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- Novelas de primera época: Doña Perfecta.

“Bien sé que eres un buen muchacho _dijo doña Perfecta […]_. Pero, hijo, de pensar las cosas
a manifestarlas así con cierto desparpajo, hay una distancia. […] Bien sé que tus ideas son…
no te enfades; si te enfadas me callo…Me guardaré muy bien de vituperarte porque creas que
no nos crió Dios a su imagen y semejanza, sino que descendemos de los micos; ni porque
niegues la existencia del alma, asegurando que ésta es una droga como los papelillos de
magnesia o de ruibarbo que se venden en la botica…
_¡Señora, por Dios!..._ exclamó Pepe con disgusto_. Veo que tengo muy mala reputación en
Orbajosa.
Pues decía que no te vituperaré por esas ideas…Además de que no tengo derecho a ello; si me
pusiera a disputar contigo, tú, con tu telentazo descomunal, me confundirías mil veces…; no,
nada de eso. Lo que digo es que estos pobres y menguados habitantes de Orbajosa son
piadosos y buenos cristianos, si bien ninguno de ellos sabe filosofía alemana; por lo tanto, no
debes despreciar públicamente sus creencias.
_ Querida tía_ dijo el ingeniero con gravedad_. Ni yo he despreciado las creencias de nadie, ni
tengo las ideas que usted me atribuye.”

- Novelas contemporáneas: Fortunata y Jacinta.


[Fortunata] atravesó la Puerta del Sol por frente a la casa de Cordero, y ya la tenéis subiendo
por la calle de Correos hacia la plazuela de Pontejos. Ya llegaba, y a medida que veía más
cerca el objeto de su viaje, parecía como que se le iba acabando la cuerda epiléptica que la
impulsaba a la febril marcha. Vio el portal de la casa de Santa Cruz, y sus miradas se
internaron por aquella cavidad ancha, de estucadas paredes, y alumbrada por mecheros de
gas. […]
“No se me quedará en el cuerpo nada, nada. Ella es la que me hace desgraciada, robándome a
mi marido…Porque es mi marido: yo he tenido un hijo suyo y ella no. Vamos a ver: ¿quién
tiene más cerebro? Entrañas por entrañas, ¿cuáles valen más?”. Estos enormes disparates
nacidos del trastorno que en su cerebro reinara, persistieron cuando estaba parada y atónita
delante del portal de Santa Cruz.

- Novelas espiritualistas: Misericordia.


“Debe decirse que el ingrato proceder de doña Paca no despertaba en Nina odio ni mala
voluntad, y que la conformidad de ésta con la ingratitud no le quitaba las ganas de ver a la
infeliz señora, a quien entrañablemente quería como compañera de amarguras en tantos años.
[…]
_ ¡Pobre señora mía! _dijo al ciego en cuanto se reunió con él_ . La quiero como hermana
porque juntas hemos pasado muchas penas. Yo era todo para ella, y ella todo para mí. Me
perdonaba mis faltas, y yo le perdonaba las suyas…¡Qué triste va, quizás pensando en lo mal
que se está portando con la Nina!”

Luchana (Episodios nacionales)


“_Como usted comprende _añadió con gravedad don José María_, teniendo en cuenta todas
las partes del individuo, no hemos reparado principalmente en su alcurnia, que es altísima, ni
en su lucida riqueza, sino en sus virtudes, las cuales son tantas, al decir de la fama, que no hay
lenguas que puedan elogiarlo como se merece. Su edad es de veintiséis años, su presencia
gallardísima, su rostro hermoso, espejo de un alma noble, sus acciones señoriles, su lenguaje
comedido y muy galán…En fin, que parece haber venido al mundo adrede para emparejar con
esta sin par niña, cuyos méritos conoce usted. Hace días que María y yo, por medio de una
discretísima correspondencia, venimos tratando de este matrimonio. […]
_ Según esto _dijo Fernando sin ocultar su asombro_, ¿no conocen ustedes al candidato?
_Le conocemos y no le conocemos. El año 21 ó 22, con ocasión del destierro de don Beltrán de
Urdaneta…¿No ha oído usted nombrar a don Beltrán de Urdaneta?
_ ¡Yo qué he de oír nombrar a ese señor!
_ Pues es en esas tierras más conocido que la ruda. Decía que con motivo de su destierro por
trapisondas políticas, residió aquí la familia como unos ocho meses. Rodriguito era entonces
un chiquillo precioso: diez u once años todo lo más. Demetria tenía seis, si mal no recuerdo.
Las dos familias intimaron: el niño y la niña no se separaban en todo el día, fraternizando en
sus juegos infantiles.
Recuerdo que en aquella Navidad les hice un nacimiento en la misma habitación donde usted
mora. Lo que yo gozaba con ellos no es fácil imaginarlo. Desde entonces me dio el corazón que
aquellos dos seres tan graciosos y angelicales habían de juntarse, con el tiempo, en santa
coyunda. […] Verdad que desde entonces no hemos vuelto a verlos[…]
_ Y Demetria, ¿tampoco ha vuelto a ver a don Rodrigo desde que jugaban juntos y usted les
hacía los Belenes?
_ No han vuelto a verse, no, señor.
_ ¿Y se ha enterado de que quieren ustedes casarla?
_ Se lo hemos dicho, naturalmente; y como es tan discreta y sesuda, nos ha contestado que
agradecía mucho el interés que tomábamos por ella; que, en efecto, tiene noticias de las
virtudes y méritos del señor don Rodrigo, y que accederá a ser su esposa, si, después de
tratarle en esta edad del discernimiento le encuentra digno de concederle, con su mano, su
corazón.

Doña Perfecta
“Bien sé que eres un buen muchacho _dijo doña Perfecta […]_. Pero, hijo, de pensar las cosas
a manifestarlas así con cierto desparpajo, hay una distancia. […] Bien sé que tus ideas son…
no te enfades; si te enfadas me callo…Me guardaré muy bien de vituperarte porque creas que
no nos crió Dios a su imagen y semejanza, sino que descendemos de los micos; ni porque
niegues la existencia del alma, asegurando que ésta es una droga como los papelillos de
magnesia o de ruibarbo que se venden en la botica…
_¡Señora, por Dios!..._ exclamó Pepe con disgusto_. Veo que tengo muy mala reputación en
Orbajosa.
Pues decía que no te vituperaré por esas ideas…Además de que no tengo derecho a ello; si me
pusiera a disputar contigo, tú, con tu telentazo descomunal, me confundirías mil veces…; no,
nada de eso. Lo que digo es que estos pobres y menguados habitantes de Orbajosa son
piadosos y buenos cristianos, si bien ninguno de ellos sabe filosofía alemana; por lo tanto, no
debes despreciar públicamente sus creencias.
_ Querida tía_ dijo el ingeniero con gravedad_. Ni yo he despreciado las creencias de
nadie, ni tengo las ideas que usted me atribuye.”

Fortunata y Jacinta
[Fortunata] atravesó la Puerta del Sol por frente a la casa de Cordero, y ya la tenéis subiendo
por la calle de Correos hacia la plazuela de Pontejos. Ya llegaba, y a medida que veía más
cerca el objeto de su viaje, parecía como que se le iba acabando la cuerda epiléptica que la
impulsaba a la febril marcha. Vio el portal de la casa de Santa Cruz, y sus miradas se
internaron por aquella cavidad ancha, de estucadas paredes, y alumbrada por mecheros de
gas. […]
“No se me quedará en el cuerpo nada, nada. Ella es la que me hace desgraciada, robándome a
mi marido…Porque es mi marido: yo he tenido un hijo suyo y ella no. Vamos a ver: ¿quién
tiene más cerebro? Entrañas por entrañas, ¿cuáles valen más?”. Estos enormes disparates
nacidos del trastorno que en su cerebro reinara, persistieron cuando estaba parada y atónita
delante del portal de Santa Cruz.
“Debe decirse que el ingrato proceder de doña Paca no despertaba en Nina odio ni mala
voluntad, y que la conformidad de ésta con la ingratitud no le quitaba las ganas de ver a la
infeliz señora, a quien entrañablemente quería como compañera de amarguras en tantos años.
[…]
_ ¡Pobre señora mía! _dijo al ciego en cuanto se reunió con él_ . La quiero como hermana
porque juntas hemos pasado muchas penas. Yo era todo para ella, y ella todo para mí. Me
perdonaba mis faltas, y yo le perdonaba las suyas…¡Qué triste va, quizás pensando en lo mal
que se está portando con la Nina!”

Luchana (Episodios nacionales)


“_Como usted comprende _añadió con gravedad don José María_, teniendo en cuenta todas
las partes del individuo, no hemos reparado principalmente en su alcurnia, que es altísima, ni
en su lucida riqueza, sino en sus virtudes, las cuales son tantas, al decir de la fama, que no hay
lenguas que puedan elogiarlo como se merece. Su edad es de veintiséis años, su presencia
gallardísima, su rostro hermoso, espejo de un alma noble, sus acciones señoriles, su lenguaje
comedido y muy galán…En fin, que parece haber venido al mundo adrede para emparejar con
esta sin par niña, cuyos méritos conoce usted. Hace días que María y yo, por medio de una
discretísima correspondencia, venimos tratando de este matrimonio. […]
_ Según esto _dijo Fernando sin ocultar su asombro_, ¿no conocen ustedes al candidato?
_Le conocemos y no le conocemos. El año 21 ó 22, con ocasión del destierro de don Beltrán de
Urdaneta…¿No ha oído usted nombrar a don Beltrán de Urdaneta?
_ ¡Yo qué he de oír nombrar a ese señor!
_ Pues es en esas tierras más conocido que la ruda. Decía que con motivo de su destierro por
trapisondas políticas, residió aquí la familia como unos ocho meses. Rodriguito era entonces
un chiquillo precioso: diez u once años todo lo más. Demetria tenía seis, si mal no recuerdo.
Las dos familias intimaron: el niño y la niña no se separaban en todo el día, fraternizando en
sus juegos infantiles.
Recuerdo que en aquella Navidad les hice un nacimiento en la misma habitación donde usted
mora. Lo que yo gozaba con ellos no es fácil imaginarlo. Desde entonces me dio el corazón que
aquellos dos seres tan graciosos y angelicales habían de juntarse, con el tiempo, en santa
coyunda. […] Verdad que desde entonces no hemos vuelto a verlos[…]
_ Y Demetria, ¿tampoco ha vuelto a ver a don Rodrigo desde que jugaban juntos y usted les
hacía los Belenes?
_ No han vuelto a verse, no, señor.
_ ¿Y se ha enterado de que quieren ustedes casarla?
_ Se lo hemos dicho, naturalmente; y como es tan discreta y sesuda, nos ha contestado que
agradecía mucho el interés que tomábamos por ella; que, en efecto, tiene noticias de las
virtudes y méritos del señor don Rodrigo, y que accederá a ser su esposa, si, después de
tratarle en esta edad del discernimiento le encuentra digno de concederle, con su mano, su
corazón.

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