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Una palmera

No hay una marca, un logotipo o un símbolo diseñado que sea más


bello que una palmera. Y una palmera es un ser prehistórico que vivió
mucho antes que nosotros y que (eso espero) sobrevivirá cuando no
tengamos los pies sobre este planeta. Digo esto para contextualizar esa
cosa llamada diseño como lo que es: una actividad humana que tiene
escasos años de antigüedad y que mantiene la apariencia de crear cosas
bellas.

Pero, en diseño, son cosas bellas hechas por el hombre. Y parecen fasci-
nantes no tanto en su belleza como en su belleza en cuanto a producto
del hombre. Nos reconocemos. Nos reconocemos en su comprensión y
esto nos place (estéticamente). Como decía Cortazar “la coherencia es
algo que siempre alegra vaya a saber por qué”.

Volviendo al caso de la palmera, admitirlo no nos sirve para crear dise-


ños más bellos (sería tonto competir) pero sí para ubicar correctamente
el trabajo de los diseñadores –siempre tan autorreferencial– y quitarnos
importancia. Ubicarlo en la vida. Ubicarlo frente a la palmera.

Yo me considero diseñador. Pero también cocinero, padre, amante no-


vio, intelectual, melómano y el alma de cualquier fiesta. La vida está en
todas partes. Y yo intento que también esté en mis diseños.
De las cosas que más me gustan en este trabajo es la relación con otras gen-
tes. Cuando mejor he trabajado y cuando más satisfecho me he sentido ha
sido en aquellos trabajos en los que se ha establecido una relación personal
que ha tenido un aporte fuera de lo profesional; donde se ha añadido algo
de la vida al diseño. He tenido la suerte de que estos casos se han dado
tanto en clientes como en colegas, colaboradores o amigos.

En el diseño existe, cada vez más, una continua influencia global. Pero
la vida es local, y hay que cuidar que lo vivido no sea desplazado por lo
representado. Siempre he buscado una fijación con la tierra, un punto
de apoyo real en todos los trabajos, frente a la espectacularidad –en el
sentido de espectáculo que nos regala Walter Benjamin o Guy De-
bord–. Y esta intención tiene que ver con el desarrollo de las relaciones,
de lo vital. Por integrar en el trabajo mi persona, los días de mi vida.

Existen corrientes en el diseño que lo colocan como un nuevo medio


de expresión artística, donde la pulsión del diseñador tiene una impor-
tancia (o una instrumentalización) enorme. También las hay que, más
o menos virulentamente, se oponen a la estética, en pro del gobierno
de la funcionalidad. Otras abogan por la estética como función en sí
misma (con una mentalidad justificada por un ‘superavit’ de función ya
logrado por el diseño). Lo que trataba de explicar antes no constituye
una postura en este aspecto, frente a estos modos de pensamiento. Pero
sé que se mueve por unos lugares intermedios, en una escala que tiene
que ver conmigo, pero que convive con el diseño.

En esa escala, lo circunstancial, lo personal, lo divertido, lo importante,


lo anecdótico, es parte indisoluble de lo profesional. En esa escala, pro-
curo ser riguroso. Hay veces en que los trabajos pasan velozmente por
la percepción del público, y en este nivel deben funcionar perfectamen-
te. Pero suelen perdurar mucho más en la vida del cliente, y también
hay que procurar atender esta vinculación, esta pertenencia. Realmente
creo que algo de la misma puede llegar a comunicarse hacia afuera.

Es un pensamiento humanista, o vitalista, como se quiera. Finalmente es


lo que es. Y esto me lleva a relacionarme de una manera determinada en
mi trabajo. Y a la valoración de esa relación, que un poco es este libro.

Los trabajos para La Casa Del Conde y Esfumato, no se pueden se-


parar de mi relación desde la infancia con Enrique Amigó. Y más
allá de la calidad del resultado, es el mejor trabajo que he hecho. Los
proyectos del Colectivo La Balsa son fruto de las ganas de hacer cosas
juntos, con Cueto, Rafa y Gonzalo y, tras mucho trabajo, discusiones
y quebraderos de cabeza, es de las pocas cosas que, sin duda, tiene
algún sentido mostrar.

Lo mismo ocurre con amigos que han sido clientes y clientes con los
que se ha entablado una relación profesional que no puede ser sin el
entendimiento y el aporte por ambas partes, y que se extiende más allá
del trabajo. En este punto el concepto de autoría no deja de existir, pero
pierde su valor como algo estrictamente personal y lo gana como resul-
tado de una necesaria participación en el proyecto.

En muchos trabajos está la presencia de colaboradores que siempre han


sumado al proyecto, más allá del encargo, y que son todos amigos. No
encuentro riqueza en otro tipo de relación.
Muchos de esos trabajos y de esas personas están por aquí, en estas pá-
ginas. No están mis trabajos más importantes, mis clientes más signifi-
cativos: no es un libro de trabajos de diseño, sino de trabajos de mi vida
como diseñador. Por tanto, son todos trabajos ‘queridos’. También es,
como dice el título, un agradecimiento.

De alguna manera es un modo de colocarme frente al diseño. Y, como


soy yo, sin definirme mucho, acercándome lentamente por alrededor.
No creo que sea deseable que un diseñador se ubique dentro del mundo
del diseño. Ubicarse en el mundo es una tarea mejor.

Al fin y al cabo el diseño está muy bien. Pero no es mejor que una palmera.

Alejandro González. 2009

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