Está en la página 1de 97

Fe Ciega:

La Evolución Expuesta
Por HOWARD PETH

Traducido Por

JOEL PASCUAS DUSSÁN

Profesor de Inglés y Religión


Colegio Adventista Libertad “COAL”
Bucaramanga, 1996

Título Original de la Obra en Inglés BLIND FAITH: Evolution Exposed

Obra publicada originalmente en Inglés por


AMAZING FACTS, Inc.
P.O. Box 680, Frederick, MD 21701
Estados Unidos de N. A
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR................................................................................................................... 1

1. ¿ES LA EVOLUCIÓN CIENTÍFICA?................................................................................................................. 2

2. VARIACIONES SÓLO ENTRE CLASES ........................................................................................................... 7

3. EL LAMARCKISMO NO FUE LA RESPUESTA............................................................................................ 11

4. LAS MUTACIONES NO SON LA RESPUESTA ............................................................................................. 13

5. SELECCIÓN NATURAL O LA SUPERVIVENCIA DEL MÁS APTO......................................................... 18

6. CLASIFICACIÓN Y COMPARACIÓN ANATÓMICA.................................................................................. 22

7. ÓRGANOS VESTIGIALES ................................................................................................................................ 27

8. EL ORIGEN DE LA VIDA.................................................................................................................................. 30

9. EL ORIGEN DEL SEXO ..................................................................................................................................... 37

10. ENTROPÍA VERSUS EVOLUCIÓN ............................................................................................................... 39

11. FÓSILES: EL REGISTRO DE LAS ROCAS .................................................................................................. 43

12. EL HOMBRE, ¿DEL MONO, O NO? .............................................................................................................. 54

13. ¿POR QUÉ ES ACEPTADA LA EVOLUCIÓN?............................................................................................ 64

14. EVOLUCIÓN TEÍSTA: INDISCRETO COMPROMISO CRISTIANO...................................................... 67

15. ¿CUÁNTO TIEMPO DURARON LOS DÍAS DE LA CREACIÓN?............................................................ 75

APÉNDICE DEL TRADUCTOR............................................................................................................................ 84

BIBLIOGRAFÍA....................................................................................................................................................... 86

ii
INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR
El mundo en el cual vivimos hoy, exige que día a día los jóvenes se preparen para
servir mejor a la humanidad. Lamentablemente el hombre ha desconocido a Dios co-
mo creador y, como resultado, han surgido ideas y teorías así llamadas “científicas”
que ponen en peligro la integridad espiritual de los jóvenes cristianos de hoy, que se
preparan en universidades no cristianas.
Me refiero en particular a la teoría de la evolución, la cual es enseñada como mate-
ria obligatoria en todas las universidades no cristianas. Los jóvenes son confundidos y
su vida espiritual se ve atropellada con el bombardeo de tales ideas que minan la fe de
ellos y terminan apartándose de Dios.
Es por ello por lo que Dios inspiró al Dr. Howard Peth a escribir un libro como el
que ahora es presentado a todo lector de la lengua de Cervantes Saavedra, con el fin
de ofrecer una muralla de defensa contra las saetas evolucionistas. El título original
en inglés de esta obra es BLIND FAITH: Evolution Exposed y el autor aquí lo llevará a
usted, amigo lector de la obra en Español, a viajar por el mundo de la teoría de la evo-
lución y poco a poco le introducirá en el Maravilloso Universo de Dios: el Verdadero
Creador de toda existencia.
Rindo honor y gloria al Dios Eterno y Sublime: mi Creador, tu Creador, nuestro
Creador, y mi mayor aspiración como traductor de esta joya de la literatura cristiana,
es que muchos estudiantes y profesionales de todo tipo que hoy navegan por los mares
peligrosos de la teoría de la evolución, puedan ser guiados por este libro–brújula a las
aguas tranquilas que Dios ha provisto en la Sagrada Escritura.
Amigo lector: estudia cuidadosamente, abre tu mente y analiza; que Dios te guíe en
esa labor.

Con amor de Cristo,


JOEL PASCUAS DUSSÁN
Traductor
1. ¿ES LA EVOLUCIÓN CIENTÍFICA?
“El primer punto para analizar en cuanto a la teoría de Darwin es que no es más
una teoría, es un hecho. Ningún científico serio negaría el hecho de que la evolución
ha ocurrido, así como no puede negar que la tierra gira alrededor del sol”.
Esta declaración fue hecha en un panel de televisión celebrando el centenario del
libro de Carlos Darwin El Origen de las Especies, por un famoso biólogo británico Sir
Julián Huxley quien ha ejercido profunda influencia en el siglo XX en el pensamiento
como su abuelo, Thomas Henry Huxley, lo hizo en el siglo XIX.
Por supuesto, Huxley es un fuerte abogado de la evolución y sus aseveraciones con
frecuencia ha sido invadidas por un espíritu de fervor misionero. Aun así, la afirma-
ción anterior no es una aseveración aislada sino típica de todo pronunciamiento evo-
lucionista. Durante años hemos sido bombardeados por mensajes que luchan por ga-
nar nuestra aceptación de la evolución como uno de los “hechos de la vida”. Los mili-
tantes evolucionistas hacen declaraciones dogmáticas que a veces van más allá de los
hechos de ciencia. Veamos algunas de esas declaraciones:
• Richard B. Goldsmidt, profesor de la Universidad de California en Berkeley, enfáti-
camente señala que “La evolución del mundo animal y vegetal es considerada por
todos aquellos que juzgan tales hechos para los cuales no se requieren posteriores
pruebas”.
• Theodosius Dobzhansky, genetista, evolucionista reconocido y profesor de la Uni-
versidad de Columbia ha dicho que “en medio de la presente generación, ninguna
persona informada debe sostener duda alguna en cuanto a la validez de la teoría
evolucionista en el sentido de que esta haya ocurrido”.
• Horatio H. Newman, profesor emérito de la Universidad de Chicago, no escatimó
palabras para declarar: “No hay hipótesis rival [a la evolución] excepto la anticuada
y completamente rechazada teoría de una creación especial, sostenida en este
tiempo por la gente ignorante, dogmática y prejuiciada”.
Para involucrar sólo una más, la del biólogo Dr. R. S. Lull, profesor de paleontolo-
gía en Yale: “Desde los días de Darwin, la evolución ha sido más y más generalmente
aceptada. Ahora en las mentes de los hombres estudiados e informados no hay duda
alguna de que es el único camino lógico por el cual la creación puede ser interpretada
y entendida. Sin embargo no estamos tan seguros del modus operandi, pero podemos
tener confianza en el hecho de que el gran proceso se ha dado según las grandes leyes
naturales, algunas de las cuales aún son desconocidas y tal vez serán incognoscibles”.
Comentando en cuanto a esta afirmación, el químico Antoni Standen dice: “Y así
los biólogos continúan ‘descansando confiados’. Pero uno puede ser tentado a pregun-

2
tas, si algunas de las leyes naturales actualmente desconocidas realmente existen. Y
si hay algunas que serán incognoscibles, ¿cómo podemos saber que son ‘lógicas’?”
A la luz de estas fuertes afirmaciones hechas por tan eminentes científicos, cual-
quiera que trate de refutarlas ¡debe sentirse como se sintió David ante Goliat! Pero de-
be recordarse que el joven David no ganó la batalla por su propia fuerza, y en este ca-
so la verdad no será determinada por mí o por otra persona sino por los mismos he-
chos.
Las aseveraciones de los evolucionistas antes señaladas, si son ciertas, deberían
definir la escala de Verdad en favor de la teoría de la evolución. Pero sopesemos algu-
nas otras afirmaciones, igualmente fuertes y precisadas asimismo por científicos emi-
nentes.

Admisiones Hechas por Científicos Evolucionistas


Ya hemos visto que Horatio H. Newman siente que cualquier alternativa a la evolu-
ción debe ser sostenida “únicamente por ignorantes, dogmáticos y prejuiciados”. Pero
en otro libro, Newman es amplio en expresar: “Aunque parezca difícil, el evolucionista
honestamente se ve compelido a admitir que no hay prueba absoluta de la evolución
orgánica”.
El profesor Ernst Mayr de Harvard, un hombre de peso entre los evolucionistas,
confiesa: “El hecho de que la teoría sintética [la evolución] sea ahora universalmente
aceptada no es en sí mismo una prueba de su veracidad…La teoría básica es en mu-
chas instancias más fuerte que un postulado”. (Un postulado, a propósito, es definido
por el Diccionario Webster como “una posición o suposición asumida sin prueba algu-
na”.)
Hace algún tiempo la Oxford University Press publicó un libro titulado A Short
History of Science (Una Corta Historia de la Ciencia), por Charles Singer. El autor fran-
camente confiesa su fe en la teoría de la evolución. A pesar de ello él declara: “La evo-
lución es, tal vez, única entre todas las teorías científicas que es aceptada aunque no
haya evidencia para ello, pero cualquier otra interpretación es completamente increí-
ble”. Afirmaciones como ésta en un medio científico y no científico son devastadoras
para cualquier búsqueda de la verdad.
Y Thomas Hunt Morgan, fundador de la escuela morganiana de genética y estima-
do profesor tanto en Columbia como en Caltech, con franqueza declaró: “Dentro del
periodo de la historia humana no conocemos sobre una simple instancia de transmu-
tación de una especie a otra… Por lo tanto, debe afirmarse que la teoría de la descen-
dencia es débil en el aspecto más esencial que se requiere para que la teoría quede con
base científica. Esto debe ser admitido”.
Paul Ehrlich y Richard Holm, biólogos de la Universidad de Stanford, critican de-
claraciones dogmáticas como las de Huxley, al decir: “La perpetuación de la teoría de
hoy como dogma no permitirá el progreso hacia mayores explicaciones satisfactorias
del fenómeno observado”.
El instituto Wistar de Filadelfia publicó una monografía de un Simposium en 1967
titulado Mathematical Challenges to the Neo–Darwinian Interpretation of Evolution. Y en
compañías de publicaciones como la McGraw Hill Inc, en la revista Scientific American
se publicaron dos artículos titulados: Heresy in the Halls of Biology: Mathematicians
Question Darwinism (Herejía en los Corredores de la biología: Los Matemáticos Cues-

3
tionan el darwinismo) y Thinking the Unthinkinkable: Are the Evolutionist Wrong? ( Pen-
sando lo inimaginable: ¿Están los Evolucionistas Equivocados?).
W.R. Thompson, por muchos años director del Instituto de Salud Comunitaria de
Control Biológico en Ottawa, Canadá es un entomólogo mundialmente reconocido. El
Dr. Thompson fue escogido para escribir el prefacio de la nueva edición del libro de
Darwin, El Origen de las Especies, publicado en el centenario darwiniano como parte
de la serie Biblioteca para cada Ser Humano. La totalidad de su prefacio es una devas-
tadora definición y refutación de la evolución darwiniana y tal vez aún más para la
moral evolucionista científica. Note las siguientes aseveraciones:
Como sabemos, hay una gran divergencia de opinión entre los biólogos no só-
lo en cuanto a las causas de la evolución sino aún en cuanto al proceso actual.
Esta divergencia existe porque la evidencia no es satisfactoria y no permite nin-
guna conclusión certera. Hay por tanto derecho propio el llamar la atención al pú-
blico no científico al desacuerdo sobre la evolución. Incluso algunas afirmaciones
de evolucionistas muestran que ellos la consideran irrazonable. Esta situación,
donde los hombres luchan por la defensa de una doctrina que ellos son incapaces
de definir científicamente, y mucho menos demostrar con rigor científico, pretende
mantener su crédito con el público por medio de la supresión de la crítica y la eli-
minación de las dificultades, es anormal e indeseable en la ciencia.
G. A. Kerkut, profesor de fisiología y bioquímica de la Universidad de Southhamp-
ton, Inglaterra, es un evolucionista pero lo suficientemente honesto y crítico como
científico para admitir: “La evidencia que la apoya [la teoría de la evolución] no es sufi-
cientemente fuerte para permitirnos considerarla como la única hipótesis viable”.
Hasta Kerkut concluyó su libro escrito para exponer la debilidad y las falacias en la
evidencia usada para apoyar la teoría evolutiva. Pero la revisión del libro de Kerkut,
escrita por John T. Bonner, uno de los principales biólogos de la nación y profesor en
Princeton, fue tan brillante como el libro mismo –note las palabras del Dr. Bonner:
Este es un libro con un mensaje perturbador; señala algunas de las aparentes
debilidades en los fundamentos. Uno se turba porque lo que se ha dicho nos ofre-
ce un difícil sentimiento que nosotros lo teníamos en lo profundo durante mucho
tiempo pero que nunca estuvimos dispuestos a admitir por nosotros mismos. Es
otra de aquellas frías y poco comprometedoras situaciones donde la verdad des-
nuda y la naturaleza humana viajan en diferentes direcciones. La verdad particu-
lar es simplemente que no tenemos evidencia confiable para la secuencia evoluti-
va de la familia de los invertebrados. Nosotros les hemos estado diciendo a los
estudiantes durante años que no acepten cualquier afirmación a primera vista si-
no que examinen la evidencia y, lo peor es descubrir que nosotros mismos hemos
fallado en seguir nuestro propio consejo.

¿Es la evolución Científica?


¿Qué criterio debe ser seguido para que una teoría sea considerada como científi-
ca? George Gaylord Simpson, profesor en Harvard y tal vez uno de los más renombra-
dos escritores sobre evolución, ha señalado que “Es inherente en cualquier definición
de ciencia que las aseveraciones que no puedan ser comprobadas por medio de la ob-
servación no son… ciencia”.
Una definición de ciencia dada por el Diccionario Oxford de inglés es: “Una rama de
estudio que se relaciona ya sea con un cuerpo conectado de verdades demostradas o
de hechos observados y sistemáticamente clasificados”.

4
Note que la ciencia se relaciona con datos “demostrados… observados” obtenidos
por experimentos en un laboratorio u observados en el mundo real de la naturaleza.
Pero la evolución no puede ser estudiada en un laboratorio o ser vista en la naturaleza
puesto que presume mecanismos que operan tan lentamente que requieren millones
de años para demostrar los resultados. Este hecho fue admitido por David Kitts en un
volumen de la revista evolución: “La evolución, por lo menos en el sentido en que la
refiere Darwin, no puede ser detectada dentro del periodo de vida de un simple obser-
vador”.
De hecho, todo el tema de los orígenes (ya sea por creación o evolución) está real-
mente fuera del límite de la ciencia, sin estar sujeto a experimentación científica y
análisis. Tanto creacionistas como evolucionistas están de acuerdo en que ningún tes-
tigo ocular humano estuvo en el momento del origen de nuestra tierra y de la vida en
ella; así pues, el elemento observación en la investigación científica queda automáti-
camente descartado en cualquier consideración que se haga sobre los orígenes.
Otra limitación de una teoría científica es que debe ser factible de falsificación. Es-
to es, debe ser posible concebir en algún experimento la falla que pueda desaprobar
esa teoría, porque para estar seguros de que esa teoría es correcta, debe haber alguna
posibilidad de rebatirla. Francisco Ayala, de la Universidad Rockefeller escribió: “Una
hipótesis o teoría que no puede ser factible, por lo menos en principio, falsificada por
observaciones empíricas y experimentos, no pertenece al campo de la ciencia.” ¡Y to-
davía los evolucionistas consideran que todo en el mundo es una verificación de su
teoría!
El premio Nobel, Peter Medawar, un líder biólogo de la Universidad de Oxford ad-
mite: “Es muy difícil imaginar o determinar un episodio evolutivo que no pueda ser
explicado por la fórmula del neo–darwinismo”. Esto es verdad porque aunque los evo-
lucionistas sean forzados a admitir que la evolución es imposible ahora, ellos invocan
largos periodos de tiempo durante los cuales, ellos dicen, cualquier cosa puede ocurrir
–y ¿quién estará para probar que ellos están equivocados?
Pero Sir Karl Popper, profesor de lógica y método científico en la Escuela de Eco-
nomía de Londres, un conocedor del método científico, escribió: “Una teoría que no sea
refutable por ningún evento concebible no es científica. La irrefutabilidad no es una
virtud (como la gente con frecuencia piensa), sino un vicio”.
Esta es la razón por la que Paul Erhlich y L. C. Birch, profesores de biología en la
Universidad de Stanford, dicen con mucha candidez: “Nuestra teoría de la evolución…
está ‘fuera del alcance de la ciencia empírica’… Nadie puede pensar en caminos para
probarla. Las ideas, ya sean sin bases o basadas en experimentos en el laboratorio lle-
vados a cabo con sistemas extremadamente simplificados han obtenido aceptación
más allá de su validez. Estos han llegado a ser parte de un dogma aceptado por la ma-
yoría de nosotros como parte de nuestra instrucción”. ¡Pero dogma es un término reli-
gioso, no científico!
Actualmente, mucho del pensamiento evolucionista raya más en el campo de la re-
ligión o la filosofía que en la ciencia. La creencia en la evolución obviamente requiere
un ejercicio tremendo de fe, fe en una presunción. (Las presunciones son herramien-
tas apropiadas, ¡pero nunca debe olvidarse de que son presunciones!). Algunos evolu-
cionistas libremente reconocen esta necesidad de fe para sortear la brecha entre la
evidencia y la prueba. Por ejemplo, el Dr. Louis T. More, Decano de la Escuela de Gra-
duados en la Universidad de Cincinati y un agresivo evolucionista, dirigió una serie de
conferencias en la Universidad de Princeton, las cuales fueron publicadas en su libro

5
“El Dogma de la evolución”, (The Dogma of Evolution), en el cual él dijo: “En más de un
estudio de paleontología, lo más cierto es que uno llega a la concepción de que la evo-
lución se basa en la fe solamente, la misma fe que se necesita tener cuando uno se
encuentra con los grandes misterios de la religión”.
A la conclusión del Dr. More había llegado antes nada menos que Thomas Henry
Huxley, quien francamente declaró: “Decir, corrientemente, ante la admitida ausencia
de evidencia, que yo tenga alguna creencia en la manera en la cual las formas de vida
existentes se hayan originado, sería usando palabras en un sentido equivocado… No
tengo derecho a dar mi opinión más que en un sentido de fe filosófica”.
Debe recordarse que T. H. Huxley fue uno de los hombres más responsables de la
aceptación de la teoría de la evolución que el mismo Darwin. Darwin era una persona
que no tenía coraje para enfrentarse a la controversia. Pero Huxley, como un renom-
brado campeón de la evolución, llegó a ser el “sabueso de Darwin”. Thomas Henry
Huxley llegó a ser un brillante agente de prensa y entusiasta vendedor de la teoría –
debatiendo, defendiendo y promoviéndola tanto por vía escrita como verbal.
¡Cuán extraño es, entonces, que en 1896 (muchas décadas después de que El Ori-
gen de las Especies fuera publicado en 1859, después de que el darwinismo se hubie-
ra levantado triunfantemente después de que Darwin fuera enterrado en Westminster
Abbey entre los honrados por Inglaterra durante catorce años), Huxley admita la “au-
sencia de evidencia” para la evolución de un protoplasma vivo a partir de una materia
no viva y diga: “¡No tengo derecho a dar mi opinión más que en un sentido de fe filosó-
fica!”
La teoría evolutiva no es menos que religiosa y no más científica que la creación
especial. A través del resto de este estudio veremos que la evidencia para la evolución
es circunstancial en el mejor de los casos y contradictoria en el peor. Ahora, vayamos
a un cuidadoso examen de los hechos –pues, después de todo, un hecho es más digno
que mil teorías.

6
2. VARIACIONES SÓLO ENTRE CLASES
La variación entre seres vivos es el hecho más obvio. A menos que nazca un doble
idéntico, cada ser humano es único, diferente de los demás. Lo mismo parece ser cier-
to entre las plantas y animales.
No puede haber argumento en cuanto al hecho de que los cambios ocurran en toda
la naturaleza. Algunas cosas han cambiado bastante desde la creación. La diferencia
entre la teoría de la evolución y la doctrina de la creación no es que una acepte el
hecho del cambio y la otra no, porque el cambio es obvio y es admitido por todos. La
diferencia radica en la amplitud de cambio, el grado de cambio producido por procesos
naturales. Los evolucionistas claman que estos procesos no conocen barreras en la
producción de cambio. Los creacionistas sostienen que todas las variaciones se dan
dentro de límites claramente definidos.
Darwin equivocadamente pensó en que el cambio era sin límite, como si fuera así:
“Tan pausado es el proceso de selección… No puedo ver límite en la cantidad de cam-
bio”. Así que Darwin dio rienda suelta a su imaginación. Él acarició la idea de que la
variación podía darse infinitamente. En su frase de cierre en El Origen de las Especies,
declaró: “Desde un comienzo muy simple de formas, infinitas y maravillosas se han
originado y siguen originándose por medio de la evolución”. Y la mayoría de los cientí-
ficos hoy, como Darwin, hablan injustificablemente de variación ilimitada.
Es comprensible que los evolucionistas tomen esta actitud, porque ellos consideran
que a menos que el cambio pueda proceder al punto de crear nuevas clases de vida, la
evolución es imposible. El cambio limitado de vida ya creada no cumple con los requi-
sitos para la teoría de la evolución. Entonces hay una diferencia entre la mera varia-
ción y la actual evolución. El término “evolución” cuando es usado como la teoría lo
demanda, significa el último cambio de un tipo de planta o animal a otro tipo básico.
Permítanme señalar el hecho de que la evolución no significa simplemente cambio.
Esto es importante, porque la evidencia citada por la mayoría de los escritores en favor
de sus aseveraciones de que la evolución es un “hecho”, es simplemente evidencia de
cambio. Pero la verdadera evolución en el sentido darwiniano debería ser cierto tipo de
cambio, un alto grado de cambio no visto en el mundo de las realidades.
Para describir los grados de variación, nosotros utilizamos los términos “micro” pa-
ra los pequeños cambios y “macro” para los mayores. Los miembros de una familia de
perros han generado muchos microcambios de color, tamaño, etc., lo cual hace que
haya muchas variedades de perros en el mundo hoy –¡pero todos son sin ninguna du-
da perros! Lo mismo puede decirse de los gatos, caballos y todos los otros animales
como también con las plantas. Ellos pueden variar dentro de sus tipos básicos pero
los caballos siguen siendo caballos, las vacas permanecen vacas y el trigo sigue siendo
trigo.

7
Los creacionistas reconocen que la “microevolución” –cambios dentro de tipos bási-
cos– ha ocurrido. Pero los evolucionistas están ansiosamente buscando mecanismos
que puedan proveer fundamentos para la idea de macroevolución de organismos de un
tipo básico a otro básico diferente. Nadie ha visto que un macrocambio ocurra, ni en el
mundo vivo ni entre los fósiles.
Ninguna vez se ha mostrado en experimentos de laboratorio o en el campo de la in-
vestigación que algún animal o planta haya cambiado a otro tipo básico. Los cambios
siempre se han dado dentro de un círculo familiar, dentro de los límites circunscriptos
para los tipos básicos. Esta es una ley fundamental de todos los seres vivos, tanto
animales como plantas.
Leamos esta devastadora admisión de Richard Goldschmith, biólogo evolucionista
de la Universidad de California en Berkeley: “La microevolución no nos lleva más allá
de los confines de las especies, y los productos típicos de la microevolución, las razas
geográficas no son especies incipientes. No hay tal categoría de especies incipientes.”
Incipiente, por supuesto, se refiere a “los estados iniciales de algo nuevo”. Goldschmidt
también dice: “La microevolución por acumulación de micromutaciones… lleva a la
diversificación estrictamente dentro de las especies… Las subespecies no son actual-
mente, por tanto, ni especies incipientes ni modelos para el origen de especies. Ellas
son más o menos pasos a ciegas dentro de la especie. El paso decisivo en la evolución,
el primer peldaño hacia la macroevolución, el paso de una especie a otra, requiere otro
método evolutivo, y no el de la acumulación de micromutaciones.”
Y el evolucionista Loren Eiseley se ve forzado a la misma conclusión: “Podría pare-
cer que el atento cuidado doméstico, cualquiera que sea, que puede mejorar la calidad
del caballo de carreras o de carga no es actualmente la ruta hacia la desviación bioló-
gica infinita que es la evolución. Hay una gran ironía en esta situación, porque más
que casi cualquier otro factor simple, el cuidado doméstico ha sido usado como un ar-
gumento para la realidad de la evolución”.
Desafortunadamente no todos los evolucionistas son sinceros. Ellos saben que lo
que Eiseley y Goldschmidt dicen es verdad, pero su apego a la teoría los lleva a decir:
“Tal vez la evolución no crea nuevos seres vivos hoy, pero désele tiempo, y se obten-
drán nuevas especies” –pero esto es filosofía, no ciencia. Su fe en la teoría también los
lleva a extrapolar. La extrapolación (estimación más allá del rango del conocimiento)
es un procedimiento peligroso, advierte el Dr. Norman Macbeth: “Si usted tiene una
base amplia de observaciones profundas, usted puede extenderse un poco hacia el fi-
nal sin mucho riesgo; pero si la base es pequeña o insegura, la extensión lo puede lle-
var a errores grotescos. Así, si usted observa el crecimiento de un bebé durante sus
primeros meses, la extrapolación hacia el futuro le mostrará que el niño será de
aproximadamente 2.5 m cuando tenga seis años. Por tanto, todos los estadísticos re-
comiendan precaución en las extrapolaciones. Darwin, sin embargo, cayó en este error
sin prevenirse”.
Note los puntos de vista de Mark Twain en cuanto a la extrapolación: “En el espa-
cio de 176 años, el bajo Mississippi se ha acortado en 242 millas. Esto es un promedio
del triple por milla y una tercera parte por año. Por tanto, cualquier persona que no es
ciega ni idiota puede ver que… dentro de 742 años a partir de ahora, el bajo Missis-
sippi tendrá sólo una milla y tres cuartos de largo e Illinois y Nueva Orleans habrán
unido sus calles y estarán viviendo confortablemente con un gobierno mutuo. Hay al-
go fascinante en la ciencia. Uno llega a tales conclusiones a partir de aseveraciones
frívolas según algunos hechos dados”.

8
Discontinuidad Entre Tipos
El hecho de la discontinuidad es tan obvio como el hecho de la variación. Encon-
tramos las diferentes clases de seres vivos distintamente separados –perros, gatos y
elefantes; palmas, cedros y abetos. La misma discontinuidad claramente definida ocu-
rre entre los fósiles (lo cual consideraremos en el capítulo 11).
Entonces, aunque haya variedades de caballos y lo mismo es verdad en las vacas,
existe entre las vacas y los caballos una brecha claramente definida. Hay brechas im-
posibles de sortear entre todas las diferentes clases y ninguna cantidad de variación
ha dado siquiera el inicio para sobrepasar estas brechas. Pero si la evolución fuera
cierta, las brechas no deberían causar tanta dificultad. Porque si todos los organismos
realmente descendieran de un ancestro común, todos deberían estar interconectados
en algún grado imperceptible. Este hecho crucial es admitido por un evolucionista na-
die más y nadie menos que el profesor Dobzhansky de la Universidad de Columbia
cuando dice: “Si ensamblamos en el tiempo tantos individuos como podamos, notare-
mos de una vez que la variación observada no forma ninguna clase de distribución
continua. Más bien, se encontrarán una multitud de distribuciones discretas separa-
das. El mundo viviente no es un conjunto simple donde dos variantes están conecta-
das por una serie irrompible de grados intermedios; más bien es un arreglo de conjun-
tos más o menos separados donde los intermedios están ausentes o a lo menos raros”.
De hecho, por todas partes lo vemos en el mundo de la naturaleza, vemos colonias,
familias o grupos distintos de seres vivos que conforman los tipos básicos. Y estas fa-
milias no pueden ser mezcladas. Los perros siempre se cruzarán con perros pero nun-
ca se podrán aparear con éxito con los gatos u otros animales para producir un nuevo
ser. Sólo se podrán reproducir entre su propio tipo.
George Gaylord, un evolucionista con credenciales, libremente admite: “Los cru-
ces… casi nunca son satisfactoriamente posibles en el nivel del género y absolutamen-
te imposible en otro nivel superior”.
Y el evolucionista Gavin De Beer señala en su libro sobre Darwin: “… una especie
no crece a partir de la simiente de otra especie”.
Los híbridos, por supuesto, se pueden producir. La hibridación es simplemente el
cruce de dos organismos diversos lo suficiente como para constituir por lo menos va-
riedades diferentes de una sola especie, tal como las flores rojas y amarillas en el gira-
sol, o lobo y coyote. Pero la variabilidad está aún limitada dentro del tipo básico. Por
ejemplo, los campesinos han tenido gran éxito en la producción de maíz híbrido. Pero
no importa de dónde haya salido ese maíz, siempre ha sido maíz. No podría haberse
logrado con una planta diferente.
Además, el fruto de un híbrido con frecuencia es estéril y se requiere la constante
hibridación. Un caballo, por ejemplo, puede cruzarse con una burra y se puede produ-
cir el híbrido que llamamos mula. Pero las mulas han alcanzado los límites de variabi-
lidad y no se pueden reproducir entre ellas como especies permanentes. Note esta
iluminadora afirmación del Dr. Goldschmidt: “De ninguna manera se han traspasado
los límites de las especies, y estos límites son formas separadas de los límites de la si-
guiente especie por la brecha insorteable, lo cual también incluye la esterilidad”.

La Tragedia de Darwin
Mientras trabajaba en su libro aún no publicado, Darwin escribió una carta signi-
ficativa a uno de sus amigos y confidentes, el botánico Joseph Hooker, en la cual dijo:

9
“Yo estoy casi convencido (aunque contrario a la opinión con la que inicié) de que las
especies no son (es como confesar un asesinato) intermutables.” ¿Por qué Darwin sen-
tía que decir que las especies no son intercambiables “es como confesar un asesina-
to”?
La tragedia de Darwin fue su equivocada comprensión de la enseñanza del Génesis
de la Biblia. Él le permitió a hombres que eran poco estudiantes de la Biblia que le en-
señaran lo que la Biblia decía. Además, la iglesia tenía una visión estrecha en cuanto
a los orígenes, especialmente en cuanto a la fijación de las especies.

10
3. EL LAMARCKISMO NO FUE LA RESPUES-
TA
A principios de 1800, aquellos que creían en la evolución aceptaron la idea de que
las características adquiridas por un organismo durante su periodo de vida podían ser
transmitidas a sus descendientes. La doctrina de la herencia de características adqui-
ridas llegó a conocerse como “lamarckismo” a causa del zoólogo francés Jean Baptiste
Lamarck. Pero Lamarck mismo no fue el único evolucionista que enseñó esta idea.
Darwin, por ejemplo, “creyó que cualquier variación adquirida por el cuerpo podía,
tarde o temprano, imprimirse en las células germinales [células sexuales de la repro-
ducción] y llegar a ser una variación inherente (herencia de características adquiri-
das). Por lo tanto, no le costó dificultad aceptar la idea de que ciertas variaciones del
tipo Lamarckista –variaciones determinadas por el uso, por la actividad– pudieran ju-
gar un papel dentro de la evolución”. Un libro llamado “La Evidencia de la evolución”
(The Evidence of Evolution) señala a Darwin al admitir su concordancia con Lamarck:
“Las conclusiones a las que he llegado no son tan diferentes de las de él”.
Darwin, Lamarck y otros razonaron que el uso y desuso, el ejercicio y la actividad
podían afectar el cuerpo y que tales efectos podían ser transmitidos por herencia. Así
pues, las jirafas obtuvieron cuellos largos porque acabaron con la vegetación y tenían
que estirar su cuello para alcanzar las hojas más altas. De esta forma, cada genera-
ción transmitió a sus descendientes cuello cada vez más largo. (¡Nadie ha visto eviden-
cia, ni en vivo ni en fósil, de jirafas con cuello corto, pero eso no importa!). Por la mis-
ma lógica, los pájaros pudieron haber desarrollado grandes alas debido a su constante
vuelo.
Si la teoría de Lamarck fuera correcta, ¡los gatos podrían ser capaces de operar
como abrelatas y todas las madres tendrían doce manos! Pero el lamarckismo simple-
mente no es verdad y ha sido ampliamente desaprobado tanto por experimentación
como por el creciente conocimiento de la genética. Las características adquiridas por
los individuos durante su vida pueden afectar su cuerpo, pero no generan cambios en
las células reproductoras que contienen la información hereditaria. Si usted pierde un
dedo en un accidente, su hijo nacerá siempre con los dedos completos. Aunque las
mujeres chinas han mantenido sus pies pequeños en tamaño debido a que se los
apretaban cuando eran niñas, aún las mujeres chinas de hoy nacen con sus pies de
tamaño normal.
Herbert Spencer, un influyente evolucionista contemporáneo de Darwin, estaba tan
convencido del lamarckismo que escribió: “La atenta contemplación de los hechos me
impresionan fuertemente en cuanto a dos alternativas: o se ha dado la herencia de ca-
racteres adquiridos o no ha existido la evolución”.

11
Pero otros, como Augusto Weisman, no podían aceptar el lamarckismo. Weisman
fue uno de los primeros científicos alemanes en apoyar la teoría de Darwin pero tam-
bién uno de los primeros en demostrar la falsedad de la herencia de características
adquiridas. En un experimento, él cortó la cola de los gatos durante varias generacio-
nes, pero los gatos jóvenes siempre nacían con sus colas normales y largas como
siempre. “Su crítica en este punto es de autoridad y nunca ha sido refutada”. Pero
¿necesita la evolución la idea del lamarckismo? “A esto, Weisman respondió que es in-
digno para un científico pretender tomar un caso aislado para un fenómeno compro-
badamente errado ante una teoría que está en constante estudio”.
Todavía a estas teorías acariciadas les cuesta morir y Ernst Haeckel, un notable
evolucionista nacido en Alemania en el mismo año de Weismann, escribió: “Creer en la
herencia de características adquiridas es un axioma necesario… En lugar de estar de
acuerdo con Weisman quien niega la herencia de características adquiridas, sería me-
jor aceptar la misteriosa creación de todas las especies como se describe en el relato
mosaico [de la Biblia]”.
Hoy sabemos que la herencia es controlada por los genes que se encuentran en las
células sexuales. Únicamente las alteraciones en los genes de las células reproducto-
ras son hereditarias. Los tratados de herencia adquirida no hacen parte de la evolu-
ción y el lamarckismo hoy existe como un “relato lunático” de la biología, tratando de
atrapar la imaginación de algún pensador especulativo.

12
4. LAS MUTACIONES NO SON LA RESPUES-
TA
La nueva ciencia de la genética (de la cual Darwin no conocía nada, puesto que
emergió después de su tiempo) ha encontrado cuatro causas para la variación entre
los seres vivos: 1– recombinaciones; 2– hibridación; 3– cambios cromosomáticos y, 4–
mutaciones genéticas. La primera de estas, recombinaciones de genes, es la causa
común de cambio. Siempre está presente cuando se da la reproducción sexual y
muestra los cambios virtualmente conocidos hoy en la naturaleza. Ella simplemente
combina, en un individuo, características de los dos padres –como decimos, “él sacó
los ojos de la mamá y la barbilla del papá”.
Las recombinaciones ocurren así: dentro del núcleo de cada célula de planta o
animal, hay pequeños corpúsculos en forma alargada llamados cromosomas. Los cro-
mosomas siempre vienen en pares –un miembro de cada par viene del padre y el otro
de la madre. Cuando la reproducción toma lugar, ocurre por medio de las células
sexuales: el espermatozoide en el macho y el huevo en la hembra. Pero estas células
sexuales difieren de las células ordinarias porque sus cromosomas no están en pares
sino individuales. (Esto se debe a la división por reducción ocurrida cuando las células
sexuales se formaron y los pares de cromosomas se fraccionaron. En el macho un
miembro del par de cromosomas va a un espermatozoide y el otro a otro. En la hem-
bra, cuando se forma el óvulo, éste recibe un cromosoma y descarta el otro).
Así pues, el esperma y el óvulo, cada uno lleva sólo la mitad de cada par de cromo-
somas y, cuando ocurre la fertilización y el esperma se une al óvulo, el número com-
pleto de cromosomas es restaurado. Este proceso es conocido como “recombinación”, y
en cada reproducción hay una reducción y recombinación de cromosomas.
Puesto que los cromosomas contienen los genes que determinan características ta-
les como el color, tamaño y forma, etc., y debido a que nunca sabemos exactamente
cómo los factores genéticos de los padres se recombinarán en la nueva generación, la
recombinación es una fuerza potente de cambio. Obviamente, Dios planeó para la va-
riedad, pues el número posible de combinaciones genéticas es astronómico, ¡y vir-
tualmente cada uno, excepto los gemelos, tiene una combinación genética diferente de
cualquier otro individuo que alguna vez haya vivido!
Sin embargo, en la medida que el término mismo implica, la recombinación de ge-
nes no introduce nada nuevo sino únicamente reorganizaciones de factores ya presen-
tes. La recombinación no puede producir tipos básicos nuevos, porque consiste sola-
mente en nuevas agrupaciones, orden diferente, un reensamblaje de genes que ya es-
tán a la mano.

13
Como explica el Dr. Burns en su libro La Ciencia de la Genética: Una Introducción a
la Herencia (The Science of Genetics: An Introduction to Heredity): “Las recombinacio-
nes… meramente redistribuyen el material genético existente entre los diferentes indi-
viduos; no generan cambio en ellos”. Es claro, entonces, que este proceso tiene poco
que ver con la evolución.
La hibridación también ofrece poca esperanza para los evolucionistas en sus inves-
tigaciones en cuanto a un mecanismo de cambio evolutivo. Los híbridos, como sabe-
mos, son siempre estériles. Más resaltante es que la hibridación es obviamente otra
forma de recombinación, con nada presente en el híbrido que no esté presente en uno
o ambos padres.
Los cambios cromosomáticos, llamados ploidismo (heteroploidismo, poliploidismo),
resultan cuando el número de cromosomas es duplicado o triplicado, etc. Pero el poli-
ploidismo, en el primer caso, difícilmente se da en los animales y es más raro en las
plantas. En el segundo caso, con frecuencia produce generación débil con bajo nivel
de variabilidad y consecuente pérdida de poder competitivo. El poliploidismo, por tan-
to, cuando ocurre entre las plantas, no ofrece material promisorio para la evolución
progresiva. Y finalmente, el poliploidismo no añade nuevos tipos de genes a las plan-
tas, porque la duplicada cantidad de genes contiene la misma variedad de genes de los
de la raza que no ha sufrido este fenómeno. De hecho, este método ha sido rechazado
como mecanismo de evolución porque no ha añadido nada nuevo.
Esto nos lleva a las mutaciones, término proveniente de la palabra latina que signi-
fica “cambiar”. Las mutaciones se deben a los cambios en los genes mismos. Fue el
botánico alemán Hugo De Vries quien, alrededor de 1901, teorizó por primera vez que
la formación evolutiva de las especies se debió no a los cambios graduales sino a mu-
taciones repentinas. Es verdad que las mutaciones son más promisorias que el la-
marckismo (que no tiene poder para cambiar los genes en las células sexuales) y la
recombinación (que no añade nada nuevo). Las mutaciones son un hecho muy real en
la naturaleza y son el responsable de los unicornios, las uvas sin semilla y las naran-
jas tangelo.
Pero algunos evolucionistas piensan en las mutaciones como la lámpara de Aladino
que creará los cambios necesarios para pasar las brechas de la evolución. Tanto Sir
Julián Huxley como Dobszhansky de la Universidad de Columbia dicen que las muta-
ciones proveen “el material primario para la evolución”. Y Ernst Mayr, profesor de zoo-
logía en Harvard y una autoridad líder en el tema, adiciona: “No debe olvidarse que la
mutación es la última fuente de toda variación genética encontrada en poblaciones na-
turales y es el material primario de fácil obtención para que la selección natural ocu-
rra”.
La investigación desesperada de los evolucionistas de un mecanismo que produzca
evolución se muestra por el hecho de que se ven forzados a aceptar las mutaciones.
Ellos seleccionaron las mutaciones no porque ofreciera una posibilidad lógica buena,
sino porque los otros elementos que parecían ofrecer buenas posibilidades fueron des-
cartados. Uno a uno, se ha mostrado que estos no pudieron haber obrado para que se
diera la evolución porque no añaden nada nuevo sino que refuerzan aquellas caracte-
rísticas ya presentes en el mecanismo de la herencia. Las mutaciones pueden consti-
tuir la última y mayor esperanza en la tierra para un mecanismo evolutivo –pero, des-
afortunadamente para los evolucionistas, las mutaciones presentan más problemas
que posibilidades.

14
La Mayoría de las Mutaciones son muy Pequeñas
Los efectos de cualquier mutación, ahora, se creen demasiado pequeños para que
tengan algún valor significativo para la evolución. Para citar al profesor Mayr de nuevo
(en una afirmación que prácticamente contradice sus palabras citadas anteriormente):
“Nosotros ahora creemos que las mutaciones no guían a la evolución; el efecto de una
mutación es tan pequeño como para notarse”.
Los evolucionistas saben que las mutaciones con pequeños efectos son mucho más
comunes que aquellas con efectos marcados y ellos luchan ante la evidencia de que
las mutaciones con efectos NO VISIBLES son las más comunes de todas (aunque no
haya sentido en esto, porque si no podemos ver una mutación o detectarla de alguna
forma, ¿cómo puede alguien decir que existe de todos modos?).
“Después de observar las mutaciones en las moscas de las frutas durante muchos
años, el profesor Goldschmidt cayó en el desespero. Los cambios, lamentó él, fueron
tan ínfimos que si mil mutaciones se combinaran en un espécimen, aún no habría
nuevas especies”. Pero Goldschmidt, el respetado genetista de la Universidad de Cali-
fornia, tal vez encontró la única salida para los evolucionistas. ¿Su única solución?
Una Gran mutación; una que no se acumuló gradualmente; una que violó todas las
teorías genéticas; una que podría ser fatal bajo cualquier circunstancia normal. Él la
llamó la “hipótesis del monstruo esperanzador”. Simplemente ocurrió que algo cayó en
un huevo –¡y algo más nació!
Pero muchos aun entre los evolucionistas creen que Goldschmidt fue el que puso el
huevo, puesto que no hay clara evidencia para apoyar su hipótesis del “huevo espe-
ranzador”. Como lo afirma Dobszhansky: “Las mutaciones sistémicas [grandes muta-
ciones que transforman una especie en otra] no se han observado nunca y es extre-
madamente improbable que las especies se hayan formado de una manera tan abrup-
ta”.

Las Mutaciones son muy, muy Raras


Las mutaciones no son sólo pequeñas, sino también excesivamente raras. Las
combinaciones al azar de mutaciones favorables requeridas para producir aún la mos-
ca de la fruta, sin pensar en llegar hasta el hombre, son tan raras que los vestigios
que pudieran expresar el contenido genético requieren un número que contiene tantos
ceros como tantas letras que contiene una novela de páginas promedio, “un número
más grande que el de todos los electrones y protones en el universo visible”, como dije-
ra Sir Julián Huxley.
La aseveración de Huxley es verdadera porque las mutaciones son tan raras que
simplemente no se pueden acumular en cualquier organismo. Aun las mutaciones
simples son raras. En Science Today, el evolucionista C. H. Waddington, profesor de
genética animal en la Universidad de Edimburgo, dice que “una mutación ocurre rara
vez, tal vez una en un millón de animales o una vez en un millón de periodos de vida”.
¡Atreverse a decir que las mutaciones son pocas y lejanas es entendimiento clásico!
Puesto que las mutaciones son tan raras, los científicos han usado como elemento
de laboratorio la mosca común de la fruta. Thomas Hunt Morgan y sus colegas de la
Universidad de Columbia sometieron la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) a
experimentación genética por más de mil generaciones, debido a que la mosca puede
pasar por 26 generaciones en un año. También el profesor Hermann J. Müller encon-

15
tró que bombardeando la drosophila con rayos X podía aumentarse la tasa de muta-
ción en cien y cincuenta veces.
Así que ellos alumbraron a la mosca con rayos X y tuvieron éxito en la obtención
de mutaciones. Los ojos cambiaron de color, las alas cambiaron su forma y el número
de pelos en su cuerpo cambió con ciertos límites. Pero las moscas mutantes que so-
brevivieron aún eran moscas de la fruta. Nunca cambiaron a mosquito o a otro animal
diferente.
Puesto que las mutaciones simples son tan raras, las mutaciones múltiples y si-
multáneas son imposibles. El profesor George Gaylord Simpson, un ardiente evolucio-
nista, enfrenta este hecho: “Obviamente, –él concluye–, tal proceso [de mutaciones
múltiples] no se ha dado en la evolución”. Él explica que aún bajo las circunstancias
más favorables, “Los cambios en mutación múltiple y simultánea parecen ser… sin
duda insignificantes”. ¡Él estima que la probabilidad de siquiera cinco mutaciones en
el mismo núcleo podría ser de:
0.000000000000000000001
(esto es, un punto decimal con 21 ceros entre él y el número 1)! Simpson explica:
“Con un promedio de población efectivamente alimentada de 100 mil millones de indi-
viduos y un promedio de vida de un día, y considerando postulados extremadamente
favorables, en tal caso [de cinco mutaciones por cada organismo] sólo se esperarían
resultados una vez en 274 billones de años o cerca de cien veces en años la edad pro-
bable de la tierra. Obviamente… tal proceso no ha tenido nada que ver en la evolu-
ción”.

Las Mutaciones Son Usualmente Peligrosas y a veces Letales


Es muy bueno que las mutaciones sean raras como lo son, porque ellas casi siem-
pre son peligrosas. En los experimentos con la mosca de la fruta, la mayoría de las
mutaciones fueron letales. Los cambios letales pueden causar la muerte en cualquier
estado de desarrollo desde huevo fertilizado hasta adulto.
Aun Sir Julián Huxley admite: “… la gran mayoría de genes mutantes son peligro-
sos en sus efectos en el organismo”. El Dr. Ernst Mayr hace eco a sus palabras cuan-
do dice: “Difícilmente se puede cuestionar que la mayoría de mutaciones visibles son
peligrosas”. Y el profesor Hermann J. Müller, genetista que recibió el premio Nobel en
1946 por su trabajo con las moscas de la fruta, declaró a secas: “En más del 99% de
los casos de mutación de un gen se produce el mismo efecto nocivo con problemas de
perturbación de las funciones”.
De nuevo Müller señaló: “La mayoría de las mutaciones son malas. De hecho, las
buenas son tan raras que todas sin distinción se pueden considerar malas”. Las mu-
taciones genéticas son causadas frecuentemente por bombardeos con radiación o por
agentes químicos. Las bombas atómicas que explotaron en el Japón en 1945 causaron
muchas mutaciones resultando en deformaciones o muerte. Esa es la razón por la
cual los investigadores tienen gran precaución de protegerse de la radiación. Las dro-
gas químicas tranquilizantes como la talidomida también causan terribles daños pro-
duciendo bebés horriblemente deformados, algunos sin piernas o sin brazos. Las mu-
taciones también han producido animales albinos y humanos albinos, desórdenes
mentales, problemas en la sangre (hemofilia) y otros efectos dañinos. La mayoría de
los mutantes se consideran simplemente “monstruosidades” o rarezas de la naturale-
za: peces de doble cabeza, peces de un solo ojo y gemelos siameses.

16
Así pues, un cambio en un gen es usualmente negativo. Prácticamente todas las
mutaciones –como accidentes en las maquinaria genética viviente– son degenerativas y
cuando son extensas, el organismo es usualmente destruido.
John J. Fried, en su libro El Misterio de la Herencia (The Mistery of Heredity), habla
del verdadero carácter de las mutaciones: “Tenemos que enfrentar un hecho particu-
lar, tan peculiar que en la opinión de algunas personas, hace que toda la teoría de la
evolución pierda su sentido: aunque la teoría biológica clama por la incorporación de
variantes benéficas en las poblaciones vivientes, una vasta mayoría de las mutaciones
observadas en cualquier organismo es desastrosa para su bienestar”.
Esta paradoja fuerza a Dobshanzky a admitir: “Una mayoría de las mutaciones,
tanto las que se hacen en el laboratorio como las que se observan en el mundo natu-
ral, produce deterioro vital, enfermedades hereditarias y monstruosidades. Tales cam-
bios, podría parecer, pueden difícilmente servir como bloques en el edificio de la evolu-
ción”.
Y en su libro publicado en 1963 “Progreso y Declinación” (Progress and Decline), el
profesor Hugh Miller habla de “la relativa rareza de estos cambios mutantes” y dice
que su efecto es “con mayor frecuencia letal. La gran importancia acotada corriente-
mente a las mutaciones genéticas como un factor en la historia evolutiva es, en parte,
el resultado de expectativas erróneas inicialmente consideradas por sus descubrido-
res”. Ahora podemos entender al profesor Hooton de Harvard cuando confiesa: “Ahora
tengo el temor de que muchos antropólogos (incluyéndome yo mismo) hayan pecado
contra la ciencia genética y estén colgándose de una rama partida cuando dependen
de las mutaciones”.
Finalmente es bueno recordar que en todos los miles de mutaciones estudiadas,
los cambios mutantes nunca han logrado más que producir nueva variedad de un or-
ganismo que ya existe. Ningún tipo básico nuevo ha surgido entre los mutantes. El Dr.
Maurice Caullery fue profesor honorario en La Sorbona en París, cuando señaló que
las mutaciones, como mecanismo del cambio evolutivo, falla miserable y totalmente,
porque: “Pese a las 400 mutaciones que se han provisto de la Drosophila Melanogaster,
ni una de ellas puede considerarse nueva especie. Parece, por tanto, que el problema
central de la evolución no puede ser resuelto por las mutaciones”.

17
5. SELECCIÓN NATURAL O LA SUPERVI-
VENCIA DEL MÁS APTO
Ahora llegamos al corazón de la teoría de Darwin. La selección natural fue su mo-
dus operandi, su respuesta al cómo y al por qué de la evolución toman lugar. Darwin
aún fue más lejos hasta el punto de titular su libro “Sobre El origen de las Especies por
Medio de selección natural” (On the Origin of the Species by Means of Natural Selection).
“Sin selección natural”, declaró Darwin, “la teoría de la descendencia sería ininteligible
e improbable”.
La idea de Darwin aquí se basa en el simple hecho de que las cosas vivas producen
más descendientes que luchan por la supervivencia y que cualquier ventaja favorable
que algunos individuos tengan sobre otros les dará la mejor oportunidad para sobrevi-
vir y reproducir su tipo. Pero esta idea no fue realmente original de Darwin. George
Gaylord Simpson, un convencido evolucionista y tal vez, el escritor guía de la teoría,
admite que “… no hay prácticamente nada en las teorías de Darwin que no hubiera
sido expresado por otros mucho antes que él”.
Por ejemplo, Darwin tituló su capítulo de este tema: “selección natural o la Super-
vivencia del más Apto”. La segunda parte de ese título fue tomada prestada de Herbert
Spencer, quien acuñó esta frase y publicó sus ideas sobre evolución biológica antes de
que los puntos de vista de Darwin fueran conocidos. Y el título de otro capítulo clave,
“La Lucha por la Existencia”, lo tomó Darwin de Thomas Malthus después de haber
leído su “Ensayo sobre el Principio de Población” (Essay on the Principle of Population).
Malthus era un economista, no un biólogo, quien afirmó que la vida se tendía a in-
crementar más que el alimento dando como resultado una superpoblación y una lu-
cha por la existencia. Aunque Darwin alabó a Malthus extravagantemente, debió ha-
ber reconocido que no puede haber distinción entre la vida y el alimento puesto que el
alimento se hace a partir de seres vivos (o sustancias provistas por cosas vivas) y que
las plantas y animales pequeños, sirviendo como alimento a los animales más grandes
se reproducen más rápido que los animales grandes. Himmelfarb habla de la “falacia
básica de Malthus… la contradicción interna en la teoría de Malthus la cual Darwin,
como tantos otros, fallaron en reconocer… Porque si los seres humanos tendieran a
incrementarse geométricamente, también así las plantas y animales –y tal vez más que
geométricamente, su tasa natural de reproducción sería, en tal caso, mayor que la del
hombre”.
El hecho de que esta idea central no sea original en la teoría de Darwin no es im-
portante si la selección natural aún contiene algún valor para ayudar a la ciencia a
descubrir los secretos de la naturaleza. Obviamente, Darwin pensó que era una valio-
sa idea, o si no, no la hubiera hecho elemento básico de su teoría. Y algunos modernos

18
evolucionistas como Julián Huxley aún arguyen que la selección natural es el único
factor en la evolución: “El descubrimiento del principio de la selección natural… ha
rendido a toda otra explicación contra la evolución. Hasta donde conocemos, la selec-
ción natural no solamente es inevitable, no solamente es una agencia efectiva de evo-
lución, sino que es la única agencia efectiva de la evolución”. Sir Gavin De Beer, emi-
nente zoólogo británico, se une a Huxley: “… así que sólo la selección natural queda, y
es la selección no las mutaciones, la que controla la evolución”.
Pero su entusiasmo por la selección natural es raro entre los evolucionistas hoy.
Como es confirmado por el evolucionista Sir James Gray, profesor de zoología en la
Universidad de Cambridge: “Todos los biólogos no están igualmente satisfechos…
Hemos bien sea llegado a aceptar la selección natural como la única guía confiable pa-
ra el mecanismo de la evolución, y estar preparados a admitir que esto involucra un
elemento considerable de especulación, o sentir en nuestros huesos que la selección
natural, operando en mutaciones sucesivas permite muchas oportunidades… Pero su
posibilidad de acertar es tan buena como la mía”.
Y Ernst Mayr, un eminente evolucionista, afirma: “La selección natural no se con-
sidera más como un proceso sinequanum sino más bien como concepto puramente es-
tadístico”. ¿Siente el biólogo Jean Rostand que la selección natural es una explicación
adecuada? “No, decididamente, no puedo obligarme a mí mismo a pensar que estos
‘deslices’ de la herencia [mutaciones] hayan sido capaces, aun con la cooperación de la
selección natural, aun con la ventaja de los inmensos periodos de tiempo en los cuales
evolucionó la vida, construir el mundo entero… No puedo persuadirme a mí mismo
que el ojo, el oído y el cerebro humano hayan sido formados de esta manera… ¿debe
una persona decir que está convencida cuando de verdad no lo está? Por cualquiera
que sea la razón por la que mi negación es digna, no disentiré de ella”. Y otro evolu-
cionista, nada menos que George Gaylord Simpson dice de la selección natural que
“…la teoría es muy insostenible y tiene su fundamento sólo en la especulación”.
Finalmente, aun el mismo Darwin, en una confesión enmarcable encontrada en su
segundo libro El Ancestro del Hombre (The Descent of Man), explicó que él había errado
formalmente al dar demasiada prominencia a la selección natural: “Yo ahora admito…
que en las primeras ediciones de mi libro El Origen de las Especies probablemente
atribuí demasiado a la acción de la selección natural o la supervivencia del más apto”.
¿Por qué este repentino reanálisis de valor para este punto crucial? Es porque la
selección natural falla en dos elementos. Como lo veremos, la selección natural es tan-
to:
1. Sin fundamento como un mecanismo de cambio evolutivo, así como también,
2. Sin significado como paradigma para explicaciones científicas.

Lo que la selección natural no puede hacer


Himmelfarb informa que “un creciente número de científicos… ha llegado a cues-
tionar la veracidad y propiedad de la selección natural. Y estos ni son religiosos ni
aceptan contenidos filosóficos. Un devoto tan excepcional de la ciencia y del método
científico, Bertrand Russell ha dicho que ‘el mecanismo particular de la selección na-
tural’ no es más considerado por los biólogos como adecuado”.
La antigua guerra de apoyo a la “selección natural” ha perdido la mayor parte de
su popularidad, porque todos los que han considerado cuidadosamente el tema saben
que la mera selección no tiene la posibilidad de originar algo. La selección –ya sea he-

19
hecha por el hombre o por la naturaleza–, no puede crear nada nuevo sino solo hacer
más cambios en tipos ya existentes. La selección natural falla como agente causante
porque el mero colocar un ser en un medio donde se han exterminado agentes negati-
vos no puede crear nuevas variaciones. Entonces, como originador de variaciones fa-
vorables, la selección natural es completamente impotente y nunca explica el real ori-
gen de todo. Alguien ha dicho que la selección natural ¡puede explicar la supervivencia
del más apto mas no la aparición del más apto!

“Una Rosa Rosa es Rosa…”


El pensamiento de Gertrude Stein del que se toma este subtítulo puede ser ade-
cuado como comentario poético, pero es difícilmente iluminador en el campo científico
–y no tiene nada que ver con la idea evolutiva de la selección natural. La razón es que
la selección natural, o la supervivencia del más apto, es una tautología (repetición in-
necesaria de una simple idea, como para expresar más que un concepto). Por ejemplo,
no explica mucho decir: “Tu sordera es causada por la disparidad de tu sentido del oí-
do”. La anterior afirmación es una tautología sin sentido.
El Dr. Norman Macbeth, un abogado que estudió en Harvard quien, escribió un
devastador documento sobre la evolución y el pensamiento evolucionista en su pene-
trante libro Darwin Rechazado (Darwin Retried), enfoca esta debilidad inherente, esta
inhabilidad de la teoría para explicar el cómo de la evolución. Él señala que algunas de
las especies se han multiplicado mientras que otras han permanecido estables y aun
otras se han reducido o han muerto. Este hecho obvio ha sido comprobado por todos y
no requiere futuras demostraciones. El problema es explicar por qué y cómo ocurre
esto. “Aquí tenemos la pregunta: ¿por qué algunos se multiplican mientras que otros
permanecen estables, reducidos o mueren? Para lo cual se ofrece esto como respuesta:
porque algunos se multiplican mientras que otros permanecen estables, reducidos o
mueren. Los dos lados de la ecuación son los mismos. Tenemos una tautología. La de-
finición no tiene sentido”.
Por ejemplo, el profesor Simpson dice: “Yo… defino selección, término técnico en los
estudios evolucionistas, como algo que tiende sistemáticamente a producir cambios
hereditarios en poblaciones entre una generación y la siguiente”. Y Macbeth pregunta:
“¿Pero es esa amplia definición útil para algo? Estamos tratando de explicar qué es lo
que produce el cambio. La explicación de Simpson es la selección natural, la cual él
define como lo que produce el cambio. Ambos lados de la ecuación son otra vez los
mismos; de nuevo tenemos una tautología… Si la selección es algo que tiende a pro-
ducir cambio, él está diciendo que lo que cambia es causado por lo que causa cam-
bio… La explicación sigue sin ser explicada”.
Cuando se pregunta a los evolucionistas ¿cómo determinamos quién es el más ap-
to? nos informan que determinamos esto por medio de la prueba de supervivencia, –no
hay otro criterio. Pero esto quiere decir que una especie sobrevive porque es la más
apta y es la más apta porque sobrevive, lo cual es un razonamiento circular y es equi-
valente a decir que si cualquier cosa existe, es porque es apta. Nada ha sido explicado;
es una tautología sin sentido.
Es sorprendente que, algunos evolucionistas líderes como C.H. Waddington, ¡reco-
nocen estos cortos alcances y aún no los objetan! Él dijo: ¡”La selección natural, que
fue en principio considerada como la hipótesis necesaria para la comprobación expe-
rimental y de observación, se convierte en una tautología… Ésta indica que el más ap-
to de los individuos en una población (definida como aquellos que se reproducen), se

20
reproducirán… Este hecho en ninguna manera reduce la magnitud de los logros de
Darwin… los biólogos notan el enorme poder del principio como arma de explicación!”.
Otros como J. B. S. Haldane minimizan el problema diciendo: “… la frase ‘supervi-
vencia del más apto’, tiene algo de tautología… No hay nada de malo en señalar la ver-
dad en dos formas diferentes”. Pero Macbeth dice: “Esto es un error craso. No hay na-
da de malo en presentar la misma verdad de dos maneras diferentes, si uno muestra
lo que hace la una para conectar las dos afirmaciones con una frase tal como en otras
palabras. Pero si la una se conecta con las afirmaciones con el término porque, lo cual
es la característica de la tautología, esa engaña o al lector o se niega a sí misma o en-
gaña a ambos; hay un amplio elemento negativo en esto. En el caso más simple, don-
de a uno se le dice que un gato es negro porque es negro, puede no causar dificulta-
des, aunque es irritante al oído e inútil; pero los casos actuales son siempre más difí-
ciles de detectar que esto, y pueden obscurecer el pensamiento durante mucho tiem-
po”.
Hace decenios, el profesor E. W. MacBride en el importante periódico científico in-
glés Nature, declaró: “Sin embargo, de una cosa estoy cierto, y es de que la selección
natural no ofrece ninguna explicación para un paso milimicrométrico a cualquier otra
forma de evolución. No significa más que ‘los sobrevivientes sobreviven’. ¿Por qué so-
breviven ciertos individuos? Porque son los más aptos ¿Cómo sabemos que son los
más aptos? Porque sobreviven”.
¡No es justo que muchas de las mentes científicas líderes del mundo puedan en-
contrar sólo esta cantidad de pensamiento real en ese eslogan por el cual durante tan-
to tiempo se ha encarcelado por millones la verdadera esencia de la sabiduría científi-
ca!

21
6. CLASIFICACIÓN Y COMPARACIÓN ANA-
TÓMICA
Los argumentos para la evolución orgánica a partir de la comparación y clasifica-
ción anatómica están tan íntimamente conectadas que pueden mejor ser consideradas
juntas. El argumento a partir de la clasificación es corto y claramente definido. Éste es
el sistema moderno de nombrar y clasificar las plantas y animales, además de ser un
sistema conveniente, también muestra la verdadera relación consanguínea de uno con
otro.
Pero el sistema de clasificación de hoy ha sido ampliamente desarrollado por evo-
lucionistas con el propósito de ilustrar la supuesta herencia evolutiva de los seres vi-
vos (¡esto es como querer cortar el metro para añadírselo al vestido!). Lo anterior es
admitido por el mismo Sir Julián Huxley. Tal clasificación no es un testigo indepen-
diente para la evolución. Ha estado en coalición con los defensores y ha sido contrata-
da para testificar. Aún así, su evidencia puede ser interpretada mucho más razona-
blemente en favor de la creación y en contra de la evolución, como lo veremos.
El campo de la clasificación también es conocido como “taxonomía” o “sistematiza-
ción”. Nótese lo que Earnest Albert Hooton, antropólogo evolucionista de Harvard, du-
rante más de 40 años, dice en cuanto a esto: “El negocio de la taxonomía, o clasifica-
ción zoológica, funciona bien para categorías definidas, tales como clases, órdenes… y
familias. Como las grandes empresas en el mundo comercial, se enmascara bajo un
disfraz de eficiencia y seguridad lo cual se prueba ser ilusorio bajo estricto examen.
Formalmente estuve bajo la impresión de que las indiscreciones taxonómicas eran pe-
culiares a los antropólogos, pero ahora estoy convencido de que los clasificadores zoó-
logos pueden ser tan disolutos e irresponsables como un empresario descuidado.
Además, mientras más inspecciono los árboles familiares del hombre, tan fácilmente
construidos por estudiantes de paleontología humana, incluyéndome yo, más estoy
inclinado a estar de acuerdo con el poeta que dice que ‘Sólo Dios puede hacer un ár-
bol’”.

El profesor Hooton es justificado por su forma de referirse a los taxonomistas porque


la clasificación es altamente subjetiva. Es con frecuencia verdad que la opinión subje-
tiva, no el hecho objetivo, es lo que principalmente decide el grado de supuesta rela-
ción evolutiva. Los encasillamientos usados por los clasificadores son frecuentemente
asunto de opinión. E. W. MacBride, de la Universidad de Londres, deplora “lo que la
ecuación personal en enorme extensión entra en la determinación de estas cuestio-
nes”.

22
Y Paul Waterwax, profesor de botánica de la Universidad de Indiana dice: “Los bo-
tánicos están aún en desacuerdo amplio en cuanto a la agrupación apropiada de mu-
chas plantas, pero porque no están de acuerdo en sus teorías en cuanto al origen de
las diferencias que separan los grupos”.
Hemos ya visto cómo los taxonomistas han encontrado gran dificultad para definir
un término básico y crucial como “especie”. Esta dificultad no es por ninguna razón
imaginaria. Como dice el Dr. Ernst Mayr: “Puede no ser exageración si yo digo que hay
probablemente tantos conceptos de especie como estudiantes y sistemáticos pensado-
res en especiación”. Sir Julián Huxley concuerda: “Aún los sistematizadores compe-
tentes no siempre están de acuerdo en cuanto a la delimitación de las especies”. En
otras palabras, se percibe que todos los biólogos no hablan el mismo idioma cuando
usan entre ellos la palabra especie.
Otra disputa en los cuadriláteros taxonomistas está entre los animales “partidores”
(splitters) y los “aterronadores” (lumpers). Los primeros tienden a generar nuevas va-
riedades y por lo tanto de una especie surgen muchas combinaciones. Los otros pre-
fieren especies mayores y tienden a combinar varias especies antiguas para permitir
una especie mayor. Esto parece como una broma inconclusa, pero Sir Julián solem-
nemente nos informa que “la batalla de los ‘partidores’ y los ‘aterronadores’ aún conti-
núa”. Así pues, podemos ver que la clasificación (que suena asombrosamente grandio-
so con sus nombres en latín y parece muy “científico” a la persona promedio) es sim-
plemente un acto humano y frecuentemente tiene su fundamento en meras opiniones.
Hablando del caos que existe en la taxonomía de los primates, el paleontólogo y ta-
xonomista de Harvard, George Gaylord Simpson, declara: “Una principal razón para
esta confusión es que muchos de los trabajos sobre los primates [el más alto orden de
los animales, incluyendo al hombre, los monos, micos, etc.] han sido hecho por estu-
diantes que no tenían experiencia en taxonomía y que eran completamente incompe-
tentes para penetrar en este campo; sin embargo, podían haber sido competentes en
otro tipo de labores”. ¡No es de extrañarse pues, que especímenes que un investigador
agrupa como “familia” puedan, en la opinión de otro, no merecer más que el rango de
“género”!
En el mejor de los casos, el sistema de clasificación es un acto humano y puede o
no tener algún significado real en sí mismo. Asumiendo que muestre alguna relación
real, la relación puede bien ser con un diseñador común en lugar de con un ancestro
común. ¿El parecido entre automóviles como Taurus, Thunderbird y Lincoln muestra
que han “evolucionado” de un modelo primario, o simplemente que fueron todos dise-
ñados y construidos por la Compañía Ford Motor? Del mismo modo, un pez y un
submarino tienen formas similares, pero nadie puede aseverar que son hermanos con-
sanguíneos. De manera Similar puede esto implicar no una relación común sino un
diseño común.
El profesor W. R. Thompson, en su prefacio a la edición del centenario del libro de
Darwin, El Origen de las Especies, previno a sus compañeros evolucionistas contra el
asumir la existencia de una relación evolutiva en la clasificación de los seres vivos. Él
hace claro que no todas las cosas que pueden ser clasificadas tienen una relación de
padre–hijo: “El arreglo de los elementos químicos… es una clasificación cierta y así lo
es el arreglo de las formas geométricas; pero para ello no hay consideraciones genealó-
gicas involucradas… Si deseamos erigir una clasificación genealógica… debemos des-
cubrir a partir de qué formas han descendido los organismos actualmente existentes.
Si estos hechos históricos no pueden ser probados, entonces es inútil buscar substitu-

23
tos y, a partir del hecho de que una clasificación es posible, nosotros no podríamos
inferir que sea genealógica y que sea en algún sentido una prueba de la evolución”.
De hecho, la verdadera posibilidad de una clasificación es una fuerte evidencia co-
ntra la evolución. Por ejemplo, los organismos son claramente categorizados en térmi-
nos de especies, genus, familia, orden, clase, philum y reino. Pero lo más sencillo a lo
que llamamos clasificación de los tipos básicos –con brechas claramente definidas en-
tre ellos– no indica alguna relación evolutiva. Se indica justamente lo opuesto, porque
si todos los organismos ubicados gradualmente descienden de un ancestro común,
debería haber una asociación continua entre un tipo y otro. Debería ser imposible de-
cir dónde se detiene una especie y comienza la otra, de tal modo que el sistema de cla-
sificación llegaría a ser imposible.
Aun el Dr. Smith dice: “No es difícil mostrar que entre ellas [especies] existen las
‘brechas insorteables’ sobre las cuales estamos discutiendo”. A causa de que esto es
verídico, se necesita muy poca experiencia para distinguir un olmo de un roble, un
murciélago de un escarabajo volador o un humano de un chimpancé.
Los científicos deben usar nuestro sistema de clasificación meramente como he-
rramienta apropiada para evitar confusión al dar nombre a las plantas y animales y
deben, a su vez, dejar de sostener que ello provee un retrato de herencia evolutiva.

Evidencia Morfológica
Ahora echemos un vistazo a la comparación anatómica, también llamada morfolo-
gía. Aquí tenemos lo que los evolucionistas dicen al respecto: “La morfología se rela-
ciona con la forma y la estructura de los organismos, y provee la más fuerte evidencia
de evolución orgánica”. Si esta evidencia constituye “una de las más fuertes” que los
evolucionistas pueden encontrar, es desafortunado para la teoría porque aquí otra vez
la así llamada “evidencia” descansa en una opinión subjetiva, no un hecho objetivo.
Por supuesto, cualquiera que compare las estructuras anatómicas se impresiona
con ciertas similitudes entre varias criaturas. Por ejemplo, los brazos de los vertebra-
dos tienen los mismos tres huesos: cúbito, radio y húmero. También los pueden tener
los así llamados pentadáctilos, es decir, animales cuyas extremidades tienen cinco de-
dos en cada pie y en cada mano. Esto es real, pero ¿qué significa? Bueno, aquí termi-
na la evidencia y comienza la especulación. Los evolucionistas comienzan en este pun-
to a especular que tal semejanza en los huesos puede significar únicamente la des-
cendencia de un ancestro común. Los creacionistas creen que tales similitudes ac-
tualmente resultan del hecho de que la creación está basada en un plan maestro del
Gran diseñador. Donde se requerían similares funciones, Dios usó estructuras simila-
res, meramente modificando estas estructuras para que fueran útiles a las necesida-
des individuales de cada organismo.
Siempre hay que recordar que los hechos de la ciencia son una cosa, pero las con-
clusiones de los científicos pueden ser muy diferentes. Hay una diferencia entre obser-
var ciertos hechos y sacar conclusiones de esos hechos. Darwin vio las similitudes y
saltó a la conclusión de la evolución.
Pero la similitud de forma no es en ninguna manera prueba de origen. Uno puede
mostrar similitudes de formas en todo un día y ni siquiera tocar la inquietud sobre los
orígenes. El hecho de que ciertas plantas y animales se parezcan unos a otros no su-
ple la información que los evolucionistas con tanta ansia buscan, la cual consiste en
saber de dónde plantas y animales provinieron. Al ordenar sus libros en una gaveta en
un sistema de graduación (dependiendo de su tamaño y complejidad), un estudiante

24
también podría probar la “evolución” de ellos. Un argumento tal asume que cada cosa
necesita ser probada.
Ninguno de nosotros desearía ser sentenciado a vivir toda la vida prisionero o en la
cámara de gas por nada más que una evidencia circunstancial. El hecho de que
hubiésemos estado en una casa cuando se cometió un crimen dentro no prueba que
hayamos tenido qué ver con el crimen. Y el argumento para la evolución en este caso
descansa en el mismo tipo de evidencia no satisfactoria. Más que proveer una “clara
prueba” para la evolución, los patrones comunes de diseño señalan a un origen co-
mún, a partir de un Arquitecto o diseñador.
Génesis nos informa que Dios creó todo tipo de vida original, desde las formas
simples hasta las más complejas. Pero al hacer formas más complejas, ¿por qué no
empleó una sola regla de estructura para todas ellas –por ejemplo, una columna ver-
tebral para toda una categoría de animales? Si la columna vertebral es buena para
uno, ¿por qué no es buena para otro?–. Es sin sentido suponer que porque el Creador
hubo utilizado una vez un buen plan, nunca más lo hubiera utilizado para crear otros
animales con el mismo plan un poco modificado. ¿Tenía que ser toda criatura tan
completamente diferente de todas las demás como para que no detectáramos semejan-
za alguna entre dos? Inevitablemente, entonces, mientras investiguemos la maravillo-
sa variedad entre los seres vivos, encontraremos similitudes.
Pero es asombroso que los evolucionistas parecen incapaces para detectar las dis-
paridades entre el hombre y los animales. Leemos que “El anatomista comparativo en-
cuentra que físicamente el hombre está hueso por hueso, músculo por músculo, ner-
vio por nervio en estrecha relación con los monos superiores” Pero ¿qué en cuanto a
sus diferencias? Aunque los evolucionistas puedan tratar de minimizar el hecho, hay
vastas diferencias entre el hombre y los animales “superiores”.
Por ejemplo, el hombre difiere de los monos en su eficiencia como bípedo mientras
que el mono es básicamente tri–cuadrúpedo. Sólo el hombre camina recto en sus dos
pies. Los monos son llamados “caminantes gateadores” porque, contrario a la creencia
popular, ellos rara vez caminan en sus dos patas y usualmente se mueven con las
cuatro extremidades. Excepto por unas pocas aves como el pingüino, el hombre es la
única criatura que se mueve exclusivamente en dos pies.
El hombre tiene una nariz con un prominenten puente y una punta elongada,
mientras que la nariz de los monos no la posee. El hombre tiene labios rojos formados
por una extensión de las membranas mucosas de dentro de la boca, mientras que los
monos no tienen labios por naturaleza. El cráneo en el hombre está perfectamente ba-
lanceado en la parte superior de la columna vertebral, pero la curvatura de la columna
vertebral de los monos es convexa hacia la espalda. Los brazos del hombre son más
cortos que sus piernas, mientras que los monos tienen extremidades superiores elon-
gadas. El pie humano está construido para caminar y correr, y tiene un arco bien for-
mado y el dedo grande en línea con los demás. Todos los cuatro pies en los monos son
semejantes a una mano con un dedo pulgar prensil con el que pueden atrapar objetos.
Otras diferencias podrían ser mencionadas aquí, tales como las formas de la piel
humana y la adecuada distribución del pelo. Pero quizá debemos considerar el gran
poder del intelecto humano. Es esta tremenda diferencia entre el cerebro del animal y
la mente humana lo que eleva al hombre por encima de cualquier clasificación con las
bestias. Solo el hombre es instruible, susceptible de ser enseñado. Usted puede entre-
nar a un animal –a un mono–, pero no le puede enseñar a ejercitar juicio independien-
te como lo hacen los humanos. A veces los animales pueden detectar simples diferen-

25
cias, pero micos y simios poseen poca o ninguna capacidad para ejecutar pensamiento
abstracto o razonamiento conceptual. Un mico puede mirar el cielo estrellado pero só-
lo el hombre puede ponderar su significado.
El tamaño proporcional del cerebro comparado con el cuerpo es, incuestionable-
mente, un indicador de inteligencia. Cuando se hace la comparación con el peso del
cuerpo, el golfo entre el tamaño del cerebro del animal y el del mono antropoide es
enorme. Piense en la capacidad humana para articular palabras –más allá de los chi-
llidos, gruñidos y balbuceos de la creación bruta–. Solamente el hombre puede usar
lenguaje escrito, como usted lo puede comprobar al entender estas marcas negras en
papel blanco. El hombre diseña, construye y usa herramientas complejas y máquinas
de las que los animales no saben nada. Sólo el hombre puede apreciar la verdad, la
belleza y los valores morales. Sólo el hombre es auto–consciente y poseedor de la habi-
lidad para entender la diferencia entre el bien y el mal. Los seres humanos son las
únicas criaturas que lloran como respuesta emocional.
Muchas otras características podrían ser consideradas, tales como la naturaleza
espiritual del hombre y los elementos de la cultura humana, los cuales nunca son ex-
hibidos en el mundo animal. Pero no podemos explicar la maquinaria mental humana
simplemente en términos de física y química. La ciencia de la biología yerra en este
punto al considerar que la anatomía sola constituye a la criatura. Se convierte en una
ciencia de muerte si siente que el hombre puede ser explicado a partir de un cuerpo
seccionado.
Ningún hombre evoluciona lentamente a partir de formas animales menores o vida
vegetal, sino que llega a la existencia como un hijo de Dios, formado por el Creador a
su propia imagen. En alguna extensión Darwin es reconocido como un hombre de no-
bles cualidades, pero sus palabras de cierre en El Ascendiente del Hombre (The
Descent of Man) son: “El hombre aún porta en su esquema humano la huella indeleble
de su origen lento”. Nosotros con esta mayor verdad podemos replicar: El ser interior
del hombre, su mente, ofrece una prueba inconfundible de que su origen fue noble y
elevado.

26
7. ÓRGANOS VESTIGIALES
Hasta ahora los argumentos ofrecidos para la evolución por clasificación y compa-
ración anatómica se ven debilitados por el pensamiento subjetivo melancólico e impul-
sivo. Estrechamente relacionado con la comparación anatómica está el tema de los ór-
ganos vestigiales, los cuales los evolucionistas dicen que son los últimos vestigios de
órganos que una vez tuvieron su uso pero que no son ya más necesarios porque el
hombre ha avanzado en la escalera de la evolución. Los creyentes en la evolución con
frecuencia citan esto como “suficiente para mostrar que el cuerpo humano no puede
ser considerado como una obra final perfecta de la creación sino más bien como el
producto último de eones en cambio evolutivo, resulta en un ser imperfecto desde el
punto de vista físico ¡un comprobado museo de antigüedades!”.
Pero la supuesta presencia de los así llamados órganos “vestigiales” en el hombre,
ofrece menos y menos pruebas para la evolución con el paso del tiempo, pues nuestra
lista de órganos “inútiles” disminuye a medida que nuestro conocimiento de anatomía
y fisiología aumenta. Los evolucionistas en algún tiempo tenían en lista cerca de 180
órganos en el cuerpo humano considerados como “reliquias inútiles del pasado” que
les fueron útiles a los ancestros del hombre. Con el crecimiento del conocimiento, esta
lista se ha reducido abruptamente hasta el punto de ser reducida ¡prácticamente a ce-
ro!
Por ejemplo, esta lista una vez incluyó estructuras tales como el apéndice, las
glándulas adrenales, las amígdalas, el cóccix (parte final de la columna vertebral en el
hombre), la glándula tiroides y otros que se decían ser vestigios –“exceso de carga” que
llevamos. Pero notemos lo que reporta un informe en la Revista Selecciones del
Reader’s Digest de noviembre de 1966, titulado Las Glándulas Inútiles que Protegen
Nuestra Salud:
Por cerca de 2000 años, los médicos han dudado en cuanto a la función de…
la glándula tiroides… Los médicos modernos la han considerado, junto con el
apéndice, un órgano vestigial que ha perdido su propósito original, si es que tuvo
algún uso en un principio. En los últimos años, sin embargo, los hombres de cien-
cia han probado que, lejos de ser inútil, la glándula tiroides es realmente la glán-
dula principal que regula el intrincado sistema inmunológico que nos protege co-
ntra las enfermedades infecciosas… Recientes experimentos han llevado a los in-
vestigadores a creer que el apéndice, los adenoides y las amígdalas pueden tam-
bién figurar entre las protectoras de anticuerpos”.
La Enciclopedia Británica también declaró: “Muchos de los así llamados órganos
vestigiales se sabe ahora que cumplen funciones importantísimas”.
El cóccix (compuesto de varias vértebras terminales) es con frecuencia citado como
un remanente sin funciones de la cola en el hombre, pero sirve como ancla para im-

27
portantes músculos de eliminación (su extirpación podría interferir la defecación).
También ayuda a sostener la cavidad pélvica, fortalece la superficie para la ubicación
correcta de los grandes músculos gluteales que extienden y rotan la cadera y encierra
la porción terminal de la espina dorsal. Además no puede sentarse cómodamente una
persona a la que se le extirpe el cóccix.
El apéndice es, posiblemente el único órgano que aún queda en la lista de los ves-
tigiales, pero los científicos ya no están tan seguros. El profesor William Strauss afir-
ma que “ya no existe ninguna justificación para considerar la vermiforme apéndice
como una estructura vestigial”. Debe notarse que los grandes simios (gorila, chimpan-
cé, etc.) poseen un apéndice, mientras que sus inmediatos familiares, los micos, no;
pero opuestamente, aún aparece entre los mamíferos inferiores. ¿Cómo pueden los
evolucionistas ponderar esto?
Más todavía, lo absurdo de llamar al apéndice humano “vestigial” es aparentemen-
te a partir de este hecho: que su función es desconocida no sólo en el hombre sino
también en cada una de las otras especies animales que la poseen. Las amígdalas y el
apéndice eran alguna vez removidas rutinariamente, pero la remoción de estos órga-
nos, ahora se cree, aumenta la susceptibilidad a la enfermedad de Hodgkin. Finalmen-
te, estos así llamados órganos vestigiales no prueban nada en favor de la evolución,
porque aun si el apéndice del hombre tuviera una clara y obvia función, aunque todos
los dientes tuvieran definidamente su lugar, etc., el hombre seguiría siendo hombre y
no se convertiría en otro ser distinto o un nuevo tipo de animal.
El nervio óptico atrofiado de los peces de las zonas abisales puede ser considerado
por algunos como vestigial, pero ciertamente no ofrece ninguna ayuda a la teoría de
Darwin, porque un pez es un pez ya sea ciego o con buena visión. Y la total sugerencia
de que las estructuras vestigiales posean algún significado evolutivo queda abierta a
serios cuestionamientos cuando notamos que están totalmente ausentes en las plan-
tas. Si las plantas evolucionaron de formas más simples, ¿por qué no muestran un
catálogo de vestigiales nomeolvides que los animales se supone que poseen?
Recuerde que aun si un órgano pudiese ser identificado como vestigio inútil, esto
constituiría no una evidencia de evolución sino de deterioro y probaríamos exactamen-
te lo contrario. En realidad, los órganos vestigiales calan mejor en un patrón de cam-
bio regresivo y degeneración más que en un cambio progresivo y regeneración. Lo que
la evolución necesita son órganos rudimentarios o nacientes en varios estados de de-
sarrollo, en su ruta hacia un estado de órgano completamente formado con función
específica claramente definida. Pero la total falta de tales estructuras esperanzadoras
de nuevos órganos debe ser desanimadora para los más ávidos evolucionistas.
La ausencia de órganos rudimentarios en desarrollo se convierte en un problema
tan grande para los evolucionistas, que rara vez mencionan ese tema. Darwin admitió:
“Si pudiera ser demostrado que cualquier órgano complejo existió, el cual posiblemen-
te pudo no haber sido formado por modificaciones numerosas, pausadas y sucesivas,
mi teoría podría romperse por completo”. Y estaba en lo cierto, por supuesto; la teoría
de Darwin se rompe en este mismo punto. Tomemos como ejemplo un órgano como el
ojo. El ojo es un mecanismo enormemente complejo y plantea un tremendo desafío a
la teoría de la evolución. Darwin mismo dijo: “Suponer que el ojo, con todas sus inimi-
tables reacciones para ajustar el foco a diferentes distancias, para admitir diferentes
cantidades de luz y para la corrección de errores esféricos y cromáticos, pudiera haber
sido formado por selección natural, parece, lo confieso libremente, absurdo en el más
alto sentido de la palabra”.

28
Y otro científico evolucionista está de acuerdo con él. El profesor Ernst Mayr dice:
“Debe ser admitido, sin embargo, que hay un considerable esfuerzo en la credulidad
de uno para asumir que los sistemas finamente balanceados tales como ciertos órga-
nos de los sentidos (el ojo de los vertebrados…) pudieran ser logrados por mutaciones
en cadena”. George Gaylord Simpson de Harvard se ve forzado a la misma conclusión:
“La evolución en el mundo mutante no está solamente equivocada sino también sin
dirección. El origen de un órgano tal como el ojo, por ejemplo, enteramente por evolu-
ción aleatoria parece casi infinitamente improbable”.
Esta es la razón por la que, en una carta a la botánica estadounidense Asa Gray,
datada en abril 3 de 1860, Darwin le dijo: “Recuerdo cuando el pensamiento en cuanto
al ojo me enfrió totalmente”. Pero, obviamente, él no era el único evolucionista que
temblaba ante ese pensamiento. El Dr. Garret Hardin, profesor de biología de la Uni-
versidad de California en Berkeley, pregunta: “¿Cómo entonces vamos a relatar la evo-
lución de un órgano tan complicado como el ojo? … Si siquiera lo más mínimo errara,
si fuese en la retina o la lente se opaca, o hay errores en las dimensiones, el ojo falla
en formar una imagen reconocible y subsecuentemente es desechada. Puesto que debe
ser perfecto o de lo contrario inútil ¿cómo podría haber evolucionado a través de pe-
queños y sucesivos pasos darwinianos?”.
Hardin debió haberse sentido recargado por la magnitud del problema, porque él lo
vuelve a considerar más tarde en su libro diciendo: “Que… el ojo –el ojo humano–… al
cual Darwin libremente concedió constituirse en una restricción severa a su teoría de
la evolución, ¿es un principio tan simple como para que la selección natural se iguale
a explicar la estructura de la producción de la imagen en el ojo humano? ¿Puede el
proceso paso a paso de la evolución darwiniana llegar tan lejos? La opinión competen-
te ha diferido en este punto”.
Estos científicos evolucionistas son muy candorosos porque no tienen elección.
¿Cómo pudo una criatura sin ojos comenzar un proyecto de un millón de años para
formar un ojo que no pudiera ser usado hasta que ese millón de años se cumpliera?
¿Por qué tendría que ser retenido este órgano rudimentario durante tanto tiempo an-
tes de que pudiera servir para una función útil? (Porque debe estar completo o no fun-
ciona, y parcialmente formados, los órganos no funcionales podrían ser una desventa-
ja y ser eliminados por selección natural). ¿Pudo un órgano de esta manera llegar a
ser un ojo que diera cualquier ventaja en la lucha por la supervivencia? ¿Y si hubiera
ofrecido alguna ventaja, por qué no tenemos ahora tantos otros órganos desarrollados
como éste?
Así que el antiguo argumento de los órganos vestigiales no tiene valor demostrado.
Por el contrario, ese argumento mismo requiere demostración.

29
8. EL ORIGEN DE LA VIDA
Otro factor importante que desafía a los evolucionistas es: su falla en explicar el
origen de la vida. La gente se pregunta: ¿de dónde venimos? El proceso de nacimiento
sólo no puede decírnoslo. Todo lo que el cuerpo humano hace es transmitir la vida, no
originarla. Decir que la vida viene solamente de vida existente es señalar un hecho de
ciencia tan firmemente establecido como la ley de la gravitación.
Hasta 1860 muchos hombres creían en la “Teoría de la Generación Espontánea” –
esto es que la vida (particularmente las formas menores de vida), podían generarse es-
pontáneamente (por características propias de la sustancia misma, como en una com-
bustión espontánea). Tal vez ningún punto de vista ha parecido tan evidente y más
libre de debate. ¿Después de todo, no surgen los gusanos del lodo ni animales meno-
res a partir de la carne en descomposición? Si se deja un trapo con maíz en un rincón,
pueden aparecer ratones. Las ranas fueron creadas espontáneamente en aguas estan-
cadas. Y el trigo podría generar ratas. Aun Sir Francis Bacon (1561–1626) creía que
los insectos eran “criaturas que surgían de la putrefacción”, los piojos eran “creados
por el sudor en un lugar cerrado”, y las moscas “principalmente donde se arrojaba la
basura y en los manteles donde había suciedad”.
Entonces vino el gran científico Luis Pasteur, quien con una serie de brillantes ex-
perimentos, concluyó en 1864 y desaprobó de una vez por todas la teoría de la genera-
ción espontánea. Los experimentos de Pasteur, que involucraban un proceso de esteri-
lización, mostraron que cualquier substancia que se logre mantener libre de toda con-
taminación, nunca permitirá el desarrollo de ese tipo de criaturas mencionadas (tales
como los gusanos en una carne descompuesta). Pasteur era un creacionista convenci-
do, y desde ese día, ninguna persona educada ha dado credibilidad a la teoría de la
generación espontánea.
La generación espontánea de la vida es el primer eslabón en la cadena de la teoría
de la evolución. Obviamente, si ese eslabón no puede ser acuñado, toda la teoría evo-
lucionista es desesperadamente debilitada. Debe haber vida por sí misma antes de que
pueda haber diversidad de vida. Así que es perentorio para los evolucionistas insistir
en alguna forma de generación espontánea como la única ruta viable de vida a parte
de la posibilidad de un Creador.
Note la forma en que el Dr. George Wald, profesor de biología en Harvard lo consi-
dera en su artículo en la revista Scientific American. El primero traza la historia del co-
lapso de la antigua idea de la generación espontánea como resultado de los experi-
mentos de Pasteur y luego añade: “Nosotros contamos esta historia [de la obra de Pas-
teur] al comienzo, a los estudiantes de biología aunque represente esto un triunfo de
la razón sobre el misticismo. De hecho, está más de parte de la oposición. El punto de
vista más razonable era creer en la generación espontánea; la única alternativa, creer

30
en un sencillo primer acto de creación sobrenatural. No hay una tercera posición. Por
esta razón, muchos científicos hace un siglo, escogieron considerar la creencia en la
generación espontánea como ‘una necesidad filosófica’. Es un síntoma de pobreza filo-
sófica de nuestro tiempo que esa necesidad ya no sea considerada. La mayoría de bió-
logos modernos, habiendo revisado con satisfacción la caída de la hipótesis de la gene-
ración espontánea, todavía sin voluntad para aceptar la alternativa de creer en una
creación especial, han sido dejados en la nada”.

Una Exposición de la Fe Ciega


El Dr. Wald sigue mostrando cuán infinitamente imposible sería la posibilidad de
combinar los elementos apropiados para producir vida, pero llega a esta especial con-
clusión: “Uno tiene sólo que contemplar la magnitud de esta tarea para considerar que
la generación espontánea de un organismo vivo es imposible. Estamos aquí todavía, yo
creo, como resultado de creer en la generación espontánea”.
El profesor Wald puede estar admirado por su refrescante franqueza pero apesa-
dumbrado por su esclavizante adherencia a una teoría. ¿Qué tanto de “ciencia” está
involucrado al creer en algo que está totalmente desaprobado por todos los experimen-
tos científicos? Wald y quienes concuerdan con él mantienen esta posición no a causa
de alguna evidencia científica para la generación espontánea, sino a causa de sus
ideas preconcebidas, prejuicios personales o por no creer en Dios.
Algunos evolucionistas tratan de eludir el tema diciendo que la vida se debió haber
originado en la tierra por medio de un meteorito u objeto similar de otro mundo. Pero
esta idea, ni es científica ni es satisfactoria. No es científica porque no conocemos una
forma natural en que un protoplasma pueda sobrevivir en la muerta atmósfera celes-
tial. Si las altas temperaturas y la ausencia de oxígeno en la capa interestelar no la
destruyeron, el calor generado por el vehículo (los meteoros se vuelven incandescentes
por causa de la fricción cuando chocan con nuestra atmósfera), ciertamente la mata-
ría. Y no es una respuesta satisfactoria, porque si aun garantizáramos que la vida pu-
diera haber venido de otro planeta, todavía no hemos solucionado el problema del ori-
gen de la vida; hemos simplemente transferido el problema a otro mundo. Aunque el
problema se haya trasladado desde una gran distancia, ¡aún no se ha resuelto comple-
tamente!
Es también cierto que si una pequeña fracción de protoplasma hubiera iniciado so-
la en el mundo, –de cualquier fuente–, habría vivido únicamente para morir de ham-
bre. Porque debe haber un balance para la vida, un ambiente de vida, para permitirle
a un ser mantener su existencia. Esta es la razón por la que Dios creó todas las cosas
vivientes, plantas y animales así como al hombre durante unos pocos días de una se-
mana de creación.
Este problema no es fácil de resolver dentro del marco de la evolución ateísta.
Aprecio la honestidad del evolucionista John Tyler Bonner, profesor de biología de la
Universidad de Princeton, cuando él admite en su libro Ideas de biología: “El estudio
de la evolución primaria realmente contiene cantidades de adivinanzas educadas”.
Por supuesto, las ideas acariciadas y las teorías antes abrazadas mueren despacio,
hasta el punto de que los científicos luchan por crear vida en el laboratorio. Usted
puede haber leído algún anuncio en un documento impreso respecto de “creación de
la vida en un tubo de ensayo”. La lectura cuidadosa revela que tales aseveraciones son
exageradas y equivocadas. La mayoría de informes que se encuentran son meros ru-
mores o tergiversaciones. La próxima vez que un entusiasmado evolucionista le diga

31
que él está “seguro de que la ciencia ha producido vida en el laboratorio”, pregúntele
por el nombre del genio que lo hizo. El no será capaz de decirlo, pese a que tal hombre
que creó la vida en el laboratorio llegara a ser más famoso que Thomas Alva Edison o
Jonás Salk.
Es interesante que A. R. Moore encontró que si al plasmodium del moho del pan se
le permitiera fluir a través de un obstáculo muy fino lograría el desafío sin dificultad.
Sin embargo, si es forzado aún en un obstáculo moderadamente fino, pasaría al otro
lado sin cambios físicos o químicos marcados, pero muerto. El individuo que puede
explicar los resultados de estos simples experimentos será capaz de explicar la dife-
rencia entre los sistemas vivos y no vivos.
Pero hasta que el hombre sea capaz de tomar el moho muerto que estaba vivo sólo
por un momento antes y que aparentemente tiene todos sus elementos químicos y sus
sustancias presentes y lo haga resucitar, él está en la imposibilidad de revivir cual-
quier clase de protoplasma sintético mezclando sustancias de las botellas de su labo-
ratorio.

¿Dónde Está la Célula “Simple”?


El descubrimiento del mundo de los virus ha llevado a muchos evolucionistas a es-
pecular que quizá aquí hay entes que reflejan la vida primitiva o la pre–vida –un esla-
bón, un paso entre la “no–vida” de los químicos y las células más simples. Los virus
son extremadamente pequeños, mucho menos que las verdaderas células. ¡Se ha cal-
culado que una célula humana sencilla podría contener más de 60 millones de virus
de la polio!.
Pero nuestro conocimiento de los virus los elimina como candidatos para la vida
primaria. Aunque son más simples que la más simple célula, el virus presenta muchos
problemas. En primer lugar, su único alimento son las células vivas. Este único hecho
es suficiente para descalificarlos de ser la vida primaria. También, a causa de que los
virus no pueden funcionar y reproducirse fuera de las células vivas o de sustancia ce-
lular, muchos virólogos sienten que tales no son cuerpos vivos sino sólo agentes que
modifican las actividades de las células vivas a las cuales infectan o parasitan. Los vi-
rus no tienen los componentes básicos para llevar los procesos de la vida de manera
independiente.
La mayoría de los creyentes en la evolución ahora están de acuerdo que la célula
simple debió haber sido el comienzo de la vida en lugar de los virus, y que a partir de
ella evolucionaron las demás formas. Pero el tiempo pasó, cuando los científicos vieron
la célula viva como un mero “soplo” de protoplasma semejante a la jalea. Los científi-
cos están comenzando a entender cuán fantásticamente compleja es la así llamada
“célula más simple”. Cada año se descubren nuevas complicaciones de las cuales
Darwin no sabía nada. Aun George Wald, cuya fe ciega en la generación espontánea
habíamos analizado antes, admite: “La más compleja máquina que el hombre ha des-
arrollado –hablando del cerebro electrónico– es un juego de niños comparado con el
más simple de los organismos vivos. El aspecto especialmente intrincado es que la
complejidad aquí involucra dimensiones pequeñísimas. Y en el ámbito molecular, con-
siste en un detallado acoplamiento de molécula a molécula de tal manera que ningún
químico puede copiarlo”.
Considere esta evaluación hecha en 1971 por Garret Vanderkooi, profesor en la
Universidad de Wisconsin. Vanderkooi es un científico que estudia las enzimas, el
“trabajo” químico en las células del cuerpo que son vitales para la vida. Él dice: “En el

32
pasado, los evolucionistas estaban convencidos de que el problema del origen de la vi-
da podría ser resuelto por la nueva ciencia de la bioquímica. Para su desconsuelo, lo
contrario ha ocurrido. Lo más que se ha aprendido acerca de la estructura química y
la organización de materia viva, es que lo más difícil es aún especular en cuanto a có-
mo pudieron haberse desarrollado a partir de formas menores por evolución en proce-
sos naturales”. De hecho, “desde el punto de vista científico, la evolución pudo haber
sido una hipótesis plausible en los días de Darwin, pero ahora se ha vuelto insosteni-
ble, como resultado de los recientes descubrimientos desarrollados en la biología mo-
lecular”, afirma Vanderkooi.
Esta área de la investigación científica se ha desarrollado bastante en los últimos
decenios. En años recientes ha habido importantes avances en el estudio de los com-
ponentes y estructuras de las células, hechos posibles gracias al desarrollo del mi-
croscopio electrónico y otros métodos de estudio. Formalmente, se enseñaba que una
célula estaba compuesta de un núcleo y otras pocas partes en un “mar” de citoplasma
con grandes espacios de célula desocupados. Ahora se sabe que la célula literalmente
“está plagada”, es decir, está llena de unidades funcionales importantes, necesarias
para la vida de la célula y del cuerpo que la contiene. La teoría de la evolución asume
que la vida se desarrolló a partir de una célula “simple”, pero la ciencia hoy demuestra
que no hay tal simple célula.
Enfatizando la enorme brecha entre las moléculas y las células, Vanderkooi toma
de un libro reciente de dos bioquímicos prominentes, los doctores D. E. Green y R. F.
Goldberger, titulado Vislumbres Moleculares en el Proceso Viviente (Molecular Insights
Into the Living Process): “Hay un paso [en evolución] que aventaja a otro enormemente:
el paso entre las macromoléculas y las células. Todos los otros pasos pueden ser con-
siderados teóricamente viables –si no en un sentido correcto, por lo menos sí elegan-
temente hablando. Sin embargo, la transición de la macromolécula a la célula es un
salto de dimensiones fantásticas, que se aleja del rango de la hipótesis probable. En
esta área todo es simple conjetura”.
En otras palabras, el real “eslabón perdido” en la cadena de la evolución no es un
“medio–mono” o “medio–hombre”. Ni es un “medio–pez” o “medio–animal”. Es un esta-
do intermedio (o mil estados intermedios) entre una molécula y una célula –“Un salto
de dimensiones fantásticas… En esta área, todo es conjetura”.
La revista Look ha entendido la enorme complejidad cuando declara: “La célula es
tan complicada como la ciudad de New York”. Y el evolucionista Loren Eiseley toma del
biólogo alemán Von Bertalanffy cuando afirma: “Entrar en detalles sobre la organiza-
ción físico–química de la célula más simple está más allá de nuestra capacidad”.
Más aún, mucho se ha aprendido desde principios de los 50 cuando James Watson
y Francis Crick descubrieron la estructura de la molécula del ADN (Ácido desoxirribo-
nucleico), por cuyo trabajo recibieron el premio Nobel en 1962. El ADN es increíble-
mente pequeño, y vive dentro de los cromosomas que se encuentran en los núcleos
que se encuentran en cada célula viva. Pero el ADN es una maravillosa molécula que
contiene el secreto de la herencia. Ella “deletrea” un increíble complejo de mensajes en
código, los cuales transmiten al nuevo ser todas las instrucciones necesarias para ca-
da aspecto genético.
Un volumen de La Biblioteca de Vida y Ciencia (Life–Science Library) acerca de La
Célula dice que es un hecho particular de “las moléculas de ADN que hacen que una
yegua dé a luz un caballo y no una jirafa, una ostra u otro animal; que determina el
color de los ojos, la textura del cabello, la forma de los dedos”. (Y como se muestra en

33
el capítulo anterior, es el ADN el que garantiza que todas las variaciones permanezcan
dentro del tipo básico).
La cantidad de información codificada en el ADN de un organismo es sorprendente.
La información en una simple célula de ADN humano se estima en un equivalente a
1000 volúmenes impresos con 600 páginas por volumen y 500 palabras por página.
¡La intrincada complejidad de la supuesta “célula primaria” es absolutamente absur-
da! En lugar de que las investigaciones de la evolución se conviertan en convergentes,
donde encontrásemos todas las respuestas, la bioquímica y la biología molecular la
han hecho divergente y en lugar de respuestas sólo encontramos más preguntas. Pues
en lugar de que emerjan resultados simples de la investigación, sólo encontramos más
complejidad.
Esta es la razón por la que Sir James Gray, profesor de zoología de la Universidad
de Cambridge dice: “Una bacteria es mucho más compleja que cualquier sistema in-
animado conocido por el hombre. No hay un laboratorio en el mundo el cual pueda
competir contra la actividad bioquímica del más pequeño de los organismos vivos.”
Dentro de una simple célula bacteriana (Echerichia coli) hay un estimado de 1’000.000
a 3’000.000 de moléculas proteínicas incluyendo 2.000 a 10.000 diferentes tipos de
enzimas –todo en un espacio de 1/25.000 de pulgada de diámetro y 3/25.000 de pul-
gada de longitud. Una simple célula del hígado contiene un estimado de 53’000.000 de
moléculas de proteína que probablemente incluya millares de diferentes tipos de enzi-
mas, todas organizadas dentro de una lenta “máquina” celular.
Así es que, la próxima vez que usted escuche a un evolucionista teorizar acerca de
“cómo la vida se originó de una simple célula”, dígale que esa idea de “simple” célula
pasó a la historia con la Segunda Guerra Mundial.

La Imposibilidad Estadística de la evolución


De todo esto y mucho más, es mayormente más claro que sería más fácil para la
ciencia mostrar que la evolución es imposible en lugar de explicar cómo ocurrió. Una
rama de las matemáticas se relaciona con la probabilidad estadística ––la oportunidad
de que un evento pueda ocurrir de manera indirecta o accidental––. Por ejemplo, pues-
to que una moneda tiene dos caras, la posibilidad de obtener la cara es 1 de 2. Uno de
un par de dados tiene seis caras; por lo tanto, la posibilidad de obtener un 4 es de 1
entre 6. Para obtener la posibilidad de sacar 2 veces 4 en dos tiros, nosotros multipli-
caríamos la probabilidad del primer evento que es 1/6 por la probabilidad del segundo
evento que es de 1/6 y se encontraría que la respuesta es de 1/36.
Obviamente, la probabilidad es mucho menor cuando incrementamos el número de
posibilidades. Los matemáticos encuentran que una persona que desee obtener el
mismo número 10 veces sucesivamente tiene sólo una oportunidad entre 6 millones
con el mismo dado. Y si el dado –como una célula viviente– fuera hecho de un material
tan frágil que durara sólo unos pocos cientos de momentos, la oportunidad de obtener
el mismo número diez veces en una oportunidad se reduciría grandemente de tal mo-
do que sería virtualmente imposible.
Los científicos y los matemáticos han gastado mucho tiempo computando la posi-
bilidad de que la vida pudiese haberse originado casualmente. Lecomte du Nouy, un
científico francés ha realizado una obra relacionada con esto. Su libro Destino Humano
(Human Destiny) habla sobre estas investigaciones. Lecomte du Nouy consultó al pro-
fesor Charles Eugène Guye, un matemático suizo, en cuanto a las posibilidades de que
una molécula de proteína simple pudiera ser formada al azar. La molécula de proteína

34
contiene los elementos carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno –más una traza de
elementos metálicos tales como el hierro, cobre o sulfuro. La mayoría de los científicos
están de acuerdo en que esta molécula representa la forma más simple y básica de
materia viva. Pero aun así, nótese la complejidad de una molécula de insulina, una de
las más simples y más pequeñas entre las proteínas. Como todas las proteínas, la in-
sulina consiste en cadenas complicadas de aminoácidos. La molécula de insulina con-
tiene 51 unidades de aminoácidos en dos cadenas, una con 21 y la otra con 30. Cada
unidad de 51 contiene 254 átomos de carbono, 377 átomos de hidrógeno, 65 átomos
de nitrógeno, 75 de oxígeno y 6 de sulfuro; ¡un total de 777 átomos en exacta combi-
nación!
Para simplificar el problema, en cuanto nos sea posible, el profesor Guye considera
una molécula como continente de sólo dos elementos en lugar de 5 como es usual. La
primera conclusión es que no había suficiente materia en existencia para proveer una
oportunidad para tal molécula, para que se formara al azar o por combinación. De
acuerdo con el profesor Guye, ello involucraría una masa de material millones de ve-
ces más grande que todo el universo conocido, incluyendo las galaxias más lejanas.
Para formar aun una molécula de proteína simplificada, sería necesario un gran
número de combinaciones atómicas bajo las condiciones estrictamente apropiadas.
Tomando en cuenta la gran complejidad de los átomos, la posibilidad estadística de
que tal proteína se pudiera formar es 0. No es sólo que no hay suficiente materia en el
universo para que tal combinación compleja tenga lugar, sino que tampoco hay sufi-
ciente tiempo. Aun si el material de esta masa unida fuese amasado junto muchas ve-
ces por segundo, se requerirían billones y billones de años para proveer una oportuni-
dad para que esta molécula de proteína se formara al azar. Así es que suponiendo que
la tierra haya existido por evolución estimada en 4.5 billones de años, no habría pasa-
do ni siquiera el tiempo suficiente para que esto ocurriera.
Por supuesto, estas figuras se refieren sólo a la formación de una simple célula de
proteína, muy simplificada. El mismo matemático señala que si intentamos expresar el
azar en la formación de una célula, “las figuras precedentes parecerían insignifican-
tes”. En otras palabras, el tiempo suficiente para la formación de una célula es tan
fantásticamente grande como la edad de la tierra, que puede ser considerado matemá-
ticamente imposible. Con estos aspectos en mente, podemos entender la afirmación de
Lecomte du Nouy: “Sería imposible para explicar, o para contarlo, no sólo el nacimien-
to de la vida sino aun la aparición de las sustancias que se requieren para constituir
vida, conocidas como moléculas altamente disimétricas”.
Así pues, vemos que Darwin estaba en lo correcto acerca de algo: el mismo “Após-
tol de la evolución” admitió: “El nacimiento tanto de especies como de individuos con
partes iguales hace parte de la gran secuencia de eventos que nuestra mente se rehu-
sa a aceptar como resultado de un azar a ciegas. La comprensión de ello nos hace lle-
gar a tales conclusiones”.
Para que una rana se convierta en un gran príncipe en un instante, se requiere un
acto mágico encontrado sólo en las historietas para niños. Los evolucionistas preten-
den que la misma situación generada en billones de años hoy la llamemos ciencia. El
tiempo es la hermosa damisela mágica. Considerando nuestro origen divino y nuestro
destino eterno celestial, ¡el evolucionismo pasa a ser, sin duda, un cuento de hadas!
Los evolucionistas pagan su impuesto a la ciencia y se llaman ciencia mientras al
mismo tiempo consideran la creación de la vida como un acto espontáneo, mágico. Los
creacionistas son acusados de caer en lo irreal y mágico porque aceptan el acto sobre-
natural de Dios como el originador de lo que existe. Pero los creacionistas, a diferencia

35
de los evolucionistas, no disfrazan la magia detrás de resonantes palabras que preten-
den ser científicas. Creer en la teoría evolucionista requiere fe, no en un acto científico
sino en una imposibilidad matemática.

36
9. EL ORIGEN DEL SEXO
Cuando se trata de “explicar” el origen de la vida, la evolución es un guía ciego que
no lleva a ningún lugar. Pero aparte del origen de la vida, otra pregunta que la evolu-
ción no no puede responder es: ¿de dónde viene no sólo Adan sino también Eva?
Los evolucionistas enseñan que la vida evolucionó de formas más sencillas de vida
a formas más complejas, mayores. ¿Pero qué vemos cuando observamos las formas
menos complejas de vida? No hay protozoos femeninos ni masculinos; tampoco ame-
bas masculinas ni femeninas. Un unicelular como la ameba se reproduce asexualmen-
te por división celular; simplemente dividiéndose para formar un par semejante. Si la
reproducción asexual es eficiente, –y sí que lo es, pues todavía esos organismos sobre-
viven hoy de la misma manera, entonces ¿por qué fue necesario que existiera la repro-
ducción sexual?
Evolucionistas como J. William Schopf, paleontólogo y geólogo de la UCLA, señala
que el sexo aparentemente no existía en la tierra durante los primeros dos tercios de
historia de la biología (esto podría ser los primeros tres billones de los 4.7 billones es-
timados para la edad de la tierra). Sin embargo, los científicos están divididos en torno
a la pregunta de cómo surgió el sexo. No se requiere cavilar en torno a las formas más
sencillas de vida, pues ellas son asexuales. Entonces, ¿ por qué el sexo? ¿de dónde se
originó?, ¿cómo se desarrolló?
Los masculinos y femeninos son tan diferentes, tanto que les damos nombres dife-
rentes dentro de la misma especie: hombre y mujer, gallo y gallina, yegua y caballo,
etc. Estas diferencias deberían ser consideradas como cosas que “pudieran haber sur-
gido” por casualidad.
Pero masculinos y femeninos no son sólo diferentes, sino también, obviamente, in-
terdependientes. Un grupo de masculinos aislados o un grupo de femeninos aislados
terminaría con cualquier especie. ¿Cómo entonces pueden los órganos sexuales mas-
culinos y femeninos que se complementan perfectamente el uno con el otro crecer, pa-
ralelamente y permanecer sin capacidad de ser utilizados hasta que hayan alcanzado
su completo desarrollo?
Si las glándulas mamarias vinieron por evolución, ¿cómo alimentaron los femeni-
nos a sus pequeños al comienzo del tiempo? ¿Si hubiera habido otra forma de alimen-
tar a los pequeños, para qué desarrollaron senos? Y si los senos se desarrollaron por-
que eran una forma superior de alimentar, estonces, ¿por qué aún tenemos animales
que se alimentan de otra manera y también sobreviven?
La revista científica Discover de febrero de 1984 contenía un título sugestivo para
uno de sus artículos: “¿Por qué el sexo?”. Los autores toman las palabras del Dr. Gra-
ham Bell, un genetista de la Universidad McGill de Montreal, quien dice: “Nadie ha lle-
gado muy lejos cuando se trata del problema de cómo se originó el sexo” .

37
Ellos explican que “la reproducción asexual [sin sexo], parece ser la forma más útil
para la naturaleza. Es más rápida y más eficiente…–dice George Williams, un biólogo
de la Universidad del Estado de New York en Stony Brook,– ‘a primera vista y a se-
gunda y a tercera, parece ser que el sexo no pudo haber evolucionado’”.
Los autores resumen la pregunta “¿Por qué el sexo?” al admitir: “La evolución más
sencilla es el acertijo más grande y más complejo”.
En contraste con las teorías extremadamente especulativas acerca del origen del
sexo, la Biblia dice claramente de dónde vinieron Adan y Eva. El mismo primer capítu-
lo del Génesis en cuanto a la creación del hombre dice: “varón y hembra los creó”. Si,
Dios mismo dio a Adan una compañía, creando a Eva de una costilla del hombre. Ella
no fue hecha de la cabeza para sentirse superior a él o controlarlo, ni de sus pies para
ser desechada o sentida como un ser inferior, sino de una costilla de su lado, para que
estuviera a su lado como su igual, bajo su brazo para ser protegida y junto a su cora-
zón para ser amada. Como parte del hombre, hueso de su hueso y carne de su carne,
ella era su segundo yo, mostrando la estrecha unión y el afecto que debería existir en
esta relación. Así pues, además de tantas otras maravillas que Dios se inventó, tam-
bién inventó y creó el sexo.

38
10. ENTROPÍA VERSUS EVOLUCIÓN
Hay una ley importante en la ciencia conocida como la segunda ley de la termodi-
námica la cual es diametralmente opuesta a la idea básica de la evolución. Esta ley,
algunas veces llamada el principio de la entropía, no surge de la especulación. Está
firmemente fundada en incontables experimentos en sistemas de tamaños desde nu-
cleares hasta astronómicos y nunca ha habido una excepción en lo que se ha observa-
do.
Sir Arthur Eddington mostró perspicacia cuando denominó esta ley “la flecha del
tiempo”, porque ella ayuda a ilustrar el sentido del tiempo en la naturaleza –la única
ruta para los eventos. Cuando los eventos toman lugar, lo hacen de tal manera que
sirven para distinguir entre retrocesos y avances. Los antiguos han hecho listas de
eventos que nunca pueden ocurrir en reversa: los ríos no fluyen montaña arriba, las
plantas y los hombres no crecen hacia abajo, los incendios forestales no convierten las
cenizas en árboles adultos.
Sólamente en un mundo mágico o de sueños podemos imaginar una tendencia de
retroceso en los eventos; un mundo donde el alimento, ya utilizado, emerge entero, o
las Cataratas del Niágara regresan hacia las montañas en reversa o una bomba atómi-
ca hace explosión revertida en casas, calles y multitudes de personas tranquilas. En el
mundo de la realidad, el mundo de la ciencia, los eventos siguen en una sola dirección
–la dirección en la que el desorden se incrementa y el orden es destruido.
La entropía es una medida de la pérdida del orden, la pérdida de energía útil. Está
basada en la observación de que hay un fluido constante de calor de cuerpos calientes
a cuerpos fríos y nunca espontáneamente en dirección reversa. Coloque un objeto ca-
liente, tal como una plancha eléctrica, en un dormitorio y desconéctela. Después de
un tiempo, la plancha se ha enfriado y el aire se ha calentado, y todos los objetos en el
dormitorio han alcanzado una temperatura uniforme –la energía calórica tiende a ser
equitativamente distribuida pero menos reutilizable.
La plancha en el dormitorio es como el sol en el cielo. La energía del sol tiende a di-
siparse y a ser distribuida por todo el universo. La segunda ley de la termodinámica, o
entropía, indica que el universo está “reduciéndose” a una condición en la que todos
los cuerpos estarán a la misma temperatura extremadamente baja y ninguna energía
se podrá obtener. Esta descalorización o retroceso ha sido llamado muerte de calor y
ocurrirá ciertamente si los procesos presentes continúan indefinidamente (es decir, si
Dios no interviene como los cristianos creemos que lo hará).
Las palabras de Sir James H. Jeans, eminente físico y astrónomo inglés, son aún
verdad como cuando fueron escritas hace algunos años: “El universo es como un reloj
que va retrocediendo, un reloj el cual, tanto como lo conoce la ciencia, ningún viento
puede detener, que no puede detenerse a sí mismo y que debe detenerse en el tiempo.

39
En el presente es un reloj de destrucción parcialmente detenido, el cual debió, en al-
gún tiempo en el pasado haber sido inmovil en alguna manera desconocida para noso-
tros”. Este modesto hombre de ciencia sigue diciendo: “Todo señala con fuerza sobre-
cogedora un evento definido, o serie de eventos, de creación en algún tiempo o tiempos
no infinitamente remotos. El universo puede no haber sido originado por azar sin con-
tar con sus ingredientes presentes, ni pudo haber sido siempre el mismo que es aho-
ra”.
Usted lo ve, la existencia de materia física en todo el universo ha sido siempre un
problema embarazoso para los evolucionistas quienes no pueden explicar su origen.
Considerando la verdad definida ex nihilo nihil fit (fuera de la nada nada es hecho) ellos
quedan sólo con dos alternativas para considerar en cuanto a la materia: o que fue
creada o que ha existido siempre. No dispuestos a aceptar la primera posibilidad, los
evolucionistas ateos prefieren la explicación posterior diciendo: “La materia no es difí-
cil de considerar porque es posible que sea eterna. Porque como todos sabemos, el
universo siempre ha existido”.
Esta explicación puede haber sonado plausible o por lo menos posible antes de que
los científicos entendieran la segunda ley de la termodinámica. Pero el hecho de la en-
tropía es devastador para este argumento y para la teoría de la evolución en general.
La materia no puede posiblemente ser eterna –el universo no puede posiblemente
siempre haber existido, si la energía que tenemos está disminuyendo como lo sabe-
mos.
Todo en la naturaleza señala un comienzo de las cosas. La ciencia claramente
muestra que el universo no pudo haber existido desde un pasado eterno o haber sur-
gido a partir de la energía útil y luego haber tenido un punto de partida hace mucho
tiempo. El radio, el uranio y otros elementos radiactivos están constantemente emi-
tiendo radiación y perdiendo peso en la medida en que se reduce su influencia. En un
universo que no tuvo comienzo pero que siempre ha existido, ningún elemento radiac-
tivo podría permanecer.
En cualquier sistema, una cierta cantidad de energía se pierde para uso futuro.
Cuando quemamos gasolina, la energía química se convierte en calor. Mucho de esto
puede ser aprovechado por un motor que trabaja, pero una cierta cantidad será disi-
pada por fricción. Este principio es rígido no importa que la máquina sea tan pequeña
como una célula simple, tan grande como una locomotora o tan extensa como el uni-
verso mismo. El principio de entropía dice que últimamente toda la energía en el uni-
verso será uniformemente dispersada e inutilizable. Si el universo fuera infinitamente
viejo, si siempre hubiera existido, este estado de absoluta entropía podría siempre
predominar. El hecho de que el universo todavía no haya “muerto” en este aspecto
prueba, tan ciertamente como la ciencia puede probar cualquier cosa, que el universo
tuvo un comienzo. Un universo eterno puede, por tanto, ser eliminado de las posibili-
dades.

Desintegración: Una Ley Fija


Pero el principio de entropía hace más que demoler las teorías ateas sobre la eter-
nidad de la materia. La segunda ley de la termodinámica dice que el tiempo causa de-
terioro. Esto es fácil de entender pues cada cosa dentro de nuestra experiencia verifica
esta segunda ley: las casas se deterioran, los árboles se deterioran, la gente se deterio-
ra. Aun las pirámides se deterioran. Por supuesto, esta tendencia innata hacia el de-
caimiento puede temporalmente ser neutralizada en el crecimiento de un niño, la for-

40
mación de un cristal o la construcción de un edificio. Pero ese niño o el cristal o el edi-
ficio o cualquier cosa eventualmente comenzará a envejecer o a quebrarse o a decaer.
Por doquier hay una tendencia innata, universal hacia el desorden y la desintegración
y no hacia el crecimiento y desarrollo.
El popular escritor científico Isaac Asimov en un artículo en el Smithsonian
Institute Journal, de modo interesante expresa la idea de entropía de la siguiente ma-
nera: “Otra forma de expresar la segunda ley entonces es: ‘¡El universo se está vol-
viendo más desorganizado!’ Viéndolo de esta manera, podemos observar la segunda ley
en todo nuestro derredor. Tenemos que trabajar duro para organizar el dormitorio, pe-
ro si se abandona, de nuevo rápida y fácilmente se desorganiza. Aunque nunca entra-
ramos, se volvería polvoriento y lleno de telarañas. Cuán difícil es mantener casas y
maquinarias y nuestros propios cuerpos en perfecto orden para trabajar; cuán fácil es
permitir que se deteriore. De hecho, todo lo que tenemos que hacer es nada, y todo co-
lapsa, se rompe, se razga, todo por sí mismo, y eso es todo a lo cual la segunda ley se
refiere”.
Pero esto es evolución en reversa. Actualmente, como el Dr. Henry M. Morris lo in-
dica, “Podría difícilmente ser posible concebir dos principios tan completamente
opuestos como el principio de entropía y el principio de la evolución. Cada uno es pre-
cisamente el opuesto del otro. Como Huxley lo definió, la evolución involucra un con-
tinuo incremento del orden, de la organización, del tamaño, de la complejidad. El
principio de la entropía involucra un continuo decrecimiento del orden, de la organiza-
ción, del tamaño, de la complejidad. Parece axiomático que ambos no puedan posi-
blemente ser verdad. ¡Pero no hay por qué cuestionar la veracidad de segunda ley de
la Termoninámica!”.
Así pues, la entropía y la evolución son “dos sistemas diametralmente opuestos.
Están de acuerdo únicamente en un aspecto y es en que ambos involucran un cambio
continuo. Pero en uno el cambio es hacia arriba y en el otro hacia abajo. En uno es
desarrollo y en el otro es deterioro; uno es crecimiento y el otro es decaimiento”.
Los evolucionistas, viendo el insuperable problema que esto trae para su teoría, a
veces dicen que el principio de la entropía se aplica únicamente en el campo de la físi-
ca pero no en el campo biológico de los seres vivos. Pero la entropía parece estar en
todas partes: los sistemas físicos, dejados a la deriva, caen y paran; los sistemas bio-
lógicos se vuelven viejos y mueren. Y el evolucionista Harold F. Blum, en su libro La
Flecha del Tiempo y la evolución (Time’s Arrow and Evolution), admite el paralelo entre
los sistemas vivos y no vivos: “Como cualquier otra máquina, el sistema viviente debe
tener un suplemento de energía para su funcionamiento. Si hace un trabajo externo,
como por ejemplo, el movimiento del cuerpo o la expulsión de productos de desecho,
se necesita consumir energía libremente”.
Pero sólo por consideración de argumento, asumamos que la entropía se aplica so-
lamente a materia inanimada. La segunda ley de la termodinámica obraría aún contra
la construcción de aminoácidos y proteinas necesarias antes de que la chispa original
de la vida pudiera desarrollarse en la tierra. ¿Cómo podrían las moléculas complejas
organizarse por sí mismas cuando la tendencia universal no es hacia la organización
sino hacia el desorden y la desintegración? Aún el Dr. Wald de Harvard, considerado
antes como tal vez el único creyente en la generación espontánea en el mundo, admite
que las fuerzas de “disolución espontánea” hacen que “la generación espontánea de un
organismo vivo sea… imposible”. Porque, explica él, “En la vasta mayoría de los proce-
sos en los cuales estamos interesados, el punto de equilibrio va más hacia el lado de la
disolución. Es decir, la disolución espontánea es mucho más probable y de ahí que

41
ocurra más rápidamente, que la síntesis espontánea. Por ejemplo, la unión espontá-
nea, paso a paso, de unidades de aminoácidos para formar proteinas tiene una pe-
queña probabilidad y podría ocurrir en un largo periodo de tiempo. Pero la disolu-
ción… es mucho más probable y de ahí que ocurra mucho más rápidamente. La situa-
ción que debemos enfrentar es la de la paciente Penélope en espera de Odiseo, pero en
una situación peor: cada noche ella deshacía la llegada del siguiente día, pero aquí en
una noche se puede deshacer la labor de un año o de un siglo”.
Wald indica inmediatamente que los organismos vivos en nuestro mundo actual
son capaces de sintetizar o juntar estos compuestos orgánicos complejos pese a las
fuerzas de disolución. Hasta son capaces de vivir y crecer. El observa que “un orga-
nismo vivo es una máquina intrincada para ejecutar exactamente su función” de com-
binar, sintetizar y construir compuestos orgánicos. Una vaca, por ejemplo, puede
construir aminoácidos y proteinas en la leche que dá –pero la vaca es una fábrica vi-
viente de leche. Los elementos sin vida no pueden combinarse de tal manera para
crear los bloques constructores de vida. Esto es lo que lleva a Wald a confesar: “Lo que
pedimos aquí es sintetizar moléculas orgánicas sin una máquina. Yo creo que este de-
be ser el problema mayúsculo que nos confronta –el eslabón más débil de nuestro ar-
gumento”.
¿Cómo puede ser un hombre tan devoto a una teoría? Ya no estamos escuchando a
un científico sino más bien a un argumentador de una causa, alguien que despliega
toda una voluntad para creer.
Un último punto que podría considerarse aquí es que las mutaciones ofrecen una
perfecta ilustración de la segunda ley de la termodinámica entre los seres vivos. Por-
que la segunda ley dice que la tendencia natural de todos los cambios es hacia un ma-
yor grado de desorden. Entonces, la total dirección del cambio es deteriorante en lugar
de “desarrolladora”. Y eso es exactamente lo que son las mutaciones –cambios degene-
rativos que son perjudiciales y con frecuencia letales para el organismo que los expe-
rimenta. Aun aquellas mutaciones raras que parecen ser más bien deseables que con-
venientes para el hombre, tales como las naranjas sin semillas, no ofrecen real benefi-
cio a la planta misma.
El universo fue creado para mantenerse a sí mismo en un orden perfecto, hasta
que el hombre cayó en pecado y arruinó la creación de Dios. En ese punto el hombre
empezó a morir, los animales comenzaron a morir y el universo comenzó a deteriorar-
se. Yo creo que la maldad que cayó sobre el hombre como resultado del pecado incluyó
el efecto degenerativo de la segunda ley de la termodinámica –una de las leyes univer-
sales más y mejor probadas de las conocidas por la ciencia. No hay tal como que haya
ocurrido una evolución de nada a materia y de materia a vida pues la tendencia de to-
do siempre es hacia la otra dirección. El hecho de la entropía y la teoría de la evolu-
ción son principios contradictorios los cuales son por siempre incompatibles e irrecon-
ciliables.

42
11. FÓSILES: EL REGISTRO DE LAS ROCAS
En muchos casos la corteza de la tierra es como un ponqué gigantesco de varias
capas. En amplias áreas de capas sobre capas de rocas sedimentarias se han encon-
trado fósiles. A este estudio se dedica especialmente la geología –el estudio de la tierra
misma– y la paleontología –el estudio de elementos antiguos, especialmente el estudio
de la vida antigua preservada en los fósiles.
No es simplemente un juego de palabras decir que las rocas son vistas por los evo-
lucionistas como el fundamento real de su teoría. W. E. Le Gros Clark, bien conocido
evolucionista Británico, ha dicho: “La evidencia realmente crucial para la evolución
debe ser provista por los paleontólogos cuya empresa es el estudio de la evidencia del
registro fósil”. Thomas Hunt Morgan también declara que esta evidencia del estrato
terrestre es “sin lugar a dudas la evidencia más fuerte de la teoría de la evolución”. Y
el geólogo de Yale, Carl O. Dunbar dice: “Aunque el estudio comparativo de animales y
plantas vivos pueda dar una evidencia circunstancialmente convincente, los fósiles
proveen la única evidencia documental histórica de que la vida ha evolucionado de
formas más simples a formas más complejas”. Así que los fósiles supuestamente forta-
lecen la única real prueba de la evolución.
Es verdad que la única eevidencia física (aparte de la revelación divina, la cual los
evolucionistas rechazan) concerniente a la vida prehistórica en la tierra es la que pue-
de ser deducida de los fósiles que permanecen de las criaturas enterradas en las rocas
de la corteza terrestre. Como lo considera W. R. Thompson, “La evolución, si ha ocu-
rrido, requiere evidencia histórica… La única evidencia posible es la que proveen los
fósiles”.
Pero contrario a las aseveraciones evolucionistas, el registro fósil constituye uno de
los argumentos ¡más precisos contra cualquier presunción evolucionista posible! De
hecho, la geología contradice fuertemente la evolución, proveyendo evidencia compe-
tente contra la teoría. La historiadora Himmelfarb, en su libro cumbre, indica: “La geo-
logía ha sido notablemente poco promisoria y en lugar de ser el principal soporte a la
teoría de Darwin, es una de sus más serias debilitadoras”. Más interesante aún, Dar-
win mismo no pensó que los fósiles dieran mucho apoyo a su teoría de la evolución. La
debilidad inherente en el registro de las rocas era de tal interés para él que escribió un
capítulo entero en El Origen de las Especies titulado “Acerca de la Imperfección del Re-
gistro Geológico”.
No podemos tomar tiempo aquí para explorar la evidencia fósil que con alegatos
apoya la evolución. Su atención será llamada simplemente a los tres aspectos princi-
pales en cuanto a esta evidencia fósil con la intención de determinar cuán válida real-
mente es.

43
1. La Repentina Aparición de la Vida
Los geólogos han dado nombres a las variadas capas o estratos, de las rocas en la
superficie de la tierra. Una de las capas más bajas es llamada cámbrica. Aunque por
ninguna razón es la capa más baja de la tierra o “nivel de base” de la roca, es la pri-
mera que contiene fósiles de seres vivos, o mejor, el estrato “fosilífero” más bajo. Este
hecho contradice directamente la teoría evolutiva, la cual dice que la vida se originó en
la era Precámbrica. Digno de considerar es el hecho de que cada forma invertebrada
mayor de vida se encuentra en el estrato cámbrico –por cierto, billones y billones de
fósiles se encuentran en el estrato cámbrico. ¡Ni un fósil tan simple (más que otros que
se han alegado que son de microorganismos) se ha encontrado en las rocas precám-
bricas!
Aun Darwin reconoció este problema. Él escribió:
Hay otra dificultad aliada, la cual es mucho más seria. Hago alusión a la ma-
nera en la cual muchas especies pertenecientes a varias de las principales divi-
siones del reino animal, de repente aparecen en las rocas fosilíferas más bajas
conocidas.… Si la teoría es verdad, es indisputable que el estrado cámbrico más
bajo fue depositado con el paso de largos periodos, tan largos, o probablemente
más largos que el intervalo total entre la era cámbrica y el presente día; y que du-
rante esos vastos periodos de tiempo el mundo herbía de criaturas vivientes. Aquí
encontramos una formidable objeción… La dificultad de asignar cualquier buena
razón para la ausencia de vastas pilas de estratos ricos en fósiles bajo sistema
cámbrico, es muy grande… El caso en el presente permanece inexplicable; y
realmente puede convertirse en argumento válido contra los puntos de vista aquí
sostenidos.
Darwin escribió esas palabras hace ya un siglo. Tremendas cantidades de roca se-
dimentaria fueron depositadas antes del cámbrico, que aún no contenía fósiles. La re-
pentina explosión de vida en el periodo cámbrico es un real rompecabezas, cuando
debería haber evidencia de billones de años de evolución claramente definidos antes de
esto. En años recientes George Gaylor Simpson consideró que la ausencia de fósiles
precámbricos es “el principal misterio de la historia de la vida”. Téngase en cuenta que
el Dr. Simpson, un Paleontólogo de la Universidad de Harvard, fue profesor de paleon-
tología vertebrada en la Universidad de Columbia, antes de que estuviera por mucho
tiempo asociado con el Museo Estadinense de Historia Natural en la ciudad de New
York, donde fue curador de fósiles de mamíferos y aves. Él es un mundialmente re-
nombrado paleontólogo y ardiente evolucionista.
Simpson honestamente admite: “Los fósiles son abundantes sólo a partir del cám-
brico avanzado, lo cual es probablemente no más de una cuarta parte de la historia
total de la vida… Entonces, con el comienzo del cámbrico, incuestionable, abundante
y muy variados fósiles de animales aparecen… el cambio es grande y abrupto. No es
sólamente el aspecto más desconcertante de todo el registro fósil sino también el más
inadecuado”.
Note esta afirmación iluminadora del libro guía de geología de Kay y Colbert: “La
introducción de una variedad de organismos en el cámbrico primario, incluyendo tales
formas complejas de artrópodos como los trilobites es sorprendente… La introducción
de abundantes organismos en el registro no debería ser sorprendente si fueran sim-
ples. ¿Por qué tales organismos complejos están en rocas de edad de 600 millones de
años y están ausentes o irreconocibles en los registros de los dos billones de años pre-

44
cedentes?… Si ha habido evolución de la vida, la ausencia de los fósiles, requisito en
las rocas más antiguas que el cámbrico es intrigante”.
El Mundo en el que Vivimos (The World We Live In), uno de los libros atractivamente
ilustrados por el Comité Editorial Life, lo señala de esta manera: “Por lo menos tres
cuartas partes del libro en cuanto a las eras registradas en la superficie de la tierra,
sus páginas, están en blanco”. Nótese también lo que la revista Scientific American de
agosto de 1964 dice: “Tanto la aparición repentina como la remarcada composición de
las características de la vida animal de los tiempos cámbricos son a veces poco expli-
cadas o dejadas de lado por los biólogos. Más aún, recientes investigaciones paleonto-
lógicas han hecho que el rompecabezas de esta repentina proliferación de organismos
vivos incremente la dificultad para que alguno lo evada… Tampoco puede la falla gene-
ral de encontrar fósiles animales en el precámbrico deberse a cualquier falta de bús-
queda”.
Los evolucionistas intentando dar una explicación dicen usualmente:
(1) “Esperar. Esta aparente falta de fósiles precámbricos se debe a la insuficiente
recolección; désenos tiempo para hacer más investigación”.
(2) “Tal vez los primeros fósiles fueron destruidos por metamorfismo (calor y pre-
sión sobre las rocas)”.
(3) “Las primeras formas de vida debieron haber sido tipos de cuerpos débiles como
para haber sido preservados como fósiles”.
Pero ninguna de estas supuestas explicaciones se puede sostener bajo un cuidado-
so escrutinio. El Dr. Norman D. Newell, paleontólogo de la Universidad de Columbia,
presenta estas tres posibilidades de explicación:
(1) Un siglo de intensa búsqueda de fósiles en las rocas precámbricas ha arrojado
poca luz en cuanto a este problema.
(2) Las primeras teorías de que estas rocas que eran predominantemente no mari-
nas o que alguna vez tuvieron fósiles y que han sido destruidas por el calor y la
presión, han sido abandonadas a causa de que las rocasprecámbricas de mu-
chos lugares son tan similares a las rocas más jóvenes en todos los aspectos,
excepto en que ellas rara vez contienen algún registro de cualquier tipo de vida
pasada…
(3) Se conocen fósiles inequívocos de invertebrados de cuerpos débiles en muchas
localidades, aunque de ninguna manera son comunes, y deben ser considera-
dos, por ahora, como pertenecientes a los registros de las rocas precámbricas.
Aunque tales localidades son raras, en una localidad sencilla en las rocas ca-
nadiences, C. D. Walcott obtuvo miles de especímenes de más de 130 especies
de animales de cuerpos débiles delicadamente preservados.
Finalmente, el Dr. Daniel Y. Axelrod, profesor de geología en la Universidad de Cali-
fornia en Los Ángeles, resume el problema que enfrentan los evolucionistas:
Uno de los principales problemas no resueltos en la geología y la evolución es
la ocurrencia de invertebrados marinos diversos y multicelulares en las rocas
más bajas del cámbrico en todos los continentes.… Sin embargo, cuando vamos a
examinar las rocas precámbricas para los pioneros de estos primeros fósiles
cámbricos, de ninguna manera podemos hallarlos. Muchas secciones delgadas
(en promedio a 5000 pies) de rocas sedimentarias, se conoce ahora, que están en
sucesión constante debajo del estrato que contiene los primeros fósiles del cám-
brico. Estos sedimentos aparentemente eran apropiados para la preservación de

45
fósiles, porque con frecuencia son idénticos a las rocas siguientes que son fosilífe-
ras, aunque no se han encontrado fósiles en ellos. Claramente, un significativo
pero no registrado capítulo en la historia de la vida, se ha perdido de las rocas
del tiempo precámbrico.

2. El “Eslabón Perdido” ¡Aún Está Perdido!


De esta manera el registro fósil no apoya la presunción evolucionista en siquiera
un aspecto principal y es, si los ancestros evolutivos de los fósiles del cámbrico alguna
vez existieron, ciertamente nunca se han encontrado.
Pero el peor, casi insoluble problema que existe en el registro fósil es el problema
de los eslabones perdidos.
Como puede entenderse, la misma escencia del pensamiento evolucionista es el
despacioso cambio. Entonces, de acuerdo con la teoría, debe haber un continuo orden
de formas vivientes, una cadena irrompible de graduaciones, con todos los grupos que
emergen imperceptiblemente. No debe haber eslabones perdidos o brechas entre phi-
lum, clases, órdenes, etc. Por tanto, si la teoría evolucionista ha de tener fundamento
científico, las transiciones graduales de fósiles deben ser encontradas.
Pero tal no es el caso. Si miramos detenidamente la fantástica idea de la evolución
como es reflejada en el registro fósil, notamos tantos “eslabones perdidos” que es im-
posible enumerarlos. Incontable número de eslabones conectores se necesitan para
sortear con éxito las brechas que separan cada grupo principal de sus supuestos veci-
nos. El estudio de los fósiles revela la completa falta de estados intermedios de evolu-
ción que deberían unir un estado de vida con otro.
Veamos cómo Darwin mismo describió la dificultad:
¿Por qué, si las especies han descendido de otras especies por finas grada-
ciones, no vemos las innumerables formas trancisionales?… Si en esta teoría las
innumerables formas trancisionales deben haber existido, ¿por qué no las encon-
tramos incrustadas incontablemente en la cortesa terrestre?… ¿Por qué entonces
no está cada formación geológica y cada estrato lleno de tales eslabones inter-
mediarios? La geología ciertamente no revela ninguna cadena orgánica finamente
graduada; y esto, tal vez, es la objeción más obvia y seria que puede levantarse
contra esta teoría… Lo que la investigación geológica no ha revelado es la exis-
tencia primaria de graduaciones infinitamente numerosas, tan raras como las va-
riedades existentes, conectándose una con otra y acercándose a todas las espe-
cies existentes y extintas… La ausencia de innumerables eslabones transiciona-
les entre las especies los cuales vivieron al comienzo y fin de cada formación,
presiona fuertemente mi teoría. La manera abrupta en la que grupos enteros de
especies repentinamente aparecieron en ciertas formaciones, ha sido considerada
por varios paleontólogos… como una objeción fatal a la creencia en la transmuta-
ción [evolución] de las especies. Si numerosas especies, pertenecientes al mismo
género o familia, realmente llegaron a la vida de una sola vez, esto podría ser fa-
tal para la teoría de la evolución por selección natural. Porque el desarrollo, por
este medio, de un grupo de formas, todas los cuales desciendan de un mismo
progenitor, debe haber sido un proceso extremadamente paulatino; y los progeni-
tores debieron haber vivido mucho antes de sus descendientes modificados… La
investigación geológica… no da respuesta a las infinitas graduaciones especiales
entre las especies presentes y pasadas requeridas por la teoría; y esta es la más
obvia de las muchas objeciones que pueden surgir contra la teoría.

46
Por supuesto, Darwin trató de refugiarse en lo que llamó “la extrema imperfección
del registro geológico” y “la pobreza de los hallazgos paleontológicos”. Él y sus entu-
siastas primeros seguidores fueron optimistas en cuanto a que las prominentes bre-
chas pronto serían llenadas. Ellos arguyeron que buena parte de la tierra estaba aún
inexplorada y que tales formas transicionales pronto serían encontradas. Pero lamen-
tablemente para ellos, después de más de un siglo de intensa investigación, tales esla-
bones entre los diversos grupos aún no han sido desenterrados. El científico historia-
dor Charles Singer señala: “Ha sido aparente que tales ‘eslabones’ existan, de hecho,
conspicuos a su ausencia”. Y el profesor Newell de la Universidad de Columbia nota
“la sistemática discontinuidad” (eslabones perdidos) en el registro fósil y admite: “Mu-
chas de las discontinuidades tienden a ser más y más enfáticas con el incremento de
los hallazgos” al paso de los años.
Hasta Darwin reconoció la seriedad de esta dificultad –y más de un centenio de
años de investigación no ha denegado en un ápice la validez de esta objeción–. Pero él
no es, en ningún modo el único que ha notado esta falla fatal en la teoría evolucionis-
ta. Muchos científicos han expresado su admiración en cuanto al hecho de que no ha-
ya eslabones conectores entre los supuestos estados de la evolución.
Por ejemplo, el Dr. Alfred S. Romer, profesor de zoología y curador de paleontología
vertebral del Museo de zoología Comparativa de la Universidad de Harvard, hace esta
candente admisión: “Los ‘eslabones’ se pierden justo donde más fervientemente los
necesitamos, y es demasiado probable que muchos ‘eslabones’ continuarán perdidos”.
El profesor G. G. Simpson, también de Harvard, confiesa que “las secuencias tran-
sicionales no son meramente raras, sino que están virtualmente ausentes… Su ausen-
cia es tan universal que no puede, en primera instancia, ser imputada enteramente al
azar…”. En otro libro Simpson dice: “Permanece cierto, como lo saben todos los pa-
leontólogos, que la mayoría de las nuevas especies… aparecen en el registro repenti-
namente y no puede seguírseles una secuencia transicional, gradual y completa”.
Si el Dr. Simpson no fuera el paleontólogo evolucionista más prominente, sus pa-
labras no tendrían tanto peso –aunque las pruebas son pruebas no importa quién las
muestre. En un libro escrito para conmemorar el centenario de la publicación del libro
de Darwin, El Origen de las Especies, Simpson nos dice: “Es un elemento del registro
fósil que la mayoría de taxa [clases de plantas y animales] aparecen abruptamente.
Ellos no están, como regla, determinados por una secuencia de predecesores con
cambios casi imperceptibles tales como los que Darwin creyó que deberían ser usuales
en la evolución… Las brechas entre los órdenes conocidos, las clases y philum son sis-
temáticas y casi siempre largas”. Aquí hay una afirmación muy importante de este es-
pecialista. ¡Simpson dice que las brechas son sistemáticas! Pero esto es lo que preci-
samente no puede admitirse si la teoría debe tener apoyo científico.
Si la evolución fuera una ley universal en la naturaleza, como lo claman los evolu-
cionistas, entonces debería evidencia abundante de continuidad y transición entre to-
dos los tipos de organismos tanto en el mundo presente como en el registro fósil. En
lugar de ello, encontramos grandes brechas entre todos los tipos básicos y escencial-
mente la misma discontinuidad claramente vista en el mundo viviente de hoy entre un
perro y un gato, el caballo y la vaca, etc., se encuentra en el registro fósil del pasado.
Aun si los intermediarios una vez vivieron pero ahora están extinguidos, por lo me-
nos algunos de ellos deberían estar preservados como fósiles. Pero excepto para unas
pocas especies extintas tales como los dinosaurios (que yo creo que no entraron en el
arca de Noé y por tanto, perecieron en el diluvio del Génesis), quedamos sin una solu-

47
ción. ¿Es plausible que “un hecho a ciegas” o al “azar” debiera siempre perder el regis-
tro de tales transiciones entre grupos y aún preservar abundantes restos de los tipos
básicos estables? La explicación más natural es que los eslabones perdidos nunca
existieron.
Esto es lo que exactamente fue propuesto hace algunos años por Austín H. Clark,
en su libro La Nueva evolución (The New Evolution). Clark, un famoso biólogo del per-
sonal de la institución Smithsoniana y él mismo un evolucionista, declara: “Puesto
que no tenemos la más mínima evidencia, ni entre los animales vivos ni entre los fósi-
les, de cualquiera de los tipos intergraduales que preceden a los grupos principales, es
una correcta suposición de que nunca ha habido tales tipos intergraduales”.
Además, en el mismo libro, el Dr. Clark afirma que “desde los tiempos más remo-
tos, desde los primeros comienzos del registro fósil, los más amplios aspectos de la vi-
da animal han permanecido incambiables. Cuando examinamos una serie de fósiles
de cualquier edad, podemos tomar uno y decir con toda confianza, ‘Este es un crustá-
ceo’ –o una estrella de mar o un braquiópodo o un anélido o cualquier otro tipo de
criatura que sea el caso–… Si están suficientemente bien preservados, no tenemos di-
ficultad para reconocer de una vez el grupo al cual cada fósil de animal corresponde…
Puesto que todos los fósiles son determinables como miembros de sus respectivos
grupos… surge el hecho de que en todo el registro fósil estos grupos principales han
permanecido escencialmente estables. Esto quiere decir que las interrelaciones entre
ellos, del mismo modo, han permanecido estables”.
Todas estas afirmaciones, honestamente hechas por los mismos evolucionistas,
son diametralmente opuestas a la teoría de cambios evolutivos pausados. Sir Julián
Huxley fue muy sincero cuando hizo la siguiente aseveraciónen el libro para niños
grandiosamente ilustrado “El Maravilloso Mundo de la Vida” (The Wonderful World of
Life): “Si la evolución es verdad, la historia fósil revelará cada rama mostrando un me-
joramiento gradual de su particular modo de existencia”. Al principio de la página hay
un diagrama que muestra varias ramas de animales terrestres provenientes de un an-
cestro común. Cada rama ilustrada tiene amplias conecciones con el tronco. La teoría
de la ameba al hombre demanda tales conecciones. ¡Pero, de hecho no las tiene, no
existen!!!
Las primeras esponjas son esponjas complejas; las primeras estrellas de mar son
incuestionablemente estrellas de mar; las primeras ballenas, completamente ballenas;
las primeras tortugas, claramente tortugas; y así sucesivamente en el reino animal. Si
el pescado evolucionó en anfibio, ¿dónde están las formas transicionales? ¿Cómo lle-
garon las branquias a ser pulmones? ¿Cómo se convirtieron las aletas en patas y mus-
los? Y si los reptiles dieron origen a las aves, ¿dónde están las formas transicionales?
¿Cómo se convirtieron las escamas en plumas? ¿Cómo se convirtieron los pesados
huesos de los reptiles en huesos huecos para las aves? W. E. Swinton del Museo Bri-
tánico de Historia Natural de Londres, un evolucionista experto en aves, afirma: “El
origen de las aves es ampliamente un asunto de deducción. No hay evidencia fósil de
los estados a través de los cuales el marcado cambio de reptil a ave fuera logrado”.
¿Por qué es siempre la misma historia –que las transiciones, los eslabones entre
los principales grupos de plantas y animales, están perdidos? E incidentalmente las
plantas presentan la misma situación. El evolucionista E. J. H. Corner, profesor de
botánica de la Universidad England de Cambridge , francamente admite que el registro
fósil de las plantas no ofrece apoyo a la evolución, pero “para los no prejuiciados, el
registro fósil de las plantas está en favor de una creación especial”.

48
A la luz de estas afirmaciones y muchas otras que podrían ser citadas en cuanto a
este aspecto, vemos que W. R. Thompson estaba en lo cierto cuando dijo “que Darwin
en El Origen no fue capaz de producir evidencia paleontológica para probar sus puntos
de vista pero que la evidencia que él produjo fue adversa a ellos; y yo puedo captar que
la posición no es notablemente diferente hoy”.
Si no hay evidencia real, pasada o presente, de que haya habido una continua serie
de formas desde la más simple hasta la más compleja, entonces, ¿cómo puede cual-
quier científico justificar que todos los organismos han evolucionado de formas más
simples? Tal presunción no está de acuerdo con los hechos y, como antes se había se-
ñalado, un hecho es más digno que mil teorías.
Ambos problemas, (1) la ausencia de fósiles en el estrato precámbrico, y (2) la au-
sencia de los eslabones conectores entre diferentes clases de organismos, son enormes
dificultades para los evolucionistas. Si alguno o ninguno de estos problemas puede ser
solucionado –y han permanecido sin solución durante cientos de años– entonces la
teoría de la evolució progresiva debe ser considerada inadecuada.

3. Razonando en Círculo
¡No solamente están los primeros tres cuartos del registro evolutivo enteramente
ocultos, sino que también el registro fósil falla en suplir los eslabones conectores aún
en el último cuarto de la cadena evolutiva! El peso de la evidencia que los fósiles dan
contra la evolución es ya aplastante, pero brevemente consideremos un tercer punto.
La lógica circular es utilizada para datar las rocas y los fósiles: la edad presumida
de cada una es usada para probar la edad de la otra. El fósil es datado por la roca en
la que se encuentra y la roca es datada por el fósil que está en ella. Si un paleontólogo
encuentra el hueso de un dinosaurio, anunciará que tiene 70 millones de años a cau-
sa del estrato de roca en el que se encontró. Obviamente, cualquier cosa encontrada
en una roca formada hace 70 millones de años, tuvo que haber sido enterrada cuando
esa roca fue formada y debería tener también 70 millones de años. Pero ¿cómo sabe-
mos que cierto estrato de roca tiene realmente 70 millones de años? ¡Simplemente
porque encontraron dinosaurios allí!
Éste es un ejemplo transparente de tautología. Un elemento es usado para “probar”
otro. Pero luego que un científico ha usado los fósiles para decir la edad de las rocas,
¿por qué debe permitirse que dé media vuelta y use tal formación rocosa para decir la
edad de los fósiles? ¡Seguimos dando vueltas! Uno puede probar cualquier cosa si él
inicia con su conclusión y luego razona en círculo.
Cuando conocí este asunto, la revelación fue un fuerte choque para mí. Yo había
asumido que las rocas eran usualmente datadas por su naturaleza mineral o litográfi-
ca, pero tal no es el caso. El profesor Henry Shaler Williams, de la Universidad Yale,
nos dice: “El carácter de las rocas mismas, su composición o su contenido mineral no
tienen nada qué ver en cuanto a un sistema particular [o nivel de edad] a la cual la
nueva roca pertenece. Los fósiles solamente son los medios de correlación”. Otras au-
toridades reconocidas en geología dicen lo mismo, como por ejemplo Grabau en Princi-
pios de Estratigrafía (Principles of Stratigraphy): “Las divisiones primarias de la colum-
na geológica están, como ya lo hemos visto, basadas en los cambios en la vida, con el
resultado de que los fósiles, únicamente, determinan si la formación pertenece a una o
a otra de estas grandes divisiones”.
E. M. Spieker, profesor de geología en la Universidad del Estado de Ohio, enfatiza
que la columna geológica se basa predominantemente en evidencias paleontológicas

49
(secuencias fósiles) más que en cualquier evidencia física tal como la naturaleza de las
rocas mismas o de su posición relativa en términos de depósitos verticales, etc.: “Y
¿qué es actualmente esa columna? ¿Sobre qué criterio descansa? Cuando todo es za-
randeado y el grano tomado de la paja, es cierto que el grano en el producto es princi-
palmente el registro paleontológico [los fósiles] y altamente semejante a la evidencia
física es la paja”.
Y uno de los más prominentes paleontólogos europeos declara: “La única escala
cronométrica aplicable… para datar eventos geológicos exactamente es provista por los
fósiles”.
Usted nota que “las eras geológicas son identificadas y datadas por los fósiles con-
tenidos en las rocas sedimentarias. El registro fósil también provee la evidencia prin-
cipal para la teoría de la evolución, la cual, a su vez, es el paradigma filosófico sobre el
cual la secuencia de las eras geológicas ha sido erigida. El sistema evolución–fósil–
geológico es, entonces, un círculo cerrado que comprime un paquete mutuamente se-
llado. Cada uno camina con los otros dos”.
La evolución asume que las rocas más antiguas contienen fósiles de animales que
son más simples mientras que las rocas más jóvenes contienen fósiles de animales
que son más complejos. Entonces se determina la edad de las rocas por los fósiles en-
contrados en ellas, de tal manera que las rocas que contienen fósiles de animales más
simples son consideradas más antiguas y las que contienen fósiles de animales más
complejos son consideradas más jóvenes. ¡Con un sistema como este, parecería que
los evolucionistas no se pudieran equivocar!
El apoyarse en este tipo de razonamiento complica a los evolucionistas; por esto
ellos no hablan mucho al respecto. Pero R. H. Rastall, de la Universidad de Cambrid-
ge, lo admite en la Enciclopedia británica (Encyclopedia Britannica): “No se puede negar
que desde un punto de vista estrictamente filosófico, los geólogos están arguyendo en
círculo. La sucesión de organismos ha sido determinada por un estudio de sus restos
enterrados en las rocas, y las edades relativas de las rocas están determinadas por los
restos de organismos que ellas contienen”.
Tal vez aun esta lógica circular no sería tan mala si fuera completamente consis-
tente, esto es, si los fósiles y los estratos de rocas que los contienen siempre fueran
encontrados en el mismo orden asumido. ¡Pero incontables contradicciones e inconsis-
tencias abundan! En cada región montañosa de cada continente se pueden encontrar
muchos ejemplos de estratos con fósiles que son menos complejos en la sima de los
fósiles más complejos. Naturalmente pensaríamos que el estrato en la sima es mucho
más reciente que los que están debajo, pero puesto que contiene fósiles “menos evolu-
cionados”, se denomina más antiguo. Es como si un gigante tomara una espada
enorme y cortara miles de millas cuadradas y las volteara al reves para que los estra-
tos quedaran revertidos.
El problema de cómo las rocas depositadas primero pudieran escalar a la superficie
de las rocas depositadas después es tan serio para los evolucionistas que, para resol-
verlo, dicen que las rocas de la sima no se formaron por sedimentación sino que pro-
vinieron de otros lugares. Esto podría ser plausible si se limitara a pequeñas cantida-
des de roca, pero como en realidad es, incontables millones de toneladas de rocas
habrían de ser removidas, tal vez por centenares de miles, para encontrarse a sí mis-
mas en la sima de los estratos “más recientes”. Todavía esto podría ser ocasionalmente
posible si estuviéramos hablando de torres de depósitos específicas, pero son con fre-
cuencia estratos que abarcan, en muchos casos, miles de millas cuadradas de área.

50
Este problema ha necesitado la construcción de una teoría sobre la teoría de la teo-
ría. Oímos acerca de teorías de “desplazamientos de capas” y de “trasposición”, pero
ellas pueden dar razón de pequeños cambios a lo sumo. Sin embargo, algunas de es-
tas capas “desplazadas” cubren un espacio inmenso. Por ejemplo, la transposición de
Lewis en el área de Montana ¡es de 6 millas de grosor y 135 a 350 millas de largo y pe-
sa aproximadamente 800.000 billones de toneladas! Sus estratos de roca están en or-
den revertido en relación con lo que demanda la teoría de la evolución, pero no hay
evidencia física real de una falla por derrumbe, no hay evidencia de deslizamiento,
demolición o acción abrasiva entre las capas; no para mencionar el problema de la
fuente de la tremenda energía requerida para mover tal gigantesco bloque de roca.
Pero estos estratos fuera de orden son muy comunes. En el mundo extraño de da-
tación geológica, cualquier combinación de eras geológicas puede ocurrir en cualquier
orden vertical. Cualquier era puede estar presente o ausente, en orden cronológico
normal o invertido, con las formaciones supuestamente “antiguas” descansando sobre
las formaciones supuestamente “más jóvenes”. Esto es exactamente contrario a los re-
querimientos tanto de la evolución como del sentido común, lo cual requeriría que las
rocas más antiguas estuvieran en el fondo.
Entonces, el registro de las rocas, como es interpretado por los geólogos evolucio-
nistas, provee un fundamento muy movediso. De hecho, Robin S. Allen, un geólogo de
cierta importancia, hizo esta llamativa aseveración: “A causa de la esterilidad de sus
conceptos, la geología histórica, que incluye a la paleontólogía y a la estratigrafía, se
ha vuelto estática e improductiva. Los métodos corrientes… para establecer la crono-
logía son de dudosa validez. Peor que eso, el criterio de correlación, el intento de igua-
lar el tiempo o de sincronizar la historia geológica de un área con la de otra, es lógica-
mente vulnerable. Los hallazgos de la geología histórica son sospechosos porque los
principios sobre los cuales están fundamentados son inadecuados, en cuyo caso de-
ben ser reformulados, o falsos, en cuyo caso deben ser descartados. La mayoría de no-
sotros rechazamos descartar o reformular, y el resultado es el estado presente deplo-
rable de nuestra disciplina”.

Exposición 1A: El Caballo


El clásico ejemplo que convence a mucha gente de la supuesta verdad de la evolu-
ción es el registro fósil de los antiguos caballos. El desarrollo del caballo es con alega-
tos uno de los ejemplos más concretos de la evolución. ¿Pero cuán válido, realmente es
este ejemplo?
1. Las ilustraciones de los libros de texto y las exposiciones en los museos impre-
sionan al observador casual ocn los aparentes estados en las así llamadas “se-
ries” de desarrollo. Pero el hecho es que esta sucesión es enteramente labor
humana y ha sido ensamblada de varias localidades. Los huesos fósiles de los
caballos fueron reunidos de diferentes lugares y deliberadamente arreglados en
secuencia evolutiva. En ningún lugar puede encontrarse este orden en las rocas
actuales. La única razón para organizar los fósiles en este orden (de los más
“primitivos” hasta el caballo moderno) es la presunción que ha tenido la evolu-
ción. Más aún, despues de arreglar artificialmente los fósiles para contar la his-
toria de la evolución, ¡los evolucionistas dan media vuelta y ofrecen lo mismo
como prueba de la evolución!
El científico Theodosius Dobshanzky francamente señala: “Muchos libros de
texto y relatos populares de biología representan la evolución de la familia del

51
caballo tomando como punto de partida al Eohippus [el caballo ‘más primitivo’]
y progresando hacia el moderno caballo, Equus. Este progreso evolucionario in-
volucraba, con alegatos, que los animales crecieran poco a poco, mientras tanto
sus pies perdían dedo por dedo, justamente hasta que quedara un casco sim-
plemente. De acuerdo con Simpson, esta supersimplificación realmente llega al
punto de falsificación”.
Aquí un eminente evolucionista cita a otro para decirnos que lo que es comun-
mente enseñado como supuesta evolución es “¡supersimplificación… una falsifi-
cación!” Y el antropólogo Ashley Montagu, un líder en su campo, deplora los
diagramas mostrados en los textos sobre evolución para ilustrar el supuesto
desarrollo del caballo. Tal diagrama, dice él, ¡”coloca el diagrama antes que el
mismo caballo”!.
2. Aún en estas famosas “series” de caballos, los eslabones transicionales entre los
estados principales están perdidos. El evolucionista Lecomte du Nouy, hablan-
do de la familia del caballo, admite: “Las formas conocidas permanecen separa-
das como los muros de un puente en ruinas… La continuidad que nosotros
presumimos puede nunca ser establecida por los hechos”.
El profesor Goldschmidt hace eco a la aseveración de du Nouy: “Dentro de las
series evolutivas pausadas, como las famosas series del caballo, los pasos deci-
sivos son abruptos, sin transición”. Así pues, ¡aquí una vez más los “eslabones”
están perdidos!
3. Así tambien para el presumido incremento en tamaño, también, “es subjetivo y
no apoyado por los datos”, dice el evolucionista George Gaylord Simpson. Él
añade: “el diagrama del pausado incremento en tamaño [de los fósiles de los
caballos] son hechos por selección de especies que cumplen con esta idea pre-
concebida”. Además muchos fósiles de caballos completos y mucho más gran-
des incluso que los caballos modernos, han sido encontrados en muchas regio-
nes. Además, hay un gran rango en tamaño entre los caballos vivos de hoy: en
primera instancia vemos inmensos caballos de carga como el clysedale o per-
cherón y aún “Un tipo miniatura de Inglaterra que con frecuencia crece no más
de 28 pulgadas”. Tales diferencias en tamaño ciertamente no son prueba de
evolución.
4. Hay una interesante discrepancia en el desarrollo esquelético de estas series; la
anatomía de varios modelos no se compara. Por ejemplo, la cantidad de costi-
llas varía entre 15 y 19: el Eohippus tenía 18 pares de costillas; el Orohippus te-
nía sólo 15 pares; entonces el Pliohippus saltó a 19; y el Equus scotti se devuelve
a 18. También las lumbares de la columna vertebral varían entre 6 a 8. Por tan-
to, muchos eminentes científicos están en desacuerdo con la cadena teórica de
los fósiles de los caballos.
5. Finalmente, considérese el cambio en el número de dedos. La evidencia para un
cambio gradual de cuatro dedos en la parte frontal de las patas y tres en la par-
te posterior hasta uno en cada lado es presentada como prueba de evolución.
Pero realmente prueba lo contrario, porque va de lo complejo a lo simple, ¡de
más dedos a menos dedos! La evolución demanda un incremento de la compleji-
dad la cual los proponentes de la teoría dicen que ha llegado a nosotros desde
la simple célula a la vida como la conocemos hoy. El perder dedos significa fa-
bricar un animal más simple, no más complejo. El proceso llevado a un absolu-
to extremo podría reducir al caballo a un organismo unicelular, pero nunca evo-

52
lucionar a partir de un unicelular hacia un caballo. Lo más que puede mostrar
las “series” de los caballos es degeneración en lugar de evolución progresiva.
¿Cuánta credibilidad podemos dar a una teoría basada en este tipo de evidencias
como sus pruebas “más contundentes”?

53
12. EL HOMBRE, ¿DEL MONO, O NO?
A través de los años he tenido ocasión de discutir sobre el cerebro infantil de Dar-
win con muchos evolucionistas. En estas discusiones he encontrado una reacción ex-
tremadamente fascinante aunque inexplicable. Cada vez que yo proclamo mi incredibi-
lidad en la idea de que los seres humanos desciendan del mono, el evolucionista son-
ríe indulgentemente y replica en una forma muy predecible: él pacientemente explica
que el desarrollo evolutivo del hombre a partir de los monos es una concepción popu-
lar errada; él asevera que Darwin nunca enseñó tal cosa, que los evolucionistas hoy no
enseñan, y que él sugiere de manera amable que yo no debería sostener mi posición
tan radical.
Con frecuencia él dirá que la evolución meramente muestra que monos y hombres
han evolucionado de algún ancestro común desconocido. Así él concluye que yo soy
culpable de difamar contra la evolución cuando, erróneamente, les imputo ideas que
la teoría nunca ha enseñado.
Naturalmente, después de ver esta reacción, comienzo a preguntarme de dónde ob-
tuvo la gente la idea de que, según la evolución, el hombre vino de los monos. He aquí
un poco de lo que he encontrado:
Darwin realmente dijo que el hombre evolucionó de los simios. En la conclusión del
capítulo IV de su libro El Ancestro del Hombre (The Descent of Man)el apóstol de la evo-
lución declaró: “El ascendiente Simio se fraccionó en dos grandes ramas: los monos
del Antiguo Mundo y los monos del Nuevo Mundo; y del último de ellos, en un periodo
remoto, el hombre, la maravilla y la gloria del universo, surgió”.
Los evolucionistas modernos perpetúan esta idea casi en coro. El profesor Earnest
Albert Hooton, antropólogo de Harvard, lo dice de este modo: “El hombre fósil inventó
las primeras herramientas y descubrió el uso del fuego; fue, probablemente el origina-
dor del idioma hablado. El se hizo a sí mismo del mono y creó la cultura humana”.
Veamos unos pocos capítulos claves entre los libros más hermosamente ilustrados
(y desafortunadamente, de mayor influencia) de la Biblioteca de Vida Natural, publica-
dos por Time–Life Books. Un volumen es llamado El Primer hombre (Early Man) y con-
tiene un capítulo titulado “De Vuelta a los Simios” (Back Beyond the Apes) y otro signi-
ficativamente llamado “Después de los Simios” (Forward From the Apes). Un volumen
sobre “Los Primates” tiene un capítulo concluyente titulado “Del Simio al Hombre”
(From Ape Toward Man). El Primer Hombre contiene un gráfico de cinco páginas donde
muestra los simios en una línea recta de desarrollo hasta el hombre moderno. Este
gráfico a todo color ha sido reproducido en incontables revistas de publicidad de li-
bros. Bajo uno de los simios dibujados (Ramapithecus), se nos ha dicho que algunos
expertos creen que esa bestia es “el más antiguo de los ancestros del hombre en línea
directa”.

54
El público se ve más engañado a causa de la deliberada graficación de simios que
caminan rectos en dos pies como el hombre, aunque los simios siempre son “gateado-
res”, desplazándose casi en todas las cuatro extremidades. Esta representación errada
de postura, supuestamente es hecha “con el propósito de comparar”, pero el lector
queda con la impresión errónea de que la evolución del hombre a partir del simio es
muy plausible.
Esos libros, ampliamente versados en la filosofía evolucionista, representan una de
las más grandes aventuras publicitarias alguna vez realizada. Y Desmond Morris es-
cribió un libro popular acerca del hombre, llamado El Simio Desnudo (The Naked Ape),
subtitulado Un Estudio Zoológico del Animal Humano (A Zoologist’s Study of the Human
Animal). El libro del Dr. Morris obtuvo amplia circulación como Selección para el Club
de Libros del Mes (Book–of–the–Month Club Selection). Ahí, él, tranquilamente declara
que “hay ciento noventa y tres especies vivas de monos y simios. Ciento noventa y dos
están cubiertos de pelo. La excepción es un simio desnudo que se autonombra Homo
sapiens… Él se enorgullece de ser el que tiene el cerebro más grande de todos los pri-
mates, pero… a pesar de ser tan erudito, el Homo sapiens sigue siendo un simio des-
nudo” .
¡Tal vez la idea popular de conectar la supuesta idea de la evolución del hombre
con la de los simios no es tan equivocada después de todo! Porque no son sólo los li-
bros populares como los mencionados anteriormente los que enseñan la conexión
hombre/simio; son textos guías usados por universitarios de nuestra nación los que
hacen que uno se pregunte: ¿habrá un mico en nuestro árbol familiar? ¿Es el hombre
un milagro, o una mutación? ¿Vino el hombre de Dios, o de un gorila?
Un ejemplo de tales textos guías (usados en la Universidad donde enseño y en tan-
tas otras por toda la nación) es el editado por un antropólogo evolucionista de fama,
Louis Leakey, titulado Adán o Simio: Una Publicación de los Descubrimientos sobre el
Primer Hombre (Adam or Ape: A Sourcebook of Discoveries About Early Man). Cuando
las mentes impresionables de los estudiantes son enfrentadas con la alternativa de
Adán o Simio, por los instructores quienes se han aferrado al dogma de la evolución,
usted puede adivinar de qué lado se pondrán ellos.
Antes de que aceptemos que la evolución no enseña que “el hombre vino de los si-
mios”, ¡los evolucionistas tendrán que contar su historia claramente!

Huesos de Conexión: Los Fósiles del “Primer Hombre”


Durante años, los evolucionistas han tratado de unir al hombre a las formas más
elementales de vida. Sus esfuerzos han fallado, puesto que el hombre no se originó de
ese modo. Pero millones de jóvenes y señoritas en el colegio han sido expuestos a re-
tratos e historias del “hombre de las cavernas” que promueven conceptos evolucionis-
tas. No hay duda de que el hombre vivió en cavernas hace muchos años –en algunas
partes del mundo aún lo hacen. Algunas tribus aisladas se pueden encontrar viviendo
bajo condiciones extremadamente primitivas hoy, y en las futuras generaciones podrí-
an desenterrar sus restos y juzgarlos como antepasados de miles de años más de edad
que otras sociedades que viven hoy.
El descubrimiento de restos humanos “primitivos”, dicen los evolucionistas, prueba
que el hombre evolucionó de criaturas semejantes a los simios. Para insertar este ar-
gumento, ellos muestran una serie de efigies de los más notorios fósiles humanos, una
“colección criminal” de fósiles humanos tales como el Hombre de Neandertal, el Hom-

55
bre de Cromagnon, el Hombre de Java, el Hombre de Pekín, el Hombre de Nebraska, el
Hombre de Piltdown, etc., finalizando con la representación del hombre moderno.
Los colegios con frecuencia llevan a los estudiantes a visitar museos que muestran
tales cuadros evolutivos. Pero Thomas Hunt, siendo un evolucionista, deplora esta
práctica y dice: “No he conocido otra forma de fallar en la intención. De hecho yo sé
que el estudiante con frecuencia es ampliamente convencido de que debe dejar de lado
toda posibilidad de que lo que yo voy a señalarle como evidencia para mi convicción no
esté libre de ser criticada”.
En primer lugar, la evidencia provista por los fósiles a la antropología (el estudio
del hombre) es extremadamente limitada. Discutiendo sobre un fragmento óseo recien-
temente descubierto y supuestamente humano, la revista Newsweek informa: “La evi-
dencia para la evolución del hombre podría difícilmente ser más tenue: una colección
de algunos cientos de cráneos fosilisados, dientes, mandíbulas y otros fragmentos. Los
antropólogos físicos, sin embargo, han sido ingeniosos para leer el registro; tal vez de-
masiado ingeniosos, porque hay casi tantas versiones sobre la historia del primer
hombre como antropólogos que las proponen. Hay sólo unos pocos hechos en los cua-
les los científicos se han puesto de acuerdo”.
Aunque la evidencia para la evolución humana es escasa y estrecha, el tema del
hombre fósil aún permanece vivo entre los evolucionistas. Examinemos esta evidencia
brevemente.
El Hombre de Neandertal: en 1856 se desenterraron de una cueva porciones de un
esqueleto en el Valle de Neander cerca de Düsseldorf, Alemania. Catorce piezas de
hueso se encontraron, pero sólo la tapa del cráneo fue de mayor valor diagnóstico. Los
seguidores de Darwin clamaron que este hallazgo era el “eslabón” entre el hombre y el
simio, y en 1856 fue clasificado como Homo (hombre) neandertalensis. Algunos restos
parciales de esqueletos similares fueron encontrados en 1886 en Bélgica y también se
lograron otros hallazgos.
Los científicos evolucionistas investigadores de ese tiempo describieron al hombre
de Neandertal como un hombre–mono semierguido. En un artículo titulado “Exaltando
al Hombre de Neandertal” (Upgrading Neandertal Man), la revista Time explicó: “La
imagen simia del Neandertal fue más tarde reforzada por los primeros escritos de este
siglo del respetado paleontólogo francés Pierre Marcellin Boule. Su descripción del
Neandertal como una criatura atrofiada y ceñuda que caminaba con las rodillas do-
bladas y los brazos bamboleándose hacia el frente, servía como el modelo para varias
generaciones de artistas y libretistas”.
El prestigio de Boule como director del Instituto Francés de Paleontología Humana
fue grande, y su obra sobre el hombre de Neandertal fue considerada como autoridad
final. La única dificultad fue que Boule estaba equivocado, y muchos otros científicos
evolucionistas perpetuaron su error durante años antes de que la verdad fuera descu-
bierta. Ahora se sabe que Boule basó sus conclusiones en un espécimen pobre: puesto
que el esqueleto que él estudió tenía una curvatura en la médula espinal, él consideró
que esto era una buena evidencia de que el hombre no siempre caminó recto.
Pero más tarde los descubrimientos de Neandertal mostraron esqueletos que eran
rectos totalmente. Subsecuentemente, el espécimen de Boule con la curvatura en la
columna fue reexaminado y se descubrió que había sufrido de una forma de artritis.
Dos anatomistas, los doctores W. L. Strauss del Hospital Universitario de Medicina
John Hopkins y A. J. E. Cave del Hospital Universitario de Medicina de San Bartolomé
en Londres, han publicado un completo estudio de la postura del Hombre de Neander-

56
tal que muestra que las supuestas características de hombre–mono son interpretacio-
nes erróneas sin fundamento de hecho. En cuanto a los restos fósiles ellos escriben:
Estábamos poco preparados para la fragmentaria naturaleza de esqueleto
mismo y para la consecuente extensión de restauración requerida. Ni estábamos
preparados para la severidad de la osteoartritis deformante que afecta la colum-
na vertebral… Por tanto, no hay razón válida para la presunción de que la postu-
ra del hombre de Neandertal… difiriera significativamente de la del hombre de
hoy… No hay nada en este patrón morfológico para justificar que el hombre de
Neandertal fuera otro diferente de un bípedo completamente erecto al pararse o
caminar. Puede ser que el artrítico [espécimen usado por Boule]… hombre de
Neandertal caminaba y se paraba con algo de kiposis patológica; si es así, tiene
semejantes en el hombre moderno que está afligido por osteoartritis espinal. Él no
puede, en vista de su manifiesta patología, ser usado para proveernos una des-
cripción de un Neandertal sano y normal. Sin embargo, si pudiera ser reencarna-
do y colocado en el metro de New York, considerando que estuviera afeitado, ba-
ñado y vestido con traje moderno, es dudoso que pudiera atraer mayor atención
que otro ser normal.
Es verdad que los fósiles de Neandertal poseen ciertas características, particular-
mente en la forma del cráneo y la cara, las cuales difieren en algo a las del hombre
moderno. Pero científicos creen que se debió al desorden pituitario conocido como
acromegalia. En su libro Desde el Simio (Up From the Ape), el evolucionista de Harvard,
Earnest Albert Hooton nos informa que “la acromegalia, una enfermedad… de la glán-
dula pituitaria, produce en sus víctimas una elongación de la cara y las mandíbulas y
un alargamiento de los pómulos y el incremento en la terminación frontal… Es posible
que los grandes pómulos, profundas mandíbulas y otras características comunes al…
tipo de Neandertal se hayan desarrollado a partir de algún hiperfuncionamiento de la
pituitaria…”.
Mientras se habla mucho del hecho de que algunos hombres fósiles tuvieron cere-
bros algo menores que el del hombre moderno (un hecho que podría ser fácilmente ex-
plicado por desformaciones degenerativas), es impresionante que el espacio para el ce-
rebro del Neandertal fuese más grande que el del hombre promedio de hoy. El hombre
moderno tiene una capacidad para el cerebro entre 1.200 y 1.500 cc., pero en Desde el
Simio, el antropólogo evolucionista Hooton nos dice que el espécimen de Boule del
hombre de Neandertal “tenía una capacidad craneana de aproximadamente 1600 cc.,
la cual está por encima del promedio del hombre europeo de hoy. A la luz del tamaño
del cerebro, los ancestros neandertales estaban muy por encima del nivel del hombre
moderno”.
Y lejos de ser bruto y bárbaro como los retratos ficticios de la ciencia lo muestran,
el hombre de Neandertal hizo dibujos en las cavernas, cultivó flores y enterró a sus
muertos. Un libro reciente llama a los neandertales “el primer pueblo de flores” y re-
porta que una expedición arqueológica encontró que por lo menos uno de los nueve
esqueletos neandertales descubiertos en la caverna de Shanidar fue enterrado con flo-
res. Comenta el Dr. Carleton S. Coon, antropólogo de la Universidad de Penssilvania y
antes presidente de la Asociación Americana de Antropólogos Físicos: “en el terreno
únicamente del comportamiento, el ejemplar de Shanidar amerita el título de Homo
sapiens [esto es, totalmente hombre “pensante”]”.
Finalmente, refiriéndose a las “múltiples concepciones erradas… encontradas en
los libros populares, aun en libros de texto”, particularmente concerniente a los “bru-
tales neandertales”, el prehistoriador francés Francois Bordes declara: “Las recons-

57
trucciones lo muestran como un poco mejor que los grandes simios y sus herramien-
tas son descriptas como ‘rudimentarias’ por gente que no serían capaces de hacerlas
para salvar sus vidas. La verdad, sin lugar a dudas, es muy diferente”.
El hombre de Cro–Magnon. Denominado así por haber sido tomado de una caverna
en el suroccidente de Francia donde los restos de estos hombres fueron encontrados
en 1868, el Hombre de Cro–Magnon era hábil para trabajar con hueso y piedra. El Dr.
William C. Putnam, profesor de geología en la UCLA, reporta que los cro–magnons “de-
sarrollaron la técnica de diseñar herramientas de piedra y armas en un grado de per-
fección nunca antes igualado”. También, este pueblo era una raza altamente artística.
Objetos de arte incluyen tallado en marfil y, en las paredes de sus cavernas hay dibu-
jos coloreados de muchos de los animales que ellos cazaban. Retratos de caricaturas
incluyen rostros humanos algunos de los cuales son barbados y otros se ven afeita-
dos. Estos dibujos, de alta calidad artística, “son vibrantemente vivos”.
El hombre de Cro–Magnon, al igual que su hermano de Neandertal, había aprendi-
do a hacer y usar el fuego. Él también enterraba a sus muertos. El profesor Hooton
reporta el descubrimiento de una familia de Cro–Magnon “enterrada con cubiertas en
sus rostros y en sus pies”.
Y la raza de Cro–Magnon se sabía que era superior al hombre moderno, tanto en
tamaño físico como en capacidad cerebral. Eran altos y bien proporcionados; los hom-
bres alcanzaban más de seis pies en estatura. En cuanto a su capacidad craneana,
era en promedio mayor que la del Neandertal o el hombre moderno. Note cómo el Dr.
Hooton habla del cráneo del hombre de Cro–Magnon que se supone que define el tipo.
“Es un cráneo masivo, largo en cada dimensión… El casco cerebral de este hombre
antiguo se estima que debía contener 1600 cc., lo cual está 150 cc., por encima del
promedio del hombre europeo moderno [y el promedio del hombre europeo moderno es
mayor que el promedio para otras razas del mundo]”. Como lo señala el Science Digest:
“Desde el hombre de Cro–Magnon,… el cerebro humano ha venido disminuyendo en
tamaño”. Esto indica degeneración, no evolución. De hecho, el hombre moderno mis-
mo puede ser un descendiente de estos ancestros, algo deteriorado.
El hombre de Java. El descubrimiento llamado hombre de Java llena un espacio
importante en la galería de la fama evolutiva. Fue hecho en 1891 por Eugène Dubois,
un doctor alemán del ejército. Dubois había ido a la isla de Java con el anunciado
propósito de descubrir el hombre primitivo y allí, en el banco del río Solo, él desenterró
dos dientes y una parte de un cráneo. Los dientes fueron encontrados separados de la
tapa craneana, a varios pies de distancia. Un año más tarde, y a una distancia de más
de quince yardas del lugar donde se encontró la tapa craneana, Dubois descubrió un
hueso de la cadera. A pesar del hecho de que la tapa craneana y el hueso de la cadera
estuvieran ampliamente esparcidos, Dubois aseguró que “¡Ambos, y los dientes tam-
bién, pertenecieron al mismo esqueleto”!.
Dibujos y reconstrucciones en los museos sobre el hombre de Java (completo y aún
con cabello), dan al insospechado público la impresión de que el espécimen debió ha-
ber estado intacto. Pero como ustedes pueden notar, los restos esparcidos eran muy
pocos. En 1894 Dubois volvió de Java y publicó su informe científico sobre el famoso
“eslabón perdido”, evolución, un volumen de la Biblioteca de la Vida Natural, dice: “De-
liberadamente y casi provocativamente, Dubois denominó la criatura que él había ma-
terializado del pasado Pithecantrupus erectus” “hombre mono erecto”, del griego
pithekos (piqeko~) para simio o mono y anthropos (anqropo~) para hombre. Dubois, sin
dudarlo, declaró que su hallazgo “representa el eslabón de transición entre el hombre
y los simios… el inmediato progenitor de la raza humana”.

58
Naturalmente sus aseveraciones causaron mucha controversia en la sociedad, aun
entre los científicos de sus días. Entonces Dubois, fastidiado por el escepticismo y la
crítica que ganó con su descubrimiento, “llegó a ser notablemente sospechoso y excén-
trico”. “En 1895 él guardó los fósiles en una caja fuerte… y no permitió que nadie los
viera durante 28 años”. No fue sino hasta 1923, después de que el Dr. Henry Fairfield
Osborn, director del Museo Americano de Historia Natural, apelara al presidente de la
Academia Alemana de Ciencias, cuando Dubois abrió su caja fuerte y de nuevo permi-
tió a los científicos ver los huesos originales. Así que hay alguna base para cuestionar
la integridad y el juicio de Dubois. Él consideraba a cualquiera que se oponía a sus
ideas como enemigo personal. Durante treinta años rechazó permitir que sus hallaz-
gos fueran estudiados por otros científicos. “Si alguno venía a su puerta y él percibía
que era un colega, simplemente no estaba en casa”. En otras ocasiones, “decía que es-
taba enfermo”.
Dubois estimó la capacidad craneana del hombre de Java en 900 cc., cerca de dos
terceras partes de la del hombre moderno; pero es imposible determinar la capacidad
craneana a partir de una tapa craneana solamente. Además, Dubois concilió el hecho
de que había descubierto también cerca de Wadjak y aproximadamente al mismo ni-
vel, dos cráneos humanos (conocidos como los cráneos de Wadjak) con una capacidad
craneana de entre 1550 y 1650 cc., algo cercano al promedio humano actual. Haber
revelado este hecho en ese tiempo (1890) podría haber hecho difícil, si no imposible,
para este hombre de Java, haber sido aceptado como un “eslabón perdido”. No fue si-
no hasta 1920, cuando estaba a punto de ser anunciado un descubrimiento similar,
cuando Dubois reveló el hecho de que había tenido en su poder los cráneos de Wadjak
durante treinta años. (Aparentemente tal elemento de evidencia que no se conformaba
con la teoría no era una práctica rara o aislada. El evolucionista antropólogo Hooton,
por ejemplo, trae a colación esta cándida acusación: “Los fósiles humanos heréticos y
no adaptables eran dejados en el limbo de los depósitos obscuros de un museo, olvi-
dados o peor, destruidos”).
Perplejamente, los evolucionistas dicen que “Dubois se convirtió, por así decirlo, en
su propio oponente. Habiendo descubierto al hombre más primitivo, él lucho denoda-
damente durante el resto de su vida para sostener que el Pithecantropus no era el
hombre más primitivo sino un hombre–mono gigante. La obra de Dubois en Java fue
continuada por el paleontólogo alemán G. H. R. von Koenigswald, quien también nos
informa que Dubois finalmente decidió que sus huesos de Pithecantropus pertenecie-
ron a un gran mono semejante a un gibón. Von Koenigswald concluye: “Por tanto,
queda manifiesto el piso movedizo sobre el cual Dubois erigió su construcción hipoté-
tica, y sólo podemos admirarnos de la audacia y la tenacidad con las cuales él defen-
dió su Pithecantropus”.
El hombre de Pekín. Cerca de Pekín, China, en 1927, Davidson Black encontró un
molar inferior. De este simple molar creó un nuevo género y lo llamó Sinantrupus Pe-
kinesis (“Hombre Chino de Pekín”). Dos años más tarde, se hicieron otras excavacio-
nes en este sitio que llevaron al descubrimiento de catorce tapas craneanas, porciones
de los huesos faciales, muchos dientes y unos pocos huesos de las extremidades. Al
comparar las piezas y combinar la información de todos los catorce huesos o partes,
todavía no fue posible restaurar un cráneo completo. El profesor Hooton explica: “Pa-
rece que estos cráneos fueron trofeos de cabezas para cazadores y, además, que los
dichos cazadores reventaban los cráneos en la base cuando estaban recién obtenidos,
presumiblemente, para comer los cerebros contenidos en ellos. Muchos cráneos mues-

59
tran que sus dueños encontraron su muerte como resultado de fracturas craneanas
inducidas por fuertes golpes”.
La evidencia dada por el hombre de Pekín fue siempre escasa, pero ahora no existe,
porque se perdió cuando los japoneses avanzaron hacia Pekín en Diciembre de 1941.
Todo lo que existía del hombre de Pekín desapareció, nunca más ha sido visto. Hasta
este día, no ha llegado registro alguno a la luz del infelizmente fatal hombre de Pekín.

“No Ponga su Fe en Reconstrucciones”


La evidencia fósil de la evolución del hombre es, por tanto, extremadamente esca-
sa. Hacia 1956 el paleontólogo G. H. R. von Koenigswald, quien invirtió mucho tiempo
de su vida temprana investigando los fósiles humanos, calculó que si todos los ya co-
nocidos fragmentos del Homo erectus fueran juntados, podrían abarcar confortable-
mente un espacio de una mesa de tamaño mediano.
Pero esta escasez no ha estorbado a los evolucionistas para “reconstruir” fragmen-
tos de fósiles en individuos completamente conformados. Qué tan precario puede ser
este negocio de restauración de un espécimen a partir de un fósil, es considerado en
esta afirmación del Dr. Hooton: “A ningún antropólogo se le justifica que reconstruya
un esqueleto de un tipo no familiar de fósil humano de partes como una tapa cranea-
na, uno o dos dientes, y tal vez unos pocos fragmentos de una mandíbula y huesos
largos… Se infiere considerando las partes perdidas como muy precario, a menos que
se puedan obtener esqueletos completos de otros individuos del mismo tipo para apo-
yar la reconstrucción”.
Una reconstrucción no es más que una interpretación de un científico y tal inter-
pretación será inevitablemente su opinión subjetiva con prejuicio personal. “Cuando
un científico encuentra un hueso sencillo o una muela que supuestamente data de
más de cien años, ¿con base en qué medida puede él hacer un dibujo de toda la cria-
tura? Cuando los primeros huesos fósiles fueron descubiertos hace muchos años, no
había otros huesos con los cuales comparar, otras medidas con las cuales juzgar, así
que las primeras conclusiones sobre el hombre antiguo fueron el producto de la ima-
ginación. Los hombres que dibujaron tales retratos se imaginaron al hombre semejan-
te a un simio en su forma física, así que lo dibujaron con características faciales de
una criatura con una serie de semejanzas entre un hombre y un simio. Le dieron una
cierta postura agachada, un gran rostro con amplias mandíbulas y una apariencia de
dudosa inteligencia. Este retrato ha permanecido con nosotros através de los años”.
El antropólogo de Harvard Earnest Albert Hooton nos previene: “No pongan su fe
en reconstrucciones”, porque los científicos no pueden contar cómo eran los ojos, ore-
jas, nariz y labios. Ellos no saben de qué color era la piel o el color del cabello o la tex-
tura o si tenían bastante o poca barba o no tenían barba. De hecho, un cráneo de
Neandertal puede hacerse que parezca muy moderno o muy primitivo.
El profesor Hooton concluye con esta penetrante aseveración: “Algunos anatomis-
tas modelan reconstrucciones de cráneos humanos rellenando las partes sencillas de
la cabeza y el rostro sobre un modelo de cráneo y producir un busto proponiendo que
representa la apariencia del fósil humano en vida. Cuando volvemos a la condición
fragmentaria de la mayoría de los cráneos, los rostros usualmente incompletos, pode-
mos claramente ver que aun la reconstrucción del esqueleto facial abre espacio para
dudar ampliamente en cuanto a los detalles. Intentar restaurar las partes más senci-
llas es una labor mucho más arriesgada. Los labios, los ojos, las orejas y la termina-
ción nasal no están unidos a terminaciones óseas. Usted puede, con igual facilidad

60
modelar de un cráneo neandertaloide las características de un chimpancé o las faccio-
nes de un filósofo. Estas restauraciones alegadas de antiguos tipos de hombres tienen
muy poco, si es que tienen, valor científico y sólo sirven para engañar al público”.

Excavaciones en el Cráneo
Los evolucionistas procediendo como lo hacen con la base de tal evidencia invero-
símil, llegan a cometer errores exagerados. Uno de esos fiascos es el hombre de Ne-
braska.
El hombre de Nebraska era actualmente nada más que una pieza dentaria, una
simple muela encontrada en Nebraska por un individuo llamado Harold Cook en 1922.
Cook envió la muela al famoso pelaontólogo Henry Fairfield Osborn, director del Mu-
seo Americano de Historia Natural en la ciudad de New York. Fascinado con tal ha-
llazgo, Osborn inmediatamente comparó el espécimen con “todos los libros, todos los
modelos y todos los dibujos” y consultó con otros tres científicos, dos de los cuales
eran eminentes especialistas en fósiles de primates. Aquí, sintieron ellos, estaba la
primera prueba del hombre primitivo en el continente (sic) norteamericano. Ellos es-
cribieron un artículo para una revista científica anunciando el descubrimiento, dicien-
do: ¡”Es difícil creer que una simple pieza dentaria erosionada por el agua… pueda se-
ñalizar el arribo de primates antropoides en Norte América… Hemos estado ansiosa-
mente anticipando algún descubrimiento de esta clase, pero no estamos preparados
para tal evidencia convincente”!.
Osborn y sus colegas no podían decidir bien si el dueño original de la pieza denta-
ria debía ser clasificado como hombre–mono o como mono–hombre. A éste le fue dado
el nombre de Herperopithecus haroldcookii (“Mono occidental de Harold Cook”) y llegó a
ser conocido popularmente como el Hombre de Nebraska. Ellos reconstruyeron esta
criatura de su muela solamente, exhibiendo su forma exacta, aun con prominentes
cejas y amplios hombros. De hecho, en 1925 la muela del Herperopithecus fue intro-
ducida como “evidencia” por el experto testimonio de evolucionistas en el famoso enfo-
que de “la prueba del simio” en Tennessee.
Pero dos años más tarde, la carrera del hombre de Nebraska llegó a un alto abrup-
to. Se descubrió que no era un hombre. Ni siquiera era un mono. El evolucionista Le
Gros Clark explica: “Como es bien conocido, la muela se probó más tarde ser de un
fósil de pecari” (¡un pequeño animal que parece un cerdo!) El Dr. Guane Gish dice:
“¡Este es un caso en el cual un cerdo hizo a un mono a partir de un evolucionista!”.
Experiencias como ésta tienden a hacer que muchos científicos sean más humildes
y cautelosos. El profesor Clark sigue diciendo que “¡puede haber pocos paleontólogos
que no han cometido errores de esta forma en algún tiempo o en otro!”. Pero los erro-
res son, por supuesto, comprensibles. Menos aceptable es un fraude sin derecho, tal
como el que vemos en el caso del Hombre de Piltdown de Charles Dawson.
El punto al cual muchos evolucionistas llegan a manipular los hechos tan estric-
tamente necesarios para su teoría queda bien ilustrado en el caso del “más primitivo
hombre inglés” como era más frecuentemente “logotipado” el hombre de Piltdown. A
principios de 1912, Charles Dawson, un cazador aficionado de fósiles, obtuvo algunos
especímenes para el Dr. Arthur Smith Woodward, Director del Museo Británico. Daw-
son dijo que los había encontrado en un sepulcro cerca de Piltdown, al sur de Lon-
dres.
Pronto el mundo fue informado del descubrimiento de la mayoría de un lado de la
mandíbula inferior con el primer y segundo molar aún en su sitio y una parte del crá-

61
neo. El cráneo parecía humano, pero la mandíbula era claramente la de un simio. La
superficie de los molares era plana –y solamente una mandíbula humana, con su mo-
vimiento libre, podría haber obtenido tal forma plana. Tal hallazgo parecía ser “un es-
labón perdido” en la evolución humana. Animales prehistóricos encontrados en la
misma tumba hicieron de este fósil el más primitivo hombre conocido. En honor al
descubridor, Woodward lo denominó Eoanthropus dawsoni (El Hombre de Dawson del
Amanecer), más comúnmente llamado hombre de Piltdown.
Cuando ocurría controversia entre los científicos, algunos de los cuales clamaban
que el cráneo humano y una mandíbula de un simio no podían encajar, la mayoría de
evolucionistas usaban al hombre de Piltdown para su propia ventaja. Dibujos y mode-
los en plástico de las reconstrucciones del Piltdown fueron ampliamente utilizadas en
los libros y en los museos y la Enciclopedia británica denominó al hombre de Piltdown
el segundo fósil más importante que muestra la evolución del hombre, añadiendo au-
toritariamente: “Entre las autoridades británicas hay ahora un acuerdo de que el crá-
neo y la mandíbula son del mismo individuo”. Por más de 40 años el hombre de Pilt-
down hizo su labor como miembro cardinal de la galería de la fama evolutiva.
Entonces se descubrió que el hombre de Piltdown había sido una cuidadosa obra
de encaje –¡una completa patraña!. En 1953 tres científicos (los Doctores Kenneth Oa-
kley, geólogo del Museo Británico; J. S. Weiner, antropólogo de la Universidad de Ox-
ford y Le Gros Clark, profesor de anatomía de la Universidad de Oxford) probaron que
los fósiles que comprendían al hombre de Piltdown eran una hábil pero vergonzosa
mistificación. Usando modernos instrumentos como el espectrógrafo de rayos X y el
contador Géiger, ellos sometieron los santificados fragmentos de Piltdown al examen
más completo y crítico que alguna vez se hubieran propuesto. En lugar de ser de me-
dio millón de años como originalmente se le había estimado, ¡el cráneo fue más cerca-
no a algunos miles y la mandíbula no era del todo fosilizada! Una prueba química
efectiva de datación demostró que la mandíbula no era más antigua que el mismo año
de su descubrimiento.
La mandíbula había provenido de un simio moderno, probablemente un orangu-
tán. Pero la mandíbula y los dientes no humanos habían sido astutamente “fosilizada”
al impregnarla con químicos para darle la apariencia de edad. Además, en cuanto al
cuento reforzado de los molares, se demostró más allá de toda duda que habían sido
artificialmente insertados. En los modelos de la mandíbula del Piltdown estudiados
por todo el mundo, estos detalles se perdieron, pero eran completamente claros en los
especímenes originales examinados por estos científicos en el Museo Británico. Como
se señala en el artículo del Reader’s Digest sobre “La Gran Mistificación de Piltdown”:
“Cada pieza importante se probó estar forjada. ¡El hombre de Piltdown fue una falsifi-
cación desde su comienzo hasta el final!”.
Mientras esta historia muestra que los métodos modernos han mejorado con res-
pecto a los primeros años, también muestra que los científicos pueden ser ridiculiza-
dos al examinar y datar los fósiles. Toda la historia fantástica fue publicada en La Fal-
sificación de Piltdown (The Piltdown Forgery), una fascinante “novela policiaca” de la
vida real por el Dr. J. S. Weiner, “detective principal” en el caso. Aunque “toda la evi-
dencia circunstancial señala a Dawson como el autor del fraude,” Weiner no lo acusa-
rá claramente por la ausencia de absoluta prueba. El curioso Dr. Dawson murió en
1916 a la edad de 52 años y en el clímax de su fama. Si su propósito de perpetrar su
famoso fraude era lograr reconocimiento, entonces murió feliz, porque ¡”él ganó fama
en su propio tiempo tanta como el fósil que fue denominado por él –Eoanthropus daw-
soni”!

62
Sí, Charles Dawson, como Charles Darwin, está muerto, pero sus legados quedan.
“Hoy las estatuas del Hombre de Piltdown han sido removidas de sus lugares en los
museos y sus dibujos de los libros, aunque el daño que hizo al destruir la fe de la gen-
te en la creación del hombre por parte de Dios permanece en las vidas de muchos. Es
desafortunado que la reserva más grande no sea usada para enseñar a los niños que
tales hechos han sido reconocidos por reputados científicos como cuestionables”.

63
13. ¿POR QUÉ ES ACEPTADA LA EVOLU-
CIÓN?
Podemos bien preguntar, ¿por qué cree la gente en la evolución? Pues a pesar de
las temerarias jactancias sobre evolución hechas por unos pocos que la apoyan, he-
mos visto que la teoría contiene varias fallas fatales. La teoría evolutiva no sólo está
despojada de pruebas sino que claramente pierde cada examen que le hemos practi-
cado. Buscamos en vano una simple hebra de evidencia directa que pueda apoyarla.
Así que ¿cómo podemos explicar el hecho de que millones de personas hoy acepten la
filosofía evolutiva?
En primer lugar, Darwin presentó su teoría no a un mundo hostil sino a un mundo
receptivo, un mundo que esperaba y anhelaba tal teoría. En verdad, unos pocos teólo-
gos ardientes se mantuvieron en contra de ella, pero eran una excepción. El mundo en
1859 estaba listo para recibir el libro de Darwin y fue vendido bastante bien. ¡La pri-
mera edición fue vendida completamente el mismo día de su publicación! La historia-
dora Himmerfarb no está exagerando el caso cuando dice: “La venta del Origen sobre-
pasó las expectativas de cualquiera… Como lo eran las obras de ciencia –y qué obra de
ciencia– el Origen fue todo un éxito popular”.
Como usted puede ver, “hasta entonces, aquellos que se habían apartado de la re-
ligión organizada lo han hecho principalmente como reacción contra la corrupción, in-
tolerancia y con frecuencia, crueldad de la iglesia [Católica–Romana], defecto igual-
mente manifestado entre los siglos 16 hasta el 19, por los protestantes. Además de la
reacción contra la rigidez de la iglesia y fortalecidos por la ciencia en las dudas en
cuanto al dogma eclesiástico, muchos fueron atrapados, por supuesto, por ‘el libro que
sacudió al mundo’”.
Especialmente atrapados fueron muchos científicos que soportaron las épocas en
las que aún estaban sometidos a extrema esclavitud y autoridad a la cual fueron so-
metidos durante el obscurantismo. Ellos recordaban cómo Galileo Galilei había sido
forzado por el poder en autoridad, la Iglesia Católica Romana, a retractarse de su opi-
nión científica, una opinión que ahora se ha probado que es verdad. La opresión de la
ciencia por la estrechez mental de los clérigos guió a los científicos a buscar una vía de
escape, y Darwin le indicó un atractivo éxito hacia el final. La reacción de los científi-
cos fue lo suficientemente natural y muy comprensible. Y ellos, como Darwin mismo,
creyeron que las evidencias necesarias para llenar las brechas en la teoría podrían
surgir en el transcurso del tiempo.
Por más de un siglo, el fenómeno biológico ha sido ampliamente descripto según
las premisas evolucionistas. Si uno ve el mundo através de los espectáculos darwinia-

64
nos, si la ciencia es vista desde una perspectiva evolucionista, entonces ciertas res-
puestas automáticamente serán descartadas.
Además, la evolución se ha convertido en una filosofía ampliamente publicada y
como tal ha ganado adherentes rápidamente entre científicos y profanos. Thomas
Henry Huxley, por ejemplo, ¡era un exitoso hombre de negocios! Otro importante ora-
dor de todos los campos del pensamiento había dado su estampa de aprobación a la
evolución. Hoy vivimos en una sociedad saturada con el dogma de la evolución. La
evolución es la teoría moderna elegante que parece estar in hoy, y muchas personas
comunes la aceptan simplemente porque es ampliamente aceptada. Algunos han sido
obligados a aceptarla por temor a ser llamados ignorantes.
Probablemente la mayoría de la gente educada cree en la evolución ¡simplemente
porque se les ha dicho que la mayoría de la gente educada cree en la evolución! La
conformidad es una fuerza de motivación peligrosa. Pregúntele a cualquier adolescente
que si hay algo a lo que más le teme, es a ser diferente de la multitud. Pero no necesi-
tamos ser seducidos por el constante refrán que dice: “Todas las personas inteligentes
están de acuerdo en que la evolución es una realidad”. Debemos notar que muchos
científicos y profanos de nuestros días resisten el régimen implantado por los evolu-
cionistas –y tienen coraje moral para mantenerse en sus convicciones–.
Tal vez otros aceptan la evolución porque quieren creer en ella, prefieren creer en
un universo sin Dios. Porque si la evolución no es verdad, entonces la única alternati-
va es la creación divina –y algunos se sienten poco agradados cuando se les hace per-
cibir que Dios tiene directa relación con este mundo y con sus propias vidas persona-
les. Así es que buscan por cualquier medio posible, consciente o inconscientemente,
relegar a Dios en cuanto les sea posible. Estas personas ansiosamente abrazan cual-
quier filosofía que reemplace la necesidad de un Dios. Considerando la naturaleza
humana como es, la mayor parte de la gente cree lo que quiere creer pese a su veraci-
dad o falsedad. Cuando la gente tiene una compulsión a rechazar la idea de Dios, da
la bienvenida a las nociones “científicas” sin importar que no sean probadas o que se-
an improbables.
El deseo de liberarse de las responsabilidades propias con su Hacedor ha hecho
que muchos se vuelvan a la evolución y al ateísmo. Por ejemplo, Aldous Huxley (her-
mano de Sir Julián y novelista popular) ofrece este franco relato en una revista titula-
da “Confesiones de un Ateo Profeso: Aldous Huxley” (Confessions of a Professed
Atheist: Aldous Huxley): “Yo tuve motivos para no desear que el mundo tuviera signifi-
cado; consecuentemente asumí que realmente no tenía, y que era capaz de encontrar,
sin ninguna dificultad, razones satisfactorias para esta presunción,… Para mí mismo
así como, sin duda alguna, para muchos de mis contemporáneos, la filosofía de la au-
sencia de significado era un instrumento esencial de liberación. La liberación que de-
seábamos era… la liberación de cierto sistema de moralidad. Objetábamos la morali-
dad porque interfería con nuestra libertad sexual”.
Es triste pero cierto que nuestras naturalezas caídas resisten las demandas de la
Palabra de Dios, así como también es verdad que “el dios de este mundo [Satanás] ha
cegado la mente de aquellos que no creen”.
Pero, indudablemente, la razón principal para que la mayoría de nosotros termine
creyendo en la evolución es que se nos ha enseñado muy bien la teoría. Por varias ge-
neraciones hasta ahora, el cerebro infantil de Darwin se nos ha inyectado a la fuerza
tanto a nosotros como a nuestros hijos. Se nos ha lavado el cerebro con la teoría de la
evolución tan efectivamente, que la aceptamos con la seguridad de saber que 2 + 2 =

65
4. Antes de graduarse de bachillerato, casi todos los estudiantes son expuestos y doc-
trinados con las teorías evolutivas corrientes en cuanto al origen del hombre, pero es-
tas teorías son enseñadas como hechos reales.
La educación en la vida no queda sin su efecto. La mayor parte de la gente cree en
lo que se les ha enseñado, sin importar si es verdadero o falso. El hombre puede enor-
gullecerse de ser “el animal pensante”, pero con frecuencia falla en actuar como ser
racional. Nuestra pereza de investigar nos puede llevar a aceptar palabras de alguna
“autoridad”. La gente cree en la evolución no por causa del peso de la evidencia ¡sino
porque la mayoría no la ha examinado! Ellos creen en ella a causa del peso de autori-
dad, y vivimos en una era que adora la autoridad. La ciencia misma tiene muchos
adoradores. Se ha convertido en la religión virtual, una nueva fe –los científicos son
sus sacerdotes (no vestidos con trajes negros sino con sacos blancos), sus pronuncia-
mientos son su evangelio (que debe ser creído y aceptado), y el laboratorio es su tem-
plo. ¿Cómo, entonces, es que el promedio de personas, con poco o ningún conocimien-
to especial de varias ciencias, desafían a las autoridades? Es natural aceptar lo que
los “expertos” dicen –y la mayoría de gente lo hace.
De esta manera nuestras mentes han sido programadas, nuestros pensamientos
han sido acondicionados, nuestros niños han sido doctrinados con el dogma de la evo-
lución. Aceptamos de buena fe los asertos de los científicos que enseñan la teoría de la
evolución. Después de todo, si la evolución está en los libros de texto y en los super-
ampliamente ilustrados libros publicados por Time–Life, debe ser verdad.
Hasta aquí hay muchas razones comprensibles de por qué la evolución ha llegado
a ser tan universalmente aceptada al punto que permea mucho del pensamiento
humano de hoy. Todavía no sale uno del asombro de que muchas personas inteligen-
tes puedan permitirse a sí mismos ser desviados tan lejos, de los hechos de la ciencia.

Conclusión
La teoría general de la evolución ha sido aceptada sin el análisis crítico que debiera
haber tenido. Demasiado se ha considerado como hecho, tanto más se ha dado por
sentado como veraz. Cualquier teoría científica debe armonizar con todos los hechos
conocidos. Si se llegara a negar siquiera en uno de esos hechos, la teoría tendría fa-
llas. En cuanto a esto, me gustan las palabras de Thomas Henry Huxley: “Los hom-
bres de ciencia no exigen ser creídos; no están limitados por artículos de varias clases:
no hay la simple creencia de que sea un deber obligatorio con ellos sostener sus ase-
veraciones y departir con ellos alegremente, en el momento en que algo sea realmente
probado contrario a cualquier hecho, por grande o pequeño que sea”.
Propongo no solo que la evolución sea vista como contraria a muchos hechos, ¡¡si-
no que es improbable, improbada, insostenible, irrazonable e imposible!! Las investi-
gaciones recientes han hecho de la teoría evolutiva una hipótesis en bancarrota. Los
pilares que supuestamente apoyan la estructura evolucionista se han comprobado ser
débiles o inexistentes. El caso evolucionista del desarrollo del hombre a partir de un
ancestro no humano es un fiasco completo, porque el hombre es más que un acciden-
te biológico, más que el producto final de un germen, un molusco o un simio. Ni Dar-
win ni nadie más ha probado la teoría de la evolución. Lo único que probó Darwin es
que es peligroso aun pensar sin Dios. Si expulsamos a Dios del ambiente, nuestras
especulaciones siempre serán necias, sin fruto e inseguras.

66
14. EVOLUCIÓN TEÍSTA: INDISCRETO
COMPROMISO CRISTIANO
La evolución teísta –como una oposición a la variedad ateísta, sin Dios– es una in-
tención de armonizar la Biblia con la teoría evolutiva. Es una filosofía que dice que hay
un Dios y que es el Creador –pero que Él usa la evolución como Su herramienta o mé-
todo–. Los evolucionistas teístas piensan que la Biblia nos dice quién creó, y la evolu-
ción nos dice cómo.
La historia no registra el nombre de la persona quien, cuando se enfrentó con la
opción entre la evolución ateísta y la creación divina, preguntó primero: “¿Por qué tie-
ne que ser la una o la otra; por qué no pueden ser ambas?” A partir de ahí, los hom-
bres han intentado casar la doctrina bíblica de la creación divina con la teoría evoluti-
va sin Dios en una no santa alianza llamada “evolución teísta”. ¡Pero el matrimonio
está condenado al fracaso porque existen muchas diferencias irreconciliables entre los
dos!
Los dos conceptos son mutuamente exclusivos, como lo veremos, y la intención de
reconciliar las Escrituras con la ciencia ateísta no es aceptable ni para los creyentes
en la Biblia ni para la línea primordial de los evolucionistas. Este tonto compromiso no
ofrece seguridad real ni respuestas satisfactorias como campo intermediario, así como
el agnosticismo no ofrece un puerto seguro a aquellos que divagan entre la creencia y
el ateísmo. Desafortunadamente, tales esfuerzos “armonizadores” usualmente termi-
nan con la total aceptación de la evolución y la relegación de la historia del Génesis al
campo de la mitología.
La gran tragedia es que la iglesia cristiana, en gran medida, ¡se ha rendido ante la
doctrina de la evolución! La evolución teísta es aceptada hoy no sólo por iglesias pro-
testantes liberales sino también por la Iglesia Católica Romana. Ni siquiera los libros
de Darwin “El Origen de las Especies” ni “El Ancestro del Hombre” fueron alguna vez
incluidos en la lista de libros no aprobados por la Iglesia. De hecho, la New Catholic
Encyclopedia va más allá al señalar: “La evolución del hombre, a partir de formas infe-
riores de vida, como lo manifiestan Darwin y Wallace, no implica del todo que el hom-
bre sea meramente un animal”.
Una ilustración perfecta de las incursiones hechas por la evolución teísta es el he-
cho de que la doctrina oficial católica, enunciada por el papa Pío XII en su encíclica
Humani Generis de 1950, permite la creencia y la enseñanza de la evolución en la Igle-
sia, considerando que el carácter moral y espiritual del hombre sean reconocidos aún
como una creación divina. Esto es evolución teísta, pura y simple.
Alguien podría encontrar esta teoría alterna apelante porque el promedio de las
personas odian argüir o tomar posiciones. Y la evolución teísta, con un pie en ambos

67
campos no discute con ninguna. Él simplemente sonríe y está de acuerdo con ambas
posiciones. Pero ¿ha leído él la “impresión sutil” como para notar cuánto cuesta esa
armonía? ¿Comprometerá él la verdad a tal punto que venda su propia alma? La evo-
lución teísta es una contradicción de términos, como una “necedad sabia”. Este con-
cepto variante busca poner un halo alrededor de la teoría evolutiva, pero la evolución
teísta sigue siendo tan evolución como la evolución.
Desde el punto de vista científico, la evolución teísta no es un compromiso satisfac-
torio. No tiene distinción científica y es vulnerable a todas las objeciones (tales como
las brechas en el registro fósil, etc.) que le son acotadas a la evolución en general. Pero
puesto que la evolución teísta pretende traer a Dios al cuadro como agente evolucio-
nador, enfoquémonos en las implicaciones teológicas de esta teoría, respondiendo a
preguntas como: ¿Debería un cristiano creer en la evolución? ¿Puede uno ser un verda-
dero cristiano y todavía abrir las puertas a la teoría evolucionista? Veremos que así co-
mo la evidencia no apoya la versión ateísta de la evolución, tampoco la evidencia escri-
turaria apoyará la versión teísta. Analizando esta teoría estrechamente, lo más claro
que vemos es que es un descuidado asalto al carácter de Dios, una difamación del sa-
bio y amoroso Creador que la Biblia revela.

Rebaja las Escrituras


El investigador bíblico Louis Berkoff dice esto en cuanto a la evolución teísta: “En
una palabra, esta es una teoría que es absolutamente subversiva a la verdad de la Es-
critura”.
Más que ser sólo una sencilla variación de la creencia cristiana ortodoxa, esta teo-
ría actualmente cuestiona totalmente el relato bíblico de los orígenes. Todo lo que si-
gue en la Sagrada Escritura puede ser correctamente comprendido sólo a la luz de los
antecedentes del Génesis. Y todavía la evolución considera como “leyendas” aquellos
capítulos fundamentales. Como lo manifiesta la revista Time, “La evolución sugiere
que el Homo sapiens es descendiente no de una pareja de padres sino de muchos,
hasta el punto de hacer improbable un Adán y Eva literales”.
Los evolucionistas teístas sienten que la ciencia nos ha liberado de creer en la his-
toria bíblica de la creación. Pero el resto de la Escritura, especialmente el Nuevo Tes-
tamento, frecuentemente toma de y alude al libro del Génesis, incluyendo sus prime-
ros capítulos. Aunque muchos hoy consideren el registro del Génesis como únicamen-
te alegoría, no fue considerado así por los escritores de la misma Biblia.
Mientras proclaman su fe en Dios, los evolucionistas teístas atacan Su Palabra: el
único fundamento objetivo por el cual podemos conocer la verdad que Él ha revelado.

Su Influencia se Opone a la Sociedad cristiana


En Su inmortal sermón del monte, Jesús enseñó que “los mansos –no los agresi-
vos–heredarán la tierra”. Un seguidor de Cristo que es herido en una mejilla por un
agresor, “volverá la otra mejilla”. Pero la doctrina evolucionista se opone diametral-
mente a tal noble enseñanza. En armonía con la idea de la evolución de “la supervi-
vencia del más apto” en “la lucha por la existencia”, el filósofo alemán Friederich
Nietzsche (1844–1900) consideró que “El hombre debe ser entrenado para la guerra y
las mujeres para la procreación del guerrero; lo demás es estupidez”. Según Nietzsche,
los alemanes eran la “raza superior” de superhombres (Übermensch) y mejor aptos pa-
ra sobrevivir y dominar el mundo. Adolfo Hitler fue un devoto discípulo de Nietzsche,

68
cuyas ideas fueron fuertemente explotadas por los nazis en su despiadado deseo de
dominar. El sanguinario resultado es uno de los capítulos más tristes de la historia de
la humanidad.
Las dos filosofías, la de Cristo y la de Nietzsche, nunca pueden hacerse armonizar.
Porque hay una contradicción básica entre la regla de oro de Jesús de “hacer a los
demás lo que quisiera que se hiciera con vosotros” y la idea de la evolución, la super-
vivencia del más apto, de que “el poder obra justicia”.

Atribuye a Causas Naturales la Obra Sobrenatural de Nuestro


Creador
Siempre ha sido el plan de Satanás robar a Cristo la gloria como Creador. La teoría
básica de la evolución, siendo completamente ateísta, es una negación de Dios sin de-
recho alguno. La evolución teísta es más sutil, más indirecta en su negación, sin em-
bargo, coloca limitaciones severas al poder y la habilidad de Dios, colocándolo en la
posición de un mero “supervisor”.
Los escritores de la Biblia a través de las Escrituras aceptan el relato literal de la
creación como historia pura. Si el Génesis no fuera históricamente cierto, entonces los
otros escritores bíblicos, y Cristo mismo, serían culpables ya fuera de ignorancia o de
equivocación deliberada cuando citaron los eventos de la creación como verdades ins-
piradas. Cualquier conclusión de éstas es inimaginable para un cristiano consistente.
Nótese lo siguiente:
1. El sabio Salomón declaró! : “He aquí que esto he hallado,: que Dios hizo al
hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”.
2. El apóstol Pablo aceptó el origen del hombre por creación especial: “Así también
está escrito: fue hecho el primer hombre Adán alma viviente;… porque el varón
no procede de la mujer sino la mujer del varón… Porque Adán fue formado pri-
mero, después Eva”. Pablo también escribió de “Dios, que mandó que de las ti-
nieblas resplandeciese la luz”, refiriéndose claramente a Génesis 1:3.
3. Judas, en su carta en el Nuevo Testamento, describe al fiel patriarca Enoc como
“el séptimo desde Adán”. Pero, ¿por qué referirse a un hombre como el “séptimo”
en línea ancestral si el punto de partida para esa línea es sólo un mito?
4. Si el relato del Génesis, de la creación, es un mito, debemos tirar a la basura el
testimonio del escritor Lucas, del Evangelio, quien traza los ancestros de Jesús
hacia atrás hasta “Set, hijo de Adán, hijo de Dios”. El hecho de unir a Adán di-
rectamente con el Creador coloca a Lucas en perfecta armonía con el relato del
Génesis y en directa oposición a cualquier teoría evolutiva.
5. El apóstol Santiago también testifica del lado de la creación divina cuando es-
cribe de “hombres que están hechos a semejanza de Dios”.
6. El apóstol Pedro apoya el registro inspirado del Génesis cuando escribe de
“Noé… mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir ocho,
fueron salvadas del agua”.
7. El apóstol Juan, escribiendo el libro de Apocalipsis, corrobora Génesis (3:1–6)
cuando escribe, “la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, el cual en-
gaña a todo el mundo”. Además Juan promete que cuando la tierra sea renova-
da, “no habrá más maldición” otra vez haciendo eco al Génesis (3:17).

69
8. Aunque los evolucionistas se burlen de la idea de la creación de Dios de Adán y
Eva y del diluvio de los días de Noé, el Señor Jesús apoya a ambos. Al hablar de
la creación especial de Adán y Eva como hechos históricos, Cristo declaró: “¿No
habéis leído que el que los hizo al principio varón y hembra los hizo?”. Esto se
refiere claramente al relato de la creación del hombre en Génesis 1:27: “Varón y
hembra los creó”. Jesús también puso su estampa de aprobación en cuanto al
relato bíblico del diluvio en estas palabras: “Porque como en los días del diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día
en que Noé entró en el arca”. ¿Pueden los cristianos conscientes considerar el
Génesis como mero mito o leyenda cuando Cristo mismo reconoció su veraci-
dad?
La Biblia dice que después de que Adán fue creado, no se encontró en todo el reino
animal “ayuda idónea para él [esto es, ninguna compañía o ayudante apropiado a sus
necesidades]”. Esto muestra que Adán no fue asemejado a los animales ni tenía nada
en común con ellos. Esta es la razón por la cual Dios formó especialmente a Eva para
ser la esposa de Adán.
Aquellos que creen que la Biblia es la Palabra de Dios no pueden considerar el re-
gistro de la creación como un lenguaje meramente figurativo cuando los escritores
inspirados, y el Señor mismo, lo consideraron literal y de autoridad.

Su Método Brutal es Indigno de un Dios de Amor


Los abogados de esta teoría aseveran que la evolución es simplemente la forma de
Dios de obrar. Sin embargo, la pregunta no es si Dios podía usar el proceso de evolu-
ción como medio para crear nuestro mundo y sus habitantes sino si Él emplearía esos
procesos en la creación de la tierra. ¿Qué en cuanto a las implicaciones morales de
esta teoría teísta? ¿Podría un buen Dios usar dolor y muerte para llevar a cabo Su
obra de diseñar un mundo perfecto?
Como puede ver, el método atribuido a Dios en esta teoría es indigno de Él y levan-
ta serios cuestionamientos en cuanto al carácter de Dios.
Mientras dos estudiantes graduandos discutían en cuanto a la evolución teísta y la
creación, el más liberal preguntó: “¿Por qué es importante hacer tanta alharaca en
cuanto a cómo ocurrió, y cómo se involucró Dios?” El otro le contestó: “La creación,
como todos los actos de Dios, nos dice algo en cuanto al carácter de Dios. Lo que de-
cimos sobre la creación últimamente se refleja en nuestra comprensión de Dios. Pues-
to que la forma en que es hecha una cosa nos dice algo acerca de su inventor, debi-
éramos empaparnos de los métodos que le adscribimos a nuestro Creador”.
El método por el cual la evolución teísta supone que fue usado en la creación sería,
“Como si algún dios menor hubiera hecho el mundo, pero no hubiera tenido fuerza
para darle la forma que él quería”, como para tomar las palabras del poeta Tennyson.
El dios postulado por la evolución teísta no es el mismo majestuoso y todopoderoso
Dios de la Biblia. Al contrario, es un dios chapucero que perpetúa por las edades el
derramamiento de sangre, tropezones durante paulatinos procesos, cometiendo billo-
nes de errores en intentos de perfeccionar los organismos creados por él. “Yo garantizo
que la evolución sin duda puede permitir la creencia en un dios, ¡pero qué dios!”.
El reino sangriento de la evolución, de dientes y garras, durante millones de años
para eliminar los inaptos es denodadamente incompatible con el relato bíblico de los
orígenes. Los dos conceptos están tan lejos el uno del otro como está el oriente del oc-

70
cidente. La obra perfecta de creación de Dios fue maravillosa para contemplar y digna
de su omnipotente Autor.
“El proceso evolutivo depende en parte, de la destrucción del débil por el fuerte. La
evolución teísta hace a Dios responsable de todo esto, mientras que el concepto bíblico
de una creación perfecta y la subsecuente caída hace responsable a Satanás de la par-
te destructiva de la naturaleza”.
El ilustrado profesor de zoología de Harvard, Louis Agassiz, protesta contra la idea
de que Dios usó la evolución como Su método de creación, con estas palabras: “Las
fuentes de la deidad no podían ser tan magras, como para que a fin de crear al ser
humano dotado de razonamiento, tuviera que convertir un simio en hombre”.

Una Creación Terminada


La creación no había meramente comenzado en el tiempo hablado en los capítulos
de apertura del Génesis. El registro inspirado indica que fue terminada, y el séptimo
día fue puesto a parte como un día especial para conmemorar el final de la gran obra
de Dios.
La evolución postula un proceso ininterrumpido de creación continuada por medio
de millones de eones, mientras que la Escritura declara que la obra de la creación fue
completada, por lo menos en lo que se refiere a la tierra: “Las obras ya estaban acaba-
das desde la fundación del mundo”.
El apóstol Pablo enfatiza el hecho de una creación completa cuando dice: “Por él
fueron creadas todas las cosas”. Note que la frase verbal “fueron… creadas” está en
tiempo pasado. Por tanto, la creación no es un proceso continuo en el presente, lo cual
debería ser verdad si la evolución fuera un proceso creativo continuo.
El registro inspirado explícitamente señala que al final de la semana de la creación,
después de que Dios había traído a la existencia la tierra con todas sus variadas for-
mas de plantas y vida animal, incluyendo al hombre, la obra creadora de Dios fue un
acto finalizado. Por favor, note: “Fueron pues acabados los cielos y todo el ejército de
ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda
la obra que hizo”.
Este mismo pensamiento de la obra de Dios terminada es puesto en evidencia y se
hace eco a través de toda la Biblia en los siguientes pasajes:
Éxodo 20:11: “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas
las cosas que en ellos hay y reposó el día séptimo; por esto bendijo Jehová el
día séptimo y lo santificó”.
Salmo 33: 6, 9: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejérci-
to de ellos por el aliento de su boca… Porque él dijo y fue hecho, él mandó y
existió”.
Hebreos 4:10: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de
sus obras como Dios de las suyas”.

La Muerte Llegó a la Hora Equivocada


En los párrafos finales de su libro El Origen de las Especies, Darwin escribió que
“la producción de los animales superiores” se llevó a cabo por medio de “la guerra de
la naturaleza, de la hambruna a la muerte”. En primer lugar pregúntese usted mismo:

71
¿suena la expresión “guerra de la naturaleza, de la hambruna a la muerte”, como un
medio que Dios usaría para crear un mundo “bueno en gran manera”?
En segundo lugar, reconozca que la aseveración de la evolución, de que la muerte
fue el factor causante en la producción de animales superiores contradice la enseñan-
za bíblica del origen de la muerte.
Las Escrituras claramente enseñan que no había sufrimiento ni muerte en el mun-
do antes de que Adán pecara. La muerte entró en el mundo como consecuencia directa
del pecado del hombre:
Romanos 5:12: “Por un hombre [Adán], entró el pecado en el mundo y por el pe-
cado, la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pe-
caron”.
1 Corintios 15:21: “Por el hombre vino la muerte”.
Pero si la teoría evolutiva fuera correcta, ¡habría habido billones de muertos antes
de la existencia del primer hombre! ¡La evolución teísta nos pide que creamos que el
sufrimiento y la muerte existieron durante largos años en un mundo sin pecado hecho
por un Dios sabio y santo!

La Caída del Hombre


El tema de la Biblia es la caída del hombre en el pecado y su necesidad de un Sal-
vador. Note la secuencia de la creación del hombre y la subsecuente salvación:
1. Comenzando con una perfecta creación, luego sigue
2. La degeneración del hombre (caída de Adán y Eva), y luego,
3. La regeneración del hombre (el plan de salvación).
Pero la evolución teísta es totalmente inaceptable para todos aquellos que conoce-
mos y creemos en la Biblia, porque barre totalmente nuestra necesidad de Jesucristo
como Salvador. La única “caída” permitida en la evolución es una caída hacia adelan-
te, porque, para subrayar el pensamiento evolucionista, la idea básica es de progreso.
Y si la aseveración de progreso es correcta, si el hombre comenzó a partir de formas
menores de vida y está en un grado superior, constantemente avanzando, él no es una
criatura caída en necesidad de un Salvador sino un organismo en desarrollo, en la ru-
ta de la perfección. En lugar de estar condenado por su mitológica “caída” de la gracia,
¡el hombre debería ser exaltado por los progresos que ha alcanzado! La teoría evolu-
cionista y la teología bíblica postulan tendencias completamente opuestas.
¡Esta es la razón por la que es mejor ser un ateo completamente en lugar de ser un
evolucionista teísta! La evolución, que no tiene en cuenta la “caída” y de ahí que no
considere la necesidad de un Salvador, es decididamente anticristiana.
Pregúntese usted: ¿es el relato de la caída del hombre en Génesis una historia o un
mito? ¿Es el hombre un simio civilizado o un pecador caído? La evolución ve al hom-
bre como una bestia glorificada, una criatura que nunca caerá sino que siempre avan-
zará hacia grados superiores. Tal origen hace que la muerte de Cristo no tenga efecto
como intermediaria del hombre, como podemos percibir en la siguiente cadena de lógi-
ca:
1. Si no hay caída, entonces no hay pecado.
2. Si no hay pecado, no se necesita un Salvador que quite el pecado.
3. Por lo tanto, Cristo murió en vano.

72
De este modo, esta enseñanza roba a Cristo su rol divino como Redentor. Su sacri-
ficio redime a los miembros caídos de la familia de Dios, y puede haber redención sólo
de lo que una vez se poseyó pero se ha perdido. El hombre no es un animal en evolu-
ción sucesiva sino un pecador perdido condenado a la muerte. ¡Cristo dio su vida para
salvar a un hombre caído, no a una bestia noble!
Muchos que realmente no han estudiado el tema sienten que pueden creer en la
evolución y aun creer todo lo que dice la Biblia, excepto la pequeña parte que se refiere
a los orígenes en el Génesis. Pero el gran acto de Dios de la creación es un tema que
no se limita a una parte de la Biblia. Jesús dijo: “Pero si no creéis a sus escritos [de
Moisés], ¿cómo creeréis en mis palabras?”.
La evolución de cualquier tipo rechaza el relato de la Biblia de cómo Dios directa-
mente creó el hombre. Y es imposible disminuir el relato del Génesis considerándolo
un “mito” o una “alegoría” sin estar simultáneamente minando nuestra fe en el resto
de la Biblia.
Un evolucionista teísta debe luchar no sólo contra los hechos de la ciencia los cua-
les anulan la teoría de la evolución sino también contra los textos de las Escrituras los
cuales revelan cómo Dios creó el mundo. Como lo indica Thomas F. Heinze, “Él está
siguiendo una religión que él mismo ha creado”.
No hay conflicto, no hay contradicción entre el libro de Dios de la naturaleza y Su
Palabra escrita, porque el Autor de la naturaleza es el mismo Autor de la Biblia. La
creación y el cristianismo tienen el mismo Dios.

El Deísmo Roba a Dios Su Rol como Sustentador


La evolución teísta es sólo un paso alejado del concepto poco ortodoxo de deísmo,
el cual enseña que Dios –como un ausente dueño de un terreno– originalmente creó
un planeta tierra y sus primitivas formas de vida y luego se fue a resolver otros nego-
cios. Él puede, ocasionalmente, detenerse para ver cómo van las cosas, pero la mayo-
ría del tiempo Él deja que las cosas funcionen por sí mismas de la misma manera en
que nosotros le damos cuerda a un reloj y dejamos que continúe andando por sí mis-
mo. Desde el punto de vista mecánico del deísmo, nuestro Creador es un Dios muy
impersonal. La evolución teísta, también, considera que Dios tiene poco o ningún con-
tacto regular con la tierra y la raza humana. Pero Dios no es un terrateniente ausente
como alguien sugiere. De hecho, Él “no está lejos de nosotros: porque en Él vivimos,
nos movemos y somos”. Se debe únicamente al poder sustentador de Dios, que vivi-
mos día a día y momento a momento: “Él da a todos vida y aliento y todas las cosas”.
Cada latido del corazón es una evidencia de Su amoroso cuidado.
El deísmo y la evolución teísta nos harían creer que Dios creó el universo pero lue-
go se fue y lo dejó que evolucionara por sí mismo. En contraste, la Biblia enseña que
Dios mantiene y sostiene cada parte de su creación. La pluma de la inspiración escri-
be del Hijo de Dios: “Sostiene todas las cosas por la palabra de su poder”. “Tú has he-
cho los cielos y los cielos de los cielos con todo su ejército, la tierra y todas las cosas
que hay en ella, los mares y todo lo que hay en ellos y los preservas a todos ellos”.
Pablo, escribiendo bajo inspiración del Espíritu Santo, declara de Cristo que, “To-
das las cosas fueron creadas por Él y para Él: y Él es antes de todas las cosas y todas
las cosas en Él subsisten”. La palabra subsisten quiere decir que todas las cosas
“permanecen, son sostenidas y mantenidas”, como lo indica la Biblia Ampliada. Otras
versiones modernas como la Versión Standard Revisada, la Nueva Biblia Inglesa, la
Biblia Al Día, la Nueva Biblia Standard Americana y la Versión Nueva Internacional

73
dejan en claro que Jesús “sostiene todo en conjunto”, como el sustentador o “sustenta
el principio” del universo. ¡La mano que sostiene los mundos en el espacio es la misma
mano que fue clavada en la cruz por nosotros!

Conclusión
El registro divino es tan claro, que no hay excusas para conclusiones erradas.
“Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…
Así creó Dios al hombre a su imagen;… varón y hembra los creó”. No hay posibilidad
aquí para suponer que el hombre evolucionó por pequeñas graduaciones a partir de
formas menores de vida.
La Biblia no puede ser simplemente un “buen libro” si es un libro de mentiras. O
es verdad o no lo es. O es la Palabra inspirada por Dios, como dice serlo, o simplemen-
te no lo es.
La esperanza del hombre y el destino están determinados por la calidad de su fe.
¿Podemos como cristianos, aceptar con seguridad cualquier teoría que disminuya
nuestra fe en la Biblia? ¿Podemos aceptar una enseñanza que convierte a Dios en un
mentiroso? ¿Podemos permitirnos el aceptar las teorías confusas de la evolución –sea
teísta o la que sea–? Si estamos dispuestos a admitir en nuestra mente la existencia
de un Dios Creador, ¿por qué queremos limitar Su poder y explicar por otros medios
las claras aseveraciones de Su Palabra?
Como cristianos inteligentes, no debemos ni ignorar la ciencia ni procurar explicar
el Génesis por otros medios. Aquellos que rechazan el relato del Génesis pueden no
darse cuenta de que por este medio están rechazando el Cristianismo, puesto que la
evolución y el Cristianismo son incompatibles e irreconciliables. Si la evolución es ver-
dad, entonces toda la fábrica de fe cristiana es una masa de error. La evolución teísta
es una teoría comprometedora opuesta a la Biblia por siempre.

74
15. ¿CUÁNTO TIEMPO DURARON LOS DÍAS
DE LA CREACIÓN?
Una amplia enseñanza hoy sostiene que cada día de la semana de la creación no
fue un día de veinticuatro horas sino un largo periodo de tiempo, tal vez de millones
de años, cubriendo vastas eras geológicas.
Esta teoría de “día–era” es enseñada por muchos que profesan creer en la Biblia,
porque sienten que ello resuelve uno de los muchos problemas enfrentados por los
abogados de la evolución teísta. Pero la Biblia resonantemente refuta el concepto de
día–era. Veamos la evidencia trazada, no solamente a partir de la Palabra de Dios sino
también del lenguaje, la ciencia y la lógica –evidencia ésta que claramente muestra por
qué no podemos aceptar esa teoría.

Cada Día: Un Periodo de Obscuridad y Luz


Cuando el Señor declara que Él hizo el mundo en seis días y descansó el séptimo,
hace claro que se refiere a un día de veinticuatro horas, porque Él dice: “y fue la tarde
y la mañana, el primer día… la tarde y la mañana, el segundo día… la tarde y la ma-
ñana, el tercer día” y así sucesivamente. Ningún otro lenguaje pudo haber pensado
Dios que fuera más específico que estas palabras. Ningún otro término en el idioma
hebreo expresa la idea de días literales tan fuertemente como las palabras aquí em-
pleadas. La forma literal del Hebreo es “Hubo noche y hubo mañana, día uno”; Hubo
noche y hubo mañana, día dos” y así sucesivamente.
Hasta la designación de los días en la semana de la creación, se conforman exac-
tamente con el método de registro del tiempo en toda la Biblia, porque Dios enseñó
que cada día comienza con la puesta del sol y finaliza con la siguiente puesta del sol.
Describir cada uno de los seis días como una noche y una mañana ciertamente da
evidencia de que éstos eran días como los otros que han seguido desde los albores de
la historia. Como Ralph Waldo Émerson observó: “Dios tenía tiempo infinito para dar-
nos; pero ¿cómo nos lo dio? ¿en un trazado inmenso de perezosos milenios? No, Él los
cortó en una sencilla sucesión de nuevas mañanas”. Un día completo de veinticuatro
horas está compuesto por un periodo de obscuridad y un periodo de luz. Tales fueron
los días originales de la creación, y tales son los días de la tierra ahora –obscuridad y
luz, obscuridad y luz, como la tierra gira sobre su eje. Dios no deja lugar aquí a la es-
peculación filosófica: “la noche y la mañana” son aún los componentes de cada día te-
rrestre.

75
¿Cómo se Originó una Semana de Siete Días?
La semana de siete días, una institución tan antigua como la historia, no tiene ba-
ses en el mundo de la naturaleza. Cualquier otro periodo de tiempo o agrupación de
días está demarcado por algún movimiento de los cuerpos celestes:
1. El día de veinticuatro horas es determinado por la rotación de la tierra sobre su
propio eje.
2. El mes está determinado por la rotación de la luna alrededor de la tierra.
3. El año de trescientos sesenta y cinco días es medido por el tiempo que le toma a
la tierra dar una vuelta completa alrededor del sol.
Pero, ¿de dónde viene la semana de siete días? Nada en la naturaleza lo puede rela-
tar. Dios mismo midió la primera semana como ejemplo para todas las semanas suce-
sivas hasta el fin del tiempo. Como cualquier otra semana, consiste en siete días
literales.
Como lo indica la Encyclopedia Brittannica en su artículo “Calendario”: “Semana no
astronómica”. –”La semana es un periodo de siete días, de lo cual no se tiene referen-
cia si se deba a movimientos celestiales, una circunstancia a la cual se deba su inalte-
rable uniformidad… Ha sido empleada desde tiempos inmemoriales en caso todos los
países occidentales; y como tal, no forma una parte divisible del año ni del mes lunar,
aquellos que rechazan el recital Mosaico estarán a punto de perder la posibilidad de
asignarle un origen, el cual tiene mucha semblanza de probabilidad”.
Así pues, usted puede ver, la semana compuesta por siete días, es ella misma otra
prueba de que los días de la creación fueron siete días literales como los tenemos aho-
ra. Debe su origen a la creación del mundo en seis días literales y el descanso del
Creador en el séptimo. Si así no fuera, ¿cómo hubiese alguna vez empezado? ¿Cómo es
que, virtualmente en todo lugar la semana de siete días es conocida y reconocida? El
reconocimiento universal de la semana desde las edades tempranas encaja perfecta-
mente con el relato bíblico, pero no se acopla a ninguna serie larga de las así llamadas
eras geológicas.

El Mandamiento del Sábado Implica Días de Veinticuatro Horas


En el corazón de los diez mandamientos está el mandamiento de Dios de guardar
santo el séptimo día. Pero las palabras del cuarto mandamiento pueden ser armoniza-
das sólo cuando los días de la creación son considerados como días solares, porque el
Señor nos pide trabajar seis días y descansar el séptimo día. Este mandamiento mues-
tra que los seis días de la creación eran de la misma clase en la que Él nos encasilla
para nuestras actividades cada semana. Y recuerde, este paralelo entre los eventos de
la creación y nuestra presente semana fue establecido no por teólogos u otras perso-
nas bien intencionadas sino por Dios mismo.
La razón por la que Dios da este mandamiento –considerando Su ejemplo de traba-
jar y descansar durante la semana de la creación– aparece perfecta y completa cuando
entendemos los días de la creación como literales. Pero la presunción no garantizada
de que los eventos de la primera semana requirieran miles o millones de años va direc-
tamente en contra del fundamento del cuarto mandamiento y ¡lo convierte en algo
menos que un requisito sensato de un Dios razonable! Representa al Creador como
ordenando a los hombres que celebren días literales para conmemorar vastos e indefi-
nidos periodos. Esto obscurece lo que Dios presenta claramente. También implica que
Dios es un mentiroso. Los primeros seis días de cada semana son dados al hombre

76
para sus labores, porque Dios empleó el mismo periodo de la primera semana en Su
gran obra de creación; en el séptimo día, el hombre debe dejar de laborar, para con-
memorar el descanso del Creador.

El Primer Sábado no Fue un Periodo Geológico


La duración del séptimo día de la creación se determina por la duración de los
otros seis. Si asumimos que esos días fueron largos periodos geológicos, entonces, pa-
ra ser consistentes, debiéramos también asumir que el día de descanso del Creador
también fue un periodo de millones de años. Pero en ese caso, Dios todavía estaría
descansando, porque la cronología bíblica indica que sólo seis mil años aproximada-
mente han transcurrido desde la creación de Adán. Y si Dios aún está en su séptimo
día, y descansando, entonces es difícil explicar la afirmación de Jesús: “Mi Padre aún
obra, y yo aún obro”. Los cristianos saben que Dios ha estado muy activo en los asun-
tos humanos proveyendo para la salvación del hombre.
Otro dilema para aquellos que desean creer en la evolución sin abandonar la fe en
la Biblia es éste: Adán, según la Biblia, no murió hasta mucho después del sábado.
Pero si aún no ha terminado el sábado, ¿qué pasó con Adán? ¡Nadie asevera que aún
está vivo! Más aún, Dios bendijo el séptimo día “porque Él descansó de toda su obra”.
¿Cómo podía bendecir un día después de haber descansado en él, si ese día fuera un
millón de años y aún no ha finalizado? Estos puntos son sólo unos pocos entre tantos
para refutar la teoría de la evolución teísta del día–era.

La Edad de Adán Supone un Problema


Cómo puede pensar, cualquiera que acepte la Biblia como verdad histórica, que los
días de la creación sean largos periodos, indefinidos periodos o millones de años; es
algo difícil de entender. Pues la Biblia declara que Adán fue creado en el sexto día. Los
dos primeros días de su vida fueron dos de los siete días originales; pero si creemos en
la teoría de día–era, ¡se convierten en millones de años! Aunque Adán hubiera muerto
el mismo primer día de la segunda semana, habría vivido durante “todo” un periodo y
“parte” de otros dos. ¿Cuánto tiempo habría vivido, según esta teoría? Bueno, una
modesta estimación requeriría varios millones de años. Pero Génesis 5:5 indica que
Adán vivió 930 años y murió. Así que la teoría de día–era contradice la Biblia y no deja
posibilidad de computar la edad de Adán. Las personas pueden elegir creer en cual-
quiera de estos dos relatos, pero no hay forma de armonizarlos.

¿Podría Dios Llamar al Pecado “Bueno en Gran Manera”?


Supongamos que alguien quiso aceptar la edad bíblicamente expuesta de Adán
como literal, pero aún sostiene la teoría de día–era para la creación en general. Adán
fue creado en el sexto día y vivió 930 años. Mucho antes de que aquellos años hubie-
sen terminado él había pecado, había sido expulsado del Edén y en su estado pecami-
noso concibió a su familia. Según la suposición señalada anteriormente, Adán debió
haber vivido toda su vida –y haber pecado– dentro del tiempo de ese “sexto día”, por-
que 930 años son sólo una pequeña parte del periodo medido en millones de años.
Ahora, aquí está el punto: cuando Dios terminó Su gran obra para esos seis días,
se nos dice: “Y vio Dios todo lo que había hecho y he aquí que era bueno en gran ma-
nera”. Pero si Adán ya había pecado, ha había sucumbido ante las tentaciones del
enemigo, ¿podía Dios decir que “todo… era bueno en gran manera”? ¡No! Adán cayó en

77
pecado después. Y cuando Dios descansó el séptimo día y volvió su vista a la semana
de la creación, Él bendijo ese día como el punto culminante de una obra perfecta. Por
tanto, todavía no había entrado el pecado a la tierra.

Los Estudiosos del Idioma Hebreo Rechazan la Teoría


Ya hemos considerado algunas de las evidencias bíblicas contra las aserciones
hechas por la teoría del día–era. Ahora consideremos algunos puntos lingüísticos. Ac-
tualmente, la idea de que la palabra hebrea yom (“día” –como en Yom Kippur, el “Día
judío de la Expiación”) se refiera a un periodo mayor de veinticuatro horas no encuen-
tra apoyo en diccionarios hebreos de reputación, tales como los siguientes:
Frants Buhl –Gesenius’ Handwoerterbuch ueher das alte Testament
Brown, Dr.iver, & Briggs –A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament
Eduard Koenig –Woerterbuch zum Alten Testament
Los diccionarios hebreos son nuestra fuente primaria de información confiable en
cuanto a las palabras hebreas, pero estas fuentes principales no saben nada respecto
a que yom indique un periodo indefinido de millones de años.
Y los comentadores bíblicos decididamente señalan que yom cuando es usada para
referirse a uno de estos periodos de la creación, pueden únicamente significar un pe-
riodo de veinticuatro horas por día. Por ejemplo, John Skinner enfatiza en su
International Critical Commentary (Genesis): “La interpretación de yom como aeon,
fuente favorita para los armonizadores de la ciencia y la revelación, es opuesta al sen-
tido claro del pasaje y no cuenta con apoyo en el uso idiomático hebreo”.

“Yom” con un Numeral Definido Siempre se Refiere a Veinti-


cuatro Horas
El libro del Génesis fue escrito por Moisés y, por supuesto, Moisés no escribió en
español. De hecho, él no usó la palabra día del todo, sino la palabra yom en Hebreo.
Esta palabra se encuentra 1480 veces en las Escrituras. En raras ocasiones se tradu-
ce diferente de “día”, pero en la gran mayoría de casos se traduce usualmente como
“día”. Note que en Génesis 1:5 se usa yom en dos diferentes sentidos: “Día” (yom)
cuando es usada con “noche” (layelah) se refiere a la parte alumbrada del día, especí-
ficamente doce horas; y cuando la Biblia dice que el “primer día” ha terminado, la
misma palabra (yom) también se usa para referirse al periodo de veinticuatro horas.
Ahora, algún amigo escéptico puede decir: “Bueno, puesto que el término hebreo
yom no siempre se refiere al mismo periodo específico, no se puede estar seguro de
que yom del primer capítulo de Génesis se refiera a un periodo de veinticuatro horas”.
Pero hay dos razones por las que podemos estar seguros.
Primero, cuando la palabra hebrea yom se refiere algo diferente del día solar en
particular, se lo indica o está claramente implicada en el contexto. Por ejemplo, Géne-
sis 4:3 indica: “Y al pasar el tiempo, ocurrió que Caín trajo del fruto de la tierra una
ofrenda a Jehová”. Esto es simplemente un periodo de tiempo indefinido. Cualquier
niño inteligente que lea esto, lo entendería, porque el contexto lo muestra con clari-
dad. No se refiere a una era, un eon o una etapa de 100 años –o 500 millones de años.
No se refiere a un periodo específico de veinticuatro horas, sino a un periodo indefinido
después del cual Caín trajo su ofrenda al Señor. Este ejemplo muestra cómo el contex-
to aclara que aquí yom no se refiere al día solar de veinticuatro horas.

78
Segundo, note el siguiente hecho: en los manuscritos hebreos, en cada instancia
donde yom está acompañado por un numeral definido, se refiere a un día solar de
veinticuatro horas. Sin lugar a dudas, tenemos el segundo yom de la fiesta, el tercer
yom del viaje, el séptimo yom de la semana, el decimoquinto yom del mes, etcétera, ¡to-
dos refiriéndose a días regulares! No hay siquiera una sencilla excepción a esta regla
en toda la Biblia. Si aplicamos este hecho a los días de la semana de la creación, no-
tamos que un número definido se usa con cada uno de estos periodos desde uno has-
ta siete. Esto deja sólo una conclusión válida: aquellos eran días de veinticuatro
horas, y los traductores lo hicieron correctamente en español.

Las Interpretaciones Correctas Demandan el más Obvio Signifi-


cado
Un principio básico de interpretación bíblica es que los estudiantes de las Escritu-
ras deben ir al significado original y literal de la palabra a menos que haya una razón
suficiente para adoptar un significado derivado o figurativo. Y todo el relato de la crea-
ción está escrito en narrativa simple; no hay nada en el relato que sugiera que las pa-
labras no deban ser comprendidas en sus significados comunes y corrientes.
Puesto que el registro no contiene sugerencias de que los días de la creación fueran
algo diferente de días de veinticuatro horas, el peso de la prueba recae sobre aquellos
que sostienen que las palabras del Génesis se refieren a largas etapas de tiempo. Aho-
ra, ¿cómo puede una persona sostener seriamente que los días de la creación sean
largas etapas geológicas cuando la Biblia señala claramente que Dios conoce la dife-
rencia entre días y años? En Génesis 1:14 leemos: “Y Dios dijo: haya lumbreras en la
expansión de los cielos para dividir el día de la noche; y sean por señales para las es-
taciones, para los días y para los años”. Con esta distinción determinada en el mismo
capítulo de la Biblia bajo consideración, ¿cómo pueden considerar aquellos que mal-
tratan con libertad la Palabra de Dios que los siete días se refieren a años incontables?
Además, una rápida comparación de Génesis 7:11, 24 con Génesis 8:3, 4 muestra
que se llevaba un registro de años, meses y días en el tiempo de Noé. Cada mes se
componía de 30 días y el diluvio duró 150 días o cinco meses exactamente. Así que la
Biblia muestra que el diluvio comenzó el décimo séptimo día del mes segundo y termi-
nó el décimo–séptimo día del mes séptimo. El registro es preciso y definido y ello
muestra que el Génesis claramente hace diferencia entre estas unidades de tiempo. Si
Dios se hubiera referido a años en lugar de días, habría dicho años ¡porque él conocía
la diferencia!

Se Requiere Cumplimiento Instantáneo


Otro punto lingüístico es este: la verdadera narrativa verbal de la Escritura indica
un corto periodo de tiempo involucrado, hecho diametralmente opuesto a la teoría evo-
lucionista. Para ilustrar, en Génesis 1:3 leemos que Dios dijo: “Sea la luz”, o como dice
el original Hebreo Ye–hi–or –”Luz, ¡aparezca!”. Luego siguen las palabras Wa–ye–hi–or
“Y la luz fue hecha”. La respuesta fue instantánea. Cuando Dios habló ocurrió, la luz
existió. Él no tuvo que esperar un millón de años para que apareciera.
Cuando los versículos sucesivos registran las palabras creadoras de Dios, sin ex-
cepción, la cosa creada aparece instantáneamente en su perfección. Otra porción de
las Escrituras presenta el mismo testimonio consistente. Por ejemplo, en Salmo 33:6 y
9 leemos: “Por la Palabra de Dios fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por

79
el aliento de Su boca… Porque Él dijo y fue hecho; Él mandó y existió”. Nada en la Es-
critura indica que se hubieran involucrado eones o largos periodos de tiempo. La fra-
seología indican una acción instantánea. La nueva creación de Dios también será ins-
tantánea como la primera creación. Cuando Jesús vuelva, seremos convertidos en se-
res inmortales “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”. ¡No se requerirán eones
de tiempo para transformar estos viejos cuerpos en nuevos y gloriosos!
Aparte de la claridad presentada en el Libro Inspirado, que denota cumplimiento
instantáneo, es obvio que, si aceptamos al Dios Todopoderoso del todo como el Crea-
dor, no necesitamos insistir en periodos largos e indefinidos para el cumplimiento de
Su obra creadora. Si aceptamos las Escrituras que nos dice, “Él habló y fue hecho”, no
necesitamos pretender que Dios tenía demasiado para decir como para tomar largos
periodos de tiempo.
Después de todo, si Dios es capaz de ejecutar su colosal milagro de la creación en
500 millones de años, ¡el sentido común nos dice que Él lo podía hacer en un año, un
día, un segundo! Dios no necesitaba tomarse seis días para crear al mundo, pero Él
escogió hacerlo así, seis días literales según el registro bíblico, y el séptimo día, des-
cansó.

Frases Idénticas Sugieren Periodos Uniformes de Tiempo


Algunos proponentes de la teoría de día–era consideran de alta importancia el he-
cho de que el sol y la luna no fueron llamados a la existencia hasta el cuarto día de la
semana de la creación, así que, dicen, nadie puede decir cuánto duraron los días
“precedentes”. Pero recuérdese que en el primer día de la creación, la luz había oblite-
rado la obscuridad. No se nos dice la fuente de la cual surgió la luz en el comienzo,
excepto que Dios la proveyó –y en la manifestación de Dios a Su pueblo, la luz siempre
ha simbolizado Su presencia. Cuando esta luz apareció, la sucesión de día y noche
comenzó, porque la Biblia habla de “la noche y la mañana” aún de aquellos primeros
tres días.
En el cuarto día “Dios hizo dos grandes lumbreras; la mayor luz para que goberna-
se en el día y la luz menor para que gobernase la noche”. No solo ocurren las palabras
día y noche obviamente utilizadas como las utilizamos nosotros hoy, pero nótese tam-
bién esta afirmación idéntica: “Y fue la noche y la mañana del cuarto día”. Entonces,
la respuesta al cuestionamiento de los teorizadores del día–era es: si en el cuarto día y
siguientes “la noche y la mañana” se refieren a días comunes y corrientes medidos por
el sol y la luna, ¿por qué debería la misma frase usada al principio y escrita por el
mismo autor en la misma narración significar algo totalmente diferente?

Los Seres Vivos y los Periodos Obscuro y Claro del Día


Ya hemos considerado algunos argumentos bíblicos y evidencias lingüísticas co-
ntra la teoría del día–era. Ahora, vayamos al simple sentido común.
En el tercer día de la semana de la creación, Dios creó toda la vida vegetal y en el
cuarto día Él hizo el sol para alumbrar sobre la tierra. Ahora, sólo supónganse que
esos dos días fueran periodos de 100 millones de años cada uno. ¿Cuánto habría du-
rado la parte obscura de cada día? 50 millones de años, por supuesto. Y esta altera-
ción de luz y obscuridad tomó lugar durante cada uno de los seis días. ¿Puede usted
imaginar los arbustos y las flores, el prado y los árboles creciendo durante 50 millones
de años en completa obscuridad? Si así ocurrió, estamos enfrentados a un milagro

80
mas asombroso de lo que en el Génesis se pensó contener: ¡el reino vegetal floreciendo
durante años sin la luz del sol!
Aparte del hecho de que las plantas necesitan luz para sobrevivir y crecer, pense-
mos en el terrible frío que caería sobre la tierra en un solo mes de total obscuridad.
Las temperaturas fluctúan considerablemente aun en un periodo de solo doce horas.
Esta es la razón por la que los indicadores meteorológicos predicen: “Baja en la noche,
64ºF. Alta mañana, 82ºF”. Gradualmente la muerte helada del polo Sur iría cayendo
sobre la tierra llegando aún al terrible frío del espacio exterior –¡50 millones de años de
obscuridad infernal y hielo con un frío que penetra a miles de kilómetros al interior de
la tierra! Toda la vida se desvanecería mucho antes de que los primeros diez años
hubieran transcurrido; todo eso sin mencionar los primeros mil o cien mil o millón en-
tre esos 50 millones de años de obscuridad.
Entonces seguirían 50 millones de años de luz solar abrasadora incesante, con el
calor elevándose a niveles de temperatura desconocidos. Si el día llegara antes de que
la larga noche cayera, las plantas se secarían y desaparecerían gracias a la acción de
los calcinantes rayos del sol. Lo que se ha dicho aquí acerca de las plantas congelán-
dose hasta el punto de muerte o quemándose hasta la misma circunstancia, se aplica
de la misma manera a la vida animal del quinto, sexto y séptimo días de la semana de
la creación si “la tarde y la mañana” fueran tan largas como lo demandan los teóricos
del día–era.

Las Vidas Animal y Vegetal son Interdependientes


Los animales dependen de la vida vegetal para su nutrición y también para obtener
su oxígeno liberado por las plantas durante la fotosíntesis. Pero lo contrario también
es real: muchas plantas dependen del reino animal. La Biblia dice que las plantas, in-
cluyendo las que florecen, fueron creadas en el tercer día, pero ninguna vida animal
fue formada hasta el quinto y sexto días. Ahora, la interdependencia de las plantas y
los animales es un hecho palpable en el mundo de los seres vivos. En materia de poli-
nización únicamente, multitudes de plantas no pueden reproducirse de generación en
generación sin los insectos. Por ejemplo, las abejas son tan importantes como insectos
polinizadores que la National Geographic Society las estima de gran valor en la agricul-
tura, aparte de considerar su valor como productoras de cera y miel, en millones de
dólares cada año.
Y el entomólogo Ronald Ribbands dice en la revista Scientific American: “Cuando
pensamos en las abejas, estamos listos para asociarlas en primera instancia con la
miel, y en segundo lugar, tal vez, con su aguijón. Actualmente sería más apropiado
pensar en ellas, primero que todo, como grandes polinizadores, sin las cuales muchas
de las plantas de las cuales depende el hombre, desaparecerían de la tierra”.
El registro divino indica que las plantas que producen semilla dieron fruto desde
su misma creación. Esto habría sido imposible si los insectos no hubieran aparecido
hasta millones de años después, como sería el caso en que los días de la creación hu-
bieran sido periodos geológicos.

La Tierra fue Creada para ser Habitada


Isaías 45:18 nos dice que Dios creó la tierra “no en vano” sino que “Él la creó para
ser habitada”. ¿Podría haberse logrado el propósito de Dios si la tierra hubiese llegado
a ser habitada por seres superiores sólo después de pasar millones de años? La frase

81
“Para ser habitada” no puede referirse a los animales únicamente, porque una tierra
en la cual “las bestias del campo se multiplican” sin control, se dice que está “desierta”
según Éxodo 23:29. Así que, indicar un “día” como años indefinidos más que como
veinticuatro horas quiere decir que la tierra debe ser considerada como creada “en va-
no” en el periodo de aquellos supuestos eones, cuando la tierra era un desierto des-
habitado; porque el hombre, corona de la creación, fue formado sólo al final de tan
maravillosa obra de Dios.

La Teoría del Día–Era no Logra Cerrar la Brecha de la Evolución


“Bíblica”
Además de todos los argumentos precedentes contra la teoría del día–era, es claro
que interpretar yom como un largo periodo de tiempo aún no logra la armonía entre la
evolución y la Biblia la cual es tan defendida por los evolucionistas teístas. La geología
no enseña la evolución del mundo en seis periodos geológicos. En la columna geológi-
ca, tres o cuatro eras se dividen en por lo menos once periodos, algunos de los cuales
a su vez son divididos en varias épocas. Además, el orden de los eventos en el Génesis
no se acopla con los del esquema evolucionista. Así que, concebir meramente los seis
días de la creación como largos periodos falla en el propósito de armonizar el Génesis
con la geología evolucionista –los dos sistemas poseen deficiencias importantes en pa-
ralelos básicos.

La Teoría del Día–Era no es Apoyada por 2 Pedro 3:8


Los defensores de la teoría del día–era usualmente se conforman meramente con
asegurar su validez sin ofrecer argumento de las Escrituras o cualquier otra evidencia
como prueba. Sin embargo, un texto importante que ellos citan a fondo es 2º Pedro
3:8: “Un día para el Señor son como mil años y mil años como un día”. Al considerar
este texto, deben tenerse en cuenta tres cosas.
Primero que todo, Pedro no está igualando literalmente un día con mil años. El tex-
to es claramente figurado, emplea una figura del lenguaje conocida como símil y usa la
palabra como de la manera en que nosotros podríamos decir: “Su corazón es tan gran-
de como un campo abierto”. Un texto similar se encuentra en Salmos 90:4 el cual dice:
“Mil años a tus ojos son como el ayer que pasó y como una de las vigilias de la noche”.
Ahora, ¿debemos entender que el “ayer” y “mil años” son literales y actualmente lo
mismo? ¡Por supuesto que no! El salmista está simplemente usando una figura del
lenguaje. Literalizar una afirmación cuyo propósito es figurativo es hacer violencia al
significado del texto.
En segundo lugar, el principal punto que Pedro está intentando señalar aquí es
simplemente este: el tiempo no significa nada para el Dios eterno. Como “el Alto y Su-
blime que habita en la eternidad”, Dios no necesita llevar un reloj de pulsera; Él no
está circunscripto al tiempo como nosotros. “El Dios eterno”, “el Padre eterno” está por
encima y fuera del tiempo, y la Biblia repetidamente hace referencia a éste hecho. En
el versículo en análisis, Pedro está explicando no la duración de un día sino la eterni-
dad de Dios.
Tercero, preguntemos: ¿en qué contexto fue escrito éste versículo? Debemos tener
cuidado de tomar versículos fuera de su contexto, debemos evitar estar entre aquellos
que tuercen las Escrituras “para su propia destrucción” como Pedro mismo lo hace
manifiesto en el mismo capítulo. Veamos los versículos que están antes y después del

82
texto en cuestión y se podrá entender el propósito de Pedro al escribir este versículo.
En este capítulo Pedro está discutiendo la segunda venida de Cristo y en los versículos
3 y 4 específicamente rechaza a los “burladores” que andan según sus propias concu-
piscencias, diciendo, “¿Dónde está la promesa de su venida?”. En el versículo bajo
consideración Pedro responde a estos impacientes burladores recordándoles que Dios
no está limitado por el tiempo, y agrega: “El Señor no retarda Su promesa, según al-
gunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros no queriendo
que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor
vendrá como ladrón en la noche”. En otras palabras, el propósito de Pedro en este pa-
saje es simplemente mostrar que debemos ser pacientes en la espera del retorno del
Señor, porque el tiempo no implica nada para nuestro Dios eterno, y si Cristo parece
estar demorando Su venida, lo hace sólo por misericordia en favor de aquellos que no
han “procedido al arrepentimiento”.
Estas tres razones efectivamente refutan los argumentos de aquellos que usan este
versículo como alta prueba de la teoría del día–era.

Conclusión
Alguno nos haría creer que los “días” de la creación fueron vastos periodos geológi-
cos. Otros consideran que fueron días literales de veinticuatro horas como los días ac-
tuales. Obviamente, ambos puntos de vista pueden no estar en lo correcto. Los cris-
tianos no necesitan probar que los días de la creación fueron periodos de veinticuatro
horas: ¡ya está probado por el hecho de que tenemos días de veinticuatro horas! La
carga de la prueba realmente sirve para aquellos que dicen que aquellos “días” fueron
largas eras geológicas. A ellos yo les digo: “Puesto que todos los días que conocemos,
siempre han sido de veinticuatro horas, usted debe probarme a mí que los días de la
creación fueron diferentes”.
Hemos considerado esta cuestión desde diversos puntos de vista: bíblicamente,
lingüísticamente, científicamente y lógicamente. Las diecinueve evidencias que hemos
considerado proveen razones por las cuales podemos con seguridad concluir que los
días de la creación no fueron periodos indefinidos de largos eones sino de días regula-
res, literales de veinticuatro horas de duración. En contraste con aquellas resonantes
razones que fortalecen nuestra fe en la Palabra de Dios, los argumentos usados por los
teóricos del día–era no son más que especulación que, cuidadosamente estudiada, se
prueba como falsa.

83
APÉNDICE DEL TRADUCTOR
El traductor de esta valiosa obra, como profesor de inglés y Religión del Colegio Ad-
ventista Libertad (COAL) de la ciudad de Bucaramanga, Colombia, realizó un trabajo
de investigación con sus estudiantes del grado octavo en la clase de creacionismo, de
la asignatura de religión.
Los estudiantes del grado octavo comercial realizaron una encuesta a médicos
científicos de la ciudad de Bucaramanga en cuanto a la posibilidad de inyectar sangre
de simios a seres humanos y los consecuentes resultados de tan arriesgada labor.
Considerando que, de acuerdo con la teoría de la evolución, tanto simios como seres
humanos descienden de un ancestro común, los resultados de tales posibles transfu-
siones deberían ofrecer alguna vislumbre de esperanza para los evolucionistas. Sin
embargo, los resultados no podían ser más desastrosos.
He aquí las respuestas a las preguntas: ¿Es posible hacer transfusiones de sangre
de mono a un humano y viceversa, puesto que ambos, en la evolución descienden de
un ancestro común?, ¿por qué no se puede?
Todos los médicos encuestados están de acuerdo en que los simios y los seres hu-
manos son especies diferentes y por lo tanto, hacer transfusiones sanguíneas entre
ellos resultaría fatal para uno y otro.
Considerando que aun entre los seres humanos hay diversos tipos de sangre y el
inyectar en un organismo humano sangre de tipo diferente del propio podría causar
anomalías e inclusive la muerte, mucho más si se trata de sangre de animal inyectada
en el sistema circulatorio humano. Además, la sangre de los simios es una de las más
contaminadas y es la mayor promotora del virus VIH, es decir, el virus del Sida (AIDS
en inglés).
Todos los animales tienen diferentes tipos de sangre; en los humanos ocurre lo
mismo: cada persona tiene su propio tipo y para transfundir sangre a otra persona, el
receptor debe tener un código parecido al del emisor de la sangre. El código parecido
se encuentra en el cromosoma número 8 y se denomina “complejo mayor de histo-
compatibilidad”.
Además de ello, si fuera posible inyectar sangre de simio, el cual viene –como el ser
humano– “de un ancestro común” a seres humanos, no se necesitarían bancos de
sangre.
Presento en este sencillo informe el nombre de algunos de los médicos consultados:
Dr. Mauricio Suárez, MD., director del Centro Médico del Oriente Colombiano; Dr. Por-
firio Osorio, MD., médico de la Electrificadora de Santander, Colombia; Dr. Édgar
Maldonado, MD., médico del Hospital de Bucaramanga y los doctores Álvaro Bernardo

84
Santacoloma, MD. y Álvaro Elí Duque, MD., médicos de la institución antes mencio-
nada, entre otros.
Puesto que venimos de un ancestro común, ¿por qué no podemos recibir sangre de
ellos?; o mejor, puesto que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres
diferentes de la especie animal primate. Somos únicos y preciosos a la vista del Dios
que nos creó.
Analícelo con calma, amigo lector. Usted vale mucho por dos razones básicas: fue
creado por un Dios inteligente y también fue redimido, luego de que usted hubiera pe-
cado, por ese mismo Dios a través de Jesucristo, su Redentor y Salvador.

85
BIBLIOGRAFÍA
1. Sir Julián Huxley, “At Random: A Television Preview” en Sol Tax editor, Issues in evolu-
tion, Vol 3 of Evolution after Darwin, (Chicago: The University of Chicago Press, 1960), p.
41
2. Richard B. Goldsmidt, American Scientist, Vol 40 (1952), p. 84
3. Theodosius Dobzhansky, Genetics and Origin of Species, Second Edition, (New York: Co-
lumbia University Press, 1941), p. 8
4. Horatio H. Newman, Outlines of General Zoology, (New York, The Macmillan Company,
1924), p. 407
5. Richard Swann Lull, Organic Evolution , (New York, The Macmillan Company, 1948), p. 15
6. Antony Standen, Science Is a Sacred Cow, (New York: E. P. Dutton & Company, 1950), p.
106
7. Horatio H. Newman, Evolution, Genetics and Eugenics, Third Edition (Chicago: Univesity of
Chicago Press, 1932), p. 57
8. Ernst Mayr, Animal Species and Evolution. (Cambridge, Massachussets: Harvard Universi-
ty Press, 1963), pp. 7, 8
9. Charles Singer, A short History of Science, (New York: Oxford University Press, 1946), p.
387
10. Thomas Hunt Morgan, Evolution and Adaptation, (New York: The Macmillan Company,
1903), p. 43
11. Paul R. Ehrlich y Richard W. Holm, “Patterns and Population”. Science Vol 137 (Agosto 31,
1962), p. 656
12. Paul S. Moorehead and Martin M. Kaplan, editors, “Mathematicals Challenges to the Neo–
Darwinian Interpretation of Evolution”, Symposium Monograph N º 5 (Philadelphia: The
Wistar Institute Press, 1967).
13. Robert Bernhard, “Heresy in the Halls of Biology: “Mathematicians Question Darwinism”,
Scientific Research, Volume 4, Nº 11 (Noviembre, 1967).
14. Robert Bernhard, “Thinking the Unthinkable: Are the Evolutionists Wrong?”, Scientific Re-
search, Volume 4, Nº 18 (Noviembre, 1969).
15. W.R. Thompson, “Introduction”, al “Origen de las Especies”, por Charles Darwin (New
York: E. P. Dutton & Company, Everyman’s Library, 1956). La Introducción de Thompson
también ha sido reimpresa en el Journal of the American Scientific Affiliation, Volumen 12
(Marzo, 1960). pp. 2–9
16. G. A. Kerkut, “Implications of Evolution”, (New York: Pergamon Press, 1960) p. 157
17. John T. Bonner, “Review of Kerkut’s Book”, en American Scientist Vol 49, No 2. p. 240
18. George Gaylod Simpson, “Science”, Vol 143. p. 769
19. David Kitts, Paleontology and Evolutionary Theory,” Evolution Vol 28 (Sept, 1974). p. 466
20. Francisco J. Ayala, “Biological Evolution: Natural Selection or Random Walk?”. American
21. Scientist, Vol 62 (Nov–Dec, 1974), p. 700
22. Peter Medawar, in Moorhead and Kaplan, eds., “Mathematical Challenges to the Neo–
Darwinian Interpretation of Evolution”, Symposium Monograph No. 5, p. xi
23. Sir Karl Popper, “Conjectures and Refutations”, (Londres: Routhledge and Kegan Paul,
1963), pp. 33–37.

86
24. Paul Erhlich y L. C. Birch, “Evolutionary History and Population Biology”, Nature, Vol 214,
p. 352
25. Louis Trenchard More, “The Dogma of Evolution” (Princeton, New Jersey: Princeton Uni-
versity Press, 1925).
26. Thomas Henry Huxley, “Discourses Biological and Geological” (1896 edition), pp. 256, 257
27. Charles Darwin, “El Origen de las Especies: Un Fascímil de la Primera Edición”. p. 109
28. Ibid., p. 490
29. Richard B. Goldschmidt, “The Material Basis of Evolution” (Paterson, New Jersey: Pageant
Books, Inc. 1960), p. 396
30. Ibid., p. 183
31. Loren Eiseley, “The Inmerse Journey” (New York: Vintage Books, 1958), p. 223
32. Norman Macbeth, “Darwin Retried” (New York: Dell Publishing Company, 1971), p. 31
33. Mark Twain, en Macbeth, Op. cit., pp. 37, 38
34. T. Dobzhansky, “Genetics and the Origin of Species”, 3rd edition, Revised (New York: Co-
lumbia University Press, 1951), p. 4
35. George Gaylord Simpson, “The Major Features of Evolution”(New York: Columbia Universi-
ty Press, 1953), p. 340
36. Sir Gavin De Beer, “Charles Darwin: Evolution By Natural Selection”, (New York: Double-
day and Company, 1964), p. 1
37. Richard B. Goldschmidt, “The Material Basis of Evolution”, (Paterson, New Jersey: Pageant
Books, Inc., 1960), p. 168
38. Carta de Darwin a Joseph Hooler, Enero 11, 1844 en “La Vida y Cartas de Carlos Dar-
win”, editada por su hijo Francis Darwin (New York: D. Appleton and Company, 1896 [Re-
impresa 1972]), Vol 1. p. 384
39. Jean Rostand, “The Orion Book of Evolution” (New York: The Orion Press, 1960), p. 61
40. Charles Darwin, en Nicholas Hotton III “The Evidence of Evolution” (Garden City, New
York: Doubleday and Company, 1962), p. 138
41. Herbert Spencer, “Contemporary Review”, Febrero y Marzo, 1893
42. Jean Rostand, “The Orion Book of Evolution”, Op cit., p. 62
43. Ibid., p. 64
44. Ernst Haeckel, citado en J. A. Thompson, “Herencia”, Quinta Edición (New York: Cole-
man, 1926), p. 190
45. George W. Burns, “The Science of Genetics: An Introduction to Heredity”, (New York: The
Macmillan Company, 1969), p.291
46. Sir Julián Huxley, “Evolution in Action” (New York: Harper & Brothers, 1953), p. 38 y
Theodozius Dobszhansky, “The Biological Basis of Human Freedom” (New York: Columbia
University Press, 1956), p. 56
47. Ernst Mayr, “Animal Species and Evolution” (Cambridge, Massachussets: Harvard Univer-
sity Press, 1963), p. 176
48. Ibid., p. 7
49. Norman Macbeth, “Darwin Retried”, (New York: Dell Publishing Company, 1971), p. 33
50. Richard B. Goldschmidt, “The Material Basis of Evolution”, (Paterson, New Jersey: Pageant
Books, Inc., 1960), p. 390ff
51. T. Dobzhansky, “Genetics and the Origin of Species”, 3rd edition, Revised (New York: Co-
lumbia University Press, 1941), p. 80
52. Sir Julián Huxley, en Huxley, Hardy and Ford, eds., “Evolution as a Process” (Londres:
1954), p.5
53. Science Today, capítulo titulado “evolución: La Aparición de Diseño en las Cosas Vivas”,
por C .H. Waddington (New York: Criterion Books, First American edition, 1961), p. 36
54. George Gaylord Simpson, “The Major Features of Evolution”(New York: Columbia Universi-
ty Press, 1953), p. 96
55. Sir Julián Huxley, “Evolution in Action” (New York: Harper & Brothers, 1953), p. 39
56. Ernst Mayr, “Animal Species and Evolution” (Cambridge, Massachussets: Harvard Univer-
sity Press, 1963), p. 174

87
57. Hermann J. Müller, “Radiation anb Human Mutation”, Scientific American (Noviembre,
1955), p. 58
58. Hermann J. Müller en “Gloomy Nobelman” Time (Noviembre 11, 1946), p. 96
59. John J. Fried, “The Mistery of Heredity”, (New York: The John Day Company, 1971), p.
135
60. T. Dobzhansky, “Genetics and the Origin of Species”, 3rd edition, Revised (New York: Co-
lumbia University Press, 1941), p. 73
61. Hugh Miller, “Progress and Decline”, (New York: 1963), p. 38
62. Earnest Albert Hooton, “Apes, Men and Morons”, (Freeport, New York: Books for Libraries
Press, 1970), p. 118
63. Maurice Caullery, “Genetics and Heredity”, (New York: Walker and Company, 1964), p.
119
64. Gertrude Himmelfarb, “Darwin and the Darwinian Revolution” (Garden City, New York:
Doubleday and Company, 1962), p. 312
65. George Gaylord Simpson, “Life of the Past: An Introduction to Paleontology” (New Haven:
Yale University Press, 1953), p. 142
66. Gertrude Himmelfarb, “Darwin and the Darwinian Revolution” (Garden City, New York:
Doubleday and Company, 1962), p. 164
67. Sir Julián Huxley, “Evolution in Action” (New York: Harper & Brothers, 1953), p. 36
68. Sir Gavin De Beer, “Charles Darwin: Evolution by Natural Selection”, (Garden City, New
York: Doubleday and Company, 1964), p. 142
69. Science Today, capítulo titulado “The Science of Life”, por Sir James Gray (New York: Cri-
terion Books, First American Edition, 1961), p. 29, 30
70. Ernst Mayr, “Animal Species and Evolution” (Cambridge, Massachussets: Harvard Univer-
sity Press, 1963), p. 7
71. Jean Rostand, “The Orion Book of the Evolution” (New York: The Orion Press, 1960), p. 79
72. George Gaylord Simpson, “The Major Features of Evolution”(New York: Columbia Universi-
ty Press, 1953), pp. 118, 119
73. Charles Darwin, “The Descendent of Man”, First Edition (London: 1871), Vol. 1 p. 152
74. Gertrude Himmelfarb, “Darwin and the Darwinian Revolution” (Garden City, New York:
Doubleday and Company, 1962), p. 445. Su cita de Bertrand Russell es tomada de “Rus-
sell’s The Scientific Outlook” (London, 1931), pp. 43, 44
75. Norman Macbeth, “Darwin Retried”, (New York: Dell Publishing Company, 1971), p. 47
76. George Gaylord Simpson, “The Major Features of Evolution”(New York: Columbia Universi-
ty Press, 1953), pp. 138
77. Norman Macbeth, Op. Cit., p. 49
78. C. H. Waddington, “Evolutionary Adaptation”, in Sol Tax, editor. The Evolution of Life, Vol
1 of Evolution After Darwin (Chicago: The University of Chicago Press, 1960), p. 385
79. J. B. S. Haldane, “Darwinism Under Revision”, Rationalist Annual (1935), p. 24
80. Norman Macbeth, “Darwin Retried”, (New York: Dell Publishing Company, 1971), p. 63
81. E. W. MacBride, “Nature”, (Mayo 11, 1929), p. 713
82. Sir Julián Huxley, “The Modern Synthesis” (New York: Harper & Brothers, 1943), p. 391
83. Earnest Albert Hooton, “Apes, Men and Morons”, (Freeport, New York: Books for Libraries
Press, 1970), p. 115, 116
84. E. W. MacBride, “Cambridge Natural History”, Vol 1., p.460
85. Paul Waterwax, “Plant Biology” (Philadelphia: W. S. Saunders, Second Edition, 1947), p.
115
86. Ernst Mayr, “Systematics and the Origin of Species” (New York: Columbia University Press,
1942), p. 115
87. Sir Julián Huxley, “Evolution: The Modern Synthesis” (New York: Harper & Brothers,
1943), p. 157
88. Ibid., p. 402
89. George Gaylord Simpson, “The Principles of Classification and a Classification of Mam-
mals”, Bulletin of the American Museum of Natural History, Vol 85 (1945), p. 181

88
90. W. R. Thompson, “Introducción” al “Origen de las Especies” por Charles Darwin (New York:
E. P. Dutton & Company, Everyman’s Library, 1956).
91. Richard B. Goldschmidt, “The Material Basis of Evolution”, (Paterson, New Jersey: Pageant
Books, Inc., 1960), p. 145
92. Nathan Fasten, “Introduction to General Zoology” (Boston: Ginn and Company, 1941), p.
640
93. M. F. Guyer, “Animal Biology”, Third Edition (New York: Harper & Brothers, 1941), p. 517
94. Richard Swann Lull, “Organic Evolution”, Revised Edition (New York: The Macmillan Com-
pany, 1945), p. 669
95. “The ‘Useless’ Glands That Guards Our Health”, Reader’s Digest (Noviembre, 1966), pp.
29, 235
96. Encyclopedia Britannica (1946 Edition), Vol 8, p. 926
97. William Strauss, “Quarterly Review of Biology, 1947, p. 149
98. Véase Science News, Marzo 20, 1971
99. Charles Darwin, “El Origen de las Especies: Un Fascímil de la Primera Edición”. p. 109
(Cambridge, Massachussets: Harvard University Press, 1964), p. 189
100. Ibid., p. 186
101. Ernst Mayr, “Systematics and the Origin of Species” (New York: Columbia University Press,
1942), p. 296
102. George Gaylord Simpson, “This View of Life” (New York: Harcourt, Brace & World, 1964),
p. 18
103. Letter from Darwin to Asa Gray, April 3, 1860, in The Life and Letter of Charles Darwin,
edited by his son Francis Darwin (New York: D. Appleton and Company, 1896 [Reprinted
1972]), Vol II, p. 90.
104. Garret Hardin, “Nature and Man’s Fate” (New York: Mentor Books, 1961), p. 61
105. Ibid., p. 224
106. Sir Francis Baccon, en Ernest E. Standford, “Man and the Living World”, Second Edition
(New York: The Macmillan Company, 1940), p. 34
107. George Wald, “The Origin of Life”, Scientific American, Volume 191, No 2 (Agosto de 1954),
p. 46
108. Ibid.
109. John Tyler Bonner, “The Ideas of Biology”, (New York: Harper & Brothers, 1962), p. 18
110. A. R. Moore, “On the Cytoplasmic Framework of The Plasmodium”, Science Reports, Toho-
ku Imperial University, Japan, 4th series, Volume 8 (December, 1933), pp. 189–191
111. John Pfeiffer and the Editors of Time–Life Books, “The Cell” (New York: Time–Life Books,
1972), p. 171
112. George Wald, “The Origin of Life”, Scientific American, Volume 191, No 2 (Agosto de 1954),
p. 46
113. Garret Vanderkooi, “Evolution as a Scientific Theory”, Christianity Today (May 7, 1971), p.
13
114. D. E. Green and R. F. Goldenberg, “Molecular Insights into the Living Process”, usada en
Vanderkooi, op. cit., p. 14
115. Look (Enero 16, 1962), p. 46
116. Graham Bell, en Gina Maranto y Shannon Brownlee, “Why Sex?” Discover, Volumen 5, Nº
2 (Febrero de 1984), p. 28
117. George Williams, en Maranto y Brownlee, “Why Sex?” Discover, Volumen 5, Nº 2 (Febrero
de 1984), p. 24
118. Gina Maranto y Shannon Brownlee, “Why Sex?” Discover, Volumen 5, Nº 2 (Febrero de
1984), p. 24
119. Génesis 1:27
120. Génesis 2:20–23
121. Sir James Williams, “Eos, or The Wider Aspects of Cosmogony”(London: 1928), p. 52
122. Ibid., p. 55
123. Isaac Asimov, “In the Game of Energy and Thermodinamics You Can’t Break Even”, Smith-
sonian Institute Journal (June, 1970), p. 10

89
124. Henry M. Morris, “The Twilight of Evolution” (Ann Arbor, Michigan: Baker Book House
Company, 1963), p. 35. (Nota: El autor ha encontrado de particular importancia éste y
otros libros del Dr. Morris)
125. Ibid., p. 41
126. Harold F. Blum, “Time’s Arrow and Evolution” (Princeton, New Jersey: Princeton Universi-
ty Press, 1951), p. 87
127. George Wald, “The Origin of Life”, Scientific American, Volume 191, No 2 (Agosto de 1954),
p. 49
128. Ibid., p. 50
129. W. E. Le Gros Clark, “Discovery”, (Enero, 1955), p. 7
130. Thomas Hunt Morgan, “A Critique of the Theory of Evolution”, (Princeton, New Jersey:
Princeton University Press, 1916), p. 24
131. Carl O. Dunbar, “Historical Geology”, Second Edition (New York: John Wiley and Sons,
Inc., 1961), p. 47
132. W. R. Thompson, “Introduction” to The Origin of Species by Charles Darwin (New York: E.
P. Dutton & Company, Everyman’s Library, 1956). Este apunte proviene de la Introduc-
ción reimpresa en el Journal of the American Scientific Affiliation, Volume 12 (Marzo,
1960), p. 6
133. La Historiadora Gertrude Himmelfarb (Sra Irving Kristol) trabajó bajo el apoyo de la Ame-
rican Philosophical Society y la Fundación John Simon Guggenheim Memorial para pro-
ducir su bien documentado libro que fue estudiado y recomendado por investigadores an-
tes de su publicación. Como Ronald Good lo señala en The Listener: “La razón por la cual
su estudio es tan valioso es, paradójicamente, porque ella no es una bióloga sino una his-
toriadora y tiene la ventaja inestimable de ser capaz de considerar el tema libre de prejui-
cios profesionales”.
134. Gertrude Himmelfarb, “Darwin and the Darwinian Revolution (Garden City, New York:
Doubleday
135. and Company, 1962), p. 330
136. Charles Darwin, “El Origen de las Especies”, Sexta Edición en inglés (New York: P. F. Co-
llier & Son, 1909), Capítulo X, pp. 359–361
137. George Gaylor Simpson, “The Meaning of Evolution”, Revised Edition (New Haven, Connec-
ticut: Yale University Press, 1967), p. 20
138. George Gaylor Simpson, “The History of Life”, (Chicago: University of Chicago Press,
1960), pp. 143, 144
139. Marshall Kay and Edwin H. Colbert, “Stratigraphy and Life History” (New York: John Wiley
and Sons, 1965), pp. 102, 103
140. Lincoln Barnett and the Editors of Time–Life Books, “The World We Live In” (New York:
Time–Life Books, 1955), p. 93
141. Scientific American (Agosto, 1964), pp. 64–66
142. Norman D. Newell, “The Nature of the Fossil Record”, Proceedings of the American Philo-
sophical Society, Volume 103, Nº 2 (Abril, 1959), p. 209
143. Véase Richard M. Ritland, “A Search for Meaning in Nature” (Boise, Idaho: Pacific Press
Publishing Association, 1970), p. 141
144. Daniel I. Axelrod, “Early Cambrian Marine Fauna,” Science, Vol 128 (3314) (1958), pp. 7–9
145. Charles Darwin, “El Origen de las Especies”, Sexta Edición en inglés (New York: P. F. Co-
llier & Son, 1909), pp. 178, 179, 334, 352, 354, 355, 503
146. Ibid., pp. 334, 340
147. Charles Singer, “A History of Biology”, Tercera Edición Revisada (Londres y New York:
Abelard Schumman, 1959), p. 277
148. Norman D. Newell, “The Nature of the Fossil Record”, Proceedings of the American Philo-
sophical Society, Volume 103, Nº 2 (Abril, 1959), p. 267
149. Alfred S. Romer, “Time Series and Trends in Animal Evolution,” en Glenn L. Jepson, Ernst
Mayr y George Gaylord Simpson, editors, Genetics, Paleontology and Evolution (Princeton,
New Jersey: Princeton University Press, 1963), p. 114

90
150. George Gaylord Simpson, “Tempo and Mode in Evolution”(New York: Columbia University
Press, 1944), pp. 105, 106
151. George Gaylord Simpson, “The Major Features of Evolution”(New York: Columbia Universi-
ty Press, 1953), p. 360
152. George Gaylord Simpson, “The History of Life”, en Sol Tax, editor, The Evolution of Life,
Volume 1 of Evolution After Darwin (Chicago: The University of Chicago Press, 1960), p.
149
153. Austín H. Clark, “The New Evolution: Zoogenesis” (Baltimore: Williams and Wilkins, 1930),
p. 196
154. Ibid., pp. 100, 101
155. Sir Julián Huxley, “The Wonderful World of Life” (New York: Garden City Books, 1958), p.
12
156. W. E. Swinton, in A. J. Marshall, editor, “The Biology and Comparative Physiology of
Birds” (New York: Academy Press, 1960), Vol 1, p. 1
157. E. J. H. Corner, in A. M. MacLeod and L. S. Cobley, editors, “Contemporary Botanical
Thought” (Chicago: Quadrangle Books, 1961), p. 97
158. W. R. Thompson, “Introducción” al “Origen de las Especies” por Charles Darwin (New York:
E. P. Dutton & Company, Everyman’s Library, 1956). Esta cita es tomada de la reimpre-
sión de la Introducción de Thompson en el Journal of The American Scientific Affiliation,
Volumen 12 (Marzo, 1960), p. 7
159. Henry Shaler Williams, “Geological Biology” (New York: Henry Holt and Company, 1895),
p. 38
160. Amadeus William Grabau, “Principles of Stratigraphy”, Second Edition (New York: A. G.
Seiler, 1924), p. 1103
161. E. M. Spieker, “Mountain–Building Chronology and the Nature of the Geologic Time–Scale,”
Bulletin, American Association of Petroleum Geologists, Volume 40 (August, 1956), p.
1806
162. O. H. Schindewolf, “Comments on Some Stratigraphic Terms”, American Journal of Scien-
ce, Volume 255 (Junio, 1957), p. 394
163. Henry M. Morris, “The Remarkable Birth of Planet Earth” (San Diego: Institute for Creation
Research, 1972), pp. 76, 77
164. Robert H. Rastall, “Encyclopedia Britannica”, Fourteenth Edition (1956), Volume 10, p.
168, article “Geology”
165. Robin S. Allen, “Geological Correlation and Paleoeology”, Bulletin of the Geological Society
of America, Vol 59 (Enero, 1948), p. 2
166. Theodozius Dobzhansky, “Evolution, Genetics and Man” (New York, John Wiley & Sons,
Inc., 1955), p. 302
167. M. F. Ashley Montagu, “An Introduction to Physical Anthropology”, Third Edition (Spring-
field, Illinois: Charles C. Thomas, Publisher, 1960), p. 267
168. Lecomte du Nouy, “Human Destiny” (New York: Longmans, Green & Co., Inc., 1947), p. 95
169. Richard B. Goldschmidt, “American Scientist”, Volume 40 (1952), p. 97
170. George Gaylord Simpson, “Tempo and Mode in Evolution”(New York: Columbia University
Press, 1944), p. 160
171. World Book Encyclopedia (Edición 1964), Volumen 13, p. 311
172. Charles Darwin, “The Descendent of Man”, Second Edition in One Volume (Philadelphia:
David McKay, 1901), Chapter IV, p. 181
173. Earnest Albert Hooton, “Apes, Men and Morons”, (Freeport, New York: Books for Libraries
Press, 1970), p. 105
174. F. Clark Howell and the Editors of Time–Life Books, “Early Man” (New York: Time–Life
Books, 1970), p. 42
175. Desmond Morris, “The Naked Ape: A Zoologist’s Study of the Human Animal” (New York:
McGraw Hill Book Company, 1967), p. 9
176. Thomas Hunt Morgan, “A Critique of the Theory of Evolution”, (Princeton, New Jersey:
Princeton University Press, 1916), p. 9
177. “Bones of Contention” Newsweek (Febrero 13, 1967), p. 101

91
178. “Upgrading Neandertal Man” Time (Mayo 17, 1971), p. 76
179. William L. Strauss, Jr., and A. J. E. Cave, “Pathology and the Posture of Neanderthal
Man”, Quarterly Review of Biology, Volume 32, Nº 4. (Diciembre, 1957), pp. 348–363
180. Earnest Albert Hooton, “Up From the Ape”, Revised Edition (New York: The Macmillan
Company, 1946), p. 346
181. Ibid., p. 329
182. Carleton S. Coon, quoted in “Upgrading Neandertal Man” Time (Mayo 17, 1971), p. 75.
Véase también Ralph S. Solecki, “Shanidar: The First Flower People” (Neew York: Alfred A.
Knopf, 1971)
183. Francois Bordes, “Mounsterian Cultures in France”, Science, Volume 134 (Septiembre 22,
1961), p. 803
184. William C. Putnam, “Geology” (New York: Oxford University Press, 1964), p. 463
185. Ibid.
186. Earnest Albert Hooton, “Up From the Ape”, Revised Edition (New York: The Macmillan
Company, 1946), p. 371
187. Ibid., pp. 367, 368
188. Science Digest (Abril 1951), p. 33
189. Eugene Dubois, “Pithecantropus erectus –A Form From the Ancestral Stock of Mankind”, in
Louis S. B. Leakey, editor, “Adam or Ape: A Sourcebook of Discoveries About Early Man”
(Cambrigde, Massachussets: Schenkman Publishing Company, 1971), p. 167
190. Ibid., p.175
191. Ruth Moore and the Editors of LIFE, “Evolution” (New York: Time Incorporated, 1962), p.
131
192. Eugene Dubois, in Louis S. B. Leakey, op. cit., p. 175
193. F. Clark Howell and the Editors of Time–Life Books, “Early Man” (New York: Time–Life
Books, 1970), p. 13
194. Ruth Moore and the Editors of LIFE, “Evolution” (New York: Time Incorporated, 1962), p.
132
195. Richard M. Ritland, “A Search for Meaning in Nature” (Boise, Idaho: Pacific Press Publis-
hing Association, 1970), pie de página en p. 107
196. Earnest Albert Hooton, “Apes, Men and Morons”, (Freeport, New York: Books for Libraries
Press, 1970), p. 107
197. Marcellin Boule and Henry V. Vallois, “Fossil Men” (New York: The Dr.yden Press, 1957),
p. 3
198. G. H. R. von Koenigswald, “Meeting Prehistoric Man” (New York: Harper & Brothers, 1956),
p. 55. También, en la página 147 de “Man’s Evolution”, por C. L. Brace y M. F. Ashley
Montagu (Toronto, Ontario: The Macmillan Company), leemos que: “Más extraño aún, fue
el punto de vista del mismo Dubois cuando comenzó a publicar de nuevo sus descubri-
mientos. Su opinión revisada fue que el Pithecantropus había sido un gibón gigante y
nada relacionado con la línea humana de desarrollo”.
199. Von Koenigswald, op. cit., p. 34
200. Earnest Albert Hooton, “Up From the Ape”, Revised Edition (New York: The Macmillan
Company, 1946), p. 304
201. Ruth Moore and the Editors of LIFE, “Evolution” (New York: Time Incorporated, 1962), p.
136. Véase también James Stewart–Gordon, “The Mistery of the Missing Bones”, Reader’s
Digest (Septiembre, 1976), pp. 177–186
202. G. H. R. von Koenigswald, “Meeting Prehistoric Man” (New York: Harper & Brothers, 1956),
p. 18.
203. Earnest Albert Hooton, “Apes, Men and Morons”, (Freeport, New York: Books for Libraries
Press, 1970), p. 115
204. David D. Riegle, “Creation or Evolution?” (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing
House, 1971), pp. 47, 48
205. Earnest Albert Hooton, “Up From the Ape”, Revised Edition (New York: The Macmillan
Company, 1946), p. 329

92
206. Henry Fairfield Osborn, “Hesperopithecus, The First Anthropoid Primate Found in Ameri-
ca”, American Museum Novitates, Nº 37 (Abril, 1922), pp. 1–5
207. London Daily Ilustrated News, Junio 24, 1922
208. W. E. Le Gros Clark, “The Fossil Evidence for Human Evolution” (Chicago: The University
of Chicago Press, 1955), p. 25
209. Duane T. Gish, “The Fossils say NO!” (San Diego: ICR Publishing Company, 1973), p. 91.
(Nota: este es un excelente libro.)
210. W. E. Le Gros Clark, “The Fossil Evidence for Human Evolution” (Chicago: The University
of Chicago Press, 1955), p. 25
211. Encyclopedia Brittannica (1946 edition), Volume 14, p. 763
212. Alden P. Armagnac, “The Great Piltdown Hoax”, Reader’s Digest (Octubre, 1956), p. 182
213. J. S. Weiner, “The Piltdown Forgery” (New York: Oxford University Press, 1955. Véase
también William S. Straus, Jr., “The Great Piltdowm Hoax”, Science, Volume 119 (Febrero
26, 1954)
214. Alden P. Armagnac, “The Great Piltdown Hoax”, Reader’s Digest (Octubre, 1956), p. 182
215. Robert Silverberg, “Scientists and Scoundrels: A Book of Hoaxes” (New York: Thomas Y.
Crowell Company, 1965), p. 232. Véase también C. L. Brace y M. F. Ashley Montagu (To-
ronto, Ontario: The Macmillan Company), p. 171
216. Thomas F. Heinze, “The Creation vs. Evolution Handbook” (Grand Rapids, Michigan: Baker
Book House, 1970), pp. 39, 40. (Excelente libro)
217. Gertrude Himmelfarb, “Darwin and the Darwinian Revolution” (Garden City, New York:
Doubleday and Company, 1962), pp. 253, 254
218. Marshall Hall and Sandra Hall, “The Truth: God or Evolution?” (The Craig Press, 1974), p.
122. (Otro excelente libro.)
219. Aldous Huxley, “Confesiones de un Ateo Profeso” Reporte (Junio, 1966), p. 19
220. 2 Corintios 4:4
221. Desafortunadamente muchos cometen el mismo error en el campo de la religión, aceptan-
do sin cuestionar lo que alguna autoridad figurada dice, en lugar de estudiarlo por sí
mismos.
222. Thomas Henry Huxley, “darwiniana”, 1893 edition (impresa en Estados Unidos por Apple-
ton, 1901), pp. 468, 469
223. Howard Peth, “Seven Mysteries… Solved!”, (La Puente, California: Lessons from Heaven,
Inc., 1988), Volume 1, p. 3–22., sección “Existencia de Dios.”
224. New Catholic Encyclopedia (edición 1967), Volumen 4, p. 428, artículo “Creación del
Hombre.”
225. Louis Berkoff, “Systematic Theology”, (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1941), p. 163
226. “The Sin of Everyman” Time (Marzo 21, 1969), p. 67
227. Mateo 5:5
228. Mateo 5:39
229. Friederich Nietzsche, “Complete Works of Nietzsche”, editado por Oscar Levy (sexta edi-
ción, 1930), volumen 2, p. 75
230. Véase Mateo 7:12 y Lucas 6:31
231. Howard Peth, “Seven Mysteries… Solved!”, (La Puente, California: Lessons from Heaven,
Inc., 1988), Volume 2, p. 7–9., sección “Cristo es el Creador.”
232. Eclesiastés 7:29
233. 1 Corintios 15:45; 11:8; y 1 Timoteo 2:13
234. 2 Corintios 4:6
235. Judas 14
236. Lucas 3:38
237. Santiago 3:9
238. 1 Pedro 3:20. Otro apoyo para la historicidad del diluvio se encuentra en 2 Pedro 2:5 y
3:3–7
239. Apocalipsis 12:9
240. Apoaclipsis 22:3
241. Mateo 19:4

93
242. Mateo 24:38. Y Hebreos 11: 7 dice: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de
las cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase;…”
243. Génesis 2:20
244. Donald John, “The Creation Story”, revista Insight (Review and Herald Publishing Associa-
tion, Octubre 11, 1977), p. 21
245. Alfred, Lord Tennyson, “Idylls of the King: The Passing of Arthur” Líneas 14, 15
246. Francis D. Nichols “God and Evolution”, (Washington D. C.: Review and Herald Publishing
Association, 1965), p. 56
247. Leonard Brand, “Faith and the Flood”, revista Ministerio en inglés (Febrero, 1980), p. 80
248. Louis Agassiz, “Methods of Study in Natural History” (Boston, 1863), p. iv
249. Hebreos 4:3
250. Colosenses 1:16
251. Génesis 2:1, 2
252. Véase Dr. Gary Parker, “From Evolution to Creation: A Personal Testimony”, ICR Impact
Series (San Diego: Institute For Creation Research), Nº 49, julio de 1977, p. ii
253. El apóstol Pablo obviamente la aceptó como historia literal, escribiendo bajo inspiración
que “la serpiente con su astucia engañó a Eva” (2 Corintios 11:3)
254. Juan 5:47. La pluma inspirada por Dios para el relato de la creación en el libro del Géne-
sis fue Moisés
255. Thomas F. Heinze, “The Creation vs. Evolution Handbook” (Grand Rapids, Michigan: Baker
Book House, 1970), p. 51
256. Hechos 17:27, 28
257. Hechos 17:25
258. Hebreos 1:1–3
259. Nehemías 9:6
260. Colosenses 1:16, 17
261. Colosenses 1:17, Traducción de Felipe. El Traductor, en la consideración de los versículos
citados, ha utilizado la versión Reina–Valera, Revisión 1960 de la Biblia en Español (N. del
T.).
262. Génesis 1:26, 27
263. El capítulo anterior, llamado “evolución teísta”, discute esa teoría comprometedora
264. Véase Génesis 1:5, 8, 13, 19, 23, 31
265. Véase Levítico 23:32 y Deuteronomio 16:16
266. Encyclopedia Britannica, (11th Edition), Volume 4, p. 988, artículo “Calendar”
267. Éxodo 20:8–11
268. Juan 5:17. Versión Standard Revisada (Traducido)
269. Génesis 2:3
270. Génesis 1:26–31
271. Génesis 1:31
272. John Skinner, “International Critical Commentary”, Volume 1, p. 21 sobre Génesis
273. 1 Corintios 15:52
274. Salmo 33:9
275. Los críticos de la Biblia algunas veces dicen, “Moisés cometió un error cuando escribió
que Dios dijo, ‘Sea la luz’ en el primer día y ¡luego se devolvió y escribió que Dios no creó
el sol hasta el cuarto día! Esa es una contradicción directa”. Pero el Dios Todopoderoso
NO dependía del sol para la luz. El supuesto “problema” en la primera página de la Biblia
desaparece cuando vamos a su última página la cual habla de la NUEVA creación de
Dios: “Y la ciudad no tiene necesidad de la luz del sol ni de la luna para que brille en ella:
porque la gloria de Dios la alumbrará y el Cordero [Jesús] es la luz en ella… Y allá no
habrá más noche; y no tienen necesidad… de la luz del sol; porque el Señor mismo les da-
rá la luz” (Apocalipsis 21:23 y 22:5. Texto traducido directamente de la versión en inglés.)
276. Génesis 1:16 (Traducido)
277. Génesis 1:19
278. Para ilustrar esto con un ejemplo del mundo real, consideremos la luna que rota cerca de
30 veces más despacio que la tierra, haciendo sus días más largos que los nuestros. Las

94
variaciones térmicas en la luna son consecuentemente mucho mayores, con la diferencia
de temperatura entre la noche lunar (el lado obscuro) y el día lunar (el lado alumbrado)
estando en un promedio de 450º Fahrenheit.
279. Ronald Ribbands, “The Honeybee”, Scientific American (Agosto, 1955), p. 52
280. Génesis 1:11, 12
281. Isaías 57:15
282. Deuteronomio 33:27
283. Isaías 9:6
284. Vale decir que “¡un texto sin CONtexto es un PREtexto!”
285. 2 Pedro 3:16
286. 2 Pedro 3:9, 10
287. Cada día es de 23 horas, 56 minutos, 4.09 segundos, para ser exactos
288. El lector es remitido al Apendix A en Seven Mysteries… Solved!, (Lessons from Heaven,
1988), Volumen 1, a algunos pensamientos sobre la armonía entre la “Ciencia y las Escri-
turas”.

95

También podría gustarte