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El viento rugía como si en su eco transportara los gritos agónicos del mundo, una terrible corriente que

hacía peligrar la sola estabilidad de la montura del chaval, y que dificultaba la maniobrabilidad aérea de los
alados. Un trueno resonó por toda Fantasía, anunciando el comienzo del Fin, mientras los tres jinetes del
Apocalipsis comenzaban su funesta cabalgata en derredor del mundo, llevando oscuridad y silencio. Un
relámpago cruzó la torre, como una retorcida espada de energía que diera comienzo a la carrera del equino
a una picada de espuelas de su jinete.

El animal rebuznó con fuerza y emprendió el galope, mientras las gotas de lluvia y el viento se entrelazaban
en agónica sinfonía. Los cuatro vientos colisionaban contra aquella torre, curvándose sobre sí mismos y
formando esporádicos tornados. Uno de los soldados pudo reaccionar, y se lanzó contra el pequeño, lanza
en ristre y preparándose para combatir en nombre de su papel en la ya casi finiquitada historia. El resto le
siguieron, menos convencidos pero igualmente determinados a finalizar sus vidas como vencedores, y no
como vencidos. Para John, que vio como una nube de plumas blancas y metal brillante se abatía sobre él,
no era una meta tan ideal.

-¡Date prisa!-Gritó, tratando de hacerse oír por encima de la última tormenta. El equino trataba de,
inútilmente, forzar sus patas y equilibrio. La rugiente tempestad embotaba sus oídos y hacía peligrar su
estabilidad, por lo que su galope no era tan veloz como podrían querer jinete y cabalgadura.

John se giró sobre el animal, con la espada desenvainada, justo a tiempo para desviar el envite de un
enemigo. Lanzó una patada contra su sien, que por suerte consiguió alcanzar el blanco e, instantes después,
el guardia había caído rodando sobre el sendero espiral. Tras eso, miró hacia arriba, justo a tiempo para
toparse con otros dos seres que a punto estuvieron de tomarlo por sorpresa. Afortunadamente, el burro
cambió su dirección justo cuando las lanzas bajaron a traición. No obstante, la nube de soldados todavía no
se había disipado, y aunque el temporal y la inclemente lluvia hubieran disgregado su, hasta el momento,
perfecta unidad; seguían siendo demasiados como para que pudiera escapar de ahí ileso.

Todos ellos se lanzaron, como bien pudieron, contra el pequeño. Éste miró esperanzado la cima, que que
estaba a dos giros más; los cascos de su montura chocaban contra el empedrado, levantando chispas
cuando trataba de derrapar. John se giró sobre el lomo del animal para hacer frente, como bien pudiera, a
los alados. Una miríada de chispas anaranjadas surgieron de los aceros al entrechocar... Un enemigo, en
diagonal, trató de alcanzar el hombro del niño con su lanza. Pese a los intentos de éste por desviarla, el
arma acabó por hallar su objetivo y se internó firmemente ahí donde brazo y torso se unían. Con un grito,
trató de contraatacar el impacto, pero solo le dio al aire. Notó dos punzadas más a la altura del estómago, y
ya se veía muerto cuando...

...Cuando un relámpago gigantesco impactó a solo unos pasos tras de ellos. Normalmente, una calcinación
instantánea de todos sus perseguidores debería haber sido motivo de alegría, pero no era tal cuando ésta
destrozaba completamente el sendero tras ellos, lo cual radicaría en un derrumbe progresivo y, si el animal
no era lo bastante ágil, en la muerte. Fue el horrible sonido de la piedra gimiendo lo que les avisó del
inminente derrumbe; el burro, desesperado, trataba de ir a la velocidad que no podía. Mientras, el Final se
acercaba. La lluvia golpeaba, inclemente. Los truenos rugían y el viento era un látigo helado e irrespirable.
Por más que trataba de gritar, John solo podía toser.

Finalmente, el derrumbamiento los alcanzó. El equino perdió pata, y notó como el suelo bajo él se
desprendía. Ambos vieron al vacío reclamándolos a varios cientos de metros bajo ellos. No obstante, y
sabiendo el importante papel que su jinete desempeñaba en aquella historia de locos, el animal agarró con
los dientes a John por el cuello de su camisa, y lo lanzó hacia arriba con ímpetu. El pequeño chocó contra el
borde del abismo, y solo pudo ver al fiel burro caer a lo más profundo de la tempestad, mientras trataba de
asirse, desesperadamente, al húmedo final del sendero.

Lo consiguió. Tras patalear salvajemente durante unos agónicos segundos, pudo pasar una de sus piernas
sobre la piedra. Rodó sobre el suelo firme, con el corazón desbocado y la respiración agitada. Quedó boca
arriba, con la espada plateada aún en la mano, observando la oscuridad rugiente que a su alrededor se
desencadenaba. Cerró los ojos, deseando un maldito descanso de una vez... Pero no podía, había hecho
demasiado como para descansar en esos momentos, el Final ya estaba en la torre, lo podía notar de alguna
manera; como si estuviera oculto ahí donde la vista no puede llegar.

Se levantó con pesadumbre, arrastrando los pies hasta la puerta marmórea que componía el acceso a la
última sala. Según los Cuatro, ahí era donde descansaba el reflejo onírico de la escritora y, con ella, el
Principio y, en breve, el Final. John empujó la puerta haciendo acopio de todas sus fuerzas. Ésta se abrió con
un sonido pesado y ominoso.

Dentro, el calor le resultó un bálsamo para sus ateridos y calados huesos. Caminó con cuidado por la sala,
como si fuera un lugar sagrado que él mismo estuviera profanando con su sola presencia. El interior era
similar al de una iglesia. De colores armoniosos oscilantes entre el blanco y el anaranjado. El oro era
también común, formando escenas que debían representar, si no se equivocaba, la creación de Fantasía. Al
final de todo, sobre un pequeño altar. Descansaba la talla de una niña sosteniendo entre sus manos un libro
que John conocía quizás demasiado bien.

Los cascos de tres caballos resonaban fuera.

John corrió hacia el libro. Desesperado ante la cada vez más certera proximidad del Final. Luchaba contra
cada instinto que le ordenaba salir aquel lugar, desobedeciendo impunemente todos los designios de la
Historia, que le instaban a obedecer y a abandonar esa inútil resistencia de la que estaba haciendo gala.
Aferró el libro entre sus manos y empezó a pasar las páginas desesperadamente. Los relinchos de los
caballos resonaban en centímetro cúbico de la habitación; ¿Qué era lo que tenía que hacer? No lo sabía;
maldita sea, no lo sabía. Hasta el momento, simplemente, se había dejado guiar por la Historia, sin
preguntarse nada. Ahora, que la Historia le ordenaba hacer lo contrario a lo que quería, simplemente
estaba perdido.

Y la puerta se abrió de golpe. Dejando al descubierto a tres figuras sobre tres caballos.

Las tres voces se manifestaron en la estancia como un negro vendaval que azotó todo. Él y el libro salieron
disparados en direcciones distintas mientras los rezos de los Tres reverberaban en la sala, sus figuras y
cuerpos ya no existían como tales. Ahora eran parte del Final, parte de la Historia. Una fuerza imparable que
amenazaba la sola unidad de lo físico.

John chocó contra una de las paredes. La oscuridad lo envolvía como una tormenta en plena noche: furiosa,
enorme e invisible. Un millar de páginas se arremolinaban en torno a él, para luego salir despedidas en
distintas direcciones de forma errática, completamente al azar. En el centro del remolino de sombras, se
encontraba el grueso del libro, cuyas hojas arrancadas iban fusionándose poco a poco con la nada absoluta.
El mundo entero parecía haber contenido el aliento. John se lanzó hasta solo unos pasos del libro. Levantó
su arma, imbuida de luz. Los oídos le silbaban, la cabeza le daba vueltas, se le nublaba la vista. Bajó la
espada, con un grito ahogado, contra el libro.
-¡Yo seré quien escriba esta historia!-Gritó.

Y entonces, solo quedó silencio.


Un silencio tan absoluto, en el que la sola respiración habría resultado un ruido insoportable.
Un silencio que duró horas y horas.

-¿Quién eres? ¿Quién ha detenido todo?-Preguntó, al fin, una voz infantil proveniente de todas las páginas
de la historia, ahora destrozadas bajo el filo del arma. John abrió los ojos al oírla, despertando en la más
absoluta e inconmensurable oscuridad. Una llave descansaba en su mano, donde instantes antes había
estado su espada.
-¿Quién eres tú?-Repitió la voz. Las hojas de papel se arremolinaron en torno a él, como un pequeño
tornado insonoro.
-Yo... Yo soy John.-Respondió, abriendo los ojos con dificultad.-¿Y tú...?
-No tengo nombre en esta historia.-Musitó.-Soy el Mundo, soy Fantasía.
-¿Eres tú la Gitana?-Preguntó, como un resorte.
-Lo soy.-El silencio cayó como una losa de mármol.-¿Por qué has detenido todo?
-¿Por qué querías destruirlo?-Preguntó él.

-No... No quería destruirlo. Solo quería terminarlo de una vez, este mundo... Este mundo no pudo ser
acabado nunca. Estaba destinado a desaparecer de una manera o de otra.
-¡Ibas a matar a millones de criaturas!-Gritó, imponiéndose sobre el silencio.
-Lo siento... John. Pero ese es mi designio.-La falsa realidad se curvó en torno a él, como si aquel ente
tratara de expulsarle. De alguna manera, sabía que si abandonaba el mundo estando éste así, todo
terminaría. Hacía semanas, aquello no le habría importado, pero ahora...
-¡Detente!-Gritó moviendo la llave furibundamente.

-¿Pero por qué no quieres detener todo esto?-Sollozó.-El sufrimiento, la desesperación... Todo cesará al fin y
yo... Y yo podré descansar en paz de una vez. Podré ser libre para descansar.
-¡Descansa! ¡Seré yo quien termine de escribir este mundo! Tú... Tú no tienes por qué seguir con esto.

La voz parecía cavilar sobre las palabras de él. De nuevo, el silencio lo cayó como un manto de plumas.

-Sabes... Fue alguien de tu familia uno de los que mató a la mía.-Confesó.-Fui encerrada por mi propio libro
en este lugar ¿Sabes?-Su tono era algo melancólico, de haber tenido un cuerpo, las lágrimas habrían
aflorado en sus ojos.-No te pareces a ellos... Por eso... Por eso y solo por eso, te haré caso.-Todo empezó a
cambiar. Como si se hubiera invertido el proceso destructivo. La materia comenzó a emerger de la nada. El
calor volvió.-A partir de ahora, no existirá la Historia. No tendrá Principio, no tendrá Final. Serás libre para
continuar como quieras. Si alguna vez quisieras terminarlo todo...

La sala se iba construyendo a su alrededor, tal y como estaba antes de que empezara el Final. John se
levantó.

-No, no lo podré acabar pero... Incluso cuando yo muera, las gentes de esta historia podrán seguir su vida
¿No?
-Quizá sí...-Las palabras eran llevadas por el viento, como si se estuvieran desvaneciendo tras cerca de
doscientos años.-Oye... ¿Te puedo llamar Spavente?-Preguntó de improviso, tomando por sorpresa a John.
-¿Spa...qué?
-Era el nombre de mi primer personaje. El primer protagonista... Aquel al que le tenía más cariño.-Confesó.
El sol ya se colaba a través de los grandes ventanales. Una luz radiante, que surgía tras la más horrible
tempestad que esa tierra había conocido, inundó todo.
-No lo he visto...
-No... no lo has visto.-Negó.-Quemé sus páginas cuando... Cuando decidí llevar al Final todo esto. Nunca
llegó a entrar, no habría soportado eliminarle de esa manera... No habría soportado darle vida para luego
arrebatársela sin más.-Sus palabras eran ahora apenas un susurro, le quedaba poco tiempo.-Adiós... Spavi...

Spavente sonrió mientras se despedía, feliz ante el desenlace que todo había tomado... O quizá no fuera así,
a fin de cuentas, nada había terminado todavía. Y faltaría mucho antes de que eso pasara.

Con calma, se dio la vuelta y salió a la luz.

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