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Hace años, la firma Carvajal y Cia., con la colaboración histórica de
Armando Romero Lozano y la edición de Mario Carvajal, publicó el libro
Viajeros Extranjeros en Colombia, siglo XIX, (Cali, 1970) que nos
ofreció las primeras muestras de los relatos de Humboldt, Mollien,
Hamilton, Le Moyne, Holton, Saffray, André, Cané, y D´Espagnat sobre
sus desplazamientos por todo el país. El año pasado, la Secretaria de
Cultura de Caldas y la Academia Caldense de Historia hicieron la notable
publicación de Viajeros por el Antiguo Caldas (Manizales, 2008),
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que constituye un documento excepcional al extractar pasajes de los
viajes de los forasteros por los senderos del hoy llamado eje cafetero1.
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Eso eran: pintores de costumbres que a menudo se salían de sus
roles como botánicos o ingenieros de minas para dar a conocer sus
observaciones sobre los caminos, los transeúntes, la vida de las aldeas, y
un sinfín de detalles sobre los recorridos a lomo de mula, con sus peones,
sus trastos y baúles y, en algunos casos, sus aparatos de medición. Uno de
ellos, el francés Brisson, desvelado en el libro que reseñamos,
precisamente hablaba en 1894 del “océano de cerros” que él vio y definió
con esta metáfora al observar por primera vez, entrando por Pereira, la
abrupta topografía de los territorios del Gran Caldas.
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El libro de Giogio Antei, Guía de Forasteros, 1817-1857 (Seguros Bolívar, 1995) es un refinado aporte
de este investigador italiano residente en Colombia cuyas ilustraciones, en su mayoría, eran inéditas.
Allí se muestran las soberbias pinturas y dibujos de otros viajeros por el país como Duane, de Ulloa,
Cockrane, Cuvier, Roulin, Empson, Berg y Vergara y Vergara, entre otros.
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Aparte de omitir algunos pormenores, que los románticos no hacían
para evitar alusiones íntimas sobre la vida de los pueblos que visitaban,
las narraciones de estos viajeros permiten comprender las serias y
difíciles circunstancias de la colonización. Las complicaciones del clima,
las comidas inabordables para los paladares europeos, los bueyes de
carga, las turegas, los caminos empinados, los lodazales en invierno, y los
precarios albergues, debieron ser un plato exótico para sus lectores del
viejo mundo.
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La lectura de estos relatos de los viajeros extranjeros por nuestra
comarca, es una fuente inapreciable para los historiadores, los
antropólogos, y en general los científicos sociales que se ocupan de
aquellas etapas de nuestro crecimiento y desarrollo. Igualmente para los
novelistas históricos que han erigido a la colonización antioqueña como
telón de boca para hablar de unos valores y unas conductas específicas
cuyas características ofrecen una muestra de nacionalidad.
27 de Enero de 2009