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El ocaso se derramaba en luces doradas sobre la montaña. El auto estaba por llegar al
último recodo del camino y Annie sabía que pronto podría ver el Hogar de Pony en la
lejanía. Cada mes hacía el mismo viaje desde Chicago para ver a sus dos madres y a
Candy. No importaba cuantos problemas le causara el gesto. La Sra Britter no acaba de
resignarse con la insistencia de su hija en continuar haciendo esos viajes que, según su
opinión, echaban por tierra todos sus esfuerzos por hacer de Annie una dama respetada
en sociedad. No obstante, la joven había aprendido que solamente estando en paz con
su pasado y en contacto constante con quienes amaba podía su corazón estar en paz
consigo mismo.

Pronto esos viajes no serían ya problema, porque estaría casada con Archibald Cornwell
y sería por fin dueña de sus actos, sin tener que dar cuentas a sus padres adoptivos.
Para ello faltaban apenas dos meses y aunque había estado trabajando en los
preparativos por casi un año, todavía sentía que tenía muchísimas cosas pendientes que
arreglar antes de la fecha. Ese precisamente había sido uno de los argumentos de su
madre para tratar que ella desistiera de visitar el Hogar de Pony esta vez:

- Te casas en menos de ocho semanas y todavía no hemos completado tu ajuar.


Podrías al menos posponer el viaje para después, Annie.
Poco valieron los intentos de la Sra. Britter. Annie estaba convencida de que ahora más
que nunca debía ir a ver a Candy. De lo contrario su dama de honor jamás encontraría
tiempo para ver a una modista y ordenar el vestido que llevaría en la boda.
Sencillamente la obsesión de Candy por el trabajo era algo que exasperaba a Annie.

- Pues tendrá que darse tiempo para viajar conmigo a Lakewood y tomarse las
medidas ƛse dijo Annie echando otra mirada al paquete que descansaba inocentemente
en el asiento trasero del auto. Era la seda brocada más hermosa que había encontrado
en su almacén favorito. En aquellos días de postguerra era un verdadero milagro
conseguir seda china y en cantidades suficientes para hacer dos vestidos. Un paquete
igual había sido enviado a Florida para la Srta. Patty OƞBrien y el otro sería para Candy.

Annie volvió a sonreír. Un segundo después la torre del Hogar de Pony pudo
distinguirse en el horizonte.

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Los cubos de hielo tintineaban alegres en la jarra de té helado. Annie saboreó la


frescura del líquido en su garganta mientras observaba con alegría la acogedora
habitación en la que tantas veces había corrido y jugado cuando niña. La sala de estar
de la Srta. Pony, con las ventanas hacia el oeste, se llenaba de luz durante las últimas
horas del día y el olor a compota que venía de la cocina terminaba de completar el
cuadro hogareño que ella guardaba en su memoria desde la más tierna infancia.

- ¿Qué conserva están haciendo ahora? ƛpreguntó Annie a Candy mientras esta
última volvía a servir más té en su propio vaso.

- Son manzanas y arándanos azules. Nuestras preferidas ƛsonrió la joven


rubia haciendo un guiñoƛ. El Señor Carwrigth nos trajo suficientes como para tener
todo el invierno.
- Muy generoso de su parte ƛapuntó Annie recorriendo el cuarto con la
mirada mientras recordaba a una pequeña Candy jugando a las escondidas en el
armario. De pronto sus ojos se tropezaron con un gran ramo de rosas rojas junto al
costurero de la Señorita Ponyƛ. ¿Y esas flores? ƛpreguntó Annie intrigada, a lo que
Candy respondió alzando los hombros.

- Llegaron ayer con el correo. La cosa más extraña ƛañadió Candy sin
misterios en la voz.

Annie se levantó de la silla y se dirigió hacia la mesa donde descansaba el florero


rebosante de rosas. Entre el follaje pudo distinguir una tarjeta. Instintivamente le dirigió
a su amiga una mirada inquisitiva.

- Estaban dirigidas a mi ƛexplicó Candyƛ puedes leerlo en la tarjeta.

Sin poderse resisitir Annie abrió el sobrecito para encontrarse con una simple tarjeta
que tenía el sello del florista y el nombre de Candy sin remitente o mensaje alguno.

- No dice quién las envió ƛcomentó Annie aún más intrigada y Candy no pudo
evitar divertirse con la expresión de desilusión de su amiga.

- Así es. Por eso te digo que es la cosa más rara ƛagregó la rubia poniéndose
de pie para acercarse a su amiga.

- ¿Y qué piensas hacer? ƛpreguntó Annie.

- ¿Hacer? ¿Qué tendría que hacer algo? ƛse rió Candy volviendo a colocarse el
mandil a la cintura.
- Pues averigüar quién es el admirador que te las manda, por supuesto ƛ
sugirió Annie sin poder creer la falta de curiosidad femenina de su amiga.

- ¿Y quién te ha dicho que se trata de un admirador? ƛse burló la rubia.

- ¿Quién más podría mandarte rosas, Candy?

- No lo sé....tal vez algún paciente agradecido ƛrespondió Candy con


simpleza. Una vez cada quince días la joven acompañaba al Dr. Smith en sus visitas a
domicilio a todas las granjas cercanas y la semana que seguía ella iba sola a los lugares
en que algún paciente requería de una curación. Candy nunca cobraba por esos
servicios.

- Si así fuese te habrían mandado fruta o algo así, no flores. Mira la tarjeta,
son del único florista que hay en Lakewood. ¡Vamos, Candy! Si tus pacientes no te
pueden pagar la visita que les haces, menos aún podrían mandarte un regalo tan caro ƛ
contestó Annie comenzando a exasperarse por la falta de romanticismo de su amiga.

- En todo caso es un admirador muy tímido ƛse burló Candy volviendo a


poner la tarjeta entre el follaje del bouquéƛ y a mi nunca me han gustado los hombres
poco seguros de sí mismos. Me temo que nunca sabremos de quién se trata. Ahora, sí
me disculpas, tengo que ver cómo van las conservas ƛagregó la joven dirigiéndose
hacia la cocina.

- Mañana mismo lo averiguaremos ƛinsistió Annie siguiendo a Candy hacia


donde las marmitas arrullaban con su murmullo de líquidos hirviendo.

- ¿Y cómo piensas hacerlo? ƛpreguntó Candy alzando las cejas.


- Tú has aceptado que mañana iremos a Lakewood a ver a la modista. ¿No?
ƛCandy asintió sin comprender el giro de la conversaciónƛ. Bueno, pues nos daremos
tiempo de pasar con el florista y averiguaremos quién es el admirador tímido que te
mandó esas flores ƛcontestó Annie con un gesto triunfal que hizo que Candy girara los
ojos sin poder creer hasta donde era capaz de llegar la imaginación romántica de su
amiga.

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- Sí señorita, recuerdo exactamente la orden que usted menciona -contestó


el empleado de la florería a la joven. El florista pensó que sin duda se trataba de una
dama muy importante. Solamente había que ver el carísimo sombrero Parisino que
llevaba y el vestido de hilo. La muchacha rubia que iba con ella debía ser su dama de
compañía seguramente-. Iba dirigido a la Srta. Candice W. Andley, según recuerdo.

- Así es ƛcontestó Annie emocionadaƛ. Nos gustaría saber la identidad de


quien envió las flores.

- ¿Es usted la Srta. Andley? ƛpreguntó el hombre a Annie.

- No, pero .....-un pinchazo discreto que Candy le propinó sin que el florista
se diera cuenta, le hizo recordar que le había prometido a Candy no revelar su
identidad-. Se trata de una amiga mía. Como usted comprenderá se encuentra muy
intrigada y me mandó a preguntar ƛdijo Annie pensando que no estaba mintiendo del
todo.

- Lo siento mucho señorita, pero me temo que no podré satisfacer su


curiosidad -contestó el empleado negando con la cabeza.
- ¿Quiere usted decir que no puede revelar la información a menos que mi
amiga venga en persona a preguntar? -preguntó Annie con una sonrisa. Candy
solamente dejó escapar un pequeño suspiro de fastidio.

- No, señorita, no se trata de eso . Lo que sucede es que nosotros tampoco


sabemos el nombre de la persona que envió las flores. La orden nos llegó de nuestra
sucursal en Indiana y no nos proporcionaron el nombre del remitente.

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Candy se sentó frente a su sencillo tocador mientras se cepillaba los rizos. Sus labios se
plegaron en una leve sonrisa al recordar los eventos del día. Annie era incansable
cuando se trataba de salir de compras y visitar modistas. Su amiga no estuvo satisfecha
hasta que cada detalle del ajuar de su dama de compañía hubo sido seleccionado y
empacado. Ahora sólo faltaba que el vestido estuviera listo para la primera prueba. A
Candy le gustaban los sombreros de plumas y los encajes de Bruselas al igual que a
cualquier muchacha, pero hacía mucho tiempo que no se permitía esas indulgencias.
No, la vida no le daba tiempo para pensar en esas cosas.

Con la Srta. Pony y la Hermana María haciendo planes para ampliar las instalaciones
del Hogar de Pony no había mucho tiempo para pensar en frivolidades. Ambas damas
habían confiado en ella varias de las responsabilidades que antes ellas mismas llevaban,
mientras se dedicaban a organizar sus planes de crecimiento. Candy sentía que no
podía fallarles. Así que se ocupaba de los niños y de sus pacientes sin dejar mucho
espacio para sí misma. Candy se miró al espejo una vez más.

- No, los sombreros, los guantes y las sombrillas de encaje no son para mi. No
hay tiempo para esas cosas ... o para admiradores misteriosos ƛse rió de buena gana
frente a su reflejo.
Tuvo que repetirle a Annie más de mil veces que no conocía a nadie en Indiana que
pudiera haberle enviado las rosas. La pobre Annie finalmente tuvo que resignarse a que
nunca averiguarían quién había mandado las flores y Candy pensó que era mejor
desistir en el intento.

- El amor... -suspiró Candy dejando el tocador y dirigiéndose a la ventana


mientras sus ojos verdes se perdían en despejado cielo primaveral, tachonado de
estrellasƛ. Nunca fue para mi. Es mejor así.

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- ¡Candy, Candy! -llamó la Srta. Pony.

La joven se levantó del banquillo donde se había sentado para ordeñar la vaca. Tomó
la cubeta de leche y con una palmadita cariñosa al costado del animal se despidió de
ella dirigiéndose hacia el exterior del establo.

- Ya voy, Señorita Pony ƛgritó la joven caminando con energía hacia la


cocina del hogar. A medio camino la anciana le salió al encuentro.

- Ha llegado de nuevo el correo ƛdijo la mujer con una sonrisilla traviesa


dibujándose en su rostro surcado por esas líneas que Candy amaba tanto.

- Oh no, no de nuevo ƛdijo Candy girando la cabeza comenzando a reírse


internamente por lo emocionada que la Señorita Pony se sentía cada vez que llegaba
de nuevo ramo de rosas "Parece que es a ella a quien se lo mandan. Es tan gracioso"
pensó divertida.
- Así es, han llegado otra vez. Es la cuarta semana que llegan sin falta cada
lunes y cada viernes ¿Qué piensas hacer?

Candy pensó que esa era una pregunta que todo mundo le venía repitiendo demasiado
seguido últimamente.

- Pues ponerlas en el florero como siempre ƛcontestó Candy dejando la leche


sobre la mesa y quitándose los guantes de trabajo. Sus ojos se volvieron a tropezar
con el aparentemente sempiterno ramo de rosas rojas.

- ¿No vas a ver la tarjeta al menos? ƛpreguntó la Hermana María


disponiéndose a hervir la leche aparentando indiferencia, pero no lo suficientemente
bien como para engañar a Candy. "Parecen dos chiquillas," pensó la joven.

- Dirá lo de siempre ƛcontestó Candy con tranquilidad, pero al ver la mirada


insistente de la religiosa se dirigió hacia el ramo y tomó el sobrecito que descansaba
entre las hojas.

- Está bien. Sólo para que ustedes dos estén tranquilas ƛdijo la joven
sonriendo mientras sacaba la notita del sobre. Sin embargo, esta ocasión, la historia fue
distinta a la de antes. Los ojos de la joven se abrieron con sorpresa al tropezarse con
algo más que solamente su nombre.

- ¿Dice algo, Candy? ƛpreguntó la Srta. Pony intrigada al ver la expresión de


asombro en el rostro de Candy. Los ojos de la joven se clavaron a la tarjeta un rato, en
silencio. Luego, sin decir palabra, la muchacha le entregó el papel a la anciana, que
leyó en voz alta y cargada de asombro:

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La anciana calló y el silencio se cernió entre las tres mujeres. Sin decir más, Candy salió
corriendo por la puerta trasera de la cocina y se perdió pronto en el camino rumbo a la
colina.

- ¿Dice algo más la tarjeta? ƛpreguntó al fin la Hermana María saliendo de su


asombro.

- No, sólo el poema ƛcontestó la Srita. Pony.

- ¿Entonces por qué Candy salió corriendo como alma que lleva el diablo? ƛ
preguntó la religiosa confundida.
- Tal vez la nota le dice algo.

- A mí me parece que solamente prueba que su admirador tiene un gusto


excelente para la poesía ƛrepuso la monja tomando las rosas para ponerlas en el jarrón
de siempre.

- No lo sé hermana, pero no la había visto ponerse tan nerviosa en mucho


tiempo. Más vale que no le preguntemos nada mientras ella no quiera hablar de ello. .
.

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- Es sólo una coincidencia ƛse repetía Candy al llegar jadeando hasta las
raíces del Padre Árbolƛ. No . . . no puede ser ahora . . . es imposible.

La joven se dejó caer de rodillas en el césped. De repente se sentía enormemente


fatigada y la causa de su cansancio no era física. Se miró las manos desnudas de
adornos y se las llevó a la cara. Podía aún sentir la esencia de las rosas entre los dedos.

- Es tal vez una broma de mal gusto ƛpensó la joven sintiendo que un
líquido cálido le corría por las mejillasƛ. Quizás Eliza quiso divertirse un poco a costa
mía . . . ¿Pero cómo puede saber ella . . .? Ese poema . . .

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Los días continuaron transcurriendo y de nuevo la inevitable visita de Annie volvió a
tocar las puertas del Hogar de Pony. Faltaban solamente tres semanas para su boda.

La joven observó desde el primer momento de su llegada que otro ramo de rosas rojas,
gemelo del anterior, continuaba en la mesa, pero la Señorita Pony haciéndole señas a
espaldas de Candy consiguió que la muchacha no dijera nada sobre el asunto.

- Veo que el admirador misterioso ha continuado mandando las mismas


flores ƛdijo al fin la joven a la anciana cuando Candy hubo salido a visitar a sus
pacientes durante la tarde-. ¿Sigue insistiendo Candy en la idea de que es un error o un
simple gesto de agradecimiento de algún antiguo paciente?

- No. Ahora ya no dice nada ƛexplicó la vieja dando un suspiroƛ.


Especialmente desde que las tarjetas han empezado a llegar con más que el simple
nombre de Candy en ellas.

- ¿Entonces ya saben quién las manda? ƛpreguntó Annie aún más intrigada.

- No, hija. Las flores siguen llegando sin remitente, pero ƛla vieja dudo un
momentoƛ cierta vez trajeron un poema que puso a Candy muy inquieta y desde
entonces cada vez que llega otro bouqué, viene acompañado de un mensaje críptico
que Candy no comparte y que la pone triste o de mal humor. Ella dice que no es nada,
pero no puede engañarnos.

Annie se quedó callada. Por un momento su mente llegó a la misma conjetura a la que
la Hermana María y la Señorita Pony habían llegado antes, pero al igual que ellas, la
desechó inmediatamente. No podía ser . . . y si así fuera, sería triste y lamentable.

- Tal vez sea alguien que Candy conoció alguna vez ƛse atrevió a decir en
voz bajaƛ. Quizá alguien en quien ella no está interesada y le hace sentir mal su
insistencia. El hombre se aburrirá y la dejará en paz después de un rato.
- Tal vez, hija, tal vez -contestó la vieja pero ninguna de las dos mujeres
quedaron satisfechas con la explicación.

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La carreta marchaba ruidosa a través del camino de regreso al hogar. La noche cálida
caía ya sobre la campiña y los aromas primaverales poblaban en silencioso ambiente.
Hundida en sus cavilaciones Candy volvía a su casa.

ƠEn vano ha intentado el corazón torcer su rumbo. Cansado está de la escabrosa


empresa de negarse. ¿Podré acaso volver sobre mis pasos?ơ

La mente de la joven había aprendido de memoria cada uno de los mensajes recibidos,
atormentándose en repetirlos en las horas silentes de la noche. Cada nuevo mensaje la
castigaba, la llenaba de esperanzas olvidadas y la volvía sumir en desesperanza.

ƠJamás olvidaré las primeras partículas de luz iluminando tu forma bajo el cielo estivalơ

Cada palabra hablaba a su corazón señalando rincones secretos de la memoria. No


había remitente en las tarjetas, pero entre más mensajes llegaban, eran cada vez
menos necesario un nombre al calce.

ƠRecuerdo atardeceres que vivimos juntos. Recuerdo sonidos de libélulas al vuelo.


Recuerdo el rastro oloroso del romero ¿También lo recuerdas tú?ơ
Hacía varios días que había dejado de pensar que aquello era sólo una mala pasada.
Sin embargo, aunque la certeza era cada vez más fuerte, también lo era la amargura de
saber que los obstáculos de antes todavía existían. Candy no podía entender el por qué
aquellos mensajes se habían atrevido a violar las distancias pactadas.

ƠLa lluvia se funde en la superficie del la bahía. Todos los años pasados se diluyen igual
en mi memoria y regresan al último instante que te vi . . . Tú, todo se reduce a ti.ơ

Finalmente esa misma mañana un último mensaje había terminado por confundirla aún
más:

ƠHan pasado 1216 días de entonces. Hoy es 20 de abril. Dentro de poco dejaré de
contar los días.ơ

Candy supo que el mensaje insinuaba un plazo impreciso, pero plazo al fin. Al mismo
tiempo ansiaba y temía el día de su cumplimiento.

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Candy tamborileaba la mesa con su mano enguantada. Amaba Chicago pero había
perdido la costumbre del paso agitado de las grandes ciudades. Odiaba la insistente
mirada de los parroquianos del café que la había seguido desde su entrada al
establecimiento, sabiendo bien quién era y en cuánto se cotizaba su herencia. Odiaba la
presión del corsette, el murmullo de los refajos almidonados bajo su falda mientras
caminaba y la imposibilidad de pasar desapercibida cuando afrontaba su identidad de
hija de los Andley. Pero por Annie estaba dispuesta a soportar todo eso mientras sorbía
con elegancia el té que le habían servido. Después de todo, solamente en unos días
más sería la boda y después podría regresar al retiro apacible de su vida en las
montañas.
- No sabes lo linda que te ves con ese color ƛle decía Annie orgullosa de su
elecciónƛ. El rosa malva es el color de las rubias.

- ¿Te parece? ƛpreguntó Candy distraída.

- Y el sombrero que escogiste para hacerle juego parece un ángel. Deberías


de vestirte formalmente más seguido.

- Sí, seguramente me vería muy bien con sombrero y guantes de encaje


cuando ordeño las vacas o lavo la ropa de cama de los niños ƛse rió la joven con ironía.

- ¡Eres imposible! ƛse quejó Annie blandiendo la cucharita con que se había
servido un terrón de azúcar.

Girando los ojos en señal maliciosa Candy estaba a punto de sacarle la lengua a su
amiga olvidando la compostura que debía guardar en público cuando el camarero se
acercó a ella nuevamente con una bandejilla de plata.

- ¿La señorita Candice White Andley? -preguntó el hombre.

- Soy yo ƛcontestó la rubia con simpleza.

- Este mensaje es para usted ƛdijo el hombre dejando en la mesa una hoja
de papel doblada por la mitad y retirándose en seguido discretamente.

Intrigada, Annie miró a su amiga interrogándola con los ojos. Candy estaba paralizada.

- ¿No piensas leer el mensaje? ƛpreguntó Annie intrigada.


La joven no contestó. Con mano insegura desdobló el papel. Las letras ahí trazadas
estallaron ante sus ojos. Cada rasgo y cada tilde hablaban por sí solos. Las palabras del
mensaje eran sólo detalles. Bastaba solamente con ver la letra de quien había escrito
para entender todo con total certeza.

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Candy levantó la mirada y buscó entre las mesas del café. Observó las siluetas de cada
hombre, siguió las líneas de cada espalda masculina y no encontró el ángulo particular
que buscaba. No estaba ahí, pero había estado.

- ¿Qué dice, Candy? ƛinsistió Annie aún más preocupada por la palidez del
rostro de su amiga.

- Es sólo una nota de. . . del administrador del restaurante ƛcontestó Candy
tartamudeando.

- ¿Pero qué puede decir el administrador que te ponga así de nerviosa? -


inquirió Annie entre excéptica y preocupada por su amiga.

- Parece que conoce a Albert ƛimprovisó Candy rápidamenteƛ quiere


mandarle sus saludos, pero . . .

- ¿Pero qué, Candy?

- Bueno, es que temo comprometer a Albert. Todo el mundo se acerca a él


para pedirle favores ƛexplicó Candy satisfecha de poder producir una excusa
coherenteƛ. Annie, por favor. Paguemos la cuenta y vamonos ya. No quiero que el
administrador se acerque a la mesa solicitando ver a Albert.

- Está bien. Se hará como tu dices ƛrespondió Annie apresurándose a dejar


un billete sobre la mesa y alcanzar a Candy que se había puesto ya de pie y se dirigía a
la salida del restaurante como si estuviera huyendo de su peor enemigo. Por primera
vez en su vida Annie sintió que Candy le había mentido.

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El vestido reposaba sobre el maniquí, planchado y almidonado al punto de la


perfección. El bouqué con diminutos lirios y lazos de encaje francés y tafetán que
descansaba sobre el talle era el único toque ornamental sobre la seda verde pálido.
Candy sabía que Annie había elegido el color sólo para hacer resaltar los ojos de su
dama de compañía.

- Es curioso ƛpensó Candy sentándose sobre el diván de la ventana,


mientras contemplaba su ajuar en medio de las sombras de su habitaciónƛ de repente
hasta me siento entusiasta con todo este asunto. -Es una mala señalƛ se decía la joven
ƛHacía ya mucho tiempo que no me preocupaba por lucir bonita. No debería permitir
que estos pensamientos se instalaran tan cómodamente dentro de mi. No puedo darme
el lujo de la coquetería . . . Ahora menos que nunca.

Detestaba esa sensación incómoda que no la había dejado en los dos meses anteriores.
Por tres años su vida había transcurrido plácida y tranquila, llena de proyectos
cotidianos y pequeñas metas. Había logrado vivir ajena a las palpitaciones e inquietudes
de otros tiempos . . . todo había sido así hasta la llegada de las rosas rojas, los poemas,
las notas y ahora el inquietante mensaje que le había entregado el mesero.
Ahora ya no le quedaban dudas de quién estaba detrás de todo aquello. No, después
de ver su letra impresa con impúdica naturalidad, con inconfundible carácter en cada
línea del mensaje. Restaba sólo averiguar por qué había él decidido romper el silencio
pactado de manera tan melodramática.

La joven no pudo evitar que una sonrisa irónica se le dibujara en los labios. Era clásico
de él usar esos recursos novelescos y si la situación no fuera tan triste seguramente ella
encontraría que la situación era a la vez cómica y halagadora. Pero siendo las cosas
como realmente eran, ella sabía que toda aquella charada sólo podía terminar al igual
que cada uno de los episodios amorosos de su vida. Cuando él decidiera hacerse
presente, ella tendría que hacer lo que le correspondía; renunciar y dejar ir
nuevamente. Al final, todo sería un desastre aún más doloroso que el anterior. Lo
odiaba. Lo odiaba por irresponsable e irreverente y se odiaba a sí misma porque su
propia naturaleza la obligaba a no perder el sentido de lo que era correcto.

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- ¿Te había dicho ya que luces tan preciosa que si no fueras mi hija adoptiva
mi corazón estaría en peligro de muerte? ƛsusurró Albert al oído de la joven mientras le
ofrecía su brazo para entrar a la iglesia.

- No, pero si tú no fueses mi amigo y hermano, tal vez ahora yo estaría


celosa de todas esas chicas que te asedian y con las que tú juegas a no dejarte atrapar
ƛcontestó Candy contenta de sacar un sonrojo de su amigo.

- No se diga más, señorita -dijo él cambiando el tema-. El padrino y la dama


de honor tienen que hacer su entrada triunfal ahora mismo y no quisiera que ninguno
de los dos llegue retrasado ƛrepuso él con una sonrisilla mientras escoltaba orgulloso a
su querida Candy por el pasillo central del recinto.
La ceremonia fue todo lo encantadora y emotiva que podría esperarse. El novio estaba
nervioso, la novia radiante; la madre de ella lloraba en silencio, el padre lucía
melancólico y orgulloso al mismo tiempo, el padrino estuvo a punto de olvidar los
anillos y la dama de honor era toda sonrisas en su regio traje verde . . . . . sonrisas
dibujadas sólo por encima, sonrisas que nadie pudo adivinar eran sólo el estudiado
disfraz de una perenne tristeza. Parecía que las tiernas promesas de amor que se
estaban jurando se confabulaban en contra de Candy.

ƠArchie y Annie han viajado juntos por una larga senda,ơ meditó Candy al observar las
miradas de ternura que se intercambiaban los novios frente al altar. Ella sabía que
durante los primeros años el corazón de Archie no había estado comprometido en aquel
noviazgo. Sin embargo, la devoción constante de Annie había terminado por ganar sus
afectos de la manera más contundente posible. Sí, Archie y Annie se casaban por el
amor más puro y real que podía existir entre un hombre y una mujer. Su cariño era
prueba indubitable que el corazón puede cambiar de rumbo.

¿Por qué entonces ese otro corazón que ella creía hasta hace unos meses ajeno y
distante, se obstinaba en volver el rostro hacia pasiones que debían estar ya muertas?
Era verdaderamente enervante que semejantes consideraciones estuvieran arruinándole
el gusto de ver consumada su primera gran victoria como casamentera . . . y era una
horrible desgracia amargarse el momento pensando que ella misma no podría nunca
ocupar el lugar que ahora Annie tenía . . .

ƠEn cierta forma siempre ha sido así,ơ pensó Candy molesta consigo misma, ƠElla
siempre ha terminado teniendo todo lo que yo una vez quise para mí, pero es curioso
que nunca antes de ahora me había sentido verdaderamente celosa de su suerte . . . Ơ

No se podía dejar a la mente divagar en consideraciones tan tristes en un ocasión tan


especialmente feliz, se dijo Candy reponiéndose de su ataque de conmiseración durante
la ceremonia religiosa, por lo que se empeñó en divertirse durante la fiesta bailando
cada vals y cada polka de la tarde. Más de un caballero se había dejado deslumbrar
por la rubia espigada de ojos vivaces que era la dama de honor de la nueva señora
Cornwell. Las invitaciones para bailar no se hicieron esperar, abarrotando el carnet de
la joven.

Si Annie no hubiese querido tanto a Candy tal vez se habría sentido desplazada al darse
cuenta de que su amiga se estaba convirtiendo en el centro de atención. Sin embargo,
para la romántica imaginación de Annie esa era una oportunidad espléndida para que
Candy conociera al hombre de su vida y se olvidara de una vez por todas de su terca
resolución de convertirse en la sucesora de la Señorita Pony. Tal vez con un poco de
suerte hasta su ramo podría traerle la magia y hacer el truco perfecto esa misma
noche.

Sin embargo, Eliza fue más rápida y resultó la ganadora ufana del trofeo floral llegado
el momento. Annie se volvió buscando el rostro de Candy como recriminándola por su
lentitud. Candy sólo sonrió alzando los hombros inocentemente, como dándole a
entender a su amiga que cuando Eliza se proponía algo, no había fuerza humana que la
detuviese.

"Espero que se case pronto" pensó Candy riéndose para sus adentros, ƠAsí tal vez se
cure de su amargura."

Algo sumamente desusual ocurrió entonces que interrumpió los pensamientos de Candy
y la diversión de toda la concurrencia. Las jóvenes estaban aún emocionadas
contemplando el hermoso bouqué de orquídeas y azahares que Eliza había ganado,
cuando cuatro de los sirvientes de la casa Andley entraron al salón cargando un ramo
descomunal y lo colocaron al centro del salón. Las voces se corrieron especulando si
aquel era un exuberante regalo del novio para la recién casada, aunque era extraño
que el joven hubiese elegido las rosas rojas para semejante ocasión.

Un quinto hombre vestido de uniforme siguió al ramo preguntando en voz alta y nítida:

- ¿La señorita Candice W. Andley?

Ơ ¡No puede ser!ơ se dijo Candy deseando en ese momento que la Tierra se abriera bajo
sus pies y se la tragara por completo.

- Para servirle ƛalcanzó ella a decir, resignada con la idea de que el asunto
era ahora del dominio público.

- Señorita, estas cuatrocientas rosas son para usted, quien las manda me ha
ordenado decirle que para quien espera los meses se hacen años y los años siglos -dijo
el hombre entregando a Candy un sobre después de lo cual hizo una leve reverencia y
salió del salón dejando tras de sí una estela de murmullos.
- ¡Qué hermoso gesto! ƛse oía decir a algunos.

- Seguramente un admirador desesperado ƛcomentaba alguna dama


sonriendo tras el abanico.

- ¡Eliza! Tu debes de saber quién es este pretendiente de tu prima ƛinquirió


una joven al lado de la señorita Leagan.

- No lo sé, ni mi interesa ƛespetó Eliza con desdénƛ seguramente se trata


de un tipo extravagante y de mal gusto para hacer semejante alarde público. . . y justo
en la boda del primo Archibald. ¡Qué vulgaridad!

Los murmullos continuaban y Candy permanecía en el centro del salón apretando entre
las manos el sobre que le habían entregado. Por un segundo no supo si debía reír,
llorar o dejar libre todo el enojo que aquel despliegue público le había causado. Sin
embargo, algo en el fondo de su razón apeló por la compostura recordando que aquella
era la fiesta de bodas de Annie y Archie. Lo último que quería era que se arruinara con
semejante desplante melodramático.

- Bueno, tal parece que alguien quiere darse a notar esta noche ƛdijo la
joven dirigiéndose a la concurrencia con el semblante serenoƛ. No creo que debamos
darle mucha importancia cuando nos reúne hoy aquí un motivo más relevante ƛy
diciendo esto último Candy tomó una copa de champaña de la charola que sostenía uno
de los meseros-. Propongo un brindis. Alcemos nuestras copas y bebamos a la salud del
amor verdadero y el señor y la señora Cornwell.

Todo mundo secundó la sugerencia y un momento después la concurrencia volvía a


bailar dejando que el desusual incidente pasara a ser sólo tema del cotilleo sin
interrumpir con la alegría de la fiesta.

- Me concederías esta pieza ƛdijo una voz conocida a espaldas de Candy y


los hombros de la joven relajaron su tensión tan sólo al escucharla.
- Ahora más que nunca ƛcontestó la joven volviéndose para tomar la mano
que Albert le ofrecía. Así, con la mayor naturalidad ambos comenzaron a moverse al
compás de la música.

- Debo decirte que estoy orgulloso de la manera en que manejaste la


situación ƛcomentó el joven.

- ¿Qué más podía hacer? No íbamos a quedarnos ahí parados toda la noche
especulando quién había tenido semejante ocurrencia ƛcontestó ella tratando de
restarle importancia al asunto.

- Pero sospecho que tú sí sabes de quién se trata ƛafirmó Albert con una
leve sonrisa que comenzaba a dibujarse en la comisura de sus labios.

- Sí ƛrepuso ella y su expresión cambió sin pasar desaparcibida por el joven.

- ¿Es algo importante entonces?

- Lo es, pero no en el sentido en que estás pensando ƛadvirtió la joven con


un brillo especial en los ojos que le hizo comprender a Albert que en esta ocasión la
muchacha no estaba dispuesta a compartir con nadie el asunto, ni siquiera con él que
había sido siempre su confidente y consejero.

- Entiendo, lo respeto -respondió él y el tema quedó clausurado.

_______________________________________________________________________
____________
Tenía que reconocerlo. Ardía en deseos de abrir el sobre que le habían entregado. Pero
Candice W. Andley había aprendido a guardar la elegante compostura de una dama
cuando era requerido, así que esperó hasta que la embarazosa escena había pasado al
olvido entre la música, la champaña y las felicitaciones, para retirarse a uno de los
salones adyacentes de la casa y abrir la misiva:

Como una viuda tórtola doliente

mi corazón abandonado está,

porque en medio de la turba indiferente

jamás encuentro la mirada ardiente

de la sola mujer que puedo amar.

Jamás el infeliz halla consuelo

ausente del amor y la amistad,

y yo, proscrito en extranjero suelo,

remedio no hallaré para mi duelo

lejos de la mujer que puedo amar. (2)

´  &'   &'  &    

(')   &'&*

+  &*  ´  , '  -  )

Junto a la nota, había una llave.

_______________________________________________________________________
____________
ƠNo sé por qué estoy haciendo estoơ se dijo nuevamente Candy mientras el auto
avanzaba por la amplia avenida. Por más que todo esto le parecía una locura no había
podido evitar escabullirse de la fiesta. Primero había solicitado un taxi por teléfono y
luego, mientras esperaba la llegada del chofer, había redactado una muy breve carta
para Annie, con la que esperaba explicar su ausencia de la manera más coherente
posible, aunque de sobra sabía que después de lo ocurrido esa noche, seguramente
Annie no le creería nunca.

Minutos después se encontraba en el asiento trasero del auto de alquiler en camino


hacia una dirección desconocida. Podría haber ignorado totalmente el mensaje o por lo
menos enviar a un sirviente con una nota presentando la primera excusa que se le
hubiera venido a la cabeza . . . podría haber hecho muchas cosas, pero de todas ellas
había escogido la más impropia y peligrosa: acudir a la cita.

Pronto el vehículo abandonaba la mancha urbana y se adentraba en una zona


residencial a las orillas de la ciudad. Sin duda el lugar había sido escogido muy a
propósito para semejante encuentro. Un lugar apartado, sin testigos; en medio de las
sombras nocturnas dispuestas a encubrir lo que pudiera darse. Justo lo necesario para
un rendez-vous con tintes de prohibido.

Imágenes antes impensables le revoloteaban en la cabeza, torturándola con mil


recriminaciones. Quiso pedirle a chofer que se regresara a la casa de los Britter, pero su
voz no alcanzó a sonar nunca con la orden. El auto siguió pues avanzando entre una
avenida rodeada de sauces que proyectaban sus lánguidas sombras sobre el asfalto. La
luna llena y los fanales del auto parecían ser la única fuente de luz en medio del paisaje
nocturno.

- Ese parece ser el número, señorita ƛdijo el chofer estacionándose al fin


frente a un chalet, única vivienda que podía avistarse en las inmediaciones.

- Es...está bienƛrespondió la joven sintiendo que las manos se le humedecían


de los nerviosƛ. Tengo que arreglar un asunto . . . pero no sé cuánto tardaré ƛexplicó
Candy sin saber si debía pedir al hombre que la esperara.
- Yo estoy por terminar mi turno, señorita ƛexplicó el hombre con voz
cansadaƛ me temo que no podré esperarla.

- Entiendo ƛrepuso la muchacha bajando la miradaƛ. No se preocupe por mí.


. . . pediré otro taxi para regresar.

Candy pagó al taxista por su trabajo y miró como el auto se perdía en la lejanía
dejándola en medio de aquel paraje solitario, parada justo a las puertas de aquella casa
desconocida. Con manos nerviosas la joven extrajo la llave de su bolso y la introdujo en
la cerradura de la puerta principal. La puerta se abrió inmediatamente.

- Es prerrogativa del bello sexo tomarse su tiempo para acudir a una cita. Son las
diez treinta ƛdijo una voz desde el interior del vestíbulo a penas iluminado por un par
de lámparas de pared. Candy supo entonces que no había estado equivocada en cuanto
a la identidad de quien la había citado esa noche.

La joven aguzó la mirada para poder distinguir una figura oscura en medio de la
penumbra del amplio recibidor de la casa. Sin decir palabra, la joven caminó unos pasos
al interior de la habitación cerrando la puerta tras de sí, hasta estar frente a frente con
el hombre que la esperaba.

- Ha pasado mucho tiempo ƛdijo ella mientras alcanzaba al fin a distinguir


las líneas de la figura del hombre que se había agachado para encender otra lámpara
más e iluminar mejor el lugar.

La luz se fue abriendo paso entre la penumbra permitiéndole al fin observar los
contornos fuertes de un hombre joven, más alto y corpulento de lo que ella recordaba,
pero aún así de líneas esbeltas y elegantes. Candy sintió de nuevo un familiar golpeteo
bajo el pecho que había permanecido dormido durante años. El hombre entonces
terminó de colocar la pantalla de la lámpara y se volvió para mirarla. Cuando los ojos de
él se encontraron con los de ella, la joven se odió nuevamente por haberse atrevido a
jugar un juego tan peligroso. ¡Dios, aún tenía los más hermosos ojos azul mar que ella
podía recordar!

- Demasiado tiempo, Candy ƛcontestó él irguiéndose. Ella pudo observar


entonces que había estado equivocada al esperar en él esa expresión distante y
altanera familiar en élƛ. Sólo yo sé que ha sido como una eternidad en el infierno ƛ
continuó él, su voz sonando aún más oscura y sus ojos observándola con una sincera
admiración que parecía no temerle a nada.

- Siento mucho que haya sido así ƛcontestó ella desviando la mirada,
incapaz de sostener el intercambioƛ. Yo siempre quise que fueras feliz.

- Lo sé . . . como también estoy consciente que te prometí serlo ƛañadió él


acercándose a ella apenas un paso, la mano de la joven apretando su bolso
ligeramenteƛ pero ya ves, lo confieso abiertamente. He fracasado. No he podido
cumplir con mi palabra. ¿Has tú cumplido tus promesas? ƛpreguntó él directamente y
Candy sintió que la voz se le hacía un nudo en la garganta antes de contestar.

- Al menos he guardado una ƛdijo ella al fin caminando hacia uno de los
divanes de la estancia, el ruido de los encajes almidonados bajo su falda llenando el
ambiente silenciosoƛ y esa ha sido el permanecer apartada. Tú deberías respetar eso.

¡Ya! Estaba dicho. Seguramente eso sería el inicio del fin de aquella entrevista tan
embarazosa ƛpensó la muchacha, decidida a recordarle al hombre que había lealtades
que no podían, no debían traicionar.

- Debería tal vez aquí decir que siento mucho haber interrumpido tu apacible
vida ƛcontestó el hombre con una triste sonrisa. No había, sin embargo, ni amargura ni
enojo en su acentoƛ pero no es así. La condena que he llevado ha sido larga y
suficiente para expiar cualquier pecado que pueda haber cometido jamás. Ha sido cruel
. . . ha sido humillante.
- Hay dolores mayores que el propio. Piensa en tu esposa. . . ella no se
merece esto. . . no se merece que le hagas la corte y envies flores a otra mujer que no
sea ella ƛse apresuró la joven a contestar atrincherándose detrás del respaldo de un
sillón.

- Mi esposa . . . ƛse rió el hombre echando la cabeza hacia atrásƛ supongo


que te refieres a mi fiel y abnegada esposa Susana. ¿No es así?

- No juegues, bien sabes que es así ƛcontestó ella tratando de sonar dura sin
mucho éxito-. El simple hecho de que estemos tú y yo aquí, solos y hablando de cosas
que se deben callar es una ofensa para ella. No debes pisotear su honor de esa
manera.

- Pues a la dama en cuestión, por la que tantos sacrificios se hicieron en


nombre de la moral, parece no haberle importado mucho ni su honor ni mi buen
nombre.

- ¿A qué te refieres? ƛpreguntó Candy confundida.

- Creo que aquí es forzoso hacerte una serie de confesiones sobre hechos
bastantes penosos, de los que casi nadie está enterado . . . al menos por ahora.
¿Podrías tomar asiento y dejarme explicarte? Por eso te he pedido venir aquí esta
noche -pidió el joven sentándose el también en el loveseat.

Candy no sabía que pensar. Sin embargo, confiando en la honestidad de su interlocutor


se dispuso a escuchar lo que él tenía que decirle. "Sólo será un momento" se dijo ella,
"un momento y me iré aunque tenga que hacerlo a pie."

- Susannah estuvo enamorada de mí ƛcomenzó el joven con un suspiro de


tristezaƛ pero lo que creemos amor es a veces tan sólo una ilusión que el egoísmo
termina de disipar con el tiempo. Te hice juramentos que por un momento estuve a
punto de romper, pero al final pudo más en mi la voluntad de complacerte y me casé
con ella. Nuestra unión, sin embargo, no fue la cristalización de las promesas que te
hice aquella vez. Yo . . . simplemente -titubeó él antes de seguir y Candy notó algo
que nunca antes había visto. Un leve rubor subía por las mejillas de élƛ yo simplemente
no soportaba estar con ella. . . cuidarla, acompañarla, eran cosas que podía hacer. . .
pero compartir la intimidad . . . me era. . . desagradable.

- Por favor, modérate. No veo por qué tienes que contarme algo tan privado
ƛinterrumpió ella sintiendo demasiadas emociones contradictorias al escuchar las
palabras de él. No podía seguir escuchando.

- Pues tendrás que oírme porque en todo esto estás involucrada.

La voz de él era tan terminante que Candy no se atrevió a moverse.

- No me mal entiendas ƛcontinuó élƛ yo cumplía con lo que se esperaba de


mí. No soy un timorato que rehuya a sus obligaciones; pero se trataba sólo de eso,
obligaciones, deber. Un deber que me seguía como una maldición aún en la alcoba.
¿Me entiendes?

Candy no dijo nada.

- No hay mujer ilusionada que resista eso por mucho tiempo. Ni siquiera
Susannah. Ella sobrellevó nuestra frialdad durante un año o dos. Por su incapacidad
para caminar llevaba una vida recluída y serena; pero también solitaria. Sin embargo,
cuando se decidió al fin a usar una prótesis su vida cambió significativamente. Volvió a
recibir visitas, a salir más seguido y a involucrarse en distintas causas y eventos. Yo me
envolvía cada vez más en el teatro y ella en diversas actividades de beneficencia.
Fuimos creando entre nosotros mayores distancias hasta que a ella dejó de importarle
mi presencia. Tal vez así hubiéramos seguido toda la vida, de no ser por los
resentimientos que ella comenzó a albergar en su corazón en contra mía.

- ¿En contra tuya? ƛpreguntó la joven atreviéndose al fin a romper su


silencio.

- Sí, Candy. El orgullo herido de Susannah se convirtió en desprecio. Cuando


nos casamos yo le había advertido que mi corazón seguía en otra parte ƛdijo él mirando
a Candy intensamente, haciendo que un inevitable escalofrío recorriera a la joven de
pies a cabezaƛ pero también le prometí que pondría todo de mi parte para cuidarla. Te
juro que hice lo mejor que pude, pero para ella no era suficiente. Ella lo quería todo, mi
corazón y mi pasión completa. Lo intenté sin éxito. Cuando no se lo pude conceder
comenzó a odiarme en silencio. De ahí a planear una venganza sólo fue un paso.

- ¡Una venganza!

- Así es. Primero intentó vengarse entregándose a otros hombres a mis


espaldas. Si ella me hubiese pedido su libertad yo se la hubiese dado inmediatamente,
pero eso no la hubiera dejado satisfecha. Ella quería humillarme públicamente
arrastrando mi buen nombre con cada nuevo amante durante mis ausencias de trabajo.
Me quería ignorante de sus licencias para que yo no pudiera exigirle el divorcio, pero
públicamente deshonrado ante los ojos de los demás.

- ¡Es horrible! -gimió Candy llevándose una mano a la boca, incapaz de creer
que Susannah, esa joven dulce y triste que había conocido alguna vez, hubiera llegado
a la pérdida total del respeto de sí misma.

- Sé que es difícil de creer. Yo mismo fui ciego a la situación por quién sabe
cuánto y tal vez por eso su venganza dejó de satisfacerla con el tiempo. Entonces buscó
una nueva clase de revancha y finalmente huyó con uno de sus amantes saqueando
mis cuentas bancarias hace unos seis meses.

- No puedo creerlo . . . yo no sabía nada de esto. . . los periódicos no . . . ƛ


balbuceó Candy sin alcanzar a terminar las frases por el asombro y el nerviosismo.

- Aún no he hecho esto público -explicó el jovenƛ. Ella aprovechó una de


mis giras para huir con su amante dejándome una carta explicándomelo todo con lujo
de detalles, en los cuales prefiero no abundar. Sin embargo, cuando yo regresé de mi
viaje y me di cuenta de lo que había pasado dije a todos mis conocidos que ella había
ido a hacerle una visita a su madre que desde hace un tiempo vivía con unos parientes
suyos en otro estado. Soborné a mis sirvientes para que no divulgaran la verdad que
ellos sí conocían y consulté a un abogado para concertar el divorcio en silencio.
- ¿Pero por qué? ƛindagó Candy sin comprender la reacción del joven.

- Porque yo no quería que el escándalo llegara a tus oídos de esa manera.


Quería ser yo quien te lo dijera todo. Entre tú y yo hay lazos innegables. Si yo sufro,
sufres tú también. Por eso tenía la certeza de que te dolería el creerme deshonrado. Yo
deseaba que tú supieras que todo esto que ha pasado no me ha herido ni siquiera el
orgullo, que la verdadera herida que me traspasa el alma es tu ausencia, y que si nunca
antes te busqué fue sólo porque tú así lo querías. Por eso ni siquiera me presenté ante
ti directamente, temeroso de que me rechazaras y ni siquiera me dejaras explicártelo
todo. Por eso esta charada desde hace dos meses . . . para abrirme camino hacia tu
corazón.

El joven había dejado el loveseat frente a Candy y se había arrodillado frente a ella. La
muchacha, abrumada por la información confusa no atinaba a moverse siquiera.

- Podrías haberme escrito una carta ƛdijo ella al fin, sintiendo los ojos del
joven quemándole las mejillas.

- Muchos mensajes te envié, ƛrespuso él sonriendo levemente por primera


vez.

- Anónimamente y siempre vagos ƛalegó ella respondiendo a la sonrisa de la


misma manera.

- Mas tú los comprendiste todos, desde el primer poema ¿No es así? ƛ


preguntó él con el tono más dulce que ella jamás le había escuchado mientras él se
atrevía, por primera vez, a rozar levemente el dorso de la mano de ella que reposaba
sobre el descanso del sillón. Fue un toque ligerísimo, apenas el contacto leve de la
yema del dedo índice de él, pero Candy lo sintió como un choque eléctrico recorriéndole
el cuerpo.
- Ơº             
   ơ ƛsusurró ella desviando la miradaƛ. Cómo olvidar que ese era el soneto
preferido de tu madre. Sólo me bastó leer la primera línea para sentir que eras tú.

- ¿Qué pensaste entonces? ƛpreguntó él, ansioso de saberlo todo, al tiempo


que se apoderaba por completo de la mano de ella entre las suyas.

- Pensé. . . pensé tantas cosas ƛdijo ella levantando el rostro, luchando por
detener las lágrimas que se le comenzaban a agolpar en los ojos- inclusive creí por un
segundo que alguien me estaba haciendo pasar una broma de mal gusto, pero luego
recapacité porque nadie . . . nadie podía saber lo de ese soneto. Sólo tú y yo. Entonces
me enojé contigo.

- Imaginé que así sería ƛrepuso él naturalmenteƛ. Sabía que me odiarías por
remover el pasado y romper la promesa de silencio.

- Pero mi odio por ti es siempre tan dudoso ƛadmitió ella atreviéndose a


mirarle de frente. Ahí en el fondo azul profundo, iluminado apenas por la luz ámbar de
la lámpara, se veían brillar unas vetas de jade iridiscente pendientes de cada palabra de
ellaƛ pasaban los días y me encontraba en secreto esperando por la siguiente entrega,
guardando rosas secas entre mis libros y leyendo una y mil veces tus tarjetas. ¿Cómo
supiste? ¿Cómo supiste que yo aún yo. . .? ƛse animó a preguntar ella sabiendo que
ambos estaban cayendo en un abismo de esperanzas nuevas.

- Lo supe siempre porque si bien mantuve el silencio pactado, nunca perdí


tu rastro. Me enteraba de cada cosa que pasaba en tu vida; sabía bien que vivías
dedicada a los demás, como siempre; que seguías odiando la cocina pero que lo hacías
por amor a otros, que no dejabas tus pacientes, que los domingos nunca faltabas a
misa y que estás hermosa aún con un mandil de percal en la cintura . . . También supe
que nadie había podido aún tocar tu corazón. . . ƛcomo vio entonces que ella le
interrogaba con la mirada él admitió abiertamenteƛ Albert, por supuesto.

- ¿Le preguntabas por mí? ƛindagó ella sin saber si debía sentirse alarmada
o feliz.
- En cada carta y él nunca me negaba la dicha. No obstante, jamás le
pregunté si aún me amabas. No tenía el derecho, pero tu vida recluída y mi corazón me
decían que así era. Yo por mi parte, sólo he vivido por ti y para ti, para ninguna otra ƛ
dijo él sellando su juramento con un beso casto sobre los dedos blancos y delgados de
ella.

El silencio reinó entonces en la habitación. Candy, que aún creía estar viviendo en una
especie de sueño bizarro, liberó al fin las lágrimas humedeciendo sus mejillas. Detrás
del velo acuoso, la muchacha observó cada línea del rostro que la miraba con
vehemencia. Extendiendo la mano que le quedaba libre la joven trazó con dedos
temblorosos la quijada firme del hombre, acarició tímidamente su mejilla y despejó su
frente de las hebras rebeldes que le cubrían. Dónde había existido un jovencito, había
ahora un hombre.

- ¡Terry! ƛsusurró ella atreviéndose por primera vez a decir su nombreƛ.


Has cambiado, pero tus ojos . . . tus ojos aún tienen espadas verdes sobre un fondo
azul. Son como el mar.

El joven sintió que el corazón se le expandía de extremo a extremo del pecho mientras
la mano de ella le prodigaba caricias en el rostro. Aunque hubiese deseado no
establecer comparaciones que por sí solas eran improcedentes, no podía evitar
admirarse ante el profundo efecto de aquel contacto que tenía el poder de cimbrarle el
alma con tan sólo un roce. Cómo palidecían ante aquel simple gesto tres años de vida
marital insípida.

- ¿Tienes frío? ƛpreguntó la joven extrañada al sentir en su palma que él se


estremecía ligeramente.

- Es sólo la tristeza que comienza a abandonarme ƛrespondió él poniéndose


de pie y ayudando a Candy para que también se levantara del sillón en que estaba
sentada.
El joven dirigió a la muchacha hasta la ventana. Afuera se podía ver el único farol
encendido iluminar el jardín frontal de la casa y la carretera rodeada de árboles.

El sentimiento que flotaba en el aire era profundamente misterioso. Ahí estaban. Dos
personas que no se habían visto en casi cuatro años; que habían jurado no volver a
verse jamás; que habían imaginado el resto de sus vidas marchar por sendas
divergentes y de repente se sentían como si nunca se hubiesen separado. Como si tan
sólo ella hubiera recién regresado a casa después de un día de trabajo. Era la cosa más
extraña. Un sentimiento de familiaridad abrumador en medio de un evento
extraordinario.

- ¿Qué va a pasar ahora? ƛse atrevió entonces a decir ella rompiendo el


prolongado silencio, aún mirando hacia la arboleda a través de la ventana.

- Eso sólo lo puedes tú saber ƛcontestó él liberando la mano de ella que


había mantenido aprisionada en la suya todo ese tiempoƛ. El divorcio sólo me ha hecho
un hombre libre ante las leyes . . . pero no de la manera en que yo quisiera ofrecerte ƛ
explicó Terry bajando la miradaƛ. Ignoro aún si el abandono de Susannah será
suficiente para conseguir una anulación. En mi egoísmo, sin embargo, quise venir a
decírtelo todo y ofrecerte mi vida, que poco vale, para que tú decidas qué hacer con
ella.

- No, por favor, no digas semejante cosa ƛcontestó Candy frunciendo el


ceño, mezcla de tristeza y preocupaciónƛ Tu vida es mi vida misma. Dios es testigo
que yo vine aquí esta noche -ignorante de todo lo que había sucedido- con el propósito
expreso de alejarte de mí nuevamente; pero ahora no podré dejarte más, ni un solo
instante. Ya basta de sacrificios estériles.

La voz de la joven sonaba tan firme y su mirada tenía ese brillo de inexorable
resolución que él bien conocía. Años atrás había leído en sus ojos que su decisión de
renunciar a él era inamovible, ahora podía comprender en ellos todo lo contrario.

- ¡Dios sólo sabe que no he vivido hasta este momento! ƛexclamó entonces
él tomándola entre sus brazos.
¡Ah! El poder del lenguaje no alcanza para describir el indescifrable misterio del beso
que siguió después. Fue un beso de franqueza total, de entrega honesta, de
generosidad y confianza; en suma, un beso de amor.

ƠTus labios son severos y sombríos en el enojo, en la distancia que marcas con el
mundo; pero sobre los míos tu boca es tizón y es húmeda seda,ơ alcanzó ella a pensar
al sentir la íntima caricia. Hacía tiempo Candy había dedicado algún pensamiento a los
incomprensibles lazos que llegan a unir a un hombre y una mujer, pero las
consideraciones habían quedado dormidas, perdidas en la autonegación. Ahora, en un
único gesto físico él volvía abrir la puerta hacia ese mundo desconocido y ella se sentía
dispuesta a entrar en él.

- Nos creí perdidos . . . el uno al otro ƛdijo ella al fin cuando él la liberó de
su beso.

- Sí, yo también lo pensé . . . No vernos jamás . . . jamás es a veces una


palabra insoportable ƛdijo él y ella pudo notar que algunas líneas se dibujaban en su
frente al ritmo de las expresiones más profundas de su rostro, símbolos mudos de las
tristezas vividas.

- No la pensemos más ƛrogó Candy entrecerrando de nuevo los ojos, en una


nueva invitación al beso.

ƠSoñé muchas veces que cerrabas tus ojos de esa forma, Candy. Soñé que te cobijaba
en mi abrazo como ahora y tú no me rechazabas.ơ Se dijo Terry envolviéndose en el
aroma de la joven. La misma agua de rosas de siempre, la misma boca pequeña y
suave abriéndose ahora sin reservas.

ƠTu boca es de vino y de cerezas, tu piel palpita bajo mi mano y toda tú tiemblas contra
mi cuerpo. No puedo más. . . no debo.ơ

De besar así, con la humedad de la boca compartida y el suspiro en la superficie cálida


de la lengua, Terry pasó a sostener con fuerza el talle diminuto de la joven y percibir en
un abrazo sofocado las formas suaves y curveadas del cuerpo de ella. Ơ¡Oh Dios! Su
pecho se aprisiona contra mi pecho, sus brazos me rodean. Esto es el delirioơ

Un sonido ahogado y suave salió de la garganta de ella. Candy comprendió que era su
propio gemido al sentir los labios de Terry, tibios, muy tibios dejando un rastro mojado
por su quijada y hasta el cuello. Las sensaciones fueron entonces aún más violentas y la
fuerza de los dedos de él corriendo por su espalda atizaron aún el febril fuego del
momento.

- Ten piedad de mí ƛrogó él con la voz quebrándose, rogando que ella


comprendiera su dilema, pero la joven no escuchaba y por respuesta única se arqueó
más en el abrazo. Un segundo después, los labios de él llegaron convulsos al escote.

La piel que cubría el pecho blanco que el vestido apenas revelaba era firme y suave al
mismo tiempo y palpitaba agitadamente bajo el pulso de un corazón cada vez más
alterado. Pronto todo él, manos, boca y mente, estaba vertido en la adoración física del
cuerpo de la joven.

Las manos de él quisieron entonces encerrar en su palma la completa voluptuosidad,


pero la dureza del corsette bajo el vestido se lo impedía. No se detuvo.

Con ansiedad nerviosa los botones del vestido verde fueron dando paso a la mano de
él. No había pensamientos, sólo la acucible necesidad de abrirse paso, desatar las
cintas del corsette, y al sentir apenas que la prenda perdía su fuerza, hundirse entre los
nudos aún no totalmente sueltos.

Abajo del corsette, la ligera suavidad de la camisola de algodón y bajo de ella, la tibia
certeza de la piel de Candy. La boca buscó de nuevo la boca, las mejillas, la garganta;
la gloria de los hombros que con los mismos labios él fue desnudando lentamente.

Aún de pie, agitada y sin atreverse a abrir los ojos, Candy sentía la boca de Terry sobre
sus hombros, los brazos rodeándole la espalda y ella misma hundiendo sus dedos en la
nuca de él, ahí justo donde el vello más suave y delgado crecía. Después de eso ya no
hubo nada más que la mente pudiera registrar con coherencia.

Él, en cambio, se debatió por más tiempo entre los hilos endebles de un autocontrol
desvencijado y la fuerza natural del sentimiento. Sin embargo, el momento llegó en que
ni siquiera pudo tener consciencia de quién había finalmente ganado la batalla. De
pronto todo fue una extensión suave de piel blanca, nerviosa, que palpitaba bajo sus
manos ávidas de aquel contacto cálido.

ƠTu cintura es breve y se agita al tacto, tibia ave huidiza. Es tu contorno la suave y
sinuosa línea de unas caderas que voluntariamente me vienen al encuentro, se abren
generosas y me abrigan.ơ

Candy pudo percibir que las sábanas del lecho era de algodón muy suave. Lo supo
porque su espalda que descansaba sobre ellas se lo dijo. El resto era la sensación del
cuerpo desnudo del hombre al lado de ella, sus manos reconociéndola toda, haciéndole
perder la noción del tiempo y la cordura. Si tan sólo él la hubiese tomado
violentamente, seguramente ella hubiera rechazado el embate, pero la seducción de
quien ama suavemente tiene un poder irresistible.

ƠNo puedo ya pensar en otra cosa que no seas tú . . . tú en mi corazón, yo entre tus
brazos, tú en mi boca y toda tu fuerza en mi.ơ

Las manos de Candy se hundieron en la espalda amplia del joven y él ya no tuvo más
pensamiento que la posesión. Al segundo siguiente ya no había distancia entre los dos
y ella ya no era más una doncella.

Luego silencio, besos prolongados y finalmente un viaje de gradual intensidad hasta el


punto de unidad total.

- Sí ƛdijo ella siguiendo un instinto desconocido.


- Lo sé ƛcontestó él y luego ambos perdieron el último contacto con la realidad.

El azulejo es un pájaro inquieto. Canta brevemente y vuela a la siguiente rama. A


veces, se atreve a posarse en el alféizar de una ventana y permanece ahí, como
hipnotizado por el brillo de las vidrieras pulidas. Su figura azul y encopetada fue lo
primero que percibieron los ojos de Candy al abrirse la siguiente mañana. Sobre su
pecho descansaba Terry en silencio.

- Hay un azulejo en la ventana ƛdijo ella sabiendo que él ya estaba


despierto-. ¿Sabías que los pájaros azules son mágicos?

Terry se alzó sobre su codo derecho. Junto a él, Candy yacía plácidamente vistiendo
solamente la más hermosa sonrisa. Pasado el ardor que había nublado cualquier otra
consideración más allá del vínculo inevitable que los unía, con la luz de la mañana y la
vuelta a la cordura cotidiana se despertaron en Terry las realidades amargas que
empañaban el resultado de dejarse llevar por los impulsos. En un solo instante el peso
agobiante de lo sucedido la noche anterior cayó con toda su fuerza sobre sus espaldas.

- ¡Gran Dios! ¿Qué he hecho? ƛexclamó con la amargura que sólo da la


vergüenza y el arrepentimientoƛ. Cuando debía darte honor y protección, sólo he
sabido traerte deshonra.

- ¡No! ¡No digas eso! Yo lo quise tanto como tú ƛrespondió ella con firmeza
comprendiendo enseguida a lo que él se refería.

- Pero estaba en mis manos. Yo . . . yo sabía lo que hacía -se recriminó él


desviando la mirada.

- ¿Y no lo sabía yo, entonces? ƛinterpeló la jovenƛ Terry, ya no soy una niña.


- No es excusa. La responsabilidad es toda mía. Jamás voy a perdonármelo ƛ
alegó el joven sentándose en la cama mientras se cubría el rostro con las manos,
incapaz de mirarla a los ojos.

- Pues yo no lo querría de otra forma ƛcontestó ella con energía; como si la


experiencia de la noche anterior le hubiera dado una seguridad desconocida.

Terry sintió entonces cómo ella se reclinaba sobre su espalda, su toque suave y
natural. La nariz pequeña se hundía y acariciaba la línea de su espina. "No soy digno
de ella, no soy digno de una devoción semejante" pensó.

- No te atormentes porque alguna vez el sentimiento haya vencido a la


razón. Lo que pasó, nos lo debía la vida ƛcontinuó ella besando la curva de su espalda-.
¿Acaso ahora piensas dejarme?

- ¡Jamás! Antes me quitaría la vida. ¿Cómo puedes decir eso? ƛcontestó él


inmediatamente volviéndose para verle de frente, ansiedad y tristeza en su miradaƛ. Si
tú me aceptas a pesar de mi imperdonable falta serás mi esposa aunque no pueda
jurártelo ante un sacerdote.

- Creo que eso ya había quedado decidido, antes, amor. Por lo que a mi
respecta ya eres mi marido, pero con gusto firmaré para dejarlo por sentado.
¿Contento?

El joven permaneció en silencio. Incapaz aún de reconciliarse con la felicidad,


herido por su incapacidad de rendir ante Candy todo cuanto era digno de ella. Quería
que todos la vieran como él la veía, admirable, noble y buena y que ella no tuviera que
bajar la mirada ante nadie.

- No sé . . . ¿Estás segura? ¿No te arrepientes? ƛpreguntó él aún dudoso y


a Candy le partió el alma su expresión angustiada
- ¡No tan sólo un ápice! Anoche supe lo que es ser adorada con el alma y con
el cuerpo. No puedo avergonzarme de eso.

- ¿Así te sentiste?

- Sí -sonrió entonces ella teniendo aún la gracia de sonrojarse-. Nunca imaginé


que fuera así. ¿Tú sabías que así sería . . . entre nosotros?

- Lo intuía -confesó entonces él mientras, sin darse cuenta, comenzaba a saborear


el cuadro del torso desnudo de la joven-. Mas nunca. . . no podría haberlo sabido.

Candy le miró insegura por un instante. No estaba segura si debía dar voz a su
duda.

- Quiero decir . . . no es misterio que antes de anoche yo nunca . . . nunca antes


había estado con alguien, de esa manera -se animó ella a explicar- pero tú . . . eres
hombre y como tal debes haber vivido. . . debes de haber sentido igual otras veces . . .
antes de anoche.

- Te equivocas - negó con la cabeza-. Algunas cosas conocí antes de tiempo, en


una edad inadecuada, cuando buscaba equivocadamente en cualquier parte lo que mis
padres no pudieron darme. De entonces sólo obtuve un mayor disgusto por la vida
misma y únicamente puedo recordarlo con vergüenza. Luego, con Susannah, te lo dije
anoche, no pude hallar nunca nada que no fuese el más profundo de los hastíos. A
pesar de eso, nunca le fui infiel físicamente porque para mi hubiese sido como
traicionarte. Mi única infidelidad fue del corazón, y hasta en eso le fui sincero. Nada ha
sido para mí ni remotamente cercano a lo que ha pasado entre nosotros. No, Candy,
sólo he hecho el amor contigo y si mi cuerpo te hizo sentir apreciada, el tuyo me hizo
sentir que puedo ser un hombre bueno. Por eso no quisiera que algo tan puro sea visto
como indigno de ti por los demás.

- No tienen por qué verlo así. Lo que pasó es sólo nuestro y nadie tiene por qué
enterarse.
- Pero ahora tendremos que apresurar las cosas . . . no debemos arriesgarnos a
esperar hasta que pase el escándalo que se soltará cuando se sepa lo de mi divorcio . .
. lo que vivimos anoche puede tener consecuencias. ¿Lo has pensado?

- Será escándalo tras escándalo entonces -dijo ella sonriendo-. ¿No ha sido
siempre ese nuestro deporte favorito?

- ¡Me rindo! -admitió él reflejando en su rostro la sonrisa de ella-. Estás decidida a


que no me importe nada. Está bien, que así sea.

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La prensa de espectáculos tuvo su agosto. Engaño, traición e infidelidad son temas


que incrementan el tiraje a las mil maravillas. Sin embargo, más de un periodista
hubiese querido publicar una entrevista en que el esposo herido se quejara
amargamente de su suerte, pero sólo encontraron a un hombre que se negó a
recriminar en público a la que había sido su esposa. Los hechos estaban ahí, pero Terry
no iba a buscar un linchamiento público de Susannah. Después de todo, no podía
culparla por cansarse de tener que conformase con migajas. Todo había sido sólo un
grave error de ambos.

Luego vino la noticia del nuevo matrimonio. Eso sí fue sensación de primera plana.
Haber guardado un divorcio en secreto para luego volver a aparecer casado con otra,
era un verdadero gusto de nota escandalosa. El cotilleo no paró en mucho tiempo, la tía
abuela Elroy estuvo a punto del colapso nervioso y las revistas semanales tuvieron tema
para varios meses. Luego, como sucede con todas las historias irritantemente felices,
quedó en el olvido.
Cada año, sin embargo, el mismo día del aniversario de los Cornwell, llegaba
siempre un ramo con cuatrocientas rosas como presente de Terruce G. Granchester
para la única esposa que su corazón había tenido jamás.

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