Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mac A Rio
Mac A Rio
Esa mañana, Santiago sentía un dolor de cabeza y había tenido sueños extraños la noche
anterior, pero ni él ni su madre, Plácida Linero, previeron el peligro que le esperaba.
Salió vestido de lino blanco después de haber desayunado. Victoria Guzmán, la
cocinera, estaba enterada de que iban a matar a Santiago, pero no le dijeron nada porque
en el fondo, Victoria Guzmán deseaba que lo mataran. En el suelo, había una carta de
advertencia para Santiago en donde le especificaban quiénes lo matarían, por qué
razones y a qué hora lo harían, pero cuando Santiago salió, ni él ni nadie la vio hasta
después del asesinato.
Santiago Nasar salió por la puerta principal y se dirigió rumbo al puerto. Al pasar cerca
de la tienda de Clotilde Armenta, Pedro y Pablo Vicario, gemelos de 24 años, ya
estaban esperando a Santiago para matarlo, sin embargo, Clotilde les pidió que dejaran
sus asuntos para después por respeto al obispo.
El obispo no bajó del barco y desde allí dio la bendición. Santiago se sentía
decepcionado, pues esperaba besarle la mano. De regreso se encontró con Margot, la
hermana del narrador, quien invitó a Santiago a la casa a desayunar, pero éste prometió
regresar en cuanto se cambiara de vestimenta. Muchos de los que estaban en el puerto
sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lázaro Aponte, alcalde municipal,
creyó que ya no corría ningún peligro, asimismo, el padre Carmen Amador. Cuando
Margot caminaba rumbo a su casa, se enteró del escándalo que circulaba: la hermosa
Ángela Vicario, que se había casado el día anterior, había sido devuelta a casa de sus
padres porque el esposo encontró que no era virgen. Nadie podía explicarle cómo fue
que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo, pero sí sabía
con seguridad que los hermanos de Ángela lo estaban esperando para matarlo. Margot
le contó a su madre la posible tragedia y ella salió rápidamente para avisarle a Plácida
acerca de los intentos de asesinato contra su hijo, sin embargo, cuando iba en la calle, le
dijeron que ya era muy tarde, Santiago ya había sido asesinado.
II
Bayardo San Román, el hombre que devolvió a la esposa, había venido por primera vez
en agosto del año anterior: seis meses antes de la boda. Andaba por los 30 años, era muy
rico, tenía los ojos dorados, de cintura angosta y parecía un hombre triste. Nadie supo
nunca a qué vino realmente, se decía que andaba de pueblo en pueblo buscando novia
para casarse. La noche en que llegó dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes
y habló de la urgencia de construir un ferrocarril. Nunca se estableció muy bien cómo se
conocieron él y Ángela, pero supuestamente un día Bayardo vio a Ángela caminar por
la calle junto con su madre y dijo que se casaría con ella, posteriormente, hubo una feria
en donde se subastaron varias cosas y Ángela era quien cantaba las cifras. Bayardo
compró todos los artículos de la rifa y en especial la ortofónica, la cual envió a casa de
Ángela envuelta y adornada para regalo por su cumpleaños.
Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio
Vicario, era ciego y orfebre de pobres. Purísima del Carmen, su madre, había sido
maestra de escuela hasta que se casó. Las dos hijas mayores de Pura se habían casado
muy tarde y una hija intermedia falleció de fiebres crepusculares.
Ángela era la más bella de las cuatro, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de
espíritu que le aguardaban un porvenir incierto.
Al muy poco tiempo, Bayardo San Román le propuso matrimonio a Ángela. Ella no
estaba muy convencida de convertirse en su esposa, pero él había atrapado con sus
encantos a la familia Vicario y además representaba una gran bendición, tomando en
cuenta el estatus social de la familia. La madre de Ángela pidió que Bayardo San
Román acreditara su identidad, pues hasta entonces nadie sabía quién era. Bayardo trajo
a su familia para ponerle fin a las distintas conjeturas y chismes que circulaban en el
pueblo acerca de su identidad. Eran cuatro: la madre, Alberta Simonds, una mulata
grande de Curazao que hablaba el castellano mezclado con el papiamento; las hermanas,
acabadas de florecer, parecían dos potrancas sin sosiego y el padre, la carta grande: el
general Petronio San Román, héroe de las guerras civiles del siglo anterior y una de las
glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano
Buendía en el desastre de Tucurinca.
El día de la boda se fijó pronto y hubiera sido antes de no ser por el luto que guardaban
los Vicarios. Ésta se iba a celebrar en casa de la familia Vicario, la cual requería de
remodelaciones para la cantidad de invitados, incluso Bayardo alquiló las casas de los
vecinos para que tuvieran más espacio para el baile. Asimismo, ya estaba dispuesto el
nuevo hogar de la pareja, una casa en la colina que pertenecía al viudo Xius y era la
casa más bonita del pueblo, pues desde allí se veía el paraíso sin límites de las ciénagas
cubiertas de anémonas moradas, y en los días claros de verano se alcanzaba a ver el
horizonte nítido del Caribe y los trasatlánticos de turistas de Cartagena de Indias.
Nadie hubiera pensado que Ángela Vicario no fuera virgen, dado que nadie le había
conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de
una madre de hierro. Ella quería suicidarse pero a falta de valor resolvió contarle a su
madre, quien le aseguró que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes
de la infancia y que habían trucos para engañar al marido con la reposición de otra
sábana que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, la sábana de hilo
con la mancha de honor. Ángela se casó con esa ilusión y Bayardo San Román debió
casarse con la ilusión de comprar la felicidad con el peso descomunal de su poder y
fortuna, pues cuanto más aumentaban los planes de la fiesta, más ideas de delirio se le
ocurrían para hacerla más grande. El general Petronio San Román y su familia llegaron
en un buque de ceremonias del Congreso Nacional, junto con varias personalidades
distinguidas y muchos regalos. Al novio le regalaron un automóvil convertible con su
nombre grabado en letras góticas y a la novia le regalaron un estuche de cubiertos de
oro puro.
El acto final terminó a las seis de la tarde, cuando se despidieron los invitados de honor
y el buque se fue con las luces encendidas, dejando un reguero de valses de pianola. Los
recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto y después de
festejar un rato, Bayardo ordenó que siguieran bailando por cuenta suya y se llevó a la
esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo Xius había sido feliz. La
parranda pública se dispersó en fragmentos hasta la media noche. Santiago Nasar, quien
gustaba de hacer cálculos sobre los gastos de la fiesta, estuvo festejando y bebiendo con
el narrador, Enrique, Cristo Bedoya e incluso con los hermanos Vicario 5 horas antes de
que lo mataran.
Por la madrugada, Bayardo San Román entregó a su suegra a Ángela Vicario, sin
pronunciar una sola palabra, posteriormente se despidió de Pura con un beso en la
mejilla.
Pura Vicario golpeó con mucha rabia a su hija y cuando los gemelos volvieron a casa,
un poco antes de las tres de mañana, escucharon la sentencia que Ángela hacía en contra
de Santiago Nasar, el que supuestamente la despojó de su virginidad.
III
El abogado de los Vicario sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor,
que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del
juicio que lo hubieran hecho mil veces más por los mismos motivos. Los gemelos se
rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Ambos estaban exhaustos
por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados.
Nunca hubo una muerte más anunciada. Después de que la hermana les reveló el
nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban sus
cuchillos para descuartizar cerdos, y escogieron los dos mejores que tenían. Los
envolvieron en un trapo y se fueron a afilarlos en el mercado de carnes. Faustino Santos,
un carnicero amigo, los vio entrar a las 3:20 y mientras los gemelos afilaban sus
cuchillos anunciaron que iban a matar a Santiago. Nadie les hizo caso porque pensaban
que estaban borrachos, pero Faustino percibió una luz de verdad en la amenaza de Pablo
Vicario y le comunicó lo ocurrido a un agente de la policía que pasó a comprar una libra
de hígado para el desayuno del alcalde. El agente se llamaba Leandro Pornoy, quien fue
a la tienda de Clotilde Armenta cuando los gemelos estaban sentados esperando.
Clotilde Armenta tenía una tienda que vendía leche al amanecer y víveres durante el día,
y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde. Esa mañana, Clotilde estaba
levantada más temprano porque quería terminar de vender la leche antes de que llegara
el obispo.
Los hermanos Vicario entraron a las 4:10 y éstos anunciaron, que andaban buscando a
Santiago Nasar para matarlo. El agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del
alcalde, comprendió las intenciones de los hermanos y le avisó al coronel Lázaro
Aponte. Éste se dirigió a casa de Clotilde y sólo les confiscó los cuchillos a los
hermanos. Clotilde estaba desilusionada, pues esperaba que arrestaran a los gemelos
hasta esclarecer la verdad del conflicto. Los hermanos Vicario habían contado sus
propósitos a más de doce personas que fueron a comprar leche, y éstas lo habían
divulgado por todas partes antes de las seis. A Clotilde le parecía imposible que no se
supiera nada en la casa Santiago así que le mandó un recado urgente a Victoria Guzmán,
la criada de Santiago, para alertar a Santiago del peligro. Clotilde no había acabado de
vender la leche cuando volvieron los hermanos Vicario con otros dos cuchillos
envueltos en periódicos.
Faustino Santos no pudo entender porqué habían vuelto los gemelos a afilar sus
cuchillos, y al oírlos gritar que iban a sacarle las tripas a Santiago, creyeron que estaban
borrachos y exagerando, sin embargo, Clotilde notó que los gemelos llevaban la misma
determinación de antes para matar a Santiago.
Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la determinación de matar a
Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él
quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y
entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando.
Cuando los gemelos salieron de la porqueriza con los otros cuchillos, fueron a casa de
Prudencia Cotes, la novia de Pablo Vicario. Prudencia ya sabía cuáles eran las
intenciones de los hermanos y jamás se hubiera casado con Pablo si éste no hubiera
cumplido como hombre. Prudencia Cotes se quedó esperando en la cocina hasta que los
vio salir, y siguió esperando durante tres años hasta que Pablo Vicario salió de la cárcel
y fue su esposo de toda la vida. De allí, los gemelos fueron a la tienda de Clotilde para
esperar a su víctima. Santiago Nasar entró a su casa a las 4:20 después de haber estado,
primero en la fiesta, después, junto con Luis Enrique, el narrador y Bedoya, fue a casa
de los novios para reventar petardos en honor a los novios y finalmente estuvo en casa
de María Alejandrina hasta pasadas las tres. Luis Enrique, por su parte, llegó muy
borracho a su casa y se quedó dormido en el baño, mientras que el narrador permaneció
en casa de María Alejandrina.
A las 5:30, Victoria Guzmán despertó a Santiago para ir a recibir al obispo, pero no le
dijo nada con respecto al mensaje que habían enviado. Por otra parte, Luis Enrique
había visto a los gemelos antes de regresar a casa, pero estaba tan borracho que no
recuerda lo que le dijeron ni lo que él contestó. A la mañana siguiente, oyó sin despertar
los primeros bramidos del buque del obispo. Después se durmió a fondo, rendido por la
parranda y lo despertó un grito histérico de su hermana Margot que decía que habían
matado a Santiago.
IV
Los estragos de los cuchillos fueron apenas un principio de la autopsia inclemente que
el padre Carmen Amador se vio obligado a hacerle a Santiago Nasar por ausencia del
doctor Dionisio Iguarán. Siete de las numerosas heridas eran mortales. Lo habían herido
en el páncreas, el pulmón, el hígado, los brazos, la mano, etc. La autopsia se realizó
dentro de una escuela pública del pueblo.
Entre tanto, los hermanos Vicario estaban encerrados en la cárcel, sin poder conciliar el
sueño porque todo su cuerpo y sus ropas olían a Santiago, de hecho, todo el pueblo olía
a Santiago Nasar. Pensaban que querrían matarlos en venganza a su acto. El temor de
los gemelos respondía al estado de ánimo de la calle.
El coronel Aponte interrogó a la comunidad árabe para ver si tenían planeado tomar
represalias en contra de los Vicario, pero dicha comunidad sólo sufría su pérdida.
La familia Vicario se fue completa del pueblo, hasta las hijas mayores con sus maridos,
por iniciativa del coronel Aponte. Se fueron a Manaure sin que nadie se diera cuenta,
cerca de Riohacha, donde estaban presos los gemelos. Allá fue Prudencia Cotes a
casarse con Pablo Vicario cuando éste quedó absuelto. Pedro Vicario, sin amor ni
empleo, se reintegró 3 años después a las Fuerzas Armadas, mereció la insignia de
sargento primero.
Para la inmensa mayoría, sólo hubo una víctima: Bayardo San Román, quien después de
haber regresado a Ángela, bebió tanto en la colina de Xius que lo encontraron en estado
de urgencia por intoxicación etílica. La madre de Bayardo y sus hermanas fueron a
acompañarlo en la pena. Después se marcharon del pueblo y tanto la casa en la colina
como el coche convertible, se desintegraron con el paso de los años.
Después de 23 años, el narrador vio a Ángela Vicario en la terraza de una casa. Ella
nunca hizo ningún misterio de su desventura y la contaba a quien le preguntara con sus
pormenores a excepción del secreto que nunca se pudo aclarar: quién fue, cómo y
cuándo el verdadero causante de su perjuicio, pues nadie creyó que en realidad hubiera
sido Santiago Nasar, quien era demasiado altivo para fijarse en ella. Ángela contó que
siempre se quedó grabada en su memoria la imagen de Bayardo y si lloraba o sentía
pena, era por él. Ángela lo vio un día salir de un hotel, pero él no la vio. Nació todo de
nuevo y ella se volvió loca de remate por él. A partir de entonces comenzó a escribirle,
poco a poco las cartas se hicieron semanales, pero no había respuesta alguna. A Ángela
le bastaba saber que él las estaba recibiendo, pero era como escribirle a nadie.
Una madrugada, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo
en su cama. Ángela le escribió entonces una carta febril de 20 pliegos en la que soltó sin
pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta.
Pero no hubo respuesta y a partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía a
ciencia cierta, pero lo siguió haciendo por 17 años.
Un medio día de agosto, mientras Ángela bordaba con sus amigas, Bayardo San Román,
más gordo y viejo, apareció con una maleta con ropa para quedarse y otra maleta igual
con casi dos mil cartas que ella le había escrito, ordenadas por fechas, en paquetes
cosidos con cintas de colores y todas sin abrir.
La impresión general era que Santiago Nasar murió sin entender su muerte. Después de
que le prometió a Margot que iría a desayunar, Cristo Bedoya se lo llevó del brazo por
el muelle. Yamil Shaium, un árabe comerciante, fue el único que salió a esperar a
Santiago para prevenirlo en cuanto escuchó el rumor. Cristo Bedoya, después de
despedirse de Santiago, se dirigió a Yamil y apenas escuchó la información, salió
corriendo de la tienda en busca de Santiago. Le pareció imposible que hubiera llegado a
su casa en tan poco tiempo, pero de todos modos entró a preguntar por él, lo buscó en su
habitación y tomó la pistola de Santiago para dársela en caso de necesitarla. Se encontró
con Plácida Linero, pero no se atrevió a decirle acerca de la amenaza de los Vicario y
sin más explicaciones se marchó a buscarlo. En la plaza se encontró con el padre
Amador, pero no le pareció que pudiera hacer por Santiago Nasar nada distinto de
salvarle el alma. Iba otra vez hacia el puerto cuando escuchó que lo llamaban los
gemelos desde la tienda de Clotilde, así que Cristo Bedoya les dijo que tuvieran cuidado
porque Santiago estaba armado. En la puerta del Club Social, Bedoya se encontró con el
coronel Lázaro Aponte y le contó lo que acababa de ocurrir en la tienda de Clotilde.
Aponte prometió ocuparse del caso, pero primero entró al Club Social para confirmar
una cita de dominó y cuando volvió a salir ya estaba consumado el crimen. Cristo
Bedoya cometió entonces su único error mortal: pensó que Santiago Nasar había
resuelto a última hora desayunar en casa de Margot y fue a buscarlo allá. Al doblar la
última esquina, reconoció de espaldas a la madre de Margot, pero ella, envuelta en
lágrimas, le dijo que ya lo habían matado.
Mientras Cristo Bedoya lo buscaba, Santiago Nasar había entrado en la casa de Flora
Miguel, su novia y futura esposa para la próxima víspera de Navidad. Flora Miguel
despertó aquel lunes con los primeros bramidos del buque del obispo y poco después se
enteró que los gemelos Vicario estaban esperando a Santiago para matarlo. Santiago
acababa de dejar a Cristo Bedoya en la tienda de Yamil Shaium y cuando entró a ver a
su novia ella le aventó el cofre con las cartas de amor que le había escrito y le deseó que
lo mataran. El padre de Flora Miguel le explicó a Santiago que los gemelos lo querían
matar y que podía ocultarse allí o llevarse una escopeta para defenderse. Santiago salió
rápidamente de allí y fue rumbo a su casa. Al dirigirse a su casa, lo vieron los hermanos
y Clotilde le gritó a Santiago que corriera para salvarse. Cinco minutos antes, en la
cocina, Victoria Guzmán le había contado a Plácida Linero lo que todo el mundo sabía.
En la sala, donde estaba trapeando Divina Flor, la hija de Victoria Guzmán, vio a
Santiago Nasar entrar por la puerta de la plaza. Placida Linero vio entonces el papel con
la advertencia en el suelo, pero no pensó en recogerlo. A través de la puerta vio a los
Vicario que venían corriendo hacia la casa con los cuchillos desnudos. Desde el lugar en
que ella se encontraba, podía verlos a ellos, pero no alcanzaba a ver a su hijo que corría
desde el otro ángulo hacia la puerta, y como pensó que él ya estaba dentro y que los
gemelos querían meterse para matarlo dentro de la casa, corrió hacia la puerta y la cerró
de un golpe. Estaba pasando la tranca cuando oyó los gritos de su hijo y los puñetazos
de terror en la puerta, pero creyó que él estaba arriba insultando a los hermanos Vicario
desde el balcón de su dormitorio y subió a ayudarlo.
Santiago necesitaba apenas unos minutos para entrar cuando se cerró la puerta. Los
gemelos lo apuñalaban varias veces y esperaban que se derribara, pero éste no caía y
según los hermanos, parecía que se estaba riendo. Cuando creyeron que ya lo habían
matado se fueron corriendo hacia la iglesia. Santiago se levantó, sosteniéndose las
entrañas, y trató de entrar por la puerta de la cocina, atravesó la casa de unos vecinos
desconcertados por el bullicio y el aspecto de Santiago, y en cuanto entró a su casa,
murió.