Está en la página 1de 92
Para satisfacer las expectativas de sus padies y conseguir su afecto, muchos nifios se ven itapelidos a realizar esfuerzos desmesurados. Adoptan entonces el papel que los demés quicren que desempefien, peto no se p sntos: han. per (oda relacién con yen cofisectiencia slo sentimientos repri- midos median depres mientos compulsivos. Reconocer hasta qué punto uno ha negado sus necesidades afec- jentos mas intensos (ira, angustia, miedo; dalor..) es, como demues- tra la prestigiosa psiquiatra alemana Alice Miller, un primer paso para recuperar la identidad. Mediante ejemplos clatificado- tes, El drama del nitio dotado, una obra que se ha convertido ya en un clésico, analiza Jas causas de la cepresién afectiva'y explora los caminos-que conducen a la recupera- in del-verdadero «yov. Cbdigo TF02s0EA Is0N 978 097-1598 97. i EL NINO DOTADO AUCE MILLER Estudi6 filosofia, psicologia y sociologia en Rasilea. Tras ef dactorado, ve forms en Zasich como psicoanalista, profesién que ejercié du= Tante veinte anos, Desde 1980, Miller se ha cid Fabula),sacé a la luz: més de nueve libros, cexgse ellos tos ensayos titulados Bf seber pros: ‘cuerpo nunca mienit, todos ellos publicados por Tusquets Bditores (olectisin Ensaga 9, 15, 37 y 59). Ite dolade.- tne. - Buenos Aes Tusquet Eos, 2000 184: 20x19 0m. -(Fsbus: 289) “Traido por Juan José De Setar ‘wenoreanr-1se4a70 1. Psicologia 2, Palauan, Juan Jee Del So, aa Fue. cpa 155 Tilo ogi: Dot Drama de Agoien Kins de Se ra atacin de a cabiat: © Ace Miler seer Reseraor oda ls deechos de ta din pars tial de os eco explain, Indice I. El drama del nifio dotado y cémo nos hicimos psicoterapeutas Todo, salvo la verdad . 1s 20 26 33 La situacién del psicoterapeuta 42 El cerebro de oro... 50 55 La ilusién del amor 63 Fases depresivas durante la terapi 85 La cércel interior . 90 ‘Un aspecto social de la “depresién 8 La leyenda de Narciso .... 103, UL. El circulo infernal del desprecio La humillacion del nitio, el desprecio de la debi- Jidad y sus consecuencias. Ejemplos de la vida cotidiana 107 EI desprecio en ai espejo jo de la terapia a 123 Epflogo 1995 ........6..seeeeeeeaee 165 9 AGRADECIMIENTOS. Siento el deseo y la necesidad de agradecer muy particularmente a la sefiora Heide Mers- mann, de la editorial Suhrkamp, toda la dedica- cién que ha venido prestando a mis libros. En el curso de mi dilatada labor orientada a esclarecer el problema de los malos tratos infligidos a los ni- fos he podido contar siempre con su incondicio- nal apoyo. Agradezco a la sefiora Mersmann no s6lo la lectura cuidadosa, comprensiva, empatica y muy atenta del presente libro, sino, en el fondo, muchisimo mas: desde la aparicién, hace quince afios, de El drama del nifio dotado, la editorial ha recibido las peticiones mas diversas de lectores, lectoras ¢ instituciones de todo tipo. Y siempre fue la sefiora Mersmann quien se encargé de dar a estas lamadas y cartas con la misma d, esmero y claridad. Quisiera asimismo agradecer al personal del departamento de produccién de la editorial Suhr- kamp la esmerada y competente preparacion de mi manuscrito en todas fas fases, pero sobre todo en la ultima y més dil No siempre resulté facil hacer coincidir la técnica con las necesidades ob- jetivas, pero tanto el sefior Rolf Staudt como el sefior Manfred Wehner hicieron todo lo posible para apoyar mis esfuerzos y asegurar la integri- dad del texto. A ellos quisicra expresarles aqui mi mas sincero agradecimiento. Mi gratitud por las numerosas cartas de lec- toras y lectores se expresa ya en muchas de las. Paginas de este libro, aunque, de todos modos, quisicra manifestarlo aqui de forma expresa. Muchos de ellos han «colaborado» realmente, sin saberlo, en la redaccién de este libro. Pero han de permanecer en el anonimato porque el contenido de sus cartas es confidencial. Sus his- torias, sus destinos trégicos y a menudo incon- cebibles, y, por tltimo, sus experiencias decep- cionantes con terapeutas incompetentes y poco honestos de todas las tendencias posibles, me hicieron ver una y otra vez con qué facilidad se puede abusar de la tragedia de las personas mal- tratadas en su infancia. Siempre me ha resultado doloroso no poder responder personalmente a las numerosas cartas recibidas. Los.motivos son diversos. Hoy dis- pongo de nuevas posibilidades de abordar pre- guntas especificas de lectoras y lectores, y hago buen uso de ellas. Espero, sin embargo, que mu- chos de los re1 respuestas a sus cartas (como también mi senti- miento de profundo agradecimiento) en esta nueva versién revisada de mi obra. Por tltimo, quisiera dar las gracias a mi hijo, 10 Martin Miller, que con su espfritu abierto, perse- verancia y atencién me hizo ver los bloqueos que, desde hacfa tiempo, yo misma no me atrevia a ad- mitir, y que seguramente no habria visto sin sus hicidos comentarios. Agradezco también a mis dos hijos, Martin y Julika, la confianza que me han demostrado en todos estos afios, aunque no siempre me la mereciera, mientras mi conciencia seguia bloqueada. Espero que atin me queden los suficientes afios de vida para ganarme realmente Ia confianza que ellos han depositado en mi. I El drama del nifio dotado y como nos hicimos psicoterapeutas PAAR Todo, salvo la verdad La experiencia nos ensefia que, en la lucha contra las enfermedades psfquicas, tinicamente disponemos, a la larga, de una sola armé trar emocionalmente la verdad de la historia tinica y singular de nuestva infancia. ¢Podremos liberarnos algtin dia totalmente de ilusiones? Toda vida esté lena de ellas, sin duda porque la verdad resultarfa, a menudo, intolerable. Y, no obstante, la verdad nos es tan imprescindible que pagamos su pérdida con penosas enfermedades. De ahi que, a través de un largo proceso, inten- temos descubrir nuestra verdad personal que, tes de obsequiarnos con un nuevo espacio de bertad, siempre nos hace dani, a no ser que nos conformemos con un conocimiento intelectual. Aunque en ese caso seguirfamos aferrandonos al ambito de la ilusién. No podemos cambiar en absoluto nuestro pa- sado ni anular los dafios que nos hicieron en nuestra infancia. Pero nosotros si podemos cam- biar, «repararnos», recuperat nuestra identidad perdida. Y podemos hacerlo en la medida en que decidamos observar mas de cerca el saber al- 15 macenado en nuestro cuerpo sobre lo ocurrido en el pasado y aproximarlo a nuestra conci cia. Esta via es, sin duda, incmoda, pero es la inica que nos ofrece la posibilidad de abando- nar por fin la cércel invisible, y sin embargo tan cruel, de la infancia, y dejar de ser victimas in- conscientes del pasado para convertirnos en seres responsables que conozcan su historia y vivan con La mayoria de la gente hace justo lo contrario. No quieren saber nada de su propia historia, y, por consiguiente, tampoco saben que, en el fond: se hallan constantemente determinados por porque siguen viviendo en una situaci6n infan no resuelta y reprimida. No saben que temen y evitan peligros que en algtin momento fueron rea- les, pero dejaron de existir hace tiempo. Son per- sonas que actian impulsadas tanto por recuerdos inconscientes como por sentimientos y necesida- des reprimidas que, a menudo y mientras per- manezcan inconscientes e inexplicadas, determi- nardn de forma pervertida casi todo lo que hagan o dejen de hacer. La represin de los brutales abusos y malos tratos padecidos en otros tiempos induce, por ejemplo, a mucha gente a destruir la vida de otros y también la propia, a incendiar casas de ciuda- danos extranjeros, a vengarse e incluso a ¢: todo esto de «patriotismo» a fin de ovultarse la verdad a sf mismos y no sentir la desesperacion del nifio maltratado. Otros prolongan de forma 16 activa las torturas que alguna vez les infligieron; por ejemplo, en clubes de flagelantes, en rituales de tortura de todo tipo, en el ambiente sadoma- soquista, y designan todo esto como liberaci6n, Hay mujeres que se hacen perforar los pezones para colgarse aros, se dejan fotografiar asf en pe- riédicos y cuentan con orgullo que no sienten do- lor alguno al hacerlo, y que incluso les resulta vertido. No hemos de dudar de la sinceridad de tales afirmaciones, pues estas mujeres debieron de aprender muy pronto a no sentir ninguin dolor. é¥ qué no harfan hoy para no sentir el dolor de Ta nifia que fue victima de los abusos sexuales del padre y tuvo que imaginarse que asi le estaba dando placer? Una mujer que haya sufrido abusos sexuales en su infancia, que reniegue de esa rea- lidad infantil y haya aprendido a no sentir dolor, huiré continuamente de lo ya ocurrido recurrien- do a los hombres, al alcohol, las drogas o a una actividad compulsiva. Necesita siempre el «pinchazo» para no dejar aflorar el «aburri to» ni dar paso al sosiego en el que sentiria la sofocante soledad de la realidad de su infancia, pues teme este sentimiento mas que a la propia muerte, a no ser que haya tenido la suerte de sa- ber que revivir y tomar conciencia de los senti- mientos infantiles no mata, sino libera. Lo que, en s{ mata a menudo es el rechazo de los sentimientos, cuya vivencia consciente podria re- velarnos la verdad. La sepresion del sufrimiento infantil no sélo 17 determina la vida def indi tabties de la sociedad. Las biografias habituales ilustran claramente este hecho. Al leer biografias de artistas famosos, por ejemplo, vernos que sus vidas comienzan en algtin punto mas o menos cercano a fa pubertad. Antes, el artista pudo haber tenido una infancia «feliz», «dichosa» 0 «sin preocupaciones», o bien una nifiez «llena de privaciones» o de «estimu- los», pero cémo pudo ser la infancia de ese indi viduo es algo que parece catecer de todo interés. Como si en la infancia no estuvieran ocultas las rajces de toda la vida! Quisiera ilustrar lo dicho con ayuda de un pequesio ejemplo: Henry Moore escribe en sus Memorias que, siendo todavia muy nifio, le permitian friccionar la espalda de su madre con aceite antirreumé- tivo. Al leer esto, se me abrié de pronto una via de acceso totalmente personal a [a obra plasti- ca de Moore. En las mujeres grandes y yacentes, de cabeza pequefia, via la madre con los ojos del nifio que reduce la cabeza materna de acuerdo con su pefspectiva y concibe la espalda cerca- na como algo gigantesco. Puede que esto tenga sin cuidado a muchos criticos de arte. Para mi, en cambio, es sintomético de la intensidad con que las vivencias de un nifio perduran en et in- consciente, y de las posibilidades de expresién que pueden encontrar cuando el adulto es libre de hacerlas valer, Ahora bien, el recuerdo de Moore era inocuo luo, sino también fos 18 ¥ podfa perdurar. Pero las vivencias traumsticas de toda infancia permanecen en la oscuridad, Ocultas en esas tinieblas permanecen asimismo fas claves para la comprensién de toda la vida al. terior. E] pobre nifio rico ‘Antes no podia evitar preguntarme si algdn dia nos seria posible captar la dimensién exacta de la oledad y del abandono a los que estuvimos ex- puestos cuando niftos. Entretanto sé que ¢s pos ble, No me refiero aqui a los nifios que, @ ojos vis- tas, crecieron sin cuidados y que se han hecho adultos con esta certeza. Me refiero més bien al elevado niimero de personas que Wegan a la te- rapia con la imagen de esa infancia feliz y pro- tegida que les vio crecer. Se trata de pacientes con muchas posibilidades, ¢ incluso con talentos que desarrollaron posteriormente y cuyas dotes y ren- dimientos también han sido alabados con fre- cuencia, Casi todos estos nifios controlaban su miccién ya en el primer afio de vida, y muchos ayudaban con habilidad, entre el afio y medio y Jos cinco afios, a cuidar de sus hermanitos me- 8. sorgeatin la opinién preponderante, estas perso- nas —orgullo de sus padres— deberfan tener una fjutoconciencia sdlida y estable. Pero ocurre pre- ‘cisamente lo contrario. Todo cuanto emprenden Jes queda entre bien y excelente, son admirados y 20 envidiados, cosechan éxitos alli donde lo consi- deran importante, pero de nada les sirve todo esto. Detras acechan la depresin, la sensacién de vacio y de autoextrafiamiento, de vivir una exis- tencia absurda... en cuanto se esfuma la droga de la grandiosidad, en cuanto dejan de estar on top, de tener la seguridad de la superestrella, o cuando los invade el repentine sentimiento de haber fa- lado ante cualquier imagen ideal que tengan de s{ mismos. Y entonces son ocasionalmente tortu- rados por miedos o serios sentimientos de culpa 0 de vergiienza. ¢Cudles son los motives de un trastorno tan profundo en este tipo de personas dotadas? Ya en la primera sesi6n le hacen saber a quien Jos escucha que tuvieron padres comprensivos, al menos parcialmente, y que, si alguna vez les ha faltado comprensién por parte de quienes les ro- aeaban, esto se debfa, en su opinién, a ellos mis- mos, al hecho de que no podfan expresarse de forma adecuada. Presentan sus primeros recuer- dos sin compasién alguna para con el nifio que, en sa momento, ellos también fueron, lo cual re- sulta tanto més sorprendente cuanto que dichos pacientes no sélo poseen una manifiesta capaci- dad de introspeccién, sino que, aderés, pueden compenetrarse con relativa facilidad con otras personas. Sin embargo, su relacién con el mundo sentimental de su infancia se caracteriza por la falta de respeto, el control obligatorio, la mani- pulacién y el rendimiento a presin. No es raro 21 que en ellos se manifiesten el desprecio y Ja iro~ nnfa, que pueden llegar hasta la burla y el cinismo. En todos se advierte, ademas, la ausencia total de una autémica comprensién emocional de su pro- pio destino infantil, que no es tomado en serio, ‘asf como una desprevencién absoluta en to que respecta a las necesidades realmente propias, si tuadas mas alla de la obligacién de rendir. La in- teriorizacién del drama originario se cumple en forma tan perfecta que la ilusién de la infancia fe- liz puede ser salvada. Para poder describir el clima psfquico de una infancia. semejante, quisiera formular primero unos cuantos presupuestos de los cuales parto. 1, Bs wna necesidad peculiarfsima del nifo, des- de el principio, el ser visto, considerado y tomado ‘en serio como lo que es en cada caso y momento. 2, «Lo que es en cada caso y momento se re~ fiere a: sentimientos, sensaciones y la expresion de ‘ambas cosas ya en } lactante. 3, En una atmésfera de respeto y tolerancia para con los sentimientos del nitio, éste puede re- nunciar a su simbiosis con la madre en Ia fase de separacién y dar los pasos necesarios para lograr su autonomia. ‘4, Para que estos presupuestos del desarrollo sano fueran posibles, los padres de estos nifios tendrian que haber crecido también er. wn parecido, Estos padres transmitirian a su hijo la sensacién de seguridad y proteccién en la que squede medrar su confianza. 22 5. Los padres que no tuvieron este clima en su infancia se hallan necesitados, es decir, que bus- carn toda la vida aquello que sus propios padres no pudieron datles en el momento debido: wn ser que les acepte, comprenda y tome en serio. 6. Esta buisqueda no puede, desde luego, aca- bar bien del todo, pues guarda telacién con una situacién irrevocablemente pasada, es decir, la pri- mera etapa posterior al nacimiento. 7. Pero una persona con una necesidad insa- tisfecha e inconsciente —porque rechazada— se veré sometida, mientras no conozca la historia re- rida de su propia vida, a una compulsion que intenta satisfacer es ik i aaa alee sta necesidad recurriendo a _ 8. Los mas predispuestos a ello son los pro- pios hijos. Un recién nacido depende de sus pa- dres venga lo que viniere. ¥ como su existencia depende de que consiga o no el afecto de éstos, hard todo lo posible por no perderlo, Desde el pri- mer dia pondra en juego todas sus posil como una planta pequefia que se vuelve hacia el sol para sobrevivir. A Io largo de mis veinte afios de activi como terapeuta me he visto confrontada sin cesar con un destino infantil que me parece significa- tivo para personas con profesiones que suponen algiin tipo de ayuda a los demas. 1. Es el caso, por ejemplo, de una madre pro- 23 fundamente insegura en el plano emocional, que, ‘para mantener su equilibrio sentimental, depen- dia de un comportamiento determinado o de cierta manera de ser de su hijo, Esta inseguridad poda muy bien quedar oculta, de cara al nifto y a todo el entorno, tras una fachada de dureza, autorita- rismo e, incluso, totalitarismo. 2, Aesto se aftadfa una asombrosa capacidad del nifio para captar y responder con intuicién, 0 sea, también en forma inconsciente, a esta nece- sidad de la madre o de ambos padres, es decir, ‘para asumir la funci6n que inconscientemente se le encomendaba. 3, De este modo el nifio se aseguraba a «amor» de los padres. Sentia que lo necesitaban, y eso daba justificacién existencial a su vida, La capacidad de adaptacién se amplia y se perfec- ciona, y los nifos en cuestién no sélo se convier- ten en madres (confidentes, consoladores, conse- jeros, puntos de apoyo) de sus madres, sino que también asumen responsabilidades de cara a sus hermanos y acaban desarrollando una sensibili- dad muy particular para captar ciertas sefiales in- conscientes de las necesidades del otro. No es de extrafar, pues, que més tarde elijan a menudo la profesion de psicoterapeuta. Pues, équién, sin esta prehistoria, pondria tanto interés en intentar des- cubrir todo el tiempo lo que ocurre en el incons- ciente de otros? Sin embargo, en la ampliacin y el perfeccionamiento de esta capacidad perceptiva que, en su momento, ayud6 al nifo a sobrevivir e 24 impuls6 luego al adulto a ejercer una profesion asistencial, se hallan también las rafces del tras- torno. Este trastorno Ileva una y otra vez a estos «asistentes» a querer satisfacer con personas sus- titorias las necesidades no satisfechas en la infan- cia. El mundo perdido de los sentimientos La adaptacién temprana del lactante Heva a la necesaria Tepresién de las necesidades que el nifi tiene de amor, respeto, eco, comprensién, sol daridad y reflejo. Lo mismo puede decirse de las reacciones afectivas ante los fracasos serios; ello conduce a que determinados sentimientos propios (como, por ejemplo, los celos, la envidia, Ia ira, el abandono, la impotencia o el miedo) no puedan vivirse en la infancia ni luego en Ja edad adulta. Esto resulta tanto més trégico cuanto que, en este caso, se trata de personas capacitadas para vi- vir sentimientos diferenciados. Uno lo advierte cuando describen aquellas vivencias de su infan- cia carentes de dolor y de angustia. Por lo general se trata de vivencias relacionadas con la natura- leza, que ellos podian experimentar sin herir a sus padres ni crearles inseguridad, sin mermar su po- der ni poner en peligro su equilibrio, Sin em- bargo, llama mucho la atencién que estos nifios tan atentos y sensibles, capaces de recordar exac- tamente como, por ejemplo, a la edad de cuatro aiios descubrieron Ja luz del sol en el resplandor de la hierba, no mostraran curiosidad alguna *ni 26 descubrieran nada» al ver, a los ocho afios, a su madre embarazada; que no sintieran «ningin tipo» de celos cuando nacié su hermanito; que, a Ia edad de dos afios, al haberse quedado solos du- rante los afios de ocupacién, tolerasen la irrup- cién de grupos militares y los allanamientos de morada sin Horar, tranquilos y «muy valientes», Ya habfan desarrollado todo un arte para man- tener alejados de sf los sentimientos, pues un nifio sdlo podré vivenciarlos si tiene a su lado a una persona que lo acepte, comprenda y acompafie con estos sentimientos, Si esto falla, si el nifto debe arriesgarse a perder el amor de su madre, 0 de quien la sustituya, no podré vivenciar en se- creto, «para si solo», las reacciones més naturales en el plano de los sentimientos: tendra que repri- mirlas. Pero éstas permanecen en su cuerpo al- macenadas como informaciones. Alo largo de toda la vida posterior de esta per- sona, estos sentimientos podrén resurgir como una reclamacién al pasado pero sin que e! con- texto original resulte comprensible. Descifrar su sentido sélo es posible cuando se logra la unién de la situacién originaria con los intensos senti- mientos revividos en el presente. Los nuevos y re- veladores métodos terapéuticos toman como pun- to de partida esta regularidad y nos permiten sacar provecho de ella. Tomemos como ejemplo la sensacién de aban- dono. No la sensacién de una persona adulta que se siente sola y por ello ingiere pastillas, toma 27 drogas, va al cine, busca a conocidos o hace Ila- madas telefénicas innecesarias para supecar de al- gin modo el «bachey. No, estoy refiriéndome a la sensacién originaria del nino pequefio, que des- conoce todas estas posibilidades de distraccion ¥ cuyos mensajes, verbales o preverbales, no Ilega- ban a los padres. No porque tuviera padres es- pecialmente malos, sino porque los padres mis- mos tenjan sus necesidades, dependfan de un eco determinado del nifio, necesario para ellos, que en el fondo eran también, a su vez, nifios en busca de un ser humano disponible. Y, por pa- radéjico que esto pueda parecernos... un riflo es algo disponible, Un nifo no se nos puede escapar, como en otros tiempos nuestra propia madre. Po- demos educar a un nifio para que sea como nos gustaria que fuese. Podemos hacer que un nifio nos respete, podemos imponerle nuestros propios sentimientos, reflejarnos en su carifio y admira- cién, podemos sentirnos fuertes a su Jado, enco- mendarlo a una persona extrafia cuando nos re- sulte excesivo: al final nos sentiremos el centro de Ia atencién, pues los ojos del nifio seguiran cada paso de su madre, Si una mujer ha tenido que ocultar y reprimir todas estas necesidades ante su madre, al ver a su propio hijo, por mas educada que sea, esas necesidades se agitaran en las pro- fundidades de su inconsciente y exigirin ser sa- tisfechas. El nifio lo advertir4 claramente y muy pronto dejar de manifestar su propia necesidad. Pero cuando, més tarde, en el curso de la te- 28 rapia, esas viejas sensaciones de abandono emer- gen en el adulto, se presentan con un dolor y una desesperacién tan intensos que nos damos per- fecta cuenta de una cosa: aquella gente no habria sebrevivido a sus dolores. Para ello hubieran ne- cesitado un entorno empitico y concomitante del cual carecian. De ahf que hubiera que rechazar todo eso. Pero afirmar que no estaba ahi supon- drfa negar una serie de experiencias obtenidas en las respectivas terapias. En la defensa contra la sensacion de abandeno de la primera infancia, por ejemplo, encontramos muchos mecanismos. Junto a la simple renegacion tropezamos por lo general con la lucha perma- nente y agotadora por conseguir, con la ayuda de simbolos (drogas, grupos, cultos de todo tipo, per- versiones), la satisfaccién de las necesidades re- primidas y entretanto pervertidas. A menudo tro- pezamos con intelectualizaciones, pues ofrecen una proteccién de gran fiabilidad, que, sin ern- bargo, puede resultar fatal cuando el cuerpo —como en el caso de enfermedades graves— asume la plena responsabilidad [cf. mis comen- tarios sobre la enfermedad de Nietzsche en La Wave perdida, y en Der Abbruch der Schweige- ‘mauer, 1990] Todos estos mecanismos de defensa se presen- tan acompafiados por la represién de Ja situacion originaria y de Jos sentimientos respectivos. La adaptacién a las necesidades de los padres conduce a menudo (aunque no siempre) al des- 29 arrollo de la «personalidad-como-sis, 0 de lo que con frecuencia se ha descrito como el «falso Yoo. La persona desarrolla una conducta en la que s6lo muestra lo que de ella se desea, y se fusiona totalmente con lo mostrado. El verdadero Yo es incapaz de desarrollarse y diferenciarse porque no puede ser vivido. Es perfectamente compren- sible que estos pacientes se quejen de sensacio- nes de vacfo, absurdo o dereliccién, pues ese vacfo es real. De hecho, se produjo en ellos un vacia- miento, un empobrecimiento, una matanza par- cial de posibilidades. La integridad del nifio fue herida, y de ese modo se recorté lo vivo y espon- téneo. De niftos, estas personas solfan tener suefios en los que se sentian en parte muertas. Quisie- ra ofrecer aqui dos ejemplos de estos suehos. «Mis hermanitos estén en un puente y arrojan una caja al rfo. Sé que estoy encerrado en ella, muerto; pero siento latir mi corazén y siempre me despierto en ese momento.» Este suefio recurrente conjuga las agresiones inconscientes (envidia y celos) frente a los her- manitos, para los que Lisa siempre habfa sido una «madre» previsora, con la «matanza» de los pro- pios sentimientos, deseos y reivindicaciones, rea- veintisiete afios, suefia: 30 «Veo una pradera verde y, en ella, un atatid blanco. Temo que mi madre esté encerrada en él, pero abro la tapa y, por suerte, no es mi madre, sino yo mismo». Si, de nifio, Kurt hubiera tenido la posibilidad de manifestar sus decepciones con respecto a la madre, es decir, de vivir también sentimientos de ira y rabia, habria permanecido vivo. Pero esto hubiera Ievado a la madre a retirarle su amor, lo cual para un nifio equivale a la muerte. De modo que «mata», pues, su ira y con ella un trozo de su propia alma, a fin de conservar a Ia madre. De esta dificultad de vivir y desarrollar senti- mientos propios y auténticos, resulta una perma- nencia de la ligazén que no permite delimitacién alguna. Pues los padres han encontrado en el falso Yo del nifio la aprobacién que buscaban, una sustitucién de la seguridad que les faltaba, y el nifie, que no ha podido construir seguridad propia alguna, sigue dependiendo de sus padres, primero conscientemente y luego a nivel incons- ciente. El nifio no puede confiar en sentimientos Propios, no ha hecho ninguna experiencia en ese campo, desconoce sus verdaderas necesidades y ¢s un perfecto extrafto ante si mismo. En esta si- tuacin no puede separarse de sus padres, y tam- bién en la edad adulta dependerd constantemente de la aprobacién de las personas que representen alos «padres», tales como parejas, grupos y, sobre todo, sus propios hijos. Los herederos de los pa- dies son los recuerdos inconscientes y reprimidos que nos obligan a ocultar profundamente el ver- dadero Yo ante nosotros mismos. ¥ asf, a la so- ledad en la casa paterna, seguiré el posterior ais- lamiento dentro de nosotros mismos. En busca del verdadero Yo . ; aleae preguntas van ligadas a una gran dosis de duelo y de dolor antiguo y hace tiempo repri- mido, pero, gracias a ellas, se alza siempre una nueva instancia interior (como un heredero de aquella madre que nunca existié): la empatfa —surgida del duelo— para con el propio destino. En una fase semejante, un paciente sofié que ha- cfa treinta afos habia dado muerte @ un nifio sin gue nadie lo hubiera ayudado a salvarlo. (reinta afios antes, quienes rodeaban al nifio se sorpren- dieron de que éste se volviera hermético, de que fuera valiente y educado, pero no manifestara de ningan tipo.) : “M'anora ben, resulta eidente que, tras varias décadas de silencio, el verdadero Yo puede des- pertar a la vida con la recién adquirida capacidad r. cl ‘parte de entonces, sus manifestaciones de- jan de ser trivializadas, de ser objeto de burlas 0 34 sarcasmos, aunque de forma inconsciente sigan siendo atropelladas o, sencillamente, descuidadas. Esto sucede de la misma forma sutil en que los Padres lo hacfan antes con el nifio, cuando éste no posefa alin lenguaje alguno para expresar sus necesidades. Como nifio grande, tampoco le es. taba permitido decir, y ni siquiera pensar: «Podré estar triste © contento cuando algo me ponga ttiste 0 contento, pero a nadie le debo una alegria ni tampoco tengo por qué suprimir mi afliccion, temor o cualquier otro sentimiento en funcién de las necesidades de otros. Puedo ser malo, y nadie se moriré ni tendré dolor de cabeza por ello; buedo tener rabietas si me hacéis dafio, sin per- deros a vosotros, padres mfos», En cuanto el adulto puede tomar en serio sus Sentimientos actuales empieza a darse cuenta de fa manera en que habia actuado antes con sus sentimientos y necesidades, y de que ésta habfa sido su tinica posibilidad de supervivencia. Se sentir aliviado cuando perciba en si mismo cosas, que hasta entonces habfa estado acostumbrado a reprimir. Cada vez vera més claramente cémo, Para protegerse, a veces se burla de sus senti, mientos ¢ ironiza sobre ellos, cémo intenta eva- ditlos, © bien los trivializa 0 no se hace cargo de ellos, © tal vez sélo los percibe al cabo de varios dias, cuando ya han pasado. Poco a poco, el mismo interesado ira dandose cuenta de como busca distraccién compulsivamente cuando se en. cuentra triste, inquieto 0 conmovido. (Cuando 35 murié la madre de un nifio de seis afios, su tfa le dijo: «Hay gue ser valiente ¥ no llorar; ahora ve tu habitacién y ponte a jugar».) En muchas situa- clones él se sigue pereibiendo a partir de los otros, preguntandose @ cada momento qué impresion ‘causara, como deberia ser ahora, qué sentimientos eberia tener, En lineas generales, sin embargo, ¢ ppaciente se siente ahora un poco més libre. Tina vez que ha comenzado, el proceso natural de la terapia continda. La persona en tratamiento empieza a articularse y rompe con su doeil idad Scomodaticia, aunque, debido a sus experiencias infantiles, no pueda creer que esto sea posible sin poner en peligro la vida, A partir de su antigua experiencia, espera y teme cl rechato, Te repti- tenda o el castigo cuando sc defiende o aboga por sus derechos, para huego vivir una y olra vez Ia liberaci6n que supone poder soportar el riesgo y defender su propia causa. Este proceso puede empezar en forma totalmente inocua. Uno es sor- prendido por sentimientos que hubiera preferido Fo advertir, pero ya es demasiado tarde, la recep” tividad para.Jas emociones propias ha quedado al descubierto y volver atrés se hace imposible, Y, entonces, el nifio que alguna ver fu dado y condenado al silencio, podra vi mismo come nunca lo habia crefdo posible. El hombre, que hasta entonces nunca habia sido exigente y satisfacia incansablemente las exi- gencias de los otros se pone de pronto furioso porque el terapenta vuelve a stomar vacaciones». 36 O le molesta ver caras nuevas en la sala de espera ePor qué? Desde luego no por celos. Es un senti miento que desconoce del todo. Y, sin embar- go... «Qué buscan éstos por aqui? ¢Viene aqui mas a aparte de mi?» Hasta entonces no lo ha- lat notado. Celosos sélo podian ser los demas; , de ninguna manera, Y resulta que ahora los verdaderos sentimientos son més fuertes 0 més ee que las normas de la buena educacién. r suerte. Pero no resulta féeil descubrir de in- mediato los verdaderos motivos de la tabia que al principio se dirigen contra personas ve Guiecen aytidarnos, por ejempla, contra los ters peutas y nuestros propios hijos, contra personas que nos dan menos miedo y son, sin duda, los d Sencadenantes, mas no los causantes de la rab " Al principio le resultard humillante no ser sélo bueno, comprensivo, generoso, moderado y, sobre todo, earente de necesidades, si, hast entonces, Ja autoestima se habia apoyado exclusivamente todo esto, Pero tendremos que abandonar est edificio del autoengafio si de verdad Gatenics ayuatmos, No siempre somos tan culpabls como 1s sentimos, ni tampoco tan inocentes como no: gustaria creer que somos. Sin embargo, esto no to sebremos mientras vivamos sin sentimientos, con- a s, TH ntras no conozcamos con precisién stra propia historia. No obstante, la confron tacién con la propia realidad ayuda a desmon- tar iasiones que han mann oeul a lel pasado y a ver las cosas con més cl: Cuando descubrimos en el presente nuestra cul- pabilidad real, tenemos que disculparnos ante a perjudicado. Asf quedamos libres para eliminar Jos sentimientos de culpa inconscientes y no jus- tificados de la infancia. Pues, aunque no éramos, culpables de las crueldades vividas, nos sentiamos responsables de ellas. Facte sentimiento de culpa pertinaz, destructor ¢ irreal, sélo puede elabararse sino lo rechaza- mos mediante una nueva culpa real en el pre- dente, Muchas personas transmiten a otros la crueldad vivida en otros tiempos, y obtienen ast la imagen idealizada de sus padres. En el fondo siguen siendo unos nifies pequefios y dependien- tes, incluso a una edad avanzada, No saben que podrian ser més auténticos y sinceros consigo faismos y con los dents si se permitieran read- mitir viejos sentimientos de la infanci Cuanto mas a fondo padamos admitir y vivir sentimientos tempranos, mas fuertes y coherentes nos sentiremos. De este modo podremos expo- nernos a sentimientos de nuestra mas temprana infancia y experimentar el desamparo de aquella etapa, cosa que, por otra parte, consolida nuestra seguridad. Tenet sel sntos ambivalentes ante una per sona siendo adulto es totalmente to a Sen- tirse, de pronto, tras una larga prebistoria, como un nifio de dos afios que, mientras la criada le da de comer en Ja cocina, piensa desesperado: « jo. Solo puede recordarse To que se ha vivido conscientemente. Pero el mundo afectivo de un ino herido en su integridad es ya el resultado de tina seleccién en la que lo esencial qued6 elimi- nado, Sélo en la terapia se experitentan conscien- jemente y por primera vez estos sentimientos tem pranos, acompaiiedos por él dolor del no-poder- Comprender propio del nifio pequeio. De ahi que ‘siempre parezca un milagro observar como, Pest «todo, han podido sobrevivir y manifestarse tan- tos elementos propios detrés de semejante defor- macién, renegacion ¥ autoalienacién, cuando se eneontrd el acceso a los sentimientos. No obs- tante, seria desorientador pretender que, detras del falso Yo, se oculte conscientemente un Vor dadera Yo desarrollado. Pues el nifio no sabe lo que oculta, Kurt formulé el problema en fos si- guientes términos: «Yo vivfa en up invernadero de cristal al que mi madre podia echar wna ojeada en cualquier momento. En ut sible ocultar nada sin traicionarse, salvo deba- jo del suelo. Pero entonces uno mismo tampoco Jo ver. ‘Una persona adulta sélo puede vivir sus sen timientos si en la infancia tuvo padres o sustitutos ide los padres que le prestaban atencién, Esto es glo que les falta a las personas maltratadas en, Ja infancia, y por eso ne pueden ser sorprendidas por sentimientos, pues s6lo tienen acceso ellos 40 los sentimientos que la censura interior, heredera de los padres, tolera y admite. La depresién y el wacio interiar conativayen el precio que ay, due agar por este control. El verdadero Yo no ede comuniarse porque ha permanecido en un plano inconscene,y por ende no desarolado, en tna interior. El trato con los guardianes de esa cércel no Tavorece un desarrollo vivo. Sélo de pués de la liberacién empieza el Yo a peda % : crecer y a desarrollay su creatividad. ¥ allt lon le antes era posible encontrar el temido saci ols temlos faniasmas de In grandisidad se abre una riauera vital realmente inesperada. o es una vuelta al hogar, pues éste nunca habi existido. Es el descubrimiento de un hogar. 7 4L | La situacién del psicoterapeuta Se oye afirmar a menudo que el psicotera- peuta padece de un trastorno de su vida afectiva, Las explicaciones precedentes han querido dejar en claro hasta qué punto esta afirmacién podria apoyarse en hechos certificados por Ja experien- cia, Su sensibilidad, su capacidad de compenetra- cién, su excesiva provisién de «antenas» indican que de nifio fue, cuando no abusivamente explo- tado, si utilizado por personas con necesidades. Claro esté que, a nivel tedrico, existe la posi- bilidad de que un nifto haya crecido junto a unos Padres que no tuvieran necesidad de semejante abuso, es decir, que vieran y entendieran al nifio en su esencia, que toleraran y respetaran sus sen- timientos. Este nifio habria desarrollado luego un sano sentimiento de autoestima, Sin embargo, ape- nas cabe suponer: 1. que vaya a seguir luego la profesién de psi- coterapeuta; 2. que Hegue a constituir y a desarrollar la sensibilidad adecuada para captar al otro tal como lo hacen los nifios «utilizados»; 3. que llegue a entender suficientemente a par. 42 tir de vivencias propias lo que significa chaber traicionados a su Yo. As{ pues, creo que nuestro destino podria ca- pacitarnos para ejercer la profesin de psicotera- peuta, pero sélo con la condicin de que, en la propia terapia, se nos dé la posibilidad de vivir con la verdad de nuestro pasado y renunciar a las més burdas ilusiones, Esto supondria aceptar la idea de que nosotros, a costa de nuestra au- torrealizacién, nos vimos obligados a satisfacer las necesidades inconscientes de nuestros padres para no perder Io poco que tenfamos. Supondria ademas poder vivir la rebelién y el duelo ante la no disponibilidad de los padres de cara a nuestras necesidades primarias. Si nunca hemos vivido nuestra desesperacién y la rabia inconsolable que de ella deriva, y, por consiguiente, nunca las he- mos claborado, podemos correr el riesgo de trans- ferir al paciente a situacién de nuestra propia infancia, que ha permanecido a nivel inconscien- te. ¥ nadie se asombrarfa de que necesidades in- conscientes hondamente reprimidas puedan llevar al terapeuta a disponer de un ser mas débil en lu- gar de los padres. Esto es facilmente realizable con los propios hijos, con subordinados y con pacientes que, a veces, dependen de su terapeuta como nifios. Un paciente con «antenas» para captar el in- consciente del terapeuta reaccionaré muy pronto ante ello, Pronto se «sentira» aut6nomo y se com- portaré como tal cuando intuya que para el te- 43 rapcuta es importante recibir pacientes con una conducta segura y que se independicen pronto. Puede hacerlo, podré hacer todo cuanto se espe- te de él. Pero esta autonomia desembocard en la depresién, porque no es auténtica, La auténtica viene precedida por la experiencia de la depen- dencia. La auténtica liberacién sélo se encuentra més allé del sentimiento, profundamente ambi- valente, de la dependencia infantil. Los deseos del terapeuta de obtener aprobacién y eco, as{ como de ser comprendido y tomado en serio, son satis. fechos por el paciente cuando éste aporta un ma- terial que se aviene bien con el bagaje cultural del terapeuta, con sus teorfas y, por consiguiente, con Sus expectativas. De este modo, el terapeuta prac- tica el mismo tipo de manipulacisn inconsciente a la que también él, de nifio, estuvo expuesto. Tiempo atras pudo detectar quizé la manipula. cién consciente y liberarse de ella, También aprendié a mantener ¢ imponer sus opiniones. Pero la manipulacién inconsciente nunca puede ser detectada por un nifio, Es el aire que respira, no conoce otro y le parece el tinico normal. éQué ocurre cuando nosotros, como adultos y como terapeutas, no advertimos cudn peligroso puede ser este aire? Que de modo irreflexivo ex- Pondremos a sus efectos a otras personas, afir- mando que lo hacemos por su propio bien, Cuanto més hondo calo en la manipulacién in- consciente de los nifios por sus padres, y de los pacientes por Jos terapeutas, tanto mds urgente 44 me parece la eliminacién de la represién, Tene- mos que conocer emocionalmente nuestro pasado no solo como padres, sina también como terapeu- tas. Tenemos que aprender a vivir y esclarecer nuestros sentimientos infantiles para que ya no tengamos necesidad de manipular inconsciente- mente a nuestros pacientes a partir de nuestras teorfas, y dejar que Heguen a ser lo que son, Séto fa vivencia dolorosa y la aceptacién de la propia verdad nos libera de la esperanza de encontrar, pese a todo, a los padres comprensivos y empé- ticos —tal vez en el paciente— y poder convertir- los, mediante interpretaciones inteligentes, en se- ses disponibles. Esta tentacin no debe menospreciarse. Raras veces, 0 quizd nunca, nos habran escuchado nues- tres propios padres con la atencién con que un paciente suele hacerlo; nunca nos habrén reve- lado su mundo interior en forma tan sincera y comprensible para nosotros como a veces lo ha- cen ciertos pacientes. Sin embargo, el trabajo del duclo —nunca concluido— de nuestra vida nos ayudara a no ser victimas de esta ilusién. Unos padres como los que nos hubiera hecho falta en su momento —empaticos y abiertos, comprensi- vos y comprensibles, disponibles y utilizables, transparentes, claros, sin contradicciones incom- prensibles, sin el angustiante cuartito de las, t moyas—, unos padres asf no los hemos tenido nunca. Toda madre sélo podré ser empatica cuando se haya liberado de su infancia, y tendrd 45 que reaccionar de forma no empatica en la me- dida en que renegar de su destino le imponga ca- denas invisibles. Lo mismo se puede decir del padre. Lo que sf existe es este tipo de nifios: intel gentes, despicrtos, atentos, hipersensibles y, por estar totalmente orientados hacia el bienestar de los padres, también disponibles, utilizables Y, SO- bre todo, transparentes, claros, predecibles y ma- nipulables... mientras su verdadero Yo (su mundo afectivo) permanezca en el stano de esa casa transparente en la que tienen que vivir, a veces hasta la pubertad y, no pocas veces, hasta que sean padres ellos mismos. Asi, por ejemplo, Robert, de treinta y un aiios, no podia, cuando nifio, estar triste ni lorar sin sentir que iba sumiendo a su querida madre en una atmésfera de infelicidad y de profunda inse- guridad, pues la «alegria serena» cra la cualidad que a ella le habfa salvado la vida en su nifiez. Las Tagrimas de sus hijos amenazaban con romper su equilibrio, Sin embargo, ese hijo sensibilisimo sentfa en s{ mismo todo el abismo oculto tras las defensas de aquella madre, que de nifia habia es- tado en un campo de concentracién y jamas le habia mencionado este hecho, Sélo cuando el hijo se hizo mayor y pudo hacerle preguntas, ella le cont6 que habfa estado entre un grupo de ochenta niflos que tuvieron que ver cSmo sus padres eran conducidos a Ja camara de gas. jY ninguno de aquellos nifios habfa llorado! 46 Durante toda su infancia, el hijo habia inten- tado ser alegre y s6lo podfa vivir su verdadero Yo, sus sentimientos y premoniciones, a través de perversiones compulsivas que, hasta el momento de Ja terapia, le habfan parecido extrafias, vergon- zosas e incomprensibles. Estamos totalmente indefensos frente a este tipo de manipulacion durante la infancia, Lo tragi- co es que también los padres se hallarén a merced de este hecho mientras se nieguen a contemplar su propia historia. Sin embargo, en la relacién con los propios hijos se perpetéa inconsciente- mente [a tragedia de la infancia paterna cuando Ja represién sigue sin resolverse. Otro ejemplo contribuiré a ilustrar con mayor claridad lo expuesto: un padre que de nino se asustaba con frecuencia de los ataques de angus- tia de su madre, victima de una esquizofrenia pe- riédica, sin que nadie le diera explicacién alguna, disfrutaba contandole a su adorada hija historias de terror, Se burlaba del miedo de la nifia para luego tranquilizarla siempre con la siguiente frase: es una historia inventada, no tienes por qué sentir miedo, estas en mi casa, De este modo po- dia manipular el miedo de la nina y sentirse fuerte al hacerlo. Conscientemente queria darle algo bueno a la hija, algo de lo que él mismo ha- bia carecido: tranguilidad, proteccién, explic: nes. Pero lo que también le transmitfa, sin ser consciente de ello, era el miedo de su infancia, la expectativa de una desgracia y la pregunta no es- 47 clarecida (también de su infancia): gPor qué la persona a quien quiero me da tanto miedo? ‘Todo ser humano tiene en su interior un cuar- tito, ms o menos oculto a su mirada, en el que guarda las tramoyas del drama de su infancia. Los tinicos seres humanos que con seguridad ten- dran acceso a este cuartito son sus hijos. Con los. propios hijos entrar4 nueva vida en el cuartito, el drama hallaré su continuacién. En solitario, el nifio no tenia posibilidad alguna de actuar libre- mente con esas tramoyas: su propio papel lo ha- bfa fusionado con fa vida; tampoco podfa salvar recuerdo alguno relacionado con esa eactuacién» remitiéndolo a su vida posterior, a no ser con ayuda de la terapia, donde su papel podria resul- tarle cuestionable. Las tramoyas le daban miedo a ratos, no podfa relacionarlas con el recuerdo consciente de su madre o de su padre. De ahf que desarrollara sintomas. Y luego, durante la terapia, el adulto puede resolverlos cuando los sentimien- tos ocultos detrés de los sintomas afloran a su conciencia: sentimientos de espanto, desespera- cién y protesta, de recelo y de rabia inconsolable. No hay nada que proteja a los pacientes contra las manipulaciones inconscientes de sus terapeu- tas. Tampoco ningtin terapeuta es totalmente in- mune a tales manipulaciones. Pero el paciente tiene la posibilidad de hacérselas ver cuando las. descubre, o de dejar al terapeuta si éste perma- nece ciego e insiste en su infalibilidad. Mis reco- mendaciones tampoco eximen a nadie de la tarea 48 de cuestionar una y otra vez. tanto estos métodos como también a todos los terapeutas que los prac- tican. Cuanto mejor conozcamos la historia de nues- tra vida, mejor podremos detectar las manipula ciones alli donde aparezcan. Es nuestra infancia la que tan a menudo nos impide hacerlo, Es nues- tra antigua nostalgia, no vivida del todo, de unos padres buenos, sinceros, inteligentes, conscientes y valientes, la que nos puede inducir a no percibir la deshonestidad o la inconciencia de los terapeu- tas, Corremos el peligro de tolerar demasiado tiempo las manipulaciones si algunos terapeutas poco honestos saben promocionarse y presentarse como particularmente probos y maduros. Cuando la ilusin se corresponde tanto con nuestras ne- cesidades y urgencias, tardamos més en detec- tarla. Pero mientras sigamos poseyendo plena- mente nuestros sentimientos, esta ilusién tendré que ser enterrada, tarde o temprano, en favor de la verdad terapéutica. 49 El cerebro de oro En las Cartas desde mi molino de Alphonse Daudet encontré un relato que, aunque parezca un tanto raro, tiene mucho en comtin con estas observaciones. Para concluir este capitulo sobre el nifio explotado, quisicra resumir aqui su con- tenido. Erase una vez un nifio con un cerebro de oro. Sus padres lo advirtieron por azar cuando, a con- secuencia de una herida en la cabeza, le broté oro en vez de sangre. Empezaron a proteger cuida- dosamente al nifio y le prohibieron el trato con otros nifios, para evitar que le robaran. Cuando el nifio crecié y quiso recorrer mundo, su madre le dijo: «Hemos hecho tanto por ti que también no- sotros deberfamos participar de tus riquezas». El hijo se sacé entonces un gran trozo de oro del ce- rebro y se lo dio a su madre, Durante un tiempo vivié a lo grande con su riqueza, en compaiiia de un amigo que, sin embargo, le robé una noche y desapareci6. El hombre decidié entonces proteger su secreto en el futuro y trabajar, porque las pro- visiones disminufan a ojos vistas. Un buen dia se enamoré de una muchacha hermosa que también. 50 Ic amaba, aunque no més que a los preciosos ves- tidos que de él recibia a manos Ilenas. Se cas6 con ella y fue feliz, pero la esposa murié al cabo de dos afios y, para pagar su entierro, que tenfa que ser grandioso, el marido gasté el resto de for- tuna que le quedaba. Debil, pobre ¢ infeliz deam- bulaba un dia por las calles cuando, en un esca- parate, vio un par de hermosos botines que a su mujer le hubieran quedado perfectos. Olvidando que su esposa habfa muerto —tal vez porque su cerebro vacio ya no podia trabajar—, entré en la tienda para comprar los botines, Pero en ese ins- tante cayé a tierra y el vendedor vio en el suclo a un hombre muerto. Daudet, que habrfa de morir de una enferme- dad de la médula espinal, escribi6 al final: «Esta historia parece inventada, pero es real de princi- pio a fin. Hay personas que tienen que pagar las cosas més insignificantes de la vida con su sus- tancia y su médula espinal, Se trata para ellos de un dolor eternamente recurrente. Y luego, cuando se cansan de padecer...». éNo se cuenta el amor maternal entre las co- sas mas «insignificantes», pero también mas im- prescindibles, de la vida, que mucha gente —pa- radéjicamente— ha de pagar con la renuncia a su espontaneidad vital? 51 Ir Depresion y grandiosidad: dos formas de Ia renegacién E Destinos de las necesidades infantiles Todo nifio tiene la legitima necesidad de ser observado, comprendido, tomado en serio y res- petado por su madre. Durante las primeras se- manas y meses de vida le es imprescindible poder disponer de su madre, utilizarla y ser reflejado por ella, Una imagen de Winnicott ilustra esto con bella precisién: la madre contempla al nifio que leva en brazos, el nifio contempla la cara de su madre y se encuentra a s{ mismo en ella... su- poniendo que la madre observe realmente a ese ser pequeiio, tinico y desamparado, y no proyecte sobre él sus propias expectativas, sus miedos o los planes que haya forjado para el nifio. En ¢} tiltimo caso, éste descubriré en el rostro materno no la imagen de si mismo, sino las necesidades de la madre. E] mismo se quedara sin espejo y en vano lo buscaré durante el resto de su vide El desarrollo sano A fin de que una mujer pueda darle a su hijo Jo que le es indispensable para toda la vida, es im- 55 prescindible que no se la separe del recién nacido. La distribucion hormonal que despierta y «ali- menta» su instinto maternal se produce inmedia- tamente después del parto y se prolonga en los dias. y semanas siguientes gracias a la familiaridad cada vez mayor con su hijo. Si el nifio es separado de la madre, como era normal hasta hace poco en casi todas las clinicas, y sigue ocurriendo hoy dia en todo el mundo por comodidad ¢ ignoraneia, la ma- dre y el nifio habrén perdido su gran oportunidad. 51 bonding (contacto ocular y epidérmico en- tre la madre y el recién nacido después del parto) les da a ambos la sensaci6n de ser una sola per- sona, una unidad que, de un modo natural, ya es- taba idealmente presente en e] momento de la procreacién y que luego crecié con el nifio. Ese contacto da a la criatura la seguridad y proteccién necesarias para que pueda confiar en su madre y le transmite a ésta una seguridad instintiva que a ayuda a entender y dar respuesta a las sefiales de su hijo. Esta primera familiaridad mutua se vuelve luego irrecuperable, y su carencia puede impedir muchas cosas desde el principio. El conocimiento cientifico de la importancia decisiva del bonding es atin muy reciente.* Cabe esperar, sin embargo, que no sélo la obstetricia practicada en las maternidades tome conoci- 56 miento de dicha técnica, sino también la que se practica en los grandes hospitales generales, de suerte que pronto redunde en beneficio de todos. Una mujer que experimente el bonding con su hijo correra menos peligro de abusar de él, y es tara en mejores condiciones de protegerlo de los malos tratos del padre. Pero también una mujer que debido a su pro- pia historia reprimida no haya tenido ese contacto con su hijo, podré ayudar més tarde al nifio a su- perar esa carencia si, gracias a su terapia y a la superacién de su represién, toma conciencia de la importancia de dicha carencia. También podré compensar las consecuencias de un parto dificil si no las trivializa y es consciente de que un nino que haya sufrido un serio trauma al comienzo de su vida necesita una atencién y dedicacién especiales para superar el miedo ante lo ya sucedido. Si un nifio tiene la suerte de crecer junto a una madre gue Jo refleje y esté disponible, es decir, que resulte funcionalmente «utilizable» para el desarrollo del nifio, poco a poco ira surgiendo en 6), a medida que se haga grande, una sana auto- conciencia. En el mejor de los casos es también Ia madre quien brinda un clima afectivo célido y de comprensién de las necesidades del nifio, aun- que las madres no demasiado afectivas también pueden hacer posible esta evalucién, limitandose simplemente a no impedirla. El nifio, entonces, puede buscar en otras personas aquello que le falta a su madre. Diversas investigaciones han 57 puesto de manifiesto esta inaudita capacidad del nifio para utilizar cualquier «alimento» afectivo, cualquier estimulo de su entorno por pequefio que sea. Por autoconciencia sana entiendo la incuestio- nable seguridad de que los sentimientos y deseos experimentados pertenecen al propio Yo. Esta se- guridad no es reflejada sino que esté alli, como el pulso, que pasa inadvertido tientras no se al- tera, En esta via de acceso, no reflejada y evidente, hacia sus propios deseos y sentimientos, encuen- tra el ser humano su asidero y su autoestima. Alli le estar permitido vivir sus sentimientos, estar triste, desesperado 0 falto de ayuda, sin temor a crear inseguridad a nadie. Le seré licito tener miedo al verse amenazado o ser malo cuando no pueda satisfacer sus deseos. Sabr4 no sélo qué no quiere, sino también qué quiere, y podra ex- presarlo sin que le importe ser amado u odiado por ello. El trastorno eQué ocurre cuando la madre es incapaz de ayudar a su hijo? ¢Qué ocurre cuando no sélo no esta en condiciones de adivinar y satisfacer las ne- cesidades de aquél, sino que ella misma est necesitada, cosa por lo demés muy frecuente? Ocurre que, inconscientemente, esa madre inten- 58 tard satisfacer sus propias necesidades con ayuda de su hijo. Esto no excluye una entrega afectiva, pero a esta relacién explotadora le faltan com- ponentes de vital importancia para el nifio, tales como fiabilidad, continuidad y constancia, y le falta sobre todo ese espacio donde el niio podria vivir sus propios sentimientos y sensaciones. De- sarrollara, por tanto, algo que la madre necesita y que, si bien entonces le salva la vida (el amor de la madre o del padre), suele impedirle ser él mismo durante toda su vida. En este caso, las ne- cesidades naturales propias de la edad del niio no pueden ser integradas, sino que son escindidas reprimidas. Esta persona viviré més tarde, sin saberlo, en su pasado. La mayoria de las personas que me han pe- dido ayuda debido a depresiones tenfan, por lo general, madres inseguras en grado sumo que a menudo padecfan ellas mismas de depresiones y contemplaban a ese hijo, el tinico o con frecuen- cia el primero, como su propiedad. Lo que la ma- dre no haya recibido de su propia madre en su. momento lo puede encontrar en su hijo: es un ser disponible, puede ser utilizado como eco, se deja controlar, esta totalmente centrado en ella, nunca Ia abandona, le brinda su atencién y admiracién. Cuando él la abruma con sus necesidades (como en otros tiempos lo hiciera su madre), ella deja de estar tan inerme, no se deja tiranizar, puede edu- car al nifio para que no grite ni moleste. Y al final puede procurarse consideraci6n y respeto, 0 tam- 59 bien exigirle al nifio que se preocupe por su vida y su bienestar, una preocupacién que sus propios padres le debian todavia. Vaya un ejemplo a modo de ilustracién. Barbara, treinta y cinco afios, s6lo en la tera- pia empez6 a vivir sus temores, hasta entonces re- primidos, que acompafiaban una situacién terri- ble para clla, Al volver un dia de la escuela, cuando tenia diez afios —era justamente el cum- pleaftos de su madre—, la encontrs tumbada en el suelo del dormitorio con los ojos cerrados. La nifia crey6 que la madre estaba muerta y rompié a gritar desesperada. En ese momento la madre abri6 los ojos y dijo casi extasiada: «Me has hecho el regalo de cumpleafios mas hermoso; ahora sé que alguien me quiere». La compasién con el des- tino infantil de su madre impidié a la hija, du- rante décadas, sentir que el comportamiento de aquélla suponta una terrible crueldad, Mas ade- lante pudo reaccionar de forma adecuada en la te- rapia, con rabia e indignaci6n. Barbara, madre ella misma de cuatro hijo s6lo tenia escasisimos recuerdos de su propia ma- dre, pero si podia recordar la permanente com- pasi6n hacia clla. Al principio la describié como una mujer sensible y de gran coraz6n, que siendo ella nia le «contaba ya abiertamente sus preo- cupaciones», se preocupaba mucho por sus hijos y se sacrificaba por la familia. En el interior de la secta en que vivia [a familia, con frecuencia le pe- dian consejo. La madre estaba particularmente 60 orgullosa de su hija, conté Barbara. Pero ya habia envejecido y estaba achacosa, y Barbara se preo- cupaba mucho por la salud de su madre, sofiaba a menudo que le habfa pasado algo y se desper- taba presa de una gran angustia. Gracias a esos sentimientos emergentes, esta imagen de la madre fae modificandose. Sobre todo cuando surgis el recuerdo de la educacién relacionada con la higiene, Barbara revivié a su madre como un ser dominante, exigente, que la controlaba y manipulaba, una mujer mala, fria, necia, estrecha de miras, obsesiva, capaz de ofen- derse por cualquier nimiedad, exaltada, falsa y avasalladora. La vivencia y la explicaci6n de la ra- bia tanto tiempo contenida evocaron en la hija re- cuerdos de la infancia, que, en efecto, remitfan a rasgos de este tipo, Ahora Barbara podia des- cubrir realidades y era capaz de comprobar la gitimidad de su rabia, Descubrié que, efectiva- mente, la madre habia sido a veces fria y mala con ella, cuando se sentfa insegura frente a su hija. Se habfa preocupado mucho por la nifia, ya que con esta preocupacién podfa defenderse de la envidia gue ésta le inspiraba. Como de nifta la madre habia sido muy humillada, tena que ha- cerse respetar por su hija. Poco a poco las distintas imagenes de Ja ma- dre fueron fusionandose en la imagen de una per- sona que, por su propia debilidad, inseguridad y fragilidad, habia hecho de la nifia un ser dispo- nible. En el fondo, esa madre que tan bien fun- 61 cionaba de cara a los demés, segufa siendo una nifia ante su propia hija. Esta, en cambio, acepté cl papel de personaje comprensivo y solicito hasta que, a la vista de sus propios hijos, descubrié en si misma sus necesidades hasta entonces ignora- das, que intent satisfacer con ayuda de ellos. 62 La ilusién del amor Quisiera intentar exponer unas cuantas ideas que mi trabajo me ha ido sugiriendo a lo largo de los aftos. Mi actividad comprendfa también miilti- ples encuentros breves con personas que slo ha- blaron una o dos horas conmigo. Precisamente en estos breves encuentros sale a la luz la tragedia del destino individual con una claridad muy particular. Lo que se denomina depresién y se siente como va- cfo, absurdo existencial, temor al empobrecimiento y soledad, se me presenta siempre como la tragedia de la pérdida del Yo o de Ja extrafiacién frente a uno mismo, gue se inicia en la infancia. En la préctica podemos encontrar diversas formas mixtas y matices de este trastorno. Por ra- zones de claridad intentaré describir dos formas extremnas, considerando una de ellas como el en- vés de Ja otra: la grandiosidad y la depresién Detrés de una grandiosidad manifiesta acecha continuamente la depresion, y tras el humor depresivo suelen ocultarse a menudo intuiciones rechazadas sobre nuestra historia trégica, De he- cho, la grandiosidad es la defensa contra el pro- fundo dolor que produce la pérdida del Yo, pér- 63 dida que es resultado de la renegacién de la rea- lidad. La grandiosidad como autoengario EI hombre «grandioso» es admirado en todas partes y necesita de esta admiracién, no puede vi- vir sin ella, Tiene que realizar con brillantez todo cuanto se proponga, y es capax de ello (pues pre- cisamente no intentara hacer otras cosas). Tam- bién él se admira... a causa de sus atributos: su be- za, inteligencia, talento, y también por sus éxitos y rendimientos. Mas, pobre de él si algo de esto le falla: la catdstrofe de una grave depresién se vuelve entonces inminente. En general, nos parece natural que las personas enfermas o viejas, que han per- dido mucho, o bien las mujeres menopausicas, por ejemplo, se vuelvan depresivas. Pero no suele tenerse en cuenta que también hay personalida- des que pueden soportar la pérdida de la belleza, salud, juventud o de algiin ser querido, con duelo, pero sin deprimirse. Y a la inversa: hay personas con grandes talentos que sufren graves depresio- nes. ¢Por qué? Porque uno esta libre de depre- ‘ones cuando la autoestima arraiga en la auten- ticidad de los sentimientos propios y no en la po- sesién de determinadas cualidades. EI colapso de la autoestima en el individuo agrandioso» nos myestsa con toda claridad cémo, en realidad, ésta pendia en el aire, «colgada de un 64 globo» (suefo de una paciente), y, si bien se elevé muy alto al soplar vientos favorables, de pronto se agujered y ahora yace en el suelo como un mi- nuisculo guifiapo. Del componente especifico de ese individuo no podia desarrollarse nada que, més tarde, pudiera ofrecerle un asidero, Pues Junto al orgullo que despierta un nifio se oculta, peligrosamente cerca, la vergiienza de que no sa- tisfaga las esperanzas en él depositadas.* Sin terapia, el grandioso no puede renunciar a la trégica ilusién de confundir admiracién con amor. No pocas veces se dedica toda una vida a esta sustitucién. Mientras las verdaderas necesi- dades de respeto, de comprensién y de ser to- mado en serio que sentia el otrora nifio no pue- dan ser comprendidas ni vividas conscientemente, proseguira la lucha por el simbolo del amor. Una paciente me dijo un dia que tenia la impresion de En un trabajo pr en 1984, a entorno fi ddepresiva. Los resultados efectuado en Chestnut Lodges Investig, iar de doce pacientes con patos manic: ‘ raboran en gran edie mis conelsones, ‘btenidas por vas muy cvtnta sabre eilogta de te dopesion. ‘Totes tos pacintesprovenan de fri ese censideraban so- clalmente asians 9 poco respetata en ue hiceran xo le posible por strata presgio ste los ves furan $i confrninly une ed enna epecin, Ee asiraciones se le asbuvé um pepe pacar sl nino qe més trde in de chiens ‘Tenia que garantizar el honor fail y sélo era len la medica en que, aces cea copaideder 9 abnor peices aS been, tester la cursva ce mia: AM, se alana on encores de satisfaer los exigancins loeles de lo oie St Fla: tren an sion dl tirclo familar y lx cerera de haber cubierto asus fanres dem profundo oprobio. (lado spin MElcle Spengler 17. pte 104) “Tarmbign he encontado en mis pacientes el aisamente sel dela fais, qua sin embarg, no era cata, sino consortia dela he cenidad ls pedren 65 haber andado siempre sobre zancos hasta enton- ces. Y una persona que anda todo el tiempo sobre zancos, ¢no debe acaso envidiar constantemente a quienes se valen de sus propias piernas al correr, aunque esta gente le parezca més pequefia y «me- diocre» que ella misma? ¢Y no llevaré en su in- terior un odio contenido contra los responsables de que no se atreva a caminar sin zancos? En el fondo, {a persona sana es envidiada porque no tiene que esforzarse de continuo por merecer ad- miracin, porque no necesita hacer nada para producir tal 0 cual efecto, sino que, con toda tran- quilidad, puede permitirse ser como es El hombre grandioso nunca esta realmente li- bre, porque depende en una medida enorme de la admiracién de otros y porque esta admiracién esta vinculada a atributos, funciones y rendimien- tos que pueden fallar de improviso. La depresion como envés de ta grandiosidad En los pacientes con fos cuales tuve tratos la depresiOn se hallaba unida a la grandiosidad en formas muy diversas. 1. A veces la depresion aparecia cuando, debido a enfermedades graves, invalidez o envejecimiento, la grandiosidad se derrumbaba. Asi, por ejemplo, la fuente de éxitos externos habia ido secandose len- tamente en el caso de una mujer soltera y senes- cente, La desesperacién ante el hecho de envejecer 66 se relacionaba sobre todo con la falta de contactos sexuales, aunque en el fondo se agitaban tempra- nas angustias de abandono, que esta mujer ya no podia contrarrestar con una conquista nueva. To- dos sus espejos sustitutivos se habfan roto, y ella volvia a estar ahi, confusa y desamparada, como en otros tiempos la nifia pequefia frente al rostro de su madre, en el que no se descubria a s{ misma, sino la confusion de aquélla. De forma parecida pueden vivir su envejecimiento los hombres, aun- que algiin nuevo enamoramiento pueda devol- verles por un tiempo la ilusién de la juventud e introducir asf fases maniacas en la incipiente de- presién por envejecimiento, 2. En este relevo por fases entre grandiosidad y depresién, y viceversa, se pone de manifiesto su parentesco. Se trata de las dos caras de una misma medalla que podria calificarse de falso Yo ¥ que, de hecho, fue concedida en alguna ocasién por buenos rendimientos. Asi, por ejemplo, un ac- tor podra reflejarse en los ojos del ptiblico entu- siasmado la tarde del éxito, y vivir sentimientos de grandeza y omnipotencia divinas. Y, sin em- bargo, a la mafiana siguiente podrén presentarse sensaciones de vacio, absurdo y hasta vergtienza € indignacion, si la dicha de la tarde anterior no sélo tenia sus raices en la actividad creativa de la actuacién o de Ja expresién, sino, sobre todo, en la satisfaccién sustitutoria de la necesidad de encontrar eco y reflejo, de ser visto y com- lo. Si su creasividad se halla relativamente 67 libre de estas necesidades, nuestro actor no te dra depresin alguna a la mafana siguiente, sino que se sentiré animado y empezar a ocuparse de otras cosas. Pero si el éxito obtenido la vispera ser- Via para renegar le frustracién infantil, s6lo le aportaré —como toda sustitucién— una satisiac- cién momenténea. Ya no podré producirse una s- tisfaccion real, pues stt tiempo habra transcurrido irrevocablemente. El nifio de otros tiempos ya no existe, coma tampoco los padres de aquella época. Los actuales —en caso de que atin vivan—habrén envejecido entretanto y se habrin vuelto depen- dientes, ya no ejercerén violencia alguna sobre el hijo, y quizé se alegrarén de sus éxitos y de sus ra yas visitas. En el presente hay éxito y reconoci- miento, pero éstos no pueden ser més de la que son, no pueden colmar el viejo agujero. Por otra parte, la vieja herida no podra curar mientras sea renegada en la ilusién, es decir, en el del del éxito. La depresién nos acerca a las proximidades de la herida, pero sélo el duelo por le perdido, por o que se perdié en el momento decisive, conduce a Fescrvedo como siompre: yo dec ades, Puce resulta que el 3, Sucede a veces que una persona consigue mantener la ilusién de la atencién y disponibi- lidad permanentes de los padres (de cuya ausen- cia en la temprana infancia reniega exactamen- te como de sus reacciones afectivas), gracias a una serie de tendimientos extraordinarios e inin- terrumpidos. Por lo general, esta persona estaré en condiciones de impedir con renovada brillan- tez una depresién inminente y deslumbrar tanto a quienes lo rodean como a si mismo. Sin embargo, no pocas veces clige a la vez a un cényuge que haya aportado ya fuertes rasgos depresivos 0, al menos, asuma y acttie inconscientemente en el ma- trimonio el componente depresivo de lo grandioso. De este modo, la depresién queda fuera. Uno se preacupa por el «pobre» cOnyuge, lo protege como a un nifio, se siente fuerte ¢ indispensable y ad- quiere un contrafuerte adicional en el edificio de la propia personalidad, que carece de fundamentos Sélidos y depende de los pilares del éxito, del ren- dimiento, de la «fortaleza» y, sobre todo, de la re- negacién del mundo afectivo de la propia infancia. ‘Aunque en el cuadro fenoménico exterior la depresién se oponga diametralmente a la grandio- sidad y, gracias a la atmésfera gue crea, tenga de algin modo més en cuenta la tragedia de la pér- todo fo necesaria para hacer ia muy solos. (Ambos ets provenen dein ar Braunschweig, 1974) En este perduré con ayuela dela rencgacién, pero eh de su infancia encontré su expresién en los dramas dida del Yo, ambas presentan, sin embargo, mu- chos puntos en comin. Podemos observar los siguientes: ; 1. Un falso Yo, que ha conducido @ la pérdida del Yo verdadero f 2, la fragilidad de la autoestima, que tiene sus raices no en la seguridad del propio sentir y que- rer, sino en la posibilidad de realizar el falso Yo; 3, perfeccionismo; ; 4. renegacién de los sentimientos desprecia- dos; 5. relaciones de explotacién; : 6, un gran miedo a perder el cari una gran disponibilidad « adaptarse; 7, agresiones escindida 8. proclividad a las humillaciones; 9. proclividad a Jos sentimientos de culpa y de vergiienza; 10, desasosiego. de aht La depresién como renegacién del Yo La depresién puede entenderse, pues, como un sintoma directo de la pérdida del Yo que consiste en la renegacién de las propias reacciones afec- tivas y sensaciones. Esta renegacién empez6 al servicio de la adaptacién necesaria para la vida, por miedo a perder el amor durante la infancia. De ahf que la depresin remita a un trauma muy temprano. Ya al principio, durante la lactancia, se 70 CE EEE Be EEE EEE EEE Ee ee eee eee tec eoe alee produjo una pérdida de ciertos Ambitos afectivos que hubieran conducido a la formacion de uno autoconciencia estable. Hay nifios a los que no se les permitié vivir con libertad sus sentimientos mids tempranos, tales como el descontento, la ira, los dolores, la alegria ante el propio cuerpo e in- cluso la sensacién de hambre. A veces se oye a madres contar con orgullo que sus bebés han aprendido a contener el hambre y, disiraides con halagos, esperan tranquilamente la hora de la co- mida. He conocido adultes con este tipo de experien- cias infantiles, atestiguadas en cartas, que nunca sabian a ciencia cierta si tenfan hambre 0 «s6lo imaginaban tenerla», y suirfan de miedo a des- mayarse de hambre. Entre ellos se contaba Bea- trice. La insatisfaccién 0 e| enojo de los hijos des- pertaban en la madre dudas acerca de su papel materno, los dolores fisicas* de los hijos le pro- vocaban miedo, y la alegria serena ante el propio cuerpo generaba en la madre envidia y sentimien- tos de vergtienza «frente a los otros». Los miedos de la madre condicionaban por completo Ia vida afectiva de la nifia, y Beatrice aprendié ya muy pronto qué no le estaba permitido sentir para no poner en juego el «amor» de la madre. Si desechamos las claves para la comprensién de nuestra vida, las causas de la depresion —asi como las del sufrimiento, la enfermedad y la cu- racién— seguirdn siendo a la fuerza un enigma para nosotros. Un psiquiatra, cuyo libro me fue remitido por un lector, afirma que los malos tratos, la falta de atencién y la explotacién en la infancia dificil- mente pueden ser causas suficientes para explicar la posterior aparicién de enfermedades psfquicas. Segtin él, tendria que haber motivos irracionales de indole totalmente distinta que serfan los res- ponsables de que una persona no se vea afectada por las consecuencias catastréficas de los malos trates, o de que se cure con mayor rapidez que otra. En su opinién, tendria que entrar en juego Ja «graciay. Cuenta la historia de un paciente que pasé su primer ajio de vida con su madre soltera en con- diciones de extrema pobreza, y al que, mas tarde, las autoridades acabaron separando de ella. El niio fue pasando de un centro de acogida a otro, y en todos ellos recibié durfsimos malos tratos. Sin embargo, cuando empezé un tratamiento psi- quidtrico, su estado mejoré mucho més rapido que el de sus compafieros de infortunio, cuyas historias personales presentaban abusos menos espectaculares ¢Cémo pudo ese hombre, victima de tantas crueldades en su infancia y juventud, li- berarse tan répidamente de sus sintomas? ¢Fue acaso por obra y gracia de Dios? Mucha gente prefiere este tipo de explicacio- nes y evita asf las cuestiones decisivas. Pero ¢no deberiamos preguntarnos quiz4 por qué. Dios no se mostré dispuesto a ayudar también a los otros pacientes de aquel psiquiatra, y mucho me- nR nos al paciente en cuestién cuando, de nifio, era vapuleado sin compasién? ¢Fue realmente la gra- cia de Dios la que asistié a ese hombre en la edad adulta? ¢O podria ser ta explicacién mucho mas sencilla? Si ese hombre tuvo una madre que, pese a la pobreza, fue capaz de darle verdadero amor, pro- teccién y seguridad en su primer y tan decisivo aio de vida, después estuvo mejor preparado para elaborar los malos trates posteriores que alguien cuya integridad se vio herida desde el primer dfa de vida, que no tuvo derecho alguno a vivir su propia vida y que, desde el principio, hubo de aprender que el tinico sentido de su existencia consistia en «hacer feliz» a su madre. Tal fue el destino de Beatrice, mi paciente. En su juventud no fue brutalmente maltratada, pero de muy pequefia tuvo que aprender a no Ilorar, a no tener hambre ni necesidades para chacer feliz» a su madre. Primero padecié de anorexia, y mas tarde, durante toda su vida adulta, de profundas depresiones. Aferrarse a las ideas tradicionales sobre el amor y la moral sin criticarlas es un buen método para ocultar o reprimir los hechos reales de la propia historia. Pero sin el libre acceso a tales he- chos, las raices del amor permanecerdn cortadas. No es de extrafiar, pues, que el deseo de tener rela- ciones carifiosas, generosas y comprensivas re- sulte infructuoso. No podemos amar realmente si hos esta prohibido ver nuestra verdad, aquella so- 73

También podría gustarte