Está en la página 1de 36

Una historia Neoyorquina.

Un cuento inspirado en Candy Candy

Por Mercurio

Faith Sherman era la única hija de una viuda sureña que en mejores tiempos había estado casada con un
comerciante de Atlanta. El señor Sherman había muerto cuando Faith tenía doce años y desde entonces,
madre e hija habían enfrentado juntas la vida, abriéndose paso contra viento y marea y llevando una vida
sencilla en uno de los suburbios de aquella capital de Dixie Land.

A pesar del dolor sufrido por la muerte de su padre, la pequeña Faith había conservado la vivacidad y
frescura que la caracterizaban y la hacían tan querida entre sus amigos y todos aquellos que la conocían.
Siempre que alguien necesitaba un hombro sobre el cual llorar, una sonrisa para iluminar el día más oscuro
o un oído siempre atento, Faith estaba ahí para ayudar.

A los dieciséis años la joven había hecho trabajo voluntario en una escuela pública para niños especiales y
en esa actividad había encontrado su vocación. Desde entonces su mayor sueño había sido poder dedicarse
a la educación especial pero sus posibilidades de continuar sus estudios después de la preparatoria eran
pocas debido a que las condiciones económicas de la familia no eran buenas.

Ashley Sherman había sido un comerciante próspero pero después del nacimiento de Faith, su esposa Sarah
había visto mermada su salud y las cuentas médicas habían obligado a Sherman a adquirir deudas las
cuales nunca pudo saldar.

A su muerte en 1992 Sarah había tenido que vender la gasolinera que poseían y la casa de campo para
poder pagar las deudas de su marido . Sin otro recurso más, la Sra. Sherman habían empezado a trabajar
medio tiempo atendiendo ancianos en un asilo y recibía un subsidio del gobierno ya que su salud no le
permitía trabajar por más tiempo.

Faith ayudaba a Sarah en lo que podía, tomando empleos de verano y cuidando niños por las tardes pero
semejantes ingresos estaban muy lejos de poder garantizar una educación universitaria para la joven. De
modo que Faith se había propuesto obtener las mejores calificaciones posibles y tomar los cursos más
avanzados y difíciles que el plan de estudios de la educación preparatoria ofrecía, con el fin de hacerse
acreedora a una beca escolar que le permitiera más tarde llegar a la Escuela de Educación Especial.

De esta manera el último año de preparatoria Faith trabajó arduamente dividiendo su tiempo entre sus
estudios, los niños que cuidaba, el trabajo voluntario y los momentos que le quedaban libres los dedicaba a
arreglar la vida de los demás aunque estos no lo solicitaran. Era una entrometida profesional, pero como
tenía un carisma innato la gente le perdonaba sus intromisiones.

Pero Faith Sherman no tenía tiempo para el amor, y no precisamente por falta de pretendientes. Faith no
era sólo carismática y vivaz sino que además poseía una belleza fresca e irreverente. Espigada y
delicadamente curvilínea, de movimientos seguros , miraba al mundo desde la ardiente luz de unos ojos
verde malva que brillaban con la luz como grandes lagunas en las que danzaban peces color esmeralda.

Para su gran fastidio la joven poseía una piel extraordinariamente blanca que nunca se bronceaba bien, pero
que solía cubrirse de pequeñas pecas si se exponía al sol por largo tiempo. Faith, que amaba la vida al aire
libre, el deporte y el mar siempre se quejaba de su incapacidad para lucir una piel tostada. Su madre la solía
consolar diciéndole que en otras épocas la tez tan blanca había sido sinónimo de belleza aunque en nuestros
días el bronceado se considerara más hermoso. Pero esto no consolaba a la muchacha.

Sin embargo, un rubor natural solía cubrir las tersas e impecables mejillas de la muchacha, mismo color que
encendía sus labios bien trazados. Como toque especial a su rostro, mezcla de inocencia y picardía, una
nariz breve y respingada , aderezada con unas cuantas perennales pecas, terminaba la composición.
Finalmente, una larga melena rubia e intrincadamente rizada enmarcaba el cuadro dando un carácter casi
irreal a la imagen de la muchacha.

A pesar de tantas gracias que la hacían encajar en el típico ideal de la belleza europea, la muchacha no
había tenido mucho éxito en el romance. Durante los años en que se había convertido en mujer, muchos
chicos habían empezado a manifestar interés en ella, pero Faith rara vez se había animado a aceptar una
cita y en las pocas ocasiones en que había salido con jóvenes de su edad, nunca había terminado por
concretar ninguna relación relevante. Por alguna razón que ella misma no alcanzaba a entender en su
totalidad, cada joven que conocía no lograba despertar en ella más que una simpatía cordial.

- ¿Cómo te fue en tu cita con Jeremy?- le preguntó Daisy, su mejor amiga del colegio, en una ocasión.

- Ni me lo recuerdes – contestó la rubia con acento molesto – el tipo es un verdadero patán. Trató de
abrazarme en los primeros 20 minutos de la película, no una sino tres veces y como yo le quité el brazo
otras tantas, después de media hora me dijo que la película le aburría y que había decidido regresar a su
casa a darle de comer a su gato.

- ¡Qué estúpido! ¿Y qué hiciste tú? – preguntó intrigada Daisy

- Pues a mi sí me gustaba la película así que me quedé en el cine sola y él se marchó.

- ¡Faith! ¿Pero cómo pudiste hacer eso? – la reconvino la joven de ojos color de miel.

- Pues muy fácilmente, me quedé y lloré muy a gusto con Clint Eastwood y Meryl Streep.

- No tienes remedio ¿Es que nunca te vas a interesar seriamente en nadie? ¿No quisieras enamorarte?

- ¡Ay Daisy! – suspiró la joven – sinceramente no sé si deba hacerlo, tengo tantos planes y no creo que un
romance sea ahora lo más conveniente. . . además. . .

- ¿Qué? – preguntó intrigada Daisy al ver que una luz extraña había centelleado por un instante en los ojos
verdes de su amiga.

- No, nada. No me hagas caso

- Ahora me lo dices, ya sabes que soy muy curiosa – arguyó Daisy.

- Bueno . . . lo que pasa es que desde siempre. . . yo he sentido como que algo falta en mi vida . . . una
pieza del rompecabezas que no alcanzo a encontrar . . . un rostro . .

- ¿Un rostro? - preguntó intrigada la joven – explícate bien porque cada vez te entiendo menos.

- No sé, Daisy. Es como si cada vez que voy por una calle desconocida, cada vez que cambio de escuela, o
conozco gente y lugares nuevos, mis ojos buscaran un rostro en especial, unos ojos de un color preciso, una
voz que nunca he oído pero que estoy segura reconocería inmediatamente

- ¿Has visto ese rostro antes? – indagó la joven intrigada.

- ¡No, Daisy! ¡Ni siquiera tengo la menor idea de cómo sería! – contestó Faith sonriente.

- ¿Entonces cómo piensas reconocerlo? – repuso Daisy con cierto fastidio


- Tampoco tengo idea. Sólo sé que cuando encuentre ese rostro sabré que se trata de él. Ese es el hombre
que yo estoy esperando.

- ¡Dios mío Faith, has leído demasiadas novelas románticas!

Así pasaron los años y finalmente llegó el momento de probar si los esfuerzos de Faith habían valido la
pena. Hacia principios de su último año de preparatoria la chica empezó, al igual que muchos jóvenes
norteamericanos, a realizar una exhaustiva indagación para seleccionar la universidad que más se ajustara a
sus necesidades y al préstamo becario que podría obtener del gobierno.
Faith mandó solicitudes a varias universidades en diversas partes del país con la esperanza de que alguna
universidad en Georgia la aceptara, ya que no quería mudarse lejos de su madre cuya salud, como
sabemos, no era muy buena. Sin embargo, la joven no alcanzó lo esperado ya que la única solicitud suya
que fue aceptada provenía de la Universidad de Nueva York, justo en la ciudad del mismo nombre.
La joven se sintió muy desilusionada con la situación pues su preocupación y cariño hacia su madre le
decían que no debía aceptar dicha oportunidad. Posiblemente lo mejor sería esperar hasta el siguiente año
para volver a intentar. No obstante, Sarah Sherman, que era una madre amorosa animó a su hija con todas
sus fuerzas y tanta fue su insistencia que logró convencer a la joven de aceptar la oferta que se le
presentaba. De modo que el siguiente otoño Faith dejó Georgia y se mudó a la Gran Manzana con el fin de
iniciar su sueño . . . y encontrar su destino.
Las cosas no fueron fáciles al principio, los neoyorquinos eran recelosos y hacer amistades fue difícil. La vida
en el campus era dura y la adaptación al tren de vida de la gran metrópoli yanqui tampoco fue algo muy
agradable para una hija del Sur. Sin embargo Faith, echando mano de su inagotable entusiasmo, logró poco
a poco romper el hielo y abatir la nostalgia. Al término del primer año ya había conseguido adquirir un
nutrido círculo de amigos que se preocupaban por la linda sureñita que siempre tenía una sonrisa en los
labios y una palabra de aliento para los demás, aunque por dentro ella misma se muriese de tristeza por
estar lejos de su madre.
Una de las primeras amistades que logró conseguir fue la de una chica latina cuyos padres habían inmigrado
a los Estados Unidos cuando Michelle, tal era el nombre de la nueva amiga de Faith, era apenas una chica de
15 años. La química positiva entre Faith y Michelle había sido casi instantánea. Ambas chicas estaban
haciendo cola para pagar unos libros en la librería y Faith que venía muy distraída leyendo había empujado
a Michelle haciéndola regar los libros de poesía que la chica latina estaba por comprar.
- Veo que te gusta Emily Dickson – había comentado Faith después de disculparse.
- La adoro – comentó Michelle con una gran sonrisa – De hecho estudio literatura
- A mi también me gusta la poesía pero estudio Educación Especial en la NYU. Mi nombre es Faith, Faith
Sherman.
- Yo soy Michelle Valencia, mucho gusto en conocerte.
- El gusto es mío.
Después del incidente las jóvenes se habían enfrascado en una animada conversación y a la salida de la
tienda ya eran las grandes amigas. Los lazos que nacieron en ese momento casual durarían toda la vida.
Michelle Valencia era hija de un diplomático importante que trabajaba para la embajada de Perú y la madre
era una tradicional ama de casa. Radicados en Washington D.C. los señores Valencia habían dejado partir a
Michelle con cierto recelo, pero la muchacha era muy independiente y voluntariosa así que no pudieron
convencerla de que se quedara en el Distrito de Columbia para realizar los estudios de Literatura en los que
estaba interesada.
Al poco tiempo Faith y Michelle se habían vuelto inseparables al grado de que un buen día, durante su
segundo año en la universidad, la joven peruana le hizo una proposición a su amiga rubia:
- Sabes una cosa Faith. Estoy planeando irme a vivir fuera del campus.
- ¿En serio Michie? ¿Por qué, no estás a gusto en el dormitorio? – pregunto la joven sureña con su dulce
acento cantado.
- No es eso. Lo que pasa es que un amigo de mi padre es dueño de un edificio en Broadway y tiene un
departamento que me ofrece a muy buen precio. Es prácticamente todo un piso y me ha dicho que podría
hacer las modificaciones que yo quisiera.
- Eso suena fantástico. Tendrás todo el espacio que necesitas ¿No? Y además no queda muy lejos del
campus.
- Así es – contestó Michie entusiasmada – pero no quisiera irme a vivir sola.
- ¿Por qué no invitas a alguien a compartirlo, entonces? – preguntó Faith distraídamente mientras devoraba
la hamburguesa que tenía en las manos.
- Bueno . . . había pensado que tal vez cierta sureñita quisiera venir conmigo.
- ¿Estás loca, Michie? Yo no podría pagarlo.
- ¿Pero quién dice que tendrías que pagar? – inquirió Michelle con sus brillantes ojos negros.
- Porque yo pago lo que consumo, por eso – concluyó simplemente la rubia.
- Bueno, en todo caso podrías cooperar cocinando.
- ¿Tú te arriesgarías a comer lo que yo cocino, Michie? – bromeó Faith
- Si tu has sobrevivido más de un año a tu cocina ¿Por qué no habría de hacerlo yo?
- Ummm....no se Michie.
- Piénsalo bien Faith, viviendo fuera del campus te sería más fácil conseguir un trabajo de medio tiempo o
por horas y así podrías sentirte menos limitada, y quizá hasta mandar algo de dinero a tu madre.
La rubia no contestó en ese momento pero al cabo de una semana las dos chicas estaban ya visitando el
departamento que efectivamente era todo un piso de un edificio antiguo. La tarde en que Michelle llevó a
Faith a ver el lugar por primer vez la joven rubia sintió como si una aguja se le hincara en el pecho.
- ¿Qué sucede Faith? – le había preguntado Michie intrigada.
- No sé, es como si . . . yo hubiese estado antes en este lugar . . . es una sensación extraña . . . como . . .
- ¿Cómo de qué?
- Tristeza – fue la única respuesta de la muchacha.
- ¡Vamos, no vayas a empezar otra vez con tus historias raras de rostros en la multitud!
Y con este comentario se dio carpetazo al asunto y las muchachas procedieron a revisar el piso. El lugar
estaba muy sucio y necesitaba reparaciones, pero el padre de Michelle estaba dispuesto a complacer el
capricho de su hija así que pronto ambas chicas estaban escogiendo muebles y el color de la pintura para las
paredes.
Aunque el dinero no era problema para Michelle, Faith que sabía un poco más del valor que este recurso
tiene, convenció a su amiga para solicitar ayuda de sus múltiples amigos para redecorar el departamento,
en lugar de contratar profesionales. “De esa forma será más divertido, y podremos ahorrar el dinero para un
fiesta de inauguración” , había sido la tentadora oferta de Faith. Así que un buen día un ejército de
universitarios, estudiantes de Literatura, Psicología, Educación y Trabajo Social asaltaron el lugar y
levantando un gran nube de polvo empezaron a acondicionar el piso para las futuras inquilinas.
Durante los tres días que duraron esas reparaciones tuvo lugar un suceso curioso. Mientras Faith sacudía la
pared de una de las dos alcobas para que después se pudiera pintar, percibió que el muro estaba hueco.
Con los puños empezó a dar golpecitos en la pared y después, muy intrigada llamó a uno de sus amigos.
Pronto la pared había sido derribada, porque lo que Faith quería era ley para sus amigos. Cuando el polvo y
los restos de madera les permitieron ojear hacia el otro lado del hueco que se había abierto, los muchachos
se dieron cuenta de que se trataba de toda una habitación que se había clausurado. Asombrosamente la
habitación estaba amueblada. Se trataba de un estudio.
Por el estilo de los muebles podría pensarse que databan de los años treinta o cuarenta. Había un escritorio
de líneas sencillas en madera de caoba, un sillón de piel, un par de mesas con algunos objetos decorativos y
un gran librero Cuando Michie se acercó al librero y protegida por el tapabocas que llevaba, quitó el polvo
que cubría los volúmenes, no pudo evitar gritar de alegría ante el hallazgo de una amplia y selecta colección
de obras literarias, mayormente poesía y obras teatrales.
Faith, por el contrario se sintió especialmente atraída hacia el escritorio en donde, a pesar del paso del
tiempo parecía reinar un orden inflexible. Todo estaba dispuesto con rigurosa organización. Nada parecía
estar fuera de lugar. La joven pasó las manos sobre la polvosa superficie de madera y de repente una visión
pasó por los ojos de su mente
Un hombre joven con cabellos castaños y cuyo rostro no podía ver, corría por unas escaleras. Parecía correr
desesperadamente para alcanzar a alguien. De repente Faith sintió que el joven la tomaba por la cintura.
- ¡Faith! ¡Faith! ¿Ya estas de regreso de la Tierra de los Sueños? – preguntó Michie intrigada.
- ¿Eh?
- Que de pronto te quedaste ida. Ve a traer el sacudidor vamos a limpiar este cuarto del tesoro que nos
hemos encontrado.
Y cuarto del tesoro le llamaron.
Así pues, con la ayuda de los amigos se procedió a hacer una inspección exhaustiva en el “cuarto del
tesoro”. Michie y Faith estaban sorprendidas e intrigadas con el inesperado descubrimiento. Como dos niñas
que abren un regalo navideño revisaron los objetos sobre las mesas y el escritorio y terminaron haciendo un
inventario:
• Un busto de Shakespeare
• Un cuadro con un mapa de Inglaterra
• Un pisapapeles de acero en forma de pirámide
• Una estatuilla de bronce representando un caballo al galope.
• Una lámpara que asombrosamente todavía funcionaba
• Un jarrón de porcelana
• Un reloj de péndulo que se había detenido a las 11:30
• Un tintero
• Una pluma fuente
• Un cortaplumas
• Una carpeta de piel negra con algunos papeles en blanco.
Ávidamente trataron de buscar en esos objetos algún indicio que pudiera darles pistas sobre quién había
sido el o la dueña de esos objetos y el por qué dicha habitación parecían haberse clausurado con todo y el
mobiliario dentro de ella. Sin embargo, lo que encontraron no les decía mucho al respecto. La primera
página de cada libro estaba marcada con las iniciales T.G.G. y debajo del pisapapeles piramidal había
inscrita una fecha: 2 de julio de 1923.
Después de dicha inspección Michie se cansó de jugar al detective y simplemente asumió con gran alegría
que podría convertirse en la inesperada heredera de aquella linda colección de libros y que tanto ella como
Faith podían utilizar alternadamente la habitación como estudio. Sólo necesitaban acondicionar el lugar para
que se pudiera instalar una computadora, una conexión de cable para el internet, así como un librero más
para los libros de texto y todo quedaría perfecto.
- ¿Pero no piensas avisarle al dueño de lo que encontramos? – preguntó Faith escandalizada mientras
jugueteaba con el pisapapeles piramidal.
- Sí claro, pero no creo que sea necesario que le cuente “tan en detalle”
- Pero eso sería decir la verdad a medias. Además, algunos de estas cosas podrían tener un valor como
antigüedades.
- ¿Y quién se las está robando? – preguntó Michie fingiendo inocencia- las usaremos los próximos dos años y
cuando terminemos la universidad se las regresaremos al dueño. Aunque a ti parece que te gustó mucho
ese pisapapeles, así que te autorizo a quedártelo. No creo que nuestro casero se empobrezca por un objeto
que no sabe que posee.
- ¡Ay Michie! – exclamó Faith dándose por vencida al tiempo que miraba la fecha en la base de la pequeña
pirámide que tenía en la mano.

*****
Aarón Truman había nacido en el seno de una distinguida familia. Su padre, Gregory Truman, era un
acaudalado y prestigioso abogado que dirigía una de las firmas más importantes de Boston; su madre
Lucinda Aston, antes señora de Truman, era una periodista reconocida y había estado casada con el
abogado por quince años. La relación entre los Truman había sido muy pasional en un inicio, pero pronto las
diferencias de ideologías y sus múltiples compromisos profesionales los habían comenzado a alejar hasta
que ambos decidieron que era mejor optar por un divorcio amistoso.
La ruptura entre sus padres, aunque bastante civilizada, no había dejado de perturbar a Aarón, quien
entonces tenía sólo doce años. La ex – señora Truman había encontrado un nuevo amor muy pronto y eso
molestó a Aarón de tal forma que el jovencito prefirió quedarse a vivir con su padre. Como Lucinda era muy
liberal y quería que su hijo creciera como un espíritu independiente no se opuso a la decisión de éste.
Sin embargo, este hecho no resultó en un acercamiento entre Aarón y su padre, quien siempre se
encontraba demasiado ocupado. De esta forma el joven fue alimentando un doble resentimiento hacia sus
padres y se encerró en sí mismo, volcándose en lo único que le proporcionaba solaz, la lectura y el dibujo.
Pero la ruptura definitiva entre Aaron y su padre tendría lugar hasta algunos años más tarde cuando el
joven anunció a Gregory que se proponía estudiar arte, en especial pintura y diseño. El señor Truman no
creía que un hombre de respeto pudiese dedicarse al arte. “esos supuestos artistas son todos unos parásitos
improductivos. comunistas y agitadores”, solía decir y la idea de que su hijo quisiera convertirse en uno de
ellos no le hacía ninguna gracia, así que se opuso terminantemente.
Por su parte, Lucinda, al ver una oportunidad para restablecer la relación con su hijo, y siguiendo su
naturaleza liberal apoyó la decisión de Aaron. De esta forma, si antes la separación de los Truman había sido
“civilizad y pacífica”, la verdadera guerra entre los excónyuges empezó seis años después de firmada el acta
de divorcio, cuando Aaron se inscribió en la Escuela de Artes Tisch, de la Universidad de Nueva York,
apoyado económicamente por su madre. Gregory terminó enemistándose con Lucinda y rompiendo con su
hijo, quien encolerizado salió una noche de la casa de su padre sin llevarse más que su portafolios de
dibujos y su motocicleta.
Gregory nunca olvidaría la fuerza y determinación que reflejaba el joven rostro de su hijo aquella ocasión.
Sus ojos brillaban con indignadas fumarolas verdi-azules mientras se enfundaba en su chamarra de cuero
negra y se calaba el casco sobre los largos cabellos castaños que le llegaban a la espalda. Cuando el motor
rugiente de su Harley-Davidson estuvo listo para partir, el joven había mirado por última vez hacia uno de
los ventanales. Era la única habitación sin luz en toda la mansión y Aaron sabía que desde la oscuridad de
su alcoba su padre estaba observando. Asiendo el manubrio de la motocicleta el joven volvió el rostro y se
alejó de ahí. Su padre no volvería a verlo en mucho tiempo.
¿Por qué el arrogante y rencoroso Aaron había aceptado la ayuda de su madre? Bueno, la verdad es que
hubiese preferido abrirse paso por sí mismo, pero sus ambiciones eran inalcanzables de otra forma. Durante
su época preparatoriana, Aarón había sido obligado a estudiar en una escuela presbiteriana cuyas reglas
estrictas y educación tradicionalista lo sofocaban. Demasiado inteligente e inquieto como para adaptarse a
ese ambiente Aarón no había alcanzado muy buenas notas debido a que frecuentemente faltaba a clases y
se conformaba con obtener el mínimo aprobatorio, cosa que no le tomaba ningún esfuerzo. No fue sino
hasta unos meses antes de graduarse, cuando tomó la decisión de estudiar arte, que lamentó el no haber
sido más disciplinado y menos voluntarioso. De haber tenido buenas calificaciones hubiese tal vez podido
aspirar a una buena beca. Pero con los resultados obtenidos en la preparatoria, incluso con dinero le sería
algo difícil ingresar a la universidad de su preferencia. Así que Aarón debió tragarse su orgullo y recurrir a su
madre para continuar sus estudios.
A pesar de la reticencia de Aarón, la circunstancia terminó por romper el hielo con su madre y poco a poco
en los años que siguieron, Lucinda y su hijo tuvieron un nuevo acercamiento. De ese modo el joven se
marchó a Nueva York donde comenzó a estudiar, por primera vez con real interés en los cursos que tomaba,
aunque pronto sus habilidades empezaron a rebasar los contenidos de sus materias y Truman adquirió la
fama del estudiante que con el menor esfuerzo lograba las más altas calificaciones en las clases de dibujo,
teoría del color y pintura.
El padre de Lucinda murió hacia el término del primer año de Aarón en la universidad, dejando una suma
para su nieto. Sin pensarlo mucho el joven dispuso de su pequeña herencia para adquirir un departamento
en Manhattan que enseguida acondicionó como vivienda y taller, por lo que se convirtió en la envidia de sus
compañeros que debían conformarse con vivir en los dormitorios del campus, sin tener mucho espacio, ni
para sus trabajos artísticos, ni para las citas de fin de fin de semana. Irónicamente, Aarón no sacaba partido
de sus privilegios como lo hubiesen hecho la mayor parte de sus compañeros.
Había tenido un par de relaciones intrascendentes, más por curiosidad que por otra cosa, y solía decir que
se arrepentía de haber perdido el tiempo. Sus amigos pensaban que el joven estaba algo loco
desperdiciando así la conveniencia de tener un departamento propio, dinero a discreción por parte de una
madre complaciente, y un atractivo físico notable, pero el muchacho prefería mantener su actitud caprichosa
y mayormente indiferente. Era como si cada nueva chica que conocía confirmase su teoría de que al amor
parecía no importarle mucho Aarón y por lo tanto tampoco Aarón se interesaba mucho en el amor. Al
menos, eso era lo que solía sentenciar.
No obstante, el joven guardaba en secreto una especie de obsesión que conservaba desde la infancia. No
recordaba a ciencia cierta cuándo había empezado, pero era seguro que ya llevaba varios años sufriendo un
mismo sueño recurrente que le molestaba varias veces al mes y en ocasiones más de una vez por semana.
No se podía decir que fuese una pesadilla, pero la mayor parte del tiempo le dejaba una sensación
desagradable, como de vacío, insatisfacción y una profunda tristeza que no lograba explicar.
Cuando era un niño, el sueño solía comenzar en una recámara decorada con muebles antiguos, donde un
Aarón de unos diez años se sentaba solo al borde de la cama mientras leía un libro cuyo título nunca
alcanzaba a ver. Tocaban a la puerta y él salía a ver quien era pero no había nadie. Entonces Aarón corría
por el pasillo preguntando a gritos si había alguien ahí, hasta llegar a una puerta que llevaba al exterior de
aquel lugar que olía a claustro y a encierro.
Al momento de salir de aquel edificio oscuro, el ambiente cambiaba. Había sol como en una mañana de
verano y se podía contemplar el nervioso vuelo de las libélulas sobre un valle verde y oloroso a hierba
fresca, como después de la lluvia temprana. Aarón oía entonces que una voz le llamaba con un nombre que
no era el suyo y que él no podía nunca recordar al término del sueño. Sin embargo, en el sueño, Aarón sabía
que la voz lo llamaba precisamente a él y volvía el rostro buscándola hasta encontrar en la distancia una
niña de uno o dos años menos que él, a la cual Aarón apenas alcanzaba a ver. Tenía cabellos rubios y le
sonreía desde lejos para después volver el rostro y desaparecer internándose en el bosque cercano.
Aarón sentía entonces la necesidad de correr tras de la niña, como si hubiese encontrado a una amiga
perdida mucho tiempo atrás, pero la niña corría mucho más rápido que él y nunca lograba alcanzarla antes
de que el sueño terminara. Cuando esto sucedía, el niño se despertaba en medio de la noche y sin importar
la hora, encendía la luz de su alcoba y tomando lápiz y papel que siempre tenía a la mano, dibujaba lo que
podía recordar. En especial a aquella niña cuyo rostro apenas si podía distinguir. De manera que al paso de
los años Aarón reunió una extraña colección de dibujos con niñas rubias en cuyo rostro el único rasgo
preciso era la sonrisa.
Conforme el joven había ido creciendo la niña del sueño había cambiado también. A medida que él se hacía
hombre, ella se iba haciendo mujer y con el tiempo le iba permitiendo acercarse más a ella, mientras que la
cara que antes estaba prácticamente cubierta por la bruma podía verse con más claridad. De esta forma
Aarón pudo definir más y más los dibujos que hacía. Los cabellos rubios eran caprichosamente rizados, los
ojos eran verde oscuro, como las malvas después de la temporada de lluvia, la nariz breve y fina, la sonrisa
era abierta y franca, dibujada sobre unos labios que conforme pasaban los años, comenzaron a volverse
inquietantes para el joven y la piel muy blanca, apenas salpicada por unas cuantas pecas que se movían en
su nariz cuando ella le sonreía.
A medida que el talento del joven se desarrollaba más, los dibujos se fueron definiendo con un realismo
asombroso y después se convirtieron en pinturas con el retrato de una mujer joven que llevaba siempre un
vestido de gasa color durazno con el talle largo. Sin darse cuenta, la joven de los sueños ejercía ya una
extraña fascinación sobre el artista, la cual no se comparaba a la atracción que hubiese podido sentir por
cualquier mujer real que Aarón conociera.
En el último año el sueño se había vuelto más intrigante y a la vez doloroso. La muchacha seguía
sonriéndole al principio del sueño, pero cuando él comenzaba a correr tras ella, al poco rato Aarón se
percataba que ella iba sollozando. Luego se volvía y él podía ver su rostro lleno de lágrimas justo antes de
que el sueño terminara.
El muchacho se despertaba también llorando amargamente, agradeciendo no tener compañero de cuarto del
cual ocultar las lágrimas, y buscando frenéticamente los lápices para bosquejar un nuevo dibujo.
*****
Pasaron los días y los meses hasta que un año más llegó a su fin. Michie y Faith continuaban su ajetreada
vida estudiantil entre las emociones fuertes de los exámenes finales, las fiestas de los fines de semana, la
agitada vida amorosa de la joven peruana y la interminable lista de asuntos pendientes de Faith, que nunca
se cansaba de entrometerse en la vida de todos con el sincero deseo de componerla, no siempre con los
mejores resultados, pero eso sí, con las mejores intenciones.
Michie y Faith se habían ya acostumbrado al “cuarto del tesoro” que se había convertido en el estudio que
ambas compartían y en donde pasaban largas horas preparando sus clases y trabajos escolares. A pesar de
la familiaridad que vamos desarrollando en torno a las cosas que a fuerza del tiempo se van haciendo
cotidianas y comunes, Faith seguía sintiendo una extraña fascinación hacia la habitación y todo lo que en
ella había. No obstante, no acertaba a entender la razón de aquel sentimiento extraño que la embargaba de
vez en vez al estar en aquel lugar, en especial si se encontraba a solas.
Adicionalmente, desde el primer día en que habían entrado a aquel estudio clausurado por una razón para
ellas desconocidas y en condiciones tan sui géneris, la joven rubia había empezado a sufrir una especie de
ataques de ausencia, esos momentos extraños en que el alma pareciera desprenderse del cuerpo ajena a
toda realidad para abandonarse a recuerdos queridos, sueños ansiados o tristezas ocultas. Lo curioso era
que en esos instantes Faith no se sentía más a si misma y vivía por segundos escasos imágenes que
solamente podía ver en su mente y que no podía comprender.
La escena del joven corriendo escaleras abajo se repetía una y otra vez, siempre dejándola con esa
sensación de melancolía profunda que le oprimía el pecho como si hubiese perdido para siempre a alguien
importante y querido. Después de volver de esas ausencias la joven se la pasaba varios días deprimida y
solamente se reponía por la gran fuerza de voluntad que tenía y esa incansable energía que la movía a
preocuparse por los demás más que por sí misma. Michie notó en más de una ocasión las tristezas de su
amiga que ella interpretó como preocupación por su madre y se limitó a hacerle compañía e insistirle en
salir y divertirse para alejar los nubarrones mentales que agobiaban a Faith.
No obstante, aquel cielo oscuro parecía aumentar su penumbra solamente y las visiones se sucedían cada
vez con mayor frecuencia, siempre con los mismos resultados. Finalmente, una noche, las cosas tomaron un
rumbo inesperado.
Michie había salido con un estudiante de leyes que acababa de conocer en una fiesta y Faith se había
quedado en casa para terminar un trabajo para su curso de psicomotricidad. El departamento estaba
totalmente sumido en el silencio escuchándose solamente el ruido de la lluvia sobre las ventanas y el
golpeteo de las teclas de la computadora de Faith mientras ella trabajaba frenéticamente en el estudio.
Fue entonces que sucedió aquello. Un relámpago iluminó la estancia con mayor claridad que la lámpara que
Faith usaba, e inmediatamente después, el cuarto entero quedó en tinieblas, mientras la muchacha se
lamentaba por la centésima vez en su vida por no tener una fuente de poder alterna que le permitiera seguir
trabajando a pesar del apagón.
La joven se levantó a tientas del escritorio donde estaba trabajando, que no era otro que aquel que habían
encontrado en el cuarto desde la primera vez que habían descubierto la habitación oculta. No obstante,
cuando estaba intentando caminar hacia la cocina por una vela, la energía eléctrica se restableció y ella
corrió inmediatamente a la computadora para ver qué cantidad del archivo en que había estado trabajando
se había alcanzado a salvar.
Para su gran alegría no se había perdido ni una sola línea, pero esa buena nueva pasó a segundo término
cuando los asombrados ojos de la joven llegaron al final de la página en la que había estado trabajando y se
dio cuenta que, por misterioso y loco que pareciera, había una línea última, más bien unas cuantas palabras
que ella no había escrito.
Restregándose los ojos volvió a leer en la pantalla del monitor, sin querer aceptar lo que era evidente. Ahí
frente a ella, en el mismo tipo de letra que ella estaba escribiendo, se podía leer claramente:
“ El doble fondo del cajón derecho”
Faith pensó que estaba a punto de volverse loca y en un último intento por recuperar la cordura borró aquel
mensaje que parecía una mala broma de Michie, pero como la joven no estaba en el cuarto era pues
imposible que ella hubiese sido la autora de semejante mensaje.
La joven rubia se sacudió el cabello intentando aclarar sus pensamientos y con dedos nerviosos intentó
seguir escribiendo. Sin embargo, después de pocos minutos los dedos no le respondieron más. En cambio,
los ojos parecían habérsele clavado al cajón derecho del escritorio y sin poder resistir más, la muchacha lo
abrió sacando todos los objetos que había dentro de él con una ansiedad incomprensible.
“El doble fondo del cajón derecho”
Se repetía a sí misma mientras sacaba lápices, papeles, grapas, clips y otros objetos hasta que el cajón
estuvo limpio.
“El doble fondo del cajón derecho”
Con manos temblorosas palpó el fondo del cajón hasta que las yemas de sus dedos sintieron una ranura en
una de las orillas del cajón. Presionó con el índice y fácilmente la madera cedió levantándose para dejar ver
el contenido ligeramente polvoriento de aquel segundo fondo.
Oculto tal vez por muchos años, descansaba un libro de piel de grandes páginas.
La joven lo tomó en sus manos y al instante la visión de otras manos más grandes y de movimientos
enérgicos escribiendo sobre las páginas de aquel libro le vino a la mente. La visión se cortó y ella se vio
presa de una gran ansiedad que la llevó a limpiar el libro con el lienzo que usaba Michie para limpiar la
pantalla del monitor y que estaba a la mano.
Inmediatamente Faith abrió el libro y se dio cuenta que era más bien una especie de libreta que en la
primera página tenía escrito a mano un poema en inglés que rezaba así:
Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.
Let airplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message She is Dead,
Put crêpe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic police men wear black cotton gloves.
She was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.
The stars are not wanted now; put out every one;
Pack up the moon and dismantle the sun;
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good. (*)
La joven reconoció el poema recordándolo de su clase de literatura en la preparatoria, pero nunca antes
como en ese momento le había parecido tan desoladamente triste. De repente, era como si el pozo de sus
sentimientos más angustiosos y amargos se hubiese abierto para dejar verter todas sus ocultas penas,
aquellas que incluso ella ignoraba llevar encerradas en el alma. Las lágrimas acudieron a sus ojos y hubiese
querido dejar la habitación, y arrojar al fuego aquel libro extraño, cuyo sólo contacto parecía someterla a un
estado de duelo inexplicable e irracional, pero por el contrario una fuerza extraña la impulsó a seguir
leyendo lo que estaba escrito en las páginas que seguían.
En la segunda página, con la misma letra decisiva y de rasgos largos, había escrita una fecha: 2 de julio de
1923.
Faith sintió entonces que el corazón le daba un vuelco. Compulsivamente buscó el pisapapeles en forma de
pirámide que ella había conservado desde el día en que habían descubierto el “cuarto del tesoro”. Tan
pronto como encontró el objeto metálico entre los libros y papeles que había el esparcidos por el escritorio,
la joven se dio cuenta que efectivamente las fechas en la base de la pirámide y en aquel libro coincidían.
Casi sin respirar la muchacha volvió de nuevo los ojos hacia el libro y continuó leyendo el contenido escrito
debajo de aquella fecha, mientras que el alma, a pesar de su condición etérea, parecía resquebrajársele
lentamente al tiempo que leía cada una de aquellas palabras que formaban juntas un largo texto a cuya
lectura ella no pudo sustraerse .
“ En este universo caótico la certeza llega una sola vez, no importa cuantas vidas uno sea capaz de vivir. Mi
certeza me llegó muy pronto y fue tan absoluta, tan indiscutible tan imperante que jamás, desde aquella
noche, fui capaz de negarla. Esta contundencia me ha acompañado siempre, como única verdad pura y
completa que he vivido. Hoy, que mi certeza es seguridad total de que el resto de mi existencia será un luto
interminable, comienzo este diario por la simple necesidad de contarle a alguien o a algo, la interminable
tristeza que me embarga.
“ Alguna vez amé y fui amado, pero hoy ya eso es sólo recuerdo dulce de un pasado lejano. Hoy todo lo que
me queda es la soledad y perenne dolor de haber perdido para siempre a aquella que aún está en mi
corazón. Hoy, que viajo de regreso a la prisión de mi alma, vi lo que mis ojos jamás se imaginaron
presenciar, el ataúd cubierto de flores blancas que descendía lentamente llevándosela para siempre,
arrancándola de este mundo que jamás la mereció y que jamás le pudo dar lo que ella merecía.
“ Mil muertes hubiese yo podido soportar en su lugar, mil balas hubiese querido perforaran mi cuerpo y no
el suyo, mil dichas quisiera yo haberle dado, pero ninguno de estos deseos jamás pude ver cumplidos. Hoy
ya es demasiado tarde, y me siento viejo cuando apenas tengo veintiséis años.
“No puedo más. Se que estoy maldito, pero no entiendo el por qué de este castigo que hace que todo lo que
toco se vuelva polvo, infelicidad, desasosiego ¿ Puede acaso el honor ser un pecado? A este punto ya no sé
qué pensar, ni qué decir . . . Sólo sé que ella está muerta y que ya nada tiene caso. Sin embargo, deberé
seguir porque la vida es ahora el castigo que merezco, peor aún que la muerte misma.
“ Hoy enterramos su cuerpo, su alma, estoy seguro, está ya en planos más felices, pero aún así el corazón
me arde de pena porque ella, como dirían Auden, que era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste, mi día de
trabajo y mi descanso dominical, mi tarde, mi media noche, mi palabra y mi canción se ha ido para siempre
de este mundo. No sé cómo es que aún respiro.”
Al llegar a esa línea los ojos verdes de la muchacha abrieron la noria de sus lágrimas totalmente y la joven
tiró el libro corriendo hasta llegar a su recámara. Faith se arrojó al lecho sollozando sin parar y así siguió
llorando hasta que se hizo de día y Michie llegó de su cita encontrando a su compañera de cuarto hecha un
mar de lágrimas.
- ¿Pero qué sucede, Faith? – dijo la joven con sus pasmados ojos cafés abiertos de par en par al tiempo que
abrazaba a su amiga
- Ay, Michie – contestó la joven con voz entrecortada – Ha pasado algo horrible. Ella murió, y él . . . él
estuvo muy triste, como si se hubiese muerto por dentro.
- ¿Ella, él? – preguntó Michie confundida frunciendo el ceño - ¡Por Dios, Faith explícate! ¿De quién estás
hablando?
- El joven de las visiones, Michie, el del libro, el del cuarto, – dijo Faith aún visiblemente alterada
confundiendo más a su amiga.
- ¿Faith, espera, de qué libro, que cuarto y qué visiones estás hablando?
La joven rubia se llevó las manos a la frente entendiendo que su amiga no podría comprender nada a menos
de que le explicase con calma todo lo que había pasado. Así que a pesar de su conmoción, reunió fuerzas
para aclarar la situación. De ese modo le contó por primera vez a su amiga de las visiones de aquel joven de
cabellos castaños cuyo rostro no podía ver, y de la manera en que había descubierto el diario en el fondo
falso del cajón.
Michie se quedó muy sorprendida con todo aquel cuento, pero después del primer choque, su naturaleza
escéptica la forzó a encontrara sentido a los sucesos que Faith le narraba.
- Aguarda un instante, Faith – dijo dándole a su amiga un pañuelo desechable que había tomado del buró
junto a la cama - ¿Quién te ha dicho que el joven de tus . . . alucinaciones esas, es el mismo hombre que
escribió ese diario y que vivió en este departamento, al parecer en los años veintes?
- Bueno . . . yo – balbuceó Faith sin encontrar una respuesta coherente – yo imaginó que así es . . . todo
coincide . . . además yo así . . . – se detuvo.
- ¿Tú así qué, Faith? – insistió Michie mirando a su amiga a los ojos.
- Así lo siento – fue lo único que la muchacha pudo alcanzar a decir casi en un susurro.
Michie le lanzó a Faith una mirada de suave reproche preguntándose si era posible que el cansancio por los
exámenes finales la estuviera perturbando al punto de hacerle decir y sentir incoherencias. Después de
todo, Faith siempre se esforzaba el doble de los demás para poder conservar su beca.
- Mira, ahora vamos a hacer una cosa – dijo finalmente la joven morena – Tú te vas a tomar un té que te
voy a hacer, igual al que hacía mi abuela en Perú y con eso vas a dormir muy bien. Mañana te vas a la
biblioteca a terminar ese trabajo alejada de ese cuarto extraño. Ya después veremos qué hacer con el libro
misterioso ese que te puso tan mal.
Faith, que se sentía tan cansada como si hubiese estado trabajando en las galeras con Ben Hur, no atinó a
hacer otra cosa que obedecer a Michie, tomarse el té, e intentar dormir. Aunque esto último no lo pudo
hacer todo lo bien que hubiese querido.
La imagen del mismo joven volvía a perturbarle en sueños.
Pasaron días antes de que Faith y Michie se aventuraran a revisar el libro de pasta dura que habían dejado
abandonado en una esquina del librero. Sin embargo, a pesar de las protestas de Michie, Faith volvió a
tomar el libro en sus manos y a leer en voz alta para su compañera de cuarto. Así , sintiéndose acompañada
de una amiga, pudo ser un tanto menos difícil el continuar esa lectura que parecía alterar tanto a la
muchacha rubia.
De esa forma las muchachas se enteraron que en efecto, quien había escrito el diario aquel lleno de
desolados pasajes, había sido el dueño de aquel piso a inicios del siglo XX. Al parecer se había tratado de un
hombre culto, no sólo por el hecho de los libros que tenía acumulados en su librero, sino por la redacción
impecable y hasta poética de su diario, la cual Michie apreció muchísimo.
En aquellas páginas el hombre dejaba entrever que se había dedicado a una actividad artística que no les
quedaba muy clara a las muchachas, pero que sin duda tenía que ver con el teatro porque mencionaba
muchas veces ensayos, noches de estreno, críticas periodísticas y cosas por el estilo. No obstante, las
jóvenes no atinaban a decir a ciencia cierta si el autor del libro había sido dramaturgo, director o actor,
porque él sólo hablaba de su trabajo muy vagamente.
Aparentemente estaba casado, pues con frecuencia hablaba de “su esposa” que parecía estar enferma
siempre o tal vez había sido discapacitada, pues el hombre mencionaba que una enfermera vivía con ellos
para cuidar de ella. Curiosamente, esas menciones eran parcas y contrastaban enormemente con las veces
que el escritor hablaba de “ella”, una mujer cuyo nombre él nunca escribía pero que tanto Michie como Faith
podían entender era otra persona diferente a la esposa. Otra mujer que él parecía amar de manera casi
obsesiva y que había sido sepultada el 2 de julio de 1923, fecha en que él había iniciado el diario.
El hombre no escribía en el diario todos los días. Al parecer era más bien un espacio para verter sus
tristezas y en donde revolvía indiscriminadamente el pasado y el presente. De esa manera desordenada
Michie y Faith se esforzaron en entender cómo ese hombre había conocido, siendo él aún muy joven, a una
chica de la cual se había enamorado perdidamente pero de quien se había tenido que separar por razones
que nunca explicaba claramente pero que tenían que ver con la “esposa”.
El diario continuaba interminable, contando a ratos escenas de la vida cotidiana y de la mujer con quien él
vivía y a quien él parecía profesar un sincero afecto más parecido a un sentimiento fraternal. Leyendo más
adelante se dieron cuenta de que el autor y su esposa habían intentado tener hijos sin éxito y después, a
pesar de sus intentos, se les había negado la adopción de un pequeño, debido al “impedimento de mi
esposa” - explicaba él – lo cual les dejaba cada vez más claro a las muchachas que la mujer del artista había
padecido algún tipo de discapacidad física.
Pero esos eran males menores en un alma que parecía estar a la mitad, muerta en vida, moviéndose por
inercia en cada línea que escribía y en donde, ni por un solo instante, parecía faltar una profunda añoranza
por “ella”.
Michie y Faith se tomaron días y días leyendo el diario y muy a pesar del pragmatismo de la primera, la
joven peruana también terminó llorando en más de una ocasión conforme iban desentrañando la historia
que duraba por varios cientos de páginas.
“El artista” - como comenzaron a llamarle entre las dos – se había casado muy joven, al parecer a los
veintiún años y movido más por un sentimiento de lealtad y deber que por amor, al cual, él decía varias
veces, había tenido que renunciar por “honor”.
Se había separado de “ella” para casarse con aquella otra joven que se convirtió en su esposa y que lo
amaba entrañablemente, sin por ello conseguir nunca ocupar el lugar de aquella otra mujer ausente. “Ella”
había muerto, al parecer de una manera violenta que él nunca aclaraba, algunos cuantos años después de la
boda del artista.
Después de separarse de “ella” el artista mencionaba que la había vuelto a ver en una sola ocasión. La tarde
en que Faith y Michie leyeron ese pasaje sintieron que la fuente de sus lágrimas se agotaría para siempre.
He aquí lo que ellas leyeron:
“A mi llegada a Chicago no pude evitar ese espantoso nerviosismo que comenzó a invadirme el pecho desde
que puse pie en aquella estación, en la cual la esperé en vano una mañana. El corazón se me partía de
saber que quizá ella aún viviera en esa ciudad y que en ese momento tal vez yo estuviera respirando su
mismo aire. Pronto me sorprendí buscando su rostro en la multitud de la calle mientras el auto avanzaba o
en los pocos lugares públicos en los que me dejé ver en esos días. Sin embargo, mis ojos no pudieron
encontrarse con esos inolvidables ojos verdes y yo no sabía si sentir desilusión o alivio, porque estaba muy
consciente que un encuentro sería más bien doloroso que placentero. Y a pesar de esa certeza, conforme
pasó aquella semana interminable, mi alma se consumía en una creciente obsesión: verla, verla aunque
fuese un instante, a hurtadillas, sin que ella se diera cuenta de mi presencia. Pero el trabajo y esa maldita
multitud de periodistas, admiradores y curiosos que asediaba el hotel donde nos hospedábamos no me
permitieron hacer nada.
Finalmente terminó nuestro compromiso en Chicago y como era el último punto que la compañía visitaría en
el tour, el día de la presentación final comenzarían mis vacaciones justo cuando el telón hubiese bajado por
última vez. Todos los compañeros decidieron viajar hacia Nueva York para reunirse con sus familias y así
poder comenzar el periodo de descanso, tal vez viajar con ellos a algún lugar del país o cosas por el estilo.
Yo le había prometido a mi esposa que en cuanto regresara la llevaría a California para que conociera el
Pacífico, idea que la ilusionaba mucho. Quería concederle aquel capricho porque me sentía algo culpable de
lo tensas que habían estado nuestras relaciones en el último año. Así que abordé aquel tren de regreso a
casa junto con mis compañeros, pero mi corazón se negó a dejar Chicago tan pronto y sin haber conseguido
lo que anhelaba.
A penas alcanzamos la primera estación en nuestro camino de regreso no pude resistir ya más aquel
impulso que se había vuelto más fuerte que mi razón y sin pensar más, le rogué a Robert que cuidara de mi
equipaje y le explicara a mi mujer que llegaría uno o dos días más tarde. Pretexté que había olvidado algo
en el hotel y como era importante para mi no quería dejarlo al acaso sino intentar recuperarlo por mi
mismo. Sabía que era una pobre excusa y que tal vez mi esposa sospecharía, pero de repente no me
importó nada. De ese modo tomé el primer tren de regreso a Chicago y ya preso de una urgencia irracional,
me dirigí a su antigua dirección, esperando que quizá el casero me pudiera dar razón de su actual paradero.
Para mi alegría en ese momento, y mi gran dolor después, el casero efectivamente sabía donde estaba ella.
Ya no vivía en Chicago sino en el orfanato, lo cual cambiaba mucho las cosas. Si quería verla sería difícil
hacerlo sin que ella no se diera cuenta y además tendría que viajar hacia Indiana, y desviarme un poco de
mi camino de regreso a Nueva York. No obstante, para ese momento no estaba yo dispuesto a desistir en mi
intento así que tomé el tren a La Porte, hacia un lugar en el que no había vuelto a estar desde mi
adolescencia.
¿Para qué todos esos locos esfuerzos? ¿Para qué arriesgar mi ya precaria relación con mi desafortunada
esposa? ¿Para qué propiciar un encuentro que tal vez a “ella” le resultara desagradable? Eran las preguntas
que me hacía interiormente, a las cuales el corazón solamente podía responder que sería solo para ver sus
ojos, esos ojos que ella me negó ver por última vez aquella noche. Quería también ver su sonrisa y
comprobar personalmente que ella era feliz, después de todo ese tiempo. Quería, debo admitirlo, verla
convertida en mujer y llevar conmigo esa memoria para hacerla nueva parte de mis sueños, último reducto
de dicha furtiva que me quedaba en esta existencia sombría. Ahora, a pesar de la dicha egoísta que ese
encuentro me dejaría, no dejo de arrepentirme de haberme dejado llevar por mis impulsos.
Llegando al lugar le renté su auto a un comerciante dejándole en prenda mi reloj de oro. Y con aquel modelo
T desvencijado me dirigí hacia el orfanato . Cuando estaba a menos de un kilómetro de distancia, dejé el
auto al cuidado del dueño de una granja cercana y continué el viaje a pie, esperando tal vez poder llegar sin
ser visto y así lograr mirarla sin que ella se diera cuenta.
Eran como las cinco de la tarde cuando llegué al lugar y para mi buena suerte los niños habían salido al
patio a jugar. Los observé un rato desde la colina cercana, respirando el aire fragante de aquel lugar al cual
ella le tenía tanto cariño. Al poco rato salió la anciana directora del orfanato y junto a ella la mujer que yo
anhelaba ver, aunque fuese de lejos. En esos momentos no pude encontrar otra palabra para definirla que
no fuese hermosa, tan hermosa como siempre y aún más de lo que yo recordaba. Más bella aún en la
ignorancia de su propia belleza, porque estaba seguro, que al igual que antes, ella seguía sin saber lo
hermosa que era y lo terriblemente mortales que podían ser sus miradas para un hombre.
La observé por largo rato mientras jugaba con los niños y por un momento no pude evitar pensar en los
hijos que hubiésemos podido tener juntos y que yo hubiese amado a morir si la vida no hubiese sido tan
adversa. Me embebí tanto en esas consideraciones agridulces que ni me di cuenta cuado los chiquillos
empezaron a jugar carreras hacia la colina. Al observar el grupo corriendo hacia mi, intenté ocultarme en
unos arbustos cercanos y no se en qué momento perdí la razón aún más y en lugar de retirarme cuando aún
podía hacerlo, me quedé ahí parado mientras ella y los niños subían hacia la cima.
Al poco rato el juego se había instalado a la sombra del árbol centenario y yo me perdí en la alegría de
tenerla aún más cerca y poder comprobar que en el fondo, aquella mujer en la flor de sus veinticinco años
seguía siendo una niña traviesa capaz de entusiasmarse y reír con las cosas más sencillas de la vida. Estaba
tan absorto que no me percaté de la presencia de un animal que me veía con recelo, hasta que ya era
demasiado tarde y aquel gran perro estaba ya prendido a mi pantalón, gruñendo con furia y unos ojos verde
malva me veían con asombro.
En fin, el perro olió mi presencia, comenzó a ladrar y pronto me tenía preso, no pasó mucho para que los
niños se percataran y ella se acercara a los arbustos descubriéndome. Luego de eso se sucedieron las obvias
explicaciones a medias y los saludos forzados. La alegría que yo había visto en su rostro mientras jugaba
con los chiquillos, ajena a mi presencia, desapareció en un instante para dar lugar a una joven visiblemente
nerviosa que no sabía qué decir. Me sentí profundamente culpable por ser la causa de su incomodidad y un
tanto triste de pensar que tal vez mi presencia le era desagradable. Tal vez me guardaba rencor y yo no
podía culparla por ello . . . Sin embargo, no podía creer que ella pudiese albergar ese tipo de sentimientos
por nadie, aunque se tratase de un infeliz como yo.
Después de los primeros saludos le presenté la pobre excusa de que había ido a visitarla, como si
tácitamente nunca nos hubiésemos propuesto que era mejor no volverse a ver. Tal vez forzada por la
situación ella me invitó a pasar a la casa y aunque yo hubiera querido salir huyendo en ese instante, sabía
que dadas las circunstancias tenía que seguir el juego. Así que tuve que pasar las siguientes dos horas
conversando con las dos damas que dirigían el orfanato mientras trataba de grabar en mi memoria la
imagen de aquella joven envuelta en un vestido color durazno que permaneció callada la mayor parte del
tiempo, contrario a su costumbre de hablar siempre demasiado ¿Era que había cambiado tanto, o más bien
que no deseaba hablar conmigo? No sé si mis miradas me delataron en aquel momento ante las dos
amables señoras, pero lo cierto es que no pude despegar los ojos de aquel rostro sonrosado y esos cabellos
rizados que ella llevaba sueltos sobre la espalda. Si antes había yo pensado que mi corazón ya no podía
sentir nada, bastaba verla de nuevo para entender que su sola presencia me ponía en un estado de tal
alteración emocional que poco faltaba para que el pecho me estallara.
La religiosa, que parecía ser la más perspicaz de las dos damas, debió de haber terminado por leer en mi
rostro lo que las palabras tenían que callar. A la mitad de la conversación y después de darse cuenta de que
todos evitábamos el tema, la monja no dudó en preguntarme llanamente:
“¿Y su esposa, se encuentra ella bien de salud?”
No tuve más remedio que contestar con la mayor naturalidad posible intentando después llevar la
conversación hacia otra dirección. Pero a pesar de mis esfuerzos, la buena mujer había logrado lo que se
proponía, hacerme notar que cualesquiera fuesen mis intenciones con aquella visita inesperada, ninguno de
nosotros, sobre todo yo, podía olvidar la existencia de mi mujer y los lazos que con ella me unían. Una vez
más maldije mi destino, sobre todo cuando noté que una sombra aparecía en aquel lindo rostro que yo
amaba tanto, y aún sigo amando con igual intensidad ¿Acaso a ella aún le dolía la separación, tanto como a
mi? No pude evitar preguntarme sin saber si esa duda era motivo de alegría o de tristeza.
La otra dama entendió las mudas intenciones de su compañera y tomando la iniciativa continuó comentando
acerca de lo fugaz que es el tiempo y cuán rápidamente crecen los niños.
- Nada más tengo que mirarlos a usted y a esta niña – comentó la anciana – parece ayer cuando eran sólo
unos muchachitos y hay que ver ahora, usted ya hecho un hombre de éxito y jefe de familia, y ella que
pronto también tomará los votos matrimoniales.
En ese momento mis ojos buscaron los de ella y se encontraron sin remedio. En ellos pude leer que era
efectivamente cierto. Ella estaba a punto de casarse ¡Me sentí tan estúpido en ese momento! Muriendo en
vida por alguien que estaba a punto de ser la esposa de otro, y a quien yo no podía reclamar nada por estar
yo mismo casado con otra mujer, por haber sido yo quien decidiera ese destino. Pero la cadena de mis
desgracias esa tarde no terminó ahí. Por la conversación, principalmente dirigida por las dos damas
mayores, supe que el prometido en cuestión no era otro que el hombre que alguna vez me salvó la vida y a
quien yo aún consideraba mi amigo.
Como nunca antes me pude percatar que soy un hombre de naturaleza celosa y egoísta. En aquel momento
mi primera reacción interna fue la de enojo y rencor hacia el hombre que gozaría lo que yo no había podido
retener y hacia ella cuyos ojos parecían decirme en silencio que aún sentían algo por mi, mientras que
planeaba una boda para entregar su vida a uno que no era yo. Sin embargo, pronto mi enojo se tornó sobre
mi mismo, sabiendo claramente que mientras aquel buen amigo mío podía ofrecerle estabilidad y amor
sincero, yo había empeñado mi palabra con otra mujer ¿Cómo pues podía sentir otra cosa que no fuera
alegría al saber que ella finalmente alcanzaría la felicidad? ¿No era eso lo que yo más quería, que ella fuese
feliz? ¿Quién mejor que él para hacerlo, cuando yo sabía muy bien que se trataba de uno de los hombres
más íntegros y buenos que yo jamás he conocido? Sin embargo, no podía evitar la tristeza de saber que al
final de la historia estaríamos doblemente separados por el resto de nuestras vidas.
La conversación continuó sobre otros temas, pero yo ya no puedo recordar qué más dije. Tan turbado me
encontraba con todas las emociones vividas en esos momentos. Al oscurecer me disculpé diciendo que aún
debía caminar un trecho hacia el lugar donde había dejado el auto, y la anciana tuvo la mala ocurrencia de
sugerirle a ella que me llevara hasta aquella granja cercana en el vehículo que ellas mismas utilizaban. Lo
que menos necesitaba entonces era estar a solas con ella. Sin embargo, las damas parecían desear que se
propiciara ese momento, como para otorgarnos la oportunidad de darnos un último adiós, tras de habernos
obligado a recordar durante la charla que ambos teníamos compromisos y lealtades a las que no podíamos
darles la espalda.
Visiblemente turbada ella se vio obligada a llevarme y no me admiró ver que disponía de un auto caro como
transporte, siendo su prometido quien era. Me despedí de las damas y empezamos el corto viaje
sintiéndonos terriblemente nerviosos. Aún puedo recordar palabra por palabra la conversación que tuvimos
en el auto.
- Me alegra haber recibido tu visita, - me dijo ella rompiendo el desagradable silencio y yo me pude percatar
que sus palabras eran sinceras.
- Yo, la verdad, no tenía pensado venir hasta acá. Fue una decisión que tomé en el último momento –
confesé a medias, animándome un poco.
- Entiendo. Pero de todas maneras ha sido agradable verte – me contestó sin desviar los ojos del parabrisas.
De nuevo el silencio nos rodeó y por unos breves minutos le estuve dando vueltas a la pregunta que me
quemaba en el alma. Sabía muy bien que no debía hacerla, ya bastantes locuras había cometido en aquel
día, pero aún me faltaba la más estúpida de todas, y a la vez la más inolvidable.
- No tenía idea de tu próxima boda con Albert – le comenté sin tener el valor de mirarla a la cara,
prefiriendo perder la vista en el oscuro paisaje.
- Bueno, – comenzó ella y pude sentir que la voz le temblaba – nosotros siempre estuvimos muy cerca el
uno del otro . . . las cosas . . . se dieron poco a poco. Él me pidió matrimonio hace unos meses y yo acepté.
Eso es todo.
- Serás ahora la esposa de un magnate – dije tratando de aligerar la pesada atmósfera – Yo mismo no me
puedo hacer a la idea de que él sea el heredero de los Andley.
- ¿Cómo te enteraste de la verdadera identidad de Albert? – me preguntó siguiendo la línea que llevaba la
conversación hacia lugares menos peligrosos.
- Por los periódicos, hace tiempo, – le contesté, comprobando que a pesar de mis esfuerzos yo no podía
dejar de pensar en lo mismo – Supongo que ahora tu vida cambiará mucho.
- En parte sí - dijo ella con un dejo de tristeza que quizá hubiese podido ocultar de otros, pero no de mi. –
Pero él me ha prometido que me permitirá mantenerme alejada de las obligaciones sociales. Tú sabes que
nunca me he sentido muy bien en ese mundo.
- La señorita pecas, seguirá siendo una rebelde aunque sea una dama importante, supongo, – comenté
dejando escapar una ligera sonrisa al recordar el pasado que compartíamos. Al menos eso, ni mi esposa ni
su prometido podrían quitarnos nunca.
- Al igual que cierto respetable actor que conozco, – rió ella por primera en la tarde y un calor me invadió el
alma de repente. Su sonrisa seguía teniendo el mismo efecto reconfortante.
- Supongo que tienes razón, en el fondo siempre seremos los mismos chiquillos locos, aunque . . . – dudé y
preferí callarme.
- ¿Aunque qué? – preguntó ella y a ratos creo que no debió haber hecho esa pregunta.
Sé bien que debí haberme callado o inventado una respuesta evasiva, pero a ese punto, después de tantas
emociones vividas en las horas anteriores mi corazón ya no aguantaba más y sufrió un ataque de repentina
franqueza.
- Aunque el alma lleve ahora tantas tristezas imborrables, – le dije mirándola directamente y ella enfrenó de
súbito, y sin decir palabra se apeó del auto. Yo la seguí ya sin pensar en nada más que en las lágrimas que
había podido atisbar en sus ojos.
- ¿Por qué viniste? – me dijo ella dándome la espalda cuando sintió mi presencia – ¿No te das cuenta de que
tu esposa podría enterarse e interpretar mal las cosas?
- Yo .. . . – tartamudeé apenado – estoy consciente de que hice mal, pero estando tan cerca. . . no pude
resistir la tentación de verte. Es más, ni siquiera tenía planeado hacerme notar, me conformaba con verte
sin que tú te dieras cuenta, pero tu perro cambió mis planes.
Ella se rió entre lágrimas y volvió su rostro para mirarme. Era más hermosa aún con ese llanto que me
confesaba un afecto que sus labios no se atrevían a aceptar. Una vez más debía haberme quedado callado,
pero la rueda de mis pasiones giraba con vida propia sin dejarme pensar en lo que hacía.
- Dime, por favor, – le rogué acercándome lentamente, – dime que lo amas como alguna vez me amaste.
- ¿Para qué quieres oír eso? – me desafió ella – En todo caso yo debería preguntarte si al fin has logrado
amarla, si eres feliz como me prometiste que serías.
- Entonces yo te contestaría que soy muy malo cumpliendo promesas, – le confesé a sólo un paso de ella –
Si me preguntaras por mis sentimientos por ella, yo te diría que le tengo aprecio, gratitud,
consideración . . . pero amor apasionado y absoluto como el que tuve . . .como el que tengo por ti . . .
¡maldita sea mi suerte! . . . jamás podré profesarle. Ya lo he intentado por demasiado tiempo y nada ha
resultado – y al decirle esa mi triste verdad no pude evitar las lágrimas que acudieron a mis ojos muy a mi
pesar. Ella fue la única mujer delante de la cual he llorado.
- ¡Oh por Dios! – fue todo lo que ella pudo decir, escondiendo su rostro entre las manos y volviéndome la
espalda nuevamente. – Yo nunca quise hacerte desdichado ¡Dios sabe que nunca quise eso! – sollozaba ella
y no pude resistirme ya a tomar sus hombros con mis manos y reposar mi frente sobre su cabeza dorada.
- No lo has hecho. De ti solamente he recibido los mejores momentos de mi vida, – le susurré al oído
tratando de consolarla, ya olvidándome de mi propio dolor y los celos que me atormentaban. – Es por eso
que vine a verte a pesar de lo impropio de mi atrevimiento.

La vida diaria muchas veces nos fuerza a dejar del lado el plano espiritual para poner atención a preocupaciones más terrenas. De esa forma
aún Faith, a pesar de todo lo turbada que estaba con el descubrimiento del diario del “artista”, tuvo que sustraerse un poco a esas
perturbaciones para enfrentar un problema más urgente.

Había estado buscando un empleo de medio tiempo sin mucho éxito. Había probado unos cuantos pero había terminado por dejarlos porque
siempre interferían en sus prácticas, las cuales había ya empezado a realizar pues estaba en su tercer año de la universidad. Así que muy a
su pesar, continuó contando cada penique de su beca, teniendo que pedirle prestado a Michie en más de una ocasión.

Un buen día su compañera de cuarto llegó con un volante que plantó justo en frente de la joven al tiempo que decía con expresión jovial
que había encontrado justo el empleo que Faith necesitaba. Algo eventual pero que podía ser más o menos regular y flexible.

Era un anuncio de la escuela de arte de la propia Universidad de Nueva York que solicitaba modelos para las clases de pintura. Buscaban
jóvenes con determinadas características y la fisonomía de Faith parecía encajar con los requerimientos.
Mientras el profesor Anderson llenaba el aire con su voz chillona, Faith repasaba con la mirada la audiencia que tenía enfrente. Los
estudiantes la observaban atentamente desde su posición detrás de los caballetes, al tiempo que escuchaban las indicaciones del maestro.
Ella ya había vivido la misma escena varias veces desde que se dedicaba a posar y por esa razón no alcanzaba a atinar por qué de repente
se sentía tan inquieta. La joven podía escuchar sus propios latidos dando golpeteos tan fuertes que le parecía que pronto el corazón se le
saldría por la boca.

Fue en ese momento, con una inexplicable zozobra que se apoderaba de sus entrañas, que la joven volvió los ojos hacia uno de los
extremos del taller advirtiendo cómo, mientras todos los demás estudiantes ponían atención al profesor, uno sólo entre ellos parecía estar
ocupado haciendo otra cosa. Faith no podía distinguir con claridad qué era lo que ocupaba a aquel estudiante, porque éste se encontraba
escondido detrás de su caballete y la joven no le podía ver el rostro.

- Señorita Sherman, ¿me escucha? – pregunto Anderson por segunda vez al darse cuenta que la joven no lo había escuchado.

- ¿Sí?...este ...perdón profesor . . .¿Podría repetirme lo que acaba de decir? – inquirió la joven sobresaltada.

- Tome asiento por favor – sonrió el hombrecillo amablemente y la muchacha le siguió dejando que él mismo la acomodara en la postura
deseada.

¿Qué había sido eso? – pensó Faith al tiempo que seguía las indicaciones del profesor – Por unos instantes le había sobrevenido otra más de
esas extrañas visiones, pero curiosamente ésta había sido distinta. Se veía así misma caminando en la oscuridad en medio de una densa
niebla y en la lejanía le parecía escuchar la sirena de un barco. Se volvía a su alrededor como buscando algo . . . o a alguien. Fue entonces
cuando el profesor la llamó y la visión desapareció tan rápido como había venido.

La joven se acomodó el cabello de la manera en que le pidió el profesor y resignándose a una larga y aburrida media hora, trató de olvidarse
de lo que había visto con su mirada interior, así como de la inquietud que no la abandonaba.

Del otro lado del salón, los estudiantes comenzaron a trabajar y el misterioso usuario del caballete del extremo izquierdo terminó por fin de
acomodar sus carbones, actividad que le había estado ocupando todo el rato que el profesor daba las indicaciones. Cuando el joven levantó
la cabeza para ver a la modelo en turno, no sin un dejo de fastidio en los labios que sostenían un cigarrillo con displicencia, pudo sentir con
una claridad pasmosa como los goznes del alma se le abrían de par en par. El golpe fue tal que el joven dejó caer el cigarrillo al suelo y por
instantes que le parecieron siglos, no pudo más que ver a la mujer que tenía enfrente como si estuviese mirando un fantasma.

- Aarón, Aarón, - le llamó una voz desde el caballete de al lado - ¡Hombre! ¿Qué no me oyes?

- ¿Ehh? – contestó el interperlado aún ausente y con la cabeza dándole vueltas.

- Préstame tu navaja para afilar este lápiz – demandó el otro joven extrañado de la expresión vacía en el rostro de su compañero.

Aarón tomó la navaja que tenia a la mano y se la alcanzó a su compañero sin salir del trance en que se encontraba. Fue entonces cuando
Raymond advirtió que la causa del mutismo de Aarón no era otra que la presencia de la joven modelo, a juzgar por la insistencia con la que
el joven la miraba.

- Bonita la rubia, ¿No? – susurró Raymond con aire pícaro y para sus adentros pensó que nunca había visto a su amigo tan impresionado por
una mujer.

- No . . . no sé a lo que te refieres – masculló el joven forzándose a desviar la mirada del perfil de la muchacha.

- ¡Vamos, no finjas! – insistió el compañero.

- ¿Señor Dilthey, le importaría dejar de parlotear para concentrarse en su trabajo? – llamó la voz chillona del profesor Anderson y Raymond
inmediatamente se olvidó de molestar a su compañero para comenzar con la tarea señalada.

Imitando a su compañero Aarón también comenzó a hacer los primeros trazos pero las manos le temblaban.
“ No puede ser,” pensaba mientras el corazón amenazaba con salírsele de su lugar – “es exactamente igual, cada detalle, cada línea del
rostro, el cabello, la talla, el color de los ojos!”

Por su parte, Faith no estaba más tranquila porque la sesión había ya comenzado. Todo lo contrario, se seguía sintiendo inexplicablemente
inquieta y aunque hacía grandes esfuerzos para no mirar hacia el extremo izquierdo del salón de clases, parecía que una fuerza más
poderosa que su voluntad la obligaba a mover los ojos hacia esa dirección. Fue entonces que sucedió. Con gran cuidado para no mover los
músculos de la cara, la muchacha viró sus pupilas y en ese instante sus ojos se encontraron con un par de iris azules que parecían aun más
intensos gracias a la camisa del mismo color que portaba el dueño de aquellos ojos. Todas las alarmas del corazón parecieron encenderse
dentro de la joven al contacto con aquella mirada insistente, y como si el encuentro le hubiese quemado, instintivamente desvió la vista.
Faith recordó que como regla general los estudiantes no debían ver a los ojos de los modelos, en especial si se trataban de bocetos para los
cuales los modelos debían posar desnudos. La joven rubia no había posado jamás para un desnudo pero igualmente se había percatado que
los estudiantes nunca la miraban a los ojos.

- Seguramente me cohibí porque me estaba mirando directamente, y no estoy acostumbrada a que hagan eso durante una sesión – se dijo
a sí mismo tratando de justificar su reacción al huir de la mirada del joven. Reacción por demás extraña en ella ya que siempre solía mirar a
las personas de manera franca y directa.

Pasaron unos minutos más y sin poderse controlar, la muchacha volvió a atisbar en la misma dirección y para su gran bochorno una vez más
el joven del extremo izquierdo la miraba directamente. Había dejado de esconderse detrás del caballete y ella podía verlo con claridad. Bastó
un momento para que la muchacha advirtiera la delicada línea del perfil del joven que parecía desembocar en un par de labios bien trazados
en los que ella creyó adivinar una sonrisa burlona ligeramente esbozada. De nuevo un choque en el corazón y otra visión pasó por su mente.
En aquel atisbo fugaz le parecía ver la misma sonrisa entre la niebla, al tiempo que la sirena de un barco seguía sonando en el silencio
nocturno.
- ¡Ya basta! – gritó la joven dejando el banco en que se hallaba sentada y sorprendiendo a la audiencia con la inusual interrupción.

- ¿Sucede algo señorita Sherman?- se apresuró a indagar el profesor alarmado por la violenta reacción de la joven.

- Lo . . . lo siento, profesor – se excusó la muchacha apenada – pero no es mi culpa. . . . Hay, hay un estudiante que me está sacando de
concentración al mirarme a los ojos.

- ¿En serio? – inquirió el profesor molesto con la idea. – Todos saben aquí que eso es falta de ética. Dígame usted de quien se trata.

- No es necesario – interrumpió el joven de los ojos azules con un dejo de insolencia– fui yo, pero no lo hubiese hecho si la señorita aquí
presente dejase de moverse como una gelatina mal cuajada.

- ¿Moverme yo? – contestó Faith indignada - ¡ Esa es una excusa barata!

- Pues es la verdad – respondió Aarón haciendo gala de su proverbial socarronería.

- Bueno, bueno – medió el profesor – tratemos de tener la fiesta en paz. Señor Truman, haga usted el favor de volver a su caballete y seguir
trabajando, y usted Señorita concéntrese de nuevo.

“¡Concentrarme!” pensó Faith mientras trataba de obedecer al profesor, “¿Cómo voy a concentrarme ahora? Por un momento me pareció ver
a este individuo en el sueño ¡Dios, mío! Ahora sí creo que Michie tiene razón cuando dice que me falta un tornillo ¿Por qué es que este tipo
me puso tan nerviosa? . . . ¡Gelatina mal cuajada! ¡Qué fresco! Todo es culpa de él por hacer algo indebido.” Concluyó ella para tranquilizar
su conciencia por haber respondido también a la mirada del joven.

La sesión continuó por unos instantes más y la joven se contuvo para no volver a mirar en la dirección de ese tal Truman, sin embargo,
sentía que la piel le ardía bajo la mirada de él, la cual podía percibir como si se tratase de algo sensible al tacto. Así pasaron unos minutos
más, pero aunque Faith trataba de pensar en otra cosa, no podía dejar de sentirse incómoda, sobre todo cuando estaba casi segura de que
los colores se le estaban subiendo al rostro en contra de su voluntad.

- Profesor Anderson – dijo una voz proveniente del extremo izquierdo del salón .

- ¿Ahora qué le ocurre, Señor Truman? – preguntó el profesor con fastidio.

- Siento mucho que mi trabajo no sea lo que usted espera en esta ocasión – explicó el joven en voz alta, para asegurarse de que todos lo
oyeran.

- ¿Y a qué se debe eso, se puede saber?

- Bueno, no puedo concentrarme con una modelo que se la pasa moviéndose a cada segundo. Lo siento mucho, pero así un artista no puede
trabajar – se quejó el joven con sorna.

- ¡Moviéndome! ¿De dónde saca usted eso? – vociferó la modelo que obviamente había escuchado a Truman.

- Señorita Sherman, quédese usted en su posición. Y usted señor Truman, le debe una disculpa a la señorita, a mi me consta que ella no se
ha movido.
Faith miró de nuevo al joven con el rabillo del ojo tratando de contener una sonrisilla de triunfo al darse cuenta de que el profesor se ponía
de su parte.

- ¿Disculparme? – dijo Aarón con arrogancia- ¡Por supuesto que no! Si todo es culpa de ella.

- ¡Vaya frescura la suya! – contestó la modelo dejando el banquillo en el que se encontraba sentada. Al fin y al cabo ya nadie en el salón
seguía trabajando, tan al pendiente estaban de la curiosa discusión.

- ¡Señor Truman! ¡Señorita Sherman! – exclamó el hombrecillo desconcertado por el curso que estaban tomando las cosas.

- No se moleste Profesor Anderson - respondió el joven sin cambiar su acento altanero – no lo fastidiaré más. Si no puedo concentrarme por
culpa de esta modelo aficionada que no sabe hacer su trabajo, pero el resto de la clase puede hacerlo bien, yo simplemente me retiraré el
día de hoy.

- ¡No será necesario, yo seré quien se retire! – dijo la joven adivinando que aún si el muchacho saliese del salón de clases ella ya no podría
reunir las fuerzas para seguir posando como si nada hubiese sucedido – Discúlpeme, Profesor Anderson, pero no creo posible seguir
trabajando el día de hoy.

Y diciendo esto último la muchacha tomó el bolso que había dejado en un perchero y salió del salón dando un portazo. Pero las sorpresas no
habían parado ahí esa mañana. Tan pronto como la joven despareciera detrás de la puerta, Aarón salió corriendo tras ella sin tomar en
cuenta la confundida expresión del Profesor Anderson, los rostros de asombro de sus compañeros ni la mirada suspicaz de su amigo
Raymond. El silencio reinó en el salón por unos segundos hasta que Raymornd lo rompió con un silbido.

- ¡Vaya! Eso es lo que yo llamo tensión sexual mal reprimida- dijo con picardía y su comentario relajó la atmósfera y despertó la rechifla de
los estudiantes.
- Hey pecas ¿A dónde vas con tanta prisa? ¿No se te olvida hacer algo importante antes de salir corriendo como conejo asustado? –llamó el
joven a mitad del pasillo.

- ¿Cómo me llamaste?- preguntó la joven deteniéndose en seco.

- Ummm....veamos....sí....fue algo asi como pecas. Si, Pecas, te va bien ¿No? – sonrió maliciosamente Aarón.

- Mi nombre es Sherman, Faith Sherman.- replicó la muchacha cada vez más molesta.

- Lindo nombre, pero creo que me gusta más Pecas. Ya te habrás dado cuenta que tienes una buena colección de ellas en la cara ¿O no?

Ante el comentario mordaz Faith alzó los ojos en señal de fastidio. Estuvo a punto de contestar con una amenaza pero algo dentro de ella le
dijo que era mejor ignorar al molesto individuo y salir del lugar lo antes posible, por lo que se limitó a dar la espalda al joven y seguir
caminando a grandes zancadas.

- Hey! ¿ Ahora vas a declararme la ley del hielo Pecas? – inquirió Aaron divertido mientras seguía a la muchacha a corta distancia - Esa no es
la mejor manera de comenzar nuestra relación. Sobre todo cuando acabas de conocer al hombre de tu vida.

- Mira.....tú, como te llames.

- Truman, linda, me llamo Aarón Truman y apréndetelo bien porque va a ser un nombre importante – corrigió él alzando la ceja.

- Mira . .. Thurman. . o como sea – repuso Faith con su tono más cortante - Grábatelo muy bien desde ahora. En este mundo hay un tú, un
yo, pero no existe ni existirá nunca un “NOSOTROS” y jamás habrá algo semejante a “NUESTRA RELACIÓN” ¿Entendido?

Y con estas últimas palabras la muchacha le dio la espalda de nuevo y continuó su camino hasta perderse tras una puerta, mientras que
Aaron la observaba desaparecer.

- ¡Dios! Es exactamente igual a la joven que aparece en mis sueños – pensó el muchacho sin salir aún de su asombro - ¡Pero Santo Cielo,
qué carácter!

¡Dios! ¡Qué tipo más insolente! . . . – se dijo Faith cuando se dirigía ya hacia el estacionamiento - pero tiene bonitos ojos . . .azules . . .
- no . . .¿Verdes? . . . .
Un día siguió a otro día, como todos los días en la historia humana. Pero después de aquella ocasión las cosas ya no fueron lo mismo para
Faith Sherman. Parecía que su efímero y poco cordial encuantro con Aarón Truman había marcado su vida con una inexplicable inquietud
que, por raro que le pareciese, había también desencadenado una total euforia de las visiones que la perseguían.

Si antes le parecían ya tan reales como extrañas, la rareza de sus “alucinaciones”, así como su frecuencia aumentó aún más desde entonces.
A ratos la escena en la niebla se mezclaba de nuevo con la insoportable risa del odioso alumno del profesor Anderson, en otras ocasiones la
escena de las escaleras se repetía de nuevo y otras más una tercera visión comenzaba a molestarla.

Se veía a sí misma con menos edad, tal vez de catorce o quince años, en el claro de un bosque vestida con un traje antiguo. Oía música
lejana y alguien que la llamaba con un nombre que no era el suyo. Cuando se volvía para mirar, la visión desaparecía.

- Definitivamente creo que deberías ver a un médico – sentenció Michie mientras engullía animadamente sus nuggets en la cafetería de la
facultad de letras.

- ¿Tú crees? – preguntó Faith con mirada ausente.

- ¡Por supuesto! Mírate nada más, duermes poco y comes como un pajarito ¡Y eso tratándose de una comelona como tú, es algo grave!

- ¿Pero qué le diré al médico cuando me pregunte qué me pasa?

- Pues eso, pérdida de apetito, insomnio . . .Quizá te diga que estás anémica . . . o tal vez es que tienes parásitos.

- ¡Michie!

- Bueno, yo nada más especulo. Comiendo lo que tu concinas todo puede esperarse.

- ¡Oh Michie, no tienes remedio! No tomas nada en serio- se quejó Faith apoyando la mejilla en una mano y hubiese seguido reclamando la
falta de seriedad de su compañera de cuarto de no ser porque una tercera voz interrumpió la conversación.

- ¡Vaya, vaya! La señorita pecas en persona. – dijo la voz y la rubia sintió enseguida que los vellos de la nuca se le erizaban al escuchar
aquel timbre burlón -¿No es esta una curiosa coincidencia? ¿Así que sacaste a tus pecas a tomar el sol?

- ¿Y tú crees tener exclusividad del humor negro? ¿No es así? – contestó ella mordazmente sin volverse para mirar a Aarón Truman que se
encontraba de pie junto a la mesa de las jóvenes. – “¡Dios mío! ¡Tierra, trágame ahora mismo!- pensó Faith - “No un nuevo encuentro con
este patán de marca! ¡Y menos con Michie de testigo!”

- ¿No me presentas a tu amigo, Faith? – inquirió Michie entusiasmada al ver que el recién llegado era apuesto.

- Aarón Truman, señorita – se apresuró a responder Aaron instalándose en una silla cercana antes de que Faith pudiese abrir la boca para
protestar.
- Yo soy Michelle Valencia, pero todos me llaman Michie- se presentó la morena con su acostumbrada soltura.

- “ ¡Qué desfachatez!” – pensó Faith sin dar crédito a sus ojos – “¡Dios mío!¿Qué he hecho yo para merecer esto?”.

- ¿Estudias también aquí en la NYU?- le preguntó Michie al joven observando de inmediato la incomodidad de su amiga y la insistencia con
que Aarón miraba a la rubia.

- Sí, estudio diseño y pintura – contestó el joven con entusiasmo pero sin dejar de observar divertido la cara sonrojada de Faith – “Estás
enojada, pecas, y con todo, te ves preciosa”! – no pudo evitar pensar al tiempo que seguía la conversación con Michie.

- No sabía que Faith tuviese amigoS en la escuela de arte – comentó Michie más y más intrigada con el obvio nerviosismo de su amiga.

- ¡No los tengo! – finalmente habló la rubia con franca irritación – Thurman aquí presente es alumno de una de las clases para las que he
modelado. Nada más.

- Truman, pecas, el nombre es Truman, pero tú puedes llamarme Señor Aarón Truman.

- ¿Eres todo un comediante, verdad? – preguntó Faith lanzando una mirada airada mientras se ponía de pie bruscamente- ¡Vamos, Michie!
Ya terminaste, ¿No es así? – añadió dirigiéndose a su compañera.

- Bueno, de hecho, estaba pensando pedir un postre . . .

- Pues a mi se he ha quitado el hambre, tal vez sea por el ambiente desagradable de este lugar – señaló Faith con sorna -¡Vámonos ya, que
tengo aún que pasar a la biblioteca!

- ¡ Caramba, pecas, así que tú también estudias además de posar como gelatina! – repuso Truman sin desaprovechar la oportunidad de
lanzar una nueva pulla.

- ¡Por supuesto que estudio! Al contrario de otros que al parecer no tienen mucho que hacer – contestó rápidamente la muchacha para
luego volver a dirigirse a la morena que se levantaba de la mesa con lentitud - Andando, Michie.

- ¡Pero hay que pedir la cuenta!- replicó la otra joven.

- ¡Pagamos en la caja, mujer! – refunfuñó Faith dándole la espalda a Aarón sin intenciones de despedirse.

- ¡Adiós pecas! Volveremos a encontrarnos – dijo el joven y la muchacha no pudo resistir la tentación de volverse justo en el momento en
que el joven le guiñaba el ojo. La chica se volteó de inmediato arrepintiéndose de su último movimiento y salió del restaurante como alma
que llevaba el diablo llevándose a rastras a una Michie sumamente divertida con las reacciones de su amiga.

- ¡Qué hombre más lindo, ese, Faith! – dijo al fin Michie cuando las dos se hallaban ya lejos del restaurante - ¡Justo como me gustan, altos,
con cabello sedoso y largo, con presencia . . . ¡Qué tipazo!

- ¡Ay, Michie! A ti te basta ver a un palo de escoba con pantalones para entusiasmarte – se quejó Faith.
- ¡Qué va! Este es un ejemplar de colección . . .¡Y qué ojos! . . .¿Azules? . . .no . . . ¿Verdes?

- Son azules – corrigió Faith con convicción, olvidándose de su mal humor –con unas vetas verdes que se aprecian mejor con la luz y crean
la ilusión de que pueden cambiar de color como el tornasol - abundó la muchacha en detalles al tiempo que la voz le cambiaba.

- ¡Hey! ¡Pareces haberte fijado en él más de lo que quieres admitir, - advirtió Michie con picardía.

- ¡Qué tonterías dices! Aaron Truman es el individuo más insoportable que jamás he conocido.

- Pero tú pareces gustarle.

- Ay Michie. Lo dicho, no tienes remedio.


-¿ Qué pasa contigo, Faith? – se preguntaba la joven rubia cierta tarde lluviosa de otoño mientras se esforzaba por concentrarse en un
reporte de prácticas que tenía que entregar a uno de sus profesores. No importaba ya cuánto se esforzaba por evitarlo, porque cada vez que
terminaba una o dos líneas, el mismo pensamiento recurrente volvía molestarla.

Faith no alcanzaba a explicarse cómo era posible tener tantos encuentros casuales con la misma persona en la inmensidad de la ciudad de
Nueva York. Sin embargo, y por extraño que pareciese, en el transcurso de los meses anteriores, Aarón Truman había coincidido con ella en
varios centros comerciales, en Central Park, en la cafetería de la facultad de Educación, en una tienda de antigüedades que a ella le gustaba
visitar en Greenwich Village, en el teatro, en más de un restaurante y hasta en el metro.

-¡Ya lo veo hasta en la sopa! – chilló la joven en voz alta y al momento de terminar la frase un sentimiento de déjà vu la inundó por
centésima vez, como si hubiese repetido una frase ya dicha mucho, mucho tiempo atrás. Pero eso era solamente una más de las múltiples
cosas extrañas que le ocurrían en torno a Truman - ¡Es un fresco y un engreído! – añadió ella con un mohín altanero mientras presionaba el
enter de su teclado con energía – Sin embargo . . . – añadió después de una pausa – debo reconocer que tiene . . . tiene algo de . .
.encanto – pensó y una ligera sonrisa se esbozó en el rostro al recordad las palabras de Michie:

- ¿Estás ciega, Faith? El hombre es tan guapo que dan ganas de llorar nada más de verlo.

- ¡Bah! Aceptó que es bien parecido, pero nada más – había mascullado Faith en respueta.

- Pues estás más ciega que un topo – había sido la respuesta de Michie - ¡Lo que yo daría porque él me buscara como lo hace contigo –
añadió después la joven morena tirándose cuan larga era sobre la cama mientras jugueteaba con un muñeco Furby.

- ¿Buscarme? ¿Aarón? – había preguntado Faith incrédula - ¡Estás loca! Si ese hombre solamente se la pasa molestando cada vez que nos
vemos . . . . Además, han sido meras coincidencias.

- En serio que estás más ciega que un topo – repuso Michie burlona - ¿Sabes cuántas personas viven en Manhattan? ¿Tienes idea de
cuántas posibilidades hay de encontrarse con la misma persona por azar una y otra vez? ¡Qué va! El hombre te anda buscando.
Seguramente le gustas.

- ¡Estás loca! – Faith había respondido al tiempo que arrojaba una almohada a su compañera y el juguete que Michie tenía en las manos
acabó rodando por el suelo.

- ¡Vas a matar a mi bebé! – gimió Michie exagerando la pena.

- ¡Michie! No es una ser real. Es sólo un juguete. Además, ni siquiera me gusta.


- ¡Eres una desalmada! - gimoteó la morena y así siguieron discutiendo entre reclamos y bromas olvidándose por un momento de Aarón
Truman.

No obstante, ahora que Faith se detenía para mirar el monitor que ya comenzaba a activar el protector de pantalla, la joven se volvía a
preguntar si en realidad Aarón Truman había estado provocando esos encuentros casuales.

-¡Tonterías! – se dijo tecleando frenéticamente la barra espaciadora con el afán de volverse a concentrar en su trabajo.

El cuarto se llenaba de luz gracias a la espaciosa ventana que se extendía de pared a pared. En la habitación hubiese reinado el silencio de
no ser por los lejanos ruidos de la avenida veinte pisos hacia abajo y el sordo murmullo del grafito hiriendo el papel. Aarón Truman paseaba
su atenta mirada sobre las líneas que su mano trazaba con rapidez mientras terminaba el bosquejo de una escenografía para una de sus
clases de diseño. A ratos, la mano se detenía y el joven movía la cabeza en ademán negativo, como si reprobara el rumbo que sus
pensamientos tomaban alejándolo del trabajo.

- Es sólo el asombroso parecido. Eso es todo- se dijo dejando de lado el restirador con fastidio - Me estoy dejando llevar por eso. . . –
arguyó levantándose del banquillo para mirar por el ventanal. Por un momento su expresión dura se estrelló sobre la luz atrapada en los
cristales, pero al instante siguiente el rostro se relajó y esbozó una sonrisa – Sin embargo, esos ojos. . . . miran con una extraña mezcla de
fuerza y bondad . . . con vida y luces propias, como las chispas del agua bajo el sol . . . y la risa . . . cuando está con sus amigos y no se da
cuenta de que la miro de lejos . . . y esas pocas veces que me ha brindado una sonrisa.

Los recuerdos de Aarón se remontaron al día en que se había encontrado con Faith en el trasbordador, al término de las vacaciones de
verano. Después de los saludos mordaces de costumbre, los jóvenes habían podido establecer algo cercano a una conversación que por
breves momentos estuvo desprovista de sarcasmo.

- ¿Vienes de New Jersey? –había preguntado el joven con tono casual.

- No realmente. Vengo de casa – contestó la joven y Aarón pudo detectar cierta tristeza en la voz de la muchacha – soy de Atlanta, sabes.

- ¿Quieres decir que volaste a New Jersey? – preguntó Aarón extrañado de que la muchacha no volase directamente a Nueva York.

- No . . . en realidad . . .yo viajo en autobús . . . tú sabes, para ahorrar.

- ¿En serio? – fue lo único que pudo él replicar preguntándose cómo era posible que la muchacha luciese tan animada y alegre después de
un viaje que seguramente le había llevado más de 24 horas- Debes estar muerta.

- Un poco, sí, p.ero me siento tan bien de haber podido estar con mi madre que realmente no lo resiento ¿Y tú? ¿Viste a tus padres en estos
días?- preguntó ella recobrando su acostumbrado acento vivaz tras de suspirar brevemente y él se asombró de la facultad de la joven para
cambiar de estado de ánimo de un momento a otro.

- Si . . . bueno . . a mi madre solamente – contestó él desviando la mirada, algo incómodo de que alguien inquiriese en su vida familiar – De
hecho, vengo de visitarla. Está pasando unos días en una casa de campo que tiene en New Jersey.

- Ya veo . . .¿Y tu padre? – preguntó Faith con naturalidad y él creyó sentir que ella ladeaba el rostro como haciendo un esfuerzo por
reencontrarse con los ojos de él que evadían el contacto directo.

- Umm . . .la verdad es que no lo veo desde que comencé la universidad . . .- confesó él con voz apenas perceptible.

- Es una pena – replicó la rubia desistiendo en su intento de mirar al joven directamente al tiempo que distraía sus ojos en las aguas móviles
del Hudson.
Después de eso se sobrevino un silencio extraño entre los dos y Aarón creyó por un instante que estar al lado de Faith Sherman sin decir
una sola palabra resultaba casi tan cómodo como estar a solas consigo mismo y al mismo tiempo, era terriblemente difícil mantenerse
inmóvil cuando ese incómodo cosquilleo le recorría la piel de pies a cabeza. Curiosamente, todo aquello que sentía cuando estaba con Faith
era algo nuevo para él, pero en el fondo no podía dejar de pensar que antes, en algún pasado que no podía definir, había ya experimentado
todas esas sensaciones.

- Mi padre murió cuando yo tenía doce años – dijo la joven rompiendo el silencio con voz muy queda mientras el trasbordador atracaba -
¡Era un hombre maravilloso! Aunque, claro, no era perfecto. Recuerdo que siempre me reñía porque decía que yo era demasiado confiada
con las personas y eso acabaría por lastimarme.

Tenía manías raras, como la de levantarse con el alba y ser demasiado quisquilloso. Amaba a los Beatles pero odiaba a Bon Jovi, lo cual era
una pena porque yo lo adoro. Sin embargo . . .- pausó la joven sorprendiendo a su interlocutor con las muchas palabras que podía hilar de
una sola respiración - . . . sin embargo, daría lo que fuese porque hoy estuviese vivo, aunque me continuara riñendo todo el tiempo.

- ¡Faith! – había balbuceado Aarón sin saber qué decir ante aquel inesperado arranque de franqueza.

- Quiero decir – dijo la joven levantándose de su asiento – que eres afortunado Aarón Truman y sin duda un tonto por no reconciliarte con
tu padre.

- ¿Quién dijo que estoy enemistado con él? – contestó él tratando en vano de recuperar su talante indiferente.

- No hacía falta que lo dijeras, Aarón. Si yo fuese tú, reflexionaría un poco sobre el asunto – dijo ella y con esta última frase la chica se había
alejado por el pasillo del trasbordador hacia la salida.

- ¡Eres una verdadera entrometida, señorita pecas!- se dijo Aarón acariciando brevemente los vidrios del ventanal con la punta de sus yemas
– No te basta con invadir mis sueños noche tras noche, sino que además quieres inmiscuirte en mis asuntos familiares – el joven inclinó el
rostro sin poder evitar una sonrisa mientras un insistente pensamiento volvía a cruzársele por la mente –Sí, eres una entrometida, pero tan
bella que duelen los ojos de sólo mirarte . .

A ratos Michie pensaba que la carga energética que corría entre Faith y Aarón cuando estaban juntos era tan obvia que podía sentirse a
millas de distancia. Obvia sí, para todo el mundo, menos para los dos jóvenes involucrados quienes continuaron ignorando la fuerza que
impelía a Aarón a provocar el encuentro y a Faith a prolongarlo con gesto contradictorios que a ratos decía “me gusta estar junto a ti” y en
otros pretendían el rechazo. Pero lejos de desalentar al artista, los avances y retrocesos de la chica solamente incitaban más la persistencia
del joven.

Tal vez este juego de casi cortejo hubiese durado más tiempo, de no ser porque ciertos eventos inesperados precipitaron las cosas.

Cierta mañana de lluviosa un par de ojos verdes se paseaban nerviosamente por uno de los pizarrones de noticias en la facultad de arte de
la NYU. De pronto un pequeño mensaje llamó la atención e la dueña de aquellos ojos, quien tomando en mano una libreta de direcciones se
apresuró a anotar una dirección que aparecía en el mencionado anuncio.
>>>>>>>>>>>>><<<<<<<<<<<<<<<<

El edificio era uno de esos condominios pretenciosos instalados en el sur de Manhattan. Faith abordó el elevador ojeando otra vez la
dirección que tenía apuntada en su libreta y de nuevo se dio cuenta de que las manos le temblaban aún cuando ella se esforzaba en
controlarlas. El elevador llegó finalmente al piso veinte y la muchacha salió de él tratando de encontrar el número de departamento al cual
se dirigía.

- “¡Vamos!” – se animaba a sí misma – “¡ Tú sabes que tienes que hacerlo!” – pero a pesar de sus intentos las piernas parecían flaquearle a
cada paso. – “¡Por favor, Dios mío, haz que se trate de una mujer!”- suplicaba Faith para sus adentros mientras tocaba al timbre aún con
indecisión.

La puerta se abrió casi de inmediato para revelar a un hombre rubio, de más de uno noventa de alto y que debía estar cercano a los treinta
años.

- ¿Sí? ¿En qué puedo servirle, señorita? – preguntó el hombre rubio con gesto amable, pero que no consiguió tranquilizar el nerviosismo de
Faith.

- Yo . . . estoy aquí por lo del anuncio . . . solicitando una modelo – contestó ella sin mirar a los ojos del hombre.

- ¿Modelo? – preguntó el hombre con cierta confusión en la expresión de su rostro, pero luego pareció comprender el mensaje con cierta
dilación – ¡Ah si! Ya me imagino, debe ser cosa de mi primo. Pasa por favor.- indicó el hombre abriendo el paso para que la joven tuviese
acceso al interior del condominio.

Faith entró con cautela al cuarto y se preguntó de nuevo si hacía bien al entrar al departamento de un desconocido así nada más.

- Disculpa que no te entendiera de primera instancia- se disculpó el rubio invitando a Faith a sentarse en un amplio sofá de cuero negro –
Verás, yo solamente estoy aquí de visita. El dueño de este lindo lugar es mi primo. Él es el artista de la familia, seguramente puso ese
anuncio para un trabajo escolar.

- Aaí es – contestó Faith sin saber si debía alegrarse de que el hombre rubio no fuese la persona para la que iba a posar o si preocuparse
por quién y cómo sería el mencionado primo. Después de todo, el rubio parecía amable y había algo en el fondo de esos ojos azul cielo que
inspiraba confianza.

- Mi nombre es Walter Nollan.

- Yo soy Faith Sherman – contestó ella aceptando la mano que le tendía el hombre rubio.

- Mucho gusto. Tuviste suerte, pues estaba a punto de salir y mi primo tal vez tarde unos minutos en regresar. Fue a hacer unas cuantas
compras a unas calles hacia el sur.

- Entiendo.

Nollan era sin duda un hombre amable pues no tardó en invitar a Faith a tomar un poco de café, que dada la temperatura de aquel día
lluvioso, venía a las mil maravillas. Al poco rato ambos jóvenes platicaban animadamente y Faith casi olvidaba la razón por la que estaba ahí.

- Así que estudias Educación. Debe ser un área muy interesante – comentaba Walter sonriendo.

- Si . . ¿Y tú a qué te dedicas? – preguntó Faith casualmente.

- Soy biólogo. De hecho estoy aquí en Manhattan porque estoy participando en un estudio sobre una especie de gaviota que habita toda el
área de Long Island. Mi primo me está dando alojamiento en estos días.

- Ya veo ¿Y cómo se llama tu primo?


Walter estaba a punto de responder cuando la puerta se abrió de par en par y Faith se topo de llenó con dos ojos verdi-azules . Por un
instante le pareció que el mismísimo diablo se le había aparecido.

- ¡Qué bueno que llegaste, Aarón! – exclamó Walter sin advertir la mirada de pasmo en Faith – la señorita Sherman vino por el anuncio en
que requerías una modelo para uno de tus trabajos.

Bastó con que Walter terminara la frase para que a su primo se le cayese la quijada hasta el suelo, pero Walter ni siquiera se percató del
asombro dibujado en el rostro de su primo porque ya se encontraba echando mano a un portafolio y saliendo precipitadamente al tiempo
que se despedía con apuro.

- ¿Viniste por lo del anuncio?- preguntó Aarón aún sin asilmilar el asunto una vez que su primo Walter hubo desaparecido tras la puerta.

- Yo . . .yo - titubeó Faith mientras pensaba en qué excusas inventar para salir corriendo lo antes posible de aquel lugar. Tenía necesidad de
hacer ese trabajo, pero no podría ser si se trataba de Aaron Truman ¡Imposible! – yo creo que hay una equivocación – dijo ella tímidamente.
- Sí . . . creo que debe ser así – contestó Aarón aún sin recobrar su acostumbrado aplomo – “No puede ser que tú quieras posar para este
trabajo, pecas. No es tu estilo” – pensó Aarón tratando de comprender la situación.

Faith tomó su abrigo en una mano y estaba a punto de dirigirse hacia la puerta cuando una fuerza interna la detuvo.

“¿Tienes alguna mejor idea para conseguir ese dinero?” -se preguntó entonces luchando contra sí misma – “Sabes muy bien que no tienes
tiempo que perder y muy probablemente no encontrarás otra forma de reunir la suma. No tienes otra opción. Debes hacer esto”

La muchacha se volvió de nuevo hacia Aarón y dejando el abrigo sobre el sofá le dirigió la mirada con una determinación que desconcertó a
Truman aún más.

- No hay tal equivocación – dijo ella con decisión – vine a hacer un trabajo, y las cosas no cambian por el hecho de que nos conozcamos.
Dime por favor dónde tengo que posar. Entre más rápido lo hagamos será mejor para los dos.

A Truman le tomó todavía unos segundos más recuperar la frialdad, pero ante la resolución de la joven no le quedó más que indicarle dónde
se realizaría el trabajo.

- “ No te entiendo, pecas” – pensaba Aarón mientras le comentaba a la joven en qué consistía el trabajo – “Jamás hubiera creído que
pudieras ser tan pasmosamente fría . . . y mucho menos que una chica de tu tipo estuviese dispuesta a . . . y no digo que me disguste la
idea . . . es sólo que. . . no sé si podré sostener los pinceles sin temblar . . . ¡Dios mío! Todavía no empezamos y ya me siento mareado.”

- Entonces no deberé llevar nada puesto – dijo ella en un susurro sacando a Truman de sus cavilaciones.

- No, es un estudio anatómico y debe ser muy preciso – contestó él haciendo grandes esfuerzos por conservar la serenidad.

- Está bien. ¿Te importaría empezar ya? - preguntó Faith y Aarón creyó escuchar que la voz le temblaba ligeramente.

- Bueno, si así lo prefieres. Déjame preparar mi material, mientras tanto puedes cambiarte en el baño y usar la bata que tengo en el
perchero – indicó él y la chica se dirigió inmediatamente hacia la sala de baño según Aarón le había indicado.

La joven entró a la sala de baño y evitando su reflejo en el gran espejo que había sobre el lavabo, comenzó a desnudarse. Una larga cadena
de argumentos y contrargumentos le llenaban la mente haciéndola sentirse terriblemente desconcertada. Faith había recibido una educación
profundamente tradicionalista y la idea de quitarse la ropa frente a un hombre era algo que solamente concebía dentro de las relaciones de
pareja. Para empeorar las cosas, la joven aún no había tenido ninguna experiencia íntima por lo que el nudismo era para ella una práctica
totalmente ajena. Luego entonces, el posar desnuda para una pintura, por académico o artístico que fuese el propósito, la turbaba al punto
de sentirse sucia. Y por si esto fuese poco ahora resultaba que tendría que hacerlo justo para el hombre que despertaba en ella las
emociones más contradictorias.

-“ Solamente tienes que imaginarte que estás sola tomando un baño, eso es todo.”- se trataba de tranquilizar ella misma mientras se iba
quitando cada prenda y acomodándola en su bolso. –“ Tú sabes bien, que no tienes alternativa. Necesitas ese dinero.” – se repetía una y
otra vez.

Cuando se hubo terminado de desnudar, levantó los ojos para ver la bata de la que le había hablado Aarón y con gesto indeciso extendió la
mano para alcanzarla. Una vez que se la hubo puesto, se animó finalmente a mirarse en el espejo y arreglarse el cabello que caía en sus
perennes bucles dorados hasta la media espalda. Con un último suspiro abrió la puerta y se dirigió al estudio donde la esperaba el joven que
parecía muy ocupado en limpiar una impresionante colección de utensilios para dibujo y pintura.

Aarón se volvió entonces para chocar irremediablemente con la imagen de aquella joven envuelta en una bata blanca de felpa que le
quedaba grande y que parecía estar bañada por una corriente caprichosa de rizos rubios. No le fue muy difícil concluir de una sola impresión
que aquella era la visión más hermosa que sus ojos jamás habían mirado y no estaba seguro si la fuerza seductora que Faith parecía poseer
a manos llenas, radicaba en la gracia de su belleza clásica o en el hecho de que ella parecía ignorarla por completo. Así, parada en medio de
la habitación, con la mirada extrañamente perdida, le parecía tan indefensa y a la vez tan peligrosa que le era difícil poder definir lo que ella
le hacía sentir.

- ¿Estás lista?- alcanzó a preguntarle a la chica y ella apenas si respondió con un suave asentimiento de cabeza.

El joven se acercó a ella sintiendo que el corazón empezaba a latirle a una velocidad poco recomendable y estaba a punto de indicarle como
deseaba que se colocara cuando advirtió que los ojos de Faith se habían llenado de lágrimas. Aquello fue el último de los golpes que terminó
de derrumbar las defensas de Aaron, que sin ya pensar en sus movimientos, se acercó a la joven tomándole el rostro con ambas manos, con
una delicadeza que sorprendió a Faith.

- ¿Qué te sucede Faith?¿Por qué lloras? – le dijo él y la joven no alcanzó a comprender de dónde había sacado Aarón aquel tono dulce y
reconfortante. En otro momento tal vez ella hubiese tratado de recobrar la compostura, pero el dolor que le oprimía el pecho, la inesperada
amabilidad de Aarón y ese constante desfallecimiento que la amenazaba siempre que él se encontraba cerca, terminaron por liberar su
tristeza. La joven no atinó a hacer otra cosa que sollozar abiertamente sobre el pecho del joven que la recibió con preocupación, pasmo y a
la vez beneplácito - ¡Faith! - fue lo único que pudo decir mientras sus brazos automáticamente encerraban el breve cuerpo de la muchacha.

- Lo siento mucho, Aaron - dijo ella entre sollozos – quisiera hacer esto sin titubear tanto.

- ¿Quieres decir que no quieres posar?- preguntó él mientras la calidez de la joven le trepaba por los poros – No tienes por qué hacerlo si te
hace sentir mal. Yo lo entiendo.

- No, tú no entiendes. Tengo que hacerlo aunque no quiera. Necesito ese dinero - respondió ella aún con el rostro hundido en el pecho del
joven. Era la primera vez que se atrevía a decir en voz alta que estaba haciendo algo en contra de su voluntad sólo por dinero. Eso sólo
empeoró las cosas, pues ahora que se escuchaba decirlo se sentía prácticamente a punto de prostituirse.

Aarón escuchó extrañado las palabras de Faith. Tratando de no asustar a la chica intentó forzarla con suavidad para mirarle a los ojos,
levantándole la barbilla.

- ¿Qué quieres decir con que tienes que hacerlo aunque no quieras? ¿Para qué necesitas dinero con tanta urgencia? – preguntó él
hundiéndose en aquellas lagunas verdes que parecían más profundas bajo la corriente de las lágrimas.

- Es mi madre. . . . Le. . le . . . han diagnosticado cáncer y es necesario operarla de inmediato – dijo la joven con voz entrecortada.

- ¿Y necesitas el dinero para la operación? – preguntó él pensando que si así fuese Faith tendría que posar para muchísimas pinturas más
para poder reunir la cantidad necesaria.

- No . . . no realmente – dijo ella bajando los ojos – He reunido una suma gracias a algunos préstamos de mis amigos, sobre todo del padre
de Michie . . . pero aún me falta dinero para el boleto de avión. Mi madre va a ser intervenida pasado mañana. Temo que si no llego a
tiempo, estará tan deprimida que no soportará la operación. Tengo que estar ahí con ella, pero ya no puedo pedir prestado más dinero
¿Entiendes? – y como si el acto de confesar su problema le diera nuevas fuerzas, la muchacha se desprendió de los brazos de Aarón y le
miró con decisión – Vamos a empezar, por favor – y diciendo esto llevó la mano derecha hacia el cinto de la bata con el propósito de
desatarlo, pero la mano firme de Aarón la detuvo en el proceso.
Niña extraña en el barril de melaza con su caperuza de diamantes rojos...
- No, Faith. No quiero que hagas nada que te haga sentir incómoda.

- Ya te dije que eso no importa. Lo que cuenta es mi madre – arguyó ella con inesperada fuerza.

“ ¡Eres increíble, pecas!”- pensó Aarón admirando cada vez más el carácter de la muchacha – “ Tú tan orgullosa siempre, eres capaz de
humillarte por el amor que le tienes a tu madre.”

- Espera, Faith – replicó él sin soltar la mano de la joven – Te equivocas si piensas que no tienes ya a quien pedirle prestado – y con esta
úlitma frase el joven se dirigió a otra habitación de la cual regresó unos instantes después para entregarle a Faith un cheque a su nombre.

- ¿Qué es esto? – preguntó ella desconcertada.

- Pues un préstamo ¿Qué más va a ser? Creo que eso bastará para un viaje a Atlanta

- Pero .. . –balbuceó ella sin dar crédito a sus ojos.

- Nada de peros. Si te apresuras seguramente podrás encontrar un boleto para esta misma noche.

- Pero yo quiero pagarte como debe ser. Déjame posar para tu trabajo y entonces sentiré que estamos a mano.

- ¡Dios mío, Faith! ¿Por qué has de ser siempre tan obstinada? – se quejó Aarón impacientándose, pero a la vez complaciéndose con el
coraje de la muchacha – Toma el préstamo y ya después me devolverás la suma cuando la tengas. . . Yo bien puedo contratar a alguien
más para hacer el estudio. Anda, vístete y vete a comprar ese boleto de avión.

La chica tomó el cheque con reticencia y sin saber qué decir volvió a desaparecer tras la puerta del baño. Poco tiempo después una Faith
totalmente distinta a la que había llegado al edificio salió ya vestida con sus acostumbrados jeans y su abrigo negro, ostentando una amplia
sonrisa.

- ¿Lista? – preguntó él intentando de aparentar naturalidad.

- Si – dijo ella radiante y sin pensar en lo que hacía lanzó los brazos al cuello del joven. Esta ocasión, con la preocupación que la
apesadumbraba algo aligerada por las circunstancias, sólo fue cosa de segundos para que Faith terminara por percatarse que estaba
abrazando a Aarón Truman. Sin embargo, lejos de sentir repulsión, una nueva colección de sensaciones desconocidas explotó en ella
repentinamente. Aquello comenzó con la clara percepción de un aroma masculino que de buenas a primeras le llenó los sentidos y continuó
después con un calor entrañable que le parecía haber estado necesitando toda su vida, sin percatarse nunca antes de ello.

Para Aarón las cosas no fueron distintas, porque de repente todo era como si las piezas de un rompecabezas encajaran todas juntas. Mucho
tiempo después de aquel momento los jóvenes recordarían aquel momento como uno de los más intensos de sus vidas. Fue como si en una
fracción de segundo los juegos artificiales del alma se activaran todos juntos y cada chispa fuese una voz, una visión, una imagen de un
pasado desconocido. Rostros, lugares, olores, sonidos lejanos inundaron el cuarto y de repente era como si estuviesen sobre la cubierta de
un barco lejano, en el claro de un bosque, sentados junto a un lago de aguas tranquilas, escribiendo una carta, en los corredores de un
hospital, tras la bambalinas, corriendo en una escalera, o abrazados frente a un auto antiguo. Eran ellos dos, Aaron y Faith, y al mismo
tiempo eran dos personas distintas, vistiendo ropas diferentes, hablando un lenguaje con inflexiones añejas y viviendo en una época
distante.

- Siento mucho decirte que mis pecas me gustan muchísimo. Es más, últimamente estoy pensando en cómo conseguir más.
- ¡FIUU! Y seguramente también estarás orgullosa de tu naricita respingada.

- ¡Por supuesto!

- ¿El Sr. Grandchester, dice usted? Ignoraba que usted le conociese, señorita.

- No, no le conozco. Se llama Grandchester entonces.

- Si, es el hijo de una de las familias nobles más importantes de Inglaterra, señorita. ¿La ha molestado?

- Señorita, suba usted por favor a su camarote.

- ¡Nunca le digas a nadie acerca de esto! ¡¿Entendido?! Si lo haces estás perdida ¿Me escuchas? . . . . Vete ahora de aquí ¡Rápido!

- Discúlpame.. . Nunca le diré a nadie, te lo prometo.

- ¡Vieja cabeza dura! ¡Qué lenguaje!

- Si, pero ahora por eso no podré asistir al festival de mayo.

- ¿En serio? . . .Es una pena que no puedas ir

- Si, es una pena. Debe ser una fiesta muy linda con música, flores, baile.

- Si, es una fiesta verdaderamente increíble.

- Princesa Julieta ¿Me concede este baile?

- Este avión representa la primavera de la vida de mi padre. En el tiempo en que lo volaba, conoció a mi madre y se enamoraron.

- En esta época del año los niños del Hogar van a lago a nadar y a veces pescan también. Se pasa uno días de campo muy lindos ¿Quisieras
ir algún día de pic-nic?

- ¿Podría ver a la señorita White?. Debe estudiar y trabajar aquí ¿No es así?

- Búsquela usted. Debería estar en este cuarto.

- ¿En este cuarto?

- Sí, debía estar haciendo guardia aquí, pero obviamente ha faltado a su responsabilidad.

- Ella faltó a su guardia para ir a verme al teatro.

- Me gustaría que vinieses a Broadway para la premier.

- Esta vez será distinto. Siempre será posible reencontrarme con Terry mientras estemos vivos.

- Dicen que Susana esta tratando de obligarlo a casarse con ella por lo del accidente.

- ¡Eso no es amor!

- ¡No cometas esta locura!

- Debo hacerlo. De lo contrario siempre seré una carga para ti y para Terry.
- ¡NO!

- Cuídalo mucho y no lo dejes nunca.

- Te llevaré a la estación.

- No

- Te llevaré a la estación.

- ¡He dicho que no! ¡ Eso hará las cosas más difíciles!

- Quiero que el tiempo se detenga.-

- ¿No sería mejor no habernos conocido?


- ¿Modelo? – preguntó la joven rubia frunciendo la nariz y con ella las pequitas que la adornaban - ¡Estás loca, Michie! ¡Si estás pensando
que me voy a desnudar para los estudiantes de la facultad de artes estás totalmente deschabetada!

- ¡Por Dios, Faith! – exclamó Michie totalmente exasperada - ¿Quién habló de hacer desnudos! Muchas veces lo único que quieren esa gente
es una mano, un pie o un simple bulto que se pare sin moverse y ellos puedan ver cómo le pega la luz encima. Pagan a más de diez dólares
la hora, eso es buen dinero.

- ¿Cómo sabes tú eso? – preguntó Faith aún desconfiada.

- Porque tengo un compañero en mi clase de Historia de la Cultura Americana que hace lo mismo. Este muchacho me ha contado que vas a
las oficinas de la facultad, te inscribes en una especie de lista de espera y llenas una forma en donde aclaras el tipo de trabajo que estás
dispuesta a hacer. Si no quieres hacer desnudos pues no pones una marca en esa opción y ya está. Nunca te llamarán para eso, sólo para
posar como Blanca Nieves, si eso es lo que quieres.

- JA , JA, JA – se rió Faith burlona -. ¡MUY GRACIOSA! Pues ni creas que me convences con tus chistecitos.

No obstante, Faith acabó haciendo lo que Michie le sugería y cuando ya habían pasado varias semanas y ella ya casi se había olvidado de
que había hecho la solicitud, recibió un telefonema. Al fin, la llamaban para posar y no sin mucho miedo la muchacha se presentó ante la
clase del profesor Fullat, un hombre de origen catalán que lo único que deseaba era que sus estudiantes hicieran estudios de las manos de
Faith. Por esta razón los estudiantes tomaron muchas fotografías de las manos de la chica y eso fue todo. A partir de entonces Faith empezó
a trabajar para la facultad de artes por lo menos una vez cada dos semanas y el poco dinero que recibía de esa actividad se lo enviaba a su
madre en Atlanta. Michie insistió en que el dinero que le debía bien podría pagárselo después, cuando hubiese terminado de estudiar y
tuviese un empleo decente.

De esta manera la actividad de posar se hizo un hábito para la joven que a pesar de su naturaleza inquieta, aprendió a quedarse inmóvil por
largos ratos, con el afán de mandar algo de dinero para su madre. El trabajo, bien mirado, era simple y bien pagado así que ella lo hacía de
buen grado. Sin embargo, un día las cosas cambiaron radicalmente.

Faith había sido llamada para posar en una clase de estudiantes avanzados cierta mañana de marzo. Como de costumbre, se comunicó con
el profesor a cargo antes de la clase y este le indicó lo que iba a hacer, cuándo y dónde se realizaría la sesión. Se trataría de bosquejos para
apreciar cambios en la sombra con distintos tipos de iluminación, así que requería de alguien con ya cierta experiencia y que fuese capaz de
permanecer inmóvil por un buen rato.

Siguiendo las indicaciones del profesor la joven llegó a la hora convenida esa mañana y esperó en el pasillo mientras escuchaba la voz fuerte
y algo chillona del catedrático dando explicaciones a los estudiantes. Un instante después la voz se calló y el murmullo de varias personas se
dejó escuchar en el pasillo al tiempo que la puerta del taller se abría.

- Señorita Sherman, buenos días, siento haberla hecho esperar, pase usted por favor– le dijo el profesor, quien era un hombre de unos
cincuenta o sesenta años, algo desaliñado pero con una mirada abierta que le agradó a la joven.

- Gracias profesor Anderson – contestó ella entrando al salón y al momento de hacerlo sintió un extraño tirón al interior, como si una señal
le avisara que algo importante estaba a punto de ocurrir.

El lugar era muy amplio y estaba lleno de caballetes, lámparas como las de un estudio fotográfico, sombrillas y otros aparatejos para reflejar
la iluminación, así como una ventana panorámica que en esos momentos dejaba entrar la luz matinal de lleno en el taller. La joven rubia
siguió al hombre, que era particularmente corto de estatura, hasta el centro del salón donde él procedió a hacer las presentaciones de
costumbre.
Entonces yo te contestaría que soy muy malo cumpliendo promesas. Si me preguntaras por mis sentimientos por ella, yo te diría que le
tengo aprecio, gratitud, consideración . . . pero amor apasionado y absoluto como el que tuve . . .como el que tengo por ti . . . ¡maldita sea
mi suerte! . . .

- ¡No puedo hacerlo! Quisiera mentirte pero no puedo. Intenté una vez escribirte una carta para decirte que todo estaba olvidado pero ni
siquiera tuve el valor de enviarla ¿Cómo decirte ahora que estoy enamorada del hombre que será mi esposo, cuando no es así

- ¡Dios, Dios! ¿Qué falta cometieron nuestros antepasados para que nosotros la paguemos de esta manera? ¿Por qué este amor puro y
bueno, tan intenso que ni el tiempo ni la distancia han podido abatir, se ha vuelto un pecado? ¿Por qué no puedes ser mi mujer, cuando en
el fondo eres la esposa de mi corazón?¿Por qué me estás prohibida?”

Faith se separó violentamente del abrazo sin soportar más ya la explosión de visiones que le habían irrumpido en el alma como con una
serie de poderosos choques eléctricos. Levantó el rostro asustada y se dio cuenta que Aarón también estaba tan azorado como ella. Por
extraño que pareciese ambos supieron, sin necesidad de decírselo, que el otro había tenido también las mismas visiones.

Sin saber qué hacer, Faith tomó su bolso y salió corriendo de la habitación como si la estuvieran persiguiendo. Aarón no tuvo fuerzas para
detenerla. Todavía se hallaba demasiado abrumado por la fuerza de las emociones vividas en aquel extraño vistazo a un mundo que tanto él
como Faith habían olvidado desde hacia mucho, mucho tiempo, pero que aquel abrazo había vuelto a despertar de su largo sueño

Unas horas después Walter entraba a la habitación. Todo estaba en medio de la oscuridad, así que el hombre asumiò que su primo había
salido de nuevo. Con algo de trabajo para sostener el portafolio en una mano, una jaula con pájaros en la otra y una càmara de video
colgada al cuello, el rubio se abrió paso entre los caballetes que Aarón tenìa a media estancia.
Al alcanzar la mesa del comedor depositò su carga sobre el mueble y ya con las manos libres buscò el interruptor de la luz eléctrica. Cuando
la lámpara iluminó la habitación se sorprendió al descubrir a su primo sentado en el sofá negro.

- ¡No sabía que estabas ahí!- exclamó Walter sorprendido- ¿Por qué no dijiste nada? – preguntó sin obtener respuesta de su primo que
parecía como perdido en otra dimensión – Aarón...Aarón ¿Qué no me estás escuchando?- preguntó de nuevo acercándose al joven .

- ¿Umm?- respondió al fin Aarón al sentir el toque de la mano de Walter sobre su hombro – ¿Cuándo fue que llegaste?

- Hace un rato pero al parecer tú estabas en otro mundo¿ Terminaste tu trabajo con la niña pecosa?- preguntó el rubio sentándose al lado
de su primo mientras se estiraba cuan largo era en un gesto de cansancio.

- ¿Eh? . . .no . . . – titubeó Aarón sin saber qué más decir.

- ¿No era el tipo de modelo que andabas buscando para el trabajo?

- No . . . no exactamente.

- Pues a mi me pareció una chica muy bonita. . . y además muy simpática cosa bastante difícil de encontrar en una mujer hermosa. Pero
bueno, tú sabrás más de eso que yo, la belleza es tu trabajo ¿O no?

- No se trata de eso . . . De hecho, hubiese estado perfecta para el trabajo – se animó a decir Aarón al tiempo que se ponía de pie
advirtiendo por primera vez la presencia de unas gaviotas en la jaula - ¿Y qué significan estos animalejos? – preguntó tratando de cambiar la
conversación.

- Son parte de mi estudio. Estarán conmigo unos cuantos días solamente. Pero acaba de decirme lo que pasó con la pecosita.

- Bueno . . . es solo que . . . no era buena idea que ella posara para este trabajo . . . lo malo del asunto – titubeó Aarón pensando si debía
confiar en su primo lo que realmente había pasado – es que ya nos conocíamos y . . . a veces eso hace más difícil el trabajo.

- ¿De verdad? Es curioso, desde mi perspectiva de neófito en la materia yo pensaba que eso haría las cosas más sencillas . . .Tú sabes, con
más confianza y todo eso.

- No . . . es que mi trabajo requiere un desnudo y ella se sintió incómoda. Es todo – terminó diciendo Aarón tratando de no darle
importancia al asunto mientras se servía una taza de café dándole la espalda a su primo. Sin embargo, las confusas voces que resonaban en
la cabeza de Aarón no dejaban de llamarle a gritos provocándole un desasosiego que le era muy difícil ocultar – “ Ahora sí, definitivamente
debo estar volviéndome loco”- pensó mientras el líquido oscuro llenaba la taza.

- Ya veo . . . sí, es verdad . . . esta chica parece del tipo ingenuo. Supongo que tendrás que contratar a alguien más . . . oye, sírveme
también algo de café, por favor – dijo el rubio dirigiéndose a la cocina desde donde le hablaba Aarón.

- Tendré que hacer el trabajo sin modelo- contestó Aarón sorbiendo un trago.

- ¿Y a qué se debe eso?

- No tengo dinero para pagar una modelo – replicó el moreno.

- ¿Y cómo pensabas pagarle a esta chica? – inquirió Walter sin entender a su primo.

- Bueno . . . de hecho tenía el dinero . . . hasta hace un rato. Yo . . . se lo presté a Faith –concluyó el joven aún dándole la espalda a su
primo.

- A ver . . . a ver . . . Déjame ver si comprendo esto. Ella no posó para ti, pero tú le prestaste el dinero y ahora ya no tienes para conseguir
a otra modelo. De plano no te entiendo ¿Cuándo fue que dejaste de ser Aaron Truman el señor pragmatismo? Ese no eres tú.

- No me lo preguntes, ni yo mismo me entiendo – repuso Aarón pasándose la malo por el cabello que le llegaba a la espalda en señal de
nerviosismo.

Walter guardó silencio por un momento mientras le lanzaba a su primo una mirada escrutinadora, después de lo cual se animó a decir.

- ¿Sabes hermano? La última vez que yo hice eso por una mujer terminé casándome con ella. . . Es mala señal amigo mío . . . muy mala
señal . . . - comentó Walter con una sonrisita traviesa.
- No me haces ninguna gracia, y supongo que a tu esposa no le gustaría oír eso tampoco. – repuso Aarón con una expresión en el rostro
que le hizo saber claramente a su primo que había tocado un punto sensible .

- Bueno, hombre no seas tan susceptible. Sólo estaba bromeando. Sabes bien que adoro a Nancy y cuando tú tengas la suerte de encontrar
a la muejr adecuada seguro me entenderás. Dame esa taza de café que vengo muerto.

Y con eso quedó cerrado la conversación sobre Faith Sherman . . . pero no la confusión de Aarón que no sabía qué era lo que le provocaba
más ansiedad, si el hecho de que Faith estuviese tan preocupada por la salud de su madre, o el extraño momento que había vivido con la
joven tan sólo unas horas antes.

Faith también tuvo que batallar mucho para sobreponerse a la experiencia. Sin embargo, la prioridad en aquel momento era la operación de
su madre así que no tuvo más remedio que espantarse las nubes del alma y tomar el primer vuelo a Atlanta. Afortunadamente la joven llegó
a tiempo para estar con su madre antes de la operación, pero el débil cuerpo de Sarah, ya tan castigado después de veinte años de salud
precaria apenas si pudo sobrevir las cuarenta y ocho horas posteriores a la cirugía. Así pues, cuando el alba despuntaba en aquella mañana
fría de noviembre, Sarah Sherman soltó la mano de su hija para nunca más volver a acariciarla. Faith percibió el suave adiós de su madre y
cómo la tibieza de su piel se iba diluyendo en la frialdad de la muerte. Por curioso que parezca la joven no derramó una sola lágrima, ni djo
palabra alguna. Hay dolores que están más allá del llanto.

Después, solamente quedaron las crudas preocupaciones y cuidados que implica la preparación de un funeral. Con una fortaleza que
sorprendió a la propia Faith, la muchacha hizo los arreglos necesarios y notificó a sus parientes y amigos. Los siguientes dos días se
sucedieron como entre la difusa neblina de un sueño impreciso. Apenas si pudo reconocer a algunos de sus tías y primos quienes se habían
alejado de las Sherman desde que habían quedado en la ruina. Para ella contó más la presencia de sus antiguos amigos de preparatoria,
algunos chicos y padres de familia de la escuela especial para la cual ella había hecho trabajo voluntario y el fiel apoyo de Michelle, quien
había dejado Nueva York para correr al lado de su amiga tan pronto se enteró de los tristes resultados de la operación. Sin embargo, ni aún
cuando Michie la abrazó a su llegada durante el funeral, Faith pudo romper en llanto.

Michelle acompañó a su amiga durante las dos semanas que se llevaron los arreglos legales posteriores a la muerte de la madre de Faith y
ni todos los ruegos de la rubia fueron suficientes como para convencer a su amiga de que debía de regresar a Nueva York si no quería
perder demasiadas clases. Durante esos días Faith consiguió que una de las viejas amigas de su madre se encargara de cuidar la casa de los
Sherman, la cual quedaría vacía, hasta que la joven decidiese qué hacer con ella. Así pues, después de arreglar el último de los detalles,
Faith cerró la casa en la que había crecido y llevando un enorme saco de preciados y también melancólicos recuerdos, partió de nuevo hacia
Nueva York en compañía de su amiga Michie.
Una vez de regreso, la depresión no se hizo esperar. Faith continuó haciéndose la fuerte pero sus esfuerzos no eran suficientes para engañar
a Michie. La joven pensó que ya que Faith había elegido guardar silencio con respecto a su pena, lo mejor era respetar su decisión y
simplemente estar ahí, presente y disponible para cuando la rubia finalmente necesitase un desahogo.

A pesar de las buenas intenciones de Michelle, no iba a ser fácil cuidar de Faith, porque parecía que la rubia insistìa en preocuparse más por
los demás que por su corazón lastimado. Apenas habían pasado unos días desde su regreso a Nueva York y ya Faith le insistía en que
Michelle saliera sin ella.

- Yo creo que deberías aceptar la invitación de John – comentó casualmente la joven mientras rasgaba uno sobre de gelatina que estaba a
punto de preparar – a ti siempre te ha gustado el tipo ¿O no?

- Si . . . pero . . . no me gustaría dejarte sola, precisamente ahora que acabamos de llegar – respondió Michie tumbada en el sofá mientras
veía televisión a su estilo, es decir, viendo todos los canales sin ver ninguno de ellos.

- Nada de eso. Si yo lo que quiero es que me dejes un rato sola precisamente, tengo mucho que leer para ponerme al corriente en mis
trabajos y estando tú en el departamento no me dejas concentrarme.

- ¿Yo no te dejo concentrar? – preguntó Michelle haciéndose la ofendida - ¿No será que lo que no te deja concentrar son las 18 llamadas
que dejó Aarón Truman en la contestadora? – repuso Michelle burlona.

Faith desvió la mirada de Michie fingiendo poner atención a la fresas que estaba a punto de desinfectar.

“Aaron . . .Aaron,” – pensó la joven sin escuchar ya las pullas de su amiga aún sentada frente al televisor. Las tristes circunstancias la
habían obligado a dejar esa preocupación en algún rincón de la mente donde dejamos las cosas que atentan en contra de nuestro control
sobre las emociones. No obstante, había bastado regresar a Nueva York y escuchar la larga cadena de mensajes que él le había dejado en la
máquina contestadora, para comprender que tarde o temprano tendría que enfrentarse con Aarón y el inquietante recuerdo de lo sucedido
en el departamento del joven.

- ¿No me contestas? UMMM.....Eso está grave – masculló Michie dejando el sofá.


- Por todos los cielos ¡YA TOMA ESE TELÉFONO Y DILE A JOHN que aceptas su invitación! – chilló Faith sacando la lengua y como ahí no
paró su insistencia, la morena acabó dando su brazo a torcer. Unos minutos más tarde Michie estaba acabando de arreglarse para salir.

- ¿Ya llevas las llaves? – preguntó Faith dándole el visto bueno al atuendo de su amiga.

- Si, señorita Sherman, no se preocupe. Dijo Michie despidiéndose de la rubia con un beso y saliendo intespestivamente.

Una vez sola, la muchacha regresó a la cocina. La leche que tenía en el fuego para preparar la gelatina de fresas estaba a punto de soltar el
hervor. Fue entonces cuando escuchó el timbre. Con gesto de fastidio Faith se dirigió de nuevo hacia la puerta, segura de que su compañera
de cuarto había echado en saco roto su recomendación.

Algo preocupada por la leche que estaba a punto de derramarse, Faith corrió hacia la entrada. Abrió la puerta bruscamente con el rostro aún
vuelto hacia la cocina y apenas sus manos habían movido el picaporte salió corriendo de nuevo hacia la estufa.

- Te dije que no olvidaras las llaves. Cierra tú que se me arruina la gelatina – alcanzó a penas a reclamar ya corriendo hacia la estufa.

La muchacha suspiró con alivio al darse cuenta de que había llegado a tiempo, logrando retirar la cacerola de la parrilla antes de que se
derramase el contenido. En su premura a penas si pudo darse cuenta de que los pasos que la siguieron de cerca no eran los de Michelle. La
puerta se cerró.

- Si tú me hubieses dado llaves de tu departamento, pecosa, seguramente no las hubiera olvidado, pero no recuerdo haber tenido nunca esa
suerte . . . hasta ahora – repuso una voz a espaldas de Faith. La muchacha se paró en secó dejando el recipiente caer sobre la barra de la
cocina. Un hilo rosa se derramó por un costado debido al ligero golpe con que Faith había soltado la cacerola.

Pasaron varios segundos y la muchacha no alcanzaba reunir el coraje para volverse a mirar al dueño de la voz. Si hubiesen sido otras las
circunstancias Faith hubiese respondido la broma con un revés sarcástico, pero una vez más la joven no era la misma en la presencia de
Aaron desde la última vez que se habían visto. De repente, bastaba escuchar una sola frase de sus labios para que el delicado dique que
había contenido la fuerza de su pena se rompiera, dejando libre las lágrimas no lloradas.

Aarón se percató de que el cuerpo de la muchacha se estremecía con un ligero temblor y un sonido reprimido inundaba el cuarto. Faith
estaba sollozando. Cuando el joven comprendió lo que estaba pasando le bastó una fracción de segundo para correr al lado de la muchacha
poniendo suavemente su mano sobre el hombro de ella.

- ¡Dios, Faith! ¿Qué ha pasado?- preguntó Aaron alarmado por aquel llanto repentino. Algo en el aire le decía que se trataba de un dolor
irremediable, tan real que comenzaba ya a lastimarlo aún antes de que ella le dijese de qué se trataba.

- Mi madre . . .. -alacanzó ella a explicar entre sollozos.

- ¿Qué con ella? ¿Está aún delicada por la operación?- preguntó él esperando no recibir una respuesta aún más grave.

- Ella . . . ella murió . . . me he quedado sola - contestó la joven e instintivamente Aaron estrechó contra su pecho el ligero cuerpo de la
muchacha, olvidando el riesgo de volver a pasar una rara experiencia como la última vez que habían estado tan cerca uno del otro.

Faith por su parte, dando al fin rienda suelta a su tristeza se volvió para hundirse en el abrazo del joven. De repente parecía que apretarse
contra el pecho de Aarón fuera la cosa más natural del mundo y sus brazos el lugar más apropiado para volcar el dolor que la había ahogado
desde la mañana en que muriera su madre. Pasaron largos minutos en los cuales lo único que se escuchaba en medio del silencio del
departamento, era el llanto de Faith sofocado en la chamarra de cuero de Aarón. Mientras la joven abría la noria de su pena dejando salir
todo su contenido de una sola vez, el calor de Faith iba penetrando lentamente por los poros de Aarón, y los ojos interiores del joven
empezaron a percibir formas y colores que le hablaban al oído.

De repente le parecía que había estado de pie en aquel mismo lugar muchas otras veces. Tal vez el color de las paredes, algunos detalles de
la decoración, o las persianas italianas que adornaban las ventanas, no habían estado antes ahí. No obstante, podía jurar que el lugar le era
familiar . . . tanto como la calidez de la mujer que sostenían sus brazos. Conforme el llanto de Faith se iba calmando, era cada vez más clara
esa extraña sensación de déjà vu que poco a poco se fue tornando melancólica.

Después de un buen rato de desahogo la joven rompió suavemente el abrazo aún turbada por su inexplicable flaqueza. Aarón le sonrió de
una forma que ella nunca le había visto mientras le alcanzaba un pañuelo.

- Toma - a penas logró decir, sin saber qué más añadir ante la triste noticia del deceso de la madre de Faith – Yo . . . de verdad lo siento. . .
.No me imaginaba que las cosas habían resultado de ese modo.
- Fue . . . todo tan rápido – respondió Faith con una voz casi imperceptible mientras se enjugaba las lágrimas – a penas si tuve tiempo de
arreglar las cosas después de que ella . . . se fue.

- Tus parientes te debieron de haber prestado alguna ayuda – supuso Aaron que no sabía qué le tenía más confundido, si el extraño
ambiente que rodeaba a aquella habitación, la idea de que la madre de Faith estuviese muerta o el hecho de que la joven se había abrazado
a él y llorado en sus brazos como si él fuese alguien muy importante para ella.

- No . . . no realmente – suspiró la joven – solamente contábamos con parientes lejanos, pero nunca fueron muy solidarios que digamos.
Sobre todo cuando papá murió y la situación económica no nos fue muy propicia.

- Típico. Pero eso no debe de importarte demasiado. Creo que tienes aquí muchos amigos sinceros. Me consta que es así. – comentó él no
sin poder evitar sentir una pequeña punzada de algo parecido a los celos.

- Gracias . . . y disculpa por estar tan emocional . . .no sé lo que me pasó . . . en cuanto a tu dinero.

- Ni lo menciones. . . me ofendes – contestó él poniéndose serio y ella pensó que se veía muy apuesto con esa expresión de gravedad en el
rostro.

- Gracias de nuevo . .. yo . .- titubeó ella poniéndose cada vez más nerviosa conforme se iba dando cuenta que era ya casi inevitable hablar
de las cosas que habían pasado antes de su viaje a Atlanta. – quisiera ofrecerte algo . . .¿una taza de café o té te parece bien? – preguntó
ella sin poder sostener la mirada de él.

- Té está bien para mi – dijo él y ella se percató que él no cesaba de mirar en torno suyo como si tratase de reconocer el lugar.

Faith le invitó a pasar a la estancia y al poco rato ambos estaban sentados el uno frente al otro, tomando té y preguntándose quién daría el
primer paso en aquella incómoda situación.

- Tienes un lindo lugar- comentó él rompiendo el silencio- Aunque debe ser algo caro.

- En realidad no es mío, sino de Michelle. Yo solamente soy su huésped y a veces la cocinera . . . aunque muy seguido creo que la pobre
Michelle tiene que dar una segunda comida en la cafetería de su facultad. Es tan noble que lo hace a escondidas para que yo no me sienta
mal.

- Bueno, pero el té no está del todo mal, pecas – dijo él sonriendo abiertamente por primera vez delante de Faith.

- Gracias

De nuevo silencio, esta vez más denso que el anterior. Faith empezó a retorcer la servilleta que sostenía en las manos sintiendo los latidos
de su corazón aturdirle los oídos.

- Recibí tus llamadas – dijo ella después de un rato.

- Yo . . .eh. . . estaba preocupado por lo triste que estabas aquel día. Quería saber qué había pasado con tu madre. Incluso pregunté a
algunos de tus compañeros, pero nadie sabía nada y Michelle se había ido de la ciudad sin avisar a nadie.

- Ella fue a Atlanta tan pronto como lo supo. La verdad no sé qué hubiese hecho sin ella durante estos días- contestó la joven con un leve
suspiro.

- ¿Cuándo llegaste?- preguntó él y ella entendió que le debía una explicación por no haber contestado a sus llamadas.

- Hace unos cuantos días. Siento no haberte llamado. . .es que


- No lo digas. Entiendo que no te sintieras de humor para hablar conmigo . . .sobre todo después de . . .

La joven contuvo el aliento por un segundo rogando al cielo que él evitara el tema, pero Faith sabía que eso no era posible.

- Después de lo que pasó aquella tarde en mi casa – completó él igualmente nervioso.

- No sé a lo que te refieres – contestó ella poniéndose de pie violentamente para luego preguntarse por qué había dicho algo así.

- No me digas eso. Tal vez parezca la cosa más loca e irracional que se pueda imaginar, pero estoy seguro que tú sentiste las mismas cosas
que yo. No me preguntes cómo, pero lo sé con toda certeza- contestó Aaron recobrando la acostumbrada dureza de su mirada.
- Pues ahora sí creo que estás loco – contestó ella defensiva dándole la espalda. En su interior la incontenible fuerza de las imágenes que
había visto en aquella ocasión comenzó de nuevo a oprimirle el corazón. Con cada empujón, las asociaciones que había hecho en los días
subsecuentes entre sus visiones y ciertos sucesos de su vida, la alteraban más y más.

- Así que piensas que estoy loco – repuso Aarón también dejando el sofá – pues ahora te voy a mostrar algo que te demostrará cuál es el
grado de mi locura.

Y diciendo esto último el joven tomó un acho portafolio que había traído consigo y dejado a la entrada. Unos segundos después Aarón
desplegaba ante los asombrados ojos de Faith una interminable colección de dibujos y pinturas realizados con diversas técnicas. Para el gran
desconcierto de la muchacha todos y cada uno de aquellos trabajos eran retratos de ella. El joven invitó a la rubia con un gesto de su brazo
a observar los retratos más de cerca. Con las manos temblando ligeramente Faith revisó los trabajos y para su mayor asombro pudo darse
cuenta conforme movía las hojas, que algunos de
- ¿Qué significan estos dibujos? – se animó ella a preguntar con voz débil - ¿Quieres decirme que te has dedicado a dibujarme desde que
nos conocimos?

- No, y ese es precisamente mi problema. Estos dibujos los comencé a hacer hace años, mucho antes de conocerte – dijo él clavando su
mirada en los ojos verdes de Faith, como tratando de no perderse detalle de la respuesta de la joven al escuchar su confesión.

- ¿Me vas a decir ahora que me habías visto antes de conocerme? – preguntó la muchacha ,una parte de ella queriendo creer en las
palabras de Aarón que parecían sinceras, pero la otra desconfiando aún del joven.

- Sé que parece absurdo, pero así es. Mira las fechas al pie de los dibujos. Es más, date cuenta cómo la técnica ha cambiado con el tiempo. .
. El más antiguo de estos dibujos tiene ya más de diez años – explicó él señalando un dibujo hecho a lápiz sobre un papel que el tiempo
había tornado amarillento. Los trazos eran algo familiares al resto de los dibujos, pero no tan realistas, ni tan precisos como en aquellos
otros trabajos firmados en fechas recientes.

Faith quedó muda por otro rato, mirando aquel dibujo en donde se podía ver a sí misma a la edad de ocho o diez años.

- ¿Dónde me habías visto? – finalmente preguntó ella temiendo la respuesta que Aaron podía darle.

- En sueños – contestó él con un nudo en la garganta mientras se sentaba al lado de la joven.

Por fin estaba dicho. Había temido tanto ese momento que cada vez que llamaba a Faith durante la ausencia de ella sin obtener respuesta,
en parte se sentía aliviado al saber que el momento de la confesión aún no llegaba. Pero ahora ya estaba hecho, y podía esperar lo que
fuera. Tal vez el rechazo y la incredulidad de ella. Aaron sintió que el curso de la sangre se le congelaba en las venas.

- Yo . . . yo también te había visto antes . . . pero debo admitir que no con tanta precisión – contestó ella sorprendiendo a Aarón con su
respuesta – Aquí, te he visto aquí – añadió ella señalando su frente para dar a entender que lo había visto con los ojos del alma – Pero hay
algo más.

- Dime, a estas alturas estoy dispuesto a creer la cosa más disparatada.

- Sígueme – ordenó ella suavemente tomándole la mano para guiarlo a una de las habitaciones del departamento.

Lentamente la mano delgada de Faith giró la llave de la habitación, a la cual había evitado a entrar desde su regreso a Nueva York. En su
otra mano pudo sentir claramente el apretón que le diera Aarón al entrar al estudio. Ella no necesitó ver los ojos consternados del joven
para entender que se despertaban en el una cadena de dolores dormidos que lentamente le penetraban por los poros.

Aarón soltó la mano de Faith para llenarse los ojos de aquel espectáculo proveniente de días oscuros de un pasado que era el suyo sin serlo.
Las pinturas en las paredes, el mapa, la estatuilla, los libros, los objetos del escritorio . . . el pizapapel piramidal que inmediatamente
tomaron sus manos para sentir de nuevo aquella punzada en el pecho.

- Te he visto aquí - dijo ella rompiendo el silencio – Al principio sólo eras una visión borrosa que yo creí fruto del cansancio o de mi
imaginación infantil . . . Apareciste el primer día que entré en este cuarto, sin embargo no te reconocí. Pasó tiempo, y la visión se repetía,
pero nunca podía ver tu rostro. No obstante supe que la persona que veía en mi mente había sido el dueño de esta habitación hace mucho
tiempo. Luego, las imágenes se fueron haciendo más precisas. . . después te conocí en la clase del profesor Anderson, pero aún entonces no
entendí que eras tú . . . fue hasta ese día en tu departamento que lo entendí . . . pero saberlo me dio miedo, porque aún ahora no entiendo
del todo lo que sucede. Sólo sé que tú . . . o esa persona que alguna vez fuiste, escribió este diario – explicó ella alcanzado el libro de cuero
que guardaba en uno de los estantes del librero – Tal vez si tú lo lees podrás entender mejor que yo quienes somos en realidad.

Aarón tomó el libro y no tuvo necesidad de leer por mucho tiempo para entender la tristeza que impregnaba cada página y que se convertía
en amargura conforme se iba llegando a los últimos pasajes del diario.

“ El médico me ha dado un año de vida y no pudo evitar sentirse desconcertado ante la pasividad con la cual recibí la noticia.

- Siento mucho tener que darle una noticia así. Usted es aún joven, pero supongo que querrá arreglar sus asuntos con tiempo. Quien sabe,
tal vez podamos ganar terreno frente a la enfermedad mas allá del año.

- Dios no lo quiera – le contesté y creo que debió haberme tomado por loco – Un año ya me parece demasiado tiempo. Pero le agradezco su
preocupación. Arreglaré mis negocios a fin de que a mi esposa no le falte nada cuando yo me haya ido.

Desde ese día he estado ocupándome para que las cosas queden en regla. El hijo mayor de Robert, me ha ayudado mucho. Confío en que él
llevaré bien mis asuntos para que mi esposa tenga todo lo que necesite. A estas alturas ya no puedo trabajar y me paso los días en esta
habitación, o aislado en mi alcoba. A ratos el dolor es insoportable, pero no es nada comparado con el dolor del alma . . . y ese dolor lo he
soportado por más de veinte años . . ¿qué más da? Después de todo, lo que mi cuerpo sufre ahora no es más que la consecuencia del abuso
del alcohol de otras épocas. En cuanto al dolor del corazón . . . ese se lo debo a mis errores, y al destino que nunca me fue propicio.
.......

Hoy finalmente escribí mi última carta para Albert. Ha sido difícil decir el adiós definitivo al único amigo íntimo que he tenido en la vida. El
único que conoce cada rincón de mi poco desafortunado corazón. ¡ Qué ironía! Y pensar que en un tiempo lo odié con todas mis fuerzas . . .
pero lo que sucedió después acabó uniéndonos con lazos aún más fuertes que los que inicialmente nos ligaron. Ella, que solía bendecir con
bondad todo lo que tocaba, aún en su partida logró dejar el perfume de su presencia uniéndonos a Albert y a mi para siempre. Dios quiera,
que algún día, en otro plano . . . en otra existencia, los tres podamos ser amigos sin las cadenas de la pasión que un día nos separaron.

Cuando él reciba esta carta seguramente intentará venir, pero estoy seguro que cuando llegue ya no estaré aquí. Aunque estas noticias
llegasen a él antes de mi muerte, cruzar el pacífico y luego volar desde la costa oeste le tomará demasiado tiempo. Aunque me hubiese
gustado volverle a ver, será mejor así. Sé que mi muerte le romperá el corazón y que mi ausencia lo hará sentir aún más solo. Cómo
quisiera que él hubiera encontrado a una mujer a quien amar después de aquello . . . pero no puedo reprocharle por dejar pasar su juventud
recordándola, porque yo he hecho exactamente lo mismo ¡Cómo quisiera que las cosas hubieran sido diferentes, al menos para él!
Mi esposa está inconsolable. Aunque en un principio pensé en ocultárselo, luego comprendí que tarde o temprano ella acabaría por darse
cuenta de la realidad. Así pues, no tuve más remedio que hacérselo saber.

Sé que su corazón está destrozado al verme en este estado y adicionalmente a su pena, entiendo que la aterra el quedarse sola. Desde la
muerte de su madre yo he sido la única persona con quien ella ha podido contar. Sin embargo, por paradójico que sea, me atrevo a pensar
que mi muerte será la primera oportunidad que mi pobre mujer tenga en su vida para ser verdaderamente independiente. Sin contar ya ni
con su madre ni conmigo, Susana tendrá que aprender a tomar las riendas de su vida.

A veces pienso que nuestro matrimonio, en lugar de traerle la estabilidad y fortaleza que yo alguna vez creí, solamente contribuyó a volverla
más retraída, insegura. . . siempre dependiente e insatisfecha. Sé bien que yo cargo con parte de la culpa ya que nunca pude darle lo que
ella más deseaba. Tal vez la voluntad me falló en el empeño . . . no lo sé. Lo cierto es que lamento el daño que le hice, pero ya es
demasiado tarde para remediar las cosas. Al fin y al cabo, yo no he sido solamente su verdugo, sino también su víctima. Creo que estamos a
mano, pues ambos participamos igualmente en la construcción de nuestra mutua desdicha.”

Aarón cerró de un golpe el diario y lo dejó caer pesadamente sobre el escritorio. En un gesto nervioso se llevó las manos a la frente como si
estuviera tratando de despejarse la mente de los imágenes que giraban en torno suyo vertiginosamente.

- ¿Te sientes mal? – preguntó Faith preocupada posando su mano sobre el hombro del joven.

- Estoy bien . . . es sólo que . . . todo esto es una verdadera locura. . . yo ni siquiera creo que exista vida después de la muerte. Sin
embargo, estoy seguro de que las cosas que vemos y sentimos . . . las vivimos antes . . . antes del primer recuerdo que tengo de mi
infancia¿Cómo encajar estas cosas en mis esquemas?

- No lo sé – contestó Faith bajando la mirada mientras sus ojos divagaban en la superficie de la alfombra. Ella misma no alcanzaba a
explicarse las cosas con sus propios esquemas – Honestamente, hay muchas cosas que aún no entiendo - confesó finalmente con timidez-
Tal vez si nos damos la oportunidad de hablar más detalladamente sobre las cosas que hemos visto podamos encontrar más sentido en todo
esto – comentó ella sintiendo un choque al tiempo que Aarón ponía su mano sobre la de ella.

- Es probable que eso nos ayude, pero, si he de serte sincero, hay ciertas cosas que no necesito aclarar más porque ya las entiendo –
repuso él acercándose peligrosamente a la joven mientras se llevaba la mano de ella a la mejilla – No sé si tú y yo realmente nos conocimos
antes . . . en otra dimensión, en otra vida o quizá solamente en sueños. Lo cierto es que yo te he buscado desde siempre. Y ahora . . .

- ¿Ahora? – balbuceó ella sin resistir ya el vértigo que le provocaba mirar directamente a los ojos claros de Aarón. A pesar de la agitación de
su corazón los sentidos le permitieron percibir el aliento del joven recorriéndole las sienes.
- Ahora finalmente entiendo por qué nunca antes me había enamorado verdaderamente.

Faith intentó casi como por instinto resistirse a la suave fuerza con que los brazos del joven la atrajeron contra su pecho. No obstante.
aquello fue una mera reacción refleja que pronto fue abatida por un impulso interior, llevándola a rendir todas sus defensas en fracciones de
segundo. Era como si una voz interior le dijera "es él . . . no tengas miedo". El resto pasó con la suavidad con que el cuerpo sucumbe ante
los influjos de un sueño.

Por curioso que pareciera, la joven sintió que aquel abrazo había sido vivido antes, con la misma ansiedad, la misma fuerza que hacía que
sus músculos se amoldaran a los de él. Luego, el beso que siguió, a pesar de ser el primero que los dos intercambiaban, no pareció ser
nuevo, y el sabor de la boca de él tenía un aroma y un gusto que le parecieron conocidos. Aaron Truman no era el primero que la besaba,
pero algo dentro le decía que esos labios que ahora acariciaban los suyos, eran sin duda los primeros en tocarle el alma.

No pasó mucho tiempo en aquel intercambio físico, silente y cada vez más decidido, para que la joven comprendiera que tarde o temprano
ella terminaría entregándose a aquel sentimiento que la amenazaba desde hacía tiempo. La idea se fue abriendo paso entre los pasajes más
oscuros de la mente de Faith, saliendo a la luz progresivamente, haciéndose cada vez más clara e ineludible. Imágenes más definidas y
personales se iban delimitando mientras que su voluntad se diluía en las caricias del joven
Faith abrió los ojos para ver un paisaje verde. Estaba de pie frente a un interminable jardín y pudo ver a una mujer con un vestido de gasa
blanco que salía a la terraza para sentarse bajo la sombra de una sombrilla a tomar el té. Faith se sentía inexplicablemente atraída hacia
aquella joven mujer cuyo rostro aún no podía ver por la distancia, pero que estaba delicadamente enmarcado por un sobrero blanco de ala
ancha.

Como temiendo interrumpir las cavilaciones internas de la dama, Faith se acercó lentamente. Grande fue su pasmo cuando se pudo percatar
del asombroso parecido que había entre ella y la mujer del vestido blanco. Era prácticamente como verse a sí mismo en el espejo o en la
proyección de un vídeo. Faith estaba ya virtualmente en frente de la joven pero ella no daba indicios de advertir su presencia.

Así de cerca, Faith pudo admirar el fino bordado inglés que adornaba el cuello del vestido y la delicada caída del chifón de la falda, la cual
caía suavemente hasta la media pierna de la joven. Faith hundió sus pupilas en las de su doble y le fue imposible abstraerse de la profunda
melancolía que brillaba en el fondo de aquellos ojos.

La mujer dio un ligero suspiro mientras observaba distraídamente el brillo de la luz matinal sobre un anillo de diamantes que adornaba su
mano. Fue entonces que Faith observó que de la mansión erguida a espaldas de la mujer de blanco, salía un hombre alto y de cabellos
rubios que a Faith le pareció familiar sin poder llegar a reconocerlo claramente. El hombre se acercaba a la joven y ponía sus manos sobre
los hombros de ella depositando a la vez un beso en su mejilla. Entonces Faith notó que la mujer cambiaba automáticamente su expresión
ausente colocando una sonrisa en donde antes había una mirada triste. Sin embargo Faith supo que la tristeza seguía ahí, aunque oculta
tras una máscara de alegría.

Luego todo pasó muy rápido. Unas voces masculinas discutiendo acaloradamente se escucharon desde un rincón del jardín. Al poco rato
aparecieron frente a la pareja rubia unos hombres vestidos con uniforme que intentaban detener a un joven pelirrojo elegantemente
ataviado. Los de uniforme, que Faith identificó como los sirvientes, trataban de advertirle al joven que el señor de la casa no estaba en la
disposición de recibirle, pero por más que los hombres insistían el airado joven seguía avanzando por el jardín en dirección de la terraza. Era
claro que aunque los sirvientes le seguían de cerca y trataban de convencer al intruso que no sería bien recibido, sentían cierto temor de
tratar con mayor rudeza al hombre pelirrojo. Faith pensó que tal vez se trataba de alguien igualmente importante y por eso los sirvientes no
se atrevían a actuar con más decisión.

Antes de que cualquiera de los presentes tuviera tiempo para reaccionar, el pelirrojo se acercó a la pareja a sólo unos metros de distancia.
Faith entonces sintió que el corazón se le detenía paralizado por el miedo. Con una inexplicable angustia escuchó las palabras del pelirrojo:

- Si crees que me voy a quedar con los brazos cruzados mientras tú disfrutas a la mujer que quiero estás equivocado ¡Maldita sea tu estirpe
William Albert! ¡Nunca te casarás con ella!

Después, las cosas se sucedieron con vertiginosa confusión. El joven se llevó una mano al interior del saco extrayendo un revólver que
apuntó hacia el hombre rubio. La joven volvió el rostro y Faith pudo ver el horror dibujado en los ojos color malva de su doble. Con una
rapidez mayor aún que los movimientos erráticos del hombre pelirrojo, evidentemente ebrio, la joven de blanco se puso de pie.

- No hagas algo de lo que te arrepentirás, Neil,- gritó la joven al tiempo que se interponía entre el hombre rubio y el curso de la bala ya
liberada por el gatillo.
Faith quiso gritar para advertirle a la joven rubia, pero la mancha roja que repentinamente cubrió el vestido blanco, y el extraño dolor que le
atacó el estómago, le hizo entender que ya era demasiado tarde. El sombrero blanco caía al suelo y el cuerpo agonizante de la joven se
desplomaba en los brazos del hombre rubio. Los sirvientes se abalanzaban hacia el hombre pelirrojo que gritaba y lloraba como si hubiese
enloquecido.

Por un momento Faith pensó que la bala le había tocado a ella misma, porque la punzada aguda en el estómago no la abandonaba cuando
se acercó a ver a la muchacha rubia tendida sobre el piso de la terraza.

- ¡Dios mío, amor, resiste! Pronto llegará el médico y estarás bien,- decía el hombre rubio tratando de mantenerse sereno, pero Faith
entendió que el pobre muchacho se moría también de pena al darse cuenta de que la herida en el cuerpo de la joven era sin duda mortal.

- No hace. . . falta ya- le contestó la joven con dificultad, - Dios sabe . . . lo que hace.

- No digas eso

- Tú . . .cuídate mucho . . . sé feliz . . . libérate de esta jaula de oro . . . que te sofoca - susurró la joven al oído del rubio con la voz cascada
por los estertores de la muerte.

- No me dejes

- Un último favor . . . dale esto . . . a él y perdóname . . . por no poder . . . “ apenas alcanzó la joven a decir señalando con la mano
ensangrentada el crucifijo que le pendía del cuello. Luego expiró.

Aaron sintió que el espíritu se le desprendía al contacto con los labios de Faith. Un sabor a flores silvestres le llenó la boca y de repente
parecía que el resto del mundo desaparecía para dejarlo solo con aquella mujer en sus brazos que se rendía poco a poco a sus caricias. De
súbito entendió que el vacío que siempre había sentido se iba llenando cálidamente. Parecía que la búsqueda había terminado. Había
navegado por mucho tiempo para llegar a aquella orilla de la vida.
Aaron abrió los ojos para ver un paisaje lluvioso. Pudo ver gente vestida de negro presenciando un entierro bajo el amparo de las sombrillas.
Los hombres portaban trajes oscuros con sombreros de fieltro a usanza de principios de siglo y las mujeres trajes de talle largo negro a la
última moda de los veintes. Algunas damas mayores aún llevaban faldas hasta los tobillos.

Todos se veían profundamente tristes, como si la persona que ese día enterraban hubiese sido alguien verdaderamente amada por todos. El
sacerdote recitaba su perorata, pero ni todas sus palabras parecían consolar a una anciana de cabellos grises que lloraba
desconsoladamente al hombro de una religiosa de rostro pálido que contemplaba la escena con callada tristeza.

Aaron no tenía idea de quien había muerto, pero inexplicablemente sentía que el alma se le desquebrajaba ante la escena, como si se
tratase de alguien que hubiese sido su misma vida. La ceremonia transcurrió lentamente mientras Aarón continuaba observando en la
distancia. Luego cada uno de los deudos se fueron acercando al sarcófago cubierto de rosas blancas para dar un último adiós a quien ese
día dejaba de contarse entre el número de los vivientes. Lentamente los asistentes al funeral se fueron retirando hasta que solamente un
hombre alto y rubio, vigilado de cerca por otros dos hombres que parecían ser sus guardaespaldas, quedaron en el lugar, bajo los paraguas
y la insistente lluvia.

Fue entonces que un testigo inesperado hizo acto de presencia, descendiendo de un auto. Aarón había advertido la presencia del auto
estacionado en una de las veredas del cementerio desde inicios de la ceremonia, pero no salió de su asombro al ver a un hombre que se
parecía tanto a él que bien hubiese podido pasar por su gemelo.

El hombre de cabellos oscuros vestido también de negro se dejó ver por el rubio y solamente les tomó unos segundos para reconocerse y
correr a abrazarse. Aaron sintió como si una pieza más de su rompecabezas encajara en su lugar, al tiempo que los hombres lloraban el uno
en brazos del otro con la tristeza más amarga que jamás Aarón había experimentado. De repente Aarón supo que aquellos dos hombres
habían estado unidos por un fuerte vínculo que después se había roto, pero que en esa misma mañana se restauraba para siempre.

Cuando los hombres se separaron intercambiaron unas palabras que Aarón no pudo entender pero cuyo significado comprendió claramente.
Luego el hombre rubio sacó algo de uno de sus bolsillos depositándolo en manos del moreno.

- Ella quería que tú lo tuvieras - le pareció a Aarón que decía el rubio.

El moreno expresó brevemente su agradecimiento y luego se despidió del rubio que se retiró del lugar seguido de sus guardaespaldas. El
doble de Aarón se quedó solo bajo la lluvia mirando como los enterradores hacían descender el sarcófago a la fosa. Aarón se acercó
lentamente al hombre de negro pero pronto se percató que éste no podía advertir su presencia. Lloraba en silencio mientras con una mano
acariciaba el objeto que el rubio le había entregado. Un crucifijo.

Una vez que los enterradores hubieron terminado su trabajo, el hombre de negro sacó un reloj de su saco para ver la hora. Eran las 11:30
de la mañana.

- Aquí se detiene mi vida – susurró el hombre – Te juro que no volverá a salir el sol en mi alma hasta que vuelva a verte – y Aarón entendió
lo que el joven quería decir.

Con pasos lentos el hombre dejó atrás la tumba sumido en calladas cavilaciones. Subió en su auto y desapareció bajo la lluvia. Después de
entonces Aarón sintió la calidez de sus propias lágrimas correr por sus mejillas.

Mientras el beso se prolongaba el reloj de pared de la habitación dió las 11:31 volviendo a andar por primera vez en casi 80 años. Aarón
supo que el sol había finalmente vuelto a salir.
La luz matinal penetraba insolente por las vidrieras del amplio ventanal. Los rayos parecían no molestarle al hombre que yacía en el lecho
aún profundamente dormido. En cambio, la mujer a su lado no tardó mucho en despertar, encandilada por la luz solar. La joven se incorporó
con gesto perezoso retirando las sábanas que la cubrían . Aún medio dormida alcanzó con una mano la bata de seda que colgaba de la
cabecera de la cama para cubrir su desnudez.

Dando un gran suspiro la joven se dirigió a pasos lentos para contemplar el espectáculo del nuevo día y escuchar el lejano ruido de los
automóviles veinte pisos abajo. Con una sonrisa en el rostro se sacudió la melena dorada y se dispuso a comenzar las tareas cotidianas.
Antes de salir de la habitación estampó un callado beso en la mejilla del joven durmiendo y le despejó la frente de los cabellos castaños que
la cubrían. Después se dirigió al baño.

Mientras el agua de la ducha corría por su cuerpo, Faith Truman cerraba los ojos recordando los eventos de los últimos tres años. Ahora era
estudiante graduada y trabajaba medio tiempo en una escuela especial en el Bronx. Michelle se había marchado de los Estados Unidos para
continuar sus estudios de posgrado en Inglaterra, pero intercambiaban e-mails con frecuencia y se veían durante las vacaciones del verano,
de manera que a Faith le parecía que su amiga seguía tan cerca de ella como siempre.

El trabajo de Aaron como artista empezaba a ser reconocido. Sus primeras dos exposiciones habían tenido cierto éxito y estaba colaborando
con un equipo de diseñadores de prestigio en la elaboración de las escenografías para la puesta en escena del musical francés Romeo y
Julieta que recién se había ya traducido al inglés. Su madre estaba más que orgullosa y su padre, aunque aún distante, mantenía con el
joven una relación más cordial que en el pasado.

- Mañana será 2 de julio – pensó Faith mientras el shampoo se diluía en el agua.

Había vivido con Aarón por casi dos años y en todo ese tiempo ninguno de ellos había llegado a entender completamente el misterioso
pasado que los unía. Algunas pesquisas del propio Aarón habían llegado a identificar al antiguo dueño del departamento como Terrence
Grandchester, un actor shakespeareano de principios del siglo XX, que había llegado a ser muy popular hasta su muerte en 1942. Sin
embargo, poco o casi nada sabían del amigo que el actor llamaba Albert y que le había dirigido infinidad de cartas provenientes de los
lugares más recónditos del planeta durante más de 15 años. Aarón había encontrado esas cartas en una caja oculta entre los libros que no
le habían interesado a Michie, pero no había más referencias que el simple nombre de quien había escrito las cartas, sin apellido ni más
indicios de su origen. No obstante, las referencias en el diario y las visiones de ambos parecían señalar que el mencionado Albert era el
hombre con quien "Ella" había estado comprometida.

Había también unas cartas femeninas escritas en un tono cariñoso e informal que Aaron y Faith identificaron como las cartas que “ella” le
había escrito en una época en que la vida era menos ingrata. Así fue como averiguaron el nombre de la mujer en cuestión: Candice White.
Con los pedazos de información encontrados aquí y allá los jóvenes llegaron a la conclusión de que “el artista” había amado a esa mujer
toda su vida y que ella, tal como Faith lo había presenciado en sus visiones, había muerto violentamente al tratar de salvar la vida de su
prometido del ataque de un pretendiente rechazado, un día 2 de julio.

¿Por qué ellos tenían esas visiones sobre un pasado ajeno? La verdad es que nunca lo sabrían con claridad, pero una cosa era cierta, el
destino, la suerte, Dios o lo que fuese, los había hecho encontrarse por una sola razón, para amarse y cerrar un ciclo que quizá antes había
quedado incompleto y reclamaba solución.

Tal vez aunque las visiones y los sueños nunca hubiesen aparecido Aaron y Faith se hubiesen enamorado de todas formas. ¿Qué más daba?
A Faith lo único que le importaba era que después de todo sí había podido encontrar ese “rostro en la multitud”

La anciana miraba pasar a los transeúntes como si se tratara de imágenes en el televisor. Los miraba sin mirarlos, absorta en sus
pensamientos y sus recuerdos. La joven detrás suyo conducía la silla de ruedas sin mucho interés. No se cruzaban palabras entre la vieja y
la muchacha.

De repente los ojos azules de la anciana, apagados ya por los muchos años vividos, parecieron cobrar nuevas luces por escasos segundos
mientras miraba pasar a una joven pareja. Él era esbelto pero con músculos marcados, ojos claros y melena castaña. Ella era rubia y de piel
muy blanca. Los ojos eran verdes, profundamente verdes, como las malvas en primavera y a la anciana le pareció que había visto el fondo
de aquellos ojos una noche nevada hacía muchos años, tantos que sería imposible que fuesen los mismos. Ambos jóvenes caminaban
abrazados y se paraban a ratos para ver los aparadores y reírse juntos de alguna simpleza. Eran felices, y estaban enamorados, eso era
obvio a cualquier observador. La multitud avanzaba y la anciana pudo ver como la pareja desaparecía en la distancia, la chamarra de cuero
negra del joven y su cabello castaño ondeando al viento fue tal vez lo último que se perdió en la distancia.

- Fue como un sueño – susurró la vieja con los ojos llenos de lágrimas.

- ¿Pasa algo tía? – preguntó la joven.

- No . . . nada. . .vamos a casa - musitó la anciana enjugándose los ojos


- Me dijeron que tu tía murió hace un par de semanas.

- Así es. Pobrecilla, la verdad es que ya se la pasaba muy mal. Eran tan vieja – comentó Amanda Hathaway con un suspiro de melancolía.

- ¿Era hermana de tu abuelo? – preguntó la amiga de Amanda.

- No, qué va. Fue la esposa de un amigo de mi bisabuelo. En realidad no guardábamos ningún parentesco. Pero mi abuelo la tomó bajo su
cuidado cuando quedó viuda y bueno, la responsabilidad pasó de generación en generación.

- Era muy anciana ¿Qué edad tenía?

- Veamos . . . creo que debió haber cumplido los 105 años hace tan sólo tres meses – contestó Amanda haciendo un esfuerzo para hacer
memoria.

- ¡Vaya! Ella sí que debió haber visto el mundo cambiar de manera drástica.

- ¡Imagínate! Cuando ella era joven las mujeres vestían aún faldas largas y usaban corset, los autos eran una novedad y los aviones una
rareza- dijo Amanda tecleando rápidamente su comentario.

- ¿Dices que era viuda? – inquirió la amiga de Amanda desde el otro lado de la línea.

- Sí, su marido murió durante los años cuarentas, pero ella nunca se volvió a casar. Creo que en su juventud fue actriz, como mis
bisabuelos, pero lo dejó cuando perdió la pierna en un accidente. Jamás volvió a actuar. Mi abuelo dice que recuerda que era buena actriz.

- Es una pena que haya sido así – fue la respuesta de la amiga de Amanda que apareció pronto en la pantalla de la computadora.

- Mañana mamá y yo vamos a hacer una limpieza general en el cuarto de tía Susana. Guardaremos algunas cosas, regalaremos otras y tal
vez vendamos el resto a alguna tienda de antigüedades. Tenía almacenadas tantas cosas viejas en su habitación que parece un museo
¿Quieres venir?

- No es mala idea. Pero por lo pronto tengo que dejarte. Te llamo mañana para decirte si puedo ir.

- Está bien. En todo caso volvemos a platicar la próxima semana ¿no?

- Claro Amanda, a la misma hora. Te espero con la línea abierta en ICQ

- Hecho.

- ¿Me permite ver ese dije? – pidió el joven a la empleada de la tienda de antigüedades.

- Por supuesto, señor. Es de oro, y una verdadera rareza. Nuestro experto calcula que debió haber sido hecho entre 1900 y 1905.

- Está asombrosamente bien cuidado – comentó el hombre sintiéndose aún más atraído por aquel crucifijo. Algo le decía que lo había visto
antes.

- Así es. Es una de las adquisiciones más recientes de nuestra tienda. Pertenecía a una anciana dama que recientemente murió y sus
familiares nos vendieron varias cosas.

- Envuélvamelo para regalo – dijo el joven con una sonrisa y la empleada no pudo evitar pensar que aquel hombre tenía la sonrisa más
hermosa de todo Manhattan.

- Con papel alusivo al Día de San Valentín, supongo – insinuó la empleada.


- Sí, es para mi esposa.

- Oh . . . ya veo – contestó la mujer mordiéndose la lengua y envidiando a la mujer que ocupaba los pensamientos de aquel hombre.

- Un favor más. Antes de envolverlo podría hacer que le grabasen un nombre por atrás.

- Claro ¿Cuál es el nombre?

- Faith Truman

FIN

También podría gustarte