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En sentido lato o impropio, el Estado se identifica con toda unidad social políticamente
organizada y ordenada. En su sentido estricto y propio, el Estado, es un modelo de
organización política que se gesta en los siglos XIV-XV a través de un proceso de
concentración del disperso y fluido orden medieval, que se caracteriza fundamentalmente
por: secularización, unificación, centralización, determinación territorial,
institucionalización y legitimación legal:
En primer lugar, se inicia por una secularización del poder, alimentada por el influjo de
las convicciones del Renacimiento y por la progresiva implantación de las ideas de la
Reforma, potenciados además por las numerosas luchas religiosas de la época.
A su vez, tuvo lugar una determinación territorial del poder político, puesto que,
superado los vínculos de la lealtad personal típica de la organización medieval, comenzó a
ejercerse el dominio político sobre todos los individuos que vivían dentro de un territorio
determinado.
El acontecimiento más importante fue sin duda el progresivo protagonismo que el Estado
empezó a asumir en el proceso de creación y aplicación del Derecho. El Estado, no sólo
intentó ser el legislador supremo y único, sino que, al mismo tiempo, hizo todo lo posible
para convertirse en el máximo garante de la eficacia de sus propias leyes mediante el
monopolio del ejercicio del poder judicial
Diferentes planteamientos esgrimidos por entendidos en la materia nos dan la base que
justifica la relación Estado-Derecho, entre los cuales vale resaltar:
Según la segunda actitud, el Derecho es anterior al Estado, no sólo desde el punto de vista
cronológico, sino también desde el punto de vista lógico o conceptual. En efecto, el
Derecho es un principio ordenador contemporáneo del hombre cuya existencia precede a la
de cualquier organización política. Al Derecho le corresponde una clara prioridad frente al
Estado, ya que el propio poder de dominio de éste aparece fundamentado en el Derecho,
derivado del Derecho y legitimado por el Derecho.
Si nos atenemos a la situación actual, hemos de reconocer que resulta difícil pensar en el
Estado sin pensar al mismo tiempo en el Derecho, del mismo modo que resulta difícil
definir al Derecho sin hacer ningún tipo de referencia al Estado. Hoy, Derecho y Estado,
son dos realidades que presentan abundantes convergencias, tanto estructurales como
funcionales. Por eso resulta razonable afirmar la estrecha y profunda correspondencia que
se da entre ambos.