura. La granja la
separamos. En una parte seguíamos con los huevos. En
la parte nueva criábamos pollitos.
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Hacían mucho ruido. Se gritaban entre ellos. Buscaban
rápido por todas partes. No sé que es lo que buscaban.
Pero seguían apuntándonos. Después se tranquilizaron
un poco. Nos pusieron unas pulseras de metal en las
manos. Por atrás, en la espalda.
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de bienes de la vía pública y apropiación indebida!
Porque si no estoy confundido, esta casucha no les per-
tenece ¿no es cierto?”
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casi todo y había venido a verme a mí. ¡Cuánta gente
buena conocíamos! ¡Y cuánta suerte teníamos! Me con-
tó que doña Flora fue un día a vernos a la feria y Poliya
le dijo que no abríamos el puesto hacía mucho tiempo.
Fue enseguida a nuestra casilla porque sabía donde vi-
víamos. Ahí vio un cartel judicial. Estaba todo cerrado
con cintas de un juzgado. Como había pasado en el
puesto de la feria. Entonces llamó al abogado Zucker
para que averiguara.
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Pero en vez de un pollo me daba huevos para poder
vender en la feria. Porque no teníamos más la granja.
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lado donde estaba él. El pelado de bigote no entendía
nada. Poliya y yo bajamos la caja del camión. Era gran-
dísima. Pero por suerte no pesaba casi nada. Sólo se
escuchaba un montón de ruido de adentro. Abrimos la
puerta y entramos. Pusimos la caja en el piso. Al lado
del mostrador. Atrás estaba el pelado de bigote que nos
miraba a todos sin entender nada.
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ojos. Rosirupta y yo nos quedamos solos con Don Qui-
que a unos metros de nosotros. Apuntaba para disparar
de nuevo.
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gigantes venían con don Quique. Como siempre, Rosi-
rupta no estaba preocupada. Pero corría más que yo.
Llegamos a la esquina. Cruzamos la calle. Pasamos por
la puerta del “Café-Bar Apollo”. Escuché otro disparo.
La explosión y vidrios rotos. La bala pegó en la puerta
del bar. Me pasó tan cerca que pensé que me había ma-
tado. Me paré un segundo. Busqué sangre por todo mi
cuerpo. Me revisaba. Pero no encontré nada. Rosirupta
iba adelante y seguía corriendo. No me vio pararme.
Cuando iba a correr otra vez para alcanzarla, atrás mío
escuché un chirrido que me rompió los oídos. Y des-
pués un ¡Bum! que no fue una explosión. Fue un
choque. Me di vuelta y vi el cuerpo de don Quique vo-
lando por el aire. El que manejaba el coche se asustó
igual que mi amigo Vardas con el camión. Y se escapó.
Sin querer pisó el cuerpo de don Quique con las ruedas
del coche cuando se escapaba. El revólver de don Qui-
que también voló por el aire y se cayó muy cerca de mí.
Lo levanté y fui caminando para atrás. Donde estaba
don Quique tirado. Los gigantes pusieron caras de asus-
tados. Miraron para todos los lados. Hablaron algo que
no escuché y se escaparon corriendo. Yo me acercaba
cada vez más con el revólver en mi mano. Don Quique
ni se movía. Escuché otro chirrido de ruedas atrás mío.
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Era el camión de Vardas. El loco Aguirre y Poliya aga-
rraron a Rosirupta de los brazos y la llevaron al camión.
Ella gritó:
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Estaba llegando gente curiosa que lo miraban a él y me
miraban a mí. No se acercaban del todo. Parecía que
tenían miedo. De nuevo escuché un chirrido de ruedas
como antes. Y frenadas. Eran dos coches de la policía
de Roberacra. Se abrieron todas las puertas. Un montón
de policías me apuntaron con los revólveres de nuevo..
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XI
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XII
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La Liberación
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XIII
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Pornocto quedó convencido de que éste no mentía. Le
pareció demasiado sencillo presentarse en el juzgado
interviniente en la causa y cambiar el rumbo de la in-
vestigación, logrando la desestimación de los cargos en
contra de su cliente. La víctima había sido atropellada
por un vehículo cuyo conductor se había dado a la fuga.
El cuerpo debía presentar lesiones resultantes del acci-
dente de tránsito y no heridas de bala. El hecho de que
Pornocto tuviera el arma de la víctima en la mano en el
momento de ser aprehendido, no lo imputaba. El caso
de la defensa de su cliente se le presentaba por demás
sencillo. Pero cuando empezó las gestiones judiciales se
enteró de la existencia de un orificio de bala en la frente
de la víctima proveniente del revólver de la misma. No
le resultaron suficientes las tomas fotográficas del ca-
dáver aparecidas en el expediente. Una de ellas
mostraba la cabeza de la víctima en un primer plano y
un orificio de bala en su frente. Luego de hablar con los
médicos forenses acudió a la morgue judicial. Allí pudo
comprobarlo por sí mismo cuando el empleado descu-
brió ante él el cadáver de don Quique Marsino. Pero
nadie le insinuaría que el disparo habría sido efectuado
sobre el cadáver. Es lo que pensaba Zucker que había
ocurrido. Decepcionado de la justicia el doctor Zucker
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intentó explicarle los hechos a Pornocto. Pero fue inútil.
Pornocto estaba en otro mundo. No le interesaba saber
sobre balas disparadas a cadáveres u otros intentos de la
justicia por estrenar su moderna maquinaria legal de la
muerte. Él sabía que no iba a morir y que volvería a
estar con Rosirupta. Era lo único que le interesaba y en
lo que ocupaba su tiempo. Que los demás continuaran
haciendo sus cosas. Aunque parte de ellas consistiera
en terminar de preparar la silla eléctrica que lo electro-
cutaría. Antes de dar por agotadas todas las instancias,
Ramiro Zucker se entrevistó con el fiscal. Este expuso
su tesis frente al abogado defensor:
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Zucker poseía una vasta experiencia como abogado,
aunque no era penalista. Pero nunca había experimen-
tado en su carrera semejante corrupción por parte de la
justicia. Aunque había escuchado sobre más de un caso
en boca de sus colegas. Él sabía que tenía razón pero no
podía demostrarlo. Por lo que decidió no malgastar su
tiempo y energía. Saludó al señor Fiscal y se retiró.
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sabían lo importante que era para Pornocto poder ver a
Rosirupta aunque sólo fuese un rato. Y lo que signifi-
caba para ella poder verlo a él. Contaban con cuarenta
minutos en cada visita. Una vez por semana: los días
Domingo. Y no podía visitarlo más que una persona
cada vez. En su última visita Rosirupta no había dicho
palabra. Y él tampoco. Los dos oficiales de guardia se
miraban, los miraban y sonreían. Tomados de la mano
ellos no dejaban de mirarse.
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ternura revolvió su cabello despeinando su flequillo y le
contestó:
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XIV
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nado. Pornocto fue puesto en libertad bajo fianza. Una
libertad vigilada y limitada en el tiempo. Una última
libertad antes de ser despojado de su vida. Pero él salió
dispuesto a aprovecharla sin tomar real conciencia de lo
que estaba sucediendo.
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Todos explotaron en una carcajada.
BIENVENIDO PORNOCTO
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“¡Oh, qué torpeza la mía! ¿Cómo pude haberlo olvida-
do? Tengo algo especial para una ocasión tan especial
como ésta”, avergonzada y entusiasmada a la vez doña
Flora se acercó a Rosirupta.
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encender la luz. Una vez abajo, vas hasta el fondo a la
izquierda. Encontrarás allí un mueble antiguo con mu-
chos estantes y muchas botellas de vino acostadas. Es la
bodega que era de mi marido, que en paz descanse. En
la segunda hilera contando desde abajo busca una bote-
lla que tenga inscripto en ella: “cosecha 1983”
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en andas. Rosirupta se encaminaba hacia el granero en
busca de aquel sótano. El sol entraba por las ventanas
de la casa. Pronto se estaría escondiendo atrás del
Mundo, como solía decir Pornocto.
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momento del fogonazo, cayendo sus residuos sobre la
paja esparcida en el piso.
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el fuego. Vio a Rosirupta tendida en el piso.
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XVII
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Pornocto Rosirupta
? - 2003 ? - 2003
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XVIII
“¡Pornoctoooooooooo! ¡Pornoctoooooooooo!”
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“Sí, y les vamos a dar agua todo el tiempo para que no
se sequen. Y vamos a estar siempre con ellas. Rosirup-
ta, te quiero pedir una cosa...”
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Índice
Pornocto y Rosirupta
Dedicatoria..........................................................7
Prólogo.................................................................9
Introducción.......................................................11
I.....................................................................17
II....................................................................23
III..................................................................35
IV...................................................................41
V....................................................................45
VI...................................................................51
VII..................................................................55
VIII................................................................59
IX...................................................................63
X....................................................................81
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XI..................................................................87.
XII................................................................89
La Liberación..............................................91
XIII...............................................................93
XIV...............................................................99
XV................................................................107
XVI...............................................................109
XVII.............................................................111
XVIII............................................................113
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