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EL OTRO SHAKESPEARE

RAUL OSCAR IFRAN


Punta Alta. Buenos Aires. Argentina
En 1593 el dramaturgo inglés Christopher Marlowe habia escrito media docena de obras que lo
presentaban como el mas promisorio de los literatos de su época. Titulos como “El judio de Malta”,
“Hero y Leandro”, “Tamburlaine el grande” y, sobre todo, “La trágica historia del doctor Fausto”,
presagiaban en este University Wit, como llamaron en la época a los egresados de Oxford y
Cambridge, a un genio del drama de calidad excepcional.
Lástima que Christopher Marlowe murió en esa fecha con veintinueve años de edad, en una riña de
taberna, tronchando asi una carrera que prometía dejarle al mundo una obra abundante y admirable.

“Trunca está la rama que pudo haber crecido recta” rezaba el final de “La trágica historia de la vida
y la muerte del doctor Fausto” y, acaso, en esta frase estaba resumida la desgracia de su destino.
Curiosamente, el juez de la reina Isabel I de Inglaterra, absolvió luego de un sumario proceso al
asesino, el cuerpo del muerto con el rostro desfigurado fue presurosamente sepultado y el informe
judicial meticulosamente archivado al punto que recién en 1925, después de trescientos treinta y dos
años, fue descubierto y analizado.
Los investigadores de la historia, los infaltables revisionistas, revelaron que Christopher Marlowe
desarrollaba una actividad paralela y secreta que nada tenia que ver con su magnífica producción
intelectual. Era nada menos que agente secreto al servicio de su pais y habia oficiado como
mensajero clandestino en Europa recolectando y enviando información acerca de los movimientos
de la España de Felipe II que amenazaba a la Inglaterra de Isabel I.

La monarca había restablecido, a la muerte de su hermanastra Mary, la iglesia anglicana creada por
su padre Enrique VIII. En ese momento el tema religioso era suficiente como para desatar una
guerra entre naciones o bien determinar el cadalso para los individuos como sucediera con Tomas
Moro en la Torre de Londres o con Mary Stuart, reina de Escocia, en Fotheringay.

Casi simultáneamente con el hallazgo de este expediente aparecieron algunas cartas que fueron
dilucidando una trama digna de sus célebres protagonistas. La primera de ellas fue determinante
para el armado de este episodio. Databa de mayo de 1593 y fue encontrada en unos viejos anaqueles
de Hathaway Cottage en Stratford-upon-Avon durante unos trabajos de restauración. “Un actor de
Londres- decía en uno de sus párrafos- representante y ciertamente muy allegado al señor
Christopher Marlowe- maravilloso dramaturgo- me ha convocado al villorio de Deptford conocedor
de las tres partes de mi Enrique VI, con el afán de establecer en la city una sociedad dedicada a las
representaciones teatrales, actividad que alla es muy lucrativa y que dispensa enorme prestigio. Si la
fortuna asi lo desea, habremos terminado con nuestras modestas presentaciones de Pentecostés y
compartiremos algo grande en Blackfriars, tal vez con “Los varones de la reina”. Estaba dirigida a
Anne Hathaway y la firmaba un tal Guglielmus Shaksper.

Los investigadores no precisaron indagar mucho para determinar que esta firma correspondía a
William Shakespeare, ya que en el registro de la parroquia de la Santisima Trinidad de su pueblo
natal está anotado su bautismo donde, en latín, se lo reconoce como “Guglielmus, filius Johannes
Shaksper”. Los expertos consideraban que aportaba autenticidad al documento, el hecho de que
Shakespeare, hombre de modesta educación y nula formación académica, gustaba firmar en latín,
presumiendo del conocimiento de esta lengua que había estudiado en su niñez en Guild-Chapel.

Las otras cartas fueron halladas en el mismo paquete que desentrañó en 1925 el informe oficial y
veredicto final del caso Marlowe. Una de ellas era de la autoría de sir Francis Walsingham, jefe del
servicio secreto de la reina Isabel y estaba destinada a su primo hermano Thomas Walsingham. En
la parte que nos interesa a los fines del relato consta que “...no debes afligirte estimado primo. En
atención a tu pedido de consideración para tu amigo Marlowe, debo decirte que aplicaremos estricta
justicia aunque para ello debamos desviarnos un poco de la ley. Este joven ha dado numerosos
indicios que hacen sospechar de su conducta, pero tenemos la certeza de que todos sus errores se
deben a su carácter apasionado e impulsivo. No es un cripto-católico, no tiene nada que ver con los
panfletos que han aparecido esta primavera en los muros de Londres, no es un conspirador infiel a
la reina y no tiene arreglos con el monarca de España. Sabemos que ama a Dios, a su Reina y a su
Patria y sus servicios especiales han merecido el reconocimiento y el elogio. Es acreedor de nuestra
clemencia. Coincido con tu opinión de que merece una oportunidad , pero debes entender que hay
muchos hombres peligrosos y poderosos sentados en el Consejo Secreto que tienen el conocimiento
de que Marlowe está condenado a muerte. Entonces no nos queda mas remedio que ejecutar la ley,
al menos ante sus ojos.
Pero recuerda que no todo es tal como se ve. He encargado gran parte de los detalles a gente de mi
entera confianza y la confianza de Marlowe: Robert Poley”
Robert Poley era miembro del intrincado, del laberíntico servicio secreto isabelino a cargo de
Walsingham. Era un sujeto brusco, calculador y de muy mal carácter, muy rápido para la acción y
los litigios.

La última misiva la había escrito un tal Ingram Frizer, informante de Poley, y era para Nicholas
Skeres, utilizado por Frizer en la mayoría de sus intrigas como señuelo. En ella decia “...tengo un
trabajo para el servicio secreto de la reina y necesito tu apoyo. Si fuera solamente partirle el pecho
de una puñalada a un traidor sería casi un juego de niños. Pero lo que me piden es casi una jugada
de ajedrez y la movida tiene que ser exacta y perfecta. La misión es matar a un hombre que goza de
cierta celebridad y mucho prestigio, el señor Christopher Marlowe, que ha acompañado a Poley en
mas de una campaña. Lo extraño es que al cabo de la misión este hombre debe seguir vivo. Te
explicaré los detalles de mi plan apenas nos reunamos. Por lo pronto he vislumbrado que el
escenario propicio para la acción puede ser la casa de la viuda Bull en Deptford”

No debe asombrarnos la profusión de detalles que contenían las cartas de los complotados ya que
eran los únicos en la Inglaterra de la época que gozaban de la suficiente tranquilidad y seguridad
para hacerlo. Es sabido que sir Francis Walsingham habia creado una complicada red de espionaje,
a menudo solventada con su propio pecunio, cuya especialidad era precisamente interceptar el
correo de los sospechosos de conspiración.
A partir de estas cartas los historiadores confirmaron la vieja sospecha de que el crimen de Marlowe
no fue accidental sino friamente planeado y ejecutado. Pero ¿qué hacía William Shakespeare,
todavía un ilustre desconocido, en Deptford en 1593? ¿Cuál era el complot, que entre líneas, se
puede leer ordenando el rompecabezas de las cartas, el informe oficial y los hechos?

A continuación expongo una reconstrucción de la historia que, en su momento, fue propuesta por el
escritor Calvin Hoffman y el ensayista William Henry Smith.
El día miercoles 30 de mayo de 1593 un carruaje se detuvo frente a la puerta de la posada
“Eleanor”, propiedad de la viuda Eleanor Bull, en la aldea de Deptford distante cinco kilómetros al
sudeste de Londres cruzando el Támesis. De su interior descendieron cuatro caballeros que, con la
excusa de que el Consejo Real había clausurado todos los lugares públicos en Londres por la
epidemia de peste que asolaba la ciudad, iban a pasar un día de naipes, comidas y licor en ese
placentero rincón de los alrededores de la city.
Los hombres eran Christopher Marlowe, Ingram Frizer, Robert Poley y Nicholas Skeres, de quienes
tenemos a esta altura una ligera semblanza. Era un día caluroso de fines de primavera y una leve
brisa cargada de olores campestres cruzaba las terrosas calles de la aldea. El lugar era muy tranquilo
y discreto. El escenario ideal para un crimen.

Los hombres desayunaron opíparamente entre chanzas y risas, adelantando una jornada de
características especiales. Robert Poley tiró un mazo de naipes sobre la mesa y antes de que
Marlowe le pusiera una mano encima atravesó los cartones con su daga.
-lo siento Christopher, pero por el nombre de la reina virgen tienes que morir este mismo día. Sir

Francis Walsingham te descubrió.

Marlowe dio un brinco en su silla y extalló en uno de sus frecuentes ataques de violencia. Era muy
común en él arreglar las cosas a golpes y cuchilladas. En 1589 el propio Walsingham lo había
salvado de la cárcel después de asesinar a un hombre en una riña callejera. Sus compañeros de
juerga le aconsejaron calmarse. Poley le dijo que sus inclinaciones al catolicismo habían quedado al
descubierto tras la detención de su condiscípulo el dramaturgo Thomas Kyd, el mismo a quien Ben
Johnson llamaba graciosamente “Kyd el fantasioso”. En su alojamiento, hasta hacía poco
compartido con Marlowe, habían descubierto algunos escritos que podían interpretarse a la luz del
culto anglicano como blasfemos y la blasfemia era un delito capital punible con la hoguera.
Poley le dijo que Kyd reconoció en la cámara de tortura que esos escritos eran obra de Marlowe.
Algunos testigos del allanamiento reconocieron su caligrafía convalidando el testimonio de Kyd.

Marlowe objetó que él ya había prestado declaración hacía doce días por esos cargos y había sido
declarado inocente y puesto en libertad bajo fianza. Poley insistió en que el juicio había sido una
patraña para no comprometer a sir Francis Walsingham, ya que el acusado era íntimo amigo de su
primo menor Thomas con quien solía pasar sus días de descanso en Scadbury-in-Kent. Poley
remarcó que el juez de la reina había emitido un veredicto a modo de pantalla, pero que la decisión
final e ineludible era la muerte.
Marlowe se mostró abatido y comprendió que, intencionadamente, sus compañeros de posada lo
habían alejado de sus armas. Preguntó si lo matarían allí y en ese momento.

Los demás rieron estentóreamente.-nada de eso- contestó Frizer- hemos venido a pasar un día de
juerga y a eso nos dedicaremos.
Poley lo tranquilizó un poco diciéndole que sir Francis Walsingham a pedido de su primo le
perdonaría la vida bajo juramento de ser fiel a la Iglesia Protestante de Inglaterra, leal a la reina
virgen y no dedicarse nunca más a actividad política o militar. -tú que escribes tan bien... podrías
dedicarte nada más que al teatro ¿verdad? - sugirió Poley para redondear
además- su rostro se volvió sombrío al recalcar estas palabras- no podrás volver a ser Christopher
Marlowe bajo pena de perder la cabeza si lo olvidas. Pero, a todo esto ¿qué importancia real tienen
los nombres y qué importancia tiene la vida? ¿cuál de ambas propiedades inclina la balanza a su
favor?

Marlowe comentó que el plan se veía difícil a lo que Poley replicó que nada era difícil si contaba
con la aprobación de sir Walsingham. Todo era cuestión de buscar una nueva identidad, una
identidad verdadera- no ficticia-, una ocupación que le demandara intensamente la totalidad de su
tiempo- como sugería Poley bien podía ser la de dramaturgo- y un muerto que ocupara su lugar y
permitiera sacar a Christopher Marlowe de circulación y sepultar su vida y su memoria.
No volvieron a hablar del tema. Jugaron naipes y dardos y dados como si nada hubiera acontecido.
Almorzaron pantagruélicamente y bebieron hasta los límites de la ebriedad.

Uno de los hombres se mantuvo vigilando mientras el resto dormía la siesta en medio del licoroso
sopor. Hacia el atardecer se recompusieron un poco y salieron a dar un paseo por la aldea con el
propósito de despabilarse y renovar fuerzas. Aún quedaba la mitad del día, el último día de
Christopher Marlowe.

Regresaron a la posada en medio del alboroto de los pájaros entre los altos árboles que asombraban
las calles. Una gigantesca luna pálida avecinaba una noche maravillosa. Los hombres ocuparon la
mesa que fue de ellos durante toda la jornada. Ya estaban encendidas las lámparas y la señora Bull,
en la cocina, asaba carne.
En ese momento, el galope de un corcel alborotó la noche y todos hicieron silencio. Pasados unos

minutos ingresó al local un joven de unos treinta años, bien vestido, de buenos modales y
curiosamente parecido a Marlowe. Sin hesitaciones se dirigió al grupo, única población de la sala. -
¿El señor Robert Poley? Soy William Shakespeare.

Después de las presentaciones de rigor, el recién llegado fue invitado a participar de la mesa. Traía
un saco de cuero donde guardaba cuidadosamente un grueso fajo de papeles.
Eran obras literarias que ningún interés despertaban en Poley y sus secuaces. Eran obras de pequeña
monta y pocas perspectivas. El citado Shakespeare estaba conmovido por conocer al célebre
Christopher Marlowe- que por cierto era su modelo a seguir- y lo excitaba la idea de establecer una
sociedad dedicada al teatro en la mismísima Londres.
Quería que ese y no otro fuera el tema excluyente de la velada y los demás trataban de desviar la
plática hacia otros carriles. Poley le recordó que deberían aguardar un poco ya que el Consejo Real
había suspendido todas las reuniones públicas con excepción del culto religioso. La conversación se
volvió amena y encendida a la hora de la cena.
Poley le preguntó a su invitado si tenía algo que ver con un ladrón llamado Willian Shakespeare
ahorcado en 1212. Ante la respuesta negativa le comentó risueñamente que por esa coincidencia de
homónimos lo había convocado. -William Shakespeare, un buen nombre, una buena identidad.
Malos para unos pero buenos para otros. Malo para un bandido ejecutado hace tres siglos, pero muy
bueno para un dramaturgo de hoy. ¿no les parece así?- concluyó mirando irónicamente a Marlowe.-
propongo un brindis- agregó como corolario- por William Shakespeare y las obras que vendrán a
partir de este momento-

Esta era la señal convenida. Era tiempo de actuar. Sin saberlo, el bizoño actor de campo William
Shakespeare, fue protagonista de la tragedia clave de su vida. Poley, Frizer y Skeres comenzaron a
gritar y gesticular salvajemente como si hubieran enloquecido mientras Marlowe, inmutable en su
sitio, continuaba comiendo su carne y bebiendo su vino. En medio de la gresca Frizer extrajo su
daga y se hirió a sí mismo en la cara. De pronto, ante la atónita y aterrada mirada del señor
Shakespeare, le saltó encima y le hundió la hoja de quince centímetros en el ojo derecho. La herida
llegó al cerebro provocándole la muerte instantánea.

Ante el cuerpo aún convulsionado, Marlowe no pudo evitar una súbita impresión. “Este hombre
inocente ha muerto para que yo viva” pensó. De pie ante el muerto no pudo contener un racimo de
palabras que le brotaron como un manantial. “Ser o no ser, he aquí el problema. ¿Cuál es mas digna
acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente
de calamidades y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir, no más. Y con un sueño las
aflicciones se acaban y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza”, algún día
usaría estas palabras en alguna de sus obras. Precipitadamente Poley le alcanzó la capa y casi a
empujones lo hizo salir por una puerta trasera del edificio. -huye amigo, huye. Y recuerda, a partir
de hoy eres William Shakespeare y no otro, eres ¡William Shakespeare y no otro!- luego giró sobre
sus talones gritando “¡han matado a Marlowe, han matado a Marlowe!”. En tanto Frizer y Skeres
habían echado las hojas del muerto al fuego y habían convocado a la viuda Bull para que avise a la
guardia. Sir Francis Walsingham envió al juez de la reina que llegó al día siguiente y, en el mismo
lugar de los hechos, preguntó a Frizer la relación de los hechos. Los tres hombres aseguraron que
luego de pasar un día de recreo con el señor Christopher Marlowe, al llegar la noche discutieron
acaloradamente, acaso influenciados por la bebida, por el monto de la cuenta. El señor Marlowe
quitó la daga a Ingram Frizer y con ella lo hirió repetidas veces en la cara, afortunadamente sin
mayores consecuencias. Frizer, actuando en propia defensa, recuperó el arma y asestó una estocada
en el ojo a su contrincante que cayó muerto en el acto. El juez de la reina comprobó las lesiones de
Frizer, examinó el arma asesina y reconoció el cadáver de Marlowe cuyo rostro estaba curiosamente
lívido y tumefacto. Aceptó los testimonios y las evidencias dictaminando que el acusado Frizer
protegió su vida y no merecía ninguna condena por ello. Agregó que no era preciso someter el

cuerpo a ninguna pericia y que podían sepultarlo de inmediato. En tanto, el verdadero Christopher
Marlowe se ponía en manos del barbero de sir Francis Walsingham para algunos cambios
fisonómicos que acompañarían al nuevo nombre recientemente adquirido.

Este argumento explicaría los enigmas que rodearon durante cientos de años la biografía de William
Shakespeare. Explicaría por ejemplo, por qué el comienzo de la carrera de Shakespeare como
dramaturgo coincide con el tiempo de la supuesta muerta de Marlowe.
¿Cómo es posible que un creador de la genialidad aquilatada por Shakespeare surja de la nada, de
un momento a otro, sin que nadie sepa a ciencia cierta qué fue de su vida hasta el momento de esta
meteórica aparición? Explicaría por ejemplo, por qué un hombre de escasa instrucción, sin
preparación universitaria, abordó temas literarios, filosóficos, legales y sociales con gran solvencia
y altura. No hay conexión razonable entre la obra inicial que se le conoce con la que elabora a partir
de este cruce de destinos. En 1781, el clérigo James Wilmot, llegó a la conclusión que un hombre de
la extracción social de Shakespeare no podía dominar tantos y tan profundos conocimientos. Otra
era la vara para medir a Marlowe, becado en el Colegio Corpus Christi de Cambridge donde una
placa conmemora su promoción en 1587. Explicaría por ejemplo, que el Hamlet de Shakespeare
haya tenido como antecedente literario inmediato una adaptación que Tomás Kyd- íntimo amigo de
Marlowe como hemos visto- hizo de la “Historia de los daneses” de Saxo Grammaticus (S. XI).

Acerca de porqué la familia del verdadero Shakespeare jamás sospechó el cambio, hay que tener en
cuenta que Marlowe tuvo el atrevimiento de establecerse en Stratford en 1610, luego de 17 años de
ausencia de éste. Notemos que para no tener que enfrentar recuerdos que no poseía, se estableció en
una nueva casa a la que con mucho propiedad llamó New Place. Después de ese tiempo y contando
a su favor con un gran parecido físico con el desdichado actor ¿Quién podía decir que el hombre
que regresó no era efectivamente William Shakespeare?
Acaso lo hubiera delatado su muerte el 23 de abril de 1616, más propia del juerguista Marlowe que
del sobrio maestro Shakespeare. Después de una noche de copas, completamente borracho, se
quedó dormido bajo una morera y una neumonía lo abatió definitivamente. Claro que a esta altura
de la historia las identidades ya no importaban mucho.
Uno de los protagonistas sacrificó su vida y el otro, su gloria.

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