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Tres determinantes sobre el precio del petróleo

Eduardo Madroñal, Coordinador de UPyD en Asturias

¿Dónde va el dinero del petróleo?


Queremos ampliar el análisis de nuestro querido compañero Manuel Sarachaga
en su artículo “Sobre el precio del petróleo y sus factores determinantes”, publicado en
“La Nueva España”, con el que coincidimos en la mayoría de sus puntos, artículo que
explica la imparable ascensión del precio del petróleo. Lo hacemos por la importancia
que tiene, para todos los ciudadanos de a pie de España y para todos los afiliados de
UPyD, la comprensión profunda de las causas que están determinando tal escalada del
precio.

¿Por qué se produce principalmente esta escalada? Vamos a expresarlo


telegráficamente para posteriormente exponer los datos y los análisis. Consideramos
que en su origen está la confluencia de tres factores. El primero, la especulación en los
mercados de futuros, es decir, la intervención de los grandes fondos de inversiones de
los principales capitales financieros del planeta en los mercados de futuros del petróleo
como medio de obtener un alto rendimiento para su capital que, tras la crisis de las
hipotecas “basura” y del mercado bancario, ha visto descender abruptamente, desde el
año 2006, su tasa de ganancia.

El segundo, la alta concentración cuasi monopolista del mercado mundial del


petróleo, donde un pequeño grupo de 15 grandes petroleras se reparten más del 50% de
todos los beneficios anuales mundiales que influye en el precio del petróleo dado que,
en contra de lo que quieren hacernos creer, ya no vienen marcados simplemente por la
relación entre la oferta y la demanda a nivel mundial, sino por la decreciente cuota de
reemplazo de sus reservas a la que vienen asistiendo de forma inexorable las grandes
compañías petrolíferas.

Y el tercero, la dimensión geoestratégica como fuente de energía ya que tras la


Segunda Guerra Mundial, el petróleo pasa ya definitivamente a convertirse en la
principal fuente de energía de todo el sistema productivo mundial, y el control y la
posesión de los países, zonas y territorios ricos en petróleo se convierte a partir de
entonces en un elemento de primer orden de la distribución mundial del poder, es decir,
a mayor control de las fuentes de producción del petróleo, mayor poder mundial se
posee, no sólo para asegurar el propio abastecimiento , sino también para controlar el de
tus competidores y rivales.

En los países de la Europa Occidental podríamos añadir un cuarto factor, la más


que excesiva distorsión de la intervención del Estado, la voracidad recaudatoria de los
Estados por la que más de un 50% del precio final que pagamos los consumidores es, en
realidad, debido a los impuestos estatales.

Veamos el primer factor, la especulación en los mercados de futuros. “Estamos


pagando un 50% de más en el precio de los carburantes por culpa de los especuladores
que operan en mercados que no están totalmente controlados. Al menos el 70% del
mercado del crudo estadounidense está manejado por especuladores y no por inversores
con intereses comerciales”. Esta denuncia, según informaba el periódico Público el
pasado 7 de junio, era lanzada por el expresidentes de la CFTC (el organismo
norteamericano encargado de controlar y vigilar la transparencia de los mercados de
futuros), Michael Greenberger en una comparecencia ante el Senado de EEUU.

En las dos primeras semanas de junio, el mercado InterContinental Exchange


(ICE) de futuros contratos sobre el Brent negociaba un volumen que equivale a 34,5
veces toda la demanda mundial. , El ICE es la bolsa de Londres donde se negocia
contratos de futuro sobre el Brent, gas natural, café, azúcar o algodón entre otras
muchas materias primas; es la mayor plaza del mundo en productos financieros
articulados en torno al Brent, que es el petróleo de alta calidad que se extrae en el Mar
del Norte y que marca los precios para Europa.

De conjunto, el volumen negociado durante los 5 primeros meses del año en el


ICE rebasa los 31.800 millones de barriles, superando así todo el petróleo que se
contrató en 2005. Lo 15 primeros días de junio, el promedio diario de contratación ha
sido de 333,4 millones de barriles, un 22% más que entre enero y mayo y casi 4 veces el
consumo real de petróleo en el mundo.

Dado que el precio medio alcanzado por el barril de petróleo Brent se ha situado
este mes en los 130,3 dólares, ello implica un movimiento diario superior a los 43.440
millones de dólares (unos 28.200 millones de euros, casi 5 billones de las antiguas
pesetas cada día). Esta mareante cifra se refiere sólo al Brent, que no es el petróleo que
más se consume en el mundo. Y sólo al negociado en ICE.

Porque si a éste le sumamos los contratos de futuros del crudo ligero West Texas
que se negocian en el NYMEX de Nueva York, el volumen total negociado cada día
alcanza la cifra de 1.109,7 millones de barriles. Lo que equivale a multiplicar por 12,8
veces el consumo diario global, que en la actualidad es 86,77 millones de barriles al día.
No es, por tanto, sólo un problema de insuficiente producción de petróleo para una
demanda creciente del mercado lo que está tirando hacia arriba de esa manera el precio
del petróleo. Al menos no en lo inmediato.
Nuevamente, la ley de la oferta y la demanda queda literalmente barrida del
mercado por la alta concentración cuasi monopolista, en este caso, del capital financiero.

Negocio de futuro, ganancia de presente

Pero ¿qué son estos “contratos a futuro” que mueven un volumen tan inusitado
de barriles y tal cantidad de dinero en el mercado del petróleo?

Los futuros son contratos financieros en los que un comprador se obliga a


adquirir una determinada cantidad de “lotes” (cada lote es equivalente a 1.000 barriles
de petróleo) a un precio previamente estipulado y en una fecha establecida. Hasta que
llega la fecha de vencimiento del contrato, en que se tiene que hacer efectiva la compra
y desembolsar el dinero pactado, el comprador es libre de venderlo a cualquier inversor.

Petroleras, grandes consumidores empresariales y agentes financieros de todo


tipo (bancos, fondos de inversión, hedge funds,…) son os principales protagonistas de
las negociaciones diarias en las plataformas de futuros. Aunque hay contratos de hasta
10 años, la parte principal son los contratos a futuro para una entrega no superior a los
siguientes seis meses. Los llamados inversores no comerciales, es decir, aquellos que no
negocian para utilizar y consumir el petróleo contratado, sino para revenderlo en el
corto plazo con ganancia, representan al menos el 25% de este gran negocio. Es decir, 1
de cada 4 barriles de petróleo que actualmente se negocian en el mercado mundial están
en sus manos.

El negocio de estos inversores reside, única y exclusivamente, en asegurarse que


el precio del barril de petróleo supere, en los meses siguientes a la firma del contrato, el
precio al que ellos lo compraron. Y cuanto más lo supere, mayor será la ganancia que
acumulen.

De esta manera, la fiebre especulativa que durante años agitó el mercado


inmobiliario haciendo subir inmisericordemente el precio de la vivienda hasta extremos
nunca vistos y que multiplicaba con creces su valor real, ahora se ha trasladado al
mercado de las materias primas, y singularmente al del petróleo. Desde julio de 2003, el
número total de contratos de futuro del petróleo ha aumentado en un 373%.
Duplicándose prácticamente desde enero de 2006 hasta hoy.

Centenares de miles de millones de dólares han pasado a dirigirse desde los


mercados financieros relacionados con el sector inmobiliario hacia los mercados
financieros de futuros del petróleo, con el objetivo de obtener en éste la misma tasa de
ganancia que obtuvieron durante muchos años en aquél.

Esta afluencia masiva del gran capital financiero es la segunda causa del
desorbitado aumento del precio del petróleo en el mercado mundial, con su inevitable
secuela de subidas igualmente desmedidas en el precio de los carburantes que todos
consumimos a diario.
Pero, necesariamente al igual que ocurriera en el sector inmobiliario, esta
concentración de capital en el mercado del petróleo dará lugar, tarde o temprano, al
estallido de la burbuja financiera creada en torno a él.

Los beneficios de las petroleras

Según cálculos del gobierno de Estados Unidos -informaba el diario español


Cinco Días el pasado 16 de junio- los ingresos percibidos por la venta de petróleo en
2007 por el conjunto de países que forman parte de la OPEP ascendieron a 673.000
millones de dólares. La OPEP representa aproximadamente el 40% de la producción
mundial de crudo. Luego, de ser correctos los cálculos del gobierno norteamericano, los
ingresos totales percibidos por los países productores de petróleo durante el año 2007
subirían a algo más de un billón y medio de dólares.

Sin embargo, la producción global en ese mismo año ascendió a 88,76 millones
de barriles diarios, lo que a un coste medio para el año de 68,95 dólares, da un total de 2
billones 183 millones de dólares. ¿Dónde están, pues, los 600.000 millones de dólares
restantes que no van a parar a los países productores?

Entre esas 15 grandes compañías petrolíferas, cuasi monopolios, cinco (un 33%)
son norteamericanos, los cuales sumaron en 2007 unos beneficios totales de 83.197
millones de dólares. Es decir, un 12% más que todos los beneficios sumados que
sacaron el año pasado las grandes empresas españolas del IBEX 35.

Las grandes compañías petrolíferas, que tienen en sus manos no sólo los
derechos de perforación y extracción de una buena parte del crudo mundial, sino, lo que
es más importante, la práctica totalidad de la capacidad de refino y transformación u las
redes logísticas de distribución, son las primeras interesadas en impulsar el alza del
precio del petróleo. Y no sólo porque estos e traduce inmediatamente en una subida
extraordinaria de sus beneficios, que en los últimos años ha supuesto un alza media del
60%.

A lo largo del último siglo, la economía mundial ha estado organizada en torno


al petróleo, una fuente de energía incomparablemente más eficiente que cualquier otra
de la que la humanidad pudo disponer jamás, relativamente fácil de extraer, transportar
y utilizar. Y que además permite obtener una gran variedad de útiles materiales
sintéticos compuestos a partir del mismo.

En las primeras décadas del siglo XX, en torno al petróleo se formaron muchas
de las más grandes fortunas contemporáneas y algunos de los más importantes
monopolios que a través de distintos reajustes, fusiones y absorciones, han llegado hasta
nuestros días. Dominados mayoritariamente por el gran capital norteamericano (Exxon-
Mobile, Chevron-Texaco, Conoco-Phillips,…) y anglo-holandés (British Petroleum,
Shell), al que en los últimos años se ha unido el ruso (Gazprom, Lukoil, Rosfnet,…).

El petróleo no sólo está presente en casi todo lo que utilizamos en nuestras vidas,
siendo la fuente de energía que mueve el 95% del transporte mundial, sino que ha sido
también decisivo en el incremento de la capacidad de producir y distribuir alimentos y
en los avances logrados en la industria química, alimentaria, farmacéutica,… No es
casual por ello que se le conozca como el “oro negro”, pues igual que la afluencia de
metales preciosos tras el descubrimiento de América en los siglos XVI y XVII fue una
de las principales fuentes de acumulación de capital para las principales burguesías
europeas en su época de gestación, el petróleo ha cumplido un papel similar durante el
siglo XX para algunas de las más poderosas herederas de aquellas, ahora con un
carácter monopolista.

Pues bien, este auténtico “oro negro” está a punto de alcanzar en el curso de las
próximas décadas lo que los expertos denominan “el cenit de su producción”. Es decir,
el punto a partir del cual su disponibilidad comenzará a decaer. Hasta el momento, lo
que se viene observando en los últimos años es una progresiva reducción de la
capacidad de producción excedentaria de petróleo. El crecimiento de la extracción
mundial es ya incapaz de aumentar al mismo ritmo que la demanda, lo que obliga a las
grandes potencias y a las mayores compañías petroleras mundiales a ir disminuyendo,
todavía lenta pero persistentemente, sus niveles de reserva.

De hecho, hace ya dos años, durante el congreso anual de la asociación europea


de geocientíficos e ingenieros, un alto directivo de Repsol pronosticaba, citando fuentes
de las propias asociaciones de las compañías cuasi monopolistas del petróleo, “un grave
declive en la producción de gas y petróleo, que empezará en algún momento de los
próximos diez años”. Y recientemente el presidente de Exxon Mobile declaraba que la
suma de sus reservas almacenadas y las probadas en los campos petrolíferos en los que
tienen derechos de extracción alcanzaban ya únicamente para los siguientes 14 años.

En esta tasa decreciente de reemplazo en sus reservas –es decir, la diferencia


entre los barriles vendidos y los barriles repuestos en nuevos descubrimientos- lo que
está determinando que las grandes petroleras se hayan lanzado a una desenfrenada
carrera por imponer unos abusivos precios de monopolio. Uno de los mecanismos
principales para formar el precio del petróleo, tanto en Nueva York como en Londres,
ha pasado a ser la tasa de reemplazo de las grandes multinacionales. Precio que se
separa cada vez más de su valor real y cuyas fluctuaciones no obedecen ya a la ley de la
oferta y la demanda, sino que responden principalmente a los intereses de las grandes
compañías petroleras, que privilegian sobre cualquier cosa el mantenimiento del valor
de la compañía y la multiplicación de sus ganancias mediante este mecanismo artificial.

La dimensión geoestratégica del petróleo


En el precio del petróleo entra un componente difícil de encontrar en otras
mercancías: su dimensión geoestratégica como fuente de energía de la que depende toda
la estructura económica de cada país, tanto en su vertiente de producción de mercancías
como en su posterior distribución para la comercialización. Tener asegurado el
abastecimiento de esta fuente de energía se ha convertido en un asunto primordial de las
relaciones internacionales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de esa fecha, 1945, EEUU, surgida de la guerra como una gran
superpotencia y consciente del papel vital del petróleo en la economía y la política
mundiales, va a ir desplazando de Oriente Medio a las dos potencias que hasta entonces
se lo habían repartido (Inglaterra y Francia), para hacerse con el control político de los
principales países productores de la región (Arabia Saudí, Kuwait, los Emiratos Árabes
Unidos, Irán,…).

Todavía para entonces, sin embargo, EEUU apenas si necesitaba importar un 2%


del petróleo que consumía. El control de Oriente Medio aparecía entonces más como
una maniobra de control del mercado mundial del que se abastecían el resto de países
que como necesidad dictada por el consumo propio. Sin embargo, para finales de los
años 60, el vertiginoso desarrollo económico unido a que en esa fecha alcanzó el cenit
de su capacidad extractiva, hicieron que el 25% del petróleo consumido por EEUU
tuviera ya que venir desde fuera. Un porcentaje que desde entonces no ha hecho más
que crecer. Pasando a un 40% en los años 80 y a un 55% en la actualidad. Para
mantener su ritmo de desarrollo, EEUU consume actualmente el 25% del suministro
energético global, cuando su producción apenas llega a ser un 9% del total. Lo que
quiere decir que necesita importar cada día más de 13 millones de barriles de petróleo.
Asegurar ese abastecimiento y controlar ls regiones del planeta de donde surge se ha
convertido para la gran potencia yanqui en una cuestión de vida o muerte.

En estas décadas, muchas de las guerras en las que han participado, directa o
indirectamente, las grandes potencias han estado relacionadas con el control de las
principales reservas de petróleo y gas natural existentes en distintos lugares del mundo.

En nuestros días, ante las crecientes dificultades para encontrar nuevas fuentes
de abastecimiento, reponer las reservas al mismo ritmo que se consumen y distribuir la
creciente demanda generada por la emergencia económica de los grandes países en
desarrollo del Tercer Mundo, China se está convirtiendo en una pieza clave en el
delicado equilibrio y la compleja disputa por el acceso a las fuentes de materias primas,
y en primerísimo lugar el petróleo, entre las grandes potencias.

Y no sólo por la creciente demanda que genera un mercado de 1.300 millones de


consumidores en plena expansión. Sino también porque Pekín (Beijing) posee una
posición económica muy fuerte ante EEUU. No en vano son su producción y su ahorro
los que permiten que los colosales desequilibrios que socavan la economía
norteamericana no la echen abajo. Tanto a través del inmenso aporte de mercancías a
bajo precio que permiten mantener al consumo como motor del crecimiento del PIB
estadounidense como mediante la compra de bonos del Tesoro americano con el que
EEUU financia, mal que bien, sus gigantescos déficits gemelos.

Pese a su posición hegemónica, estas nuevas condiciones de la realidad


económica mundial han hecho, inevitablemente, perder fuerza a EEUU en su política y
sus relaciones con el gigante asiático. Lo cual, a su vez, se traduce en un debilitamiento
de la posición norteamericana ante un conjunto de países que han buscado en los
últimos años, en la alianza con Pekín (Beijing), un mayor grado de fortaleza en la
escena internacional, como es el caso de Rusia, Irán o Venezuela, el segundo, cuarto y
noveno productores de crudo respectivamente tras Arabia Saudita.

Esta dimensión geoestratégica del petróleo, y las crecientes tensiones y disputas


que provoca por acceder a sus fuentes de abastecimiento es un tercer elemento a añadir
en la escalada de los precios del petróleo. Tensiones y disputas que, como pusieron de
manifiesto las guerras de Irak y Afganistán, dirigidas al corazón de dos de las zonas más
ricas en reservas petrolíferas del planeta: Oriente Medio y Asia Central, tienen su
epicentro en la cada vez más acuciante necesidad de EEUU de garantizar el suministro
de los 13 millones de barriles que necesita importa diariamente.

No es oro negro todo lo que reluce


Finalmente, y de forma especialmente acusada en los países europeos, un
componente esencial del precio final de los carburantes que pagamos los consumidores
lo constituyen los impuestos con los que la Unión Europea, el Estado español y las
Comunidades Autónomas gravan su consumo

Aunque las fuentes consultadas divergen acerca de la cuantía final de los


impuestos que incluye el precio de las gasolinas y gasóleos, todos los estudios coinciden
en establecer, dentro de una horquilla que va desde el 40% hasta el 52%, es cerca de la
mitad del dinero que pagamos por los carburantes el que recauda el Estado en sus
distintos niveles. En la actualidad, los carburantes soportan en España tres tipos
distintos de impuestos. El primero de ellos, el impuesto general sobre el consumo, el
IVA, que se lleva un 16% del precio final. Pero además existen otros dos impuestos
específicos: el Impuesto Especial sobre Hidrocarburos (IEH) y el Impuesto sobre las
Ventas Minoristas de determinados Hidrocarburos (IVMDH). El primero de ellos es un
impuesto establecido y regulado íntegramente por el gobierno central, aunque un 40%
de su recaudación se reparte entre las Comunidades Autónomas (que también participan
en un 35% de la recaudación del IVA) en función del consumo territorial. El segundo se
introdujo en 2002 para incrementar los recursos de las Comunidades Autónomas,
gravando las ventas al por menor de los carburantes para automoción, así como los
combustibles líquidos destinados a calefacción. Es el llamado céntimo sanitario.

En conjunto, lo que el Estado recauda cada año de los hidrocarburos representa


algo más del 10% del total de ingresos estatales. Es decir, una cifra cercana a los 30.000
millones de euros, 5 billones de las antiguas pesetas. Una cifra lo suficientemente
considerable como para que el gobierno pueda tomar medidas, de congelación o rebaja
de los impuestos, que ayuden a detener la sangría económica que para el bolsillo de la
mayoría de la población supone el incremento del precio de los combustibles.

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