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DESPIERTA

Por: Jesús David Motta

Eran aproximadamente 200 los cadáveres que adornaban el suelo sobre el cual se
encontraba parado sin saber por qué; la sangre había salpicado toda su
vestimenta y aunque era lo que siempre había querido se sentía confundido, así
que tomo rumbo hacia algún lugar, pudo ser el norte, el sur o simplemente la
nada; el suelo y todo lo que en él había empezó a tomar un color luminoso hasta
el punto de cegarlo por completo. Ahora solo sabía que estaba asustado y
encerrado en un pequeño cubo de dimensiones infinitas que le impedía el
movimiento; una voz irrumpe en el blanco silencio.

-Iohan! Iohan!

La voz se hacía cada vez más fuerte y clara, y repetía sin cesar

-Iohan!

Entonces, abrió sus ojos sin tenerlos cerrados y el cubo desapareció dando lugar
al rostro de su madre.

-Hijo, ¿no deberías estar camino al trabajo? Estas pálido y sudando ¿qué te pasa?

-Nada mamá, tienes razón, me he quedado dormido.

Aun sentía el olor a sangre y su ropa estaba empapada en sudor.

Cuando estaba en la ducha, se inquietó por la magnitud de su sueño

-Es solo un sueño - se dijo a sí mismo.

El resto del día fue igual a cualquier otro que recordara. Llegó a su oficina y se
sentó frente al computador blanco (casi amarillo) después de darle la debida
explicación a su jefe el señor Antoni, por su retraso.

El señor Antoni, era a la vez que estricto, comprensivo y dejo que Iohan continuara
con su rutina teniendo en cuenta que era la primera vez que pasaba algo así. A
pesar de esto Iohan lo odiaba, al igual que a todos sus compañeros de oficina y en
general a toda la gente que conocía; este odio era el mismo que sentía casi por
todo, pues todo le recordaba su rutina, su maldita rutina, esa que lo había
convertido en la persona más aburrida que el conociera, y a pesar de esto, era lo
único que podía hacer con su vida si quería que su madre siguiera viviendo, pues
lo medicamentos que le daban a ella un poco de vida, eran demasiado costosos
debido a la rareza de su enfermedad. Ésta, su única razón de ser –el ser más
aburrido que conociera- y el apoyo de su único y mejor amigo William, fueron los
únicos argumentos que encontró Iohan para intentar sobrevivir en ese peligroso
círculo puntiagudo en torno al cual giraba su vida, y así, como una luz en frente de
un ciego, pasaron 3 meses, tres mudos e invisibles meses desde el día del
incidente.

Ese domingo, se levantó como de costumbre a las 8 am para encontrarse con que
su amigo lo estaba esperando en la sala de estar. William era una persona
maravillosa; un hombre de mediana edad, alto y un poco delgado, nunca terminó
sus estudios pero amaba la lectura, se dedicaba a escribir en ocasiones; era quizá
el mejor amigo que se pudiera tener, callado pero siempre atento y con unos
sentimientos bellísimos; y ese preciso día le contó a Iohan que acababa de
adquirir una “bodega-congelador” y que se iba a dedicar a vender carnes y
alimentos fríos para ayudarse con los gastos pues con lo que ganaba de los libros
no le bastaba.

Así que le pidió que le ayudara a mejorar el lugar, a hacerlo apto para la conserva
de los alimentos.

Para cuando pasaron tres cuartos del día, todo el sitio lucía impecable, con
tranquilidad una madre podría dar a luz a su hijo en el suelo del lugar.

Ese fue un día agotador, de tal manera que al llegar a casa, Iohan se dirigió de
inmediato a tomar una ducha, para después quedarse dormido de sin darse
cuenta ni de cómo llegó a la cama, y sin tiempo de ponerle algo de ropa a su
delgado cuerpo. En la noche, Iohan tuvo el mismo sueño, ese que lo había
retrasado aquel día tres meses atrás.

Cuando despertó, el hombre sintió que se derretía, el sudor estaba en todas


partes acompañado de ese seductor aroma a sangre.

De nuevo llegó tarde a su trabajo, y para su desgracia, eligió el peor día para
hacer esto; el señor Antoni estaba anunciando que debido al cese del ingreso de
acciones por parte de uno de sus mayores inversionistas, debía recortar personal
pues la empresa había entrado en crisis.

El hecho de que Iohan entrara en la sala en donde ya se encontraban todos


reunidos y que todas las miradas encontraran en él un blanco sobre el cual
disparar culpas, lo convirtió casi de inmediato en uno de los candidatos más
opcionados a ser “recortado”; pasó a ser el cordero más apetitoso para el
banquete de navidad, ese cordero al que el resto del rebaño empuja contra el
hacha en un intento por salvarse. Esta idea permaneció en su cabeza todo el día
como una gallina que escarba en el suelo sin aburrirse de ello, y su mente estuvo
a la espera de las buenas o malas nuevas que traería consigo el nuevo día, pues
era el día que había elegido el señor Antoni para asesinar financieramente a por lo
menos el 40% de su personal.

De la misma forma en que lo pensó toda la noche y casi con las mismas palabras
que pensó escuchar, Iohan se enteró de que su vida o más bien la de su madre
había terminado.

Tal fue su ira, que en medio de sus ideas, apareció una densa niebla que ahogó
su vista y cuando despertó, ansioso por hacer pedazos al señor Antoni, estaba en
casa de William, quien ya estaba enterado de la desgracia, esa que habría de
ocasionar la muerte de la señora Margoth, la dulce y enferma madre de Iohan,
pues lastimosamente, William no podía hacerse cargo de los medicamentos de la
madre de su amigo, eran demasiado caros, sin embargo y como intentando
bombear el agua del mar para despejar el fondo, William le prometió a su amigo
que nunca le faltaría alimento, pues en su “refrigerador” siempre habría una
porción para él y su madre –al menos mientras ésta conservara su vida-.

Una semana después del incidente, en la noche del domingo, el mismo sueño, el
mismo olor y el mismo sentimiento aparecieron en la mente de Iohan solo que
mucho más intensos, pero ahora no se sentía desconcertado, ahora sabía que era
lo que pasaba, lo que no sabía era como iba a pasar, para lo que se tomó todo el
siguiente día, pues ya no tenía más en que ocuparse. La tarde de ese día, su
madre tuvo una complicación que ya no pudo ser controlada a falta del tan
anhelado medicamento. Si esto no hubiera pasado, tal vez Iohan se hubiera
tomado la molestia de pensar mejor como hacer las cosas, pero
desgraciadamente pasó y su odio lo encegueció, solo salió a la calle y sin saber
cómo, ya se encontraba en frente de su ex jefe, golpeándolo, con tanto gozo que
no le importó romper su mano. Pero como no había pensado en que más hacer, lo
único que se le ocurrió fue meter el cadáver deformado del hombre en el
congelador de su amigo William, lo mismo hizo con la secretaria, a la cual por falta
de su mano, golpeó con un madero cualquiera que encontró. Su rencor se
apoderó de su cuerpo, y para cuando reaccionó, se encontró con que estaba
dando los últimos golpes a William, su amado amigo, el único ser diferente a su
madre al que había amado, el mismo William que ahora pasaba a formar parte del
grupo de casi 200 cadáveres que compartían el estrecho espacio que les ofrecía
el congelador; el cubo se hizo pequeño, y la presión en su pecho se hizo cada vez
más fuerte, todo a su alrededor empezó a desaparecer, solo se oía una voz:

-Iohan!, Iohan!

Sus ojos se abrieron y su madre y su amigo aparecieron rompiendo la oscuridad.

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