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RUFINO, EL MENSAJERO

En un pueblo imaginario habitado por diferentes especies de animales, tenían a un joven


palomo como mensajero. El ave provenía de una familia muy acreditada de mensajeros.
Sus antepasados, de la raza Columba livia, habían sido usados en el antiguo Egipto para
comunicar las crecidas del río Nilo, a las que precedían, salvando así las vidas y los
bienes de los moradores de aquellas tierras. A través de la selección genética el hombre
ha modificado algunas de las características originales de la Columba livia,
obteniéndose hasta hoy, unas 200 razas de palomas.
Volviendo a nuestro protagonista, se sentía muy orgulloso de pertenecer a una familia
cuyos antepasados habían hecho tanto bien y, aunque hacía poco tiempo que trabajaba,
en el pueblo estaban muy contentos con él. Se había ganado el cariño de todos por su
buena educación, su alegría y la vitalidad que demostraba en sus idas y venidas por los
diferentes pueblos para los que trabajaba.
-¡Buenos días, doña cerda! Saludó muy contento el joven palomo.

-¡Buenos días, Rufino! Respondió ella.

-Le traigo noticias de una de sus hermanas. Dijo el mensajero.

-¿De cuál de ellas? ¡Tengo tantas! Preguntó muy entusiasmada.

-De la que vive en el pueblo de al lado. Respondió el ave.

-Espero que esté bien y no le haya pasado nada. Expresó con algo de preocupación la
mamífera.

-No, no le ha pasado nada, todo lo contrario. Me ha dicho que le diga que está muy bien,
que ha tenido una camada de 8 cochinillos y que todos son guapísimos y están
sanísimos.

- ¡Oooh! ¡Qué maravilla tener una familia tan numerosa y hermosa como la mía!
Añadió con alegría doña cerda y, continuó: –Le dices que la semana próxima iré a
visitarla, tengo ganas de conocer a mis nuevos sobrinos, seguro que serán tan guapos
como ella, en mi familia todos somos guapísimos.

Saliendo de allí Rufino siguió haciendo su recorrido visitando las casas a las que tenía
que dar algún mensaje.

-¡Buenos días, don perro!

-¡Buenos días, Rufino! ¿Cómo está tu padre? Preguntó el can.

-Está muy bien. Cada día se reúne con un grupo de amigos jubilados que han sido
mensajeros como él y, hacen excursiones, juegan, hablan de sus cosas y lo pasan bien.

-Me alegro, tu padre ha trabajado mucho y ha sido un buen profesional de la mensajería,


en el pueblo todos lo apreciamos. Le das saludos de mi parte. Y ahora dime, ¿qué te trae
por aquí? Siguió preguntando don perro.
-Le traigo un mensaje del perro labrador que está de encargado en la Casa del Censo
Canino, me ha dicho que le diga que todavía no ha puesto el microchip a sus cachorritos
y le recuerda que tiene que censarlos, así en caso de que alguno se pierda las
autoridades pertinentes pueden acceder a los datos.

-No se me ha pasado pero es que he tenido mucho trabajo y no he podido acercarme a la


Casa del Censo Canino. Le dices al encargado que esta misma semana iré. Respondió el
can.

-¡Hasta otra, don perro!

-¡Hasta otra, Rufino!

El ave siguió visitando hogares llevando toda clase de mensajes. Cada día, cuando
terminaba su jornada laboral descansaba durante unos minutos en la rama baja de un
árbol, situado en la plaza donde se reúnen los vecinos del pueblo para charlar y pasar el
rato. El lugar solía estar bastante lleno de animales, mientras los jóvenes jugaban, los
adultos y ancianos hablaban. Durante ese tiempo de descanso, el ave disfrutaba oliendo
las distintas fragancias de árboles, plantas y flores que llegaban hasta él. Observando el
hermoso cielo azul y escuchando el agradable sonido del viento otoñal. Ese día,
mientras estaba gozando de la naturaleza, vio como pasaba por debajo del árbol una
vieja leona que vivía sola.

-¡Hola, doña leona! Saludó con su acostumbrada alegría, el palomo.

-¡Hola, Rufino, no te había visto, hijo!

-Es lógico que no me haya visto, estoy aquí arriba y usted iba andando con la cabeza
agachada. Afirmó el ave.

-Es que tengo que ir mirando al suelo porque con mis achaques en las patas caigo con
una simple hoja. ¿Has tenido mucho trabajo hoy? Preguntó ella.

-Sí, he tenido mucho trabajo, aunque afortunadamente no ha sido uno de esos días que
tengo que ir volando sin parar de un lado para otro. Respondió él.

-No saben la suerte que tienen los que reciben mensajes de familiares y amigos. Bueno,
hijo, te dejo porque estoy deseando llegar a casa para descansar, mis patas no me
permiten seguir más tiempo aquí. Hasta otro día Rufino.

-Hasta otro día, doña leona.

El palomo, cuando regresaba a su casa tenía la costumbre de contar a sus padres cómo
le había ido la jornada y, aquel día, después de escuchar, papá palomo explicó:

-Cuando yo empecé a trabajar de mensajero doña leona vivía con sus padres, sus
hermanos habían marchado del pueblo para formar sus familias. Recuerdo que tenía una
amiga que conoció a un león que pertenecía a otro territorio y se marchó con él. Doña
leona no encontró al felino de su vida y cuando sus padres desaparecieron por sus
avanzadas edades, ella se quedó sola. Por aquel entonces recibía noticias de sus
hermanos y de su amiga, pero poco a poco se fueron distanciando y dejaron de enviarse
mensajes.

-¿Y sabes dónde viven? Preguntó el joven palomo.

-¡Los hermanos vivían en diferentes lugares. Creo recordar que su amiga vivía en el
segundo pueblo aunque su casa no estaba en mi zona de trabajo, pero, ¿por qué lo
preguntas?

-No, por nada, por simple curiosidad. Respondió él.

Cuando llegó la noche y el ave se fue a dormir, antes de conciliar el sueño estuvo
pensando qué podía hacer para alegrar a aquella vieja y solitaria leona.

Al día siguiente, al finalizar su ruta por los diferentes pueblos llevando y trayendo
mensajes de unos y otros, Rufino se dirigió a casa de la felina.

-Mientras volaba he visto un gran rodal de estas bonitas Bocas de Dragón, y como a mi
madre le gustan mucho estas flores he pensado que a usted también le gustarían.

Al ver aquel hermoso ramillete, doña leona muy emocionada exclamó -¡Ay! Hijo, es la
primera vez en mi vida que alguien me regala flores. Son preciosas. Muchas gracias
Rufino, no olvidaré esto mientras viva.

Al verla tan contenta, el mensajero continuó –Pues le traigo otra cosa que le hará más
ilusión que las flores.

-¿Síí? ¿Qué más me traes? Preguntó con interés.

-Esta mañana durante mi ruta por los pueblos me he encontrado con una amiga suya que
hace años vivió aquí en el pueblo y me ha dado saludos para usted. Explicó él.

-¿Has visto a Leónida? Preguntó emocionada.

-Sí, así me ha dicho que se llamaba. Contestó el joven palomo.

-Hijo, no sabes la alegría tan grande que me acabas de dar. Hace años que no sé nada de
ella y pensé que nunca más volvería a saber nada. ¿Cómo está?

-Yo la he visto muy bien, aunque me ha dicho que tiene achaques en las patas y no
puede andar mucho. Respondió.

-Igual que yo, claro, la edad no perdona. ¿Vive con algún hijo? Siguió preguntando con
emoción, la vieja leona.

-No, los hijos tienen sus familias y no viven con ella. Contestó él.
-¡Qué lástima que no nos podamos ver! Yo no puedo andar mucho y si ella tiene el
mismo problema…bueno, al menos a través de ti nos podremos comunicar. ¿En qué
pueblo vive?

-En el octavo. Respondió él.

-¡Huy, qué lejos! Antes vivía en el segundo, si que se ha ido a vivir lejos. Cuando
vuelvas a pasar por allí le dices que, bla, bla, bla…

Fue pasando el tiempo y, la vieja felina siguió enviando y recibiendo mensajes de su


amiga hasta que un día el mensajero oyó gritar: -¡RUFINO, RUFINO!

Al girarse vio como doña leona se dirigía hacia él, diciendo muy entusiasmada: -Hijo,
vuelas tan rápido que por poco no te alcanzo. Mira, tengo una buena noticia para
Leónida, le dices que he contratado al caballo-taxi, dentro de tres semanas él me llevará
a su casa, pasaré el día con ella y después el caballo me volverá a traer. Estoy muy
contenta y cuando se lo digas a ella también se alegrará mucho. ¿Cuándo irás a
decírselo?

Al joven palomo le cambió el color de la cara y se quedó sin habla. -¡Rufino, que te
estoy preguntando…! Dijo con extrañeza la felina al ver la expresión del joven palomo.

-Sí…sí…ya la oigo…pero…

-Hijo, ¿qué te pasa?, me estás preocupando.

-No…no…no me pasa nada…pero…

-¿Pero qué? Dime algo. Preguntó ella con preocupación.

-Aaahora tengo que irme…ya… ya le diré algo. Y salió volando como si estuviera
participando en una carrera de fondo.

-Qué raro… no entiendo nada… ¿se habrá puesto enfermo…? Se preguntó entre sí doña
leona.

Cuando el ave llegó a casa, sus padres lo notaron triste. –Rufino, estás muy callado, ¿te
pasa algo? Preguntó mamá paloma.

-No. Respondió él.

-¿Sucede algo, hijo? ¿Has tenido algún problema en el trabajo? Preguntó papá palomo.

-No. Volvió a responder él.

Sus padres se miraron con extrañeza preguntándose con los ojos ¿Qué le está pasando a
nuestro querido hijo? Entonces, Rufino dijo: -Estoy cansado, hoy he tenido mucho
trabajo y tengo ganas de descansar, hasta mañana.
-¿Hasta mañana…? Hijo, si es la hora del almuerzo, ¿es que no piensas ni comer, ni
cenar esta noche? Preguntó con preocupación su padre.

-Papá, es que estoy tan cansado que sólo tengo ganas de dormir, hasta mañana.

Mamá paloma con inquietud se acercó a su hijo, diciendo: -Rufino, esto no puede ser,
eres muy joven, trabajas mucho y tienes que comer, no puedes irte a dormir así.

-Mamá, por favor, necesito irme a dormir, estoy muy cansado, mañana ya comeré.

Cuando sus padres se quedaron solos barajaron diferentes posibilidades sobre qué le
podía estar pasando a Rufino, hasta que papá palomo concluyó la conversación
diciendo: –Mañana veremos cómo está y, si sigue así y no nos quiere decir nada hablaré
con algunos vecinos y disimuladamente intentaré descubrir si saben algo.

Al día siguiente, el joven palomo se levantó con cara compungida y, su madre


intentando simular no darse cuenta, con fingida alegría dijo. –Mira, hijo, para desayunar
te he puesto una buena ración del maíz que a ti tanto te gusta, anda, vamos a comer.

El ave comió sin ganas y con esfuerzo. El padre, intentando hacer el mismo papel que la
madre, preguntó: -¿Has descansado bien, hijo?

-¡Sí! Respondió él de manera escueta.

Aquel día, en el trabajo, Rufino no daba pie con bola, se le olvidaban los mensajes, se
equivocaba, noticias que tenía que dar en una casa las daba en otra, etc. Mientras su
padre hablaba con un vecino, se le acercó un pato que después de los respectivos
saludos, explicó: -Cuando Rufino ha venido a casa yo no estaba en ese momento y mi
hembra ha recibido el mensaje. Le dices a tu hijo que se ha confundido porque nosotros
no tenemos ninguna deuda con un asno del pueblo de al lado. Dos vecinos más también
se acercaron hablando de equívocos y olvidos por parte del joven mensajero.

Cuando el ave terminó su jornada laboral y llegó a casa, sus padres lo estaban
esperando. -¡Hola hijo! ¿Cómo te ha ido el día? Preguntó el papá.

-Bien. Respondió él.

-¿Estás seguro de que te ha ido bien?, algunos vecinos me han dicho que hoy con el
trabajo te han visto algo confuso. Expresó con ternura el padre.

Al oír esto Rufino estalló en un gran llanto. Al verlo así, mamá paloma lo cubrió con
una de sus alas mientras con la otra le acariciaba la cara, diciendo. –Vamos hijo, dinos
qué te está pasando, estamos muy preocupados por ti, no nos gusta verte triste y lloroso,
queremos ver a nuestro Rufino de siempre, al alegre y dinámico que eres.

El joven palomo no pudiendo aguantar más la congoja que llevaba dentro, entre sollozos
empezó a contar: -Tengo un problema muy gordo, muy gordo.
-Vamos hijo, por más gordo que pueda ser cuéntanos lo que te está sucediendo. Pidió
con cariño papá palomo.

Después de algunas explicaciones, Rufino continuó: …-Y cuando doña leona me dijo
“No saben la suerte que tienen los que reciben mensajes de sus familiares y amigos,”
entonces fue cuando se me ocurrió que tenía que hacer algo para verla contenta. Le he
estado llevando falsos mensajes de su amiga con la única intención de verla feliz. Como
no puede andar mucho pensé que nunca descubriría que no era verdad, no imaginé que
podría llegar a contratar al caballo-taxi… y ahora…

-Y ahora, no sólo los mensajes no han existido sino que doña leona está preparando un
viaje para visitar a una amiga que no sabes si vive, ni en qué pueblo puede estar. Pues sí
hijo, tienes un problema. ¿Has pensado qué vas a hacer? Siguió preguntando con
terneza su padre.

-Tendré que decirle la verdad… lo que me sabe mal de todo esto es que doña leona se
entristecerá…yo que lo hice para verla contenta…y otra cosa que me sabe mal es el
haber manchado el buen nombre de los mensajeros. Entonces, Rufino volvió a estallar
en un gran llanto.

-Vamos, hijo, no llores más, llorando no se arreglan las dificultades. Mírame a los ojos.
Pidió papá palomo y, añadió: -En primer lugar, tú no has manchado el buen nombre de
los mensajeros, en el pueblo todos te quieren y están muy contentos contigo,
simplemente has cometido un error de juventud y, todos hemos cometido y cometemos
errores, aún en edad adulta. En segundo lugar, antes de que hables con doña leona yo
trataré de encontrar a su amiga y si es necesario pediré la colaboración de mis amigos.
Papá te ayudará porque no has mentido para beneficiarte a ti mismo, has pretendido
alegrar el corazón de una vieja leona, aunque como ves, no te ha salido bien. Tú lo estás
pasando mal, nosotros también y doña leona puede añadirse al grupo si no encontramos
a su amiga.

-Sí papá, así es. Os aseguro que esto no volverá a suceder nuca más.

-Ahora quiero que te tranquilices, que comas y que vuelvas a ser el Rufino de siempre,
¿de acuerdo hijo mío?

-Sí papá.

Entonces, padres e hijo se estrecharon con las alas mostrándose amor y cariño. Al día
siguiente, el ave, ya más tranquilo continuó haciendo su trabajo confiando en la ayuda
de su padre.

-¡Buenos días, don toro! Saludó sonriendo, el mensajero.

-¡Buenos días, Rufino! Hacía tiempo que no venías por aquí, ¿qué noticias nos traes?,
espero que sean buenas. Preguntó el robusto mamífero.
-Le traigo buenísimas noticias de uno de sus hermanos, del que vive en el tercer pueblo.
Me ha dicho que le diga que dentro de ocho días celebrarán el cumpleaños de uno de
sus novillos y, que invita a toda la familia a una comilona. Que espera que usted, doña
vaca y sus hijitos acudan. Que tiene muchas ganas de verlos a todos. Y que me diga a
mí si van a ir o no al banquete. Si me dice que no su hermano me ha encargado que le
dé un buen tirón de orejas, aunque no sé cómo me las voy a arreglar para hacerlo siendo
usted tan grande. En ese momento, el ave y el toro estallaron a carcajadas.

Cuando terminaron de reír, don toro exclamó muy contento: -Pues claro que vamos a ir,
no me perdería por nada del mundo esta reunión familiar. Dile que cuente con nosotros.

Cuando Rufino terminó su jornada de trabajo y regresó a casa, su padre lo estaba


esperando con alegría. –Hijo, escucha bien lo que tengo que contarte. Esta mañana me
he acercado al segundo pueblo y no sólo he localizado a doña Leónida, también he
encontrado a una de las hermanas de doña leona, ambas, junto con sus hijos vendrán a
visitar a la vieja felina. Les he contado lo sucedido y ellas también quieren ayudarte. La
hermana me ha dicho que se pondrá en contacto con sus otros hermanos y sobrinos y
seguramente todos vendrán a verla.

Al oír esto, al joven palomo le cayeron algunas lágrimas y con la voz truncada exclamó:
-Gracias papá.

Nuevamente, padres e hijo se estrecharon con las alas, mientras el padre decía: -La
obligación de todo padre es la de proteger y ayudar a sus hijos y, yo lo hago con
muchísimo gusto porque te amo hijo mío y quiero verte feliz.

-Yo también os quiero mucho a los dos. Respondió el joven.

Al cabo de dos semanas, doña leona recibió la agradable visita de todos sus hermanos,
sobrinos, amiga e hijos, y juntos celebraron el acontecimiento con un gran banquete.
Ese día hablaron de verse más a menudo porque como dijo la vieja felina: -¡Lo bueno
tiene que repetirse! Y así fue, a partir de entonces no sólo se vieron con bastante
frecuencia, sino que además, doña leona nunca más dejó de recibir y enviar mensajes.

Su avanzada edad le permitió entender que Rufino había obrado con buena intención y,
hasta yo diría…yo diría que, aunque ella nunca lo dijo, estuvo contenta con lo que él
hizo, ya que gracias a ello nunca más volvió a sentirse sola.

Desde el principio de los tiempos los humanos hemos utilizado distintos medios de
comunicación. ¿Cuántos conoces tú?, aquí van algunos:

Las tablas o piedras. Los jeroglíficos. Las señales de humo. La trompeta. La campana.

La botella. Las palomas mensajeras. El servicio postal. El silbo gomero.

Libros, periódicos, revistas. La radio. El teléfono. El telégrafo. El cine. La televisión.

El fax. Internet. El SMS.


Autora: Montserrat Martínez Vila.

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