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No se donde estén esas obras infantiles del estero y los manglares, perdidas para siempre,
pero no hubo día que no rayara algo con mis lápices de color, único medio del que
disponía entonces.
En Puntarenas no había tienda de artículos de arte, para pintar había que ingeniárselas,
los residuos de pintura para casa eran verdaderos tesoros para mí, mezclaba pigmentos
de albañilería, que en Costa Rica llamamos ocres, con goma arábiga y de este modo
preparaba mis propias “témperas”, también investigué maneras de preparar pigmentos
por mi mismo: moliendo carbones, raspando tizas, pulverizando conchas y piedras, o
pedazos de teja y ladrillo, extrayendo el jugo azul de una enredadera, tiñendo papeles con
tinta de mangle, recolectando el hollín de las canfineras...
Aprendí el color tratando de captar los tonos y matices de barquitos pesqueros o grandes
navíos, y empecé a buscar refinamiento técnico, exquisitez y pulimento, en mi trabajo.
Mi padre era joyero, contemplaba sus obras con montadura de piedras preciosas:
lapislázuli, turquesa, ónix, ámbar y otras, también me gustaba visitar una pequeña fábrica
de objetos de carey, y observar como de aquellas placas de caparazón de tortuga, se
fabricaba objetos muy pulimentados y de bello jaspe, que me agradaba mirar a contra luz,
creo que de esas cosas viene el gusto por el refinamiento técnico, las superficies pulidas y
la riqueza de detalle en mis cuadros.
Me embelesaba escuchar las historias de mis abuelos, uno maderero y el otro cazador,
oficios que entonces no tenían ninguna connotación negativa, por el contrario se los
consideraba propios de personas muy valientes, casi heroicas. Estos relatos de lo que
sucedía en la espesura de la jungla, poblaron de imágenes mis fantasías infantiles.
A los dieciocho años de edad me trasladé con mi familia a San José; como tantas familias,
la mía emigró a la capital en busca de un mejor nivel de vida, la impresión que causo en
mi este nuevo entorno, fue determinante para mi obra; me dediqué a pintar el paisaje
quebrado de los suburbios josefinos, de casitas apiñadas y escalonadas con una
perspectiva de exquisitos detalles, casi cubista.
En esa época aún trabajaba con témperas y no fue sino cuando ingresé a la casa del artista
que aprendí los rudimentos de la pintura al óleo, luego ingresé al taller del pintor
austriaco Herbert Birkner, donde aprendí la técnica del esmaltado sobre cobre, el deseo
de aprender me indujo a experimentar diversos medios: acrílico, acuarela, tiza pastel,
temple al huevo y pintura sobre porcelana.
Hoy, árboles, bromelias, flores, lianas, aves, cascadas, ranas, mariposas, en fin, un mundo
maravilloso y paradisíaco surge en mis lienzos, en un acto mágico y poético, mediante el
cual trato de restaurar lo que mis abuelos destruyeron, de alguna forma reinvento el
paraíso prometido.
Hernán Pérez
San José, agosto de 2002
Hernán Pérez, la preeminencia de la técnica.
Por esas cosas del destino he tenido el privilegio de observar la producción pictórica de
Hernán Pérez de los últimos tiempos, y digo privilegio con toda intención, porque con la
obra de Hernán sucede lo mismo que con la obra de muchos otros artistas costarricenses,
que en su gran mayoría sale de nuestro país, o es adquirida por coleccionistas privados,
sin haber sido expuesta al “gran público”, lo cual es una pena, porque Hernán como
pintor atraviesa un momento de plenitud creativa y madurez técnica notable.
Pérez maneja una visión global del arte; como dicen algunos divisa el gran panorama,
particularmente el de la pintura, al hablar con él se tiene la impresión de estar ante
alguien que ya hizo la tarea, su cultura visual y referencial son notables, merced a una
memoria privilegiada, esto ha hecho que su obra se nutra de las corrientes más
universales del arte, apartándose de poses y dogmatismos.
Si definir la pintura de Pérez no es fácil, tampoco lo es delimitar su temática, aún así ante
su trabajo se comprende fácilmente que procede de un pintor en plena madurez, algunas
de sus obras lo delatan como costarricense, pero uno muy universal; su evidente calidad
técnica, y la apertura de sus concepciones pictóricas, trascienden por mucho lo regional.
Sin entrar en clichés Hernán Pérez es un pintor costarricense, por lo general sus obras
referencian su mundo y su espacio vital, que no es otro que Costa Rica, incluso al
contrastar su faceta paisajística, con los grandes referentes de este género en Costa Rica,
Teodorico Quirós y Fausto Pacheco, más allá de las obvias diferencias formales y algunas
ideológicas, fácilmente se descubre los hilos que entroncan su trabajo con la tradición, la
más evidente es ese impulso de salir a los caminos a cazar estampas de esa Costa Rica que
se escapa, los íconos que reflejen la sencillez del “alma nacional” que se pierde… En fin
todas esas cosas implícitas en su obra por el simple hecho de ser costarricense, aunque
también sucede que a veces sus temas son apenas un pretexto para pintar, para él un acto
existencial que vuelve discurso.
Lejos de querer etiquetar la obra de Hernán, si tuviese que destacar algún aspecto de esta,
sería la preeminencia de la técnica, de algún modo se siente que ya encontró lo que
andaba buscando, por eso no sorprende que el destino de muchas de sus obras apenas se
bajan del caballete, sea alguna colección extranjera.
Paul SJ
http://hernanperez.deviantart.com/
mailto:hernanp51@hotmail.com
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