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Cartografías políticas

Pongamos las cosas en su sitio


Raúl Prada Alcoreza

Pongamos las cosas en su sitio, este podría ser el título del artículo. Ocurre como si en la
coyuntura el tiempo se hubiera desencajado de sus goznes, como se dice en Hamlet de William
Shakespeare. Nada está en su sitio y el tiempo anda desquiciado. El gran dramaturgo y poeta
inglés toca las claves del drama y de la trama en el tiempo. Jaques Derrida trabaja
deconstructivamente estas vertientes y estas vetas en los Espectros de Marx de una manera
acuciante y hermenéutica. Nosotros, los bolivianos, tenemos nuestros propios dramas y
tramas, donde encontramos también estos desajustes temporales. La coyuntura actual, por
ejemplo, nos muestra las desmesuras de las encrucijadas entre un horizonte temporal y otro,
el que corresponde a la genealogía del Estado-nación y el abierto por el horizonte del Estado
plurinacional comunitario y autonómico. Obviamente no es fácil cruzar las encrucijadas, que
también pueden ser laberínticas. Es difícil moverse en los límites y en las fronteras entre
horizontes temporales. Pero, quizás lo más difícil es abandonar los viejos hábitos, pero sobre
todo construir los nuevos escenarios. Sin embargo, esto no debe ser una disculpa sino la
evaluación del desafío, sobre todo para convocar a las fuerzas que apuntan al porvenir. El
problema es que se ha desmerecido todo esto, todas estas tareas, se ha menguado el alcance
de las tareas, y en vez de esto, se ha optado por recurrir a lo mismo, a las mismas recetas, al
apego a los procedimientos e instituciones del pasado. En otras palabras, no se asume el
momento, las exigencias del momento, la convocatoria de las circunstancias. Lo que pasa
entonces es que nos dejamos aplastar por el peso de estas circunstancias, mientras tanto el
tiempo transcurre y los desenlaces escapan de nuestras manos y terminan resueltos por la
espontaneidad de los acontecimientos.

El tiempo está desajustado, es la impresión que nos deja la experiencia contradictoria del
momento, en una coyuntura turbulenta, pero, la pregunta es qué hacer, cómo actuar, en
momentos como estos, ¿para ajustar el tiempo?, ¿para poner las cosas en su sitio? No tanto
como esto sino para transitar de una determinada manera este tiempo turbulento, este
espacio de encrucijadas. De lo que se trata es de no perderse sino cruzar, quizás la mejor
palabra, la más apropiada, sea articular, las distintas direcciones del laberinto, los distintos
tiempos de una temporalidad heterogénea, que fluye como viento huracanado. Entonces
diremos como hipótesis pongamos las cosas en su sitio, hagamos un mapa para poder cruzar.
¿Qué tenemos como escenarios? Empecemos a dibujarlos.

La transición al Estado plurinacional comunitario y autonómico está en una encrucijada, entre


las distintas direcciones abiertas o cerradas, tenemos, en primer lugar, la que conduce a la
reforma del Estado, dirección opuesta a la de la transformación del Estado. Pero, ciertamente,
estas no son las únicas direcciones en juego, hay más; muy cerca de la posibilidad de la
reforma del Estado se encuentra la restauración perversa del viejo Estado, con todas sus
mañas, con todos sus circuitos de influencias, con todas sus corrosiones, corrupciones y
deformaciones desmesuradas, por todas las formas de la economía del chantajes y sus
paralelismo secretos. Por el otro lado, próxima a la posibilidad de la transformación del Estado,
se encuentra lo que podríamos llamar la figura política del caos, figura que nos habla de una
situación que de no lograr transformar el Estado, tampoco simplemente de su desaparición,
puede darse lugar la realización descarnada de la violencia en ausencia de todo orden. En este
caso, diríamos mandan directamente las fuerzas, sin mediaciones. No se trata de una
sustitución del viejo Estado por un espacio de asociaciones autogestionarias, que es otra
dirección posible, sino precisamente de la ausencia incluso de estas asociaciones. El escenario
del ejercicio descarnado de la violencia puede ocurrir, por lo menos como hipótesis de trabajo.
Para entender estas opciones, estos escenarios, desde la restauración cada vez más perversa
de las formas corruptas del viejo Estado hasta el escenario del caos, pasando por la reforma
del Estado, llegando a la transformación del Estado, incluyendo una compleja asociación
complementaria autogestionaria, debemos evaluar lo que se supone que pasaría con el ámbito
de las relaciones económicas, los circuitos, los flujos, las estructuras y engranajes económicos,
vinculados a los mercados y a las formas del capitalismo periférico. En el caso de la forma
perversa del Estado, podemos suponer que las formas del capitalismo periférico logran un
dominio abierto y demoledor corrompiendo todas las relaciones sociales. En el caso de la
reforma del Estado, las formas del capitalismo periférico son reconducidas en función de
redistribuciones y participaciones estatales en el excedente, afectando las formas y buscando
modificar los términos del intercambio. En el caso de la transformación del Estado, el aparato
político busca incidir en la transformación misma de las formas apuntando a reproducir
relaciones no capitalistas. En el caso de las asociaciones autogestionarias, ingresaríamos a un
escenario que situaría el ámbito de las relaciones en formas no periféricas y no capitalista,
abriendo posibilidades a mundos alternativos. Otro horizonte, otra temporalidad. En el caso
del escenario del caos, se daría lugar a la aplicación directa de las fuerzas, la violencia sustituye
al intercambio.

Hemos dibujado un mapa hipotético del campo posibilidades políticas en intima interrelación
con el campo de posibilidades económicas; sería importante también dibujar un campo de
posibilidades institucionales, debido a que estas formas organizacionales y estructuras
institucionales son los dispositivos concretos de los agenciamientos de poder. Habría que ver
en este caso como en los otros los distintos escenarios. En primer lugar considerar qué pasaría
en el caso de la restauración del viejo Estado; en este caso, la hipótesis concibe un panorama
abrumador. Se da lugar un reforzamiento sedimentado y complejo de la vieja maquinaria, con
sus distintos niveles, sus diferentes covachas, sus intersticios, pasadizos y puentes, que tratan
de articular morbosamente los espacios separados de los aparatos estatales. Esta vieja
maquinaria rechina al funcionar, cruje al accionar, se mueve ampulosamente en el mismo sitio
aposentado, trabaja aparatosamente en pos de objetivos añejos, olvidados, sin poder
reorientar su pesadez estructural a la posibilidad de nuevos objetivos de acuerdo a las
exigencias de la coyuntura y el periodo. La lógica del poder, si se puede hablar así, está inscrita
en su propia arquitectura, en el espesor de sus estructuras conservadas, en el esquema de
comportamiento de sus funcionarios. Es como un si fuese una enorme máquina construida en
la época de la energía de vapor, una gran locomotora o un gran trasatlántico, un Titanic
encaminado a su destino, nada podrá hacer su capitán y su tripulación para eludirlo. No se
pueden cambiar estas lógicas arquetípicas, no se las puede sustituir con discursos que
alumbren otros rumbos, todo ya está decidido en las programaciones arcaicas, en las
costumbres recurrentes. La única alternativa que se tendría a mano es el desmontaje de esta
despiadada maquinaria.

El otro escenario en el mapa institucional es el de la reforma del Estado. En este caso la


gubernamentalidad está obligada a modificaciones institucionales, a cambios estructurales;
requiere de aparatos y engranajes adecuados a las reformas enfocadas. No se trata sólo de
modernizaciones, tampoco de reingenierías, sino de algo más exigente: cómo adecuar la
maquinaria estatal y utilizarla para los fines de la redistribución del excedente, el modelo
productivo, la industrialización y la soberanía alimentaria, teniendo en cuenta las reformas
políticas. En lo que respecta al escenario de la transformación estatal, ya no se trata de
modificaciones sino de transformaciones estructurales institucionales. La gran tarea es
inventar una nueva forma de Estado con un contenido altamente participativo, re-articulando
la política a las formas sociales. Esta inmensa tarea recoge el ímpetu trastrocador de por lo
menos tres revoluciones, la revolución política, la revolución social y la revolución cultural.
Esto implica la realización integral de transformaciones institucionales que articulen todos
estos campos y niveles. En términos de transformación política esto significa reintegrar el
Estado a la sociedad, acabando con la separación moderna entre Estado y sociedad civil. En
términos de revolución social esto significa no solo legitimidad social y hegemonía sino
también convertir a la sociedad en la matriz de los poderes. En términos de revolución cultural
esto significa no sólo la incorporación de la interculturalidad en el diseño institucional sino la
emergencia y la construcción del Estado desde lo comunitario. Esta transformación
institucional conlleva de suyo la transformación completa de la gestión pública liberal, gestión
pública que ahora, de acuerdo a la Constitución, tiene que ser una gestión pública
plurinacional comunitaria e intercultural, cuyos instrumentos de gestión vivan una
transformación participativa.

Ahora bien, hay otros escenarios posibles que debemos describir; uno tiene que ver con las
formas autogestionarias asociadas, que sustituyen al Estado. Esta perspectiva ha estado
latente en las propuestas de los movimientos sociales del 2000 al 2005, sobre todo cuando se
desataron las dos guerras del agua, en Cochabamba (2000) y en El Alto (2004), y cuando se
desató la guerra del gas, en El Alto (2003). En tanto que los proyectos concurrentes de los
movimientos sociales se sobre-determinaron en las movilizaciones sociales de mayo y junio del
2005. El desenlace no se dio por este lado, aunque los proyectos autogestionarios siguen
latentes. En este caso, desaparecen las instituciones estatales para ser sustituidas por formas
plurales de organización social. El último escenario, de acuerdo al dibujo hipotético que hemos
hecho, es el relativo al caos, queriendo decir con esto que ningún proyecto se impone, ningún
escenario se culmina, y todo queda a la concurrencia directa de las fuerzas y de la violencia. En
este caso no se puede hablar de institucionalidad, tampoco de expansión organizacional de las
asociaciones de productores, sino del enfrentamiento directo de las fuerzas.

Teniendo en cuenta este panorama con distintos escenarios posibles, los mismos que nos
dibujan el laberinto de la encrucijada que debemos atravesar, vemos que la exigencia del
momento es muy grande. ¿Se trata de optar? ¿Se trata de voluntad política? ¿Se trata de las
condiciones de posibilidad históricas? ¿O se trata de los límites económicos, como la
interpretación economicista predice? ¿De qué depende el desenlace efectivo, lo que vaya a
ocurrir? Estas son las preguntas que hay que responder de una manera abierta, sin sesgos, ni
buscando culpables. Hay que hacer un análisis crítico de la coyuntura y del proceso que
comprenda la complejidad histórico-política de la encrucijada que hay que sortear. Un análisis
crítico de las fuerzas, pero también de las organizaciones e instituciones involucradas, un
análisis crítico de los sujetos, de los diferentes posicionamientos de los sujetos, pero también
de los discursos y los imaginarios involucrados. En este sentido una análisis crítico de las
conductas y comportamientos, pero también de las prácticas perdurables. Todos estos análisis
también exigen un análisis crítico de las percepciones económicas en juego, sobre todo las
dominantes al momento de la toma de decisiones.

Antes de entrar al análisis múltiple de las fuerzas y los sujetos, de las condiciones y los
dispositivos, vamos a remarcar la relación de algunos escenarios con las formas políticas de
resolución. Para el caso del escenario de la restauración perversa del Estado, no se requiere
transformaciones institucionales, tampoco profundización de la democracia, menos
participación. La restauración es la inercia de lo mismo, empero el retorno, la permanencia en
el tiempo, convierten a la maquinaria heredada en cada vez más pesada, cada vez más atroz,
cada vez más perversa, intentando revitalizarse o mas bien desviarse por rutas informales,
marginales, secretas, como son las relativas a las relaciones clientelares, prebendales,
corrosivas, corruptas, de la economía política del chantaje. Para restaurar sólo se requiere de
la manipulación discursiva y publicitaria, de la demagogia, que buscará crear la imagen del
cambio, cuando efectivamente nos encaminamos por los laberintos de la restauración. Solo se
requiere completar la intersección del teatro, la escenificación, y la política, subsumiendo a la
población en el imaginario del teatro político. Todo esto conduce a la reducida legitimidad
cuantitativa de la verificación electoral. Se trata de repetir cíclicamente la restauración
mediante la reiteración del voto. Para eso es menester mantener convencida a la población de
los grandes cambios, que no son otra cosa que grandes cambios publicitarios.

En lo que respecta al escenario de la reforma estatal, se requieren reformas institucionales, se


requiere adecuar el aparato de Estado a los fines propuestos por programas orientados a la
redistribución de los ingresos, a mejorar los sistemas de trabajo, de salud y de educación,
sobre la base de una reforma económica encaminada a abastecer el mercado interno
mediante la sustitución de importaciones, por lo tanto teniendo en cuenta una planificación de
la industrialización. Este Estado regulador e interventor se ocupa de la economía buscando
controlar las perturbaciones contingentes del mercado y los condicionamientos de los
monopolios de las empresas trasnacionales en el mercado internacional. Las reformas
estatales no solo están enfocadas desde la perspectiva de la modernización sino también
orientadas a la inversión social y a cumplir con las demandas sociales. En este caso los
discursos tienen que venir acompañados por políticas efectivas, por medidas de impacto
social, por lo tanto, para el cumplimiento de estos objetivos, la maquinaria estatal debe
modificarse adecuándose a las tareas de las reformas política, económica y social.

El escenario más exigente es el de las transformaciones del Estado. En este caso se requiere
inventar un nuevo Estado, construir una nueva forma, un nuevo contenido y una nueva
expresión del Estado. Esto quiere decir construir una nueva maquinaria con tecnologías que
integren lo cultural, lo social, lo económico y lo político; hablamos de un Estado que responde
al sistema político de la democracia participativa, al ejercicio plural de la democracia,
entendida como directa, representativa y comunitaria. Por lo tanto no se trata de un Estado
construido a partir de la diferencia entre Estado y sociedad civil, como ocurre con el Estado
liberal, sino mas bien de un Estado entendido como instrumento de la sociedad, un Estado que
responde a las iniciativas de la sociedad, un Estado atravesado y transformado por la
participación social. Este es pues el desafío de la construcción del Estado plurinacional
comunitario y autonómico. Este Estado tiene tres ejes fuertes de transformación, la condición
plurinacional, la condición comunitaria y la condición autonómica. Estos tres ejes configuran
las transformaciones institucionales de acuerdo a las condiciones mencionadas. Entonces se
puede decir que se produce una apropiación plurinacional del Estado, así como una
apropiación comunitaria y una apropiación autonómica del Estado. Esta nueva complejidad del
Estado lo conecta a la profusa hermenéutica práctica de la interculturalidad, convirtiendo a
esta forma política en un espacio apropiado para las interpretaciones, conexiones,
transformaciones valóricas, simbólicas e imaginarias. En otras palabras, las naciones tienen
que estar plenamente presentes en la forma de Estado. La nueva complejidad también conecta
al Estado a la actualización, emergencia e invención de lo comunitario. Las estructuras
comunitarias, como el ayllu, las tentas y las capitanías, así como otras formas emergentes e
inventadas como alternativas al capitalismo forman parte del Estado, e irradian las normas,
reglas y procedimientos a la praxis política. Así mismo la nueva complejidad conecta al Estado
a los enfoques territoriales, regionales y eco-sistémicos. Se produce entonces un
descentramiento, una descentralización administrativa y política, que plantean una nueva
articulación e integración mas bien congruente con la diversidad y la pluralidad. La reinvención
del Estado en el escenario de la transformación del Estado amplia la complejidad heurística del
Estado pero a su vez crea amplios y profundos niveles de cohesión e integración articulando la
diversidad en su diferencia. Esta transformación del Estado implica una profundización de la
democracia y del ejercicio democrático en el contexto de los detalles y la participación social.

Deberíamos concentrarnos en estos tres escenarios, el correspondiente a la restauración del


Estado, el relativo a las reformas estatales y el referido a la transformación estatal, dejando
pendientes el escenario de las asociaciones autogestionarias y productivas, por un lado, y el
escenario problemático del caos políticos, debido a las grandes dificultades que se tiene
dibujar estos escenarios, no sólo por la falta de información sino también de tratar las
condiciones de posibilidad histórica y los niveles problemáticos del último escenario. Sin
embargo, podemos decir algunas cosas sobre el escenario de las asociaciones
autogestionarias, escenario que no es descartable de ninguna manera, que además se puede
combinar con el escenario de la transformación estatal. La hipótesis de interpretación
propuesta en este caso es que se puede dar una transición larga hacia este escenario, que
requiere resolver problemas de dominación y hegemonía a nivel mundial, así como problemas
relativos a la constitución de sujetos libres. La utopía de las asociaciones autogestionarias
libres es posible en la medida que se generen profusos y proliferantes niveles de coordinación
y armonización complementarias en los múltiples niveles de relacionamiento social, político,
económico, cultural e internacional.
Análisis múltiple de las fuerzas, las instituciones, las organizaciones y los sujetos

¿Qué fuerzas están involucradas? ¿Cómo visualizar estas fuerzas? La fuerza es un concepto
abstracto, sin embargo no muy diferente a otros conceptos usuales en las llamadas ciencias
sociales, la sociología, la antropología, la ciencia política e incluso la economía, si la
consideramos ciencia social. Empero, el concepto de fuerza viene de la física; varias veces las
ciencias sociales han estado tentadas de desarrollar una metodología física en las ramas
sociales. Ya Auguste Comte nos hablaba de una fisiología social; aunque esta no era otra cosa
que la perspectiva positiva, que consideraba real, enfrentada a la perspectiva que consideraba
negativa y abstracta de Voltaire y Rousseau. La metodología y epistemología positivista
tuvieron una fuerte influencia en las corrientes empiristas de las ciencias sociales; sin embargo,
a pesar de la pretensión, desarrollar ciencias empíricas, positivas, que traten de los fenómenos
reales, no terminaron de trabajar adecuadamente el concepto de fuerza. Paradójicamente, la
re-conceptualización de las fuerzas se dará desde el lado filosófico, desde una perspectiva mas
bien vitalista, las de Friedrich Nietzsche, que trabaja el concepto de cuerpo, recogiendo una
tradición espinosista. Después de un largo estudio de la obra de Nietzsche, Michel Foucault re-
trabaja el concepto de fuerza para describir las relaciones de poder, definidas precisamente
como relaciones de fuerza. Desplaza de este modo la discusión política, sociológica,
antropológica y psicológica a otros terrenos, el de los diagramas de poder, de los
agenciamientos de poder, de los campos de fuerzas. Se produce un replanteo completo del
modo de ver la política, la sociedad, la cultura y al sujeto. Podríamos decir que esta es una
ruptura epistemológica, obviamente no bien aceptada por los cientistas sociales, que terminan
descolocados ante este desplazamiento. Tampoco los filósofos miraran con buenos ojos esta
irrupción arqueológica, genealógica y hermenéutica; mucho menos los marxistas, salvo
Antonio Negri, quien es capaz de articular las críticas del poder, del saber y del sujeto a la
crítica renovada del capitalismo. También los culturalistas terminan desechando los aportes de
la crítica de la epistemología, de la crítica del poder, de la crítica de la modernidad,
sencillamente porque proviene de occidente. Esta postura fundamentalista cree que se puede
construir un pensamiento propio desmarcándose de occidente, incluso de las propias críticas
de la cultura occidental, la modernidad, y las críticas del capitalismo. Estas posiciones olvidan
que la construcción de un pensamiento propio no es posible sino en la hermenéutica entre los
distintos horizontes culturales, ciertamente centrándose en la perspectiva de los valores y
símbolos ancestrales propios. Esta demarcación fundamentalista nos lleva al encaracolamiento
enquistado del localismo sin posibilidades de irradiar ni de proyectar hegemonía. Este
encaracolamiento también ha sido dramático en las corrientes marxistas que no siguieron la
costumbre de sus fundadores de discutir con las concepciones de la época. Los
fundamentalismo demarcan violentamente su distinción empero terminan proponiendo
proyectos reformistas, en el fondo repiten de alguna manera disidencias teóricas modernas
usadas para pensar su propias diferencias. No han podido avanzar en la interpretación radical
de las cosmovisiones indígenas, que necesariamente tiene que hacerse en el ámbito de la
contratación de sistemas simbólicos, culturales y epistemológicos. En gran parte son posturas
para defender privilegios académicos o de territorios privados, supuestos monopolios de
saberes secretos. Otras versiones rayan en el retorno al teologismo, acompañando al
pesimismo postmodernos en la búsqueda insaciable de un más allá. Hay que distinguir estas
preocupaciones de la necesidad de entender e interpretar las formas, los contenidos, las
expresiones de las espiritualidades ancestrales, de la perplejidad ante lo sagrado. De la misma
manera hay que situarse críticamente ante rescates apresurados de los “usos” y “costumbres”
que muchas veces resultan mas bien costumbres renacentistas de los primeros periodos
coloniales, hibridaciones medioevales y nativas. La perspectiva descolonizadora requiere de
una comprensión crítica y profunda de la historia, así como de la historia crítica. Al respecto
quisiera citar algunos trabajos inéditos de Jiovanny Samanamud, joven crítico e investigador,
quien apertura nuevas vetas de la discusión sobre descolonización desde un cuestionamiento a
las epistemes de la modernidad, en este mismo camino se abre a nuevas perspectivas de las
interpretaciones de las espiritualidades. Entre los artículos que podemos citar se encuentran:
25 de enero, el cambio de la flecha de la historia, Hacia una arquitectónica del proceso
Constituyente, Revolución y transformación: ensayo sobre la experiencia humana de la
liberación desde una fuente “no moderna”. En este sentido, nuestra ubicación puede
entenderse como el de la construcción de un pensamiento crítico y propio en el contexto de la
hermenéutica de horizontes histórico-culturales y de horizontes epistemológicos.

Lo que interesa es situarnos en esta ruptura epistemológica y usar a partir de ella el concepto
de fuerza para visualizar el campo de fuerzas en Bolivia en la coyuntura de transición.
Partamos de la siguiente proposición: El poder es una relación de fuerzas. Fuerzas que afecten
y fuerzas afectadas. Fuerzas que hacen de fusión de poder y fuerzas que hacen de materia de
poder. ¿De qué fuerzas hablamos? Hablamos de fuerzas que se mueven en el campo político,
en el campo social, en el campo económico, en el campo cultural, fuerzas que presionan,
tensionan, inducen, chocan, inciden, fuerzas que en definitiva configuran los campos y
recorren los territorios, definen espacios y atraviesan los cuerpos. Fuerzas agrupadas,
conglomeradas, que forman bloques o flujos de ataque. Fuerzas compactas, ordenadas y
organizadas en instituciones, fuerzas dispersas y bullentes en las calles, fuerzas distribuidas en
los territorios. Fuerzas movilizadas y fuerzas de contención. Fuerzas de dominio y fuerzas de
resistencia. ¿Cómo actúan las fuerzas, unas respecto de otras? Obviamente la relación no es
directa, salvo en las guerras; incluso se da el caso que en las guerras contemporáneas, los
combatientes no se ven. Todo se produce, pero no se ven. Los que ven son los espectadores de
los noticiosos televisados. Todo se produce en contextos largamente preparados,
medianamente preparados o inmediatos e improvisados. Todo depende de las circunstancias y
las condicionantes. Las fuerzas requieren de disposiciones, dispositivos y agenciamientos,
requieren de espacios estriados o lisos, de territorios, con sus espesores y configuraciones, de
estructuras, que les permitan circular y ejercer su potencia. Las fuerzas se relacionan con otras
fuerzas a través de tecnologías, discursos y prácticas. Por eso tenemos que hablar de mapas,
de formaciones y conductas, también de cartografías, saberes y posicionamientos del sujeto.
Las fuerzas no se dan por sí solas sino por condiciones de posibilidad, por campos de
posibilidad y espacios de efectuación. Hay que comprender todo este contexto, toda su
composición, que podemos llamarlo diagrama de fuerzas. A partir de estas premisas podemos
abordar el análisis de las fuerzas en la coyuntura.

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