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No votes con v de venganza

No voy a repetir los análisis que la mayoría de periodistas, columnistas, cientistas políticos, ciudadanos
y demás preocupados por el futuro de nuestro país plantean en relación con el  voto del domingo
pasado: los ignorados y no los ignorantes han dejado constancia de su posición, según rezaban los
carteles de las redes sociales. Tampoco quiero hablar del racismo que se ha soltado como géiser en las
mismas y que ha levantado el fantasma de la polaridad otra vez, ni de los diversos escenarios que se
abren según miremos al Perú desde Lima o desde las provincias porque, como comentaba hace poco
un analista, la urgencia de presencia del Estado es un reclamo constante en Amazonas o Puno, pero no
necesariamente en las calles polvorientas de la gran Lima. El tema es ahora qué hacer con nuestro voto
ante las elecciones del 5 de junio.

Yo he votado varias veces viciado. Debo confesar que esa ha sido una de las posiciones que a lo largo
de mi vida como ciudadana de a pie he tomado sin cautela. Las alternativas que se me presentaban,
desde mi perspectiva en situaciones que no pasaban mis candidatos a segunda vuelta, no me
convencían y optaba por la más radical pero más fácil a su vez: viciar. El voto en blanco siempre es un
albur en el sentido de que no sabemos con exactitud cómo será evaluado en conjunto y viciar además te
permitía conjurar la cólera de no tener una alternativa en esa cédula de sufragio. Por eso, tarjar la cara
de los otros candidatos o escribir un improperio se asemejaba a una suerte de venganza ante la
impotencia.

Sin embargo, ante determinadas situaciones sociales, el voto viciado con v de vendetta es totalmente
contraproducente. Es una opción, me dirán los formalistas, por supuesto que sí y además democrática y
válida; pero en escenarios como los que debemos de enfrentar ahora no sería una alternativa
provechosa. En primer lugar, porque nos enfrentamos a un encuentro cara a cara con la raíz de la más
profunda crisis moral del país. Y de las crisis morales no se sale sencillamente con crecimiento
económico. Se trata de una situación que aún no hemos podido sanar, ni con el visionado de los casi
olvidados “vladivideos” ni con la CVR ni con las leyes de reparaciones ni con el crecimiento al 6%. Es
una crisis que ha quedado como remanente detrás de la ceguera de la clase empresarial, de los
políticos venidos a menos y de los periodistas que quieren pasar piola; por eso mismo debemos hacerle
frente.

Considero personalmente que viciar el voto es asumir una actitud nihilista y no está a la altura de las
necesidades democráticas del Perú. Viciar el voto es no tomar una decisión valiente frente al
requerimiento moral de un país que ha pasado por heridas de sangre y tajos de corrupción que aún
ahora nos laten como un dolor sordo, agudo, profundo y vergonzoso.

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