Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Con el inicio de la colonización del departamento de Arauca dirigida por el Estado a través
del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA) se da apertura a una serie de
acciones que destierran y desalojan a los pueblos indígenas que se movían libremente en
esta vasta región que les proporcionó espacios naturales para desarrollar sus rituales y
oraciones encaminadas a mantener sus raíces culturales milenarias y ancestrales. Vastas
extensiones de tierra fueron tituladas a los colonos obligando a los indígenas a ubicarse en
territorios agrestes como el caso de la comunidad u’wa en las estribaciones de la cordillera
oriental y a la sikuani que ocupó sabanas que no proporcionaban los recursos necesarios
para su subsistencia.
En los años 90 las naciones uw´a y sikuani se organizan de manera autónoma en el Consejo
Regional Indígena de Arauca (CRIA) y ASOUW´A (Cubará-Boyacá), además en Cabildos
y Autoridades tradicionales por cada comunidad. Esto les otorga representatividad
institucional y gestión nacional e internacional, gestándose una etapa de resistencia
mediante grandes movilizaciones y paros cívicos contra el despojo de sus territorios, olvido
e invisibilización. En ese proceso de unidad se encuentra y acompaña con el sector
campesino que ya desde la década del 60 adelantaba un proceso organizativo en la
Cooperativa Agropecuaria del Sarare (COAGROSARARE) y la Asociación Intendencial de
Usuarios Campesinos (AIUC) (1980) hoy conocida como ADUC (Asociación
Departamental de Usuarios Campesinos), según relata el ex presidente de ADUC, Pedro
Camargo.
En agosto de 1998 la violación de los derechos humanos, la crisis social y ambiental dio
paso a una nueva jornada cívica de protesta donde se denunció la existencia de la falsa
cooperativa denominada Cooperativa de Vigilancia y Seguridad Asociación de Servicios
Comunitarios El Corral Ltda (1997). “El Corral”, que a sí se conocía, no tenía soporte legal
por parte de la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada y su oficina estaba
ubicada frente a las instalaciones de la XVIII Brigada. Según la Fundación de Derechos
Humanos Joel Sierra, esta cooperativa asesinó a 45 personas en menos de dos meses. El
paro esta vez no fue solamente de indígenas y campesinos, sino que contó con la
solidaridad y participación de otros sectores sociales como los trabajadores sindicalizados y
los jóvenes. En él se rechazó el paramilitarismo —impulsado por las transnacionales
petroleras y el Gobierno con sus fuerzas militares, según la denuncia de las organizaciones
sociales— y exige el pago de la deuda social producto de la explotación petrolera rechazada
por el movimiento social de la época. El paro también denuncia los daños causados al
ecosistema tal y como se señaló en la preaudiencia del Tribunal Permanente de Pueblos
Indígenas en Arauca en abril de 2008: «El uso de explosivos y las fuertes detonaciones
efectuadas en estas zonas de exploración y explotación petrolera ocasionan la muerte o la
migración de un sinnúmero de especies animales, muchas de ellas útiles en la alimentación
de las comunidades. La erosión en las zonas deforestadas degradan en gran medida las
aguas receptoras al incrementar el nivel de turbiedad o la cantidad de sedimentos y
elementos tóxicos ajenos a éstas». En esa misma preaudiencia sus particpantes sentenciaron
que «si se continúa con la explotación petrolera, además de hacerse persistente el grave
deterioro y contaminación del medio ambiente, se profundizará la deforestación y la
degradación de otros recursos naturales y su capacidad para sostener el equilibrio ecológico
de la región y del país; estos impactos negativos también implican la afectación de la salud
de las poblaciones, su organización social y el rompimiento del tejido social de sus
habitantes». El paro también reclama por la afectación a la cultura indígena guahiba, para lo
cual se exige justicia y reparación y se pide condena por los crímenes atroces producto de la
guerra sucia y el abuso militar.
Nizkor también señala que con la llegada a la presidencia de Álvaro Uribe Vélez y su
“política de seguridad democrática” aumentaron las violaciones a los derechos humanos,
pues de 67 hechos constitutivos de violaciones 31 (46,26%) se presentaron en tan sólo
cuatro meses y 23 días.
Según el anterior informe de Nizkor, a comienzos del año 2002 arrecian las acciones de
guerra sucia con la estrategia paramilitar, la cual fue reconocida por las comunidades como
acciones encubiertas de las fuerzas militares y policiales. Esas acciones benefician, según la
Fundación de Derechos Humanos Joel Sierra, a las transnacionales petroleras al buscar
acallar los miembros de organizaciones sociales y romper el tejido social. Esa estrategia se
centra en los municipios de Tame y Arauca, ante lo cual diferentes organizaciones
nuevamente se movilizan desarrollándose en febrero de 2002 un nuevo paro cívico para
denunciar asesinatos, masacres, violaciones y desapariciones, crímenes recogidos en el
informe de Nizkor. Según Adelso Gallo, «todos ellos con el propósito de desplazar a los
campesinos e indígenas y dejar el territorio libre para la explotación de los recursos
energéticos y la ejecución de los megaproyectos viales con miras al TLC».
A principios del año 2011 se produce un hecho sin precedentes en el escenario regional: por
primera vez los pueblos indígenas se movilizan en rechazo a la judicialización y captura de
su máximo dirigente. El 25 de enero es detenido por fuerzas del Estado colombiano Ismael
Uncasía, presidente de la Asociación de Cabildos y Autoridades Tradiciones Indígenas de
Arauca (ASCATIDAR), en una operación denominada “Desafío”. En el marco de la
misma, el Estado priva de su libertad a la Secretaria de Asuntos Indígenas de la
Gobernación de Arauca, Verónica Solis, y al etnoeducador Alvaro Leal Toloza, entre otros
miembros de organizaciones sociales. Para la judicialización de estas personas la Unidad de
Terrorismo de la Fiscalía, a través de su estructura de apoyo que funciona en la sede de la
Brigada XVIII en Arauca, presentó como principal testigo de cargo la supuesta entrevista a
la coordinadora de la Oficina de Asuntos Indígenas de Saravena, quien según el organismo
investigador se había convertido en informante al servicio del Ejército y de la policía
judicial desde el año 2003 y quien fuera asesinada en este municipio el 13 de agosto de
2010.
De inmediato las comunidades indígenas, con el respaldo del sector campesino, trabajador,
joven, de mujeres y de comunidades desplazadas, entre otros sectores sociales del
departamento, se movilizan en paro cívico desde el 3 hasta el 11 de febrero. Ese paro
ocasionó una parálisis total en la región, especialmente en transporte de carga y pasajeros,
centros educativos y comercio. También se afectó la actividad petrolera impidiendo el
acceso a los campos de Banadías y el traslado de 40 camiones tractomulas que
transportaban el crudo.
Esta movilización fue señalada por parte del gobernador del departamento, Luis Eduardo
Ataya Arias, de estar infiltrada por las organizaciones insurgentes, a pesar de que la
Defensoria del Pueblo-Seccional Arauca verificó que en los puntos de movilización y
concentración se hallaban indígenas y campesinos de los diferentes municipios araucanos.
Luego de reuniones con delegados de la Defensoría del Pueblo y del Ministerio del Interior
y de Justicia, los pueblos indígenas u’wa y sikuani levantaron los bloqueos en las carreteras
araucanas. La protesta continuó a través de una Asamblea Permanente durante otras tres
semanas en las cuales tomaron las iglesias católicas de los municipios de Arauquita, Tame
y Saravena para solicitar la intervención del clero ante el Estado para el cumplimiento de
sus exigencias. Esa protesta culminó con un cabildo abierto el 4 de marzo después del cual
las comunidades indígenas se retiraron a sus respectivos resguardos a fin de recuperarse
física y espiritualmente y de prepararse para futuras acciones en defensa de su autonomía.