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HACIA UNA POLITICA PENITENCIARIA DEMOCRATICA

Múltiples son las causas que llevan a una persona a estar en prisión, los poderes del Estado y la sociedad
civil deben acordar un diagnóstico y un accionar común para que la privación de la libertad se lleve
adelante en condiciones dignas, que reduzcan el daño que provoca y favorezcan la reinserción social.  

Leandro Ernesto Halperín tiene 40 años. Es Director del Programa de Enseñanza Universitaria en


Cárceles UBA XXII. Abogado egresado de la Universidad de Buenos Aires. Es docente universitario en el
CBC y en la Facultad de Derecho. Fue Presidente de la Comisión Nacional para la Erradicación del
Trabajo Infantil (CONAETI) dependiente del Ministerio de Trabajo de la Nación en el 2000 y 2001. Fue
secretario general de la Franja Morada de la Ciudad de Buenos Aires en los ´90.

 "Quedan abolidos para siempre , toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán
sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a
pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez
que la autorice." Artículo 18 de la Constitución Nacional

Se crea en la cárcel como un castigo aleccionador, un lugar donde se resocializarán aquellos individuos que han
transgredido la moral hecha norma o se la conciba como un espacio destinado a aumentar la vulnerabilidad de
los seleccionados, lo cierto es que lo que sucede dentro de ellas perjudica a la sociedad que declama proteger.
Reproduce las conductas que sanciona, favorece la vuelta al delito y aleja las posibilidades de acceso a
herramientas inclusivas para una vuelta al medio libre no conflictiva.

Violaciones a los Derechos Humanos, estructuras edilicias vetustas, espacios nuevos concebidos solo para
castigar, personal con escasa formación para las labores que desempeñan, mal retribuídos y sin estímulos para
la especialización resultan ser los operarios de un sistema que se encuentra muy lejos de lo ordenado por
nuestra Constitución Nacional y los Pactos Internacionales incorporados a ella. 

El gobierno del entonces Presidente Kirchner, reconoció ante el Comité Contra la Tortura de la ONU que "la
práctica de la tortura no responde a situaciones excepcionales o a circunstancias particulares, sino que son
rutinas de las fuerzas de seguridad del Estado, como un legado de la última dictadura militar que los
gobiernos democráticos no han podido resolver".1 Desde entonces los casos de torturas, abusos, y corrupción
se siguen sucediendo mientras que se impide la labor de los organismos de control y de la sociedad civil para
que no tomen contacto con lo que sucede en el interior de las prisiones y oscurezcan aún más sus prácticas. Lo
paradójico de la aplicación de la pena privativa de libertad en la Argentina es suponer que bajo estas
condiciones, el "tratamiento" que se aplica logrará, que aquellos individuos que hasta ese momento no se han
motivado en la norma lo hagan, a partir de una estadía tras los muros carcelarios de nuestro país. 

Como bien se señala en el Acuerdo de Seguridad Democrática, suscripto por Ricardo Alfonsín junto a
representantes de distintos partidos políticos y de la sociedad civil: "Las condiciones inhumanas de detención,
los índices sostenidos de sobrepoblación en cárceles, comisarías e institutos de menores, la ausencia de
reinserción social, las prácticas sistemáticas de violencia, tortura y una enorme mayoría de presos sin
condena son los rasgos más evidentes de los lugares de detención.

Una política democrática de seguridad tiene que ocuparse por que el cumplimiento de la prisión preventiva y
de la pena se dé en condiciones dignas y aptas para la readaptación de la persona condenada, y no
contribuya como hasta ahora a la reproducción y agravamiento de los problemas críticos de violencia,
injusticia y delito que se propone resolver".

Resulta imprescindible que escenciales Derechos no se se conviertan en privilegios, se democratice su acceso y


que esta labor sea realizada por personal formado para la labor encomendada. Durante la ejecución de la pena
deben aplicarse políticas activas que fomenten las oportunidades de un regreso al medio libre pacífico e
integrado, donde se privilegien como pilares de labor penitenciaria, el estímulo a la educación y la formación
para el trabajo. 

El Servicio Penitenciario Federal es una organización vertical y militarizada que resulta hegemónica en la
actividad penitenciaria, sus actividades debiesen dividirse en asegurar la integridad física de las personas que
aloja y en propiciar labores que busquen la readaptación social.  Sin embargo en la actualidad las áreas de
seguridad y tratamiento han quedado fundidas bajo la ineficaz autoridad de la primera, implementándose
politicas que buscan no alterar la paz interna con encierros de hasta veintidos horas, golpes, prebendas y
traslados que perjudican el momento en el que se recupera la libertad. El tratamiento que se le dé a los internos
en los establecimientos penitenciarios debe ser realizado por personal civil que posea independencia jerárquica
y administrativa del área de seguridad para desarrollar su tarea.

Aunque no puede ser el único requisito, la actividad penitenciaria debe tener una conducción civil para que sus
prácticas se desarrollen en un marco irreducible de pleno respeto por los Derechos Humanos y sometimiento a
las autoridades del Ministerio que la tenga a su cargo, que haga visibles para el común sus prácticas para que,
como expresara una de las máximas figuras del penitenciarismo español, la abogada y periodista, Concepción
Arenal; "mal sirve al país como su amigo, quien, en vez de acusar, oculta y desfigura o calla la verdad, como
si la vergüenza estuviera en que se diga el mal y no en hacerle". 

La administración penitenciaria debe facilitar la tarea de los organismos de control y de las organizaciones de
la sociedad civil especializadas y reconocidas en la materia. La creación del Mecanismo Nacional para la
Prevención de la Tortura desde el Poder Legislativo constituirá un importante avance al respecto. La tarea
desarrollada por los organismos de control de la ejecución y condiciones de la pena debe ser fomentada por el
Poder Ejecutivo, no es concebible que se niegue la visibilidad de la realidad en las cárceles argentinas con la
oculta pretensión de "si no se vé, entonces no sucede". 

Múltiples son las causas que llevan a una persona a estar en prisión, los poderes del Estado y la sociedad civil
deben acordar un diagnóstico y un accionar común para que la privación de la libertad se lleve adelante en
condiciones dignas, que reduzcan el daño que provoca y favorezcan la reinserción social.-

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