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La autonomía de la voluntad

Ya vimos que los actos voluntarios son los que se realizan empleando el conocimiento de los hechos y sus consecuencias
(discernimiento) con intención de hacerlos (dirigidos hacia el fin previsto) y con libertad (sin coacción).

La voluntad implica entonces la libre expresión del querer del sujeto, que se manifiesta claramente cuando contrata
con otra persona, sujetándose por su propio deseo a las cláusulas allí impuestas.

La legislación le ha otorgado en el ámbito privado (sobre todo en el Derecho Civil y Comercial) amplia facultad a la
voluntad de las partes para regir sus relaciones jurídicas, sobre todo en los códigos liberales del siglo XIX, donde se le
brinda al individuo máxima participación como sujeto de derecho en la elaboración de reglas que suplan normas
dispositivas, que solo regirán en el caso de que las partes no hubieran manifestado nada al respecto (en forma
supletoria). Por ejemplo, si el contrato nada dice sobre donde debe hacerse el pago tratándose de bienes inmuebles,
debe hacerse donde ellos están situados, y en el caso de los muebles en el domicilio del deudor; pero las partes
pueden disponer libremente otra cosa.

El artículo 1197 del Código Civil argentino así lo consagra al disponer que lo convenido en los contratos, es para las
partes una regla, idéntica a la misma ley (“pacta sunt servanda”)

Este desmesurado poder a la autonomía de la voluntad que puede dar lugar a situaciones injustas cuando por
ejemplo cambian las circunstancias en que el contrato se efectuó, o las partes no están en igual de situaciones, y una
puede aprovecharse de la necesidad de la otra, hizo morigerar esa fuerza de la libertad contractual. Un ejemplo de
ello es el artículo 1198 del C.C. argentino incorporado por la reforma de la ley 17.711 que prevé la teoría de la
imprevisión, aplicable también a los contratos aleatorios. El artículo 954 reformado por la misma ley hizo nacer
legalmente la teoría de la lesión enorme, para lograr mayor equidad en las contrataciones.

CAPITULO 4.- Autonomía de la Voluntad

Grandes principios de nuestro Ordenamiento Civil y Régimen contractual:

a.- La idea de la autonomía de la voluntad, teniendo como límites el orden público y las buenas costumbres.

b.- La idea del consensualismo: en principio no se impone una forma para expresar la voluntad salvo cuando la ley lo
estable a titulo expreso.

c.- La idea de la asimilación del contrato a la ley

d.- La idea del principio de la buena fe

4.1.- La concepción liberal o voluntarista

Jurista alemán n. el 26 jun. 1817 en Düsseldorf y m. en Leipzig el 26 oct. 1892. Cursó estudios en las Univ. de Berlín y
Bonn, doctorándose en ésta el 22 dic. 1838. Hizo la «libera docencia» en 1840, y en 1847 fue nombrado profesor de
Derecho romano y de Derecho civil francés de la Univ. de Bonn; en el mismo año fue llamado como catedrático a la
Univ. de Basilea, de donde pasó luego a las de Greifswald ( 1852), Munich ( 1857), Heidelberg (1871) y Leipzig (1874),
donde murió. En 1874 fue nombrado miembro de la comisión encargada de redactar el proyecto de CC alemán, en la
cual trabajo de 1879 a 1833. La obra que le dio más fama fue el Lehrbuch des Pandektenrechts (Tratado del Derecho
de pandectas, Düsseldorf 1862-70; 9 ed., con interesantes adiciones de T. Kipp, Francfort del Main 1906), que influyó
en gran medida sobre el CC alemán y que indudablemente constituye el mejor resumen de la doctrina pandectista.
Por esta razón influyó extraordinariamente en muchos países, como p. ej., en Italia, donde se hizo una traducción
anotada por Fadda y Bensa, que luego continuó P. Bonfante. Además del Lehrbuch, W. escribió otras monografías
que pueden considerarse preparatorias o desarrollos del mismo. Son: Die Lehre des romischen Rechts van der
Varaussetzung, (La teoría del presupuesto (de los negocios jurídicos) en el Derecho romano), Düsseldorf 1850; Die
Singularsuccessian in Obligatianen (La sucesión singular en las obligaciones), en Krit. Ueberschau, Munich 1853;
Recht und Rechts- wissenschalt (Derecho y ciencia del Derecho), Greifswald 1854; Die Aktia des romischen Civilrechts
van Standpunke des heutigen Rechts (La acción del Derecho civil romano desde el punto de vista del Derecho actual),
Düsseldorf 1856; Die Actia. Abwehr gegen T. Muther (La acción. Réplica a Muther), Düsseldorf 1857; Grundriss zu
Pandektenvarlesungen (Compendio entre las lecciones de Pandectas), Munich 1858; Wille und Willenserkliirung
(Voluntad y declaración de voluntad), Leipzig 1878 (publicado también en Archiv I. de. civil. Praxis 1880), etc. Algunos
discursos y monografías de w. fueron reunidos por P. Oertmann en la obra Gesammelte Reden und Abhandlungen
(Discursos y trabajos reunidos), 1904.
La autonomía de la voluntad: a juicio del autor, un debate en curso
La mayoría de los autores sitúan el origen de la teoría actual de los contratos en el individualismo y el liberalismo
político.

Según la concepción liberal del contrato, la sociedad no existiría sino para servir a los intereses del individuo. Para los
filósofos del siglo XVIII, la voluntad está en la fuente de todos los derechos.

hay numerosas personas que carecen de voluntad en sentido psicológico: los incapaces, los recién nacidos

Tesis de Bernardo Windscheid: "El Derecho subjetivo es un poder o señorío de la voluntad, reconocido por el orden
jurídico" (Teoría de la voluntad)

Dice Windscheid que la expresión Derecho Subjetivo suele emplearse en dos sentido diferentes: como facultad de
exigir determinado comportamiento positivo o negativo y en otro sentido: que el propietario tiene derecho a
enajenar sus propiedades, el propietario de un crédito a hacer cesión del mismo, etc. Como se ve la voluntad del
titular es decisiva.

4.2.- El consentimiento dirigido

(Frankfurt del Main, 1779-Berlín, 1861) Jurista alemán. Fundador de la escuela histórica alemana, fue profesor en las
universidades de Magburgo y de Landshut y el primer catedrático de derecho romano en la Universidad de Berlín. A
partir de 1848 se dedicó exclusivamente a realizar trabajos científicos. Entre sus obras destacan Historia del derecho
romano en la Edad Media (1815-1831) y Tratado de derecho romano (1840-1849).

Una nueva concepción surge con la escuela histórica, cuyo máximo representante fue el Alemán Von Savigny. Para la
escuela histórica, la fuente del derecho es el "espíritu del pueblo". El legislador no sería más que un mero traductor
de este "espíritu".

Según una concepción dirigista, el contrato estaría vinculado al cambio y a la evolución de la sociedad. Las escuelas
sociales y socialistas del siglo XIX han reaccionado vivamente contra la doctrina liberal insuflando un nuevo punto de
vista.
La sociedad como fuente. Para Dugüit, por ejemplo, la voluntad es impotente ella sola para crear obligaciones;
puesto que solo la sociedad tiene este poder, "la voluntad no es más que un conmutador, dando pasaje a una
corriente cuya fuente está más allá".

La fuerza obligatoria del contrato no proviene solamente de la autonomía de la voluntad sino más bien de un orden
superior.

4.3.- Autonomía de la voluntad y fuerza obligatoria de los contratos


Posición clásica

"El principio de la autonomía de la voluntad es la aplicación en materia contractual de las doctrinas liberales e
individualistas de la Revolución Francesa, y que alcanzaron su mayor auge durante el siglo pasado. Si los derechos
son meras facultades que la ley reconoce existir en el individuo y la libertad es la base de toda actividad humana, es
lógico que ella pueda obrar como mejor le plazca, no siendo naturalmente contra el orden público la moral y las
buenas costumbres."

ALESSANDRI define la autonomía de la voluntad como "la libertad de que gozan los particulares para pactar los
contratos que les plazcan, y de determinar su contenido, efectos y duración", y señala que esta voluntad es
soberana, que el contrato nace del acuerdo de voluntades.
Por su parte, LÓPEZ SANTA MARÍA, cuyo libro sobre "Los Contratos" es el más completo en la doctrina chilena en
aspectos teóricos, señala que "El principio de la autonomía de la voluntad es una doctrina de filosofía jurídica según
la cual toda obligación reposa esencialmente sobre la voluntad de las partes. Esta es, a la vez, la fuente y la medida
de los derechos y de las obligaciones que el contrato produce".

Es así como la autonomía de la voluntad se funda en los principios propios de la Ilustración de la libertad y la igualdad
llevados al plano jurídico, que se traduce en la igualdad y libertad jurídica de las partes. A su vez, en la libertad
jurídica puede distinguirse la libertad para contratar de la libertad contractual, surgiendo de éstas la fuerza
obligatoria del contrato.

Siguiendo esta sistematización propuesta por CONTARINO, quien analiza los contratos civiles y comerciales en el
derecho argentino, la igualdad jurídica se funda en la garantía constitucional de la igualdad ante el derecho,
consagrado en el equivalente a la Constitución argentina en el artículo 19 número 2 de la Constitución chilena, sin
perjuicio de las desigualdades económicas o culturales que naturalmente existen o que ha introducido el excesivo
individualismo, situaciones que deben ser corregidas por la ley.

La libertad jurídica, por su parte, se divide en la libertad para contratar, que es la libertad para celebrar o no el
contrato y con quien, y la libertad contractual, que es la libertad para fijar los términos o contenido del contrato. De
esta manera, la libertad jurídica "comprende las siguientes facultades: celebrar o no celebrar el contrato, elegir la
persona del cocontratante, determinar el objeto en todos sus aspectos elegir la forma de instrumentación excepto
los casos de los actos solemnes , modificar el contrato, transmitir la posición contractual, extinguir el contrato."
Asimismo, comprende pactar cláusulas diferentes u opuestas a la ley, crear contratos tipo diferentes de los de la ley,
crear contratos atípicos, en síntesis establecer contratos únicos.
Ahora bien, el efecto de esta concepción se traduce en la fuerza obligatoria del contrato y su intangibilidad por
terceros o el juez.

En nuestra legislación no cabe duda que los contratos, radican su fuerza obligatoria en la voluntad de las partes para
obligarse. Si bien el artículo 1438 del Código Civil define contrato o convención como "un acto por el cual una parte
se obliga para con otra a dar, hacer o no hacer alguna cosa", a continuación el Título II del Libro IV del Código Civil se
denomina "De los actos y declaraciones de voluntad", que viene a establecer los requisitos para que las obligaciones
siendo los contratos una forma de obligarse - y valga la redundancia, sean válidas para obligar por un acto o
declaración de voluntad. Además, así lo sostiene el Mensaje del Código que señala que su fuente en materia de
contratos son los códigos modernos, en especial el francés, que a su vez radica dicha obligatoriedad en la voluntad.

2.2. Nuevas tendencias

Ya ALESSANDRI en sus clases en la década de 1940 sostenía que la exageración del principio de la autonomía de la
voluntad y las transformaciones de la economía y de la sociedad estaban produciendo severas críticas al principio, y
entra a explicar las limitaciones que éste presenta, tales como el derecho del trabajo, el establecimiento de sueldos
vitales, límites a los intereses por créditos, etc.

En la actualidad, si bien Chile ha retomado sendas más liberales en la economía, se mantienen muchas limitaciones a
la libertad contractual, básicamente fundadas en el desequilibrio de las partes contratantes, desequilibrios que se
manifiestan en temas de información de las materias a contratar. Señala que "nuevas doctrinas económicas y nuevas
explicaciones respecto de los contratos se preguntan por los límites de la libertad de mercado y la libertad
contractual. Los argumentos se centran en los problemas que presenta la doctrina contractual voluntarista
tradicional ante el problema de los monopolios, los casos en que el mercado falla como mecanismo de asignación de
recursos (externalidades) y los casos donde existe ignorancia en las partes contratantes. Los monopolios que surgen
en el siglo XX son distintos de los inocentes monopolios del siglo anterior, porque su tamaño y fuerza les permite
eliminar su competencia y distorsionar el mercado, que es la base de la libertad de contratación. Asimismo, la libre
contratación tampoco puede darse allí donde existen externalidades. En efecto, los costos asociados a las
externalidades no pueden ser objeto de contratación, porque no necesariamente se pagan o porque los beneficios
que implican no se recompensan. Por último la progresiva ignorancia que surge de la creciente complejidad de la
vida moderna y la dificultad de educar para contratar adecuadamente hacen insostenibles los principios de la
doctrina contractual tradicional".

LÓPEZ SANTA MARÍA señala que la ruptura o deterioro de la libertad contractual viene dado por el dirigismo
contractual. "Por razones de orden público económico (manipular o manejar la economía nacional), o de orden
público social (proteger a los grupos sociales más débiles, como trabajadores, arrendatarios, consumidores), el
legislador cada vez con más frecuencia, fija imperativamente las cláusulas más relevantes de ciertos contratos, los
que dejan de estar entregados a la libre decisión de las partes". O bien, se afecta la libertad de conclusión de los
contratos a través de la contratación forzosa o impuesta.

El mismo análisis lo encontramos en la doctrina española. DÍEZ PICAZO señala que han aparecido nuevas formas
contractuales, como los contratos tipo o contratos masa, dados por los cambios en el tráfico económico cada vez
más acelerado; los contratos normados o dotados de un contenido imperativo determinado dados por los
condicionamientos de la política social y económica; y los contratos forzosos, producto del dirigismo contractual del
Estado. Existen también las llamadas prestaciones de tráfico en masa, que consisten en obligación que surgen del
hecho de un determinado comportamiento sin que medie expresión de voluntad, sino de una conducta social típica.
Por otra parte, la protección de los consumidores ha hecho nacer un nuevo derecho de los contratos, incluso
protegido constitucionalmente en otras legislaciones como la española.

Tenemos así que la autonomía de la voluntad no rige completamente la formación de los contratos en el tiempo
actual. Sin embargo, en muchos casos, aunque el contenido del contrato este predefinido, continúa existiendo la
libertad de contratar o no en la mayoría de los casos. Y en aquellos casos en que no existe tal libertad, como la
prestación de servicios de consumo básico (agua, electricidad, gas) la legislación se preocupa de mitigar sus posibles
efectos nocivos, restableciendo la "igualdad" de las condiciones entre las partes para contratar. Así, no sólo existe la
protección de los consumidores, sino otro conjunto de reglas como las normas de libre competencia, agencias
estatales o superintendencias de control, sistemas de tarificación, obligatoriedad en la prestación del servicio.

En consecuencia, aquel aspecto de la autonomía de la voluntad que se ha visto mitigado, y que nos interesa a
continuación, es el de la libertad contractual, en cuanto a que los términos y contenidos del contrato no están
libremente acordados por las partes.

Aún dentro de esta concepción, que no es sino una derivación de la clásica, la fuerza obligatoria de tales contratos
continúa fundándose en la voluntad de las partes

 PARADOJAS DE LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD EN LAS RELACIONES DE TRABAJO

José Manuel LASTRA LASTRA *

I. INTRODUCCIÓN

En las relaciones de trabajo, la autonomía de la voluntad encuentra sus límites en el orden público. El vínculo
jurídico-laboral crea una desigualdad al someter o subordinar la voluntad del trabajador a la jerarquía creada de
antemano, por el contrato de trabajo. La clave de esta construcción jurídica es paradójica a la autonomía de la
voluntad, de los que, en forma libre, aceptan una relación de sometimiento o subordinación que los coloca a
disposición del empresario, que ordena frente a quien adquiere la obligación de obedecer, durante la ejecución del
contrato. El objeto del acuerdo del trabajador asalariado consiste en renunciar a su voluntad autónoma, para
someterla al empleador. El poder patronal crece, en cuanto más amplio sea el margen de indeterminación de las
obligaciones del trabajador. Por eso, en el contrato de trabajo la voluntad se somete, y en el contrato civil se
compromete. El compromiso manifiesta la libertad, la sumisión la niega. Esta contradicción entre autonomía de la
voluntad y la subordinación de la voluntad, conduce a que el trabajador en la empresa sea visto como sujeto y objeto
del contrato. Es así como la fuerza obligatoria del contrato se difumina en beneficio del empresario. Frente a estas
realidades cabría preguntar: ¿es posible fundar en la autonomía de la voluntad, la fuerza obligatoria de una relación
jerárquica como el vínculo de subordinación? La única libertad del trabajador, en tal estructura jurídica, consiste en
elegir al empresario a quien ha de someterse o subordinarse.

IV. EL OBJETO DEL VÍNCULO LABORAL

El contrato de trabajo es el origen y el permanente fundamento de las obligaciones recíprocas entre trabajador y
empresario. En las que el trabajador entrega libremente su trabajo de acuerdo con las condiciones pactadas, y bajo
la potestad organizadora del empresario, quien debe retribuirlo. La categoría jurídica contractual cumple así la
función de "constituir y regular la relación patrimonial de intercambio de trabajo por salario".63

La persona física constituye el objeto de la prestación del trabajador. El cuerpo es el lugar, el pasaje obligado de "la
realización de las obligaciones del trabajador; es la cosa misma que forma la materia del contrato".64
La persona humana es tanto el objeto del contrato como el sujeto del mismo. El objeto del trabajo asalariado no son
"los frutos sino el trabajo mismo".65 El trabajador es ajeno al resultado de su trabajo, se paga el trabajo y "no su
resultado".66

El que trabaja bajo dependencia no organiza su trabajo, lo presta bajo las órdenes y el "dominio físico"67 de otro,
por ello no tienen ningún control sobre el resultado.

El trabajador no adquiere en ningún momento derecho sobre la cosa producida, la cosa no participa nunca del
intercambio de prestaciones. No es sujeto "perceptor del valor de su trabajo".68 No tienen la propiedad de los
instrumentos ni de los materiales, no son, en el contrato, "propietarios de nada".69 El patrono es "el propietario
único de todos los productos en el curso de su transformación, y después".70

La actividad o energía en que se cifra el trabajo es inescindible de aquel que lo realiza. El bien jurídico protegido por
el derecho del trabajo es "el hombre, su vida, su integridad, su personalidad moral".71

La moral individual parte de uno para enlazar con los demás; la solidaridad social implica la coparticipación en los
sentimientos y hábitos de conducta que exaltan "la cohesión, la mutua confianza, la responsabilidad colectiva y la
entrega a una empresa común".72

La cohesión social, la conciencia del deber, la honestidad, la rectitud, la mutua confianza, son "el trasfondo que se
descubre a través de la buena fe".73 Principio supremo y absoluto que domina todo el derecho de obligaciones. El
deber de buena fe es "un estricto deber jurídico, su inobservancia puede generar graves sanciones contractuales".74
Las prestaciones y los beneficios ofrecidos asumen inevitablemente la relevancia de bienes económicos. La situación
de dependencia y disminución de la libertad del hombre en el cumplimiento de la actividad laboral, constituye la
razón y el dato constante de referencia del derecho que disciplina el trabajo subordinado, del que surge la obligación
de trabajar bajo la dependencia del empresario, es el contenido "fundamental y clave de los efectos".75 Al parecer,
las tendencias actuales pretenden reconstruir "las formas del trabajo subordinado y las relaciones de poder en la
economía y en la sociedad, que influyen también en sus relaciones con el Estado".76 Sin embargo, hasta ahora el
vínculo jurídico contractual cumple la función de constituir y regular la "relación patrimonial de intercambio de
trabajo por salario".77 La causa del contrato está en "la cesión remunerada de los frutos que del mismo resultan; es
decir, pasan a integrar el patrimonio de persona distinta del trabajador".78

V. PARADOJAS DEL VÍNCULO LABORAL

El contrato de trabajo crea una jerarquía entre iguales. La clave de esta construcción jurídica, paradójica, es la
autonomía de la voluntad de los que se sitúan en forma libre en una relación de subordinación con respecto de otro.
El contrato de trabajo pone a disposición del empresario al trabajador. Éste adquiere un poder de dirección continuo
sobre quien labora durante la ejecución del contrato. En opinión de Néstor de Buen, el supuesto contrato "se
perfecciona en un verdadero estado de necesidad... quien pide el trabajo lo hace bajo la preocupación de satisfacer
necesidades imperiosas e ineludibles".79

Las declaraciones teóricas de igualdad de derechos "se convirtieron en irrisorias"80 e ineficaces para el trabajador. A
través de ellas se pretendió "borrar las diferencias que la naturaleza, la educación, una desigual distribución de la
riqueza, mantienen entre los componentes de la sociedad".81 El acuerdo libre de voluntades surgió como un
apotegma y el "más sangriento de los sarcasmos",82 basado en el irritante escarnio de considerar a "las partes
económicamente iguales".83 Para ello era necesario buscar un "garantismo fullero"84 que legitimara la sumisión del
trabajador, "bajo la máscara de un contrato",85 a rigurosos controles de tipo técnico y social. A partir de ese
momento, el contrato se convertiría en el "espejo jurídico de funciones sociales específicas"86 y en "chaperón
embarazoso",87 pletórico de formulismos, a través del cual deben viajar el trabajador y el derecho.

En los contratos civiles -según Supiot- "la voluntad se compromete: en el contrato de trabajo se somete. El
compromiso manifiesta la libertad, la sumisión la niega".88 Esta contradicción entre la autonomía de la voluntad y la
subordinación de la voluntad, conduce a que el trabajador sea visto en la empresa, "como sujeto y como objeto del
contrato".89

Quienes preludiaron la decadencia del contrato como un hecho incontrovertible, aceptaron también la necesidad de
su existencia en el ámbito pequeño que la sociedad actual deja a la libertad humana",90 unos mencionaron su
ineficacia o inoperancia en los actos jurídicos que "no producen sus efectos",91 y otros hablaron de la frustración
producida por la figura contractual, cuando "alteran las previsiones sustanciales que las partes tuvieron presentes al
tiempo de celebrar el contrato".92

Sin embargo, el contrato aun existe para configurar vínculos jurídicos y producir efectos trascendentes en el mundo
del derecho, aun cuando en materia de trabajo sea abundante la "variedad de atipicidades".93

Para infortunio del trabajo, "el poder que pierde el Estado lo gana la Empresa".94 Esta inoportuna inversión mengua
la estabilidad y derechos adquiridos, anula la práctica de la promoción profesional y "recurre al egoísmo como factor
animador que reemplace a la solidaridad",95 para acrecentar el "poder unilateral del empresario".96

VI. NOCIÓN DE AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD PRIVADA

El vocablo autonomía, en sus diversas connotaciones "significa: ley propia (gr. autonomia; de autos, propio, y nomos,
ley)".97 El concepto autonomía es empleado para significar la "facultad de gobernar las propias acciones, sin
depender de otro".98 Quien goza de autonomía es el que puede darse, a sí mismo, las formas de autorregular su
conducta, el carácter de autónomo implica autogobernarse. En opinión de García Máynez, la autonomía "es la
capacidad de una persona (individual o colectiva), de darse las leyes que han de regir sus actos".99

El derecho, en general, versa sobre "la conducta; es ordenación de conducta, concierne al comportamiento del
hombre".100 El derecho es producto de la voluntad general representada por la ley, la cual tiende a regir la
concurrencia de las voluntades de los individuos, dotándoles, dentro de límites, del máximo poder creador de sus
propias relaciones. La libertad de auto obligarse es "el resultado último a que conduce el poder autónomo de la
voluntad".101

Para Hernández Gil, la autonomía de la voluntad puede manifestarse en tres formas: 1. autodecisión, 2.
autorregulación, 3. auto-obligación. La libre conclusión o celebración del contrato (autodecisión) se concibe como
"un acto totalmente voluntario, desde el punto de vista de su celebración, toda persona es libre de contratar o no. El
contrato no se impone".102 Es fruto de determinaciones volitivas, libremente adoptadas. Por regla general, basta la
coincidencia de las voluntades para que surja el contrato. Es decir: consensualismo y espiritualismo. El contrato
existe desde que se perfecciona, lo cual daba lugar al nacimiento de las obligaciones. La libertad para la
determinación del contenido del contrato (autorregulación) se refiere a las normas reguladoras que pueden ser
imperativas o prohibitivas y, en una gran parte, dispositivas o supletivas. Las imperativas fijan los límites dentro de
los cuales actúa la autonomía de la voluntad; ésta no puede válidamente sobrepasarlos. En cuanto a las normas
dispositivas, son las que reconocen un poder regulador a la voluntad, y las supletivas sustituyen o complementan la
voluntad, para el caso de que no llegue a declararse, y convierten en norma lo que presumiblemente cabría
considerar deseado. Las normas imperativas son inderogables por la acción de la voluntad; o se acatan o se violan;
no hay otra posibilidad de actitud hacia ellas, y sólo la primera es jurídicamente eficaz.
La concepción tradicional del contrato no excluye la presencia de normas imperativas, inderogables. La propia
institución contractual aparece modelada por la concurrencia de un conjunto de elementos o requisitos, a los que se
subordina su validez jurídica; sin ellos, el contrato no existe. El poder autónomo reconocido a la voluntad no puede
elaborar un contrato sin esos elementos. El contenido concreto de cada contrato lo dictan las partes contratantes.
Son ellas las que libremente determinan la composición de intereses que encierra el contrato. En este orden de
ideas, la autonomía de la voluntad equivale a autorregulación. La fuerza vinculante del contrato (auto-obligarse),
significa que el contrato se celebra con libertad; y se fija su contenido con libertad. Surgido así, aparece dotado de
fuerza normativa vinculante. Lo pactado, es decir, lo recíprocamente autorregulado, pasa a ser precepto que vincula
a los contratantes. Obligarse es, en el contrato, auto-obligarse. Hay que estar no a lo impuesto desde fuera, sino a lo
querido desde dentro. La vida del contrato viene a ser una inalterable subsistencia de lo querido.

VII. AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD PRIVADA

Los intereses de los particulares existen con independencia de la tutela jurídica y se mueven a través de continuas
vicisitudes, éstos proveen a la satisfacción de las necesidades propias, según su libre apreciación, mediante
relaciones diversas. La iniciativa privada es el mecanismo motor de toda regulación recíproca de intereses, es el
"poder de autodeterminación de la persona".103 Para "dictarse uno a sí mismo, la ley o el precepto, el poder de
gobernarse a sí mismo".104 Es el poder de la persona para reglamentar y ordenar las relaciones jurídicas en las que
es o ha de ser parte.

La autonomía privada es libertad individual que permite hacer o no hacer, otorgar al individuo una esfera de
actuación, es un reconocimiento del valor jurídico de sus actos que serán vinculantes y preceptivos. El ejercicio de la
autonomía privada permite la realización de "actos de autodeterminación, autorregulación de intereses propios".105
Los negocios de la vida privada asumen la calidad de negocios jurídicos. El derecho proporciona a los particulares la
posibilidad de regir sus intereses en la vida de relación. La autonomía privada constituye la posibilidad de
autorregularse, la cual se ejercita "estableciendo, disponiendo, gobernando, es un poder de ordenación de la esfera
de la vida privada de la persona".106 Díez-Picazo no acepta el carácter de fuente que algunos autores pretenden
atribuirle, porque "el poder individual carece de aptitud para crear normas de derecho".107 La función
reglamentaria de la autonomía privada establece que las obligaciones derivadas de los contratos tienen fuerza de ley
entre las partes contratantes, sólo tienen como límite el orden público y las buenas costumbres. En los contratos
civiles, es tradicional que cada uno se obligue en la forma y términos que aparezca que quiso obligarse, con la
salvedad de que el fin o motivo determinante de la voluntad no sea contrario al orden público ni a la moral o a las
buenas costumbres.

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