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Capacidad para amar

A este propósito es muy significativo el proceso


evolutivo que toda persona experimenta en sus
relaciones con el otro sexo.

El niño apenas percibe las diferencias; no encuentra


ningún interés especial en el sexo contrario. Aún no
se han despertado sus potencias generativas, no
surgen en él sentimientos ligados al fenómeno del
amor, y mucho menos es capaz de hacer una opción
libre que le lleve a la donación personal. Necesita
vivamente sentirse amado, pero es aún incapaz de
amar de verdad. Poco a poco, con el surgir de su yo
personal, va abriéndose a los demás en cuanto
diversos de él mismo.

En el período de la adolescencia comienza a


experimentar sensaciones nuevas, extrañísimas para
él, que llegan a turbarle. Florece su capacidad
generativa y, con ella, despiertan también sus
instintos sexuales. Empieza a interesarse por los
coetáneos de diverso sexo, pero su interés se
manifiesta en modos infantiles: los busca en el
juego; se reúne en grupos de su sexo y comienza a
relacionarse con los del otro protegido por el grupo;
procura llamar su atención, a veces incluso con
técnicas curiosas, como la agresión o el desprecio
categórico, fingiendo el más puro desinterés por
ellos. Van surgiendo sentimientos afectivos en
relación con algunas personas del otro sexo; llega un
momento en que se comienza a buscarlas no ya para
jugar o llamar su atención, sino para vivir una
relación de amistad.

Ese joven es ya capaz de enamorarse de veras, de


querer a otro en cuanto persona que podría un día
formar con él un hogar. Pero todavía debe recorrer
un buen trecho en la maduración de su capacidad de
amar. Al inicio predominan los sentimientos vivos,
las emociones repentinas, que llegan incluso a
desconcertar a quien las experimenta, aunque está
feliz de sentirlas. Luego, sin que necesariamente
desaparezcan aquéllas, el amor se va haciendo más
profundo y sólido, va enraizando más firmemente en
el espíritu del joven (su inteligencia y voluntad) y se
va centrando mejor en el otro tal cual es, con una
visión realista que le acepta con sus virtudes y sus
defectos. Se ha alcanzado entonces la madurez
necesaria para poder pensar en el matrimonio.

Se requiere, pues, todo un proceso de maduración


personal. Una maduración que no se da
automáticamente, sino que es una tarea, importante
e imprescindible. Como les decía al inicio, el
noviazgo es precisamente la "escuela" en que se
aprende a amar de veras, como preparación
inmediata para el matrimonio. Resulta claro entonces
que el noviazgo tiene su tiempo. No será conveniente
comenzar una relación de este tipo cuando se está
todavía en la adolescencia, o cuando, por cualquier
circunstancia, no se está en grado de desarrollar una
amistad estable, que pueda ya significar una
donación plena que desembocará en el matrimonio.
No quiero decir que sean inoportunas las amistades
entre jóvenes de diverso sexo antes de ese
momento. Pero conviene que el tipo de amistad sea
adecuado al estadio presente de desarrollo personal,
y por lo tanto, que no sean todavía amistades
demasiado exclusivas y comprometidas.

No es tampoco aconsejable, generalmente, atrasar


excesivamente esa relación. También el
enamoramiento tiene su momento oportuno y florece
en un terreno joven.

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