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salamanquesa
La salamanquesa torció su boca en un gesto depredador y sacó la lengua para
lamer su hocico. Permaneció perpleja en una extensión de tiempo que le pareció
infinita, sujetada como estaba en la ingravidez del techo. Como hipnotizada por el tedio
de la atmósfera que respiraba, olvidada del resto del mundo e inerte durante horas y
horas, meditaba la absurda naturaleza de su existencia, emparentada con los vestigios
más lejanos de la vida, desabastecida de admiración y condenada a su repugnante
condición de saurio. Y más allá del desafecto adquirido por su forma de ser, la
inquietante soledad de su meditación cartilaginosa, aplastada y cenicienta.
Miró hacia atrás y no vio nada, sólo un dolor agudo, como de aguja ahilada que
traspasara su nuca, un dolor crónico de paso de tiempo reumático. Agachó la cabeza y
entendió de repente, como si hubiera adivinado en la superficie de un charco formado
en el suelo, los días huidos cuando era una niña. Aquella decisión de vivencias
pretéritas la trasmutó en otra persona y desde entonces, comprendió, que cada escalón
había sido una miseria más. Una tristeza más en su hondo pesar. Recordó aquel sueño
que le contó su madre, cuando mandó, al fantasma aparecido de su padre, "a arrancar
esparto" que era como decirle "vete al infierno y que Dios no te haya perdonado por
todo lo que nos has hecho pasar".
«Hola Anabella, soy mamá...Cómo van tus clases de danza... ¿Sí?...Yo estoy bien,
guapita. He encontrado un trabajo y vivo en una casita frente al mar. Esto es bonito. Si
vienes con tu hermano en vacaciones podréis bañaros en la playa, ¿Qué tal tiempo hace
ahí?… ¿Frío?… Aquí tenemos un poquito de calor... Que este verano vais con vuestro
padre a la montaña... ¿No podréis venir?... ¿Y tu hermano?... Dile que se ponga...
¿Cómo estás Lucio?... Discutes con Anabella... Pero tú sabes que eso no es cierto... ¿Y
tus clases de kárate?... No, no eso no es verdad, son las cosas de papá. No tengo ningún
novio... Adiós... Cuidaros mucho... Os quiero... pi-pi-pi-pi».
Lanzó un suspiro acuoso como de glu la salamanquesa mientras, con sus dos
ojillos fijos como cabezas negras de alfileres, observaba la película de gelatina
traslúcida que cubría su par de huevecillos y pensó aliviada en la gestación tranquila e
inocente de sus saurios nonatos. Comenzaron a crispársele las escamas tuberosas con un
chasquido de crisp-crisp que le desasosegaba hasta el punto de hacerla salir de su
receptáculo, para mirar el mundo inverso de las cosas absurdas, sórdidas. Abandonó la
oquedad y con el plof-plof silente de sus ventosas al sujetarse en la superficie lisa, fue a
establecerse sobre el ángulo de la habitación oblonga de realidades aplastadas y quedó
inmóvil, petrificada frente a la vórtice velocidad de los seres cambiantes.