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MACARIO(Juan Rulfo)

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas.


Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto
y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso:
que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera
dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me
pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de
brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a
todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi
madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los
sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y
saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos.
Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da
de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo
perjudique a las ranas. Pero a todo esto, es mi madrina la que me manda a
hacer las cosas... Yo quiero mas a Felipa que a mi madrina. Pero es mi
madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de
la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los
tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí
me toca. Lo de acarrear leña p ara prender el fogón también a mí me toca.
Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella,
hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a
veces Felipa no tiene ganas d e comer y entonces son para mí los dos
montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y
no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que
uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por mas que coma todo lo
que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen en la calle que yo estoy loco
porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo
no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a
dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda
cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no
sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago
locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté
el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a
todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con
mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no
como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les
acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi
madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive
Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es
dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de
puerca recién paridad; pero no, no es igual d e buena que la leche de Felipa...
Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que
ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale,
sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el
almuerzo de los domingos... Felipa antes iba todas las noches al cuarto
donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o
echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de
aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua...
Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la
leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al
mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia c osquillas por
todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a
mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba
del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo
allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a
veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a
ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por
gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene
Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella
sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito
hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que
ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que iré al cielo muy pronto y
platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me
llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no
me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea
mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que
sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todo s los días.
Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor.
Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la
cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del
corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse.
Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y
aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía,
cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la
iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi
madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es
porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al
suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella
debería saber. Oírlo, como cuando uno esta en la iglesia, esperando salir
pronto a la cal le para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos,
hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor
cura...: "El camino de las cosas buenas esta lleno de luz. El camino de las
cosas malas es oscuro." Eso dice e l señor cura... Yo me levanto y salgo de mi
cuarto cuando todavía esta a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en
mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas.
Sobra quien lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras
grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y
esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las
rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque s i no
ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de
sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se
parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me apedreen,
me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me
encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los
pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote
para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy
quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna
cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un
manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me
encuentren des prevenido los pecados por andar con el ocote prendido
buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija... Las
cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no
sé si truenen. A los grillos nunca los mato . Felipa dice que los grillos hacen
ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de
las animas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los
grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos
echaremos a correr espantados por el susto. Además a mí me gusta mucho
estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay
muchos. Tal vez haya mas grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de
los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se
dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan
su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo
se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el
ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se
puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que
no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé
untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se
aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos
todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que
si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear
gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea
comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes , o sus granadas. Ella
sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se
me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas
aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que
me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz
seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre
ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre
de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que
deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad
derechito al infierno. Y de allí ya no me sacara nadie, ni Felipa, aunque sea
tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo
enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a
que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo
platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya
no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el
sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá a alguno
de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos
por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin
pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá
ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando... De lo que
más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa,
aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores
del obelisco... FIN
Cien años de soledad
1. Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía se acordaría de cuando
su padre los llevaba, a él y a su hermano, a conocer las maravillas del circo.
José Arcadio Buendía amaba la época en que el circo llegaba a Macondo y con
él llegaba Melquíades, un gitano extravagante que llegaba al pueblo con los
inventos más extraños. Imanes que recolectaban todo a su paso, tapetes
voladores y enormes cubos de hielo. Melquíades, a su despedida del pueblo,
siempre le dejaba sus tesoros a José Arcadio, él, por su parte, emprendía con
ellos las empresas más osadas. Úrsula, su mujer, siempre renegaba e
intentaba impedir que su marido gastara el poco dinero, pero siempre era inútil.
Los hijos gozaban del circo e igualmente se sorprendían por los inventos y las
enigmáticas personalidades que llegaban con él.
2. El criollo cultivador de tabaco, José Arcadio Buendía, estableció una
sociedad con el bisabuelo de Úrsula, el negocio fue tan productivo que en poco
tiempo hicieron una fortuna. Los lazos de unión entre José Arcadio y Úrsula se
estrecharon desde entonces, en el pueblo de Riohacha. La madre de Úrsula se
encargaba de atormentarlos con los peligros a los que su descendencia se
exponía por el parentesco familiar, eran primos, que había entre ellos. En un
duelo de honor, así calificado por el pueblo, José Arcadio Buendía mató a
Prudencio Aguilar cuando una noche hacía bromas sobre el matrimonio todavía
no consumado por el terror de Úrsula sobre sus futuros hijos. José Arcadio y
Úrsula se sintieron culpables por el asesinato, culpa que sentirían hasta en la
tumba. Después de largas noches de insomnio a causa del espíritu de
Prudencio, los Buendía deciden abandonar el pueblo y fundar uno nuevo:
Macondo. Ya instalados en el pueblo que fundó José Arcadio con otros amigos,
empezaron las visitas del circo. A la casa de los Buendía llegaba todas las
mañanas Pilar Ternera, una jovial y risueña mujer que leía la baraja y ayudaba
a Úrsula con las labores domésticas. Con el pretexto del juego, Pilar Ternera
inició a José Arcadio en los menesteres del amor; así se inició la relación de la
mujer con los Buendía. Tiempo después Aureliano se enteró de la relación que
José Arcadio sostenía con Pilar y, se convirtió en su cómplice. Un jueves de
enero nació Amaranta y para fortuna de su madre, Úrsula, después de una
detenida examinación, era un bebé con todas las partes de ser humano.
3. Pilar Ternera parió a un Buendía, el niño, a pesar de la voluntad de Úrsula,
fue llevado a la casa de los abuelos. Le dieron el nombre de José Arcadio y la
abuela puso como condición que nunca se le fuera revelado su origen. José
Arcadio se volvió una autoridad en el pueblo y nada se hacía sin ser antes
consultado con él. Úrsula se encargó de consolidar la economía familiar, y así
sería hasta sus últimos días, con su maravillosa industria de galletitas y peces
azucarados. Por su parte, Aureliano había dejado de ser un niño y era lo
contrario a la imagen de su hermano; Aureliano era silencioso y meditabundo y
se había dado al oficio de la platería. Un domingo llegó Rebeca, con los huesos
de sus padres en una caja y una carta para José Arcadio. La niña no hablaba,
llegaron a creer que era sordomuda y hasta el día de su muerte la llamaron
Rebeca Buendía. Descubrieron que Rebeca tenía el vicio de comer tierra y cal
de las paredes; después de los esfuerzos de Úrsula dejó de hacerlo y comenzó
a hablar. Con la llegada de nueva gente a Macondo llegó la enfermedad del
insomnio y, más tarde, la peste de la memoria. Los habitantes del pueblo
pasaban noches sin dormir y se estaban olvidando de su historia y hasta de los
nombres de las cosas. De todo los curó Melquíades.
4. La casa fue remodelada y creció tanto como la familia. Rebeca y Amaranta
se habían convertido en adolescentes y Úrsula decidió hacer una gran fiesta
para ellas. La abuela mandó llamar a Pietro Crespi, un bailarín del cual se
enamorarían las dos niñas. Amaranta cultivó un rencor por Rebeca que se
llevaría hasta la tumba. Llegó al pueblo la familia Moscote, los padres y siete
bellas hijas. Aureliano conoció a Remedios Moscote y quedó enamorado
perdidamente de su candidez, la niña tenía nueve años. El dolor y la amargura
se instalaron en casa de los Buendía cuando Pietro Crespi dejó el pueblo,
Rebeca, por su parte, se queda sufriendo silenciosamente. Aureliano es el
único que la comprende pues sufre del mismo mal de amor. Pilar Ternera se
entera del amor que Aureliano le profesa a la menor de los Moscote y consigue
que la niña acepte casarse con él. El matrimonio es aceptado bajo la condición
de que Rebeca también cumpla su deseo de casarse. Amaranta la amenaza
con impedir su boda, si fuera necesario, hasta con su propia muerte.
Melquíades, el viejo sabio, se murió y José Arcadio se negó a enterrarlo. A l
viejo José Arcadio se le iba el tiempo inventando mecanismos y estudiando los
libros de Melquíades, fue perdiendo el interés por el mundo, excepto por el
laboratorio que le dejó el gitano. Una tarde, José Arcadio entra en un estado
tan alterado de locura que Aureliano, ayudado por diez hombres, tuvo que
amarrarlo al castaño.
5. Aureliano y Remedios se casaron un domingo, Rebeca estaba muy triste por
la demora de Pietro. El señor Moscote llevó un padre a Macondo que, más
tarde, se daría a la tarea de edificar un templo que tardaría más de quince años
en ser terminado. Amaranta, queriendo impedir la boda, propuso que la boda
entre Rebeca y Pietro se realizará cuando el templo hubiera sido terminado.
Hubo un nuevo y definitivo aplazamiento, la muerte de Remedios; una
madrugada fue encontrada en un mar de sangre y con un par de gemelos
atravesados en el vientre. Úrsula dispuso un duelo de puertas y ventanas y
Rebeca volvió a comer tierra. Una tarde apareció un hombre enorme, de
grandes músculos y el cuerpo curtido de sal, era José Arcadio que, muchos
años atrás, se había ido con los gitanos. Rebeca descubrió en Arcadio el amor
y se olvidó de Pietro. Aureliano se integra a la guerra civil, en muy poco tiempo
es nombrado coronel.
6. Aureliano se aleja de Macondo, se convierte en un hombre mítico; en el
pueblo se tienen noticias suyas por medio de los 17 hijos que tuvo durante la
revolución. Arcadio, el nieto de José Arcadio, sigue los pasos de su tío, pero se
convierte en un dictador, Úrsula lo desprecia. José Arcadio, que sigue
amarrado al castaño, había perdido todo contacto con la realidad. Rebeca y
José Arcadio se van de la casa pues, según Úrsula, son la deshonra de la
familia. Amaranta y Pietro Crespi inician una profunda amistad que, más tarde,
se convertiría en amor. Pietro le pide a Amaranta que se casen y ésta se niega
rotundamente; el dolor se le vuelve insoportable y, al poco tiempo, Pietro
Crespi se corta las venas. Amaranta se refugia en la costura y el hermetismo.
El carácter firme de Rebeca convierte a José Arcadio en un manso hombre de
trabajo. En la guerra, Arcadio es aprendido y fusilado pidiendo, como su última
voluntad, que su hijo sea llamado José Arcadio y Úrsula si fuera niña.
7. La guerra había terminado pero el coronel Aureliano Buendía estaba
condenado a muerte. La noche de su fusilamiento José Arcadio Buendía, rifle
en mano, rescató a su hermano. El coronel y seis hombres volvieron a la
guerra, dejaron Macondo para seguir la revolución. Una buena tarde llegó el
telégrafo a Macondo. Rebeca y José Arcadio vivían apartados de su familia;
sorpresivamente, un hilo de sangre atravesó el pueblo, desde la casa de
Rebeca hasta la casa de Úrsula, la madre supo que habían matado a su hijo
José Arcadio. El coronel Aureliano volvió a Macondo acompañado de su
compadre Gerineldo Márquez. Gerineldo estaba enamorado de Amaranta y la
visitaba todas las tardes. Úrsula le pidió a Amaranta que se casara con el
coronel, ésta se indigno y, aseguró, que nunca se casaría.
8. Amaranta observaba a Aureliano José, hijo del coronel, desde su mecedor.
Su sobrino había dejado de ser un niño y se resistía a dormir lejos de ella por
temor a la lluvia, de juegos inocentes pasaron a quitarse las ropas,
intercambiaron caricias y se perseguían por todos los rincones para amarse.
Un día, cuando Úrsula casi los descubre, Amaranta salió de su fascinación y
terminó de tajo con Aureliano José. El sobrino moriría enamorado de Amaranta.
La vida en la casa cambiaba según los ánimos y las circunstancias de los
habitantes. Una noche, cuando Aureliano José se paseaba desarmado por los
antros, y en el contexto de una guerra, un capitán del gobierno lo asesinó de
tres tiros. El coronel Aureliano Buendía volvió a Macondo acompañado por todo
su regimiento. Úrsula descubrió, a pesar suyo, que su hijo había perdido el
corazón en la revolución.
9. Llegaron a Macondo seis abogados, representantes del gobierno, en busca
de el coronel Buendía para firmar ciertos acuerdos. Se firman los convenios
aún cuando los abogados y el coronel reconocen que la revolución se ha
convertido en una disputa por el poder. Después de veinte años de guerra, el
coronel le pide ayuda a su amigo Gerineldo Márquez para acabar con la
revolución donde, también, había perdido la vida y ahora le resultaba vacía. El
coronel, para felicidad de su madre, vuelva a ser el hombre de la casa de los
Buendía. Muchos años después, cuando el coronel seguía buscando poner fin
a la violencia fue mal herido. Meses después se recuperó.
10. Santa Sofía de la Piedad había sido la mujer de Arcadio, tuvieron dos
varones: Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo. Los niños fueron tan
parecidos cuando eran niños que hasta su misma madre los confundía.
Aureliano Segundo se dio a la tarea de descifrar los pergaminos que
Melquíades había abandonado con su muerte, pero una tarde, el gitano
apareció en el laboratorio y se dispuso a transmitirle todo su conocimiento. En
cambio, José Arcadio Segundo se dedicó al negocio de los gallos de pelea,
Úrsula intentó evitarlo pero no obtuvo ningún resultado. Aureliano segundo
conoció a la mujer que lo sacaría de su encierro y con la que compartiría toda
su vida: Petra Cotes. A pesar de ser su mujer y después su concubina, la
amaba más que a su propia esposa. Con Petra conoció la fortuna y la felicidad
y, juntos, se convirtieron en unos despilfarradores y holgazanes. En una feria,
donde Remedios, la bella, fue proclamada reina, Aureliano Segundo conoció a
Fernanda que, más tarde, sería su mujer.
11. El matrimonio estuvo a punto de terminarse a los dos meses cuando
Fernanda se enteró que Aureliano Segundo mantenía la relación con Petra
Cotes. Fernanda venía de una familia acostumbrada a la buena vida y a
cumplir con las reglas de etiqueta. Todo el tiempo que vivió en Macondo trató
de imponer las mismas reglas para los Buendía. Los obligaba a sentarse a la
mesa con manteles de lino y vajilla de plata. Fernanda se desvivía por atender
la casa y era muy estricta con Aureliano. El hombre, agobiado por la dureza de
Fernanda, se entregó al derroche de su fortuna y a vivir apasionadamente con
su concubina. Pero, de su matrimonio nació Renata Remedios que, por su
belleza e inocencia, sería la perdición de cuanto hombre la mirara. A su regreso
de la guerra, el coronel Aureliano se había dedicado a la platería y siempre se
le veía en el laboratorio de Melquíades. Una tarde, a pesar de su voluntad, su
madre lo obligó a abrir la puerta. El coronel se encontró con 17 hombres que lo
reclamaban como a su padre. Los 17 aurelianos se dedicaron a recorrer el
pueblo y a disfrutar de los placeres de sus mujeres. Uno de ellos, Aureliano
Triste llegó a la casa donde había vivido José Arcadio y después de tirar la
puerta, en medio de la neblina, se encontró con Rebeca que le apuntaba con el
rifle. Rebeca había estado encerrada desde la muerte de José Arcadio y estaba
convertida en una anciana. Aureliano Triste había heredado el gusto por las
empresas casi imposibles pero era afortunado en los negocios y, una buena
tarde, decidió llevar el ferrocarril a Macondo.
12. Llegó a Macondo la luz, el cine, muchas novedades. Con el ferrocarril llegó
Mr. Herbert y, un día, invitado a comer en casa de los Buendía probó los
bananos. Le impresionaron tanto que en los siguientes días siempre se le vio
haciendo pruebas y tomando apuntes respecto a la fruta. Después de varios
meses llegó a Macondo una avalancha de forasteros que empezaron a
construir casas y, más tarde, llegaron sus familias y sus animales. El pueblo se
llenó de gente nueva, los gringos se habían asentado en Macondo para
explotar la tierra, el banano; y el resto de la gente había llegado Macondo
atraídos por las historias que se contaban del pueblo. Mientras el coronel vivía
enojado por la invasión, Aureliano Segundo estaba feliz de relacionarse con
gente nueva y vivir en una constante fiesta. Remedios, la bella era la única que
no se alteraba con los vertiginosos cambios, pero todos los hombres que la
miraban se volvían locos o se morían de amor por ella. Una tarde, mientras
doblaba ropa limpia, Remedios, la bella, salió volando llevándose con ella unas
sábanas. José Arcadio Buendía seguía atado del castaño y en una ocasión,
mientras Úrsula lo alimentaba, le confesó su tristeza por la próxima muerte de
su hijo Aureliano. El coronel cansado y enojado por la presencia de los gringos,
decidió retomar las armas y acabar con ellos, acudió a pedirle ayuda a su
amigo Gerineldo Márquez, éste se negó mirándolo con compasión.
13. Con el paso de los años Úrsula estaba perdiendo la vista pero seguía
teniendo una energía que le permitía ocultar su vejez. La abuela se guiaba por
los olores y por los sonidos y dedicaba su tiempo a la educación de José
Arcadio, el hijo de Fernanda que sería Papa. Meme, la primogénita del
matrimonio, sería una excelente ejecutante de clavicordio. Llegado el momento,
los dos se fueron a continuar sus estudios en el extranjero. En su soledad,
Amaranta había empezado a tejer su propia mortaja. Aureliano Segundo
seguía siendo más feliz en los brazos de Petra y sólo volvía a la casa cuando
sus hijos regresaban de vacaciones. Fernanda, por su parte, les escribía largas
cartas mintiéndoles sobre la felicidad que reinaba en la casa. Aureliano
Buendía pasaba todo el día recluido en el laboratorio, trabajaba en la platería.
El único día que se asomó a la calle fue para ver pasar al circo. Los nuevos
visitantes estaban muy lejos de parecerse a Melquíades y sus amigos.
14. Las vacaciones de Meme coincidieron con la muerte del coronel Aureliano
Buendía. Meme había terminado sus estudios y se dedicaba a pasear con sus
amigas y a tocar el clavicordio todas las tardes. En poco tiempo la casa se llenó
de amigas que iban a la costura. Meme sobresalía por su entusiasmo y
reanudó una bella relación con su padre que se desvivía por complacerla.
Tiempo después, la actitud de Meme fue cambiando y su madre, Fernanda, la
sorprendió en varias mentiras. Una tarde, después de días de secreta
vigilancia, Fernanda la descubrió besándose con Mauricio Babilonia en la
oscuridad del cine. La madre, como era de esperar, la encerró en la casa y le
prohibió toda clase de visitas. Meme no parecía sufrir y, al contrario, disfrutaba
de pasar horas en su cuarto. Una noche, Fernanda pidió ayuda a la policía para
capturar un ladrón de gallinas que estaba en la parte trasera de la casa.
Repentinamente, se oyeron unos disparos y Mauricio Babilonia cayó muerto
dejando a Meme esperando un hijo suyo. Una mañana Amaranta anunció su
muerte y, sin querer confesarse, se acostó en su lecho hasta que cerró los
ojos.
15. Aureliano Segundo se distanció, aún más, de Fernanda por la forma en que
se comportó con Meme. Años después descubrió lo que su propia esposa
había intentado ocultarle, Meme había tenido un niño de Mauricio y llevaba tres
años escondido en el laboratorio de Melquíades. Aureliano Segundo se
encargó de su educación y lo llamó José Arcadio. Por su parte, José Arcadio
Segundo había abandonado los gallos de pelea para trabajar en la compañía
bananera, pero después de años de explotación se convirtió en el líder de los
trabajadores y formó el primer sindicato de Macondo. El sindicato peleaba
contra los gringos y José Arcadio Segundo se vio, muchas veces, en peligro de
ser encarcelado. José Arcadio entendió mejor a su tío, el coronel Aureliano
Buendía, pero al final de la lucha descubrió que la verdadera razón de ambos
era el vació que tenían en el corazón.
16.Llovió cuatro años, once meses y dos días. Nadie podía dejar la casa, José
Arcadio Segundo se pasaba el tiempo en el laboratorio platicando con
Melquíades y absorto en los pergaminos. Aureliano Segundo esperaba que
escampara para ir a casa de Petra. Después de un tiempo, la comida empezó a
escasear y Fernanda le exigía a su marido que saliera en busca de víveres.
Úrsula aseguraba que se moriría cuando escampara. Fue necesario excavar
canales. En esos días se murió el coronel Gerineldo Márquez y el sepelio se
vio arruinado por la lluvia. Úrsula se asomó a la ventana para despedirse de él.
Aureliano Segundo va a casa de Petra Cotes y la encuentra tratando de salvar
las pocas reses vivas que les quedaban. Enojada, Petra le reclama a Aureliano
no haber acudido a sus llamados.
17. Dejó de llover y Úrsula se dedicó a restaurar la casa. Aureliano Segundo
tomó sus baúles y regresó a casa de Petra Cotes. José Arcadio Segundo
seguía estudiando los pergaminos de Melquíades. Con la restauración de la
casa, Úrsula se llenó de recuerdos y se esforzó por cumplir su promesa de
morir. La mujer, ya en sus últimos días, regresó el tiempo en su memoria y a
los nuevos descendientes los confundía con los primeros. Rebeca murió a
finales de ese año y Aureliano Segundo se hizo cargo del entierro. Con el
diluvio Macondo parecía un pueblo fantasma, estaba deshabitado y todas las
casas perecían caerse con solo mirarlas. Amaranta Úrsula, la hija menor de
Fernanda, se fue a estudiar a Bruselas. El nueve de agosto, José Arcadio
Segundo se murió mientras conversaba con su hermano gemelo. Pocas horas
después, Aureliano Segundo dejó de respirar cuando dormía en la cama de
Fernanda. Petra Cotes intentó ponerle los botines con los que siempre había
deseado morir, pero Fernanda le prohibió la entrada a la casa. Los gemelos
fueron enterrados en baúles iguales y volvieron a ser idénticos como lo fueron
en la niñez.
18. Aureliano no abandonó en mucho tiempo el cuarto de Melquíades. Había
empezado a traducir los pergaminos; Santa Sofía de la Piedad se encargaba
de llevarle café, un poco de comida y de cortale el pelo. Desde la muerte de
Aureliano Segundo, Fernanda se encargaba de mandar todos los días un
canasto con víveres. Así humillaba a quien la había maltratado. Para Santa
Sofía de la Piedad el que hubiera pocos habitantes en la casa le permitía
descansar, la casa se precipitó en una crisis de senilidad y estaba casi en
ruinas. Santa Sofía de la Piedad después de desistir de seguir trabajando, tomó
sus pocas cosas y abandonó la casa y a Aureliano con Fernanda. Pasaron los
años y Fernanda empezó a disfrutar de los recuerdos, una mañana Aureliano la
encontró tendida en su cuarto vestida de reina. Aureliano, deseoso de seguir
estudiando, salió a la calle en busca de ciertos libros. Así, Aureliano estaba
consiguiendo traducir los pergaminos y empezó a disfrutar de ir a la librería.
19. Amaranta Úrsula regresó en diciembre. Apareció sin previo aviso, con
bellos vestidos, hermosos collares y con su esposo. El hombre con quien se
había casado era mayor que ella y tenía facha de navegante. Con Amaranta
Úrsula llegó la felicidad. Volvió para quedarse y estaba dedicada a la salvación
de la casa. Aureliano se mantenía encerrado en el taller y absorto en los
estudios. Amaranta Úrsula acabó con las hormigas, revivió las flores, abrió las
puertas y las ventanas. Su marido moría de amor por ella y le cumplía todos
sus deseos. Una mañana, Amaranta Úrsula entró al taller y empezó a
conversar con Aureliano. Amaranta Úrsula gozaba de hacer el amor con su
marido sin importarles donde, Aureliano estaba profundamente enamorado de
Amaranta. Se lo confesó a Negromante, una muchacha con la que Aureliano
pasaba muchas noches. Un día, mientras el marido de Amaranta escribía
cartas a sus amigos, Aureliano entró en la alcoba de su tía y la despojó de sus
ropas. Lo que empezó en un forcejeo de resistencia terminó siendo un acto de
amor y pasión.
20. Pilar Ternera se murió sentada en su mecedor de bejuco. Gastón, el marido
de Amaranta Úrsula decidió viajar a Bruselas para supervisar sus negocios.
Con su partida, Aureliano y Amaranta Úrsula se dieron a la tarea de amarse.
Mientras ella cantaba de placer, Aureliano se iba haciendo más absorto y
callado, porque su pasión era ensimismada. De pronto, Amaranta Úrsula
recibió la noticia del regreso de Gastón, la mujer le respondió la carta
contándole de su amor por Aureliano y, para sorpresa de ambos, Gastón los
felicitó y les deseo lo mejor. La feliz pareja estaba esperando un hijo. Aureliano
empezó a rastrear su origen pero no encontró a nadie que lo ayudara.
Amaranta Úrsula hacía collares de vértebras de pescados, pero nunca
encontró quien se los comprara. El niño nació y lo llamaron Rodrigo. Después
de cortarle el ombligo, la comadrona se puso a limpiarlo ayudada por Aureliano.
Cuando lo voltearon boca abajo descubrieron que el niño tenía cola de cerdo.
La comadrona les dijo que podrían cortársela cuando el niño mudara los
dientes, Amaranta Úrsula y Aureliano se quedaron tranquilos. Amaranta Úrsula
estaba perdiendo mucha sangre y después de varios días se murió. Absorto en
su dolor, Aureliano se olvidó de su hijo hasta que Nigromanta acudió para
ayudarlo. Aureliano tuvo la revelación de encontrar en los pergaminos la
historia de sus vidas y el trazo de su destino. Aureliano descubrió que su
familia había estado condenada a cien años de soledad.
Crónica de una muerte anunciada
El día que mataron a Santiago Nasar, se levantó a las 5:30 de la mañana, después de
haber asistido el día anterior a la boda de Ángela Vicario. Se dirigía al puerto para
recibir al obispo que venía en barco a darle la bendición al pueblo. Santiago era el hijo
único de un matrimonio por conveniencia, era rico, su padre era árabe, tenía una
hacienda y le gustaban las armas, mientras que su madre era sensible y sólo amaba a su
hijo.

Esa mañana, Santiago sentía un dolor de cabeza y había tenido sueños extraños la noche
anterior, pero ni él ni su madre, Plácida Linero, previeron el peligro que le esperaba.
Salió vestido de lino blanco después de haber desayunado. Victoria Guzmán, la
cocinera, estaba enterada de que iban a matar a Santiago, pero no le dijeron nada porque
en el fondo, Victoria Guzmán deseaba que lo mataran. En el suelo, había una carta de
advertencia para Santiago en donde le especificaban quiénes lo matarían, por qué
razones y a qué hora lo harían, pero cuando Santiago salió, ni él ni nadie la vio hasta
después del asesinato.

Santiago Nasar salió por la puerta principal y se dirigió rumbo al puerto. Al pasar cerca
de la tienda de Clotilde Armenta, Pedro y Pablo Vicario, gemelos de 24 años, ya
estaban esperando a Santiago para matarlo, sin embargo, Clotilde les pidió que dejaran
sus asuntos para después por respeto al obispo.

El obispo no bajó del barco y desde allí dio la bendición. Santiago se sentía
decepcionado, pues esperaba besarle la mano. De regreso se encontró con Margot, la
hermana del narrador, quien invitó a Santiago a la casa a desayunar, pero éste prometió
regresar en cuanto se cambiara de vestimenta. Muchos de los que estaban en el puerto
sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lázaro Aponte, alcalde municipal,
creyó que ya no corría ningún peligro, asimismo, el padre Carmen Amador. Cuando
Margot caminaba rumbo a su casa, se enteró del escándalo que circulaba: la hermosa
Ángela Vicario, que se había casado el día anterior, había sido devuelta a casa de sus
padres porque el esposo encontró que no era virgen. Nadie podía explicarle cómo fue
que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo, pero sí sabía
con seguridad que los hermanos de Ángela lo estaban esperando para matarlo. Margot
le contó a su madre la posible tragedia y ella salió rápidamente para avisarle a Plácida
acerca de los intentos de asesinato contra su hijo, sin embargo, cuando iba en la calle, le
dijeron que ya era muy tarde, Santiago ya había sido asesinado.

II

Bayardo San Román, el hombre que devolvió a la esposa, había venido por primera vez
en agosto del año anterior: seis meses antes de la boda. Andaba por los 30 años, era muy
rico, tenía los ojos dorados, de cintura angosta y parecía un hombre triste. Nadie supo
nunca a qué vino realmente, se decía que andaba de pueblo en pueblo buscando novia
para casarse. La noche en que llegó dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes
y habló de la urgencia de construir un ferrocarril. Nunca se estableció muy bien cómo se
conocieron él y Ángela, pero supuestamente un día Bayardo vio a Ángela caminar por
la calle junto con su madre y dijo que se casaría con ella, posteriormente, hubo una feria
en donde se subastaron varias cosas y Ángela era quien cantaba las cifras. Bayardo
compró todos los artículos de la rifa y en especial la ortofónica, la cual envió a casa de
Ángela envuelta y adornada para regalo por su cumpleaños.

Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio
Vicario, era ciego y orfebre de pobres. Purísima del Carmen, su madre, había sido
maestra de escuela hasta que se casó. Las dos hijas mayores de Pura se habían casado
muy tarde y una hija intermedia falleció de fiebres crepusculares.

Ángela era la más bella de las cuatro, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de
espíritu que le aguardaban un porvenir incierto.

Al muy poco tiempo, Bayardo San Román le propuso matrimonio a Ángela. Ella no
estaba muy convencida de convertirse en su esposa, pero él había atrapado con sus
encantos a la familia Vicario y además representaba una gran bendición, tomando en
cuenta el estatus social de la familia. La madre de Ángela pidió que Bayardo San
Román acreditara su identidad, pues hasta entonces nadie sabía quién era. Bayardo trajo
a su familia para ponerle fin a las distintas conjeturas y chismes que circulaban en el
pueblo acerca de su identidad. Eran cuatro: la madre, Alberta Simonds, una mulata
grande de Curazao que hablaba el castellano mezclado con el papiamento; las hermanas,
acabadas de florecer, parecían dos potrancas sin sosiego y el padre, la carta grande: el
general Petronio San Román, héroe de las guerras civiles del siglo anterior y una de las
glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano
Buendía en el desastre de Tucurinca.
El día de la boda se fijó pronto y hubiera sido antes de no ser por el luto que guardaban
los Vicarios. Ésta se iba a celebrar en casa de la familia Vicario, la cual requería de
remodelaciones para la cantidad de invitados, incluso Bayardo alquiló las casas de los
vecinos para que tuvieran más espacio para el baile. Asimismo, ya estaba dispuesto el
nuevo hogar de la pareja, una casa en la colina que pertenecía al viudo Xius y era la
casa más bonita del pueblo, pues desde allí se veía el paraíso sin límites de las ciénagas
cubiertas de anémonas moradas, y en los días claros de verano se alcanzaba a ver el
horizonte nítido del Caribe y los trasatlánticos de turistas de Cartagena de Indias.

Nadie hubiera pensado que Ángela Vicario no fuera virgen, dado que nadie le había
conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de
una madre de hierro. Ella quería suicidarse pero a falta de valor resolvió contarle a su
madre, quien le aseguró que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes
de la infancia y que habían trucos para engañar al marido con la reposición de otra
sábana que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, la sábana de hilo
con la mancha de honor. Ángela se casó con esa ilusión y Bayardo San Román debió
casarse con la ilusión de comprar la felicidad con el peso descomunal de su poder y
fortuna, pues cuanto más aumentaban los planes de la fiesta, más ideas de delirio se le
ocurrían para hacerla más grande. El general Petronio San Román y su familia llegaron
en un buque de ceremonias del Congreso Nacional, junto con varias personalidades
distinguidas y muchos regalos. Al novio le regalaron un automóvil convertible con su
nombre grabado en letras góticas y a la novia le regalaron un estuche de cubiertos de
oro puro.

El acto final terminó a las seis de la tarde, cuando se despidieron los invitados de honor
y el buque se fue con las luces encendidas, dejando un reguero de valses de pianola. Los
recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto y después de
festejar un rato, Bayardo ordenó que siguieran bailando por cuenta suya y se llevó a la
esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo Xius había sido feliz. La
parranda pública se dispersó en fragmentos hasta la media noche. Santiago Nasar, quien
gustaba de hacer cálculos sobre los gastos de la fiesta, estuvo festejando y bebiendo con
el narrador, Enrique, Cristo Bedoya e incluso con los hermanos Vicario 5 horas antes de
que lo mataran.

Por la madrugada, Bayardo San Román entregó a su suegra a Ángela Vicario, sin
pronunciar una sola palabra, posteriormente se despidió de Pura con un beso en la
mejilla.
Pura Vicario golpeó con mucha rabia a su hija y cuando los gemelos volvieron a casa,
un poco antes de las tres de mañana, escucharon la sentencia que Ángela hacía en contra
de Santiago Nasar, el que supuestamente la despojó de su virginidad.

III

El abogado de los Vicario sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor,
que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del
juicio que lo hubieran hecho mil veces más por los mismos motivos. Los gemelos se
rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Ambos estaban exhaustos
por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados.

Habían empezado a buscar a Santiago Nasar en la casa de María Alejandrina Cervantes,


pero de haber sido cierto, jamás hubieran vuelto a salir de allí, pues María Alejandrina,
quien llevaba un negocio de casa de citas con mulatas, le tenía un profundo respeto a
Santiago, quien en su adolescencia estuvo enamorado de ella hasta que su padre
descubrió el amorío. Por consiguiente, los gemelos fueron a esperarlo en la casa de
Clotilde Armenta.

Nunca hubo una muerte más anunciada. Después de que la hermana les reveló el
nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban sus
cuchillos para descuartizar cerdos, y escogieron los dos mejores que tenían. Los
envolvieron en un trapo y se fueron a afilarlos en el mercado de carnes. Faustino Santos,
un carnicero amigo, los vio entrar a las 3:20 y mientras los gemelos afilaban sus
cuchillos anunciaron que iban a matar a Santiago. Nadie les hizo caso porque pensaban
que estaban borrachos, pero Faustino percibió una luz de verdad en la amenaza de Pablo
Vicario y le comunicó lo ocurrido a un agente de la policía que pasó a comprar una libra
de hígado para el desayuno del alcalde. El agente se llamaba Leandro Pornoy, quien fue
a la tienda de Clotilde Armenta cuando los gemelos estaban sentados esperando.

Clotilde Armenta tenía una tienda que vendía leche al amanecer y víveres durante el día,
y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde. Esa mañana, Clotilde estaba
levantada más temprano porque quería terminar de vender la leche antes de que llegara
el obispo.

Los hermanos Vicario entraron a las 4:10 y éstos anunciaron, que andaban buscando a
Santiago Nasar para matarlo. El agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del
alcalde, comprendió las intenciones de los hermanos y le avisó al coronel Lázaro
Aponte. Éste se dirigió a casa de Clotilde y sólo les confiscó los cuchillos a los
hermanos. Clotilde estaba desilusionada, pues esperaba que arrestaran a los gemelos
hasta esclarecer la verdad del conflicto. Los hermanos Vicario habían contado sus
propósitos a más de doce personas que fueron a comprar leche, y éstas lo habían
divulgado por todas partes antes de las seis. A Clotilde le parecía imposible que no se
supiera nada en la casa Santiago así que le mandó un recado urgente a Victoria Guzmán,
la criada de Santiago, para alertar a Santiago del peligro. Clotilde no había acabado de
vender la leche cuando volvieron los hermanos Vicario con otros dos cuchillos
envueltos en periódicos.

Faustino Santos no pudo entender porqué habían vuelto los gemelos a afilar sus
cuchillos, y al oírlos gritar que iban a sacarle las tripas a Santiago, creyeron que estaban
borrachos y exagerando, sin embargo, Clotilde notó que los gemelos llevaban la misma
determinación de antes para matar a Santiago.

Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la determinación de matar a
Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él
quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y
entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando.

Cuando los gemelos salieron de la porqueriza con los otros cuchillos, fueron a casa de
Prudencia Cotes, la novia de Pablo Vicario. Prudencia ya sabía cuáles eran las
intenciones de los hermanos y jamás se hubiera casado con Pablo si éste no hubiera
cumplido como hombre. Prudencia Cotes se quedó esperando en la cocina hasta que los
vio salir, y siguió esperando durante tres años hasta que Pablo Vicario salió de la cárcel
y fue su esposo de toda la vida. De allí, los gemelos fueron a la tienda de Clotilde para
esperar a su víctima. Santiago Nasar entró a su casa a las 4:20 después de haber estado,
primero en la fiesta, después, junto con Luis Enrique, el narrador y Bedoya, fue a casa
de los novios para reventar petardos en honor a los novios y finalmente estuvo en casa
de María Alejandrina hasta pasadas las tres. Luis Enrique, por su parte, llegó muy
borracho a su casa y se quedó dormido en el baño, mientras que el narrador permaneció
en casa de María Alejandrina.

A las 5:30, Victoria Guzmán despertó a Santiago para ir a recibir al obispo, pero no le
dijo nada con respecto al mensaje que habían enviado. Por otra parte, Luis Enrique
había visto a los gemelos antes de regresar a casa, pero estaba tan borracho que no
recuerda lo que le dijeron ni lo que él contestó. A la mañana siguiente, oyó sin despertar
los primeros bramidos del buque del obispo. Después se durmió a fondo, rendido por la
parranda y lo despertó un grito histérico de su hermana Margot que decía que habían
matado a Santiago.

IV

Los estragos de los cuchillos fueron apenas un principio de la autopsia inclemente que
el padre Carmen Amador se vio obligado a hacerle a Santiago Nasar por ausencia del
doctor Dionisio Iguarán. Siete de las numerosas heridas eran mortales. Lo habían herido
en el páncreas, el pulmón, el hígado, los brazos, la mano, etc. La autopsia se realizó
dentro de una escuela pública del pueblo.

Entre tanto, los hermanos Vicario estaban encerrados en la cárcel, sin poder conciliar el
sueño porque todo su cuerpo y sus ropas olían a Santiago, de hecho, todo el pueblo olía
a Santiago Nasar. Pensaban que querrían matarlos en venganza a su acto. El temor de
los gemelos respondía al estado de ánimo de la calle.

El coronel Aponte interrogó a la comunidad árabe para ver si tenían planeado tomar
represalias en contra de los Vicario, pero dicha comunidad sólo sufría su pérdida.

La familia Vicario se fue completa del pueblo, hasta las hijas mayores con sus maridos,
por iniciativa del coronel Aponte. Se fueron a Manaure sin que nadie se diera cuenta,
cerca de Riohacha, donde estaban presos los gemelos. Allá fue Prudencia Cotes a
casarse con Pablo Vicario cuando éste quedó absuelto. Pedro Vicario, sin amor ni
empleo, se reintegró 3 años después a las Fuerzas Armadas, mereció la insignia de
sargento primero.

Para la inmensa mayoría, sólo hubo una víctima: Bayardo San Román, quien después de
haber regresado a Ángela, bebió tanto en la colina de Xius que lo encontraron en estado
de urgencia por intoxicación etílica. La madre de Bayardo y sus hermanas fueron a
acompañarlo en la pena. Después se marcharon del pueblo y tanto la casa en la colina
como el coche convertible, se desintegraron con el paso de los años.

Después de 23 años, el narrador vio a Ángela Vicario en la terraza de una casa. Ella
nunca hizo ningún misterio de su desventura y la contaba a quien le preguntara con sus
pormenores a excepción del secreto que nunca se pudo aclarar: quién fue, cómo y
cuándo el verdadero causante de su perjuicio, pues nadie creyó que en realidad hubiera
sido Santiago Nasar, quien era demasiado altivo para fijarse en ella. Ángela contó que
siempre se quedó grabada en su memoria la imagen de Bayardo y si lloraba o sentía
pena, era por él. Ángela lo vio un día salir de un hotel, pero él no la vio. Nació todo de
nuevo y ella se volvió loca de remate por él. A partir de entonces comenzó a escribirle,
poco a poco las cartas se hicieron semanales, pero no había respuesta alguna. A Ángela
le bastaba saber que él las estaba recibiendo, pero era como escribirle a nadie.

Una madrugada, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo
en su cama. Ángela le escribió entonces una carta febril de 20 pliegos en la que soltó sin
pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta.
Pero no hubo respuesta y a partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía a
ciencia cierta, pero lo siguió haciendo por 17 años.

Un medio día de agosto, mientras Ángela bordaba con sus amigas, Bayardo San Román,
más gordo y viejo, apareció con una maleta con ropa para quedarse y otra maleta igual
con casi dos mil cartas que ella le había escrito, ordenadas por fechas, en paquetes
cosidos con cintas de colores y todas sin abrir.

La impresión general era que Santiago Nasar murió sin entender su muerte. Después de
que le prometió a Margot que iría a desayunar, Cristo Bedoya se lo llevó del brazo por
el muelle. Yamil Shaium, un árabe comerciante, fue el único que salió a esperar a
Santiago para prevenirlo en cuanto escuchó el rumor. Cristo Bedoya, después de
despedirse de Santiago, se dirigió a Yamil y apenas escuchó la información, salió
corriendo de la tienda en busca de Santiago. Le pareció imposible que hubiera llegado a
su casa en tan poco tiempo, pero de todos modos entró a preguntar por él, lo buscó en su
habitación y tomó la pistola de Santiago para dársela en caso de necesitarla. Se encontró
con Plácida Linero, pero no se atrevió a decirle acerca de la amenaza de los Vicario y
sin más explicaciones se marchó a buscarlo. En la plaza se encontró con el padre
Amador, pero no le pareció que pudiera hacer por Santiago Nasar nada distinto de
salvarle el alma. Iba otra vez hacia el puerto cuando escuchó que lo llamaban los
gemelos desde la tienda de Clotilde, así que Cristo Bedoya les dijo que tuvieran cuidado
porque Santiago estaba armado. En la puerta del Club Social, Bedoya se encontró con el
coronel Lázaro Aponte y le contó lo que acababa de ocurrir en la tienda de Clotilde.
Aponte prometió ocuparse del caso, pero primero entró al Club Social para confirmar
una cita de dominó y cuando volvió a salir ya estaba consumado el crimen. Cristo
Bedoya cometió entonces su único error mortal: pensó que Santiago Nasar había
resuelto a última hora desayunar en casa de Margot y fue a buscarlo allá. Al doblar la
última esquina, reconoció de espaldas a la madre de Margot, pero ella, envuelta en
lágrimas, le dijo que ya lo habían matado.

Mientras Cristo Bedoya lo buscaba, Santiago Nasar había entrado en la casa de Flora
Miguel, su novia y futura esposa para la próxima víspera de Navidad. Flora Miguel
despertó aquel lunes con los primeros bramidos del buque del obispo y poco después se
enteró que los gemelos Vicario estaban esperando a Santiago para matarlo. Santiago
acababa de dejar a Cristo Bedoya en la tienda de Yamil Shaium y cuando entró a ver a
su novia ella le aventó el cofre con las cartas de amor que le había escrito y le deseó que
lo mataran. El padre de Flora Miguel le explicó a Santiago que los gemelos lo querían
matar y que podía ocultarse allí o llevarse una escopeta para defenderse. Santiago salió
rápidamente de allí y fue rumbo a su casa. Al dirigirse a su casa, lo vieron los hermanos
y Clotilde le gritó a Santiago que corriera para salvarse. Cinco minutos antes, en la
cocina, Victoria Guzmán le había contado a Plácida Linero lo que todo el mundo sabía.
En la sala, donde estaba trapeando Divina Flor, la hija de Victoria Guzmán, vio a
Santiago Nasar entrar por la puerta de la plaza. Placida Linero vio entonces el papel con
la advertencia en el suelo, pero no pensó en recogerlo. A través de la puerta vio a los
Vicario que venían corriendo hacia la casa con los cuchillos desnudos. Desde el lugar en
que ella se encontraba, podía verlos a ellos, pero no alcanzaba a ver a su hijo que corría
desde el otro ángulo hacia la puerta, y como pensó que él ya estaba dentro y que los
gemelos querían meterse para matarlo dentro de la casa, corrió hacia la puerta y la cerró
de un golpe. Estaba pasando la tranca cuando oyó los gritos de su hijo y los puñetazos
de terror en la puerta, pero creyó que él estaba arriba insultando a los hermanos Vicario
desde el balcón de su dormitorio y subió a ayudarlo.

Santiago necesitaba apenas unos minutos para entrar cuando se cerró la puerta. Los
gemelos lo apuñalaban varias veces y esperaban que se derribara, pero éste no caía y
según los hermanos, parecía que se estaba riendo. Cuando creyeron que ya lo habían
matado se fueron corriendo hacia la iglesia. Santiago se levantó, sosteniéndose las
entrañas, y trató de entrar por la puerta de la cocina, atravesó la casa de unos vecinos
desconcertados por el bullicio y el aspecto de Santiago, y en cuanto entró a su casa,
murió.

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