“Yo canto para abrazarte porque entenderte ya no me basta”
Pedro Aznar “Cuando la fascinación o el odio humano trascienden los límites endebles, que sugieren su fin, éstos adquieren un ímpetu irrefrenable e irreductible” creVat
Para Octkc Coftgc
De como camelias, jazmines y un sardónice melancólico invaden, con gran virtud,
los estanques del recuerdo, allí dónde no se tiene más que el dulce aroma de un perfume errante, que desperdiga cada sentido, transportando innumerables avatares, pululantes, entre la ilusión y lo real; una rosa añil puede existir y por supuesto, el clásico elefante rosado. Pero cuando allí se posan camelias o jazmines, esto no asegura una utilidad o un camino, mucho menos una vera o un apacible ser que adviene como Ícaro dispuesto al sacrificio; ahogarse y no volver jamás. Las paredes escarlata se conjugan sutilmente con nuestra piel, y nuestra piel llora, cómo no llorar cuando no se tiene nada más que la sangre fría, como el cal, y roja, y sedienta como la tierra en espera de la sangre de los héroes, y el reloj de la infamia sobre ella, admirando su invulnerabilidad. Este sentir misterioso y efímero, pero eterno a su vez, convoca proclividad, llanamente porque el corazón decidido a avanzar, ¡no desea refrenarse ni alojarse en la quietud!, al contrario, avanza sin pudor devastando, con zafios movimientos, todo a su paso; caminos destrozados por la pasión de no perder.
OH! penumbra, diosa, mujer, esperanza y también maleficio, déjame estar un
poco más, sólo un poco más... pues aún no puedo recibir al aurora, moriría o mi estado no se alteraría en lo más mínimo y te confieso, penumbra, no sé entre éstas que papel podría jugar sino es el del adusto hombre que la estepa llora al verle caminar entre sus miríadas de rocas milimétricas; infinita elucubración, oscilante indecisión. Azul es el amor, verde es el amor, rojo es el amor; azul, verde y rojo pasan suavemente a lo lejos y mis pies inmóviles, inertes, desafiantes anhelan, anhelan estar allí, entre el amor, entre el color; pero, azul, verde y rojo no es amor, quizá nada sea amor, o todo lo sea, no lo sé... ¿cómo saber? Penumbra, fehaciente y sagaz, astuta, penetrante, muestrame tus rodillas, tus piernas y postrate como la muerte y allí, allí estaré hasta que no te necesite más; y lo sabré, lo sabre cuando gualdo carmín gurgute con voz indeleble, con luminosidad atrayente, con vida, con viento, con viento y vida, así como los henchidos murmullos de una tierra baldía en busca de su renacer, su renacer eterno, pero no impertérrito e indemne sino asombrado, un renacer asombrado que siempre se transforme, sea muriendo, en tierra nueva para frutos nuevos, más amargos o más dulces, poco importa el sabor o la textura o el color; importará que nazcan y nada más, porque nada más ha de importar más allá de su nacer y renacer.